cap04
VENUS, EXPERIMENTO 705
CAPÍTULO 4, CALCETINES DE COLORES VISTOSOS
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Con el paso de las semanas, Leonardo comenzaba a ponerse de los nervios.
Es posible que los Kraang hubieran acertado más de lo que creyeron originalmente antes de decidir abandonar el experimento. Bueno, no era posible, era una realidad. Venus se estaba desarrollando más rápido que cualquier otro bebé. Dejando de lado que se trataba de una tortuguita mutante.
Por supuesto que a las tortugas les extrañaba que Venus estuviera creciendo tan rápido y que un día acertase a levantarse para conseguir dar cuatro pasos. Aun así, fue Splinter el primero que lo dijo en voz alta:
—Hmm... Vosotros no crecisteis así de rápido.
Ni que decir tiene que Donatello le puso más interés a la composición genética de Venus. Aunque la llorera por la aguja no fue precisamente pequeña, por un momento, los chicos temieron que Venus les hiciese saltar por los aires o algo por el estilo.
No ocurrió nada parecido, pero no estaba de más ser precavidos.
Leonardo la estuvo descansando contra su pecho, meciéndola durante un buen rato hasta que se le pasó el berrinche. Fue más fácil cuando ya dejó de llorar y Michelangelo apareció con unos dulces, diciendo que las chicas valientes merecían un premio. Eso la hizo enderezarse y querer coger las chuches, olvidándose del susto.
Venus solía hacer levitar cosas que tenía a su alrededor para no tener que ir a buscarlas. Era mucho más sencillo que le llegasen a la mano. El chupete, un juguete, los nunchakus del Tío Mikey... Sí, había que tener cuidado. Venus tenía prohibido quedarse en el dojo sin supervisión, pero por si acaso, las armas ahora estaban aseguradas en su estante de manera que, si la pequeña las hacía levitar, no fuese más que unos pocos centímetros. Como las gafas que hay expuestas en una óptica.
Estaban seguros que la fijación de Venus por las armas era porque no dejaba de ver a las tortugas entrenar o salir de la guarida armados, era natural que ella también quisiese sentirse incluida. Fue por eso que, para mantener a raya la curiosidad de la pequeña, April le acabó comprando un cuaderno para colorear y un estuche con un sinfín de ceras de colores. Así, cualquiera se sentaría con ella, para que se sintiese acompañada en algo que disfrutase hacer.
No era raro que Venus apareciese con un par de ceras y el cuaderno junto a cualquiera, para que la ayudase a pintar la siguiente figura, aunque a alguno le sorprendía que la tortuga más solicitada para esa tarea fuese Raphael. Tampoco podía ser de extrañar, de los cuatro hermanos, Raphael era el más habilidoso en la materia, y le explicaba muy bien a Venus de qué color se supone que eran las cosas —aunque al final le acabasen dando un toque personal e irreal.
Lo más sorprendente fue que un día habló.
Las tortugas estaban en el laboratorio comentando el crecimiento de la pequeña cuando entró en el laboratorio con movimientos torpes, pero, aun así, pasando inadvertida. Se acercó a Leonardo y posó la mano en su pierna para llamar su atención. Él, queriendo mantenerse atento en la conversación, posó la mano en su cabecita para hacerle saber que sabía que estaba ahí, pero no la miró aún. Fue por eso que Venus habló:
—Papa —murmuró mirándole.
Leonardo la miró sorprendido, no habiéndose esperado en absoluto que de repente pudiese decir nada. Se agachó para cogerla en brazos y le dio un beso en la sien. Venus aprovechó para abrir el cuaderno y buscar el último dibujo que había pintado para enseñárselo.
Por supuesto que los otros tres tampoco se lo podían creer.
—Bueno, añadiré hablar a la lista —suspiró Donatello con diversión, volviendo a mirar la pantalla.
—No pareces muy contento, intrépido —sonrió Raphael con ironía.
—No es eso —murmuró Leonardo mirando a Venus de reojo—. Es que... ¿hasta cuándo va a crecer así? Ya era raro haberme puesto en esta situación de paternidad tan repente. ¿Significa esto que el día de mañana mi hija va a tener mi edad? Es difícil de procesar —añadió apartando el cuaderno de Venus de su cara—. Muy bien, medusita —le sonrió.
—Ya —suspiró Donatello rascándose la nuca con una mueca—. Es una posibilidad.
—Pero sigue siendo chiquitina —exclamó Michelangelo pegando su mejilla a la de ella—. Aún hay tiempo. Eh, Vee, ¿pintamos?
—Sí —respondió ella sin pensárselo dos veces, alzando los brazos para que Michelangelo la cogiese.
Leonardo rodó la vista, pero permitió que su hermano cogiese a Venus para salir corriendo al salón y pasar un rato pintando. Negó con la cabeza con diversión, pero tenía que darle la razón.
Si le molestaba que Venus creciese tan rápido era porque le daba miedo perderse los mejores momentos, necesitaba sentirse parte de su vida. No podía arriesgarse a volver un día y que su niña hubiese crecido como si hubiera estado dos o más años fuera. Sólo podía acordarse de los tres meses que estuvo en coma, si la pequeña hubiera estado presente entonces... ¿cuánto se habría perdido?
