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Capítulo 3

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Es de mañana, me levanto temprano y preparo un pequeño almuerzo ya que solo he estado ahí un par de veces y no he visto muchos establecimientos cerca.

Cuando salgo del departamento y entro al auto, arrojo mi mochila y la pequeña maleta marrón en el asiento trasero, una vez dentro enciendo el estéreo para escuchar algo de música; suena tightrope de LP.

Y mientras la escucho, veo mi reflejo en el espejo retrovisor.
Hoy me he arreglado más que de costumbre; me encuentro con esos ojos grises soñadores, mi cabello castaño caoba perfectamente peinado de lado, me he puesto una camisa azul cielo, un suéter negro y pantalones azul rey. Mi piel blanca se ve un poco pálida, seguro porque es temporada de frío.
Afortunadamente siempre traigo un abrigo extra en el maletero.

Manejo hasta la Universidad, por mí vendría caminando pero no me quiero arriesgar a ensuciarme, no sé cómo debe vestirse uno para este tipo de lugares y quiero dar una buena impresión.

Al final de las clases me despido de Bianca y Nathan, ambos han decidido ir semi formales, pues el lugar a dónde van es menos pretencioso que a donde voy yo.

El Hospital Psiquiátrico Trinity lleva más de ciento cincuenta años de pie, ha pasado por varias generaciones y es reconocido por su efectividad en el tratamiento de los trastornos mentales, ya que se encargan de cuidar la integridad de sus pacientes a toda costa y para poder entrar al lugar como prácticante es necesario pasar una serie de pruebas. Está ubicado en una colina alta, en la frontera entre México y los Estados Unidos, solo hay pocas casas en los alrededores, algunas tiendas refresqueras y unos cuantos restaurantes y cafeterías.

El lugar luce sombrío entre tanta naturaleza; hay varios arces, pinos y robles que se elevan al cielo, frondosos arbustos y margaritas coloridas en los alrededores, solo cuando estoy entrando en el estacionamiento del lugar, es cuando los nervios me invaden.

«Ahora no sé si estoy preparado para esto».

Tomo mi maleta marrón y salgo del Chevy, coloco el seguro y camino por el estacionamiento lateral a través del pequeño camino de granito, y llego hasta la entrada del gran edificio principal.

Es un edificio de tres pisos, cuatro si contamos la azotea, tiene pinta de hotel; blanco porcelana con grandes ventanales al estilo victoriano. Hay dos edificios más a los lados, como oficinas secundarias, aún recuerdo la primera vez que vine y me mostraron el lugar, vi un gran jardín detrás del edificio principal y al otro extremo se encuentran los consultorios. Tres edificios cierran el cuadro, detrás de los consultorios, en el centro; el patio recreativo, hay muchas zonas verdes pero difícilmente hay pacientes afuera.

Toco el timbre de entrada y de inmediato soy recibido por una mujer de unos cuarenta y tantos, lleva una bata pero sé que no es del personal, pues lleva una etiqueta que anuncia que es secretaria, no recuerdo haberla visto en el par de veces que he venido.

—Buenas tardes. —Me saluda con una voz suave que me recuerda a la de la mamá de Bianca.

—Buenas tardes. Soy Dahir Montesco. —De forma amable estrecho su mano—. Vengo a hacer mis practicas profesionales, yo...

—Un momento. —Me interrumpe la mujer abriendo más la puerta-. Pase joven, en un momento lo atenderán —señala la pequeña recepción.

Hay un gran escritorio de madera en forma de media luna, una computadora que está emitiendo un extraño sonido y una silla vacía. Dos grandes sofás verde limón frente a una pequeña mesa de cristal.

Entro y me siento en el centro de uno de los sofás, colocando mi maleta en mi regazo. La mujer regresa a su lugar y teclea en el teléfono.

—Doctora Brown —dice al teléfono—. Sí, está aquí. —De pronto sé que está hablando de mí, desvio la mirada hacia uno de los cuadros en la pared. Sé que es un Tamayo porque se trata de una rebanada de sandía, la verdad nunca entendí eso del arte—. En un momento te atienden —comenta la secretaria sacándome de mis pensamientos.

