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cap 13

AL CAER LA NOCHE, CAPÍTULO 13
ROJO

CASEY Y ARLET SALÍAN DEL CINE COMENTANDO LA PELÍCULA QUE ACABABAN DE VER.

Pero especialmente debatían las condiciones en las que la habían visto.

Ambos se habían encargado de salir del cine con algo más que picar; Casey habiendo rellenado a la mitad su cubo de palomitas, y Arlet habiendo comprado otro refresco. No, Arlet no había querido comer, pero para eso ya mordisqueaba la pajita.

―Te lo dije, lo mejor es estar en la última fila ―dijo ella encogiéndose de hombros después de haber tomado un trago.

―Puede, pero seguro que a los doce años eras como los demás. Todos íbamos corriendo a las dos primeras filas ―se rió él dándole un codazo juguetón en las costillas mientras terminaba de masticar un puñado de palomitas.

―Al principio sí, pero no merece la pena si me puedo quedar ciega. Además, con un tirachinas le puedes lanzar palomitas a todo el mundo ―añadió con una sonrisa maliciosa antes de volver a atrapar la pajita entre los dientes.

―Vale ―asintió él con una sonrisa―. La próxima vez lo cojo.

Caminaron un rato hasta que llegaron al restaurante en el que trabajaba la novia de Casey, Mia. Bueno, no era exactamente un restaurante, era una cervecería con aires de taberna y hamburguesería. Se trataba de un negocio familiar, por lo que no era raro que la joven trabajase ahí junto con sus padres, su hermano y hermana.

Antes de entrar en el establecimiento para comprobar si Mia había acabado su turno, se preocuparon de tirar el vaso de refresco y el cubo de palomitas en un contenedor. El padre de la joven era un tipo amable ―a pesar de su aspecto tipo ex-presidiario―, pero era reacio a aceptar comida y bebida del exterior.

El cartel que lo exigía en la entrada del local también era lo suficientemente llamativo.

―Jones ―saludó un joven de pelo rubio oscuro semi-rapado, varios mechones de lo alto de su cabeza cayendo por su frente en un salvaje oleaje.

Le dio un fuerte apretón a Casey, acercándole a su cuerpo para abrazarle un instante. Casey le devolvió ese breve abrazo, pero al finalizarlo no tardó en fijarse en la expresión de incomodidad del chaval.

―Oye, Mia se ha tenido que ir. Se ha llevado la perra al veterinario corriendo ―explicó Benji.

―Ay, no. ¿Qué ha pasado? ―se preocupó Arlet.

―Pues que alguien se dejó una caja de bombones por ahí tirada, y Reina se ha dado un atracón. Me ha dicho que luego te llama ―añadió dirigiéndose a Casey.

―Gracias, Benji ―murmuró Casey.

―¿No os quedáis a cenar? ¿Arlet? ―sonrió irónicamente, ladeando la cabeza para llamar la atención de la morena.

Arlet le sonrió también, aunque de una manera ligeramente forzada. Sí, el chico era guapo y simpático, y a lo mejor le daría una oportunidad, pero no teniendo novio. A veces hasta le daba pena poner excusas.

Ojalá pudiera decir por ahí que estaba saliendo con alguien, pero seguiría sin poder demostrarlo.

―Me encantaría, pero ya tenemos planes ―respondió ladeando la cabeza, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón. Benji contuvo una risa y asintió.

Antes de salir del local habiéndose despedido del hermano de Mia, Arlet se quedó mirando a otra camarera rubia que llevaba un plato de hamburguesas en cada mano. Estuvo absorta un par de segundos hasta que Casey posó una mano en su hombro para que le siguiera.

―¿Qué mirabas? ―se rio él retomando el camino al apartamento de su amiga.

―A Ava ―respondió Arlet rodando la vista con diversión, alcanzándole―. ¿Cómo las distingues? Son clavadas.

―Ah, es verdad, que aún no la has visto ―suspiró con realización, provocando la curiosidad en su amiga―. Mia se ha rapado el lado izquierdo ―sonrió señalando la cabeza de Arlet.

―Oh. Pues mira, más fácil. Te juro que no soy capaz de diferenciarlas cuando llevan el uniforme.

―No te creas, a mí también me cuesta a veces ―murmuró él.

―¿Es que te has metido en algún lío con ellas, Jones? ―sonrió Arlet dándole un par de codazos juguetones.

―Cállate, Jordan ―bufó el vigilante.

Lo cierto es que, en ese momento, Casey no pudo evitar acordarse de que casi le pega un puñetazo al novio de Ava cuando les vio besándose en el patio del instituto. Sí, el que su novia tuviera una hermana gemela podía resultar un poco confuso en determinadas ocasiones.

Por suerte, era más fácil diferenciarlas cuando no llevaban uniforme del local. Ava se arreglaba un poco más que su hermana. Mia en cambio, optaba por ropa descolorida y zapatillas viejas. Aunque sí, el que haya querido experimentar con un nuevo peinado lo ponía todo más fácil.

―¿Y tú ya te hablas con Raph?

―Jolín, estuve enfada dos días, la semana pasada. Actualízate, tío.

*

Los adolescentes caminaban por la calle despreocupados a la vez que comentaban la nueva adquisición de Arlet para poder pasar el rato en el salón.

Era lunes, pero la primera semana de vacaciones, y Arlet se había decidido premiarse a sí misma comprando la PlayStation4 el fin de semana. Pero aún había que sacarla de la caja y configurarla, además de instalar los juegos que había comprado también y crearse un avatar en el Grand Theft Auto V.

