Capítulo 1
🚪 Dahir Montesco 🚪
Por supuesto que tengo miedo, por supuesto que no todo está bien, pero yo sé que torpemente fluyo, vuelo junto a este viento negro...
Son las palabras que suenan a través de los audífonos que traigo puestos; On de BTS envuelve mis sentidos, esta canción me agrada mucho porque va de acuerdo con mi vida; no he encontrado mi verdadero sentido y las palabras de los demás me son indiferentes, y aunque he llevado una vida de dolor y lucha sigo andando mi camino como si nada me hubiese roto.
Por eso estoy estudiando psicología clínica, para ver sí un rayo de luz ilumina esta oscuridad, pero hasta ahora, nada.
Sigo caminando mientras repaso mentalmente lo que tengo que hacer hoy, entro al aula en el tercer piso y con un rápido vistazo distingo a los mismos rostros de siempre, sin embargo, prefiero ignorarlos perdiendome en mis pensamientos, dejándome inundar por la música.
Llego a mi asiento y me quito los audífonos.
—¡Dahir! —reconozco esa voz y al instante levanto la mirada de la paleta de mi pupitre.
Bianca esta delante de mí.
Bianca Cortez es mi mejor amiga y novia de mi mejor amigo; Nathan Galen. Lleva su mejor sonría y no puedo evitar sonreírle de vuelta.
—¿Estás molesto? Media aula te ha saludado y no has respondido.
—Hola, Bianca, lo siento pero traía la música a todo volumen —señalo los audífonos en mi mano.
Voltea a ver a nuestros compañeros.
—¡No hay problema, chicos! —señala sus orejas—. ¡Era la música!
Todos se relajan y por un momento lamento ser el popular de la clase, de alguna manera todos han puesto sus altas expectativas en mi, lo cual es abrumador.
—¿Estas lista para iniciar las practicas profesionales? —cambio de tema cuando la veo sentarse a mi lado derecho.
—Nathan y yo encontramos lugar en la Clínica Santa Clara —expresa con entusiasmo—. No es como lo que imaginábamos, pero es mejor que haber terminado en un centro de adicciones o cualquier cosa de la doble a. Y tú, ¿a dónde irás?
Pero antes de que pueda contestarle, Romeo está aquí. Nathan se abalanza sobre ella y le planta un fuerte beso.
—¿Qué hay hermano? —Se sienta detrás de Bianca—. ¿Cómo está Merida? Ya no la hemos visto por aquí.
Merida es mi novia, ella está en psicología organizacional.
En esta universidad entras con todos a las mismas clases los primeros dos semestres, en el tercer semestre eliges algún área de la psicología que te interese más y desde ahí te formas como psicólogo con alguna especialidad, yo elegí la psicología clínica pero Meri se fue a organizacional, según ella es más factible, como sea, mi decisión no le gustó y desde entonces siento que nos estamos alejando cada día más.
—Desde que regresamos de las vacaciones de verano, todo ha ido mal, ella ya empezó sus prácticas y ahora que yo también lo haré dudo mucho que nos veamos.
—Que mal Dahir, pero no te preocupes, sí Merida de verdad te quiere hará lo posible para que la relación funcione. —Me alienta Bianca, con esa distintiva voz tan dulce como el algodón de azúcar.
—Merida siempre ha sido una novia seria y poco afectiva —agrega Nathan, como quitándole importancia al asunto—. No te preocupes hermano hay más peces en el mar.
—¡No le digas eso, Nathan! —Lo regaña Bianca y después me ve seriamente—. ¿Qué pasó con tus prácticas? Ya no nos comentaste en dónde las harás —cambia de tema.
—¡Cierto! —asiento más entusiasta—. Conseguí el lugar en el Hospital Psiquiátrico Trinity —confieso con una gran sonrisa.
—¡Vaya!, veo que lo lograste —Nathan se enorgullece—. Me alegra saber que te aceptaron, este año solo había dos lugares y uno ya tenía tu nombre —explica con ánimo.
—¡Buen día, jóvenes! —saluda el profesor Mendoza; este semestre nos imparte la materia de Terapia Humanista—. Su coordinadora me pidió que les recordará que tienen que comenzar su proceso terapéutico, para poder hacer sus prácticas profesionales —comienza a anotar el tema del día en la pizarra.
«¡Lo había olvidado!».
Cuando comienzas las practicas también debes iniciar tu proceso terapéutico, es una forma de apoyo para nosotros desde la universidad, algo muy común en México, inclusive aquí en la frontera con Estados Unidos.
«Tal vez pueda tomar terapia con el señor Mendoza, dicen que es bueno, tendré que hablar con él».
Para cuando terminan las clases voy a la sala de maestros, donde localizo de inmediato al señor Mendoza.
—Joven Montesco, dígame, ¿qué puedo hacer por usted? —salimos al pasillo para no interrumpir a los demás maestros.
—Quiero llevar... sí es posible... llevar mi proceso terapéutico con... con usted, de ser así... los sábados estaría bien. —expongo con algo de torpeza, tomando la correa de mi mochila con la mano derecha solo para mantener mis manos ocupadas.
—Claro, no hay problema —saca una pequeña hoja del folder que lleva entre las manos—. Podemos empezar el siguiente sábado, a las... diez de la mañana —propone viendo su papel, después levanta la mirada—. Acabo de dar a un paciente de alta, es el único espacio que tengo
—Claro, es perfecto, mis prácticas comienzan la siguiente semana.