—Claro, gracias... —dudo antes de seguir, no he visto su nombre ni se lo he preguntado.

«Que caballero, Dahir».

—Dorinda —responde sonriendo, a mi pregunta no formulada—. Así que... ¿Eres el nuevo pupilo de la doctora Brown? —cuestiona mientras teclea en su computadora.

—Así es, Dorinda.

—Bueno, pues te daremos un gafete, seguro que la doctora ya lo tiene listo —comenta tranquila, y en ese momento aparece la doctora Brown, la mujer que me entrevistó la primera vez.

La doctora Amelia Brow es pelirroja, alta y con algo de curvas, tiene treinta y ocho años, dos hijos y un marido amoroso, que resulta ser oncólogo, lo supe cuando me entrevistó.

Me levanto en cuanto se para frente a mí.

—Hola, Dahir. —Me tiende la mano y la saludo.

—Buenas tardes, doctora Brown —suelto su mano, sintiéndome nervioso.

—Solo llamame Amelia, mientras no haya pacientes presentes —indica con una gran sonrisa y yo asiento-. Ven, te mostraré el lugar. —Se da la vuelta y la sigo.

—Nos vemos luego, Dorinda —digo sobre mi hombro y ella me guiña un ojo.

Sigo a la doctora por un pasillo, observando varias oficinas a los lados, todos están ocupados atendiendo familiares, tomando café, comiendo o revisando archivos.

Al salir del edificio puedo ver un gran jardín de un verde muy vivo lleno de una amplia gama de flores; rosas, tulipanes, girasoles, alcatraces, claveles y margaritas multicolor, a varios metros de distancia frente a nosotros esta una fuente y algunas bancas alrededor, y más allá otro edificio.

—Ese es el edificio de consultorios —indica con su dedo indice—. Ahí solo entramos los psiquiatras, psicólogos, los pacientes y el personal de limpieza, nadie más puede entrar a menos que sea una emergencia, en ese caso entraría algún enfermero acompañante.

—Entendido.

Entramos al lugar, es de un azul cielo que invita a relajarse; en la primera planta hay un pasillo que se extiende a los dos extremos, y en el centro las escaleras que llevan al segundo piso.

Hay dos máquinas expendedoras con bebidas y botanas.

«Creo que no me esperaba que luciera tan normal».

—Del lado izquierdo tenemos la farmacia, como nosotros la llamamos, es una bodega donde se almacenan todos los fármacos, ahí solo puedes entrar con el código de tu gafete.

Asiento levemente observando la puerta de hierro que resguarda la habitación.

—Vamos allá —caminamos al lado derecho del pasillo y en la primera puerta nos detenemos—. Aquí puedes guardar tus cosas —abre la puerta y nos encontramos con un pequeño cuarto lleno de casilleros de varios colores—. O en tu consultorio cuando te lo asigne, la mayoría de los practicantes prefiere tener sus cosas en los consultorios ya que pasan más tiempo ahí.

Hace una seña para que entre y encuentro un casillero azul marino con el candado abierto, dejo mis cosas y solo saco mi bata, guardo la llave que tiene un pequeño listón azul, con el número veinticuatro en ella.

—¿Necesito llevar algo más? —Me coloco la bata.

—Por ahora no —caminamos a la siguiente puerta, es un amplio salón, con una puerta al otro extremo, una mesa redonda en el centro, con varias sillas de madera. Hay dos sofás negros en una esquina, un largo sofá beige pegado a la pared, y en el rincón a mi derecha un librero lleno de varios libros de diferentes géneros. Cerca de la otra puerta esta un chico en una silla, leyendo lo que parece un expediente—. Está es la sala de practicantes —comenta y el chico levanta la vista—. Ferdinand, él es Dahir Montesco. —Me presenta entrando a la sala.

La sigo y estrecho la mano con él, quien se muestra interesado.

—Él es Ferdinand Summers —indica con la palma, al castaño—. Él es Dahir Montesco, se une a nosotros a partir de hoy.

