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cap02

VENUS, EXPERIMENTO 705
CAPÍTULO 2, COMO UNA OBRA DE ARTE

Para cuando los chicos volvieron a la guarida, seguía siendo temprano. Leonardo no dejaba de darle vueltas a lo que Splinter podría decir de la criaturita que traía en brazos. Es decir, seguía siendo algo salido de un laboratorio, de un laboratorio Kraang.

Salió del Shellraiser con decisión, seguido por sus hermanos que, le continuaban mirando con curiosidad. Lo cierto es que tenían motivos para desconfiar, la última vez que se puso así, casi les devoran tres avispas mutantes gigantes. Lo primero que hizo fue dirigirse con la tortuguita a la cocina para asegurarse de que ni él ni sus hermanos corrían peligro de tocar el mutágeno en el que la pequeña se había bañado.

Casi le daba pena tener que despertarla, porque el viaje la había dejado frita ―incluso cuando Raphael daba frenazos de más. Sólo Michelangelo siguió a su hermano mayor para echarle una mano en lo que Donatello consultaba la información que había recabado. Raphael se limitó a tomar asiento en el salón con una de sus tantas revistas, decepcionado porque la misión no había sido lo emocionante que le hubiera gustado.

Mientras Michelangelo terminaba de secar a la pequeña, Leonardo se asomó al dojo para asegurarse de que Splinter no se hubiera enterado aún de su regreso. Parecía estar en una meditación profunda, lo cual explicaba por qué no había acudido a la cocina al haber escuchado unas risitas infantiles. Naturalmente, Michelangelo no iba a desaprovechar la oportunidad de intentar hacerla reír.

―Ya vale, Mikey. Vas a despertar al Sensei ―advirtió entre susurros.

―Pero si es un bebé ―sonrió la tortuga de naranja volviéndose con la pequeña en brazos, arropada con una gran toalla, pareciendo que llevaba una capucha. La tortuguita miró al líder con inocencia a la vez que se llevaba el puño derecho a la boca.

Leonardo se quedó mirando a la tortuguita otra vez, sin comprender por qué esos ojitos castaños le llamaban tanto la atención.

A ver, es posible que la aparición de una nueva tortuga mutante le cogiese por sorpresa ―a él y a todos―, pero había algo raro en ella. Algo más que el que fuera creada por los Kraang en un tanque. Es posible que esta extraña sensación fuera un recordatorio para mantenerse alerta.

Suspiró cansado y dejó que su hermano pequeño continuara divirtiéndose con la tortuguita. Por el momento no parecía que fuese capaz de hacer gran cosa. Puede que no pareciese una recién nacida ―pese a haber presenciado una especie de parto―, debía de tener unos meses, pero, estaba seguro de que difícilmente se mantendría erguida si la dejaban sentada por su cuenta.

Al cabo de un buen rato, Leonardo empezó a perder la paciencia. Después de haber escuchado cómo Michelangelo se continuaba riendo con la pequeña tras ir al laboratorio para ver si Donatello había descubierto algo acerca de ese extraño experimento, ya no pudo continuar sentado.

―Como sigan riéndose así... ―resopló Raphael llevándose las manos a la cara, pellizcándose el puente de la nariz.

―Ya me he cansado ―murmuró Leonardo poniéndose en pie―. Algo habrá descubierto, ¿no?

Raphael se levantó enseguida, queriendo alcanzar a su hermano mayor, también curioso por lo que fuera que los Kraang planeaban exactamente con esa nueva tortuga. Si es que pretendían que fuera un arma, ¿qué era lo que podía hacer?

Michelangelo estaba sentado en el suelo, con el caparazón apoyado en el escritorio de Donatello. Tenía a la tortuguita sentada delante de él, aunque, tal como sospechaba Leonardo, de vez en cuando tenía que alcanzar sus manitas para evitar que se cayese. No dejaba de hacerle monadas y poner caras raras, tratando de hacerla reír.

―¿Tienes algo, D? ―suspiró el líder mientras se acercaba a la mesa de su hermano. Raphael rodó la vista ante las niñerías y se cruzó de brazos, deteniéndose junto al líder.