Iba a llevar su tiempo y resultar bastante aburrido, así que sus amigos no dudaron en echarla una mano. Mientras se instalaba todo podían hacer otra cosa. Todo es más ameno en compañía, ¿no?

Una pena lo de la perrita de Mia, a lo mejor podía pasarse más tarde.

Raphael también se pasaría una vez terminase su turno de patrullaje en solitario ahora que, por fin, Splinter les había levantado el castigo. No había problema en que Mia le viese, la verdad es que ya le conocía. Fue una metedura de pata de la que sus hermanos no tenían conocimiento.

Ocurrió poco después de la operación de Arlet aunque, Casey tenía parte de culpa en el encontronazo. Al parecer Mia descubrió enseguida lo de su afición por la vigilancia nocturna y no tardó en querer unirse a él.

Evidentemente, Mia no formaba parte en las batallas, sólo echaba una mano a su novio con delincuentes mediocres o, consiguiendo cierta información no muy relevante en cuanto a ninjas y mafias peligrosas de la ciudad. O bueno, eso creía ella, para las tortugas toda información acababa siendo valiosa de una forma u otra.

Antes de llegar al apartamento, Arlet y Casey pensaron en pasarse por un supermercado para comprar unos aperitivos. Aunque estaba claro que iban a acabar pidiendo una pizza.

Ya divisando el edificio, un chico moreno de pelo semi-rizado salió de repente del callejón de la derecha de Arlet, sobresaltando a los adolescentes. Pero más a Arlet, que era a quien se dirigía el muchacho:

―Perdona, ¿eres Arlet?

Invadió su espacio personal poniendo una mano en su hombro y acercando la cara a la de ella como si le fuese a contar un secreto. Casey se tensó por el susto, pero casi que el marcado acento hispano del chico le llamó más la atención.

Figlio di troia ―refunfuñó ella rodando la vista con rabia. Por la forma en la que entrecerraba los puños, uno podía intuir que se estaba conteniendo por no golpearle―. ¡Qué susto! ―le gritó empujándole por el hombro mientras él se reía.

―¿Qué has dicho? ―se cuestionó Casey con una mueca de incomprensión aunque, sabiendo que el chaval ya no era una amenaza.

―Oh, sólo me ha llamado «hijo de puta» ―informó con una sonrisilla el no tan desconocido joven.

Se guardó las manos en los bolsillos de sus descoloridos pantalones de chándal negros. Llevaba también una sudadera gris claro y unas Nike blancas y negras. Su suave cazadora negra bajo el brazo izquierdo puesto a que quizá sería demasiado llevarla puesta.

―Christian Rojo ―dijo extendiéndole una mano al vigilante, quien la tomó firmemente.

―Casey Jones ―respondió frunciendo ligeramente el ceño―. ¿Qué te trae por Nueva York? ―preguntó.

―Mi familia y yo vamos a pasar unas semanas en España y he pensado en pasarme a saludar a mi amiga ―sonrió rodeando a Arlet con el brazo, acercándola a él.

Arlet rodó la vista juntando los labios, haciendo que formasen una línea recta casi perfecta. Le miró de reojo sacudiendo la cabeza un poco para apartase el pelo de la cara.

―Yo... no recuerdo haberte invitado ―murmuró ella frunciendo el ceño.

―Tu padre dijo que tenías un sofá-cama ―le respondió arqueando una ceja con su estúpida sonrisilla de superioridad, como la solía describir ella. Arlet se lamió los labios sabiendo que no se iba a poder librar de él.

―Pues me vas a hacer la cena, que lo sepas ―demandó con desinterés, retomando su camino calle abajo. Acomodó la bolsa llena de apetitivos que llevaba en el brazo izquierdo para sacar el teléfono y mandarle a Casey un disimulado mensaje.

ARLET: Me temo que esto es un cambio de planes.

CASEY: Ya aviso yo a los demás.

Casey le mandó un mensaje a Mia mientras caminaba tras Arlet y Christian. Guardó el teléfono en el bolsillo esperando la llamada de su novia para poder irse con una excusa. Tardó un poco en llamarle, pero al menos fue antes de que entrasen en el edificio.

El vigilante cogió el teléfono y pretendieron una corta conversación en la que su novia le pedía ayuda.

Emm, lo siento, Mia necesita que vaya por ella ―mintió con una expresión de falsa disculpa―. Que vaya bien ―se despidió encogiéndose de hombros.

―Hasta otra ―respondió Arlet forzando una sonrisa―. Y quiero saber cómo está Reinita ―gimoteó acordándose de la perra.

―Adiós ―añadió Christian a tiempo de que se alejase demasiado. Se volvió hacia Arlet, que sacaba las llaves para abrir la puerta del portal―. Bueno, ¿cuál es el plan?

―Iba a pedir una pizza mientras montaba la PlayStation, pero ahora me vas a hacer una tortilla como las de tu madre ―le dijo frunciéndole el ceño―. O pedimos la pizza y me haces la cena otro día, pero... me lo configuras todo tú, que se te da mejor.

―Hecho ―sonrió él señalándola con los dedos índices―. ¿Y tu sudadera, por cierto?

―En la basura. Me caí y la destrocé.

Resultó un poco raro entrar en el apartamento y ver que el equipaje de Christian ya estuviera ahí. Al parecer, el padre de Arlet le dejó su copia de las llaves cuando le sugirió que podía quedarse con ella. Christian no tardó nada en sacarlas del bolsillo con una sonrisa inocente para explicarse.

