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Introducción

La noche pintaba tranquila aún siendo una ciudad tan caótica como Nueva York. De lejos se escuchaba el incesante sonido de las sirenas acudiendo a algún llamado de emergencia y las luces de los edificios junto con el alumbrado de las calles impedían la entrada total de la oscuridad. Leo contempló su entorno con suma cautela, no podía deshacerse del sentimiento de vigilancia constante que lo había seguido apenas salió de su guarida.

La tortuga de bandana azul se detuvo por unos segundos. Tal vez era su paranoia, esos encuentros siempre le levantaban el miedo de ser descubierto. Sabía que hacía mal, pero por primera vez estaba dejando actuar a su corazón. Al confirmar que estaba solo reanudó su carrera y pronto estuvo en el lugar de encuentro, una bodega solitaria cerca de los muelles. En la azotea estaba ella esperando por él, su silueta oscura apenas alcanzaba a ser delineada por las luces que se escabullían desde la acera.

El líder no le quitó los ojos de encima, mientras intentaba llegar a ella haciendo el mínimo ruido posible. Le gustaba ver cómo en sus encuentros se envolvía buscando un poco de calor, ocultando la mitad de su rostro en la mascada roja que siempre portaba al cuello. La hacía lucir indefensa, otorgándole la humanidad que había perdido ante sus ojos al ser aliada de Destructor. La tortuga de bandana azul cayó de pie delante de la asiática y se acomodó a su lado, dando de paso un tierno beso en su mejilla.

—¿Juegas Candy Crush? Eso es de señoras —se burló el chico echando un vistazo a la pantalla del celular donde la joven estaba perdida antes de su llegada.

Karai clavó en él sus ojos negros y una sonrisa de mofa apareció entre sus labios ocultos detrás de su mascada.

—Tal vez no estaría obligada a jugar estos juegos de señora si alguien hubiera llegado más temprano a nuestra cita —recriminó guardando el aparato en uno de sus bolsillos. Luego se irguió para contemplar mejor a la tortuga—. No sueles tardar tanto. ¿Pasó algo?

Leo desvió la mirada para posarla sobre el cielo nocturno. Debido a la contaminación y a la luz de la ciudad ni siquiera era posible percibir las estrellas que decoraban el firmamento. Dio un suspiro al recordar lo que había batallado para llegar a tiempo a su ansiado encuentro.

—Creo que mis hermanos están sospechando algo. Se pusieron muy pesados al respecto y no querían dejarme, como si tuviera que darles explicaciones. Perdón por tardar, nena —se disculpó con sinceridad intentando sonreír ante la amarga situación que acaecían.

Leo estaba más que seguro que sus hermanos nunca iban a entender lo que era estar enamorados. Simplemente había dejado de ver a Karai como una enemiga y ahora contaba los segundos para volver a estar entre sus brazos. La chica acercó su rostro al suyo y tomó los dos extremos de la cinta que cubría el rostro de la tortuga.

—Es lo que pasa cuando siempre eres un chico bueno. Te quieren mantener controlado.

—Me parece que no soy un chico bueno —contestó Leo, empezando a complementarse bien en el coqueto juego que Karai estaba iniciando—. Te recuerdo que estos encuentros están prohibidos para los dos...

Y esas palabras eran lo que más excitaba a la tortuga líder, sentir que rompía con ese papel de bueno que siempre había llevado ante todos. Karai despertaba su lado rebelde, ese al que no le gustaba ceder tan fácil y que en su familia tanto se reprobaba. Ella se acercó a su rostro, acelerando su cuerpo como solo su presencia lograba hacer. Se notaba más juguetona que de costumbre y eso lo avivaba.

—Sígueme, chico malo, te tengo un regalito preparado allá abajo —le susurró Karai al oído señalando con el dedo la estructura sobre la cual estaban.

Leo mordió su labio inferior y tal como ordenó la joven, la siguió dentro de la bodega, expectante de lo que pudiera suscitarse en ese momento. Sus hormonas ahora eran las que guiaban sus acciones.


