cap 12
AL CAER LA NOCHE, CAPÍTULO 12
UN CUCHILLO METALIZADO
A LA SEMANA SIGUIENTE, LA COSA SE TORNÓ BASTANTE TENSA.
Los chicos intentaron rescatar a Karai el miércoles por insistencia de Leonardo, quien no soportaba ver a su Sensei tan hecho polvo mirando melancólicamente su fotografía familiar.
Le costó convencer a sus hermanos, pero cuando le vieron decidido a salvarla por su cuenta, le acompañaron a regañadientes. No creían que fuera a hacer ninguna estupidez porque no era propio de Leonardo, pero sí es cierto que la situación resultaba arriesgada de por sí.
Fue extraño ese momento en el que el querido Kuro Kabuto de Shredder, apareció en mitad de la carretera después de que atropellasen a un tipo invisible. Pero más raro aún es que ese casco fuese el móvil de una carrera contra los esbirros de Shredder.
Tal como gritó Michelangelo en medio de tan surrealista experiencia, parecía que estuviesen jugando a «la patata caliente» por la ciudad.
Estuvieron a punto de lograrlo, pero lamentablemente Shredder se temía que las tortugas fueran a intentar salvar a Karai. Ideó una pequeña trampa de la que tuvieron constancia más tarde en una azotea.
No salvaron a Karai, pero eso lo hubieran podido averiguar antes si les hubiese dado por quitarle el saco de la cabeza.
Resultó ser una bomba.
Después de eso, sólo les quedaba volver a casa sabiendo que habían fracasado.
Leonardo estaba especialmente decepcionado por cómo había acabado todo. No se sentía capaz de regresar a la guarida, le avergonzaba tener que decirle a Splinter lo que habían intentado hacer ―por insistencia suya― para únicamente haber formado parte de una carrera sin sentido y haber estado a punto de volar por los aires.
Sencillamente no se sentía capaz de volver con la cabeza gacha, así que les dijo a sus hermanos que quería dar una vuelta a solas.
Claro que, la noche se le alargó hasta el mismísimo amanecer, y tuvo que buscarse algún lugar en el que quedarse para que no le viesen los humanos que salían a la calle para dar comienzo a su rutina.
▼
Arlet bajó las escaleras a toda prisa temiéndose que iba a llegar tarde a clase.
Estaba terminando de meter la mano por la manga de la sudadera, aunque le resultaba un poco difícil teniendo los cordones desatados y utilizar la otra mano para bajar la mochila. Por no mencionar, que tampoco se había dado el botón de los pantalones.
Se saltó el último escalón por error y tuvo que aguantarse en la pared de enfrente para evitar caerse o peor, estrellarse contra ella. Ya de paso ―y maldiciendo tanto la torpeza como las prisas―, apoyó un hombro en la pared para flexionar la pierna derecha y atarse los cordones.
―¿Estás bien?
Arlet dio un respingo que casi le cuesta, además, un cabezazo contra la pared. Se llevó una mano al pecho bajando la pierna.
―¡Joder! ―resopló con rabia―. Qué susto, Leo.
Leonardo estaba asomado por la esquina correspondiente a la cocina, frunciendo el ceño porque de verdad que había sonado como si su amiga se hubiese caído por las escaleras.
Arlet suspiró profundamente y se ató los pantalones como es debido, con el botón bien dado por encima de su ombligo.
―¿Qué haces aquí? ―se cuestionó suspirando más tranquila aunque confusa, siguiéndole hasta la cocina terminando de subir la cremallera de la sudadera. Se sentó en un taburete para alcanzar a atarse también la otra zapatilla.
―Misión fallida ―suspiró Leonardo dejando que sus hombros se relajasen―. Y se me hizo tarde para volver a la guarida. No te importa, ¿verdad? ―preguntó ladeando la cabeza para llamar su atención y que le mirase.
―No. Pero, yo me tengo que ir a clase ―murmuró ella enderezándose, percatándose de que la tortuga examinaba los armarios en busca de algo que desayunar―. Si lo que buscas es té, no tengo.
―¿Nada? ¿Ni el favorito de Raph? ―suspiró abriendo otro armario.
―Se lo bajó a la guarida la semana pasada ―informó Arlet levantándose para alcanzar una nota que había pegada en la nevera―. Mira, comprar té blanco ―señaló rodando la vista con diversión.
―¿Compras té verde también? ―sugirió Leonardo con una pequeña sonrisa.
―Vale, pero te llegará tarde ―respondió cogiendo una magdalena de una fuente que tenía en la esquina de la encimera. Salió de la cocina despidiéndose para irse a clase de una vez, no habiéndose olvidado de las prisas que tenía hacía un minuto.
Echó a correr tan pronto como salió del edificio, pensando que sólo le faltaba que el metro quedase detenido o fuera con retraso. De darse el caso, esperaba poder salir en busca de un taxi y no quedar retenida.
Cuando Arlet salió de la estación de metro ―sin haber sufrido ningún percance― y vio que al final llegaba a tiempo a la primera clase, se le ocurrió llamar a Raphael para preguntar qué clase de misión habían tenido la noche anterior. Por entender un poco el estado anímico de Leonardo y ver si podía animarle un poco cuando volviese.
Raphael no tardó mucho en responder al teléfono.
―No es muy buen momento, nena ―suspiró Raphael.
―Si lo dices por Leo, está en mi casa ―contestó ella apoyándose en la pared junto a la que se había detenido. Rodó el hombro para mantener la mochila en su sitio al tenerla colgada de un solo arnés.
―¿En tu casa? ¿Por qué? ―cuestionó después de decirle a sus hermanos dónde estaba Leonardo y que podían respirar tranquilos.
―No lo sé, esperaba que me lo explicases tú. No le he visto hasta esta mañana. ¿Qué ha pasado anoche? Se le ve abatido.
