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Capítulo 14 Solar

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Mi última sesión de la semana con el terapeuta termina, hoy me ha pedido que haga unos dibujos, creo que es una especie de prueba porque hace tiempo la doctora Brown me pidió lo mismo, pero no sé para qué la quiere ahora y me ha dado pena preguntarlo.

Repaso mis dudas mientras camino de regreso a mi habitación, entre los jardines del pabellón.

Bueno, eso no importa, porque estos días he estado más tranquila, después del incidente en la ventana me alejaron de los demás, el terapeuta Montesco mencionó que era solo por esta semana, hasta que todo se calmara.

Aunque tengo una duda latente desde hace días, no sé si los terapeutas me creen a mi o a la versión que Violeta les dío, escuché que ella juró y perjuro que yo quería saltar por la ventana, mientras yo conté la verdad.

Espero que no piensen que la mentirosa soy yo, necesito hablar con Peter y Jimmy, y saber qué ha pasado con Violeta en el grupo.

Aunque a mi me ha venido bien, no he tenido que soportar los gritos escandalosos de Violeta, y por primera vez desde que llegué aquí, me siento en paz.

—Solar. —Esa voz es inconfundible.

Doy media vuelta y la veo acercarse con una bolsa de papel entre las manos.

—Doctora Brown —intento sonreir, pero como siempre, solo es un intento.

—¿Cómo te has sentido lejos del grupo?

—Muy bien, creo que necesitaba descansar de los gritos constantes de Violeta.

—Me alegra ver que tú honestidad sigue intacta, quiero comentarte que... Este fin de semana nos acompaña Dahir, quiero presentarle a los padres de sus pacientes...

—¿Mi padre vendrá? —La semana pasada no pudo asistir por el trabajo, y verlo sería el cielo para mi.

—Si, Solar, acaba de llamar y dice que esta vez si viene.

Me muevo entusiasmada, si pudiese abrazar a esta mujer, lo haría.

—Eso es... Gracias por la noticia. —Mis ojos se cristalizan por las lágrimas.

—Te envió esto. —Me acerca la bolsa y la tomo con las puntas de los dedos—. Ha pedido un permiso especial para que salgan al parque que está a cuatro calles, tú terapeuta los va a acompañar.

—Gracias por la información —asiento y me sonríe, entonces retomo mi camino.

«Quiero ver a mi padre, necesito verlo».

Una lagrima se escapa por mi mejilla y me apresuro a llegar a mi habitación.
Entro corriendo a lavarme las manos y con el paño que siempre dejo sobre la comoda; abro la bolsa.

—Que precioso.

Un bonito vestido blanco con lineas negras que simulan cuadros, acompañado de una blusa blanca y un listón negro que parece usarse en el cuello, junto con un par de botas bajas en color negro.

—Siempre piensas en todo.
Encuentro una nota al fondo de la bolsa:

Solecito mío, perdona mi ausencia de la semana pasada, esta vez si voy a verte y te tengo una sorpresa preparada, quiero que uses esto, porque sé lo mucho que odias tu "uniforme de reclusa".

Ahí estaré.
Atte: tu padre que tanto te ama.

Sonrío ligeramente, solo mi padre puede hacerme sonreir y solo en él puedo confiar.

Espero a que sean las cinco de la tarde, o eso pienso por la puesta de sol, necesito hablar con el psicólogo Montesco, no sé por qué, pero siento una fuerte necesidad de contárselo.

Salgo de mi habitación y cierro dando dos vueltas a la llave, después vuelvo a abrir la puerta y vuelvo a cerrarla.

—¡Otra vez perdiendo el tiempo, Solar!

La escandalosa voz de Violeta llega a mi izquierda.

«Ya te habías tardado».

—Yo no me quejo de tus manías —guardo mi llave y camino por el pasillo al elevador.

—¿A dónde vas, tía?

—Con el psicólogo —presiono el botón para llamar al elevador.

—No pierdas tu tiempo, que el capullo de Jimmy te ha ganado —toma mi mano y la empujo—. ¡Vale, que lo he olvidado!

—No vuelvas a tocarme, por favor.

—Solo quiero que me acompañeis al jardín, podemos andar un rato, Solarcita, me gustaría hablar contigo.

—¿Y tú me vas a ayudar? ¿De qué quieres hablar?

—Solo quiero hablar contigo, además es mejor que nada.

Bajamos juntas a los jardines y en cuanto llegamos a la fuente, tomo un poco de agua para lavarme las manos.

—¡¿Ostias, de verdad tienes que hacer eso?!

Su expresión es la exageración de la angustia.

—No puedo evitarlo, se ha vuelto automático, ya ni siquiera lo pienso —respondo apartando la mirada a los jardines—. Ojalá fuese tan fácil como presionar un botón.

—A veces siento que exageras —suelta tranquila y volteo a verla—. ¡Qué más da no lavarte las manos cada cinco minutos! ¡Venga, que solo pierdes el tiempo y desperdicias agua!

—¿Tú me estás diciendo a mi que exagero? —tomo la orilla de mi sudadera y hago puño la tela para presionarla con fuerza—. Mis síntomas son el infierno mismo, en cambio tú, por todo gritas...

