cap05
VENUS, EXPERIMENTO 705
CAPÍTULO 5, PARA SER UN NINJA
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Leonardo ya se había rendido al rápido desarrollo de su pequeña. Ya no sabía cuánto le tiempo le quedaba hasta que Venus decidiese que ya no sería su pequeña o exigiese que dejara de llamarla medusita. Solo esperaba haberla educado lo suficientemente bien como para que no le proporcionase una adolescencia insufrible —por breve que fuese.
La verdad es que sentía que lo había estado haciendo bien. Venus no dudaba en buscar abrazos, especialmente cuando su padre y sus tíos volvían de alguna misión o patrulla rutinaria. Era la manera más tierna de ser recibidos, les encantaba creer que entraban de vuelta a la guarida pensando que no habría nadie para recibirlos y que, de repente, uno de ellos sintiese cómo se abrazaban a su pierna.
Era el momento en el que Splinter podía irse por fin a la cama porque, como es natural, no se podía dejar a Venus desatendida.
Otras veces se la encontraban dormida en el salón, sobre su cuaderno. Leonardo había perdido la cuenta de las noches en las que la despertó después de haber intentado limpiarle las manchas de acuarela de la cara. Ella ni siquiera se quejaba. Solo le miraba con una sonrisa cansada y volvía a apoyar la mejilla en su hombro, sabiendo que ahora que su padre había vuelto, podía dormir tranquila.
Eso derretía el corazoncito del líder.
Ahora mismo, se contentaba con los progresos de Venus entrenando. Le alegraba ver lo comprometida que era pese a ser tan pequeña —porque seguía siendo una niña pequeña, sí. Y le encantaba ver cómo intentaba imitar también a Splinter cuando creía que no la veían.
A menudo Splinter la distraía con un movimiento de cola. Venus perdía la atención y se detenía en seco o se tropezaba consigo misma al no esperarse ese ataque sorpresa. Era entonces cuando Splinter se volvía y le extendía una mano para ayudarla a levantarse, y ella empezaba a reírse. Pillada.
Luego Splinter rebajaba la intensidad lo suficiente como para que Venus pudiese seguirle. Le recordaba un montón a sus hijos cuando eran pequeños, pero sobre todo a Leonardo.
✶
Leonardo estaba apartado en un lado del laboratorio mientras Donatello evaluaba nuevamente el crecimiento de Venus. Ella permanecía sentada en el borde del escritorio meciendo las piernas despreocupadamente, sabiendo que, pese a que la extracción de sangre no le iba a gustar un pelo y creyendo que le iba a doler, el tío Mikey estaría listo para recompensarla con helado.
Y si no lloraba, sería una ración doble. Pero eso sería un secretito que no compartirían con Leonardo.
Llegado un momento, Donatello la pidió que se levantase y estirase las extremidades para hacer un escaneo completo. Ella no se lo pensó dos veces y obedeció, casi como si se estuviera tomando el examen como un juego.
Donatello miraba la pantalla de su ordenador para cotejar los datos que tenía de Venus y compararlos con los que podrían ser de niños humanos de su supuesta edad. Leonardo se acercó para ver qué tenía tan intrigado a su hermano.
—¿Cómo que cuatro años? —se sorprendió mirando la pantalla.
—Papá, ¿puedo ir a jugar ya? —preguntó Venus, no estando para interesada en la charla de adultos. Más bien en su recompensa.
—Emm, sí —murmuró Leonardo apresurándose para tomarla de las axilas y ayudarla a llegar al suelo. Ella sonrió agradeciendo el gesto y salió corriendo en busca del tío Mikey.
—Sí... Puede que cinco. Pero mira el lado bueno, nos hemos quitado de encima la parte de los pañales rápidamente —dijo Donatello encogiéndose de hombros.
—Pero no hace seis meses que la encontramos. ¿Qué esperanza de vida se supone que tiene?
—Eso no podemos saberlo —suspiró la tortuga de morado negando con la cabeza—. Y deja de ser tan negativo.