―Pff... Se empeñó en intentar salvar a Karai. Y nos estalló en la cara ―resopló tomando asiento en uno de los taburetes de la cocina―. ¿Está bien?
―No hemos hablado mucho porque me quedé dormida. Sólo quería saber qué había pasado ―murmuró justo en el momento en el que el timbre de inicio de clase sonó―. Luego te hablo. Adiós ―se despidió en un susurro.
Arlet se topó con April y Casey en el descanso, por lo que debatieron un poco sobre el tema. Ni que decir tiene que April aún tenía sus reservas para con la kunoichi, no podía olvidar tan fácilmente aquel enfrentamiento que tuvieron ni mucho menos que hubiese participado en controlar a su padre en la que fue la primera invasión.
Casey y Arlet podían entenderlo, pero también es cierto que tenían la ventaja de no conocerla personalmente y, por ende, tenían una opinión más objetiva. En aquel momento, sentían más empatía por lo que debían de estar pasando. Todos ellos.
A ver, April también lo entendía, pero seguía sin fiarse del todo de ella. Como Raphael.
*
A Leonardo no le preocupaba que su té tardase unas horas en llegar, no le costaría mucho entretenerse.
Simplemente con arrodillarse en la alfombra podía meditar un buen rato, tal como su maestro. O eso pensaba hasta que Black-Jack empezó a pasar a su lado haciéndole cosquillas en las piernas al mecer su cola peluda.
Pudo meditar un par de horas cuando se preocupó de darle de comer, pero no era ninguna sorpresa que acabase rendido. Más tarde se acomodaría en el sofá con el gato en el regazo para acariciarle y disfrutar de alguna serie en Netflix.
Pensó que tendría que esperar bastante más, pero Arlet llegó sobre las 13:00 con un par de bolsas en las manos.
―¿Ya has vuelto? ―se cuestionó poniendo el pausa la serie, inclinándose para ver la hora en el reloj que había en la cocina, junto al frigorífico.
―La profesora de psicología no ha venido y he aprovechado para saltarme también la última hora. Como casi todos los demás ―contestó ella encogiéndose de hombros―. ¿Tienes hambre? He pasado por el restaurante de Murakami ―dijo empezando a sacar la comida sobre la encimera.
Lo cierto es que Leonardo al final prescindió del desayuno, por lo que se levantó enseguida para acompañar a su amiga.
―¿No trabajas hoy? ―preguntó tomando asiento.
―Cambié el turno de ayer ―respondió extendiéndole su plato―. Entonces... ¿cómo lo llevas? ―quiso saber.
―¿Por dónde empiezo? ―suspiró Leonardo con pesadez.
Bueno, aquel día Arlet le restó importancia a los deberes que tenía. Le pareció más interesante hablar con su amigo, aunque no por tener que aguantar una tediosa conversación más sobre fallar a su maestro y sus hermanos. Esa ya la había oído antes.
Lo que pasaba es que, al cabo de un rato, sus conversaciones derivaban a otros temas más entretenidos. Situaciones hipotéticas random en las que dar su opinión o plantearse escenarios para saber de qué manera actuaría.
No sería la primera vez en la que Leonardo admitiría que Arlet hubiera tenido una buena estrategia en alguna de las misiones que habían tenido.
Ya habiendo anochecido, continuaban hablando, aunque sí que pararon un rato para continuar viendo la serie que Leonardo había escogido mientras su amiga estuvo fuera. La serie volvía a estar en pausa, Leonardo sentado en el sofá y Arlet ―habiéndose puesto las zapatillas de casa― tumbada en el suelo con las piernas subidas en la mesa de café y el gato tumbado en su abdomen.
Los hermanos de Leonardo no tardaron mucho más en llegar para ver cómo les había ido la tarde. Entraron por la habitación contigua al salón, esa en la que Arlet aún tenía un montón de cajas sin abrir.
―De verdad, no entiendo cómo la puede tener en una celda después de haberla criado desde niña ―bufó Leonardo cruzándose de brazos.
―Qué tío más retorcido. ¿No podía tenerla encerrada en su habitación bajo vigilancia? Ni la Bestia dejó a Bella en el torreón.
―Parece que te ha contado todos los detalles ―apuntó Raphael doblando la esquina. Arlet se enderezó lo suficiente como para dedicarle una sonrisa en lo que atrapaba también otro puñado de golosinas que tenía en la mesa, luego se volvió a tumbar.
―Hemos vuelto al tema inicial, pero no creas. Hemos pasado por historia, religión y filosofía ―respondió alzando una mano para contar los temas que habían tratado hasta el momento.
―Pues os ha cundido la tarde ―asintió Donatello con una sonrisa.
―¿Cómo estás, Leo? ―preguntó Michelangelo sentándose en el reposabrazos para poder darle medio abrazo a su hermano.
―Mejor. ¿Y Splinter? ―se interesó.
―Qué bien que lo preguntes ―dijo Raphael tomando asiento en la silla que había junto al sofá, en la esquina del fondo del salón―. Estamos castigados.
Arlet se volvió a enderezar estrechando al gato contra su pecho con una expresión ligeramente incómoda. Giró la cabeza para mirar a su novio en lo que bajaba los pies de la mesa y los cruzaba.
―¿Sabéis? Os teníais que haber quedado el casco ―apuntó ella.
▼
Había pasado casi una semana, y los chicos sólo podían dar señales de vida en el chat de grupo. Ese en el que estaba también Arlet, puesto que ella no iba a formar parte de aquel que usaban para organizarse durante las misiones.
El mejor momento del día para Raphael, era cuando podía tumbarse en la cama y poder hacer una video-llamada con su novia.
―Buenas noches, nena ―susurró con una sonrisa cuando Arlet apareció en su pantalla.
