cap 05
C A P Í T U L O 5
TOUCHÉ
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APRIL NO SE ENCONTRABA CON LAS SUFICIENTES FUERZAS COMO PARA IR AL INSTITUTO ESE LUNES, y era comprensible. Había pasado la noche en la guarida arropada por el apoyo de sus amigos mientras esperaban los resultados de los análisis de Donatello.
Cuando esa misma mañana se desveló que no era enteramente humana, ya no se sentía capaz de irse al instituto.
Los chicos, a quienes a día de hoy consideraba casi como hermanos, comprendían la impotencia de la chica al acabar de descubrir que su ADN estaba manipulado por los Kraang. No le reprocharon que prefiriese quedarse con ellos antes que salir a la superficie y vivir su vida como si nada hubiese pasado. Pero no dejaron pasar la oportunidad de agradecerle que los salvase gracias a esos poderes suyos.
Las tortugas querían darle su espacio y estar ahí para ella a la vez, pues eran conscientes de que debía sentir como si todo su mundo se estuviese desmoronando. Seguramente se estuviese torturando con lo que esos alienígenas le debieron de hacer a su madre como para que ella tuviese hoy tan ansiado y específico código genético y, que sus extrañas habilidades fueran el producto de ello.
Visto por otro lado, tiene sentido. La noche en la que la conocieron, los Kraang no iban a por su padre ―que también, aún necesitaban perfeccionar el mutágeno―, sino por ella.
Sí es cierto que la curiosidad científica de Donatello estaba sacando lo peor de él. No quería presionarla, pero tenía la necesidad saber la procedencia exacta de sus poderes psíquicos y conocer su límite.
Es por eso que Donatello agradecía también el papel de sus hermanos. Eran quienes le mantenían más o menos a raya para no decir nada fuera de lugar y evitar incomodar más a la pobre pelirroja.
*
A lo largo de la tarde, Raphael se encontraba sentado en el salón cerca de April, ahora dormida sobre el puf y acurrucada con una manta. Los demás ya habían estado pasando el rato con ella, por lo que era el momento de Raphael de vigilarla.
Aunque sin mantener una conversación, resultaba aburrido y su revista había perdido la gracia hace rato.
Debido a la situación, Raphael le mandó un mensaje a Arlet. No porque quisiese verla ―obviamente le encantaría verla―, sino porque no sabía qué más hacer. Es posible que ella también estuviese aburrida.
Es decir, ¿un lunes y teniendo que ir a casa de sus tutores? Yo lo estaría, pensó rodando la vista.
RAPH: ¿Cómo lo llevas, Arlet?
ARLET: Meh...
RAPH: Entonces como yo😪.
ARLET: Creí que tu vida era más emocionante. ¿Qué pasa?
RAPH: Hoy toca descanso. La misión de ayer tuvo un final inesperado.
ARLET: ¿Estás bien?
RAPH: ¿Qué? Ah, no, no. No hubo heridos. Sólo una noticia chocante para una amiga.
ARLET: ¿Secreto de ninja? 🧐
RAPH: No, jajaja. Sólo una larga historia.
ARLET: Bueno, ya me contarás. He estado a punto de chocarme contra una farola😂.
RAPH: ¿Aún no has llegado a casa?
ARLET: Estoy de camino al trabajo.
RAPH: ¿Y eso? ¿Desde cuándo?
ARLET: La semana pasada. Te hablo al salir, ¿vale? Acabo de llegar.
RAPH: ¿Y a quién me quejo yo ahora?
ARLET: ¡Oye! ¡Búscate un hobby! Jajaja. El miércoles es mi día libre, podemos quejarnos entonces🙃.
―¿Con quién hablas, Raph? ―escuchó de repente la somnolienta voz de April.
Raphael no se esperaba en absoluto que se hubiese despertado, por lo que su reacción fue la de casi tirar el teléfono haciéndolo rebotar en sus manos por el brinco que dio en su asiento.
―Emm... ¿Cuánto llevas despierta? ―dijo tratando de adoptar una actitud más casual y disimulada.
―Casi nada ―murmuró ella estirando los brazos y colocando mejor la manta que la cubría―. ¿Quién era? ―repitió volviendo a acurrucarse, cansada de irónicamente, estar todo el día ahí tirada.
―Casey ―mintió―. Quería saber cómo estabas.
