El cielo comenzó a resquebrajarse de la noche, algunos puntos de contraluz sobresalían en el asfalto cundo Ian salió de la cabina de teléfono, rumbo a la habitación dónde sólo esperaba ver a Annik y a esos ojos oscuros que lo hacían a él sentirse tan real. Annik, justo notó la ausencia de Ian, cuando notó su cabeza en el respaldo del sofá y su cuerpo cubierto de mantas, sólo esperaba que Ian entrara por la puerta con los restos del invierno sobre su abrigo.
La puerta se abrió dejando ver la sombra frustrada de Ian en el suelo del apartamento, Annik se se levantó del sofá, e Ian aparcó sus manos sobre la cintura casi desnuda de Annik, en comparación el abrigo de Ian cubierto de noche, carretera, invierno y una llamada telefónica.
-¿Dónde estabas? – dijo Annik – Ian sonrió, intentando darle color a esa mirada inexpresiva que vivía con él, que siempre se separaba de él, cuando estaba Annik.
-Fui a dar una vuelta por Berlín, y llamé a Debbie – explicó Ian. -¿Annik, llevas mucho despierta? –
-No, hace sólo unos minutos, tranquilo – Annik tocó el rostro de Ian con sus manos, intentando darle ella su calor, y quedarse con el frío de Ian convertido en hielo.
-Estoy feliz de estar contigo, Annik, te quiero, a pesar de mi matrimonio, a pesar de Debbie, a pesar de todo – Ian torció el gesto – sé que no es suficiente, siempre tendremos al fantasma de Debbie, pero no sé cómo explicarle que te he encontrado a ti.
-Tendrás que hablar con Debbie tarde o temprano, o se enterará ella, de alguna forma o de otra, y esas formas son las peores, porque arruinas totalmente su confianza, para siempre – Ian, torció el gesto e intentó llenar su rostro enfriado por su salida nocturna de la vida francesa de las mejillas de Annik.
-Lo sé – susurró Ian.
Luego miró a Annik y se acordó de su expedición al muro de Berlín.
-Ven conmigo, quiero que Berlín quede para la historia en nosotros para siempre –Annik sonrió extrañada pero sus ojos oscuros se llenaron del brillo propio de las estrellas fugaces.
-¿Cómo vamos a hacer eso, Ian? – Ian sólo dejó que Annik se pusiera su abrigo en silencio, y Annik comprendió que no le iba a desvelar nada hasta que estuvieran en el sitio que él quería enseñarle.
Caminar por Berlín agarrado al cuerpo de Annik era para Ian una sensación nueva e incandescente, no pensaba en Debbie, y pensaba que lo único que la unía a ella era Natalie, y aquel poema de Wordswooth en la ventana, que a ella no le debía nada, aunque sabía que se lo debía todo, pero sólo quería pensar que Annik era la indicada, que estar con ella, al medio amanecer de las calles de Berlín no era un error. De pensar que el muro había visto tantos desastres, tantas caídas y desiertos, ojos desasosegantes mirando a las líneas de las calles, y pensaba que si hubiera visto aquel muro aquellos ojos oscuros, el muro no habría soportado su peso, y se habría desplomado a base de instantes, a base de parpadeos y sombras negras. A veces pensaba en su mirada y podía ver una flor belga caminar hacia él con contraluces de primavera francesa.
Esas iris oscuras que sólo tendrían un semejante, un compatriota para declararle la guerra y los derechos federales, el Nilo.
Esa belleza europea de rostro tan parecido a una muñeca rusa, tenía en sus ojos todos los misterios de una diosa egipcia, del templo de Isis.
Un Berlín que se quedaría grabado para siempre en los ojos azul roto de Ian.
nota: Buenos días, como prometí, aquí traigo Isis, otro capítulo de esta historia de Annik e Ian. Espero que os guste mucho, honestamente, este es bastante especial para mí. Gracias por todo.
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