―Hola, petardo. ¿Cómo va el castigo? ―respondió Arlet con la mirada a otra cosa, viéndose que estaba moviendo algo con la mano que, en teoría, tenía libre.
―Normal, dentro de lo que cabe esperar ―suspiró elevando la cabeza para poder deslizar su brazo izquierdo debajo―. ¿Y tú cómo llevas los finales? ―se cuestionó arqueando una ceja, pensando que sería eso lo que la tenía con la cabeza en otra cosa.
―Son casi las 02:00 y yo aún rodeada de libros con más café haciéndose. Interprétalo como quieras ―dijo encogiéndose de hombros.
―Eh, tranquila. Seguro que te salen bien.
―Eso espero, porque estoy deseando que se acabe este curso ―resopló Arlet―. No sería la primera vez que me echo a llorar por un examen, sin haberle hecho siquiera ―se quejó, ofendida por su propia ansiedad.
―Quizá deberías pasarte al té ―respondió Raphael frunciendo una ceja―. Oye, siento no poder estar ahí. Tal vez mañana pueda pasarme un ratito, Splinter nos deja salir a un pequeño patrullaje rutinario ―murmuró con cierta incomodidad, sabiendo lo probable que debía ser que Arlet tuviese un ataque de pánico en la semana de evaluación.
―No importa. Tienes tus propios problemas ―contestó ella pasando un dedo bajo su ojo izquierdo―. Además, el gato acaba de llegar para darme mimos ―dijo forzando una sonrisilla tierna. Movió el teléfono para que Raphael pudiese ver al felino rozando la mejilla en el brazo de Arlet, reconfortándola.
―Te dejo en buenas manos entonces ―sonrió la tortuga―. Suerte.
―Gracias. Adiós ―susurró ella devolviéndole la sonrisa.
De verdad que Raphael se sentía mal por Arlet, aunque lo cierto es que no podía comprenderlo del todo. Viéndola así, se sentía bastante afortunado de que hubiera sido Splinter el que se encargase de su educación, y que hubiese prescindido de darles en profundidad asignaturas no tan relevantes.
No se imaginaba teniendo que pasar por el estrés de una semana de evaluación cuando la mitad de asignaturas o no le gustaban, o no se le daban bien.
Por suerte, cuando Arlet le llamó brevemente el lunes, estaba más tranquila. Iba camino al trabajo cuando le comentó que ya podía suspirar reconfortada admitiendo que el examen no era para tanto.
Raphael estaba más que contento de poder felicitarla, y quería recordarla que aún tenía pensado escaparse de su patrullaje para verla un rato. Es posible que echase de menos esos deliciosos labios.
Al menos en ese primer patrullaje en casi una semana, se topó con Casey. Así podía entretenerse un poco y dejar de pensar en las ganas que tenía de ver a Arlet.
Pero la noche se volvió un poco más retorcida.
Al volver Arlet a casa esa noche, ocurrió lo inesperado. O quizás no tanto.
El hecho de ver que era tarde y que la calle estuviera tan oscura y vacía, le dio malas vibraciones ya desde el principio. Miró a ambos lados antes de decidirse a salir de la tienda e irse a casa de una vez.
A medida que caminaba, no pudo evitar fijarse en los callejones junto a los que pasaba. No sería la primera vez que la arrastraban a uno, aunque algunas de esas veces, resultó ser su novio. Odiaba admitirlo, pero tenía que decir que agradecía aquello, ahora iba más precavida.
Tampoco por eso estaba más tranquila. Se sentía como una pobre víctima en una película de terror.
Miró por encima de su hombro un par de veces porque estaba casi segura de que había notado cómo alguien la estaba siguiendo. Con ese cosquilleo en la nuca que la hacía tiritar y sacudir la cabeza con incomodidad, era algo que la molestaba más a cada segundo.
Quiso centrarse en continuar su camino sin que pareciese que se estaba poniendo nerviosa, pero no desaprovechaba la oportunidad de fijarse con disimulo en los escaparates de los locales junto a los que pasaba. Así intentaba averiguar si efectivamente, había alguien tras ella.
También se fijó en las sombras que se proyectaban en el suelo junto a la suya propia, pero no había suerte.
Puede que le pareciese una buena idea para tratar de esquivar a su seguidor y no la siguiese hasta su apartamento, o puede que fuese una mala decisión fruto del pánico. Se adentró en el callejón de su izquierda esperando despistar a ese desconocido.
Fue en ese momento en el que se dio cuenta de su error.
Tan pronto como se alejó de la última farola que alcanzaba a bañarla en esa tenue luz anaranjada, escuchó al robot.
*
Raphael estaba con Casey dando vueltas por una azotea, empezando a maldecir la noche tan aburrida en la que se les había ocurrido patrullar. Es posible que no faltase el comentario en contra de la decisión de Leonardo sobre qué grupo se encargaba de qué zona.
Sí, Leonardo, y Donatello y Michelangelo también patrullaban habiéndose dividido. Pero seguramente ellos estuvieran en movimiento y no quejándose y lanzando latas de refresco vacías a los callejones, de vez en cuando escuchando cómo alguna rata asustada salía corriendo de debajo de los contenedores.
―¿Y si llamamos a los demás? ―resopló Casey rodando la vista después de deslizarse por una pared hasta acabar sentado―. Igual ellos han tenido más suerte.
―Puede, pero estoy harto. Es como si los delincuentes supieran que andamos por aquí ―suspiró Raphael cogiendo el T-phone de su cinturón.
A lo mejor era el universo dándoles lo que buscaban, porque cuando lo tuvo entre las manos, Raphael se dio cuenta de que estaba vibrando.
Al desbloquear su teléfono, vio que el nombre de su novia parpadeaba sobre un punto rojo que ocupaba la mayor parte de la pantalla. Eso quería decir que le estaban llamando, pero no como en cualquier otra ocasión, esta vez se trataba de una emergencia.
