cap01
VENUS, EXPERIMENTO 705
CAPÍTULO 1, TANQUES DE MEDUSAS
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Los chicos estaban en la guarida valorando el enfrentamiento tan ridículo que habían tenido con Bebop y Rocksteady. No sólo habían estado vigilando la guarida de Shredder durante horas sin parar, sino que no habían conseguido evitar que se llevasen el químico y un rinoceronte les había pasado por encima.
Donatello fue al salón después de haber hecho inventario de lo que se suponía que había en el laboratorio.
―Según los reactivos del laboratorio, faltan dos cosas: Mutágeno.
―Que me lo han tirado a la cabeza ―bufó Michelangelo, mientras Leonardo sujetaba una bolsa de hielo contra su cabeza. Se le notaba bastante irritado por el gesto. Una cosa era luchar contra sus enemigos, pero, ¿en serio? Llegar al punto de lanzarse cosas aleatorias a la cabeza distaba demasiado de una pelea seria, más bien parecía propio de niños de preescolar.
―Que han tirado a Mikey a la cabeza... ―puntualizó Donatello―. Y Reactivo X, un ingrediente necesario para fabricar sérum de control mental.
―¿Y cuál es su estrategia? ―preguntó Raphael.
―El Reactivo X necesita un disolvente químico adicional para funcionar ―explicó la tortuga de morado, tratando de ser conciso y no dándole a sus hermanos tantos detalles como le gustaría.
―Esperemos que Bebop y Rocksteady no hayan encontrado los componentes aún ―dijo Leonardo poniéndose en pie.
―Espera, un momento, Leo. Hay otra cosa que me ha llamado la atención ―murmuró Donatello rascándose la barbilla―. Mirando en la base de datos de ese laboratorio, he encontrado una serie de componentes que no cuadra con ninguno de los proyectos mutagénicos habituales de los Kraang. Me parece sospechoso, quizá deberíamos ir a ver ―dijo frunciendo el ceño.
―Nos encargaremos de eso más tarde, Donnie. Ese sérum de control mental es más importante ―sentenció Leonardo.
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Fue una lástima no poder ir a ver qué era lo que tramaban exactamente los Kraang con esos componentes tan peculiares. Splinter se encargó de que sus hijos cumpliesen con el castigo que les había impuesto incluso habiendo solucionado el asunto de Muckman y su chapucera aparición en los medios. No podían arriesgarse a que ese castigo durase más de lo necesario, ya pusieron a prueba la paciencia de su padre cuando se escaparon delante de sus narices, y ni siquiera sabían qué podía ser eso que los Kraang tenían abandonado en ese laboratorio. Podría no merecer la pena el riesgo.
De todos modos, y ya que se pasarían un par de días bajo tierra, Donatello le pidió a April que se acercase a la dirección de ese laboratorio clandestino, por si podría averiguar algo. Así saldrían de dudas. Splinter era un padre estricto, pero no era ningún loco, si sus hijos tenían que encargarse de un asunto serio, les levantaría el castigo sin dudarlo.
O al menos les permitiría salir el tiempo suficiente como para solucionarlo.
—Listo —suspiró Donatello una vez terminó de arreglar la televisión que, días atrás, su padre había destrozado con el bastón. Se pasó el brazo por la frente y quedó sentado delante de la nueva y reluciente pantalla, ahora encendiéndose como si nada le hubiera pasado.
—Oh, genial —celebró Michelangelo apareciendo de un brinco junto a él. Se arrodilló junto a su hermano para darle un abrazo—. Gracias, D.
Y le faltó tiempo para alcanzar el mando a distancia e iniciar una de sus tantas cintas de Crognard el Bárbaro, queriendo —necesitando— retomarla donde la había dejado. Se tumbó boca abajo, descansando la cara sobre ambas manos y meciendo las piernas como un niño pequeño, completamente capturado por esa trama tan simple.
—Da gusto que Splinter haya relajado un poco —farfulló Raphael estando sentado al fondo, ojeando una de sus revistas favoritas.
—Sí... —respondió Donatello yendo a sentarse junto a él—. Vale que estuviera cabreado, pero se le fue un poco la pinza con el castigo.