―¿Además de una migraña? ―sugirió la tortuga de morado echando un cansado vistazo a su hermano pequeño―. Sí, he encontrado algo. Un documento llamado «Experimento 705» en el que vienen los progresos de... ―dudó, echándole un vistazo a la tortuguita―. Bueno, de ella.

Leonardo asintió. Esperó pacientemente a que Donatello leyese entre líneas, buscando aquello que creyese que sus hermanos deberían saber antes que leerles todas y cada una de las palabras que había ahí escritas. Además, era lenguaje Kraang que había tenido que estar traduciendo con la ayuda de la esfera de comunicaciones Kraang. El texto resultante estaría de aquella manera.

―A ver, empezaron a desarrollar este proyecto poco después de la invasión ―murmuró llevándose la mano izquierda al mentón para mantenerse la cabeza sujeta―. Fueron unos diez intentos, pero sólo este pareció ir avanzando. No me queda claro cuál fue la fecha exacta, pero tuvieron que pausarlo todo y quedó tal como la encontramos. La intención es que hubiera salido del tanque habiéndose desarrollado hasta los... ¿veinte años o así? Parece ser que les estaba costando encontrar los componentes para este desarrollo acelerado.

Antes de que Donatello continuase, Leonardo necesitaba interferir. Más que nada para poder mantener la atención, para eso necesitaba sentir que podían interactuar, preguntar y ser respondido. No podía limitarse a escuchar.

―Vale, ¿y todo esto a qué viene? ―se cuestionó encogiéndose de hombros―. ¿Y por qué una tortuga? ¿Por qué no otro tipo de mutante?

―Sí, esta es la parte más chocante ―suspiró Donatello asintiendo―. El ADN de tortuga mutante no le han creado los Kraang, lo han rescatado.

―¿Y eso qué significa? ―preguntó Raphael frunciendo el ceño.

―Significa que, tras la invasión, los Kraang recogieron la sangre que había quedado en las cuchillas de Shredder y la utilizaron para crearla ―explicó, acabando por señalar a la pequeña. En ese momento, Michelangelo se levantó estrechando a la tortuguita contra su pecho, sintiendo que necesitaba prestar atención a lo que se estaba diciendo.

―Espera. Esa sangre... ―murmuró Leonardo, elevando un poco la mano derecha, pero, sin haber sido realmente consciente de ello. Sólo sintió cómo su garganta se cerraba, casi pudiendo acordarse del momento exacto en el que su enemigo casi le corta la cabeza―. Esa sangre era mía. ¿En qué la convierte eso? ¿Un clon?

―Creo que el que estemos hablando de ella... ya hace imposible que se trate de un clon ―apuntó Donatello arqueando una ceja―. No. Según he leído, y lo que vimos en el laboratorio, ha sido una gestación artificial. De alguna manera, se las han apañado para simular una fertilización a partir del ADN extraído de tu sangre.

Leonardo sintió como si le abofeteasen.

No tenía ningún tipo de sentido, no conseguía encontrar la manera de procesar eso. ¿Acaso había entendido bien?

―Oh, mola ―exclamó Michelangelo dirigiéndose rápidamente hacia su hermano mayor, sosteniendo a la pequeña por las axilas―. Ve con papi, chiquitina ―dijo obligando a Leonardo a cogerla por acto reflejo.

Leonardo se la quedó mirando de reojo al notar que ella había dejado de lado esa actitud tan juguetona que tenía con Michelangelo hacía un rato. Sólo le miraba con curiosidad, casi como si hubiera comprendido lo que se estaba diciendo en el laboratorio. Lo que ella era.

Lo que él era.

¿De verdad ha entendido que soy su... padre?, se dijo, encontrando extremadamente tierno que la pequeña ladease la cabeza con confusión, pero, que acabase por soltar una risilla y alzar las manos para alcanzar su cara.