Frunció el ceño esperando que se tratase de una equivocación, incluso compartió esa expresión de confusión con su amigo al echarle un vistazo por encima del hombro. Tampoco tardó en responder a la supuesta llamada de socorro.
―¿Arlet? ―se cuestionó asustado.
Al principio no escuchó nada, pero prestando más atención pudo deducir que el teléfono estaba en su bolsillo.
Por lo general, uno pensaría que lo más seguro es que le hubiesen llamado por error, pero eso fue antes de darse cuenta de que no estaba caminando, estaba corriendo.
―Arlet ―repitió tratando de llamar su atención, esperando que el volumen de su voz fuese lo suficientemente alto como para haberle escuchado. Sintió cómo Arlet echaba mano a su teléfono entre jadeos.
―Raph... ―respondió ella medianamente aliviada. Por su voz, entendiéndose que no se había detenido.
No pudo pronunciar una palabra más porque al momento se escuchó cómo se quejaba de dolor por un instante y caía al suelo. El teléfono se debió de deslizar por la superficie alejándose de la humana, pero pudo revelar un dato más.
Movimientos metálicos, unos que conocía bastante bien. Aunque Arlet pudo confirmárselo, refunfuñando en la distancia.
―¡Quita de encima, siniestro ojos de mosca!
No necesitaba escuchar más, y estaba seguro de que si mantenía la llamada perdería los nervios. Colgó y trató de localizar el teléfono de Arlet lo más rápido que pudo.
―Muévete, Jones ―gritó sin poder ocultar un cierto grado de pánico, saltando ya en dirección a su novia.
―Tenemos que dejar de quejarnos. El universo es retorcido ―resopló el chico saltando tras la tortuga de una azotea a otra.
Por suerte para Arlet, la zona asignada a los chicos era la más próxima a su localización.
No tardaron más de cinco minutos en llegar, y Raphael tenía que admitir que no había corrido así de rápido desde lo de Slash.
Al aterrizar en el callejón, ya había un robot tirado en el suelo, retorciéndose debido a un probable cortocircuito y con la sudadera de Arlet hecha jirones en la mano. Así todo, no era precisamente ese robot la prioridad.
Otros cuatro se interpusieron cortándole el paso a la tortuga y el vigilante cuando fueron a ayudar a la chica con ese que la tenía acorralada en una esquina.
Arlet sujetaba desesperadamente las muñecas del robot, para evitar que se le acercasen más cuchillos a la piel. Ya tenía algún corte defensivo en los brazos y uno en la frente. Aunque el corte que tenía bajo el tatuaje, en el antebrazo izquierdo, no le pasó desapercibido a Raphael.
La tortuga desenfundó los sai y se lanzó contra uno de los robots que tenía delante, ganándole terreno con un placaje, de manera que otro de los robots tratase de atacarle por la espalda. Así pudo atender a ambos a la vez.
Casey le siguió cargando contra los otros dos restantes, utilizando el palo para lanzarlos contra la pared de su izquierda y alejarlos de Arlet. Los consiguió apalear de tal forma que primero los desarmó, luego fue capaz de destrozarlos.
Raphael tampoco tardó en esparcir trozos de robot por el callejón.
La sensación era indescriptible, no parecía que fuese Raphael. Parecía que algo hubiera tomado posesión de su cuerpo, algo que le hacía golpear mucho más fuerte y multiplicando por mil la ira que ya le caracterizaba.
Era hasta complicado de ver.
Claro que, quienes estaban a su alrededor tenían cosas más importantes que atender, no tenían tiempo de pararse a contemplar esa brutal escena machaca-robots.
El que tenía acorralada a Arlet se volvió al darse cuenta de que estaba solo. Tiró de la chica esperando poder utilizarla como seguro, para que sus oponentes dudasen, pero ella resbaló al pisar una pierna de un robot desmembrado y acabó cayéndose al suelo de culo.
Raphael aprovechó la ocasión para arremeter contra ese montón de chatarra y, tratar de comprobar si un robot era capaz de sentir miedo.
Podría ser, para no tener emociones, sabía cuándo huir.
Arlet siguió con la vista a la tortuga, quien consiguió atrapar al Robo-pie antes de salir del callejón. Casey se acercó a ella mientras admiraba con cierta sorpresa el estropicio que había hecho su amigo.
―¿Estás bien, Jordan? ―preguntó Casey extendiéndole una mano.
―Sí ―respondió ella aceptando su ayuda―. Gracias, chicos ―suspiró una vez estuvo en pie, aprovechando a sacudir el polvo de sus pantalones.
Raphael se acercó sujetando el antebrazo que le había acabado arrancando al robot. Inspeccionó detenidamente esos cortes que Arlet tenía en los brazos sin acordarse siquiera de que aún lo tenía en la mano.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó pasando el pulgar de su mano libre por el pequeño corte de la frente de Arlet, sobre la ceja derecha.
―Ni idea. Sólo sé que volvía del trabajo, y noté que alguien me seguía. No tardaron mucho más en aparecer ―suspiró con desgana, mirando hacia un lado, al suelo―. Jo, tío ―murmuró tomando lo que quedaba de su sudadera de las manos de otro robot.
―Es un cuchillo raro para ser del Pie, ¿no? ―dijo Casey señalando el extraño arma que llevaba el antebrazo que Raphael aún sujetaba.
Era cierto, no pegaba mucho que un robot asesino del Clan del Pie utilizase un cuchillo metalizado curvo con una aleación arcoíris en la hoja.
―¿Mm? Es un karambit ―informó Raphael alzando el brazo del robot, con media sonrisa al ver a lo que se refería su amigo―. Es un cuchillo táctico de combate, y no es raro que se use en algunas artes marciales. Aunque... este color no le pega mucho a Shredder ―murmuró ladeando la cabeza, confuso, pero sin perder la sonrisa.