—Pero tenía razón —intervino Leonardo apareciendo tras ellos, captando su atención—. Bajamos la guardia, fuimos confiados, y nos estalló en la cara. Tenemos que ser más cuidadosos al analizar nuevos rivales.
Raphael rodó la vista pensando que, por una vez, prefería callarse la boca antes que responder de mala manera. A lo mejor era porque ya llevaban un par de días bastante tranquilos, pero no acababa de sentir la necesidad de desfogarse como normalmente hacía. Volvió la vista a su revista ignorando que su intrépido líder estuviera tratando de justificar las acciones del Sensei como buena mascota del profe que era.
—Eh, esperad —dijo Donatello sacando su teléfono al notar que había empezado a vibrar—. Es April.
—¿Es sobre el laboratorio? —preguntó Leonardo acercándose.
—No lo sé, ¿qué tal si respondo y nos lo dice? —le contestó con una mirada cansada, ladeando la cabeza. Leonardo apretó los labios por el sarcasmo, y esperó a que Donatello aceptase la llamada y pusiese a su amiga en el altavoz—. Hola, April. Estás en altavoz.
—Hola, chicos —saludó ella, disimulando un bostezo—. Emm... del laboratorio no tengo mucho que contar, no parece que haya actividad ya que... bueno, echasteis a los Kraang. Por fin.
—¿Has podido ver algo? —quiso saber Leonardo.
—No he tenido motivos para creer que había nada importante ahí dentro. Llevo tres días pasando la tarde en la cafetería de la esquina, mirando por la ventana si pasaba algo y nada. Aunque hoy me había parecido ver una luz verdosa muy rara. Fui a ver qué era, pero justo pasó un coche de la policía y tuve que disimular.
—Con luz verdosa rara... ¿Te refieres a mutágeno? —se cuestionó Raphael frunciendo una ceja.
—No estoy segura. El mutágeno es más azul que lo que he visto, pero bueno, puede ser. Al fin y al cabo, se supone que estaban tramando algo nuevo, ¿no?
—Gracias, April. Ha sido de mucha ayuda —sonrió Donatello acercándose el teléfono a la cara, como si de alguna manera, April fuese a sentir esa proximidad.
—Bueno, mucha —puntualizó Raphael alzando las cejas con poca sorpresa.
—Shh, cállate —le replicó la tortuga de morado con el ceño fruncido—. Emm, ya te diremos algo, gracias, descansa.
Donatello esperó a que fuera April quien finalizase la llamada. Los chicos se miraron entre sí, cuestionándose sobre lo que podría ocultarse en ese laboratorio tan turbio.
—Iré a avisar al Sensei —asintió Leonardo antes de enderezarse e ir de vuelta al dojo.
✶
Esa noche, los chicos se acercaron a ese misterioso laboratorio con la aún más misteriosa luz verdosa. Leonardo estaba muy decidido a averiguar qué era lo que los Kraang tenían entre manos para acabar con ello. Donatello también, pero sobre todo por su curiosidad científica.
Raphael y Michelangelo no estaban demasiado interesados en el tema. El de rojo porque ya le había quedado claro que lo más probable es que no fuese a haber ningún tipo de acción, y el de naranja porque preferiría continuar viendo su serie.
Suspiraron con cansancio al ver a las tortugas de colores fríos levantarse de sus asientos y se colaron en esas instalaciones.
No había ningún tipo de seguridad que custodiase las puertas de ese laboratorio, por lo que a Donatello no le fue complicado abrir esa puerta por muy acorazada que fuese. Tan pronto como hackeó la cerradura, esa enorme puerta se abrió con lentitud, chirriando y haciendo que un montón de polvo se deslizase por su superficie.
—Ew. Creí que los Kraang eran más limpios —murmuró Michelangelo mirando el pasillo por el que pasaban, apreciando la de telarañas que había colgando del techo y cómo parecía caer polvo sobre sus cabezas a cada paso que daban.
—No sabemos cuánto hace que han abandonado este sitio, Mikey —le dijo Leonardo echando un rápido vistazo por encima del hombro, avanzando.