Estaba claro que April se había fijado en cómo la tortuga sonreía al mandar los mensajes ―y que casi le da un infarto al escucharla―, por lo que no se creyó que fuese realmente Casey. Pero lo dejó estar. Sonrió perezosamente, pretendiendo estar agradecida por la preocupación de sus amigos.
Por suerte para los chicos, April se empeñó en salir más tarde. La pelirroja se sentía como un lastre por obligar a los chicos a quedarse con ella como si fuese una niña enferma, por lo que insistió en un pequeño patrullaje rutinario.
Las tortugas accedieron. Lo tomaron como una oportunidad de ayudarla en su entrenamiento, mantener su mente ocupada y, que le diese un poco el aire.
*
No había mucho que hacer. Daba la impresión que fuera el día libre de los Dragones Púrpura, lo que parecía significar que su aburrimiento no fuese a acabar.
A Leonardo se le ocurrió jugar otra vez al rey de la montaña. Sus hermanos rodaron la vista por la insinuación, pero al ver que April no sabía de qué iba el juego y que parecía interesada, dejaron a un lado sus quejas.
Donatello y Michelangelo miraban en la distancia cómo April intentaba luchar contra Leonardo y a la vez mantener el equilibrio sobre las cuerdas ―de vez en cuando ayudada por el líder para no caerse―, y Raphael estaba sentado a un lado pensando.
Tenía que haber llamado a Casey, refunfuñaba para sí convenciéndose de que cualquier otro plan era mejor. Sí, continuaba aburrido, aunque tenía que admitir que no hubiese soportado quedarse sentado en la guarida.
Leonardo decidió dejar pasar a April con un movimiento torpe que simulase su derrota, haciendo a la pelirroja celebrar victoriosa el llegar a la otra azotea. Fue entonces cuando hizo un gesto a sus hermanos para ir pasando uno a uno. Aunque una parte de él temía que ocurriese lo de la última vez.
Fue extraño, pero no hubo ningún truco. A lo mejor era para no incomodar a April y continuar con el juego. Porque era así como Leonardo lo había llamado, pese a que no dejaba de ser un entrenamiento.
Y llegó el turno de Raphael.
Leonardo se puso en guardia esperándose cualquier cosa. Incluso si ese día no hubieran tenido ninguna discusión, Raphael no solía desaprovechar la oportunidad de demostrar que era el mejor luchador de los cuatro.
Cargó contra el líder con una sonrisa divertida en la cara, pero algo le distrajo cuando sus armas colisionaron y sus cuerpos forcejeaban por mantenerse sobre las cuerdas.
Arlet...
El traqueteo de la puerta de seguridad de un establecimiento cercano captó la atención de la tortuga de rojo y, al mirar por acto reflejo, descubrió a la morena sujetando la cazadora y la mochila del compañero que se estaba asegurando de cerrar bien.
Estaba seguro de que era ella, se encontraba debajo de una farola y, casi podía recordar el color que sus ojos adoptaron la noche en la que la salvó. Ese tono marrón anaranjado que casi le convierte en piedra.
Leonardo no tenía muy claro por qué no le derribaba, pero no iba a esperar a que Raphael recobrase el sentido por sorpresa y aproveche la confusión para tirarle al suelo. Prefirió hacerlo él, aunque lo sintiese como una puñalada por la espalda.
Es posible que fuese también una pequeña venganza por hacerle caer la última vez. De todas formas, nunca pensó que le resultaría tan fácil derrotar al temperamental de su hermano.
Al llegar al suelo, Raphael se llevó una mano a la cabeza y trató de procesar que su hermano le había vencido. Sonaría extraño, pero no le importó tanto como otras veces. Quizás fue porque se distrajo de nuevo al ver a Arlet alejarse por la calle habiéndose despedido de su compañero, poniéndose el abrigo y asegurándose de que su melena quedaba por fuera.
Para cuando la chica dobló la esquina, Raphael estaba rodeado por sus hermanos y April, que querían asegurarse de que estaba bien.
―¿Tan fuerte te he golpeado? ―dijo Leonardo con una sonrisilla en la cara, ayudándole a levantarse. Raphael no contestó, sólo rodó la vista apretando los dientes con incomodidad por la burla.
Sí, me has tirado, ¿y qué?