―Eso es porque es mío ―bufó Arlet antes de arrancarlo de los fríos dedos el robot―. Me lo regalaron a los doce, ¿vale? Por eso es de colorines ―refunfuñó al notar la manera en la que los chicos la miraban ligeramente sorprendidos.
Arlet guardó el cuchillo en uno de los bolsillos traseros de su pantalón, tiró lo que quedaba de su sudadera en un contenedor, y se encaminó al exterior del callejón. Raphael la siguió con la vista incrédulo.
―¿A dónde te crees que vas? Te estaban siguiendo, ¿recuerdas? ―le dijo dándose un par de toques en la sien con el dedo índice.
―Sí, y ya no ―respondió ella dedicándole una sonrisa ladeada―. Gracias otra vez, adiós ―añadió antes de intentar retomar su camino.
Raphael la detuvo tomándola del brazo y obligándola a dar la vuelta, a lo que Arlet respondió rodando tanto la vista como la cabeza sobre el eje de su cuello. Resopló y le miró ladeando la cabeza, sabiendo que le iba a tocar escuchar un discursito más propio de Leonardo.
―Arlet, ¿por qué te han atacado? ¿Desde cuándo el Pie sabe de ti? ―quiso saber la tortuga.
―¿Y me lo preguntas a mí? ―se sorprendió Arlet señalándose a sí misma con una sonrisa incrédula.
―¿A lo mejor al salir del cine? ―sugirió Casey habiéndose quedado mirando la pared que tenía delante, aunque salió de su trance al darse cuenta de que sus amigos le estaban mirando―. Hace un par de semanas, cuando el hombre-tigre me tiró desde una azotea ―aclaró.
Raphael aguantó el aliento por un instante.
Ya se había temido que llegase ese momento en el que la vida de su novia corriera peligro por las circunstancias en las que él y su familia se veían envueltos.
Por una parte, no podía dejar de pensar en cómo Tiger Claw ―o Karai― la hubieran acabado relacionando con ellos. Podría haber sido una simple amiga de Casey y April a la que habían atacado sin motivo.
¿Es posible que la hubieran seguido tanto a ella como a Irma para estar seguros? ¿Sabrían dónde vive?, pensó.
Darse cuenta de eso le heló la sangre.
―Emm... ―murmuró tratando de disimular ese estado de pánico―. Ven, te curaré eso ―le dijo a Arlet acercándose a la tapa de alcantarilla de ese mismo callejón.
Arlet suspiró habiendo echado un vistazo a esos cortes. No eran para tanto, peores heridas se había hecho patinando o jugando con el perro. De todas formas, era consciente de que Raphael no la iba a dejar irse al apartamento sin saber por qué la habían atacado.
Compartió una mirada con Casey, quien se encogió de hombros. Caminó hasta la alcantarilla y comenzó a bajar.
―¿No vienes, Jones? ―le preguntó la tortuga.
―No. Voy a llamar a tus hermanos ―dijo sacando el teléfono―. A ver si hay algún robot pululando por su apartamento ―añadió señalando la alcantarilla por la que Arlet ya había desaparecido.
―Está bien. Mantenme informado ―respondió Raphael encogiéndose de hombros.
Bajó unos peldaños por la escalera y tras cerrar bien la tapa, descendió a la alcantarilla de un salto para reunirse con su novia. Al estar a su lado, colocó una mano en su espalda para indicarle que caminase con él.
*
Raphael y Arlet caminaban por las alcantarillas habiendo, de alguna manera, acabado manteniendo una distancia un tanto incómoda. Arlet iba abrazándose a sí misma, notándose vulnerable por las frías corrientes del subsuelo al no llevar su sudadera.
La tortuga echaba un vistazo a su novia de vez en cuando, notando lo encerrada en sí misma que parecía. Casi daba la impresión de que fuese una corriente de aire la que la llevase.
Consiguió aguantar callado hasta que llegaron a la guarida.
Se sentaron en el salón para atender esas heridas, y a Raphael no le pasaba desapercibido la manera en la que Arlet se empeñaba en mirar a otro lado. Cuando terminó de desinfectar el corte de su brazo, suspiró al guardar los medicamentos en el botiquín.
―Oye ―murmuró Raphael después de tragar saliva con inseguridad―. ¿Estás bien? Es decir, ya te han atacado antes y...
―No, no es eso ―le interrumpió negando con la cabeza―. Es otra cosa ―suspiró pasando un dedo bajo la venta del antebrazo para aflojarla un poco.
―¿De qué se trata?
―No me apetece hablar de ello... ―resopló agachando la cabeza mientras se inspeccionaba las uñas.
―¿En una escala del uno al diez? ―sugirió Raphael alzando las cejas esperando no parecer demasiado insistente.
Arlet suspiró con pesadez, resignada porque sabía que esta vez no iba a poder esquivar la situación. Se enderezó cuando pudo mantener un contacto visual con su novio.
―¿Recuerdas esas veces en las que te pregunté qué te pasaba, pero tú sólo respondías «no quiero hablar de eso»? ¿Te presioné para que me lo contases? ―insistió ladeando la cabeza de una manera exagerada.
―Yo-. Yo no-. No es lo mismo ―se quejó levantándose, dando una vuelta por el salón sin saber qué decir―. Es que... no sé, no me parece bien que te lo guardes.
―No, mejor me convierto en el energúmeno que me rompió la lámpara del salón en una rabieta sin sentido ―respondió ella levantándose también, cruzándose de brazos. Raphael se volvió hacia ella, ofendido por la insinuación.
―Eso está de más ―dijo tratando de mantener la compostura, lamiéndose los labios antes de decir algo de lo que poder arrepentirse.