—¡Es Karai, chicos! —exclamó Mikey cuando él y sus hermanos vieron a Leo perderse detrás de la joven en la negrura de la entrada que dirigía al interior de aquella bodega—. Leo sale con Karai...

—Sí, Mikey, muchas gracias por señalar lo que todos acabamos de ver hace cinco segundos —comentó Donnie con sarcasmo mientras se inclinaba sobre la cornisa de la azotea donde estaban los tres.

El chico de la bandana violeta buscó entre sus artefactos hasta sacar una pequeña cámara de infrarrojo que le permitía contemplar presencias a través de las paredes, gracias a su calor corporal. Algo no le olía bien. ¿La mano derecha de Destructor lo estaba traicionando saliendo con el enemigo? ¡Qué impensable sonaba eso!

—Les dije que algo nos ocultaba —gruñó Rapha apretando los puños con coraje. No podía creerle a sus ojos, que su hermano había accedido a estar con alguien del Clan del Pie, con Karai, un ser tan despreciable que había intentado matarlos varias veces en el pasado—. Está saliendo con esa... ¡Esa arpía! Y no nos pensaba decir nada. ¡Vaya, qué buen equipo somos donde nosotros sí tenemos que estar bajo su control, pero a él si le da la gana irse con su novia del Pie lo hace sin problemas!

—Consiguió novia, ¡bien por él! Deberíamos apoyarlos, ya me huele que Destructor será de la familia —intervino Mikey con su usual optimismo, encogiéndose de hombros.

La tortuga de banda naranja, por su parte, trataba de ser empático con su hermano líder. A su punto de vista los cuatro habrían estado felices de encontrar a alguien que los aceptara sin importar su condición de mutantes y si Leo lo había conseguido con Karai lo llegaba a considerar afortunado. De pronto Donnie se irguió con rapidez, extendiendo en un gesto urgente la cámara hacia Rapha, quien ya se acercaba amenazante a Mikey, dispuesto a darle un golpe en la cabeza para hacerlo entrar en razón.

—No creo que el propósito de Karai sea precisamente integrar a Destructor a la familia —finalizó Donnie sacando el bo que portaba en la espalda, listo para saltar a la acción.

—¡Sabía que era una maldita perra! —vociferó Rapha con violencia dejando a un lado la cámara que le había pasado Donnie para desenfundar sus sais. Apenas un vistazo había bastado para entender lo que estaba sucediendo ahí dentro.

Mikey se sobresaltó ante el abrupto estado de alarma en el que habían entrado sus hermanos y casi por inercia sacó él mismo sus nunchackus. No necesitó ver la cámara para saber que Leo ya se encontraba en un grave problema y que debían actuar más rápido que nunca.

—¿Y bien? ¿Qué querías hacer? —balbuceó Leo con torpeza mientras se dedicaba a juguetear con el sobrante de su cinta como si fuera un niño nervioso.

La idea de estar ahí con la que consideraba su novia, en un lugar solitario, con la oscuridad como única cómplice, le levantaba un torrente de pensamientos impuros que lograban erizar su piel y acelerar su corazón. Sin embargo, intentaba controlarlos junto con sus instintos que empezaban a aflorar. Ni siquiera habían tenido su primer beso, él no quería que ella se sintiera presionada teniendo en cuenta su misma apariencia física. Para Leo todavía era una sorpresa que no rechazara su contacto, por mínimo que fuera.

—¿Estás nervioso? ¿Tienes miedo? —indagó Karai con un tono sensual en su voz.

Sus ojos negros no perdían detalle alguno de la actitud que la tortuga portaba. Se acercó hasta él y tomó la mano con la que jugueteaba con su cinta para guiarla hacia su cintura poco definida. Leo se sobresaltó por el gesto al mismo tiempo que sus mejillas se colorearon con intensidad. Karai lograba sacarlo completamente de sí, se sentía como un niño torpe al que tenían que enseñarle las cosas. Tal vez esas en concreto sí. Era la primera vez que experimentaba el amor y con él todo lo que conllevaba. No pensaba con claridad, su cabeza era un lío entre tanta emoción nueva.