―Vaya, ¿tan fácil ha sido hacerte caer? ―insistió Donatello pretendiendo sonar sorprendido―. ¿Estás enfermo? ―preguntó colocando el dorso de su mano derecha sobre la frente de la tortuga caída. Su hermano refunfuñó apartándola con brusquedad.
―Nah, sólo estaba... distraído ―murmuró apartando la vista. Una vez sus hermanos emprendieron el camino de vuelta a la alcantarilla, observó la ruta que Arlet había tomado antes de desaparecer.
April se acercó a Raphael extendiéndole los sai, que habían caído al asfalto unos pasos más a la derecha. La tortuga le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento y caminó con ella hasta alcanzar a sus hermanos en el callejón.
*
Una vez en la guarida, April fue con Donatello a su habitación, ya que el genio insistió en que le vendría bien descansar en una cama. Y que le encantaría ser él quien cuidara de ella más tiempo, por supuesto.
Momentos como ese hacían que Raphael se replantease ciertas cosas sobre su amistad con Arlet. Sabía que si ella estuviera pasando por una situación similar, querría estar junto a ella y ayudarla en lo que pudiera. Entonces se puso a pensar en cómo se sentía cuando estaban juntos.
Sí, a veces se ponía nervioso y odiaba sentir cómo sus mejillas podrían o no estar adquiriendo un tono rosado. Pero lo más importante es que se sentía cómodo con ella.
Le encantaba poder hablar con Arlet y sentir que no sólo le escuchaba, sino que también le comprendía. O al menos lo intentaba, no queriendo dejar abierta la posibilidad de malinterpretarle. Eso ya era bastante para él, casi tanto como no haber huido al verle.
Y de repente se encontraba tumbado en la cama pensando una y otra vez en su mirada, su sonrisa, el olor a vainilla de su suave melena, y que no podía dejar de pensar en volver a verla...
Vale, puede que me guste, pensó. Pero no pienso andar detrás de ella sin decir nada. Mañana se lo digo. O bueno... El miércoles.
Estaba bien que no quisiese guardarse sus sentimientos, pero tenía que admitir que la idea de que ella le rechazase no abandonaba su mente.
En caso de que ella no sintiese lo mismo, daba por hecho que se sentiría demasiado avergonzado como para continuar siendo su amigo. Por no mencionar que no sabía cuánto le llevaría reparar su corazón roto.
Es posible que ese par de noches no hubiera dormido tanto como le hubiera gustado.
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Menos mal que Raphael no había quedado con Arlet cuando decidió que iba a decirle lo que sentía.
El entrenamiento del miércoles resultó ser intensivo, por lo que apenas tuvieron tiempo de respirar. Y para cuando acabaron, los chicos estaban demasiado cansados como para ir a ninguna parte.
Esa noche, él y sus hermanos estaban tirados en el salón viendo su nueva serie favorita con unas botellas de agua cerca. Michelangelo a punto de llegar con unas pizzas. Para eso siempre encontraba la motivación de levantarse.
Evidentemente, Raphael le mandó un mensaje a Arlet para decirle que eso de ir a pasar el rato en su día libre, quedaba descartado. No porque no quisiera ir a verla, es que no se sentía capaz de caminar más allá de la alcantarilla.
ARLET: Mejor. Para quedarte dormido en mi sofá, no vengas😌.
RAPH: Al menos no me despertarían los ronquidos de mis hermanos.
ARLET: No cantes victoria, que yo también ronco😂.
RAPH: Seguro que no tanto como estos tres. Donnie con silbido incluido😒.
ARLET: Jajaja, me apuesto lo que quieras a que tú también roncas.
RAPH: Me lo tendrás que decir tú, jaja.
ARLET: Vale, pásate mañana. A ver quién se queda dormido antes.
RAPH: ¿No estarás muy cansada?
ARLET: Nah... Me echo una siesta antes de ir a trabajar.
RAPH: Tramposa😑.
ARLET: 😝
Quizás Raphael no estaba siendo lo suficientemente disimulado, pero sus hermanos no llegaron a preguntarle por lo que sea que estuviese viendo en el T-phone.
Sólo se intercambiaron miradas entre ellos frunciendo el ceño, ¿se trataría de algún video? Era raro, Raphael no solía usar el teléfono mucho más que para llamar y en caso de misiones o patrullas.