*

No pasó mucho tiempo, cerca de unos veinte minutos, que fue lo que tardaron en acomodarse, pedir la pizza y recibirla.

Arlet pagó al repartidor y volvió para dejar la comida en la mesa de café mientras Christian iba configurando la consola. Vale, resultó divertido darse cuenta de que Black-Jack intentaba subirse a la espalda del desconocido mientras él estaba arrodillado frente al televisor, al menos hasta que pudo meterse en la caja.

Entonces, Arlet se fijó en una sombra bastante familiar pasando brevemente por la terraza.

Ladeó la cabeza rodando la vista, pues ya sabía de quién se trataba. Suspiró sacando el teléfono para comprobar si por casualidad había recibido un mensaje o una llamada. Tampoco podía sorprenderle ver que tenía un par.

Raphael diciendo «¿Hola?» y «¿Qué clase de cambio de planes?». Hasta podía escuchar ese tono de desconfianza e ironía en su voz.

―Dame un momento, tengo que... hacer una llamada ―se excusó Arlet escapándose en dirección al piso de arriba, donde estaría segura que Christian no podría oírla. Él sólo murmuró un lejano y despreocupado «vale».

Para cuando Arlet se aseguró de que la puerta estaba bien cerrada, escuchó cómo la de su terraza se abría.

Suspiró resignada. Por lo general Raphael tenía la suficiente paciencia como para permitirle a ella ser quien le abra e invite a entrar. Tan pronto como se asomó por el pasillo, vio que la tortuga estaba de pie delante de la cama con los brazos cruzados.

―¿Y bien?

―¿Y bien? ―repitió ella arqueando una ceja―. Entiendo que te pueda mosquear un cambio de planes de última hora, pero en serio, ¿tenías que venir a oler?

―No. Sólo me ha extrañado que Casey me mande un mensaje diciendo que te ha surgido un "imprevisto" y que lo dejamos para otro día. ¿Y qué hace Christian aquí? ―añadió con un ligero tono burlesco en el nombre del chico.

Arlet suspiró profundamente ignorándolo. Se centró en responder, pero no por eso se le iba a olvidar.

―No me esperaba que fuera a venir, pero me alegro de verle, ¿vale? Si fuera otro, a lo mejor le mandaba a un hotel, pero a mi mejor amigo no.

―Espera, espera, espera. ¿Me estás diciendo que se va a quedar a pasar la noche? ―se cuestionó inclinándose ligeramente para escuchar la respuesta de su novia―. ¿Cuánto tiempo? ―demandó.

Arlet mantuvo silencio, mirándole con dureza y cruzando los brazos. Lo cierto es que con esa expresión y la falta de movimiento, parecía una maldita estatua. Estatua que a su vez podría convertir en piedra a cualquiera.

―Lárgate ―siseó antes de salir por la puerta, dejando al mutante con la palabra en la boca.

Raphael no sabía qué decir a eso, aunque también es cierto que perdió la oportunidad enseguida. Cuando escuchó el portazo que Arlet dio al salir, quería aporrear algo, pero pagarla con lo primero que encuentre en la habitación de su novia no sería una buena opción.

Murmuró injurias al no poder vociferar como le hubiera gustado, dando un par de patadas al aire mientras se dirigía a la terraza para salir del apartamento. Claro que, estuvo unos minutos mirando a través de la ventana del salón.

Al menos hasta que Arlet debió de imaginarse que estuvo ahí. Tan pronto como la morena iba a girar la cabeza disimuladamente para no llamar la atención de su amigo, Raphael salió de allí de un salto.

Justo a tiempo.

Arlet rodó la vista sabiendo que, aunque no le hubiera visto, Raphael había estado ahí observándoles.

*

Casey se encontraba en su habitación recogiendo rápidamente algunas cosas que tenía tiradas por el suelo. Ropa sucia, envoltorios de su cena de hace un par de noches, los mandos de su propia consola. El chaval era un desastre, resultaba extraño que su padre no le llamase la atención por ello.

Quizás se había vuelto un poco más consciente del desorden de su cuarto cuando sabía que iba a recibir la visita de su novia.

Cuando le llamó, Mia le dijo que Reina estaba fuera de peligro, pero que aún tenía que estar bajo observación por si acaso. Pero no tuvo miedo de sugerir en pasar la tarde juntos en casa de él.

El vigilante utilizó una camiseta vieja para poder limpiar el escritorio de migas que vete a saber cuánto tiempo llevaban ahí. Abrió la ventana para sacudir la prenda, y a los pocos segundos, Raphael aterrizó delante de él.

―Has ido a verla, ¿verdad? ―preguntó poco sorprendido, terminando de deshacerse de las migas.

―¿Tan obvio es? ―murmuró la tortuga apartando la vista―. ¿Y tú qué? ¿Limpieza de primavera?

―Mia y yo vamos a seguir con la fiesta aquí. No sé si me explico ―sonrió guiñándole un ojo.

Raphael resopló mirando a otro lado. No era la primera vez que Casey insinuaba lo que iba a hacer con su novia, y más aún desde que él también la conocía. Una parte de él le decía que su amigo estaba ejerciendo cierta presión sobre el estatus actual de su relación con Arlet.

Lo peor es que funcionaba. Empezaba a plantearse cuánto más tardarían en dar ese paso, pero tampoco quería meterle prisa a Arlet.