―¿Niegas que haya ocurrido? ―insistió Arlet con el ceño fruncido.
Raphael se contuvo por no responder. Una parte de él quería continuar gritando, desahogarse, pero no creyó que fuera bueno para ninguno de los dos. Aguantó el aire en sus pulmones hasta que comenzó a dolerle. Lo expulsó lentamente, cerrando los ojos con suavidad para intentar mantener la calma.
Al abrir los ojos de nuevo, se encontró con los de Arlet, pero no le miraban de la misma manera que hace un momento.
Ambos se mantuvieron en silencio, aguantándose la mirada sin querer ser el primero en ceder. Tampoco por eso podía pretender que la discusión les doliese menos. Puede que a ella más.
Al final, Arlet resopló llevándose una mano a la frente.
―Perdona... ―suspiró negando con la cabeza, dejando caer esa mano―. Es que... estoy frustrada y, a veces creo que mis pulmones no se llenan ―admitió señalándose el pecho con ambas manos.
―Pero, dime por qué ―pidió él acercándose―. ¿Es por los exámenes? ―preguntó en un tono más compasivo.
―Eso es la guinda del pastel. No, mi madre me llamó hace un par de días ―murmuró sin querer contarle de qué fue la conversación―. ¿Me puedo ir a casa ya? ―se cuestionó, como si estuviese harta de esperar. Raphael rodó la vista cansado.
―No. No puedes ―respondió cerrando los ojos y suspirando, resignado―. No hasta que sepamos por qué iban a por ti.
―Ya. Lo que pasa es que sigo teniendo una semana ajetreada, y un gato al que dar de cenar. Si se pasa todo el día sólo en casa, se altera y cuelga de las cortinas ―informó Arlet cruzándose de brazos.
Se había olvidado por completo del gato.
Lo cierto es que Raphael no se acababa de acostumbrar a que el felino se subiese a su regazo cuando iba a ver a su novia y se sentaban en el sofá. Era como: «Ah, es verdad. Hola, gato». Y eso que no lo tenía precisamente de ayer.
―Vale. Voy por tus libros y el gato. Pero tú, te quedas aquí ―dijo señalándola con el dedo índice al pasar a su lado.
Arlet le aguantó la mirada cuando notó que la tortuga no dejaba de observarla. Sólo rompieron ese contacto visual cuando Raphael dobló la esquina para volver a adentrarse en las alcantarillas.
La chica suspiró y dio una vuelta sobre sí misma sin saber muy bien qué hacer.
―Hum... ¿No estaba Raphael contigo? ―escuchó una voz que le hizo dar un respingo. Splinter había salido del dojo para situarse sobre la entrada de agua, con ambas manos sobre su bastón de jade.
―Ha vuelto a salir ―murmuró Arlet, ahora más tranquila―. No me ha dejado volver a casa ―añadió encogiéndose de hombros.
―¿Y eso por qué?
―Llamé a Raphael porque tuve un problemilla con unos robots ―murmuró alzando el brazo para mostrarle la venda.
Suspiró con pesadez perdiendo la vista en un punto inconcreto del suelo, y Splinter pudo notar que quizás necesitaba que la reconfortasen. Es decir, no había alcanzado a escuchar de qué estaban hablando, pero sí pudo entender que parte de esa conversación fue reñida.
―Arlet, sé que Leonardo te ha estado enseñando a meditar. Ayudándote con la ansiedad. Creo que te vendría bien calmarte un poco ―explicó la rata ladeando la cabeza con conocimiento.
Arlet zigzagueó la vista un instante mientras continuaba centrada en el suelo. Así todo, Splinter sabía que Leonardo la había echado una mano estando menos atacada.
Acabó por suspirar profundamente y asentir.
—Ven conmigo —dijo Splinter mientras se dirigía de nuevo al dojo.
*
Splinter y Arlet estuvieron arrodillados el uno frente al otro durante un rato. El suficiente para que Arlet dejase de sentir que sus pulmones no recogían el aire que deberían.
La rata tenía que reconocerle el mérito a su hijo por ayudar a Arlet. No acababa de acostumbrarse a meditar con los ojos abiertos, estando pendiente de que la joven volviese a respirar con tranquilidad. Eso sí, se sintió bastante realizado al conseguir que se calmase.
Una vez Arlet estuvo más cómoda, Splinter se interesó por lo que fuera que hubiera ocurrido esa noche. Ella se lo contó todo, desde que escuchó al robot hasta que Raphael se fue a buscar al gato.
La rata sabía que decía la verdad, pero había algo en Arlet, como si estuviera apagada. Puede que no se tratase del incidente del robot. Quiso intentar comprender ese estado de ánimo porque estaba seguro de que era lo que la generaba esa ansiedad.
—Creo que hay algo que no nos cuentas.
—Todo el mundo tiene secretos —respondió ella encogiéndose de hombros—. ¿Es que no te fías de mí? —se cuestionó al reformular en su mente las palabras de Splinter, ladeando la cabeza con el ceño ligeramente fruncido.
Por lo general no le importaría demasiado lo que la gente piense de ella, pero tenía que tener en cuenta que su situación era especial. No sólo eran mutantes y ninjas, también se trataba de la familia de su novio.
Darse cuenta de que podrían desconfiar de ella, le dolió.
No se trataba de que pudiese venderles, sabotearles o darles ella misma una puñalada por la espalda. Se trataba de que no era lo suficientemente buena para ellos.
—No. No es que no me fie de ti, perdona si te he hecho creer eso —admitió la rata con una pequeña sonrisa nerviosa que intentó disimular—. Sé que eres una buena chica. Es sólo que empiezo a pensar que tus secretos, como dices, te pesan lo suficiente como para que te ahogues en un vaso de agua. ¿Nunca has oído que «la verdad te hará libre»?