Claro, Michelangelo tenía mil juegos y canciones en el T-phone, Donatello lo usaba como una extensión de su ordenador, y Leonardo... Bueno, similar a Raphael, quizás lo usaba un poco más.
La cuestión es que prefirieron dejar a su hermano en paz, pero no podían evitar fijarse en que no dejaba de teclear y sonreír de vez en cuando. Sería muy raro pensar que estuviese hablando con April o Casey.
Como buen ninja, Raphael se dio cuenta de que había miradas que recaían sobre él. Temiéndose que la curiosidad de sus hermanos pudiera llevarles a preguntar, acabó mandando un mensaje más.
RAPH: Oye, me están sacando de quicio. ¿Estás haciendo algo ahora?
ARLET: No. ¿Pido una pizza?
RAPH: Por favor🙏🏻. Llegaré en cuanto pueda.
ARLET: Vale, procura no caerte, Señor He-entrenado-un-montón.
RAPH: Ja, ja...
ARLET: Y si estás mosca, relájate antes de llegar, porfi😊.
RAPH: 😤
Tranquila, si con estar a tu lado ya me siento mejor, pensó en responder, pero creyó más oportuno el emoji.
Carraspeó para salir de su mente al notar que estaba sonriendo. Y sin esperar a que nadie le preguntase, se levantó murmurando un: «Voy a dar una vuelta».
Tan pronto como echó a andar, notó que sus extremidades continuaban entumecidas, especialmente las piernas. Trató de evitar cualquier tipo de cojera y buscar mantener un ritmo para dejar de pensar en ello.
*
Para cuando Raphael llegó a la terraza del apartamento de su amiga, la vio sentada con las piernas cruzadas en la encimera. Ya tenía puesto el pijama, pero lo mejor eran esas divertidas zapatillas rojas.
Parecía un dibujo animado con los pies enormes.
Estaba dándole la espalda a la puerta, mirando a la nueva pared negra que tenía junto a la nevera. Raphael dio un par de toques en el cristal antes de darse cuenta de que estaba abierto, por lo que entró saludando y, recibiendo una sonrisa de bienvenida.
―¿Qué haces? ―preguntó acercándose lo suficiente como para acabar apoyado a la encimera.
Se fijó entonces en lo que Arlet estaba mirando. La pared negra era en realidad una pizarra que había empezado a utilizar como calendario y horario.
―Estudiar mis días libres ―le sonrió bajándose de un salto de la encimera.
Se encaminó a la pared con unos post-its de color magenta y los fue colocando en las cuadrículas que había dibujado con tiza blanca para situarse en el actual mes de febrero y prever marzo. También se hizo uno más pequeño con todo el año a la derecha, donde podría poner algún que otro símbolo para ubicarse.
―Mm... Creo que así está bien ―murmuró para sí―. ¿Qué? ¿Le has roto la parabólica a algún viejo gruñón más? ―sonrió irónicamente volviéndose un momento hacia la tortuga, aprovechando también para recoger los papeles de la encimera.
Raphael se aguantó un bufido por la broma. Alzó la cabeza para evitar mirarla, pero acabó asintiendo con vergüenza mordiéndose los labios. Menos mal que no eran comentarios que ella dijera con mala intención, y él en parte los disfrutaba.
―No ―respondió alargando la vocal, burlándose de ella―. Es la última historia que te cuento ―refunfuñó.
Arlet sólo contestó forzando una carita triste con un puchero exagerado, haciendo que Raphael no pudiera evitar sonreír. Ella sonrió también pasando a su lado para llevar los post-its a su habitación, diciendo un: «Venga, escoge una peli» a la vez que le daba una palmada en el hombro.
―No sabía que fueras tan organizada ―le dijo tras haberla seguido con la mirada hasta que la perdió en las escaleras.
Caminó hasta el pequeño armario que había bajo el televisor y se arrodilló para echar un vistazo a las películas que guardaba. Utilizó el espacio que sobraba en el estante para poder pasar los DVDs de un lado a otro y ver de cuales se trataba.
―Yo tampoco, pero mi madre ya no está aquí para serlo por mí, así que... ―contestó bajando las escaleras de un salto.
Tan pronto como apareció en el campo de visión de Raphael, sonó el timbre. Arlet se detuvo en seco, y apretando los labios con una sonrisa divertida, giró sobre sus talones para atender a la puerta.