—¿Cómo? No puedo dormir tranquilo pensando que en diez años podría ser una anciana —suspiró abatido antes de sentarse en una silla, descansando la cabeza sobre su mano derecha.
Donatello mantuvo silencio.
No había nada que pudiese decir para tranquilizar a su hermano porque no tenía respuestas a semejante cuestión. Sería peor si trataba de buscar una teoría que encontrase lo suficientemente acertada, pero, que acabase resultando errónea. Todos le habían cogido cariño a Venus, era parte de la familia, por muy extrañas que hubieran sido las condiciones de su aparición. Tener que decirle adiós antes de tiempo les rompería el corazón a todos, no solo a Leonardo.
Un rato después, Leonardo salió del laboratorio.
Frunció el ceño con curiosidad al ver que Raphael estaba a solas en el salón. Se sentó con él, extrañado porque Venus no se hubiera acurrucado a su lado exigiendo que le pusiese una serie de dibujos exageradamente infantiles e insufribles.
—Qué raro que no tienes a la medusita contigo —dijo, echando un último vistazo a su alrededor.
—Está con Mikey —respondió Raphael encogiéndose de hombros—. Iban a hacer un fuerte en su habitación.
Leonardo asintió conforme a la explicación de su hermano. Lo cierto es que, si prestaba atención, podía escuchar cómo se reían desde ahí.
✶
Michelangelo y Venus se las habían apañado para cubrir parte de la habitación con mantas suspendidas. Tampoco habían encendido la luz, estaban prácticamente a oscuras, solo veían gracias a una sola lámpara que emitía una luz cálida, aunque poco intensa.
Venus estaba sentada sobre un cojín en el suelo junto al Gatito-Helado, comiendo helado a cucharadas directamente del bote mientras Michelangelo le contaba lo que les había pasado en su última misión desde la cama. Se movía por el colchón como si de un escenario se tratase, pese a que tenía que encorvarse todo el rato para no tirar las mantas, y también se valía del cuaderno de Venus para enseñarle como eran algunas de las trampas.
—¿Y cómo escapaste? —preguntó Venus con asombro.
—Aparecieron Leo y Raph —sonrió asintiendo—. Y justo a tiempo, porque entonces ese wáter raro empezó a llenarlo todo de mutágeno —añadió con una divertida voz funesta, valiéndose de una cera verde que pasó por el cuaderno sin ton ni son—. Luego fuimos a por Donnie. Él tenía un casco con el que tenía que hacer puzles, pero si fallaba... Bzzz...
Venus soltó una risilla cuando Michelangelo simuló recibir una descarga eléctrica, sacudiéndose en la cama como una sardina fuera del agua.
—¡Le daba una descarga! —exclamó acercando el cuaderno con un nuevo dibujo.
—Qué miedo... —murmuró ella, apreciando los diferentes colores que su tío había utilizado para el dibujo. Michelangelo no era un artista nato como Raphael, de hecho, dibujaba de una forma similar a Venus, pero había que reconocer que sus escenas se entendían bastante bien.
Si acaso, el que pareciese que lo hubiera dibujado un niño pequeño lo hacía más perturbador.
—¿Y luego apareció Splinter?
Michelangelo hizo una pausa.
—Ah, cierto, te quedaste sola un rato —balbuceó Michelangelo rascándose la nuca.
—Hmm —asintió ella—. Por eso quiero ser un ninja. Para que al abuelo no le de miedo dejarme sola. Y para ayudar en las misiones —sonrió alcanzando el extremo de una manta para colocársela sobre los ojos. Ello provocó que la estructura de mantas que habían colocado se viniese abajo sobre ellos.
Hubo unos instantes de pánico —más que nada por lo que les había costado que las mantas se quedasen quietas— acompañados de risas divertidas. Cuando Michelangelo consiguió salir de debajo del montón de mantas, encendió la luz y buscó a Venus y el Gatito-Helado.
Venus se dejó caer recostada sobre ese suave montón de sábanas y miró al techo con una sonrisa soñadora.
—Tío Mikey... —dijo en un suspiro, captando la atención de la tortuga que se había tumbado a su lado—. ¿Crees que algún día seré un ninja?
