cap 06
AL CAER LA NOCHE, CAPÍTULO 6
UN BORRÓN VERDE ACERCÁNDOSE
―CREO QUE ES LA PRIMERA VEZ QUE ME ALEGRO DE ESTAR MALA.
Raphael siguió a Arlet con la mirada y media sonrisa mientras ella caminaba hasta el salón con un par de latas de refresco. Se acomodó al lado de Raphael con una pierna cruzada bajo su cuerpo y le ofreció una.
Era cierto, Arlet estuvo esa semana enferma, por lo que no pudo ir ni al instituto ni a trabajar. El viernes pudo haber ido, pero ya aprovechó para tomarse un día más de descanso y asegurarse de que la fiebre no volvía a aumentar.
Y menos mal que no fue, se habría visto perdida en una marea de ratas, o peor.
A Raphael le sorprendió aquel primer día que se pasó por el apartamento y la encontró tirada en el sofá, porque al momento le gritó: «¡Mantén las distancias! ¡Estoy enferma!».
Eso tampoco le impidió perder la ocasión de pasar el rato con ella, demostrándole que estaría a su lado en las buenas y en las malas, cuidando de ella. Hasta se pasó un par de veces por el restaurante de Murakami para llevarle un poco de ramen calentito. Por tener un detalle con ella y ver si le hacía sentir mejor.
Arlet odiaba que la tortuga se empeñase en ir a verla mientras estuviese mala. Sí, agradecía la preocupación y los mimos en el sofá, aunque la sonrisilla que le dedicaba después de que se despertara de una pequeña siesta para decirle que roncaba, estaba de más.
―Así todo, ya estás mejor, ¿no?
―Sí, estaba bien ayer ―respondió ella restándole importancia―. Pero volviendo a lo de antes. Si al salir del trabajo veo ratas gigantes secuestrando gente, me da algo ―resopló acomodándose.
―Sí, ¿verdad? Espera que te cuente lo del gato ―anunció captando toda la atención de su novia―. Al parecer Mikey metió un gato en el laboratorio mientras Donnie trasteaba con mutágeno, o algo. Ahora está hecho de helado y vive en el frigorífico.
―Venga ya ―le dijo ella arqueando una ceja. Lo cierto es que sonaba como una broma, y no quería parecer la niña inocente que se creía todo lo que se la contaba.
―Va en serio ―insistió él con cara de póker sin darle importancia al tema, abriendo el refresco para tomar el primer sorbo―. Lo ha llamado «Gatito-Helado». Qué original ―añadió rodando la vista.
Arlet hizo una mueca tratando de comprender cómo era posible eso. Se mantuvo en silencio para debatir con su propia mente cómo sería estar hecha de helado.
¿Y de qué sabor? ¿Su piel sería de café y su pelo de chocolate? ¿La gente intentaría comérsela? Desde luego, la lista de depredadores aumentaría de una forma considerable, tendría que vivir en una cámara frigorífica de por vida.
―¿Cómo funciona el mutágeno ese para que un ser vivo esté hecho de helado? ―se cuestionó en alto, arrugando la nariz―. ¿Tiene órganos?
―Emm... No lo sé, Arlet ―respondió rápidamente casi habiendo escupido su bebida, sorprendido por la curiosidad de la chica. Dejó el refresco en la mesa de café―. No estaba presente cuando pasó; y sinceramente... tampoco me muero por conocer los detalles ―admitió acomodándose en el sofá, colocando un brazo en el respaldo.
Arlet sonrió negando con la cabeza, no pudiendo entender cómo no podía interesarle algo así. Bueno... él es un mutante también, será que este tipo de situaciones no le cogían por sorpresa.
La morena no podía imaginarse el día en el que pudiese ver un mutante ―o alguna otra extraña criatura― y decir con desdén: «Meh, veo cosas como esta todos los días». En cierto modo podría, su novio había ido a verla casi todas las noches desde que habían empezado a salir. Sí que veía mutantes a menudo...
―¿Qué tal el ramen, por cierto? ―preguntó él interesándose por su opinión, ya que no se le permitió quedarse para ver qué cara ponía al probarlo.
―Lo admito, no había probado la comida asiática hasta que te conocí ―suspiró, como si estuviera proporcionando la confesión que buscaba―. No estaba mal. Aunque si de verdad quieres que caiga rendida, hazme espaguetis con tomate ―añadió dedicándole una sonrisilla ladeada.
―Tomo nota ―respondió él con una sonrisa irónica―. Bueno, ¿y qué quieres hacer ahora que ya estás mejor?