—¿Temes que te vaya a morder? —volvió a preguntar Karai acercándose más a él, portando una nueva actitud sensual que a los ojos zafiros del líder era bellísima.

—No me molestaría que lo hicieras —se atrevió a devolver, intentando formar en sus labios una sonrisa que esperaba que su receptora entendiera como pícara.

Karai se acercó más a Leo, poniéndose en puntas de pie para acortar la distancia de sus cabezas. Veinte centímetros era la diferencia de altura y era apenas capaz de llegar a su rostro. Leo tragó pesado al ver lo que intentaba la azabache, el momento había llegado, por fin ambos daban un paso más en la intimidad y él, por primera vez, experimentaría el sabor de los labios de una dama.

Bajó la cabeza, ayudando a Karai con su búsqueda de cercanía y se atrevió a envolver más su cuerpo para atraerlo hacia sí, en un ajustado abrazo. Su corazón estaba tan acelerado que se encontraba seguro de que Karai era capaz de detectar sus latidos a través del caparazón que cubría su pecho. La chica lo tomó de la nuca y lo guió hasta su rostro. Su otra mano, escondida de la vista de él, se preparó también para lo que estaba por suceder. Con una lentitud casi tortuosa para la tortuga líder, sus labios tímidamente se unieron en un suave beso.

Para Leo su cuerpo ebulló con las emociones que le produjo ese primer contacto íntimo. Nunca en su vida creyó que sería posible que él llegara a experimentar algo así. Su vida entera siendo marginado por el entorno en el que vivía había logrado hacer mella en su confianza, así como la de sus hermanos. Karai era capaz de darle una probada de lo que era tener a alguien a su lado que no le importara su aspecto. Quería gozar ese instante, que dentro de él se volviera eterno.

Karai, por su parte, apretaba el estómago, intentando no soltar arcadas que se transformarían en vómito del asco que ese beso le estaba produciendo. Todos sus encuentros le provocaban repugnancia, odiaba sentirlo cerca y más cuando Leo la trataba con cariño, haciéndole mimos. Le llegaba a causar un malestar estomacal que solía durarle días. Su presencia le provocaba adversidad y no podía mirarlo a los ojos sin sentir la ira recorrerla. Pero aquello lo hacía por su maestro. Terminaría con esa plaga de una vez por todas, cortando la cabeza del grupo los otros no tardarían en caer.

Leo disfrutaba, absortó en sus pensamientos. Sus labios pedían más, no deseaba que llegara el fin de ese momento. Levantó ambas manos de la cintura de Karai y las llevó alrededor de su rostro para sujetarlo. La chica abrió levemente los ojos al sentir como pretendía intensificar el beso. Sin embargo, no hizo nada por alejarse. El punto débil, había pedido Destructor, y ella anatómicamente lo había encontrado.

A los costados de sus brazos su caparazón dejaba libre parte de su piel. Esta debía ser igual de dura que la que cubría sus demás miembros, pero no impenetrable. Una sonrisa se formó en los labios de Karai, a pesar de estar ocupados en otra cosa. Le iba a dar un último regalo de despedida y, si las cosas se ponían difíciles, por toda la bodega habían lacayos del Clan del Pie que iban a ayudarle a terminar con el trabajo. Llevaría la cabeza de la tortuga y su caparazón como recompensa.

De pronto, la tortuga se detuvo en seco. El dolor lo atravesó con violencia, sacándolo de su ensoñamiento. Inconfundible como era, el sonido de la carne siendo atravesada por un arma punzocortante envolvió el ambiente y él fue capaz de sentir cómo el acero iba siendo introducido en sus entrañas, provocando el mayor de los suplicios. Leo, bajó la mirada. Estaba confundido. Sus sentidos nublados no le permitían captar bien lo que sucedía a su alrededor. De pronto su cuerpo se estremecía y la carne viva palpitaba ante la herida causada.

Sus ojos se abrieron al percatarse de lo que pasaba Karai sonreía triunfante mientras empuñaba el arma con la que lo había herido y que aún mantenía ahí en el lugar. Leo mordió su labio inferior, intentando controlar el dolor insoportable que le generaba.  La azabache parecía gozar cada instante de ese momento. El sacrificio de tantas semanas por fin tenía recompensa. Su actuación ya brindaba su fruto.