—Oh... —murmuró apartando la vista—. Siempre había entendido esa frase como una manera de decirle a los niños que no mientan.
—No necesariamente. Deberías considerar contarle algo a alguien, aunque sólo sea una parte.
Arlet asintió teniendo que darle la razón a Splinter, aunque ahora se sentía culpable. Seguía dándole vueltas a lo que se le había pasado por la cabeza anteriormente.
Puede que fuera cierto. Puede que su subconsciente intentase decirle que Raphael merecía algo mejor que una chica que prefería encerrarse en sí misma y no contarle nada.
Mantuvo una discusión con su mente, y en su pecho notaba cómo estaba cerca de verbalizar esa conversación, probablemente alzando la voz. Y no quería hacer eso. No sería la primera vez que acababa una de esas conversaciones en alto, y la mayoría de las veces se avergonzaba de ello. Incluso cuando nadie la había escuchado.
Fue a concluir su discusión mental, pero se detuvo porque Splinter había continuado hablándola, y ella se había perdido.
—¿Mm?
—Arlet, ¿estás bien?
—Sí. Sólo estoy cansada —suspiró negando con la cabeza—. Me voy a la cama —añadió mientras se levantaba, encaminándose a la salida del dojo.
—¿Has cenado? —le preguntó Splinter siguiéndola con la mirada.
—No tengo hambre —murmuró ella sin detenerse—. Gracias, Sensei.
*
Al cabo de una hora, Raphael entró en su habitación para ver que estaba totalmente a oscuras.
Fue a encender la luz frunciendo el ceño, pero por la poca iluminación que se colaba por la puerta del pasillo, pudo ver que Arlet ya estaba metida en su cama, acurrucada contra la pared.
Suspiró resignado y se olvidó del interruptor.
Dejó el trasportín del gato y la mochila en la que, además de los libros, había bajado algunas cosas que creyó que Arlet podría necesitar —o querer, sin más—, a los pies de la cama. Al sentarse para poder quitarse el equipo y acostarse también, vio que los pantalones y las zapatillas de Arlet estaban en el taburete de la batería.
Cuando se metió por fin entre las sábanas, se atrevió a rodear a Arlet con un brazo para acercarla a su caparazón, aunque fuera un poco.
—Perdona por lo de antes —murmuró ella.
—Está bien. No puedo obligarte a que me cuentes todo lo que se te pasa por la cabeza —suspiró Raphael antes de colocar la mejilla sobre la de ella.
—Es que no estoy lista para hablar de... eso.
—Ya... Si no quieres contármelo, ¿puedo ayudarte de alguna manera? —susurró la tortuga rotando la cabeza de manera que su frente rozase con la sien de Arlet, preocupándose de besar también su mejilla.
Arlet giró la cabeza hasta que pudo establecer un vago contacto visual. Decidió darse la vuelta para poder estar cara a cara con él y pasó un brazo por su cintura.
—Sólo estado ahí —murmuró ella escondiendo la cara bajo la cabeza de Raphael. Él suspiró más o menos reconfortado y la devolvió el abrazo después de apartar algunos mechones de pelo.
▼
Al día siguiente, Raphael se despertó sintiendo cómo Arlet trataba de escapar de entre sus brazos. Alzó la cabeza un poco para ver cómo su novia se deslizaba por debajo de las sábanas, intentando salir por los pies de la cama.
—¿Insomnio? —se cuestionó alzando la sábana con una sonrisilla.
Arlet se sentó quedando con la manta como si fuese un fantasma, pero Raphael pudo apreciar que giraba la cabeza para dirigirse a él. Se encogió de hombros ladeando la cabeza, lo que hizo reír a la tortuga.
Raphael se giró para poder ver la hora en su T-phone. Era pronto, pero no demasiado, por lo que se sentó en el borde de la cama y se empezó a poner su equipo.
Arlet gateó por la cama hasta quedar a su lado, quitándose la manta de encima y quedando completamente despeinada.
—Te traje algo de ropa, no sé si habré escogido bien —murmuró señalando la mochila que dejó a los pies de la cama—. ¿Desayunamos?
—Supongo —suspiró ella saliendo de la cama, para arrodillarse ante esa mochila. En dicho acto, la tortuga pudo averiguar que su novia se decantaba por los tangas de Calvin Klein.
Raphael tragó saliva estando casi seguro de que se había sonrojado. Carraspeó esforzándose por apartar la vista y continuar abrochando sus rodilleras.
Arlet sacó de la mochila unos leggings además del pijama que al final no usó. Se los puso sentada en el suelo y luego gateó hasta alcanzar las zapatillas que dejó en la batería.
—Doy por hecho que pedirte un cepillo de pelo es ridículo, ¿no? —dijo poniéndose por fin en pie y deslizando los dedos por su enredada melena.
—No te prometo nada, pero puede que April se dejara el suyo en el baño —respondió él levantándose también—. Venga, vamos —dijo extendiéndole la mano.
—Vale, pero aún tengo que repasar —contestó tomándola—. Luego vuelvo por ti —murmuró señalando al gato mientras salían de la habitación.
*
Raphael no pudo evitar que Arlet quisiese estar en el laboratorio cuando mencionaban la posibilidad del Clan del Pie yendo tras ella. Estuvo sentada en una esquina del escritorio de Donatello con el gato en brazos, escuchando atentamente sus planes para averiguar lo que pasaba bajo la excusa de continuar estudiando.
Naturalmente que iba al instituto, pero siempre acompañada de April o Casey. Y lo mismo para ir a trabajar, aunque era Raphael quien iba a buscarla.
Hubo un rato en el que Michelangelo estuvo a su lado dándole conversación, preguntándole por el ataque y si estaba bien. O puede que sólo quisiese repetir la experiencia de poder acariciar a un felino suave y peludito.
