Capítulo 10 Solar
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El gran día ha llegado.
Violeta, Jimmy y Peter han tenido su primera sesión con el psicólogo Montesco, en unos minutos es mi turno, pero no me siento preparada.
—¡Solar! —La enfermera Gutiérrez llama a mi puerta—. No olvides tu sesión con el terapeuta, te quedan diez minutos para bajar.
—Un momento.
Veo la sombra bajo la puerta alejarse y hago mi ejercicio de respiración 444 para calmar mi angustiado corazón.
—Vamos Solar, se hace tarde —reviso la luz del baño, la enciendo y la apago dos veces—. El dentrifico... —Doy una vuelta a la tapa para que quede bien cerrado—. El agua... —compruebo las llaves de la regadera, están cerradas.
Cierro la puerta del baño y camino hasta mi cama, paso la mano sobre la orilla del edredón que la cubre para eliminar cualquier arruga.
—¡Cinco minutos, Solar! —La enfermera Gutiérrez entra de golpe a mi habitación—. Baja ya, por favor.
—Ya estaba por salir —camino rápido a la puerta y salgo de la habitación—. Lo siento. Lo siento.
—Sabes que no tengo problema en avisarte. —Me observa con una sonrisa que percibo sincera—. Pero si de verdad quieres ver el progreso, tienes que poner de tu parte.
Asiento y caminamos hasta el elevador, ella me acompaña hasta la puerta de los consultorios.
Debo admitir que esta pobre mujer sufre mucho por mi culpa, es la única que me tiene la suficiente paciencia como para no dejarme encerrada en mi habitación, como lo han hecho otros enfermeros.
Desde que llegué al hospital ha sido la única persona amable que respeta mi trastorno, hubo otros enfermeros que no fueron amables y por eso pedí a la doctora Brown que ella se quedara a cargo de mi, tiene una forma agradable de tratar a las personas, una vez me comentó que siendo la hermana mayor, se hizo cargo de su familia desde muy joven, siempre supo que quería ayudar a los demás, pienso que eso es...
«La puerta, no cerré la puerta».
—No cerré la puerta. —Doy media vuelta y solo dos pasos de regreso, cuando siento sus manos en mis hombros—. No me toque por favor.
—Traigo los guantes —volteo a ver sus manos. «¿En qué momento se los puso? Tengo que dejar de perderme en mis pensamientos»—. Yo cerré bien la puerta. Es hora de tu sesión —toma mi mano y me hace entrar por la puerta de cristal—. Que te vaya bien —sonríe y cierra la puerta.
La observo cruzarse de brazos, esta esperando a que me vaya.
«No me hagas esto».
Sin otra opción en mente hago mi camino por el pasillo y subo las escaleras hasta el tercer piso, donde de inmediato localizo el consultorio del psicólogo Montesco.
—Tengo que hacerlo —camino decidida hasta ahí y golpeo la puerta dos veces—. Tengo que hacerlo.
Toco la punta de mis dedos con el dedo pulgar, intentando distraer mis pensamientos.
Escucho sus pasos acercarse y la puerta se abre.
—Solar, pasa. —Me recibe con una cordial sonrisa que ilumina cualquier día, excepto el mío—. Toma asiento —señala los sofás marrones.
Uno, dos, tres, cuatro, cuento mis pasos mentalmente y me siento. De inmediato me percato del orden en el ambiente; el azulejo impecable, las paredes perfectamente blancas y libres de cualquier adorno, el librero se ve ordenado; los libros acomodados de mayor a menor tamaño, el escritorio tiene sobre el un cuaderno y dos boligrafos bien alineados a su lado.
«Esto me agrada».
—¿Cómo te encuentras hoy? —Se sienta frente a mi.
Lo observo un segundo, pero lo que llama mi atención es el ligero aroma de pino en el ambiente.
«¿A caso ha limpiado para recibirme? Por supuesto que no, ¿o si? ¿Será una estrategia para ganarse mi confianza? No lo creo, no sé ve que sea de esos, aunque... ¡Basta, Solar! Solo es aroma a pino... Mi favorito».
—Señorita Winters.
Al pronunciar mi nombre regreso al presente. Me encuentro de pie frente a la ventana.
«Mi cuerpo insiste en tener voluntad propia cuando mi mente divaga. Solo respira». Me digo mentalmente.
—Lo siento. Lo siento.