No le iba a extrañar que al otro lado se encontrase el repartidor, pero ya le dio rabia. Cinco minutos más y el pedido le hubiera salido gratis. Se lo comentó a Raphael una vez cerró la puerta y dejó la pizza en la mesa de café.
―Bueno, ¿y tú no estabas tan cansado? ―preguntó mientras volvía a la cocina para coger algo de beber.
―Me cansan más mis hermanos ―dijo enderezándose con una posible opción―. Expediente Warren, ¿la has visto? ―preguntó arqueando una ceja.
―Mm... Nop ―respondió cerrando la nevera con la cadera ya que, tenía las manos ocupadas con un par de botellines de agua y un bol de palomitas recién sacado del microondas―. Y de hecho es de mi padre, me la habré traído por error.
―Oye, si no te gusta el cine de terror, podemos ver otra cosa ―sugirió Raphael encogiéndose de hombros.
―No, sí que me gusta ―contestó ella rápidamente después de colocar el agua y las palomitas en la mesa―. Pero lo paso un poquito mal si va de maldiciones y espíritus ―admitió sentándose en el sofá. Raphael soltó una corta risa contenida y tomó asiento junto a ella después de introducir el DVD en el lector.
―Yo te protejo ―sonrió él con ironía, colocando el brazo izquierdo sobre el respaldo del sofá.
Quizás sería demasiado descarado pasarlo por encima de sus hombros, por lo que se resistió a la tentación.
*
Decir que Arlet estuvo incómoda desde el inicio de la película era quedarse corto.
Pudo sentir la tensión desde el primer momento, lo que hizo que ella se tensase también. Aunque trató de mantener la compostura, no le apetecía quedar como una cobarde nada más empezar.
Afortunadamente, a Raphael no parecía asustarle y no tenía ningún problema por mantener una pequeña conversación mientras veían la película. Era algo que Arlet agradeció en silencio porque le ayudaba a dejar de prestar tanta atención a la pantalla.
Pero la pizza se acabó, las palomitas comenzaron a agrietar los labios y... sólo quedaba mirar lo que ocurría en esa casa endemoniada.
Raphael había estado mirando con diversión cómo Arlet reaccionaba a ciertas escenas, bien dando algún brinco o bien resoplando con rabia por haberse asustado. Y sí, también llegó a gritar. Pero hubo una escena en la que no ocurrió nada.
La miró frunciendo el ceño y vio que se había puesto una manta en la cabeza cual fantasma. Y, aun así, podía notar cómo le temblaban las rodillas.
―¿Cuánto llevas así? ―preguntó intentando no reírse de ella, buscando el borde de la manta para quitársela y verle la cara.
―Un ratito ―murmuró inocentemente, encogiéndose bajo su fino escudo al notar el tacto de Raphael.
―¿Quieres que lo dejemos aquí? ―ofreció alcanzando el mando a distancia.
―Si no te importa...
Raphael pausó la película y le quitó la manta de encima, sólo para acabar descubriéndola abrazada a sus rodillas con una carita de pena y... casi a punto de echarse a llorar. Ella le miró apretando y curvando los labios con vergüenza, esperando que no le diese muchas vueltas a sus ―muy probablemente― enrojecidos ojos.
―¿Estás bien?
―Sí ―respondió pretendiendo que no había ocurrido nada, pero la expresión que Raphael le dedicó arqueando una ceja le dijo que no se lo creía―. Vale. Es posible que me haya asustado más de lo que pensaba ―admitió esperando no sonar tan cobarde como se había temido ser en un principio.
―Arlet, ¿estás llorando? ―preguntó al fijarse en el reflejo que sus ojos tenían por la luz azul de la pantalla.
―No... ¿Por qué? ¿Parezco un mapache? ―dijo llevándose la punta de los dedos a su sombra de ojos y asegurarse de que no se había estropeado demasiado.
―No. Aunque... ―respondió con incomodidad, ladeando la cabeza y apretando los dientes.
Ella frunció el ceño y se levantó para ir a verse a su baño, el de su habitación. Antes de desaparecer, se asomó por el pasillo para dirigirse a la tortuga, que se había quedado atónita al ver lo rápido que había reaccionado respecto a su maquillaje.
―Puedes venir, que no muerdo ―le dijo con una sonrisa sarcástica.
