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PROLOGUE: "a new generation"

✧•──PRÓLOGO•✧
UNA NUEVA GENERACIÓN

𝕽ayen contemplaba uno de los jardines de palacio desde el balcón de su habitación. Desde un primer momento, le llamó la atención ver a Gadea, su protegida, sentada en el borde de la fuente que protagonizaba el vasto jardín.

     Salió de su habitación con calma, pues no había nada que la apremiara en ese momento.

     El sol le golpeó en la cara y no se arrepintió de haber dejado su capa atrás, pues hacía un tiempo envidiable.

     —Gadea, ¿qué haces aquí tú sola? —La niña pequeña tenía suciedad en la mejilla y todavía llevaba puesta la ropa de entrenamiento—. Me dijiste que te llevabas muy bien con June. ¿Por qué no vas a buscarla?

     —Está con Robin.

     —¿Y por qué no vas con ellos?

     —Qué más da. Él terminará lléndose. —Gadea, con sus mejillas de una niña de cinco años, hizo un puchero que hubiera conmovido hasta a una piedra. Pero no a Rayen—. Es lo que hacen todos.

     Rayen suspiró con abatimiento y terminó sentándose al lado de la niña. Le quitó el coletero que mantenía su cabellera rubia recogida en una coleta medio desecha y le empezó a desenredar el pelo con los dedos.

     —Ya hemos hablado de esto, Gadea. Ya verás como mejorará enseguida. —Rayen ignoró los quejidos de la niña, ya que de vez en cuando le daba algún tirón en el pelo involuntariamente—. ¿Qué tal han ido los entrenamientos de esta semana?

     —Aún no he encontrado mi arma.

     Rayen tuvo ganas de soltar una carcajada al haber escuchado a una niña tan pequeña quejarse por algo así. Sin embargo, recuerda perfectamente que ella estuvo en su situación tiempo atrás. Ser una Guardiana no siempre era fácil, y la nueva generación de Guardianas, que todavía se encontraban en una edad muy temprana, estaba reticente a recibir el entrenamiento necesario.

     Pero las normas están por algo. Las Guardianas son seres humanos, después de todo. Están hechas de carne y hueso y todos los ingredientes que tiene el cuerpo humano. Por eso hay un entrenamiento tan riguroso. No separan a niñas de sus padres por puro placer. No las hacen entrenar todos los días con diligencia desde los cuatro años por diversión. Después de todo, la perfección tiene un precio.

     Una innovación de la reina Serena fue asignar una especie de tutoría a sus Guardianas con las que estaban siendo entrenadas. Era una buena idea, ya que así podían servir de ejemplo a las futuras defensoras del reino.

     —No te preocupes por eso. Aún tienes tiempo, muchas Guardianas tardan bastante en encontrarla.

     —Tú a mi edad ya lo habías hecho.

     Rayen se maldijo mentalmente. Se suponía que estaba para servir de ejemplo, no para que la niña se comparara con ella.

     —¿Te tenías que fijar precisamente en eso, renacuaja? —Le dijo, terminando de atarle una coleta sin una sola greña—. Corín me dijo que estabas progresando con la espada.

     —Es un arma tan común.

     La Guardiana enarcó las cejas con un deje de diversión.

     —Dicen que es el arma más noble que existe. ¿Nunca has oído hablar de la ancestral orden de los caballeros?

     Gadea la miró con los ojos cargados de interés.

     —¿Existe una orden de los caballeros?

     —Por supuesto. Pero las Guardianas no están incluidas —indicó—. En la biblioteca real hay tomos llenos de polvo que cuentan cientos de historias.

     —¿Podemos ir a verlos? —preguntó con una alegría notable.

     Rayen, sin embargo, no se dejó embaucar por los hoyuelos de sus mejillas y sus ojos azules.

     —¿No era hoy cuando tenías entrenamiento por la tarde? —le preguntó con reproche—. Y no me pongas esa carita de perro mojado, eres mi protegida, no mi hija. Tienes que entrenar para mejorar.

     —De acuerdo.

     —No me estás dando pena, Gadea, soy inmune a esa cara. —Suavizó la expresión de su rostro y le dio una sonrisa más amable—. Mañana a primera hora podemos echarles un vistazo.

     La alegría volvió a los ojos de Gadea inmediatamente.

     —¿Estás preparada para el día de vuestro juramento? —le preguntó Rayen, cambiando de tema—. Conocerás a Rohana formalmente.

     —Lo sé. El otro día la vi paseando con un vestido azul como el agua de la cala de Frey. —Gadea se levantó de la fuente y empezó a dar vueltas sobre si misma, imitando los vuelos que tendría el vestido de la princesa que describía—. Me encantaría tener al menos un vestido así en la vida.

     —No te dejes llevar por cosas banales como los vestidos.

     Gadea recorrió a Rayen con su mirada. Llevaba un vestido largo de un azul oscuro, hecho de un material fresco y cómodo. La niña, en cambio, llevaba puesta la ropa sudorosa del entrenamiento.