—¿C-cómo...? —farfulló Leo, como si todavía fuera incapaz de comprender del todo lo que había hecho.

Los ojos sedientos de sangre de Karai le respondieron y sus labios negros mostraron sus dientes conforme la sonrisa se extendía en su rostro, soltando incluso una ligera risa. Había sido un ingenuo total al creer que Karai se le acercaba por interés, porque veía en él algo más que un mutante o su enemigo.

—¿En serio me creíste? Todo este tiempo te estuve usando... No creo que nadie en su sano juicio quiera salir con alguien como ustedes. Eres un monstruo —murmuró Karai a su oído.

Destrozarle el corazón le estaba resultando incluso más divertido que asesinarlo con sus propias manos. Quería hacerle daño, quería hacerlo pedazos. Y como si las palabras no fueran suficiente para hacerle entender lo que en realidad sucedía y, deseando causarle todo el suplicio posible antes de que muriera, la azabache removió la espada en la herida, multiplicando el dolor en la tortuga. Leo soltó un grito ante el martirio.

Al unísono, las tres tortugas restantes rompieron varias vidrieras para irrumpir dentro de aquella bodega. Habían entrado en los lugares específicos donde Karai había acomodado a sus refuerzos del clan del pie y se dedicaban a luchar contra los soldados, los cuales al detectar su presencia se dedicaban a tratar de combatirlos. La chica, apenas daba vuelta para enfrentarse a los restantes, cuando una corriente eléctrica la envolvió, haciéndola caer inconsciente.

Donnie apareció delante de Leo, había sido quien había atacado a Karai utilizando su bo con el generador de descargas que le había integrado. Al ver que su hermano estaba mal fue directo a ayudarlo, dejando que los de antifaz rojo y naranja se hicieran cargo de los soldados restantes. La tortuga de antifaz violeta enseguida prendió su escáner y dio una rápida revisada a la herida que le provocaron. Al menos, Karai no había retirado el arma, lo que podía fungir como un tapón a la sangre que iba a salir a borbotones una vez se extrajera. Tenían que actuar con rapidez para que el líder no muriera desangrado.

—¡Rafa, Mikey, tenemos que irnos! —apresuró con urgencia Donnie cuando Leo se apoyó contra él, intentando mantener el equilibrio. Su piel se sentía inusualmente fría. Había que actuar al instante, en su laboratorio tenía lo necesario para cauterizar las heridas y evitar una pérdida mayor—. ¡Hirieron a Leo!

Karai apenas recobraba la conciencia cuando los chicos ya salían de la bodega, cargando entre sus brazos a su hermano herido. Miró hacia donde estaban sus demás soldados desperdigados por todo el piso de la bodega y lanzó un suspiro de decepción. Nuevamente esas tortugas habían frustrado sus planes y ahora le tocaba rendir cuentas al Destructor. Fallaba por la superioridad física de su enemigo.


—Dijiste que esta vez funcionaría. ¿Estos son los seres que tienen que servir como mi ejército? —preguntó Destructor arrancando con sus propias manos la cabeza del mutante que había asesinado y tomándola de las largas orejas para mostrarla a Baxter Stockman, quien veía el sangriento resultado de su trabajo boquiabierto.

Casi veinte especímenes de conejos habían pasado por sus manos, todos resultando en fracaso. O no soportaban el proceso de mutación o las aberraciones que creaba no tenían la capacidad mental para seguir órdenes, lo que los volvía inútiles para el plan de Destructor. Esto último había sucedido con los especímenes. Apenas despertaron esos seres llenos de furia destruyeron todo lo que encontraron a su paso, matando incluso hombres del clan del pie que intentaron detenerlos.

El científico Baxter Stockman miró nervioso los ordenadores con los cuales regulaba las funciones de los experimentos, intentando encontrar el fallo. Hasta el momento había sido incapaz de repetir la fórmula que Erick Zacs había utilizado con las tortugas y que tan superior las volvía. Su mutageno, en cambio, dotaba a los experimentos de gran capacidad física, pero no de raciocinio, a menos que se tratara de mutar a personas, pero a Destructor se le facilitaba más crear a partir de animales.

