Capítulo 28 Solar
—Tercera noche que le hablo a mi ventana, tercera noche durmiendo con la misma pijama, otra noche larga sin ti, te tengo pero no aquí, se siente feo estar así...
Termino de cepillar mi cabello y acomodo el cuello de mi blusa por décima vez, una hermosa blusa blanca con aplicaciones de encaje en el cuello que mi padre me regaló cuando cumplí los dieciocho años, junto con todo un guardarropa nuevo, en realidad nunca le he visto el sentido a las prendas, no quiero involucrarme en el mundo de la moda, el diablo vive ahí y no me gustaría verme inmersa en eso.
Reviso el largo de mi pantalón sastre negro y compruebo por cuarta vez que mis botines estén bien limpios.
—¡Solar! ¡Sal de ahí! —La enfermera Gutiérrez me vuelve a llamar desde la puerta de la habitación y me apresuro a cerrar llaves y apagar luces.
—Ya estoy preparada —salgo del aseo a mi habitación y veo a la enfermera en el marco de la puerta—. ¿Debería llevar un abrigo?
—Si, ha estado haciendo mucho frío y... Lleva el beige. —Me sonríe ampliamente y busco el abrigo en mi armario, me lo pongo y salgo de la habitación—. Te ves realmente hermosa y elegante, Solar.
—Lo sé.
Bajamos al estacionamiento donde el terapeuta Montesco me espera, a lado de su pequeño Chevy negro.
Sonríe hacía mi y yo desvío la mirada.
—Buen día, Solar —saluda con un tono de voz muy dulce.
—Hola... —susurro viéndolo rápido.
—Cuidela bien, terapeuta Montesco —pide la enfermera con entusiasmo.
—Así lo haré —abre la puerta del copiloto y me asombro al ver el interior del auto.
Hay un bonito cubreasientos de algodón en color rosa cubriendo mi lugar, forrado con un plástico que luce bastante limpio, subo con cuidado y para mi sorpresa el auto huele a limpio, a pino.
De reojo observo el interior del auto, en el tablero hay una pequeña figura del gato chino y del espejo retrovisor cuelga un guardapelo semiabierto.
El terapeuta sube al asiento del conductor riendo, me he perdido su conversación con la enfermera.
—Bueno, vamos de una vez parece que hoy lloverá y no me gustaría que te mojaras —enciende el auto y un suave aroma amaderado llega a mis fosas nasales—. No vamos a ir muy lejos... —explica mientras sale del estacionamiento—, así que no te preocupes por ello, si en algún momento quieres regresar puedes decírmelo tranquilamente y volvemos, tengo permiso para estar un par de horas afuera, aunque si tu deseas una hora más, tenemos el permiso de tu padre y de la doctora Brown...
Observo la carretera ligeramente humeda, los robles y abetos que se encuentran esparcidos en las orillas se desnudan ante el frío invierno, pasamos por el Parque Nacional Duprí, a decir verdad, me gusta esta parte de la ciudad, no hay casas y solo algunos establecimientos de comida.
Con forme vamos avanzando se hacen más presentes los establecimientos de comida rápida y alguno que otro restaurante, hasta que llegamos a una pequeña cafetería pintoresca.
Los grandes ventanales permiten ver el interior del lugar, el cual esta decorado con colores terra y rosados.
—Es aquí... —El terapeuta se estaciona en frente del lugar, me recuerda a esas cafeterías de los 80's que se ven en las películas—. Espera.
Sale del auto y camina hasta llegar a mi puerta para abrirla.
Observo el reflejo en el espejo de la puerta y volteo rápidamente.
«Es ella. Esa mujer está aquí».
—¿Sucede algo, Solar? —La voz del terapeuta hace que mi vista se aclare y ya no la veo.
Volteo a verlo y trato de guardar la calma.
—Gracias... —salgo con cuidado, el viento comienza a remover mi cabello y vuelvo a ver al lugar donde creí verla, pero no hay nadie—. Hace frío... —Me abrazo tratando de darme calor y protección.
—Lo sé, adentro es más cálido, ven.
Toma mi mano y me percato de que esta usando guantes de invierno marrones iguales al color de su abrigo, y esta vestido con un traje negro, ahora que lo pienso, siempre lleva traje.