—¡No me vayas a decir dramática, Solar!

—Entonces no le restes importancia a mis síntomas.

—¡Lo tuyo es algo baladí, en cambio a mi nadie me entiende! —Se arrodilla en el suelo, llorando como una verdadera desdichada—. ¡Nadie me comprende!

—A ti si que te falta un tornillo.

—¡Joder! ¡Me estoy humillando ante ti! —llora como toda una profesional—. ¡¿Qué más quieres de mi?!

—Yo no te he pedido que te arrodilles.

—Lo sé, pero quiero pedirte perdón por lo de la ventana y las veces que te he molestado con mis comentarios.

—Yo...

—Pero venga, que tu has tenido la culpa.

—¡¿Qué?! —Me sorprende su declaración.

Se pone de pie sacudiendo su ropa con exagerada importancia.

—¡Es que siempre quieres ser el centro de atención, tía! Y todos saben que ese papel es mío.

—Eres una egoísta de lo peor.

Regreso a paso apresurado por donde he venido.

—¡Vuelve, que no he terminado, Solar!

«Al final solo he perdido el tiempo».

El fin de semana llega en un abrir y cerrar de ojos, me encuentro en el aseo acomodando el listón alrededor de mi cuello, las manos me tiemblan y el corazón me palpita entusiasmado.

Repaso todo el atuendo, cualquiera que me viera diría que no hay problema alguno conmigo, pero yo sé que eso es mentira.

Cepillo mi cabello por última vez y reviso las llaves del lavamanos dos veces, después las de la regadera y los apagadores. Salgo de mi habitación y cierro dando dos vueltas a la llave.

—Que adorable te ves, Solar. —La enfermera Gutiérrez me sorprende y de inmediato me pego a la puerta.

—Gracias.

Intento relajar mi cuerpo respirando profundo.

—Justo vengo por ustedes, sus padres están llegando.

Señala el elevador, donde Violeta, Peter y Jimmy nos esperan. Subimos a el y la enfermera nos acompaña hasta el gran salón, que no es más que un gran lugar lleno de mesas y sillas, tal cual como si fuésemos presos.

Solo los pacientes de nivel uno y algunos del nivel dos recibimos visitas aquí, los demás son vistos en sus habitaciones.

Observo a Violeta acercarse a sus padres y a la doctora Brown presentandoles al nuevo terapeuta de su hija. Lo mismo ocurre con Jimmy y Peter.

Y entonces empiezo a sentirme ansiosa, no hay señal de mi padre.

«¿Se habrá olvidado de mi?».

Doy media vuelta dispuesta a salir por la puerta trasera, solo para que nadie vea que me han olvidado, cuando lo escucho.

—¿A dónde va mi solecito?

Corro a sus brazos y me pierdo.

Papá es la única persona que puede abrazarme, es el único que hace un protocolo de limpieza cuando sabe que va a estar cerca de mi.

—Te he extrañado tanto —confieso sobre su hombro, tragando el nudo en mi garganta.

—Y yo a ti, hija mía.

Me aparto y lo observo de pies a cabeza.

—¿Por qué traés el uniforme?

—Acabo de llegar de una expedición en la montaña, pero no hablemos de mi, vine a verte a ti.

—Señor Winters. —La doctora Brown llega acompañada del terapeuta Montesco—. Es un gusto verlo nuevamente.

—Lo mismo digo, Amelia —sonríe ampliamente—. He venido a robarme a mi hija.

—Justo era lo que le decía al terapeuta Montesco —señala al hombre en cuestión—. Lo presento, él es Dahir Montesco, el nuevo terapeuta de Solar.

—Es un placer conocerlo, señor Winters —pronuncia el terapeuta, estrechando la mano de mi padre.

—Lo mismo digo, joven Montesco, ¿no es muy joven para ser terapeuta? —voltea a ver a la Doctora.

—Justo lo que necesitamos, Adam —interviene Brown—. Dahir los acompañará al parque, así que vayan y disfruten la tarde.

—Tienes razón, no hay tiempo que perder, nos vemos en un rato.

Nos despedimos de la Doctora y salimos al estacionamiento del psiquiátrico. Siento que han pasado años desde que vi el exterior por última vez.

Papá voltea a verme.

—Te tengo una sorpresa mi solecito.

—Papá...

—Lo sé, no te gustan las sorpresas, pero esto te va a encantar.

Abre la puerta del copiloto de su camioneta, a papá siempre le han gustado los autos grandes.

—Puede subir en el asiento de atrás, joven Montesco —indica papá.

—De acuerdo.

Hacemos nuestro corto camino al parque, acompañados del agradable invierno de Vivaldi y papá tenía razón, me ha sorprendido.

La ultima vez que lo vi fue cuando veníamos de camino al psiquiátrico, en ese entonces solo era un montón de pasto, ahora hasta un estanque lo adorna.

Parque Nacional Duprí; anuncia un gran letrero en la entrada.

Mis ojos se pierden ante tanto color y mis sentidos agradecen ver la vida misma.

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