―No sé ―murmuró ella después de tomar un largo trago de refresco―. ¿Te apetece ver algo? ―preguntó tratando de alcanzar el mando a distancia. Raphael se lo impidió tomando su mano y quitándole la lata para dejarla sobre la mesa.
Arlet miró con una pequeña sonrisa ladeada cómo las manos de la tortuga atrapaban la suya, luego se encontró con sus ojos.
―Ya que estás vestida, ¿y si salimos a dar una vuelta? ―insinuó conteniendo una sonrisa pícara. Arlet ladeó la cabeza mientras arqueaba una ceja con diversión―. Llevas en Nueva York desde agosto, pero... ¿conoces los mejores lugares?
―¿Me vas a llevar a Times Square? ―preguntó riéndose.
―No, muy predecible. Te llevaré donde ningún humano ha estado ―sonrió con ironía, esperando haber captado la atención de su chica. Ella frunció el ceño e hizo un puchero forzado; no acababa de imaginarse dónde podría llevarle su novio mutante.
―¿Tu habitación? ―respondió ella con falsa sorpresa y una ceja arqueada.
Raphael ladeó la cabeza pretendiendo haberse ofendido, pero su sonrisa le delataba. Rodeó la cadera de la joven y la acercó a él, pero, aún no se veía en la confianza de poder iniciar una sesión pasional de besos con ella. ¿Resultaría desesperado?
Simplemente se quedó mirando sus labios con ternura y luego sus ojos ―aunque sin detenerse demasiado―, apartó la mitad derecha de su pelo para pasarlo detrás de la oreja.
Arlet desvió ligeramente la mirada al notar la vacilación de Raphael, haciendo bailar a su piercing de la manera más disimulada que pudo. No quería presionarle, era consciente de que, siendo un mutante, iniciar una relación podía resultar un poco intimidante. No es que ella tuviese mucha más experiencia, pero quizás sí un poco más de confianza.
―Deberías ponerte el abrigo ―susurró de repente, sacándolos a ambos de sus pensamientos.
Ella se lamió el interior de los labios y asintió antes de levantarse para coger su abrigo de la silla de la entrada, dudando si debía de haberse lanzado.
Raphael la vio alejándose lentamente, pensando en lo mismo.
Estúpido, era un momento perfecto, refunfuñó dándose una palmada en la frente cuando supo que Arlet no podía verle.
Cuando Arlet cogió el abrigo, se lo quedó mirando y empezó a cuestionarse si debería ponérselo o no, después de todo, ya era marzo.
Bah, mejor no, pensó antes de dejarlo otra vez en la silla. Volvió al salón, donde Raphael la esperaba de pie junto a la puerta de la terraza.
―¿No te lo pones? ―preguntó al verla volver.
―No. Parece que hace bueno ―respondió ladeando ligeramente la cabeza para ver el horizonte. Aunque fuese de día, tampoco había ningún árbol próximo como para saber si hacía viento, era algo que solía ayudarle a decidir si abrigarse o no cuando estaba en California.
Raphael asintió conforme y abrió la puerta, haciéndose a un lado para dejar que Arlet pasase antes.
*
Tenía que admitir que no se lo esperaba, ni lo más mínimo. Y ya puestos, también se arrepentía de no haberse puesto el abrigo.
Sí, le sobrecogió la idea de que Raphael le iba a llevar a alguna parte prescindiendo de la moto. O sea, cargando con ella sobre su caparazón y dando saltos por las ―mucho más altas de lo que parecen― azoteas.
Hubo momentos en los que se asustó tanto que le pareció que iba a asfixiarle, por lo que procuraba soltarse un poco, pero no lo suficiente como para que el miedo a caerse se apoderase de ella.
Cuando Raphael aterrizó por fin, Arlet comenzó a sentir la suave brisa que mecía su larga melena castaña y, pudo por fin abrir los ojos. Al hacerlo, lo primero con lo que se encontró fue con una sonrisa sarcástica por parte de su novio. Rodó la vista y se bajó de su caparazón de un salto.
―No me mires así ―refunfuñó ligeramente avergonzada. Raphael alzó las manos en señal de rendición, negando con la cabeza y con una pequeña sonrisa que contenía una risa.
―Anda, ven ―le dijo Raphael extendiéndole la mano.
Arlet le miró entrecerrando los ojos y una tímida sonrisa. Alcanzó la mano de la tortuga estando casi segura de que se estaba sonrojando.
Ambos miraron la diferencia de sus manos, manteniéndose en silencio un largo minuto. Arlet sabía que Raphael podría estar mirándolas con desgana. Así que, pensando que se lo estuviera tomando a mal, las meció haciendo que el mutante la mirase a los ojos, compartiendo una sonrisa.