Poco a poco, los chicos identificaron esa extraña luz verde que April les había mencionado con anterioridad, pero les resultaba un tanto decepcionante que no fuera a tener lugar alguna pelea. Casi podían escuchar sus propios latidos, porque reinaba un silencio sepulcral.
Leonardo se llevó la mano derecha a la empuñadura de su katana por si se veía en la necesidad de desenfundarla mientras, con la izquierda, apartaba una especie de cortina de hospital tras la que se difuminaba esa misteriosa luz. Sus hermanos tomaron las mismas precauciones, pero dejaron caer los hombros con cansancio al ver que no había nadie.
Lo que sí había era una serie de tanques llenos de un líquido que bien podía ser agua u otra cosa, porque era de ellos de los que emanaba la luz verde. No parecía haber nada en su interior, y fue Donatello el primero en acercarse para examinarlos. Dio una vuelta alrededor del que tenía más cerca, tratando de encontrar el panel de control y la fuente de alimentación para ver si encontraba alguna respuesta a cualquiera de sus muchas preguntas.
—Hum... Parece ser que experimentaban con medusas —murmuró asintiendo para sí.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Leonardo acercándose, queriendo fijarse en la pequeña pantalla en la que su hermano estaba trasteando.
—Primero porque lo he leído aquí. Segundo, por eso —dijo el genio rodando la vista, señalando el fondo del tanque, el que yacían muertas al menos una veintena de esas pequeñas y viscosas criaturas.
—Parece que en el resto de tanques también —anunció Raphael asomándose al resto de tanques, uno tras otro sin detenerse—. Qué rollo. Ya sabía yo que esto iba a ser una pérdida de tiempo —suspiró aburrido, apoyando el caparazón en uno de ellos.
Las tortugas daban vueltas por esa enorme sala plagada de tanques en busca de algún tipo de información, pero no parecían tener mucha suerte.
Michelangelo se paseaba por el laboratorio queriendo evitar ver a las pobres medusitas caídas. ¿Qué pretenderían hacer con ellas? Hizo girar una silla con el dedo por mero aburrimiento, no queriendo estar en ese lugar tan tétrico de la luz siniestra por mucho más tiempo.
Al continuar con ese paseo evasivo, se fijó en que otra fuente de luz más intensa y más azul parecía deslizarse de entre los paneles de la pared. No dudó en acercarse, cautivado por esa luz. Puso la palma de la mano en un azulejo, y lo sintió como un botón. Al ver que, con ese azulejo, el resto del panel se deslizó hacia el fondo para hacerse a un lado, revelando esa misteriosa luz de una manera cegadora.
Reaccionó llevándose el brazo derecho a la cara para protegerse los ojos, no habiendo sabido ver qué era lo que había al otro lado.
—Eh, chicos —murmuró frotándose los ojos al sentir la picazón—. Ahí hay algo.
Pestañeó repetidas veces al no dejar de ver destellos en lo que sus hermanos se acercaban a ver qué era lo que había encontrado. Ahora sí, armas en mano, sus hermanos entraron a esa sala llena de luz.
Michelangelo quiso entrar tras ellos pese a no ver más que manchas. Cogió uno de sus nunchakus y lo hizo girar, alargando el brazo para asegurarse de que no se le acercaba nadie.
No tuvo manera de saber que sus hermanos se habían detenido delante de un tanque suspendido, mucho más grande que los que habían visto en la sala principal. No hasta que pestañeó otro par de veces más, con fuerza, queriendo volver a ver con normalidad. Al sentir que Donatello pasaba a su lado poniendo una mano en su hombro, vio qué era lo que tenía a sus hermanos tan callados.
Dentro de ese tanque tan grande había una criaturita acurrucada. Flotaba en ese líquido desconocido —o no tan desconocido, porque tratándose de los Kraang, no era difícil de imaginar que ese líquido tuviera al menos un alto porcentaje de mutágeno—, con una especie de cable que salía de alguna parte de su vientre conectando con la parte superior del tanque.