—Muy bien, nos vemos en clase —asiento y el señor Mendoza regresa a la sala de maestros.
Camino hacia el estacionamiento hasta llegar a mi Chevy negro, donde Nathan y Bianca están esperándome junto al Mercedes de Nathan.
—¿Qué te dijo? —Bianca es la primera en hablar.
—Que sí, este sábado tengo mi primera cita a las diez —explico satisfecho.
—¡Eso es increíble, Dahir! Tienes la vida resuelta —comenta Bianca sonriente, aunque su gesto desaparece casi en el mismo momento—. Ahí viene Merida —murmura entre dientes y yo no volteo, espero hasta que llegue junto a mí.
—Hola Dahir. —Me saluda con un beso casto, sus labios están fríos y su mirada también—. ¿Cómo te fue en clase? —ignora a mis amigos.
Merida es el tipo de chica que muchos hombres desean tener; una alta y esbelta rubia, sus ojos azules sobresalen en su hermoso rostro, sus rasgos no eran finos pero se hizo cirugía y los consiguió, es muy lista, con el mismo nivel de manipulación y posesión, siempre vistiendo los atuendos más exclusivos y maduros que puede conseguir; gracias a la tarjeta de su madre y los billetes que recibe cada mes de su adorado padre.
Soy realista, Merida es una chica de mundo, con un corazón frío como el hielo, pero que puede llegar a encenderse junto a mi.
Bianca fue su amiga en un tiempo, pero se alejaron y la razón la desconozco. Nathan por otro lado, nunca estuvo de acuerdo con nuestra relación, por eso le da igual si terminamos o no.
—Muy bien, ya conseguí un terapeuta para iniciar mi proceso, ¿tú ya tienes uno?
Antes de que conteste, Nathan nos interrumpe.
—Nos vemos luego, Dahir, necesitamos ir a terminar el trámite de nuestras prácticas. —Se toma de la mano de Bianca y se van.
Yo asiento en señal de aprobación, por el rabillo del ojo logro ver como Merida rueda los ojos.
—Tengo terapeuta desde que inicié mis prácticas, mi mamá me consiguió una. —contesta secamente—. No sé por qué sigues frecuentando a esos ineptos. No tienen nada que ofrecerte, Dahir.
—Merida...
—¡No! —levanta su dedo índice para que me calle—. Nunca vas a sobresalir con gente como esa a tu alrededor. Si me hubieses escuchado...
—No estaría aquí. —La interrumpo—. Meri, no empecemos otra vez, por favor —pido tomándola de las manos—. Necesito ir a recoger un papel para mis practicas, ¿vienes? —cuestiono esperanzado.
—Bien, vamos —accede de mala gana, y aún así me alegra.
En el departamento de Prácticas Profesionales me indican que los tramites están listos para que comience mis prácticas el lunes.
Estoy en el Chevy con Merida, llevandola a casa como siempre lo hago, cosa que a partir del lunes ya no será así.
—Que mal que nuestro tiempo juntos se está terminando —comento cuando la acompaño hasta la puerta de su casa.
—Son solo ocho meses, seguro que sobreviviremos —recalca y me da un beso, sus labios son más cálidos y sus manos atrapan mi cuello, manteniéndonos cerca—. Sube conmigo... —murmura contra mi boca y no lo dudo ni un segundo.
Ingresamos precipitados a su hogar y subimos las escaleras corriendo; tropezando de vez en cuando con nuestros propios pies hasta el segundo piso, donde seguimos corriendo por el pasillo y llegamos a la última puerta, la de su habitación. Entramos de golpe y cierro la puerta detrás de nosotros.
Seguimos besándonos mientras nos despojamos de nuestras prendas, siendo víctimas de nuestros deseos. Le quito la blusa y ella me baja los pantalones. Arrebato la tela que envuelve su cintura y ella se deshace de mi playera sacandola sobre mi cabeza. La empujo contra la cama y amoldo mi cuerpo sobre ella; besándola y acariciándola. Su piel siempre ha sido suave y tersa, agradezco que no se haya operado los pechos o no me dejaría tocarla.
La beso en el cuello y ella arquea la espalda permitiéndome desabrocharle el sostén. Le bajo las pantaletas y ella busca un preservativo en uno de los cajones de su cómoda.
—Aquí... —Me pasa el condón, escucho su voz ronca y su respiración agitada.
Me coloco el preservativo y lentamente me apropio de su cuerpo, haciéndola mía en todos los sentidos. Tomando su ser como si fuese algo nuevo y desconocido para mí.
Ambos nos hallamos agitados; nuestras respiraciones buscan más y más aire, siento como mi corazón palpita a gran velocidad, ella se estremece debajo de mí y entre jadeos grita mi nombre, llamándome a su encuentro.
—¡Dahir! —cierra los ojos con fuerza, yo me muevo más rápido y ambos llegamos al orgasmo al mismo tiempo, o eso creo.
Ella se recuesta en el colchón con los ojos cerrados y la boca entre abierta, me coloco a su lado y nos abrazamos, intento guardar este momento en mi memoria comparándolo con la primera vez que estuvimos juntos, pero no hay ni una gota de esa esencia en este instante.
Y como siempre, siento que algo falta.
El corazón me dice que algo hace falta.
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