Raphael soltó aire por la nariz y agachó la cabeza con un ligero sonrojo, asintiendo sin atreverse a mirarla.
Al final Raphael reaccionó para llevar a Arlet donde quería desde un principio. La dirigió hasta el borde de la azotea y caminó delante de ella por un saliente del edificio y sin soltar su mano. Notaba la vacilación en los pasos de la chica, así como que evitaba mirar al suelo, por lo que fue más despacio de lo que podría haber ido ―dando un único salto.
Llegaron detrás de una valla publicitaria que estaba pegada en la fachada, donde Raphael se fue acuclillando para ayudar a Arlet a sentarse. Ella soltó todo el aire que estaba conteniendo cuando finalmente se sentó, apoyó la espalda en la pared del edificio y se agarró a la valla.
Raphael se acomodó a su lado sin haber soltado su mano y comenzó a hacer círculos con el pulgar sobre su dorso, tranquilizándola.
―¿Y ahora qué? ―susurró ella mirándole con una sonrisa de agradecimiento pero, sin haber soltado la valla publicitaria. Actuaba casi como el balcón de una grada.
Él dirigió su mano libre a la cara de ella, para acariciar su mejilla dulcemente, con una sonrisa tierna ante tan inocente pregunta. Apartó un mechón de pelo y giró su cabeza lentamente para hacer que mirase al horizonte.
Raphael la había llevado ―casi― a lo alto de un edificio con unas vistas espectaculares de la ciudad de Nueva York en la noche.
La cantidad de luces de colores que uno podía apreciar en la distancia dejaban de ser estúpidos anuncios luminosos, sólo eran una pieza más de aquel maravilloso escenario. La tortuga no podía dejar de mirar cómo las luces hacían que los ojos de Arlet resplandeciesen, casi como si estuvieran hechos de diamantes.
―Dime que no es lo más bonito que has visto nunca ―susurró él uniéndose a mirar. Arlet se volvió hacia la tortuga arqueando una ceja y una sonrisa incrédula.
―Definitivamente está en mi top. Aunque también está ese bellezón que aparece cada vez que paso frente al espejo ―asintió ella de forma burlona, a lo que Raphael la miró frunciendo el ceño―. No me digas que no te ha pasado ―dijo riéndose, fingiendo sorpresa.
―Es posible ―respondió él ladeando la cabeza y rascándose la nuca con incomodidad fingida, siguiéndole el juego.
Arlet sonrió y se deslizó para estar más cerca de Raphael. Tomó su mano e inclinó la cabeza hasta reposarla en su hombro, Raphael la miró y apoyó la barbilla en lo alto de su cabeza.
*
Al cabo de un rato, Arlet iba inclinando la cabeza más y más, casi como si se estuviese quedando dormida, pero por la forma en la que ocasionalmente suspiraba, Raphael podía decir que continuaba despierta. La acercó más a él y disfrutó del olor a vainilla de su champú.
―¿Conoces más sitios así? ―susurró ella de repente, frotándose los ojos con cuidado.
―Alguno que otro. Ya te llevaré ―respondió Raphael apartando la cabeza al sentir cómo ella intentaba incorporarse con movimientos perezosos. Se quedaron mirando los ojos del otro con una tímida sonrisa cada uno, y Arlet se abrazó a su caparazón por la cintura sin haber interrumpido el contacto visual.
Raphael fue a inclinarse, pero recordó cómo prefirió no besarla cuando estaban en el apartamento. Aún le daba la impresión de ser rebuscado.
Pero no lo era, es decir, llevaban juntos un mes. ¿Cómo no iba a tener la confianza de besar a su novia? Entonces vio cómo Arlet comenzaba a zigzaguear con la mirada, bajando la vista.
―Oye, si no estás listo... ―murmuró ella reincorporándose.
Raphael la interrumpió siendo él el que atrapaba su cara con ambas manos y la besaba apasionadamente; sólo que Arlet cerró los ojos y se dejó llevar desde el primer momento.
Raphael no supo cómo se vio capaz de cambiar tan rápidamente de actitud, pero incluso se atrevió a rozar los labios de Arlet con la punta de la lengua para ver si se le permitía el paso a un beso aún más profundo.
Sorprendentemente para él, ella aceptó y abrió la boca recibiendo la hambrienta lengua de la tortuga con la suya. Arlet rodeó el cuello de Raphael con ambos brazos para acortar distancias y continuar un rato más.
Raphael estaba demasiado centrado en el beso, hasta estaba memorizando el sabor metálico del piercing. Es por eso que le decepcionó un poco cuando ella se separó de él. Sólo lo suficiente como para poder apoyar su frente a la de él, pero, aun así, le dejó deseando continuar.