En alguna ocasión en la que estaban los cuatro, Raphael y Arlet no pudieron evitar sentirse incómodos al presenciar ciertos intercambios de saliva. Mia era bastante cantosa, la verdad. Hasta Casey sintió la necesidad de disculparse más tarde por ello.

―¿En serio soy yo el que se queda sin plan hoy? ―bufó Raphael rodando la vista, volviendo a la conversación y pasando por alto las insinuaciones de su amigo.

―Aún es pronto, pero si quieres salimos luego a patrullar ―respondió el vigilante encogiéndose de hombros.

Casey frunció el ceño al notar que su amigo seguía molesto por toda la situación del amigo de Arlet, por lo que resopló y se recostó en la ventana.

―A ver. No creo que tengas por qué estar celoso. Se conocen desde muy pequeños, y creo haber entendido que le gustaba una chica del insti. Así que relájate ―insistió enderezándose, poniendo ambas manos en el marco de la ventana.

―Claro, y deja a su novia para venir a ver a la mía.

―Raph, que va a ir a ver a su familia. Está de paso ―suspiró Casey rodando la vista. Vio que su amigo seguía refunfuñando, así que se rindió―. Tienes razón, seguro que te está poniendo los cuernos ahora mismo. No hay nada más erótico que montar la PlayStation ―murmuró.

―¡Ella no haría eso! ―gritó Raphael volviéndose hacia él.

―¡Exacto! ―respondió Casey igual de alto―. Así que deja de rayarte.

Apenas se mantuvieron unos segundos en silencio, pero el timbre sonó antes de que pudieran retomar la conversación. Casey miró por encima de su hombro por acto reflejo.

―¿Crees que puedas aceptar que sólo son amigos? ―preguntó en un tono burlón, ladeando la cabeza.

―Qué remedio ―murmuró la tortuga antes de prepararse para saltar―. Que os lo paséis bien ―añadió con desdén.

―Luego te llamo ―alcanzó a decirle Casey antes de que pudiese desaparecer entre las alturas. Y después de eso, fue a abrirle la puerta a su novia.

Raphael no se alejó demasiado puesto que seguía sin saber qué hacer o a dónde ir, continuaba dándole vueltas a la cabeza sobre lo que podría o no estar pasando en el apartamento de su novia.

Tal como le había dicho a Casey, sabía que Arlet no le engañaría. Pero no era ella quien le preocupaba, era ese chaval al que no conocía de nada.

Es decir, podrían ser sólo amigos, pero uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, ¿no? ¿Y si ahora que no la tiene en California con él ha descubierto que la quiere un poco más que a una amiga?

O peor aún, y cosa que, de ser así, podría haberle mencionado antes. Sacó el teléfono sin poder evitar preguntar.

RAPH: No será un ex, ¿verdad?

ARLET: Que te den.

Raphael resopló después de aguantar el aliento todo lo que pudo y más, lamiéndose los labios para evitar maldecir a su novia. Dio más patadas al aire con rabia y se fue en busca de algún delincuente con el que poder desahogarse.

*

Después de haber pasado la tarde con su novia, Casey se encontró con Raphael en un callejón del barrio chino. Estaba claro que continuaba torturándose con la idea de Arlet pasando el rato con su amigo, porque se había colado en un gimnasio y no dejaba de golpear un saco de boxeo.

Casey podía admitir que era cierto que se la veía más desenfadada junto a su amigo, pero era normal, después de todo habían crecido juntos.

Aun así, tuvo que preguntarle si se ponía celoso cada vez que la veía jugando a videojuegos con Michelangelo. A él también le daba codazos juguetones y compartían risas divertidas. O las veces que pasaba el rato con Leonardo en el dojo, o con Donatello en el laboratorio.

En un principio, Raphael admitió que sí se ponía celoso. Pero de alguna manera acabó descubriendo que sus hermanos la ayudaban en algún aspecto mientras él no estaba presente. Estaban ahí para ella cuando él no podía consolarla.

Michelangelo la ayudaba a distraerse y relajarse después del trabajo, Leonardo la había calmado más de una vez en un ataque de ansiedad, y Donatello la echaba una mano con algunos trabajos del instituto que de verdad que le quitaban el sueño.

Al final se sentía estúpido por dudar de sus hermanos, sabía que nunca le harían eso.

Esa noche, ya en la guarida, se quitaba el equipo aún refunfuñando para meterse en la cama cuando recibió por fin un mensaje de Arlet.

Vaya... Ahora quiere hablar, pensó. Espero que no sea una foto reprochándome una cena de videojuegos y pizza.

ARLET: Vale, acabo de meterme en la cama. Te voy a dar una oportunidad.

RAPH: ¿Estáis compartiendo la cama?

Arlet no había terminado de escribir y Raphael lo pudo ver en lo alto del chat, pero interrumpió de igual manera con esa estúpida pregunta suya.

Arlet resopló con rabia por la simple insinuación y borró lo que estaba escribiendo. Iba a preguntarle si tenía algo que decir, esperando que le respondiese con una disculpa, claramente. ¿Pero eso? 

ARLET: 🖕🏻

Ambos estuvieron a punto de lanzar el teléfono a la otra punta de la habitación. Al menos Arlet pensó un poco en frío y se le ocurrió bloquearle.

Al día siguiente, cuando se despertó, había recibido un mensaje de Michelangelo preguntando en nombre de su hermano cómo es que no podía enviarle mensajes. Arlet suspiró y carraspeó antes de mandarle un audio:

―Puedes decirle que seguirá bloqueado toda la semana.