Ni que decir tiene que a sus hermanos no les había pasado desapercibido que Leonardo se había quedado pálido por el descubrimiento. No podían echárselo en cara, la verdad, a ellos también les había pillado por sorpresa. A Raphael simplemente se le ocurrió que no estaría de más intentar relajar un poco la situación. ¿Y de qué manera? Pues de la que le salió en el momento, metiéndose con él.

―¿Qué? ¿Cómo piensas llamarla? ―le dijo Raphael sacándole de sus pensamientos con un codazo juguetón y una sonrisilla burlona.

―Yo tengo un par de ideas ―anunció Michelangelo alzando la mano derecha con entusiasmo.

―Me lo pensaré ―murmuró Leonardo mirando a su hermano pequeño con una ceja fruncida, sabiendo muy bien qué clase de nombres se le podrían estar pasando por la cabeza. Cogió a la pequeña de manera que quedase recostada en su pecho para estar más cómoda―. Voy a contárselo a Splinter.

―Espera, ¿nos la vamos a quedar? ―se cuestionó Donatello poniéndose en pie, con ambas manos sobre la superficie de la mesa.

―¿Y qué quieres hacer? ¿Dársela a Shredder para ver si nos vence dentro de veinte años? ―se burló Raphael señalando a Leonardo, que ya salía del laboratorio―. Pero yo no pienso cambiar pañales ―anunció alzando la voz, esperando que el líder le oyese.

Leonardo le oyó, sí, pero escogió ignorarle. Prefirió centrarse en la tortuguita que continuaba mirándole con eso ojitos castaños, con una intensidad sobrecogedora. Quizás ahora podía entender esa extraña sensación que tenía con ella. Seguía resultando difícil de creer, pero no se le ocurría otra manera de explicarlo.

Suspiró profundamente antes de entrar al dojo.

Leonardo se mantuvo en silencio después de su pequeño relato, mirando la alfombra. Sentía como si el oxígeno no encontrase el camino de entrada hacia sus pulmones después de habérselo explicado todo a Splinter. En ningún momento se había atrevido a mirarle a la cara. Bastante le costó reunir el valor para sacar a su padre del trance en el que se encontraba y que le viese con una tortuguita en brazos.

La tortuguita se estaba quedando dormida sobre el regazo de Leonardo. Él la había tenido recostada sobre su brazo derecho todo el rato, aprovechándose de la ayuda que su muslo derecho le proporcionaba al estar arrodillado ante su Sensei.

Sin quererlo e intentando evadir la mirada de Splinter, se la quedó mirando. No pudo evitar sonreír al ver cómo bostezaba y se llevaba esos puños diminutos a la cara para tratar de acurrucarse.

―Veo que has tenido algún tipo de conexión con ella ―escuchó decir, y tuvo que levantar la cabeza.

Splinter miraba, también con una pequeña sonrisa, a la tortuguita. Luego miró de nuevo a su hijo, y Leonardo carraspeó volviendo a apartar la vista. En cierto modo, estaba agradecido por la calmada reacción de su padre. Entendía que todo lo que le había contado sería difícil de procesar, y más cuando lo primero que vio fue lo que vendría a ser el final del relato.

―Sí, emm... La verdad es que había algo en ella que me tenía intrigado. No sé si sería por esto, o... ―murmuró fijándose en ella de nuevo. La pequeña había vuelto a abrir los ojos, como si en ningún momento hubiera pretendido quedarse dormida.

―No te voy a engañar ―suspiró Splinter―. Jamás se me habría ocurrido que los Kraang pudiesen tramar nada parecido. Así todo... te la trajiste.

―¿Y qué iba a hacer? ―se cuestionó Leonardo mirando a su padre―. Ya había... nacido. No podíamos haberla dejado ahí llorando. Si continuase en el tanque a lo mejor sí, pero... No lo sé, no me pareció lo correcto. Aunque pretendiesen derrotarnos con ella. No me entra en la cabeza.

Splinter asintió, atendiendo pacientemente a las palabras de su hijo, comprendiendo que lo que estaba diciendo en alto también le ayudaba a sí mismo a entender la situación en la que se había visto envuelto. Deslizó su barba entre los dedos antes de dignarse a preguntar:

―Leonardo, ¿estás dispuesto a aceptar esta responsabilidad?