Ambos suspiraron y se miraron a los ojos con una sonrisa, aunque Raphael pudo notar que Arlet ladeaba la cabeza con disimulo, cerrando los ojos un momento.
―¿Es que tienes sueño, pequeña? ―susurró con una sonrisa juguetona, moviendo la cabeza hasta que consiguió darle un breve beso más.
―No. Bueno, a lo mejor un poco ―respondió Arlet intentando no reírse―. Es que apenas siento las piernas...
Raphael miró la forma en que Arlet estaba sentada y, la verdad es que no le extrañaba. Las tenía parcialmente flexionadas al no tener suficiente espacio entre la pared y la valla publicitaria.
Asintió y extendió sus brazos para poder cogerla, esperó a que se abrazase a su cuello y se levantó para comenzar a trepar ―o saltar― hasta que llegó a lo alto del edificio.
Una vez arriba, dejó a Arlet sobre sus pies, cosa que le divirtió. La morena empezó a sacudir las piernas de una en una, como si intentase despertarlas, apoyándose tanto en la tortuga como en el semi-muro.
Cuando creyó que sus piernas habían recobrado la vitalidad, le miró con una sonrisa divertida y retrocedió hasta quedar recostada en el semi-muro. Ladeó la cabeza como preguntándole: «¿Vienes?».
Raphael sonrió y caminó hasta ella colocando una mano en su cadera, ambos volviéndose para mirar las espectaculares vistas que les trajeron hasta allí.
En vez de volver a inclinar la cabeza para reposarla en el hombro de Raphael, Arlet la inclinó buscando de nuevo sus labios. Raphael sonrió, y no dudó en corresponder al gesto. Dirigió la otra mano a la otra cadera para poder acercarla más a él y continuaron justo donde lo dejaron.
―Oye ―dijo Arlet poniendo las manos en su pecho tras un rato―. ¿Podemos hacer fotos? ―preguntó con una sonrisa inocente.
―Ya hemos hablado de esto ―le respondió rodando la vista.
―Lo sé, pero... ¿no te gustaría tener algún recuerdo de momentos como este? Porfi, con tu móvil, y no hace falta que me las pases ―suplicó juntando las manos y poniéndole ojitos.
Raphael se la quedó mirando a la vez que contenía una mueca de incomodidad, pero estaba seguro de que iba a ceder. Podía entender por qué se lo había pedido en esa ocasión, el fondo de esas fotografías sería espectacular.
―Vale, ven aquí ―dijo rodeándola con un brazo a la vez que sacaba su T-phone del bolsillo. Extendió el brazo mientras Arlet se abrazaba al caparazón y pegaba su mejilla a la de él, obligándoles a cerrar cada uno el ojo respectivo.
Se pasaron un rato haciendo fotos, cada una más tonta que la anterior, pero bueno... Era el móvil de Raphael, y sabiendo lo orgulloso que puede llegar a ser, resultaba predecible que en algún momento fuese a borrar aquellas fotos en las que salían con cara rara o desfavorecedora. Bien por él, o por ella.
*
Después de haber dejado a Arlet en casa, Raphael iba por la alcantarilla de camino a la guarida repasando todas y cada una de las imágenes. Así tenía la oportunidad de eliminar las más bochornosas.
También buscó una aplicación que Arlet le mencionó en su día para bloquear otras aplicaciones y evitar así que sus hermanos pudiesen descubrir lo de su relación secreta.
Puede que sonase egoísta, pero quería guardársela un tiempo más. Le daba la impresión de que, si sabían de ella, les robarían mucho tiempo juntos. Y le gustaba demasiado estar a solas con ella.
Borró unas cuantas fotos, y sí, Arlet se lo reprocharía en cuanto se enterase. Puede que no fuera seguro que las tuviese en su teléfono, pero era normal que quisiese tener recuerdos de noches como esa.
Raphael lo comprendía perfectamente. Desde que había sacado el T-phone, no había dejado de sonreír como un tonto, sobre todo con las fotos en las que ella le besaba en la mejilla.
Se lamió los labiosdudando. Puede que no fuese lo correcto, pero estaba seguro de que se sentiríamejor consigo mismo.
RAPH ha enviado 5 imágenes
RAPH: Este es mi top5, pequeña.
ARLET: 😍
Así dejó de sentirse tan culpable. Arlet merecía tener alguna foto, aunque fuera por un tiempo limitado.
Eso y que le encantaba cuando le enviaba emojis con corazones. Era extraño, pero le gustaba cómo le hacía sentir.