Raphael sonrió y se levantó para seguir a Arlet hasta su habitación. Él estaba casi seguro de que quería que la acompañase por la sensación que le había quedado de la película.
*
La tortuga esperó dando una vuelta por la habitación.
No es que estuviese mucho más decorada que cuando la vio por primera vez. Apenas había puesto algunos pósters y dibujos en la pared en la que tenía el escritorio, aunque sólo fuera porque los tenía clavados en el corcho.
Había un par de fotos. Una en la que estaba haciendo skate en una carretera con el mar de fondo con un chico, y otra en la que había un cachorro de rottweiler tumbado entre las sábanas de una cama.
―Bueno, no estaba tan mal como pensaba ―murmuró saliendo del baño habiendo arreglado un poco su maquillaje. Desde luego que no iba a quitárselo todo mientras tuviera visita.
―O sea, que sí estabas llorando ―apuntó Raphael mirándola con una ceja arqueada y una sonrisilla.
De todas formas, Raphael se sentía mal por haberla hecho pasar miedo con una película. Y a lo mejor no ya era el mejor momento para decirle lo que sentía, quizás estaba enfadada con él.
―Vale, soy patética. Cállate ―refunfuñó dándole un empujón juguetón con una mano, provocando que la tortuga pudiese continuar con una actitud bromista.
―¿Y este... es el perro tan bestia que te muerde la mano? ―preguntó falsamente sorprendido, señalando la foto.
―Hoy tiene siete años. Pero siempre será mi cachorrito ―sonrió antes de dirigirse a la cama y sentarse en el centro de un salto.
Raphael la miró con una sonrisa mientras ella se cruzaba de piernas. Caminó hasta ella y se sentó también.
―Bueno, ¿y qué hay de tu trabajo?
―Oh, ya... Es una tienda de skateboards y moda urbana. Ya sabes, skates, cascos, rodilleras, camisetas, gorras... muy de mi estilo, la verdad. Mis compañeros son majos, y... estoy deseando recibir mi primera paga ―le sonrió con ironía―. La independencia es lo mejor.
―¿Y no te sientes sola?
―¿Y lo pregunta el que viene a quejarse de sus hermanos y el poco espacio que le dan? ¿El que a veces preferiría ir por libre...? Venga, te has venido porque te habían mirado ―le vaciló cruzando los brazos. Raphael apretó los labios y asintió con vergüenza.
Dos meses y qué bien me conoce...
―Touché ―le dijo con una sonrisa tímida.
―¿Y tú qué? ¿Qué pasó en la misión? ―preguntó ladeando la cabeza con interés.
―Recuerdas que te hablé de unos aliens, ¿no? ―preguntó, a lo que Arlet respondió asintiendo con atención―. No sé si decirte mucho más, pero esta amiga mía es un objetivo.
―Vaya... ―murmuró con compasión, tratando de imaginárselo―. Eh, ¿y cómo llevas lo de socializar?
―¿De qué hablas? Si pasamos mucho tiempo juntos ―se cuestionó él enderezando el caparazón. Arlet se rió asintiendo.
―Sí, pero me refería a tu nuevo amigo. Casey, ¿verdad? ¿Por qué no sales más con él?
―Podría haberle llamado, si tuviera energía para patrullar. Pero me gusta más estar contigo.
Raphael no se dio cuenta de lo que había dicho hasta que abandonó sus labios. Incluso habiéndose fijado vagamente en la forma en la que Arlet ladeó la cabeza con una pequeña sonrisa y arrugaba la nariz, no dejó de sentirse abochornado por el comentario.
Una vez más, comenzó a sentir la incertidumbre de no saber si se estaba poniendo rojo por la situación. Zigzagueó con la mirada, nervioso.
―Raph. Raph, ¿estás bien? ―le preguntó ladeando la cabeza.
―¿Eh? Emm... Sí. Es sólo que creo que debería irme ya ―balbuceó levantándose de la cama para encaminarse a la diminuta terraza de la habitación.
Abrió la puerta y de un salto se posicionó sobre las barandillas, pero no podía moverse. No dejaba de repetirse a sí mismo que se había prometido confesarle lo que sentía en cuanto la viese.
No podía irse...
―Espera, ¿ya? ¿Me vas a dejar sola después de haber visto cómo una muñeca intenta matar a una niña? ―dijo levantándose de la cama para seguirle y apoyarse en la barandilla, a su lado.