Podría haber dado alguna explicación más, pero tampoco lo creyó necesario. Ya hablaría con Raphael cuando Christian cogiese su vuelo a Europa, ahora quería aprovechar que estaban juntos, como en los viejos tiempos.

Raphael había estado lo suficientemente mosqueado con Arlet y todo lo que había ocurrido por la inesperada visita de su amigo, como para haber conseguido dejar pasar esa semana casi por completo.

Sus hermanos llegaron a mandarle algún mensaje a Arlet para que le dijese algo, lo que fuera. La cosa es que los entrenamientos se habían vuelto tan intensos que en alguna ocasión Splinter tuvo que intervenir.

Sí... Los celos habían despertado algo nuevo en la forma de luchar de Raphael. O puede que fuese por haber discutido con su novia, en general.

Ni que decir tiene que Arlet les ignoró por completo. Como mucho les mandó un emoji de significado dudoso, indiferente.

Ese viernes, Raphael no pudo soportar que Splinter le pidiese sutilmente que abandonara el entrenamiento.

Ya que no tenía otra cosa que hacer, empezó a comerse el coco, y se acordó de que probablemente Arlet aún tenía a su amigo en el apartamento, estando los dos de risas.

Por otro lado... Sabía que esa era la última semana de Arlet trabajando en la tienda de ropa, así que tendría que ir aunque tuviera visita.

Miró la hora en su T-phone y, ni siquiera se molestó en preguntarle a sus hermanos si es que iban a salir de patrulla esa noche. De ser así ya se encontrarían en alguna azotea, en ese momento lo que más le interesaba era interceptar a su novia antes de que llegase a casa.

*

Arlet caminaba por la calle acomodando su mochila en el hombro derecho mientras sacaba el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón para comprobar si tenía alguna notificación. Ladeó la cabeza con confusión al ver que tenía un mensaje de Christian.

Carraspeó y se dispuso a mandarle un audio.

―¿Cómo que has salido? ¿A dónde? ―se cuestionó con una mueca―. Mira da igual, acabo de ver que me has escrito hace una hora. Ya estoy de vuelta, no tardo. ¿Y tú?

Soltó la pantalla del teléfono para enviar el audio y pudo ver que su amigo no estaba conectado. El mensaje se envió, pero no fue recibido. Se encogió de hombros y guardó el móvil en el bolsillo de nuevo.

No le quedaba mucho para llegar hasta su apartamento, y lo estaba deseando. Ese día no le había resultado especialmente ameno, empezando porque el insomnio la había tenido despierta casi toda la noche, y para colmo, se había pasado todo el turno metida en la trastienda haciendo inventario.

Suspiró cansada pensando que al menos su casa estaba a la vuelta de la esquina.

Al pasar junto a un callejón, una mano la arrastró a la oscuridad.

La primera vez la asustó, la segunda fue hasta divertida, ¿la tercera...?

―¡Raph! ―se quejó ella habiendo podido reaccionar como para intentar resistirse clavando los talones en el suelo e inclinándose hacia atrás. De todas formas, no era lo suficientemente fuerte como para evitar que la tortuga siguiese tirando de ella―. ¿¡Qué haces!?

Shh ―la chistó él preocupándose de mirar a ambos lados para asegurarse de que nadie les había escuchado.

En cuanto pudo, la cogió en brazos y la llevó con él a lo alto de la azotea, para estar seguro de que no serían molestados.

Tan pronto como Arlet tocó el suelo de nuevo, se volvió con decisión y le dio un tortazo que hizo que la tortuga girase la cabeza noventa grados a su derecha.

Raphael se mantuvo en silencio un instante, como si no hubiera procesado lo que acababa de pasar o, si no estuviese seguro de que hubiera sido real. Se dirigió a ella palpando su mejilla con la punta de los dedos sólo para saber si de verdad estaba más cálida.

―¿Me has dado un bofetón? ―se cuestionó mirándola con incredulidad, retirando la mano pese a que ese incómodo hormigueo no había cesado.

―Si no lo has notado, puedo darte otra vez ―le dijo ella entrecerrando los ojos, forzando una pequeña sonrisa burlona que no supo mantener por más de un segundo―. Que te den a ti y a tus celos, son estúpidos.

―¿Seguro? Yo creo que están justificados ―resopló Raphael cruzándose de brazos.

―Raph. Que llevamos saliendo cuatro meses y medio. ¿A qué viene que te pongas celoso ahora de mi mejor amigo? Ya te he hablado de él antes ―espetó Arlet lanzando una mano al aire―. ¿Y si me pusiera yo celosa de April? ―le preguntó ladeando la cabeza, mirándole de reojo.

―No es lo mismo ―bufó él con una mueca.

―Y una mierda ―le gritó―. Os he visto entrenar solos mil veces. ¿Pero sabes qué? Que sé que es una amiga ―le dijo recalcando cada palabra de la última frase, como si intentase explicárselo a alguien duro de oído.

―No es lo mismo, porque estás saliendo con un mutante ―recalcó Raphael haciendo hincapié en cada una de las palabras que dijo, notando cómo su pecho comenzaba a doler.

Era una sensación que solía tener cada vez que discutía con sus hermanos ―o Leonardo― y, le generaba la necesidad de salir a gritar cuanto pudiese y patear todo lo que se le ponía por medio. Naturalmente, no lo haría delante de Arlet.