«Concentrate, Solar».
—¿Quieres que cierre la cortina?
—Yo... No... —regreso a mi asiento, fijando la mirada en la ventana—. Para ser sincera... No estoy bien. No quería venir a verlo, no es nada personal, es que a mi... Lo que sucede es que, los cambios... Yo estaba bien con la doctora Brown.
—Te entiendo. Lamento causarte molestias...
—No —volteo a verlo, meto mi mano en el interior de mi sudadera simulando un guante y me acerco a él, me observa con escrutinio pero no me importa—. De acuerdo con la doctora Brown, tengo que aprender a lidiar con los cambios. —Con mi mano ya cubierta; acomodo la orilla de su bata, que hasta hace un momento se encontraba ligeramente doblada—. Perfecto. Perfecto.
Regreso a mi asiento mientras él repasa la habitación con la vista, creo que lo he puesto incómodo.
—Gracias —regresa a su postura relajada y continúa, yo prefiero volver al paisaje que me regala la ventana—. ¿Qué sucede allá afuera, Solar?
«Me ha sorprendido».
Aún así, no volteo a verlo.
—Nada. Nada. Me gusta la naturaleza, pienso que es el sinónimo de libertad, solo a veces, pocas veces, pienso que sería más feliz ahí. Pienso que sería más feliz ahí... Mi padre... ¿Limpió su consultorio para mi?
La pregunta sale de mis labios, incluso antes de pensar en ella.
—Quiero decir... No es que yo... —«¡Callate, Solar! Que vergüenza»—. Es que... huele a pino. Huele a pino.
—Limpio cada vez que sale un paciente —responde tranquilamente y la curiosidad me gana, volteo a verlo y él me sonríe ligeramente—. ¿Te gusta el aroma a pino?
—Me recuerda a mi padre, cada vez que él llegaba de una misión... su uniforme tenía impregnado el aroma a pino y tierra mojada. Me gusta el aroma a pino.
«No puedo creer lo que acabo de decirle, ¿por qué?».
—¿Cómo es la relación con tu padre?
«¿Por qué me pregunta sobre mi padre? Solar, concentrate estas en sesión, es lógico, tú misma has mencionado a tu padre. No puedo.».
—Bastante buena. No hay persona en el mundo, en quien confíe más mi vida.
«¡Solar, basta! Estas dando información confidencial. Pero debo decirlo, ¿o no? Al final, de eso se trata la terapia, aunque no sé si... ¡La puerta!».
—No he cerrado bien la puerta. —Me pongo de pie dispuesta a salir.
—¿Cuál puerta?
—La de mi habitación —respondo tomando la perilla de la puerta.
—¿Tú cerraste la puerta?
—Lo hizo la enfermera Gutiérrez —respondo soltando la perilla, tal vez esta sucia.
—¿Viste cuando cerró?
—Si.
—¿La enfermera Gutierrez ha cerrado la puerta otras veces?
—Si, pero...
—Entonces ven y siéntate, que esa puerta está bien cerrada. Confía en ella.
«Tiene razón. ¿Por qué tiene razón?».
—De acuerdo.
Regreso a mi lugar y él continúa.
—Así que solo confías en tu padre, ¿qué hay de tu madre?
«No. Ella no».
Retiro la mirada y me concentro en la ventana.
—No esta, nunca estuvo.
—¿A qué te refieres?
—A ella no le gusta... No le gustaba ser madre. Su ausencia fue emocional. —Me aclaro la garganta y bajo la mirada a mi regazo, donde mis manos descansan entrelazadas—. No quiero hablar de ella. Honestamente sería una perdida de tiempo.
Un silencio que es incómodo para mi, llena la habitación. Levanto la mirada y lo veo ponerse de pie para caminar hasta la puerta.
—Gracias, Solar. —La sonrisa que enmarca su rostro llega hasta sus ojos—. Gracias por tu buen recibimiento, es agradable verte comunicativa.
Quiero devolverle el gesto, hacerle saber que también me he sentido a gusto, que después de todo me he sentido cómoda. Pero no puedo. No puedo.
Mi mano derecha busca la orilla de mi sudadera para hacerla puño.
—Lo veo en la siguiente sesión.
Abre la puerta y salgo casi corriendo.
Una vez afuera de los consultorios inhalo profundo y cierro los ojos.
«Lo has hecho bien, Solar».
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