No pretendía sonar muy asustada, si acaso dramática, pero sí es cierto que esa película le estaba poniendo los pelos de punta.
―¡Arlet, escucha! ―gritó de repente, venciendo al nudo de su garganta y dándose la vuelta de un brinco para poder estar cara a cara con la chica. Ella se sobrecogió por el grito poniendo los brazos delante de su pecho, y se le quedó mirando―. Perdona ―murmuró agachando la cabeza un momento.
―Vale... ―murmuró aún sobrecogida, relajando la postura.
―Verás... Últimamente he estado pensando que... Emm... Nos hemos hecho muy amigos y, y nadie me entiende como tú. Me lo paso muy bien contigo y, no puedo dejar de pensar en volver a verte. Tío, esto es complicado... ―murmuró rascándose la nuca a la vez que miraba al suelo.
Se pensó cómo continuar su pequeña confesión y poner fin a esa tortura. Arlet bajó los brazos lentamente, a la vez que en su cara se dibujaba una pequeña sonrisa.
―Me gustas, ¿vale? Y no sabía cómo decirte que-
Arlet le interrumpió tomando su mandíbula con ambas manos, inclinándole hacia ella para besarle. Arqueó la espalda y cerró los ojos mientras disfrutaba del contacto con los labios del mutante que, estaba demasiado sorprendido como para poder disfrutar de la experiencia de su primer beso. Ni siquiera había cerrado los ojos.
Cuando Arlet se separó de él, retiró las manos delicadamente, como si le estuviera acariciando. Frunció el ceño un momento al ver la cara de incredulidad que se le había quedado a la tortuga. Tampoco se iba a sentir ofendida, de hecho, le había parecido gracioso.
―¿Era algo así? ―preguntó ladeando la cabeza.
Él no respondió, por lo que pensó que debería continuar y ver si conseguía sacarle de esa situación tan incómoda.
―¿Quieres que lo diga yo? ―más silencio―. Raphael, ¿quieres salir conmigo?
Por fin, Raphael fue capaz de salir de su trance y pestañeó.
Nunca creyó que, aunque hubiera recogido el valor para decirlo, ella le respondiese que sí. Pero que fuese ella quien lo preguntase... No le importaba el hecho de que Arlet hubiese asumido su papel, es que no se podía creer que estuviese pasando.
Se inclinó sobre ella tomando su mentón con delicadeza para poder besarla de nuevo.
Esta vez lo disfrutó, y más aún cuando Arlet llevó una mano a su mejilla y otra al brazo con el que la estaba acariciando a ella.
Fue dirigiendo la mano a la mejilla de Arlet, apartando el pelo que tenía en cara y haciéndolo pasar por detrás de la oreja. Ella fue acercando la mano a sus labios, y se fue alejando de él lentamente.
―¿Qué? ―susurró él con los ojos aún cerrados, inclinándose para continuar besándola al notar que ella se separaba de él.
―¿Aún quieres irte? ―preguntó Arlet con una sonrisa, perfilando los labios del mutante con el pulgar. Raphael abrió los ojos y le sonrió también―. Todavía no me has dicho que sí.
―Sí, Arlet. Quiero salir contigo ―respondió con una sonrisa juguetona antes de darle un beso más. Ella le miró con una sonrisa tierna y tomó su mano para intentar introducirle a la habitación de nuevo con una fuerza insuficiente.
―Bien... Pues no me dejes acabar esa película sola ―gimoteó.
―Tomo nota, te va más el terror tipo slasher ―dijo él bajándose de la barandilla y cerrando la puerta con su mano libre.
―Exacto. Ahora vamos, necesito saber que va a acabar bien.
Arlet no soltó la mano de Raphael para asegurarse de que le seguía. En cuanto se sentaron en el sofá, se acurrucó junto a él.
Raphael la miró con incredulidad, es decir... no se esperaba que de un momento para otro hubiera cogido la confianza suficiente como para abrazarse a su caparazón así.
A lo mejor es que ella también estaba colada por mí de antes...
La rodeó con un brazo después de alcanzar el bol de palomitas para continuar la película. La verdad es que no se le ocurrían mejores planes que ese. Le encantaban las películas de terror, y ver una abrazado a su novia le parecía uno increíble.
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