Suspiró profundamente.

―¿Cómo sé que esto no va a acabar así sin más? Mírate, eres preciosa ―dijo señalándola con una mano, y a partir de ahí, fue alzando la voz a cada palabra que pronunciaba―. No dejo de pensar que esto, de alguna manera, está mal. Si esto acaba, para ti será fácil empezar de nuevo, ¿pero yo? Eres lo mejor que me ha pasado nunca, Arlet. En serio, ¿quién escogería a un mutante antes que a un humano? ¡Podrías estar con alguien mejor! ¿¡Por qué estás conmigo!?

―¡Porque te quiero, idiota! ―vociferó Arlet sin pensar haciendo que, con sus palabras, reinase el silencio.

La tortuga la miró atónito, pero no tenía ni de lejos la misma expresión de asombro que la de Arlet. Ella soltó el aire lentamente entre los dientes, casi tiritando por la sensación que le había dejado admitir aquello.

Raphael podía ver lo nerviosa que se había puesto, aunque casi le parecía que estaba a punto de darle un ataque de ansiedad. Ya había visto antes cómo empezaba a respirar con pesadez y la forma en la que su pecho subía y bajaba como si no recibiese el oxígeno suficiente.

Lo peor fue ver que en sus ojos se formaba una vidriera de lágrimas.

―Arlet... ―murmuró tristemente.

―Olvídalo ―murmuró mirando al suelo, luchando por vencer al nudo de su garganta y a la vez evitar que le temblase el labio inferior. Antes de que Raphael pudiese volver a hablar, se dio la vuelta para bajar por las escaleras de incendios.

Raphael se quedó ahí observando cómo Arlet descendía por el edificio. Sentía cómo sus ojos suplicaban, con una incesante picazón, que les permitiese desbordar miles y miles de lágrimas, pero él se esforzaba por controlarse, suspirando una y otra vez.

No podía creer que le hubiera dicho eso, pero le dolía haber hecho que se arrepintiese tan pronto de ello. Quizás lo que más temía es que se arrepintiese de algo más, como de haber perdido el tiempo con él.

*

Antes de llegar al apartamento, Arlet puso todo su empeño en tratar de pretender que no había pasado nada.

Le estaba resultando bastante difícil teniendo en cuenta que se derrumbó por completo cuando volvió al callejón. Tuvo que tomarse su tiempo para asegurarse de que no le quedaban lágrimas por derramar y, que su maquillaje no la delataba.

Fue una suerte que le diese por pensar en ello, porque se cruzó con Christian, que llegaba al portal casi al mismo tiempo que ella.

―Eh, A.J. ―la llamó para que le esperase.

―Ey... ―saludó forzando una sonrisa, pasando una vez más la mano por la punta de su nariz como acto reflejo―. ¿A dónde habías ido?

―Es que tu padre me confió un encargo más, no sólo lo de la habitación ―sonrió guiñándole el ojo. Frunció el ceño con confusión al notar enrojecidos los ojos de su amiga―. ¿Estás bien? ―preguntó ladeando la cabeza.

―Sí. Ha sido un día largo ―murmuró mirando al suelo, guardando las manos en los bolsillos del pantalón.

Por lo general, Christian la obligaría a contarle lo que fuera que le hubiera ocurrido, no sería la primera vez que la acompaña durante un ataque de ansiedad. Pero lo dejó de lado porque en ese momento le hacía más ilusión seguir las instrucciones de Janik.

―Bueno. A ver si esto te anima ―dijo rodeándola con un brazo, acompañándola a un parking cercano a su edificio en el que la verdad es que era raro encontrar un hueco libre.

Christian incluso la meció de manera divertida para ver si conseguía hacerla sonreír, pero llegaron hasta su destino y no lo había logrado del todo. Apenas le arrancó una pequeña sonrisa momentánea.

El chico retiró el brazo y saltó delante de lo que quería mostrarle a su mejor amiga. Se trataba, ni más ni menos, que de un reluciente Ford Fiesta granate.

―¡Tachán! ―sonrió señalando el producto y, sacando unas llaves del bolsillo de su pantalón.

―Es una broma ―dijo Arlet arqueando una ceja, caminando hasta él aún sorprendida―. ¿Me ha comprado un coche? ―se cuestionó con una sonrisa incrédula.

―Ahora entiendes por qué decía que no dejásemos esos muebles en el garaje, ¿no?

―Ahora entiendo por qué papá se empeñaba en comprar el garaje ―asintió ella tomando las llaves que su amigo zarandeaba delante de su cara.

―Ya... Lo del atraco debió asustar un montón a tu madre ―murmuró Christian echando un vistazo por encima de su hombro al ver que Arlet no perdió el tiempo en desbloquearlo para montarse y acomodarlo todo a su estatura. Se acercó posando el codo sobre el techo mientras ella colocaba el asiento―. ¿Y a qué venía la cara larga? ―preguntó.

―Un mal día ―suspiró ella palpando el volante, después de comprobar si lo tenía muy cerca o muy lejos.

Christian arqueó una ceja, algo le decía que no era como otras veces en las que la había tenido que animar. Esta vez no se veía capaz de sacarle la información.

―No quieres hablar de ello, ¿no?

―No, Chris... ―perdió la mirada un momento, pero de repente encendió el motor y cerró la puerta para poder ajustar también los retrovisores.

Christian se la quedó mirando extrañado cuando acabó y vio que no salía. Estaba casi seguro de que le iba a dejar ahí tirado.