«Me agrada».
—¿Solar?
Estamos dentro de la cafetería y nuevamente me perdí en mis divagaciones.
—¿Si?
—¿Qué mesa te gustaría ocupar?
Paso la vista por todo el lugar, apenas hay tres personas, así que hay muchos lugares vacíos.
La barra se encuentra a nuestra derecha, adelante de lo que parece ser la cocina, a nuestra derecha hay una gran pantalla donde se puede ver un video musical, cubriendo una cortina semitransparente en colores tornasol, que dejan ver los letreros de los sanitarios.
«Ni loca entraré ahí».
—Ahí —señalo la mesa del rincón.
Los grandes ventanales regalan la bonita vista del prado detrás del lugar, haciéndolo ver en medio de la naturaleza.
El terapeuta me lleva de la mano hasta la mesa y me ayuda a quitarme el abrigo, para después dejarlo en el borde del sillón.
—Siéntate —señala el lugar cerca de la ventana—. He pedido que lo limpien antes de que llegáramos.
Tomo asiento en el sillón pegando mi espalda a este, haciendo que mi abrigo quede bien sujeto, mientras observo la vista a través del ventanal.
—Es hermoso... —El terapeuta se sienta en el sillón frente a mi, dejando su abrigo a un lado de él.
—Hace mucho que no veía el exterior... La última vez fue cuando me llevó al bosque —volteo a verlo y me sonríe.
—La primera vez que fui al bosque me pareció escuchar un lobo, o algo así.
—Hay un lobo.
—¿Cómo lo sabes?
Bajo la mirada y confieso.
—Porque he salido un par de veces más... El otro día llevé a Jimmy...
—Solar...
Me llama pero siento que he traicionado su confianza y no quiero verlo.
—Solar.
Dejo mis manos en mi regazo y lo veo.
—Lo siento.
—No puedes salir así, recuerda que no tienen permitido abandonar el hospital de ninguna forma.
—Pero usted me llevó.
—Lo sé, pero en ese momento yo iba contigo, fue diferente.
—No volveré a hacerlo.
—De acuerdo, no quiero tener que ir a buscarte en la madriguera de algún lobo.
Su comentario hace que sonría un poco.
—¿Por qué me trajo aquí?
—Es un lugar tranquilo, además me dijo un pajarito que te haría bien estar en un lugar público.
—Nunca he estado en lugares así, después de mi experiencia en el jardín de niños, preferí aislarme del contacto humano.
—Entonces, ¿nunca has comido fuera de casa?
Su expresión es realmente de asombro, lo que me pone nerviosa.
—No, no me gusta salir... No me gusta salir a los restaurantes, cafeterías, centros comerciales, ferias... Lugares con demasiada gente...
Paso la vista por el lugar, es la primera vez que piso una cafetería y realmente me siento perdida, pero trato de controlar mis emociones, la música que proviene de la pantalla llama mi atención.
—Abre tus alas y vuelve a volar, las noches son largas, pero el sol siempre vuelve a brillar...
«Hace mucho que no escucho música, si no mal recuerdo ella es Kenia Os».
—Te aseguro que este lugar te va a gustar, ahora voy a pedir... ¿Qué te gustaría comer?
Se pone de pie observandome con curiosidad.
Desvío la mirada buscando el menú.
—Cualquier cosa que no sea salada ni pincante, que no sea tan dulce o pegajosa, no me gustan los alimentos biscosos o que vengan del mar...
—Lo tengo, te traeré algo que te sorprenderá.
Lo veo marcharse gustoso, su exceso de felicidad me pone de nervios.
Busco en mi bolsa el pequeño estuche donde traigo una cuchara, un cuchillo, un tenedor, una servilleta de algodón y una pajilla.
«Tengo que lavarme las manos».
—¡Sorpresa!
Coloca el plato frente a mí, junto con el viene una bebida.
Lo observo cuidadosamente, la superficie brilla como cristal recién lavado, haciéndome sentir ansiosa.
«Ya quiero probarlo».
—Tengo que lavarme las manos.