     —El día de tu juramento podrás llevar un vestido muy bonito —le dijo Rayen, sabiendo lo que se la había pasado por la cabeza a la pequeña—. Piensa en lo bien que te lo vas a pasar. Incluso te dejarán elegir algunos de los platos del menú.

     —¿Podré ver a mi madre?

     Rayen intentó que Gadea no fuera capaz de leer la respuesta en su expresión. Comenzó a maquinar ella sóla qué decirle a una niña que echaba de menos a su madre que, básicamente, no podría ver a su madre. Ni siquiera sabía en qué condiciones estaba su madre, si había logrado salir hacia delante o, en cambio, las deudas la habían consumido.

     —Puede que la veas entre el público —le dijo, en un mal intento de alentarla.

     —Está bien —accedió—. Mi descanso está por acabar. Nos vemos luego, Rayen.

     La Guardiana la despidió con la mano y una sonrisa. Suspiró mientras veía a Gadea irse corriendo y decidió dar una vuelta por los jardines antes de volver a entrar dentro del palacio. A Rayen le gustaba Roswald. Era su reino, después de todo, pero si alguien le dijera a la cara que tenían unas leyes... cínicas, no sería capaz de rebatírselo. Fue paseando con calma, dejando atrás árboles de todo tipo y flores paradisíacas de colores de lo más vistosos. Casi al fondo del jardín se podía ver la estatua de Aglaeca, la Fundadora, con una espada de oro en la mano derecha y sujetando un libro con el otro brazo. 

     Probablemente, esa se tratara de la estatua más inmensa que haya visto en toda su vida. Sin embargo, no se detuvo a contemplarla y siguió con su camino. Escuchó unas risas a lo lejos y descubrió que se trataban de los mellizos Robin y June, charlando tranquilamente en la sombra que les proporcionaba uno de los pasillos exteriores del castillo.

     La risa de June fue interrumpida en cuanto vio a Rayen a lo lejos. Estriró su espalda y cuidó su postura. Rayen sonrió en un gesto tranquilizador y saludó a los dos hermanos inclinando levemente la cabeza, pero sin detener su caminata.

     Los mellizos Andranedca eran el motivo de las sonrisas de más de una persona en palacio. Rayen piensa que su aspecto representa a la perfección sus personalidades. O al menos, el efecto que tienen sobre la gente que los ve. Los dos eran como ese día. Soleado y resplandeciente. Con el pelo rubio y los ojos marrones —los cuales adoptaban un color miel cuando les daba el sol— los hacían verse como dos rayos de sol andantes.

     Rayen cortó sus pensamientos de raíz. No le gustaba psicoanalizar a la nueva generación de Guardianas, principalmente, porque terminaba sintiendo pena por ellas. Y bueno, en una situación en la que no puede hacer nada, la pena sirve de bien poco. Lo que realmente podía hacer para ayudarlas era normalizar la situación. No necesitaban a una persona más que las mirara con pena y lástima.

     Intentó que su piel morena absorbiera la mayor cantidad de rayos de luz y se dispuso a seguir el camino que volvería a llevarla al interior del castillo.

     En el balcón del despacho de la reina, se encontraba Serena, que habría salido a descansar un rato y tomar el aire. Volvió a entrar dentro de la sala, y una sonrisa de calma apareció en la cara de Rayen. Le gustaba su vida actual. Una vez que terminaba el entrenamiento de una Guardiana, sólo entrenaban para mantenerse activas. Ahora su vida era tranquile y mucho más alegre de lo que hubiera podido llegar a imaginar.

     Sin embargo, Rayen se quedó estática en su lugar al ver las patas de un animal en el balcón en el que estaba segundos antes su reina.

     Empezó a correr inmediatamente. Los pasillos del palacio estaban prácticamente vacíos a esa hora del día. Su cabeza empezó a maquinar una explicación lógica para explicar qué estaba ocurriendo. Por el color de su pelo y el tamaño de sus patas, probablemente se tratase de un león o una leona.

     Lo cual carecía de sentido.

     Pero no importaba. Rayen subió las escaleras a toda prisa e hizo un repaso mental de las armas que llevaba. Tenía tres dagas atadas en las piernas, escondidas por su vestido, y se maldijo por no llevar un arma más... efectiva. Pero esas eran sus armas de urgencia, se suponía que simplemente iba a dar un paseo para luego equiparse correctamente. Tendría que apañarselas lo mejor que pudiera. Abrió la puerta de repente a la vez que sacó una de sus dagas, dispuesta a lanzarla al ver al animal.

     Sin embargo, sólo estaba su reina sentada detrás de su mesa.

     —¿Qué es lo que ocurre, Rayen?

     La Guardiana bajó el arma, anonanada. ¿Tal vez lo había imaginado todo?

     Pero no lo había imaginado. Estaba segura de haber visto las patas de un animal ahí. Por eso, no dudó en decírselo.

     —Antes he visto un león.

     Serena alzó las cejas, sorprendida, y se levantó de la silla para cerrar ella misma la puerta. Miró a ambos lados para asegurarse de que no había nadie y se acercó a su guerrera para susurrarle:

     —Rayen, ¿alguna vez has oído hablar de Aslan?

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