La tortuga no le miró siquiera. En ese momento estaba ocupado zarandeando el dedo de su mano libre delante de la carita de la pequeña, sonriendo por la manera tan torpe en la que ella intentaba alcanzarlo entre risitas.

―Supongo que ya no hay vuelta atrás ―dijo―. E incluso si tuviera otra opción... ―murmuró, pero escogió no continuar con la frase. Negó con la cabeza.

―Bueno, la verdad es que se parece a ti ―suspiró Splinter, comprendiendo que no es que tuvieran demasiadas opciones―. Salvo por los ojos.

Leonardo asintió, esta vez permitiendo que la tortuguita atrapase su dedo entre ambas manos. Eso sí, no le permitió el intento de llevárselo a la boca.

―Veo que has tomado tu decisión... Aunque si va a formar parte de nuestra familia, necesitará un nombre, ¿no crees?

―Parece lo único bueno que los Kraang han hecho. Aunque sus intenciones no fueran buenas. ¿Y si te llamo... Venus? ―sonrió Leonardo alzando a la pequeña para que quedase por encima de su cabeza, simulando un divertido vuelo que ella disfrutó con ilusión―. Como una pequeña obra de arte.

En su día Leonardo se leyó varias veces el libro del Renacimiento del Splinter, y no tardó en sentir curiosidad por algunas de las historias que muchas de las obras reflejaban. En especial los mitos griegos, sí. Le vino a la cabeza enseguida, el relato del nacimiento de Afrodita y, el pequeño paralelismo que había entre ellas.

Y también con él. Le habían cortado para que esa "fecundación" tuviese lugar, aunque no fuese de la misma manera.

―Buena elección ―sonrió Splinter―. Se está haciendo tarde. Quizá deberías darle algo de comer y acostarla.

―Gracias por su comprensión, Sensei ―dijo Leonardo poniéndose en pie. Inclinó la cabeza en señal de respeto y salió del dojo.

Tras haber encontrado algo que darle de cenar a la pequeña, se la llevó con él a su habitación. Sus hermanos ya deberían de haberse ido a la cama, porque la guarida estaba extrañamente silenciosa. Era mejor así, la pequeña Venus se dormiría más a gusto sin el alboroto al que su padre estaba acostumbrado.

Padre... Sonaba raro, aunque fuese sólo en su cabeza. Es decir, tenía diecinueve años, y ni siquiera había tenido tiempo de prepararse para ello, no había tenido nueve meses como el resto del mundo para ir haciéndose a la idea.

No estaba seguro de cómo se sentiría el día en el que Venus le llamase así.

Dejó a la tortuguita en el centro de la cama en lo que él se quitaba el equipo. No le quitó el ojo de encima para asegurarse de que no se le ocurría echar a rodar por la cama. Al principio, Venus se revolvió quedando sobre su vientre, alzándose un poco sobre los brazos, pero no tardó en cansarse y fue reposando la cabeza suavemente sobre las sábanas.

―Deja de mirarme así ―dijo Leonardo con una sonrisa tierna. Venus no dejaba de mirarle, pestañeando con lentitud, como si tratara de desafiarle a una adivinanza. El líder no podía con esa mirada curiosa, estaba seguro de que en cualquier momento se derretiría.

Leonardo se acercó por fin. Volvió a coger a Venus y la estrechó contra su pecho a la vez que se recostaba lentamente sobre el colchón.

No era su idea inicial, pero permitió a la tortuguita quedarse sobre él. Acarició su cabecita con dulzura cuando ella bostezó y se acurrucó en su pecho, luego los arropó a ambos.

―Que duermas bien, medusita.

FUN FACT:

La denominación de "Experimento 705", está basada en Stitch, A.K.A. Experimento 626.

Gracias por el apoyo a esta obra, aunque no prometo que haya una continuidad marcada. Publicaré cuando me vaya llegando la inspiración 💙.

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