Tan pronto como llegó a la guarida, se esforzó por cambiar a una actitud neutral, para no levantar sospechas.
―¿Ya has vuelto? ―preguntó Michelangelo desviando momentáneamente la mirada del televisor. Al ver que junto a la tortuga de naranja se encontraban sus otros dos hermanos, Raphael contuvo el aliento un instante.
Respondió únicamente con un: «Mm-hum».
―¿Algo interesante? ―se interesó Leonardo, viendo cómo Raphael tomaba asiento.
―No ―respondió evitando el contacto visual y, luchando contra la tentación de sacar el teléfono para continuar mirando las fotos. Era consciente de que antes de conocer a Arlet apenas lo usaba, algo de lo que seguramente sus hermanos se hubiesen dado cuenta.
Por suerte o por desgracia, sus hermanos permanecían callados incluso cuando él sabía que estaba actuando raro. No podía dejar de estudiar sus caras cuando se distraían, para ver si daban algún indicio de que no se creían sus excusas de patrullajes que no llevaban a ninguna parte.
Quizás debería haber patrullado más...
▼
Un par de días después, Raphael estaba en una azotea patrullando el barrio chino con sus hermanos, sólo que se habían dividido para cubrir más espacio.
Estaba aburrido, por lo que llamó a Arlet para charlar un rato. Claro, sabiendo que ella ya había acabado su turno ―como martes que era―, y sin dejar de prestar atención a lo que ocurría en los callejones.
―No puedes pasar dos días sin mí ―la escuchó reír, acompañada del ritmo de sus pasos―. ¿Qué hora es? ¿No se supone que deberías estar patrullando?
Raphael apretó los labios asintiendo para sí, ligeramente avergonzado por el apunte.
―Y estoy patrullando ―respondió―. Lo siento, es que me aburro. Esto de quedarme esperando a que pase algo es lo peor ―se quejó dando vueltas por la azotea hasta acabar recostado en el semi-muro―. ¿Qué tal tu día?
―Bueno... ha entrado un niño y me ha llamado «señora». SEÑORA. Que tengo dieciséis años, por Dios, me han robado la vida ―le dijo dramatizando, algo que sabía que divertía a Raphael―. También vinieron unos mocosos que lo estuvieron cambiando todo de sitio y no compraron nada. Sólo se dirigieron a mí para pedir una talla más de cada zapatilla que encontraban.
―¿Y qué hiciste...? ―preguntó con una sonrisilla, sabiendo que su chica no se hubiera dedicado a sonreír falsamente y complacer a esos niñatos caprichosos.
―Le lancé un zapato a uno, y el jefe me echó un sermón ―contestó de una manera tan inconfundible que Raphael casi podía ver el puchero de su cara―. Así que nada... empezaré a ignorar a la gente hasta que se vayan, o que dejen de comportarse como capullos. Ya sabes, sordera selectiva, deberías probarlo.
―Buen plan ―asintió perdiendo la mirada entre la gente que circulaba por la calle.
―Emm... Raph, ¿alguno de tus hermanos es como... enorme?
―¿Qué? ―se cuestionó haciendo una mueca, repasando la frase una y otra vez hasta que lo entendió.
Arlet sabía que sus hermanos eran también tortugas, pero no podía ser Donatello. Sí, era más alto que él, pero no enorme. Sólo había una tortuga mutante más, y sí, encajaba en la descripción.
―¡Arlet, corre! ¡Aléjate de él!
―¡E-eh, eh! ¡¡Ah!! ―y se cortó la llamada.
Raphael ni siquiera fue capaz de pronunciar su nombre. Sabía que como mínimo se le debía de haber caído el móvil y, probablemente se hubiera roto.
Tardó un momento en poder reaccionar después de los pitidos que anunciaban el final de llamada. Echó a correr sobre los tejados.
Tenía que haberla interceptado de camino a casa, si se daba prisa podía alcanzarle y saber a dónde se la llevaba.
*
Raphael no tardó mucho en encontrar el teléfono de Arlet. Donatello había enseñado a sus hermanos a localizar la última llamada establecida con cualquier contacto de su historial en caso de urgencia.
Nunca creyó que realmente hubiera prestado atención hasta que se encontró recogiendo el teléfono de su novia en medio de un callejón oscuro y sin salida y, tal como esperaba, entre su trabajo y su apartamento.
Trepó hasta la azotea y se llevó el móvil al pecho. Giró sobre sí mismo mirando en todas las direcciones posibles, pero no sabía a dónde ir.
¿Dónde se la podía haber llevado?, pensaba sintiendo cómo su corazón aporreaba el interior de su caparazón.