—Mucho gusto —expreso asintiendo.

—Un gusto colega, ya te pondremos al corriente de las cosas por acá —comenta Ferdinand, con un acento español.

—Te dejamos, tengo que mostrarle los consultorios a Dahir, antes de mi próxima terapia. —La doctora Brown y yo salimos de la sala—. Ferdinand lleva cuatro meses aquí, está bajo mi tutela junto con dos chicas más; Collette y Serena, ahora están en terapia pero ya las conocerás.

Subimos las escaleras y llegamos al segundo piso. Es igual que la primera planta, hay un largo pasillo que se extiende a ambos lados, hay tres consultorios, y frente a nosotros los grandes ventanales de cristal. Veo otras escaleras que llevan al tercer piso y subimos, lo mismo que el piso anterior solo que la vista es mejor, se puede ver todo el pabellón.

Caminamos al lado derecho del pasillo.

—Los consultorios de abajo, pertenecen a otros doctores, estos son los míos —explica señalando los tres consultorios a nuestra derecha—. Hay un elevador al extremo, lo usan los pacientes cuando tienen una lesión o están en silla de ruedas, últimamente solo lo usan los pacientes del doctor Radcliffe.

Seguimos y nos detenemos en la puerta del primer consultorio.

—Esté es mi consultorio —abre la puerta, el espacio es grande y poco amueblado. Hay una pequeña mesa en el fondo, dos sillas delante de ella. Frente a nosotros a solo unos pasos, hay dos pequeños sofás redondos de color azul marino y un mueble junto a el—. Aquí solo entro yo, en este mueble... —camina hasta el rincón cerca del escritorio—. Tengo algunas pertenencias importantes de los pacientes.

—¿Puedo entrar?

—Claro, si estoy yo puedes entrar con confianza, siempre y cuando no haya un paciente —camino hasta ella y abre el primer cajón de cuatro-. Estas pertenencias son las que más usaban los pacientes.

—¿Por qué están bajo llave? Pensé que los pacientes podían tener lo que fuese en sus habitaciones.

—No todos, Dahir, depende del nivel del paciente, los nivel dos y tres no pueden tener todo lo que quieren con ellos —explica, mientras yo contemplo las cuatro secciones en que se divide el cajón.

«Violeta, Jimmy, Solar y Peter».

—¿Nivel?

—Sí, ven —cierra el cajón con llave y salimos del consultorio—. Este consultorio es de Collette y ese de Serena —señala el siguiente consultorio, al final del pasillo—. Ese es tuyo a lado del de Ferdinand, es básicamente lo mismo que el mío —abre la puerta, pero antes de que entre me distraigo con la pequeña puerta junto a la pared—. En este mueble... —entro rápido al consultorio—. Pueden guardar sus archivos, cuando te pase tus pacientes podrás guardar los expedientes aquí.

—¿Qué hay en la otra puerta? —señalo al pasillo.

—¡Oh!, esa es la cámara de Gesell —salimos para abrir la puerta del final.

La cámara Gesell es una habitación acondicionada para permitir la observación con personas. Está conformada por dos ambientes separados por un vidrio de visión unilateral, los cuales cuentan con equipos de audio y video, en un ambiente se encuentra el terapeuta con su paciente y del otro lado se coloca el o los observadores.

—Aquí podrás ver las terapias antes de que te asigne a tus pacientes, debes ver como son las sesiones con ellos.

—¿Quiere decir que voy a ver sus sesiones?

«Pero que pregunta tan estúpida, Dahir».

—Sí, solo dos semanas antes de que ellos pasen a tus manos, pero no te preocupes que aquí estaré para asesorarte —afirma y salimos del lugar–. Ahora ven, te voy a explicar lo de los niveles, solo tengo media hora —caminamos de regreso a su consultorio y cierra la puerta detrás de nosotros—. Siéntate —señala las sillas frente al escritorio.

Lo hago, y ella saca una carpeta delgada en color marrón de una pequeña caja de su mueble.

La idea de tener a mis pacientes me agrada, pero al mismo tiempo me asusta, no sé si estoy preparado para esto.

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