Me pongo de pie y camino derecho hasta los aseos, abro la puerta con cuidado y llego al lavabo, tomo un poco de jabón del dispensor y abro la llave, lavo bien mis manos hasta las muñecas y cuando termino estoy por cerrar la llave, pero si la toco me volveré a ensuciar.
—¿Qué hago...?
Busco las toallas de papel para secarme y las veo al otro lado, camino hasta ellas dejando la llave abierta, me seco muy bien y regreso a cerrar la llave.
—¡No!
Me vuelvo a lavar las manos y esta vez tomo una toalla extra para cerrar la llave.
—Perfecto.
Sonrío para mis adentros y tomo otra toallita de papel, abro la puerta y la detengo con el pie, arrojo la toalla al cesto de basura y regreso a mi lugar frente al terapeuta.
—Lamento la demora... —murmuro mientras me siento.
—Descuida, tenemos tiempo.
Limpio la orilla del plato con una servilleta desechable y lo acerco a mí para tomar con la cuchara, una porción considerable del apetecible amarillo y café.
—Mmmm...
Cierro los ojos saboreando el paraíso, los sabores y texturas son tan diferentes, que una combinación así pareciera imposible, aunque por lo visto, no lo es.
—¿Te ha gustado?
Dahir interrumpe mis pensamientos.
Abro los ojos para verlo.
—Es delicioso... El chocolate... La vainilla... Es dulce pero no en exceso... Mi paladar... —Las oraciones salen a medias de mi boca, el lugar en donde se esta llevando a cabo un festín de sabores—. No sé cómo expresarlo, pero ahora sé que me arrepiento de no haber probado un postre antes —confieso entusiasmada, aunque no puedo demostrarlo.
—Prueba la bebida.
Toma una servilleta para agarrar el vaso y acercarlo hasta mí. Le coloco la pajilla y doy un sorbo.
—¡Que delicia!
El sabor fresco del café se instala en mis papilas, provocando una sensación en mí muy parecida a la felicidad, haciendo que la adrenalina se apodere de mi ser.
—Te dije que te gustaría, es de mis postres favoritos.
—¿Cómo se llama?
—Es un chocoflan o pastel imposible.
—¿Por qué se llama así? —sigo comiendo mientras escucho su explicación.
—Porque parece imposible mezclar un bizcocho con un flan, cuando preparan este postre, la mezcla del bizcocho va abajo y el flan arriba, y en el proceso de cocción cambian su lugar, por la densidad de las mezclas y su consistencia.
—¿Conoce mucho de cocina? —bebo un poco del frappe y sigo comiendo mi postre.
—Tuve que aprender a muy temprana edad a valerme por mi mismo, mis padres fallecieron en un accidente cuando yo aún era un niño. —Él también come su postre mientras platicamos—. Aunque ellos siempre vieron por mi y me cuidaron muy bien, me gustaba aprender muchas cosas, entre ellas la cocina, mi tía me enseñó todo lo que hoy sé.
—Eso suena bien, Camille, solo me enseñó a preparar bebidas para sus amantes, aunque he aprendido mucho de repostería en los talleres del hospital —volteo a ver la pantalla de la cafetería, un grupo de kpop esta cantando una canción que entiendo poco—. ¿Quienes son ellos?
—BTS, en realidad es mi banda favorita —explica terminando su postre—. Esa canción se llama stay gold.
Volteo a verlo y alcanzo a distinguir una miga de pan en la comisura de sus labios, tomo mi servilleta y lo limpio.
—Sigilosamente me acerco a tu corazón, me acerco más a ti antes de que lo sepas, yo no miento, tus ojos brillan como diamantes...
—¿Cómo? —Me mira sorprendido y toma la mano con la que lo limpiaba.
—Eso dice la canción... —respondo un poco asustada ante su arrebato.
—Perdón... —suelta mi mano despacio y veo en mi muñeca una marca roja—. Lo lamento, Solar, no quería hacerte daño, es solo que me sorprendiste...
—Esta bien... No debí decir eso...
Afuera empieza a llover y me pierdo en las gotas que caen sobre el césped y las hojas de los árboles.
—¿Podemos ir? Me gustaría respirara aire fresco.
—Claro.