Justo antes de que pudiese volverse loco y enzarzarse con una pelea sin sentido contra la primera pared que se cruzase en su camino, vislumbró una gran sombra negra desapareciendo en el horizonte.
Apenas la vio durante medio segundo, pero fue suficiente como para saber que se trataba de Slash.
Apretó el móvil de Arlet, entendiéndolo como una promesa para sí mismo. No iba a permitir que le hiciese daño, al menos no más del que ya le hubiese hecho.
Decidido, echó a correr tras la enorme tortuga. En dirección a los muelles.
*
En el mismo instante en el que llegó, supo que tenía que ser cauteloso, aún había gente trabajando. Debían de estar haciendo recuento de los cargamentos de los contenedores u organizándolos para poder cargarlos a sus barcos correspondientes.
Sea como fuere, no podía dejar que los humanos le viesen. Era la regla de oro de los mutantes, cuanto más si era un ninja.
Cuando creyó que podía descender al suelo con seguridad, se fue asomando a las distintas naves que habían enfrentadas. Algunas estaban totalmente vacías y otras parecían laberintos de cargamentos infinitos. Sabía que le llevaría tiempo, pero a Slash tampoco le convenía que le viesen los trabajadores.
Debió de examinar unas seis o siete naves hasta que dio con una en la que no podía distinguir nada más que un poste en el centro de la gran y polvorienta sala.
No le dio demasiada importancia, al menos hasta que una bombilla se encendió de repente, ofreciéndole una visión que le hizo hervir la sangre:
Arlet estaba de pie, atada a ese poste y con la boca tapada con un trapo blanco. Esas cuerdas debían de estar suficientemente prietas como para obligarla a tener la espalda totalmente recta, incluso le hacía parecer más alta.
Se acercó corriendo para sacarla de ahí. El problema es que, en ese estado, no se paró a pensar dónde estaba Slash y si esa escena era una trampa. Alguien tenía que haber encendido la luz, ¿no?
Arlet estaba adormilada, pero pudo distinguir un borrón verde acercándose a ella. Supo que se trataba de Raphael, pero le preocupaba más la otra tortuga, así que empezó a negar con la cabeza y tratar de balbucear algo a través de ese estúpido trapo de su boca para evitar que se acercase.
Debió hacerle caso, simplemente corrió para ser recibido con un mazazo. Literalmente.
Slash salió de entre las sombras justo antes de que llegase hasta Arlet y le dio con todas sus fuerzas. Arlet apartó la vista con horror mientras Raphael era bateado en la dirección opuesta, rebotando por el suelo hasta alcanzar una esquina de la nave y, haciendo que algunas cajas de cartón vacías que había en una pequeña e inestable mesa cayesen sobre él.
La tortuga gimió de dolor, pero estaba decidido a levantarse y a sacar a su novia de ahí, sana y salva.
―¿Me has echado de menos, Raphael? ―preguntó la gran tortuga, regocijándose en lo fácil que había sido haberle mandado de un sólo golpe a la otra punta de la nave. Caminó hasta la indefensa humana que, por fin se atrevió a abrir los ojos para comprobar el estado de Raphael―. Seguro que no. Has estado ocupado ―dijo acariciando el mentón de la chica, provocando que ella quisiese apartar la mirada.
―Aléjate de ella, Spike ―advirtió poniéndose en pie con dificultad, ayudándose de esa frágil mesa de su izquierda.
―Ya te he dicho que me llames «Slash» ―se quejó alzando la voz―. Aprende a pasar página, Raphael.
―Mira quién habla ―murmuró sacando los sai de sus fundas. Los hizo girar entre sus dedos antes de adoptar una posición defensiva en la que los cruzaba, casi a punto de rozarlos entre ellos―. No te lo vuelvo a repetir, ¡suéltala!
―No estás en posición de amenazar ―le informó atrapando la mandíbula de la chica con dos dedos, obligándola a establecer contacto visual con él―. ¿Te puedes creer cómo pone tu vida en peligro? No, ¿verdad? ¿A que... te lo dije? ―preguntó de una forma aterradoramente retórica, forzando a Arlet a asentir bajo su agarre.
Raphael no sabía cómo se estaba aguantando. El ritmo de su corazón aporreando su pecho le pedía ―no, exigía― que se lanzase contra él y le obligase a repetirlo. Tenía que sacarse de dentro toda esa ira que estaba acumulando sólo con escuchar.
Slash había cruzado una línea metiendo a Arlet en esto, no iba a irse de rositas...
Resopló un par de veces más para tratar de despejar su mente y no actuar a lo loco. Era Arlet la que corría peligro, tenía que medir sus pasos.
Un último suspiro, y cargó contra Slash.