―¿A qué esperas? ―le llamó bajando la ventanilla con una sonrisa irónica―. Hay que subir un par de cajas.

Christian contuvo una risa, pero se apresuró a sentarse en el asiento del copiloto. Arlet salió del aparcamiento y se dirigió al garaje de su edificio.

Raphael no pudo evitar seguir a Arlet cuando recobró el sentido. Pensó que necesitaba disculparse.

No pudo hacerlo porque Christian apareció enseguida, pero supo que la había hecho daño. Había visto como trataba de secarse las mejillas disimuladamente antes de llegar. Además de que la había oído llorar en el callejón.

Es posible que en ese momento él también se viniese abajo por la culpa.

Sí, le molestó ver cómo el muchacho la rodeaba con el brazo, pero empezó a comprender que probablemente no lo habría hecho de no ser por él. Sólo quería reconfortar a su amiga.

Se quedó sentado en la escalera de incendios desde la que les observó cuando llegaron al parking, pensando que se había comportado como un verdadero cretino.

Pensó un rato, pero la única conclusión a la que llegó, fue que lo mejor sería salir a patrullar para distraerse. Ya la había liado bastante por esa noche.

Arlet pasó todo el día con Christian, porque esa misma noche le iba a dejar en el aeropuerto. Ni siquiera se quejó por tener que madrugar para ir a trabajar a su último turno de mañana, así pudieron aprovechar la tarde.

Estuvo bien dar una vuelta en su flamante coche nuevo, aunque se temía que podía resultar un poco redundante en la gran ciudad. Después de todo, iba al instituto en metro y no le daba ningún miedo.

Pensar en eso cuando volvía, le recordó a Raphael y la paranoia que le entró cuando la atacaron. Porque quería que estuviese a salvo.

Suspiró desanimada sacando el teléfono del bolsillo y, dignándose a desbloquearle.

Al entrar en su habitación esa noche, le llamó la atención ver unas manchas rojas en el suelo. Frunció el ceño confusa, pero no se alarmó, algo le decía que no había nada de lo que preocuparse.

Se acercó terminando de cruzar el pasillo y pudo distinguir que no se trataba de manchas, sino de pétalos de flores. Había más por el suelo de la habitación, y más aún esparcidas por las blancas sábanas de su cama junto con un ramo de rosas rojas.

Arlet echó un vistazo hacia la puerta de su terracita inconscientemente.

Caminó hasta la cama y cogió el ramo con cuidado de no pincharse con las espinas. Al palparlo con precaución y examinar el fresco estado de las flores, encontró una pequeña tarjeta que decía «lo siento».

Ya había visto esa letra antes, aunque no le hacía falta pensárselo mucho para saber quién podría haberse tomado tantas molestias para hacer eso. Resultaba conmovedor que Raphael hubiese recurrido a uno de los topicazos de los que se solían reír.

Ninguno de los dos era romántico, y precisamente por eso se reían de esas cosas. Esta vez, Arlet se sintió como una verdadera hipócrita porque le había encantado, y emocionado.

―¿Te gustan? ―preguntó Raphael asomándose por el pasillo. Arlet se volvió con un puchero, asintiendo sin poder evitar que un par de lágrimas comenzasen a descender por sus mejillas―. Yo también te quiero, pequeña ―susurró con una tímida sonrisa, palpando la esquina tras la que se escondía.

Arlet reprimió un sollozo y se abrazó al ramo de flores de entre sus manos.

―Yo... Es que me enfadaste tanto... ―murmuró tratando de explicarse, secando esas lágrimas con el dorso de su mano derecha.

―Lo sé, y lo siento ―respondió él rápidamente, acercándose a ella con pasos cautos―. Sé que lo dijiste en serio, y no debí dudar de ti ―murmuró atreviéndose a tomar una de las manos de Arlet―. ¿Podrás perdonarme? ―preguntó con una triste sonrisa de incertidumbre.

Arlet apretó los labios y bajó la vista para mirar a la nada un segundo. Tampoco le hacía falta pensárselo demasiado, cuando le miró a los ojos supo que ni palabras hacían falta pues, ya le había ofrecido una pequeña y tímida sonrisa.

Asintió pestañeando varias veces, dejando escapar otra lágrima que Raphael no dudó en secar con el pulgar.

―¿No es algo que digas a la ligera, verdad? ―sonrió Raphael sin dejar de acariciar su mejilla, ahora perdiéndose en esos preciosos aunque enrojecidos ojos castaños.

―Me cuesta decir estas cosas. Y haberlo soltado cuando estábamos discutiendo fue raro ―murmuró apartando la vista otra vez. Suprimió otro sollozo esperando terminar de calmarse por fin―. ¿Es que quieres que lo repita? ―suspiró resignada, mirándole de nuevo.

Raphael negó con la cabeza ofreciéndole una tímida sonrisa al haber curvado únicamente la comisura derecha. Acarició su mejilla y se inclinó sobre ella para darle el beso más dulce que pudo.

Arlet no se opuso, cerró los ojos y se dejó llevar, pero ese beso acabó rápidamente. Ella le miró confusa, pensando por qué habría parado. En sus ojos podía ver que aún encerraba dolor, y eso sólo la hacía trasladarse a la noche anterior.

―¿Te... arrepientes en algún sentido de... lo nuestro? ―preguntó inseguro. Arlet tragó saliva y bajó la mirada para responder sinceramente y no tener que mirarle a los ojos mientras tanto.