—Este... Yo... Si tuviera un poco del ADN de las tortugas y con ello parte de la sustancia original podría..., tal vez estabilizar los siguientes experimentos —intentó justificarse el científico después de releer sus informes.

Destructor se acercaba a él, dispuesto a dañarlo, cuando llegó el grupo derrotado que había acompañado a Karai en su misión. La joven de asiáticas facciones miró el desastre que era el laboratorio, vestigio de la ardua pelea que habían dado los mutantes recién despertados y que ahora yacían asesinados. Sus cuerpos deformes cubiertos de vello y sangre decoraban los pisos antes lustrosos. Era mal momento para presentarse con malas noticias.

—Karai, dime que tuviste más éxito en tu labor. Que pudiste asesinar a una de esas bestias —ordenó Destructor apenas se percató de su presencia.

Karai intentó tragar saliva, el miedo que imponía su maestro empezaba a aflorar, recorriendo sus miembros y envolviéndola en un intenso escalofrío. Antes de siquiera pensarlo se arrodilló ante él, en posición de disculpa, mostrando respeto, tratando de aminorar el tamaño del castigo que le iba a ser impuesto por fallar.

—L-lo siento, maestro. Antes de poder completar mi misión llegaron las otras tortugas —explicó entre titubeos, apretando los párpados. No era digna ni de darle la cara—. Mis intentos por llegar al líder dieron sus frutos, pero no pude prevenir la interrupción de los otros.

Destructor miró a su subordinada a sus pies, asimilando lo que le estaba contando. La idea que empezaba a acariciar su mente ya la había tenido con anterioridad. Conocía el plan de la chica para acercarse a través de la seducción al líder del equipo de las tortugas y por un momento había resultado. Eran los demás integrantes quienes no habían permitido su realización completa. Habría que asegurar la misma trampa para todos.

El palpitar violento del corazón de Karai llegaba a nublar sus oídos. Era consciente de los ojos de su instructor puestos sobre ella, tal vez decidiendo el castigo que le daría. Las navajas de los nudillos de Destructor goteaban aún la sangre fresca de los experimentos que acababa de asesinar y seguían sedientas de violencia. El hombre caminó a paso lento hasta donde ella se encontraba, haciéndola encoger más por el terror. La chica apretó los dientes y se preparó para sentir el filo de sus armas atravesando su cuello, dándole lo que ella consideraba la sanción justa por su fallo.

Sin embargo, los pasos de Destructor siguieron de largo. Algo detrás de ella era lo que había conseguido su atención. Karai abrió los ojos y observó a su maestro, expectante a lo que se suscitaría. Había llegado hasta el terrario donde estaban los sujetos de prueba descartados para el experimento que llevaban acabo: Cuatro gazapos que intentaban acurrucarse en un rincón de aquella solitaria jaula, asustados por todo el ruido que se producía a su alrededor.

—No ha sido del todo inútil tu trabajo, Karai. Gracias a ti tengo más claro el punto débil de esos monstruos —informó el hombre de armadura con voz grave. Tomó del pellejo a un gazapo blanco de pelaje y con iris rosas, tirando a rojos, y se giró a Baxter, extendiendo a la frágil criatura hacia él—. Todo este tiempo estuvimos equivocados. No eran Ry's los que teníamos que crear, eran Rx's.


N/a:

¡Holaaaa! Llevaba mucho prometiendo este fanfic y por fin pude terminar la introducción. Ya lo demás será más sencillo... Es que, me dolió mucho la parte de Leito, sentí su doloooor y el rechazo TwT. Odio hacerlos sufrir... Pero lo seguiré haciendo.

Espero que les guste todo lo que tengo planeado. ¿Quieren ver a las Rx-s antes de su mutación?






Luego verán el después. Están para chuparse los dedos 😳👌🏼, okno. Si llegaron hasta acá muchas gracias, nos vemos pronto, muy pronto.

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