El gran mutante se separó de la chica, pero no sin dejar dos pequeños cortes en su mandíbula, provocados por esas afiladas garras. Apenas tuvo tiempo de retomar su mazo como era debido, por lo que Raphael tuvo la oportunidad de golpear primero y alejarle más de Arlet.
Arlet les siguió con la mirada esperando que Raphael no se hiciese daño, para ella era una pelea bastante desigual.
Slash era gigante comparado con Raphael, pero parecía que se defendía bien, era rápido y con buenos reflejos. Aprovechó la habilidad de Raphael para intentar aflojar las cuerdas que la tenían sujeta.
Ojalá tuviera las pulseras de pinchos de mi etapa emo-punk, pensó.
Casi podía volver a respirar pudiendo mover de nuevo los hombros. Se sacudió esperando que las cuerdas fuesen deslizándose por su cuerpo hasta llegar a sus tobillos, pero escuchó un fuerte golpe contra el suelo.
Giró la cabeza cogida por sorpresa sólo para poder ver cómo Slash tenía a Raphael cogido por los pies y le golpeaba contra todas las superficies posibles. Hasta que le lanzó contra ella.
Raphael tardó en dase cuenta de qué le había detenido. Sacudió la cabeza esperando que se le aclarase la vista, y encontró a Arlet arrodillada en el suelo cabizbaja y parcialmente sujeta por las cuerdas. Inconsciente.
Raphael la miró apenado, pero se enfureció al ver una gota de sangre recorriendo lentamente su frente, deteniéndose una vez se topó con la ceja izquierda.
―Vaya, pero si tenemos a una escapista ―dijo Slash acercándose―. ¿Qué me dices, pequeña? ¿Le enseñamos cómo nos hemos estado divirtiendo?
Fue la gota que colmó el vaso. Raphael no podía arriesgarse a exponer a Arlet a más daño, así que se levantó y, no pudiendo hacer mucho más, le lanzó una bomba de humo a la cara.
Sabiendo lo poco que duraba la humareda, se dio prisa en terminar de romper las cuerdas y, aprovechando también el rugido de rabia de Slash, rompió una ventana para poder huir por un lugar distinto al que entró. Así ganaría algo más de tiempo y distancia.
Para cuando Slash pudo recuperar la visión, habían desaparecido.
*
Raphael quería haberle dado su merecido a Slash, pero no era esa su prioridad. Por esta vez se contentaba con haber sacado a Arlet viva de ahí. Claro que, esperaba no tener que verla nunca más en una situación como esa.
En todo el recorrido hasta el apartamento, no podía dejar de mirar a su novia inconsciente en sus brazos. El recorrido gris que las lágrimas dibujaron en sus mejillas con el maquillaje, le rompió el corazón ―aunque no le molestaban tanto como esos tres cortes de su cara.
Casi cuando estaba a punto de llegar, Arlet gimió vagamente de dolor e intentó moverse. Raphael la estrechó contra su cuerpo para que permaneciese quieta.
―Shh... No te muevas ―susurró en su oído tratando de ser lo más tranquilizador posible.
―¿Q-qué ha pasado...?
―Slash, ¿recuerdas algo del... secuestro? ―preguntó inseguro.
La miró esperando que le respondiese, pero apenas fue capaz de abrir los ojos un momento antes de volver a caer inconsciente.
*
Arlet comenzó a despertarse con el suave tacto de algodón frío y humedecido en su mano derecha. Tardó unos instantes en darse cuenta de que estaba tumbada porque la cabeza aún le daba vueltas y la luz de su habitación le pareció demasiado fuerte.
Cerró los ojos y gimió con incomodidad interponiendo la mano izquierda entre su cara y la luz.
―¿Cómo estás? ―escuchó preguntar a Raphael.
Arlet miró en su dirección y le vio sentado a su derecha, poco a poco pudiendo distinguir mejor sus rasgos. También se fijó en que las persianas estaban totalmente bajadas. Habría sido él, para que no se supiera que estaban ahí.
―Me duele la cabeza ―murmuró llevándose la mano a la frente, encontrando un tacto extraño. Lo definió con la punta de los dedos hasta que llegó a la conclusión de que se trataba de una tirita―. ¿Es de un color chillón? ―preguntó forzando una pequeña sonrisa ladeada.
Raphael asintió conteniendo una suave risa, alcanzando el paquete de tiritas que había encontrado en el armario del baño. Fue a coger una verde fosforescente después de haber acabado de limpiar los nudillos, pero el sonido de su teléfono se lo impidió.