✶
Unos días después, Venus parecía más participativa a la hora de hablar. Ya no respondía con monosílabos o llamaba a quien fuera que quisiese que la prestase atención. Leonardo no perdió el tiempo para querer sentarse con ella y ayudarla a ampliar su vocabulario, decidido a pasar todo el tiempo posible con ella.
Igualmente, todo era más divertido con el Tío Mikey. No había que desacreditar el esfuerzo de Leonardo, claro que no, pero Michelangelo lo hacía más divertido. A veces hasta utilizaba un par de calcetines de colores vistosos a los que les había pegado un par de ojos y que pareciesen marionetas. Podría decirse que Venus tenía un teatro de Barrio Sésamo para ella sola.
Un día, Michelangelo ya se había quitado los calcetines —tremendamente dados de sí—, y se había sentado con la pequeña para asegurarse de que hubiera entendido bien las nuevas palabras de su repertorio.
Leonardo y Raphael salían de dojo después de una sesión de entrenamiento. Venus se fijó en ellos enseguida, y alzó una mano con una sonrisa, saludándoles. Michelangelo sonrió con cierta travesura en su mirada, y sentó a Venus en su regazo.
—Eh, Raph, mira lo que hemos aprendido —le dijo al ver que se acercaban a tomar asiento. Raphael frunció el ceño un instante, mirando a su hermano mayor y cuestionándose por qué le interesaba más a él que a Leonardo.
El líder se encogió de hombros.
—A ver, Vee, ¿qué es lo contrario de arriba? —preguntó rodeando su caparazoncito con los brazos, poniendo la cabeza junto a la de ella.
—Bajo —respondió. En ningún momento dejando de mirar tanto a su padre como al Tío Raph.
—¿Lo contrario de dentro?
—Fuea.
—¿Qué es lo contrario de bueno?
—Baph.
—Aún estamos trabajando en la R —apuntó Michelangelo enderezándose con una sonrisilla traviesa.
Venus soltó una risilla, animada por la del Tío Mikey, quien señalaba a Raphael con una actitud burlesca. También porque su expresión les había hecho gracia a los dos, y la manera en la que Leonardo trataba de no sonreír...
—Ya hablaremos tú y yo en unos años —dijo señalando a la pequeña, asintiendo para sí con los ojos entrecerrados.
Venus sólo extendió los brazos, tratando de inclinarse hacia él con un puchero en la cara. Raphael resopló rodando la vista, pero no dudó en cogerla.
—Más vale que no te acostumbres a salirte con la tuya de esta manera —le dijo sosteniéndola a la altura de su cabeza, resistiéndose a la fuerza que la pequeña hacía para abrazarse a su cuello. Al final se rindió, y Venus aprovechó además para darle un babeante beso en la mejilla.
—Hala... —suspiró Michelangelo—. Casi parece que eres quien mejor le cae.
Raphael no respondió. Se limitó a fruncir el ceño y apartar la mirada, palpando el caparazón de la tortuguita que se había abrazado a él como un koala.
Leonardo sonrió cuando Venus estableció contacto visual con él, aun cuando no despegó la mejilla del hombro del Tío Raph.
✶
Unos días después, Leonardo creía estar solo en el dojo mientras practicaba katas tranquilamente. Lo hacía casi como si estuviese meditando porque, apenas podía cerciorarse de lo que pasaba a su alrededor. Se sentía tan en paz consigo mismo en ese momento, sintiendo que su cuerpo se movía por sí, solo, tan naturalmente como una hoja siendo transportada por el viento...
—Papa.
Leonardo abrió los ojos de repente, casi por un instante, perdiendo también el equilibrio. Echó un rápido vistazo a su entorno hasta que sus ojos recayeron en Venus, que le miraba ladeando la cabeza con curiosidad.
—¿No estabas con el Tío Donnie?
—¿Qué haces? —preguntó ella, ignorando su pregunta. Leonardo apretó los labios suprimiendo una sonrisa.
—Estaba entrenando —asintió.
—¿Por qué?
—Porque me mantiene en forma y mejoro mis movimientos con práctica.
Venus apretó los labios haciendo una mueca de confusión. No le había visto demasiado, pero le pareció divertido ver la manera en la que se movía y las volteretas que daba.
—¿Te gusta?
—Sí, mucho —sonrió él.
—¿Me enseñas?
Leonardo ladeó la cabeza, no creyendo haberla entendido, pero, a la vez emocionado. Esa podía ser otra oportunidad para pasar el rato juntos. Puede que Venus se aburriese enseguida y no fuera a ser lo dedicada y disciplinada que él, pero tenía que aprovechar la ocasión. Y no emocionarse, estaba claro, no quería arruinarlo demasiado pronto y hacer que la pequeña se arrepintiese de querer pasar el rato con su padre.
Le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiese hasta el centro del dojo. Esperó a que se situara frente a él.
—Intenta copiar mis movimientos, ¿de acuerdo?
Venus asintió convencida, y Leonardo notó por la manera en la que se enderezó que estaba dispuesta a seguir cada paso que él diese. Eso fue algo que le llenó de orgullo.
Al principio me estaba rayando con los capítulos cortos, pero no dejo de intentar recordarme que esta no es una obra especialmente ambiciosa.
Respira tranquila, Selkie. Respira tranquila.
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