Sonaba raro decir que lo extraño era acariciar un gato que no estuviese hecho de helado.
Raphael también había cogido un cuaderno de bocetos y un portaminas para que Arlet pasase el rato de otra manera que no fuese sólo estudiando. Y Michelangelo aprovechó esa ocasión para observar la habilidad de su amiga, incluso posando para ver cómo le representaba.
A Arlet le pareció divertido que posase como la escultura más famosa del artista que le dio nombre, El David. A lo mejor intentaba que las demás tortugas formasen parte de ello más adelante. Sería desternillante ver el cuadro de La escuela de Atenas con varios Raphaeles.
Puede que, por eso mismo, sus hermanos le hubieran pedido a Michelangelo que la mantuviera distraída en lo que atendían el asunto de los robots. Así todo, Arlet siempre encontraba la forma de permanecer atenta y cruzar la puerta diciendo que se negaba a tener un sistema de seguridad en su terraza.
Hubo alguna que otra riña más, y Leonardo, Donatello y Michelangelo notaron la incomodidad de presenciarlo. Es decir, ya habían escuchado por Raphael que habían discutido, pero presenciarlo era más complicado.
Es posible que Arlet le hubiera clavado el portaminas en algún momento dado.
—Primero un cactus, ¿y ahora esto? —se quejó mientras ella se alejaba.
—Mi cuchillo está en tu cuarto —respondió Arlet sin volverse.
Arlet se pasó el resto de ese día enfurruñada en el sofá con el gato en el regazo y centrándose en el libro de Filosofía. Sólo Leonardo se atrevió a sentarse con ella un rato para relajar los ánimos, y puede que ayudarla con la lección puesto que le interesó.
▼
El jueves por la tarde, Arlet estudiaba su último examen de otra manera. Esta vez actuaba como una profesora para Michelangelo, y lo cierto es que le funcionaba bastante bien a la hora de darse cuenta de que no tenía por qué tenerle miedo al examen.
Lo cierto es que Leonardo, Raphael y Donatello observaban con curiosidad desde la puerta del laboratorio cómo su hermano mantenía la atención. Sabiendo cómo era, les extrañaba que no se hubiese desviado del tema tratando de liar a Arlet para hacer otra cosa.
También es verdad que Splinter había estado sentado con ellos un rato, cautivado por la forma en la que Arlet le explicaba las obras y la historia al menor de sus hijos. No resultaba para nada aburrido, sabía comentarlo sin que resultase pesado.
—Vale. ¿Qué obra es esta? —preguntó mostrándole una imagen de su enorme libro de Historia del Arte.
—Mm... El David.
—¿De...?
—El mío sé que no es, que le vi el otro día —dijo llevándose un dedo al labio para pensar. Arlet ladeó la cabeza, apretando los labios para evitar sonreír—. ¿Donnie?
—Bernini —corrigió ella—. Venga, más datos. ¿Año, o siglo? ¿Periodo? ¿Materiales?
—Vale, sí. Emm... siglo XVII, y entonces... Barroco, ¿verdad?
—Sip. El Barroco viene a ser una respuesta contraria al Renacimiento, digamos. Busca la falta de equilibrio, movimientos más forzados y exagerados... ―murmuró.
Claro que, conociendo a Michelangelo, decidió buscar la página en la que salían las otras dos esculturas para explicárselo mejor.
―Mira. Ambos están representados antes o después de vencer a Goliat; mientras que éste está realizando la acción. Vamos, que en el Barroco no les interesa que posen o se les vea tranquilos, quieren ver movimiento, esfuerzo.
―Entiendo ―asintió Michelangelo.
―Muy bien, Miguel Ángel... ―dijo con una pronunciación divertida―. Y éste está hecho en mármol —apuntó señalando la escultura de Bernini.
―¿Miguel Ángel? ―se cuestionó él ladeando la cabeza con el ceño fruncido.
―Mm-hum. Hay lugares en los que traducen los nombres. Tengo un libro de Historia del Arte en español, y te llaman así. Y en Latinoamérica no sé, pero en España traducen los nombres de la familia real inglesa ―añadió ligeramente intrigada por esa extraña necesidad.
―Qué raro ―suspiró Michelangelo―. ¿Los demás también tienen traducción? ―preguntó refiriéndose claramente a sus hermanos.
―Leo y Donnie, no. Raphael en español se escribe con «f» en vez de «ph», y su diminutivo sería Rafa. Y el verdadero nombre de Sanzio, es Raffaello.
―¿Hablas español? ―se cuestionó Michelangelo.
―E italiano. Mi madre es de Siena, La Toscana. ¿No me lo has oído? A veces se me escapan palabras ―se cuestionó extrañada―. Buongiorno, buona sera...
―¿Me enseñas? ―preguntó él con fascinación.
―Cuando haga el examen ―dijo Arlet alzando tan pesado libro con una sonrisa irónica.
―Claro, claro. ¿Qué toca ahora? ―se interesó asomándose para ver qué obra señalaba.
―Iglesia de San Andrés del Quirinal. También de Bernini.
No quisieron decirle nada puesto a que aún le quedaban bastantes obras que preparar para ese examen, pero no parecía que Arlet fuese una prioridad porque no encontraron a nadie cerca de su apartamento en toda la semana.
Eso sí, Raphael no pudo contenerla por más tiempo cuando volvió a la guarida el viernes.
Seguía sin estar del todo seguro de que estuviese a salvo, pero notaba que se sentía encerrada. Quizás fuese porque continuaba con ansiedad o algo por el estilo, puede que por ese tema del que no quería hablar. Así todo, sabía que le vendría bien el aire fresco.
Se sentía mal por haberla tenido que obligar a vivir bajo tierra. Puede que estuviera enfadada con él, porque no le llamó como antes durante unos días.
Sí. Selkie ha estudiado Historia del Arte 🤓.
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