—Claro.
—¿Y papá estará orgulloso?
—Ya lo está. Igual que los demás —añadió alcanzando a pellizcar su mejilla con simpatía.
—No puedo esperar —exclamó cerrando los puños y lanzando patadas al aire con emoción.
—Hmm... —suspiró Michelangelo llevándose la mano al mentón, pensando—. ¿Sabes? Para ser un ninja, te falta una cosa.
Venus miró a su tío, pestañeando con curiosidad. Michelangelo no perdió el tiempo y se levantó para rebuscar entre sus pertenencias, en todo momento bajo la atenta mirada de la pequeña. No pudo aguantarse y tuvo que levantarse de un brinco, tratando de averiguar qué era eso que tanta falta le hacía para convertirse en un ninja.
No tardó mucho en descubrirlo, y la verdad es que le encantó.
✶
Leonardo y Raphael pensaron que ya era tarde.
Se estiraron con pereza tras apagar la televisión, cansados al darse cuenta de la cantidad de tiempo que habían estado ahí sentados. Puede que hasta se hubieran dormido un rato y todo.
Se desperezaron al escuchar cómo la puerta de la habitación de Michelangelo se abría y se escuchaban risillas. Notaron que Venus caminaba escondida tras él, agarrándose a su cinturón para alejarse lo menos posible de él.
—¿Qué tramáis ahora, vosotros dos? —se cuestionó Raphael frunciendo el ceño con desconfianza.
—Veréis —anunció Michelangelo—. Vee tiene muchas ganas de ser un ninja. Obvio, porque molamos mucho. Así que, mientras entrena, la he ayudado a parecer uno mientras.
Y Michelangelo se hizo a un lado, permitiendo que Venus diese un brinco para revelar su nuevo look.
—¡Tacháááán! —exclamó extendiendo los brazos y girando sobre sí misma para dejarse ver bien.
Venus ahora llevaba una bandana de color azul claro con los extremos simulando una trenza que le llegaba a la mitad del caparazón. Pero Michelangelo no se había detenido ahí. Dada la emoción de su sobrina al verse con una bandana, quiso ponerle más cintas. Por alguna razón, Venus las quiso de color negro, y tampoco se conformó con que le cubriesen las muñecas y los tobillos. No, quería más, así que Michelangelo, obedeciendo a las exigencias de Venus, le cubrió brazos y piernas casi por completo.
—Hala —sonrió Leonardo, igualando su reacción a la emoción de su hija.
—Y modo incógnito y todo —añadió Raphael.
—Sí —respondió ella acuclillándose e interponiendo sus brazos delante de su cara. Le sería más fácil ocultarse entre las sobras con esas cintas, sí.
Venus se enderezó y corrió hacia Leonardo y Raphael, quedando su cabeza entre la de ellos y acogiéndolos en un abrazo.
—¿Os gusta? ¿Parezco un ninja? —preguntaba con emoción.
—Uno muy molón —le dijo Raphael alzando la mano para palpar su cabeza con simpatía.
—Papá, ¿me entrenas? Pero en serio. No más katas. Esas son aburridas.
Raphael y Michelangelo soltaron una risilla por el comentario de la pequeña, risilla que se intensificó cuando vieron la expresión de su hermano.
Leonardo se lamió los labios para recuperar la compostura y asintió.
—Cuando tú quieras —dijo dándole un beso en la mejilla—. ¿Quieres cenar? —le preguntó tomando su mano.
—No tengo hambre. Oh, voy a enseñarle mi conjunto al Tío Donnie —dijo antes de echar a correr hasta el laboratorio, llamando a su tío.
Leonardo se detuvo y la miró de reojo mientras se alejaba, poco a poco creyendo entender el motivo. Enseguida notó que Michelangelo miraba a otro lado, una expresión incómoda en su rostro.
—Has vuelto a dejar que se atiborre a helado, ¿a que sí? —le reprendió.
Lamento la tardanza (dos años creo 😬). Literal que tenía cero idea de cómo continuar.
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