―Nunca antes había llorado de rabia, pero... no. No me arrepiento ―respondió negando con la cabeza.

―Yo por culpa, si te hace sentir mejor ―murmuró evitando mirarla a los ojos―. ¿Qué he hecho para merecerte? ―suspiró Raphael tomando su mano de nuevo. Arlet sonrió volviéndose un instante para dejar las flores en su cama y poder tomar la otra mano de la tortuga.

―Bueno. Evitaste que me apuñalasen aquella noche de diciembre. ¿Qué te ha pasado en la mano? ―preguntó fijándose en la venda que tenía cubriéndole la palma derecha.

―Me acordé de tus cactus ―sonrió él mirando la venda de reojo―. Me he cortado con las espinas al hacer todo esto ―murmuró con una risa nerviosa mirando el breve camino de pétalos de rosa―. ¿Y tú? ―se cuestionó arqueando una ceja.

Arlet no tenía ninguna venda ni corte, pero sí es cierto que tenía los nudillos de su mano derecha ligeramente colorados.

―Le he dado un puñetazo a un saco de boxeo ―respondió juntando los labios, como si estuviera confesando una trastada―. Todo lo fuerte que pude.

Raphael la miró incrédulo. No se lo podía creer, es que no la veía capaz. Vale que tuviera carácter, pero no acababa de imaginarla violenta. También es cierto que la noche anterior le cruzó la cara sin inmutarse, y aún podía sentir el calor en su mejilla.

Arlet soltó una risilla al ver su expresión y tiró de la mano que aún sostenía para que la siguiese al piso de abajo. Al terminar de bajar las escaleras, Arlet le señaló la puerta de la habitación que solía tener vacía.

―Es algo que hemos estado haciendo esta semana ―comentó abriendo la puerta.

Wow ―suspiró él contemplándolo todo.

Nada más entrar, tenía el famoso saco de boxeo colgando a su izquierda, aunque evidentemente tenía un margen de error para evitar llegar a golpear las paredes al balancearse.

A la derecha había unas estanterías en las que Arlet había dejado todos sus materiales relacionados con la pintura y el dibujo en general. Parecía que lo hubiese lanzado todo a los estantes con tal de sacarlo de su vestidor, pero bueno.

Dándole la espalda al ventanal del fondo, había un par de pufs de colores beige y blanco roto haciendo esquina en la misma pared del saco de boxeo. Una gran y suave alfombra parda cubría el 60% de la habitación empezando desde debajo de los asientos.

Evidentemente era una zona de relax total porque había otra estantería en la esquina opuesta, pero en ella sólo había unos pocos libros.

―Antes de que te cuestiones por qué no hay ningún cuadro o póster... es que quiero pintar las paredes ―dijo encogiéndose de hombros mirando la estantería de su desastre de pinceles y botes de pintura.

―¿Como el mural que tengo en mi cuarto? ―sonrió él irónicamente.

―Pues sí, ¿qué pasa? ―contestó ella cruzándose de brazos y alzando las cejas antes de sacarle la lengua―. Tú puedes pintar esta pared si quieres, pero como manches un puf... ―añadió en tono amenazante agitando el puño lentamente.

―Tendré cuidado ―asintió él manteniendo su sonrisilla―. Pero sigo sin entender para qué quieres un saco de boxeo. A ver, ¿cómo de fuerte le diste? ―preguntó llevándose la mano a la barbilla, inspeccionando el saco.

―No es nada especial. Simplemente no me puse los guantes y papá suele tener forrado el que tenemos en California. Ese sí que da gusto pegarle. Es como un saco de boxeo para ovejas ―murmuró con una sonrisa que Raphael no sabía muy bien cómo interpretar.

―¿Pero entonces es para ti de verdad?

―Puedes usarlo tú. Tengo mis límites como todo el mundo, pero no me suele dar por lanzar puñetazos. Tengo que estar bastante cabreada.

―Ya. Entonces... ¿por casualidad viste mi cara aquí anoche? ―preguntó frunciendo una ceja con incomodidad, señalando el probable punto en el que Arlet atizó el saco. Ella no respondió, sólo le miró curvando los labios―. Bonito coche, por cierto ―carraspeó Raphael cambiando de tema, alejándose un paso del saco.

―Raph ―gimoteó ella rodando la vista.

―No. No es lo que piensas. Quería disculparme, pero tu amigo llegó antes que yo ―suspiró.

―¿Ya desde anoche querías disculparte? ―se cuestionó Arlet dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.

―Sí... Es que vi cómo te fuiste, y no me pareció normal después de que me dijeras lo que me dijiste. Temía que no quisieras volver a verme y supe que la había cagado de verdad. Lo siento, nena.

―Ven ―suspiró ella alzando los brazos para acogerle en un abrazo. Raphael se acercó con pasos vacilantes, pero no se iba a resistir a un momento entre los brazos de su novia.

Estuvieron así un rato, en silencio.

Estaban de lo más tranquilos hasta que a Arlet le dio por hacer la gracia y dejarse caer sobre los pufs arrastrando a Raphael con ella. Él intentó evitar la caída pensando que se estaba desmayando o algo por el estilo, pero no supo reaccionar como para que ella no consiguiese tirar de él.

Se rieron y se volvieron a quedar abrazados ―ella encima de él. Esta vez con intercambios ocasionales de besos.

No se movieron de ahí hasta alguien se asomó por la puerta maullando, demandando su cena con cara de pocos amigos. O esa era la impresión que daba.

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