Lo tomó y miró la pantalla para ver de quién se trataba:
―Es Leo ―informó mirando a Arlet que, sólo gesticuló cómo cerraba su boca con cremallera. Raphael se levantó de la cama y contestó.
―Raph, ¿dónde estás? Has abandonado tu puesto, te estamos esperando ―la voz de Leonardo no sonaba como si le estuviera echando una bronca, pero sí que se podía decir que estaba molesto. No era algo que a Raphael le afectase mucho en ese momento, la verdad.
―Sí, lo sé, tuve que hacerlo ―murmuró indeciso.
Echó un vistazo tras él para ver cómo Arlet se había intentado sentar para colocarse la tirita sobre los dos nudillos centrales. Y vigiló cómo rodaba por la cama intentando levantarse para entrar al vestidor, más que nada por si perdía el equilibrio.
―Vi a Spike ―dijo finalmente.
―¿En serio? ¿Necesitas ayuda? ―preguntó el líder dejando de lado su primer tono de regañina.
―No, da igual. Se ha ido, otra vez...
―¿Entonces vuelves?
―Creo que voy a dar una vuelta, a lo mejor descubro donde se esconde. Ya os llamaré ―concluyó colgando antes de que su hermano pudiese replicar.
Resopló hasta que vació por completo sus pulmones y se quedó mirando a la nada por unos instantes. Seguido comprobó que su teléfono tenía la ubicación desactivada, por si acaso. No le apetecía tener más sorpresas.
―¿Vas a ir tras él? ―preguntó Arlet saliendo del vestidor con el pijama puesto, sentándose en la cama para cepillarse el pelo.
―No. Me voy a asegurar de que no vuelve por ti ―dijo sentándose junto a ella. Arlet bajó los brazos dejándolos sobre su regazo y le miró frunciendo el ceño.
―¿Cómo? Se supone que tienes que volver antes de que amanezca, y mañana tengo clase.
Raphael la miró de reojo arqueando las cejas y apretando los labios con incomodidad, y Arlet interpretó lo que quería decir con eso.
―No, ni de coña, mañana tengo Latín, y el jueves examen. Confórmate con que me pasaré la tarde en casa ―se quejó.
―Arlet. ¿Recuerdas que te han secuestrado? Estás en el punto de mira ―le dijo sin poder evitar alzar la voz.
―No creo que se atreva a ir a buscarme al instituto.
―¿No vas en metro? ―apuntó él cruzándose de brazos, arqueando una ceja.
―Con suficientes testigos. Mucha gente va al trabajo y al insti en metro ―refunfuñó ella cruzándose de brazos también, sólo que giró la cabeza para mirar al lado opuesto a la tortuga.
Raphael resopló, pero aprovechó para quitarle el cepillo de las manos y comenzó a desenredar esa larga melena castaña. No sabía qué impulso le había obligado a cepillar el pelo de su novia, pero lo encontró tranquilizante tanto para sí mismo, como para ella.
Con el paso de los minutos, ambos pudieron notar cómo dejaban de estar tan tensos y suspiraban para dejar salir el estrés y el miedo por el que habían pasado esa noche.
En cierto modo no quería, pero Raphael empezó a darle vueltas al asunto y... empezaba a temer por lo que Slash pudiese haberle dicho a Arlet. Sabía que continuaba enfadado con él por haber permanecido con sus hermanos en vez de combatir el crimen juntos, aunque nada de eso justificaba haber metido a Arlet en eso.
―Emm... Slash dijo que te había dicho algo. ¿Qué era?
Arlet se mantuvo en silencio unos segundos, pero Raphael alcanzó a ver cómo zigzagueaba con la mirada y suspiraba. Negó con la cabeza.
―Arlet ―la llamó en un tono de súplica.
―No es algo que deba preocuparte ―murmuró volviendo la cabeza para encontrarse con sus ojos―. No creo que sea cierto, para nada ―le aseguró.
―Ya... ―suspiró él fijándose en la tirita azul de su mandíbula. Tenía que admitir que algunas de las extravagancias de Arlet resultaban divertidas, ahora su cara parecía salpicada con pintura.
Raphael quería dejarlo estar, pero no podía evitar darle vueltas a la cabeza para tratar de imaginarse lo que le podía haber dicho Slash.
Sí es cierto que en un par de ocasiones le había hablado a Arlet sobre quien fue su mascota. Quizás es que comprendía lo importante que era para él y no quería estropearlo ―más.
Puede que Arlet no le diese la importancia que debería, pero Raphael se temía que ahora estuviese en verdadero peligro.
Puede que esos patrullajes que usaba como excusa dejasen de serlo. Primero debía asegurarse de que ninguna tortuga gigante se acercaba más de la cuenta a ese apartamento.
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