Llama a la camarera y salimos del lugar, lo espero a que traiga el paraguas de su auto y caminamos por la orilla de la cafetería hasta llegar a la parte trasera y seguimos una especie se camino donde se ve que otros han pasado, llegamos a la parte boscosa donde ya no se ve huella se civilización y nos detenemos un momento.
—Me gustaría correr en el bosque... Dejar que la lluvia me empape y respirar este aire fresco... —saco mi mano por debajo del paraguas y dejo que algunas gotas de lluvia la mojen.
—Podremos salir nuevamente en algunos días, tal vez después de navidad, tengo permiso para una salida, solo debo esperar a que los padres de tus compañeros de piso lo aprueben.
—¿A dónde nos llevará? —volteo a verlo, esta muy cerca de mi cubriendonos con el paraguas, pero su presencia ya no me molesta ni me incomoda.
—Es una sorpresa —sonríe y asiento—. ¿Te gustó salir hoy?
—Si —respondo de inmediato—. Tenía miedo de venir, pero usted me da confianza y si mi padre lo aprueba, por algo será, además hoy probé algo nuevo y aunque no me gustan los cambios, esto si me agradó.
—Me alegra saber eso, Solar, porque solo quiero que ustedes se sientan cómodos, que puedan llevar una mejor calidad de vida y que a pesar de los retos que pone la vida, se animen a hacer cosas nuevas.
—Su novia debe estar muy orgullosa de usted, es una persona muy buena y noble, demasiado empatica, yo jamás podría ser así... Violeta dice que los hombres así son los mejores, que es lo que buscan las chicas. —Lo veo a los ojos y veo que estos se cristalizan—. ¿He dicho algo malo?
—No. Solar... No has dicho nada malo, al contrario, me sorprende saber el concepto en el que me tienes, es solo que... No debería contarte mis asuntos personales.
—Pero ya lo ha hecho —saco un pañuelo de mi abrigo y limpio esa pequeña lagrima que se asoma en sus ojos.
—Terminé con mi novia, eso es lo que sucede.
—A veces la vida quita de nuestro camino a las personas que solo están de paso, porque ya hemos aprendido lo suficiente de ellas.
—¿Alguna vez te has enamorado? —Su pregunta me sorprende, pero supongo que debo responder.
—Nunca. Amar a alguien implica demasiadas responsabilidades a las que no quiero arriesgarme. Además no tengo tiempo para eso. —Le entrego mi pañuelo—. Es suyo, a mi ya no me sirve.
Doy la vuelta y él me sigue, entonces recuerdo las palabras de Peter y el besito de Jimmy y me detengo en seco dando media vuelta.
—¿Qué...?
Dahir Montesco esta justo frente a mi, escucho las gotas de lluvia chocando contra el paraguas, sus ojos me miran sorprendidos y mi cuerpo no reacciona.
—Peter me dijo que le gusto, aunque sé que también se lo ha dicho a Violeta, así que no le creo... Y Jimmy me dio un besito el otro día... No me gustó.
—¿Cómo? —Sus ojos van de un lado a otro, parece que no me entiende.
Beso mi dedo índice y lo acerco a su mejilla presiono un poco y él sonríe.
—Eso hizo... ¿Verdad que no es agradable?
Baja la mirada aún sonriendo y después vuelve a verme.
—Para ti, no. Es un gesto muy tierno para otras personas.
—No le encuentro lo tierno... Mejor vámonos, quiero lavarme las manos.
Hacemos nuestro camino de vuelta al hospital y me deja en la entrada de los dormitorios.
—Gracias, terapeuta Montesco, no cualquiera se tomaría el riesgo de llevarme a algún lugar afuera.
—Aquí estoy para ustedes, Solar, es un gusto para mi.
La sonrisa le llega a los ojos, seguro que Violeta ya habría dado el grito en el cielo.
—Nos vemos luego.
Subo las escaleras hasta mi dormitorio y en cuanto llego entro a la ducha.
—Cenicienta cenicienta, pronto pronto Cenicienta, ve a bañarte, fuera mugre, adiós bacaterias...
Canto al mismo tiempo que lavo todo mi cuerpo, guardando en mi memoria este día.
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