Michelangelo se acercó para ver qué clase de criatura era. Frunció el ceño al ver que esa figura acurrucada, en un principio le pareció un bebé. Con esa cabecita inclinada hacia esos brazos rechonchitos, ocultando la cara con las manos, las piernas flexionadas.
—Es... ¿es un bebé? —se cuestionó Michelangelo ladeando la cabeza.
—Parece una tortuga —puntualizó Leonardo, mirando al pequeño mutante sin dar crédito.
Era cierto. Desde la perspectiva de Leonardo, se podía apreciar un poco mejor su espalda, la cual estaba dividida en paneles. Mirando con más atención, se notaba que tenía relieve, no era un efecto óptico por el movimiento del agua o algo por el estilo. Era un caparazón. Luego se tuvieron que fijar en que, al igual que ellos, sus pies tenían tres dedos. Intuyeron que en las manos también, pero no podían verlo al tenerlas recogiditas contra su pecho.
—Nah, no puede ser —dijo Raphael negando con la cabeza, cruzándose de brazos—. Los Kraang no perderían el tiempo con un bebé.
—O... sí —murmuró Donatello, ahora al fondo de la sala, ante un ordenador que parecía estar conectado al tanque. Había encontrado el archivo en el que se documentaban los progresos de ese extraño proyecto—. Al parecer querían investigar nuestra composición genética y crear sus propios soldados mutantes.
—¿Y creen que van a vencernos con un bebé? ¿Qué va a hacer? ¿Agitar el sonajero hasta que nos durmamos? —se burló señalando el tanque con una mano, volviéndose hacia su hermano.
—Por lo que estoy viendo... parece ser que planeaban una especie de desarrollo del crecimiento acelerado, pero no debieron de llegar a una conclusión y abandonaron el proyecto. A ver si encuentro la fecha de inicio —murmuró comenzando a teclear como un loco.
Michelangelo estaba entre extrañado y cautivado. Corrió junto a Donatello para ver qué era lo que los Kraang tenían anotado sobre esa tortuguita. Vale que la hubieran intentado desarrollar como un medio para enfrentarse a ellos, pero, venga ya, era un bebé, un adorable bebé...
—Qué guay. ¿Y se han basado en nosotros? ¿Tiene un nombre? ¿Algo que ver con las medusas? —preguntaba sin parar, queriendo ver la pantalla, buscando la información que fuera que Donatello estaba mirando con tanta atención.
Donatello intentaba apartar a su hermano de su lado, queriendo poder buscar los documentos necesarios en paz. Por otro lado, Leonardo y Raphael rodaron la vista con cansancio por el cambio de actitud de Michelangelo. Para lo poco interesado y evasivo que estaba en la otra sala, era un cambio repentino.
—Que te quites —le dijo Donatello haciéndole a un lado, y Michelangelo retrocedió un par de pasos casi habiendo perdido el equilibrio.
Sin querer, apoyó la mano en la superficie de una mesa, pero la luz del tanque se hizo más brillante aún y lo acompañó un fuerte zumbido que indicaba que la maquinaria se había iniciado. Los cuatro volvieron la vista al tanque, y supieron que el líquido más azul que se había liberado desde la parte superior, mezclándose con el resto del contenido era —ahora seguro— mutágeno.
Al levantar la mano, vio que había pulsado un enorme botón verde azulado.
—¡Mikey! —le gritaron.
—¡Ha sido Donnie! —replicó él señalando a su hermano, que le había empujado.
De repente, la tortuguita se movió, captando de nuevo la atención de los chicos. Realizó un gesto extraño, como una tos, porque escaparon un conjunto de burbujas de su boca. Fue ese el momento en el que los chicos se asustaron.
La tortuguita pataleaba y se podía sentir su angustia, parecía que se estuviese ahogando. No fue muy reconfortante que las luces de la sala se tornasen de un color rojo que empezaba a parpadear.
—¿Donnie? —dijo Leonardo sin poder apartar la vista del tanque.
—Esto tiene mala pinta —respondió él mirando la pantalla.
Le había saltado una ventana emergente con símbolos de emergencia y peligro. Lo que no sabía era si pulsar en el botón que finalizaría con ello.
Por una parte, era un bebé, no podía dejar que muriese, no de esa manera, ¿verdad? Por otra... se suponía que era un arma, un arma diseñada para acabar con ellos. ¿Qué podría pasar si la sacaban de ahí?
—¿Piensas hacer algo? —se quejó Raphael.
Cerró los ojos con fuerza, sin saber qué hacer exactamente porque no le salían las palabras. No conseguía abrir la boca para preguntarle a sus hermanos qué debía hacer. Sólo dependía de él.
—Donnie... —gimoteó Michelangelo a su lado, sujetando su brazo izquierdo con ambas manos, sacudiéndole un poco. Estaba claro que la angustia se estaba apoderando de la tortuga de naranja.
No, no podía hacerlo.
Pulsó el botón y se activó esa alarma tan familiar que podían escuchar en todas las bases Kraang.
La luz roja dejó de parpadear, atenuándose un poco, pero, aún presente.
El tanque abrió la puerta que había en su base inferior, haciendo que el líquido cayese por el desagüe, vaciándose a una velocidad abrupta. Naturalmente, la tortuguita no podía permanecer suspendida en el aire, y cayó sobre la red de cadenas que se interponía entre ella y el suelo, habiéndose roto el cordón que la mantenía sujeta a la fuente de alimentación del tanque.
La tortuguita tosió un par de veces más antes de echarse a llorar.
—Aw —soltó Michelangelo con una pequeña sonrisa tristona. Alegre porque estuviera bien, pero preocupado porque esas cadenas parecían muy duras, por no mencionar que casi se muere. Se fue a acercar para cogerla en brazos, pero Raphael le detuvo a medio camino poniendo una mano en su hombro.
—Pero, ¿qué haces? —le dijo poniéndose delante de él.
—Oh, venga, está llorando —se defendió él señalándola.
—Sí, después de darse un baño en mutágeno —intervino Donatello aún desde el escritorio—. No puedes cogerla así, sin más. No sabes lo que puede hacerte.
Leonardo se acercó con pasos cautos, queriendo ver bien a esa supuesta arma destinada a derrotarlos. Un proyecto que bien podría haber resultado fallido y por eso fue abandonado, o que fue dejado en el olvido por la nueva ausencia de los Kraang en la Tierra.
Cuando tuvo a la tortuguita delante, frunció el ceño. Por las pocas fotos que Splinter les había hecho siendo pequeños, pudo ver que esa tortuga se podía parecer a él. Esto le sorprendió, aunque tampoco había muchas más tortugas mutantes con las que hacer la comparativa. De hecho, él mismo se parecía muchísimo a Raphael, y hoy por hoy, no tanto. Quizás estaba sobreactuando.
A lo mejor la tortuguita se acabó percatando de la presencia de alguien que la miraba. Sollozó un par de veces más antes de poder abrir los ojos y ver de qué se trataba. Leonardo ladeó la cabeza al haber hecho contacto visual con esos bonitos ojos de color castaño claro y forma de almendra —ignorando el hecho de que estaba completamente enrojecidos por la llorera, claro. Le enterneció ver cómo parecía mirarle a él con la misma curiosidad.
Sus hermanos continuaban discutiendo entre ellos sobre atreverse a coger a esa criatura o no. El líder suspiró y se dirigió a una serie de estanterías que había a su derecha, habiendo visto una toalla.
—Ya lo hago yo —dijo acercándose de nuevo, sus hermanos mirándole sin podérselo creer. Secó a la tortuguita con cuidado, para poder arroparla en esa toalla y estrecharla entre sus brazos—. ¿Tienes la información, Donnie?
—Sí —respondió alzando un lápiz de memoria.
—Bien. Pues ya podemos irnos.
Por favor, me haría ilusión que comentéis lo que os ha parecido y qué pensáis que puede pasar 🙏🏻.
Me he lanzado a la aventura publicando el único capítulo que tenía escrito en vez de haber intentado redactar algo más, y si veo que os gusta, me motivaría a intentar acelerar el proceso de escritura 💙.
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