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cap 03

AL CAER LA NOCHE, CAPÍTULO 3
BUENAS NOCHES

ES POSIBLE QUE LA MENTE DE RAPHAEL HUBIESE ESTADO UN POCO DISPERSA.

En alguna ocasión, después de su noche de cine, fue a ver a Arlet otra vez, pero no pudo hablar con ella.

No veía luz entre las persianas, las cuales parecían estar siempre bajadas; y tampoco oía voces al colocarse en la escalera de incendios. Menos aún se le abrió la ventana cuando dio un par de toques.

No había nadie.

Resoplando con decepción se fue para, al menos, retomar el patrullaje un rato y despejarse. Con suerte se topaba con los Dragones Púrpura o algunos robots del Clan del Pie haciendo de las suyas. Alguien tendría que estar ahí para darles su merecido.

Desde la extraña inactividad en el apartamento de la morena, Raphael solía echarle algún que otro vistazo a su teléfono. Puede que Arlet se hubiese ido, pero seguía teniendo el número de la tortuga.

Podría mandarle al menos un mensaje de texto.

Con el paso de los días, empezaba a temerse que su número se hubiese caído y que ella nunca llegó a verlo, o peor... que había pasado de él. No quería llegar a creerse ese escenario porque fue simpática con él ―¿qué demonios?, me había invitado a ver una película―, pero dadas las circunstancias...

Raphael descubrió algo que, puede que le ofendiese un poco. O mucho, la verdad.

Se acabó encontrando una vez más cerca del apartamento, comprobando si es que había actividad. Y sí, había luz, y veía pasar alguna que otra figura junto a las ventanas, pero ninguna era Arlet o su padre.

Ya no vivía ahí, y no le había dicho ni una sola palabra al respecto.

Sí es cierto que Arlet no estaba obligada a decirle a dónde iba o dejaba de ir, pero Raphael sentía que había huido de él. Que se escondía.

Podía haber sido la ocasión en la que le mandarle un mensaje, puede que dar pie a una pequeña conversación, pero no...

Y como bien explicó ella, aquél maratón tuvo lugar un viernes trece, y esta era la víspera de Navidad.

Raphael estaba sentado en el salón con Donatello, ambos rodando la vista de vez en cuando, tratando de ignorar la emoción de Michelangelo.

La tortuga de naranja esperaba en la entrada la aparición de April, quien se supone que traía algunos adornos para decorar el árbol del dojo para la ocasión.

La verdad, no estaba tan mal la nueva serie favorita de su hermanito. Raphael no solía estar en el salón muy a menudo cuando era Leonardo el que estaba viendo su serie favorita, al menos no sin algo que le mantuviese ajeno a esa trama tan penosa.

Lo peor es que en alguna ocasión ya se había visto con citas del Capitán Ryan, no en boca de Leonardo ―que también―, sino en su propia cabeza. Resultaba frustrante.

Al ver a Michelangelo dando botes con las manos en los tornos, resopló sin poderse creer lo infantil que podía llegar a ser a veces. Compartió una mirada de exasperación con Donatello y subió el volumen con el mando a distancia.

No mucho después, Michelangelo debió de divisar a April pues, corrió hasta estar casi en la entrada del dojo gritando el nombre de su hermano mayor. Y tan rápido como fue, volvió a su posición inicial.

Para entonces, April ya estaba entrando en la guarida y, saludó a Donatello y Raphael, los primeros a quienes había visto. Al instante, Michelangelo apareció delante de ella tomando una de las tres cajas que tanto le estaba costando cargar.

―¿¡Qué!? ¿¡Qué pasa!? ―respondió Leonardo saliendo del dojo a toda prisa, dirigiéndose a su hermano pequeño. Lo único que recibió como respuesta fue una sonrisa de emoción y una caja en sus brazos.

―Venga, ayúdanos a decorar ―le dijo después de tomar otra de las cajas y pasando junto a él en dirección al dojo.

Raphael y Donatello compartieron una mirada con April. Ninguno de los tres fue capaz de contener una sonrisa divertida al ver cómo el líder resoplaba por la broma. Parecía mentira lo inocente que podía llegar a ser.

―Espera April, te ayudo ―anunció Donatello levantándose para cargar galantemente con la última caja y librar del peso a su querida pelirroja. Ya había cargado con las cajas desde su casa, ¿no? ¿Qué le hacía pensar que no podría con una sola unos metros más?

Lo raro era que no se hubiese ofrecido para ayudarla antes. Era de día, pero la podía haber ido a buscar en el Shellraiser.

―Gracias, Donnie ―le sonrió mientras le cedía los últimos adornos. April se detuvo un momento al fijarse en que cierta tortuga apenas se había movido de su sitio―. ¿No vienes, Raph? ―quiso saber, ladeando la cabeza―. Estaría bien acabar antes de que Splinter termine de meditar.

Raphael no estaba muy interesado en las festividades humanas. Y menos cuando no las habían celebrado nunca.

Sí, el año pasado conocieron a April antes de la Navidad, y la pelirroja se presentó en la guarida con un gorro de Santa Claus gritando «¡Feliz Navidad!». Lo que no se esperaba es que no hubiese ningún indicio de celebración ahí abajo.

Hablaron un poco del tema y, sobre todo por la insistencia de Michelangelo, llegaron a la conclusión de que deberían celebrarlo al año siguiente ―y todos los demás.

Entre otras cosas, no lo celebraban porque Splinter no dejaba de ser japonés y, por consiguiente, no era seguidor de la fe cristiana.

Sí, en Japón habían adaptado algunas festividades occidentales, entre ellas San Valentín o Halloween, y por supuesto, la Navidad también. Pero era sólo un día, y pese a celebrarlo, en sus calendarios no constaba como un día festivo.

Splinter no era precisamente religioso, aunque en su día tuvo que explicar a sus hijos la diferencia entre rezar y meditar, pero sí que parte de su educación residía en la fe. Ésta se trataba de una mezcla de sintoísmo y budismo. Era más que nada espiritual.

También es cierto que cuando Donatello consiguió hacer funcionar la vieja televisión que su maestro había encontrado en la basura, empezaron a tener curiosidad por la forma de vida de los humanos y cómo sería salir a la superficie.

Claro que, sólo tenían la perspectiva de algunas cintas, entre ellas las de Héroes del Espacio. Tenían algún especial de celebraciones, pero la perspectiva espacial no es que fuese muy realista.

El día en que los chicos salieron por fin a la superficie, Donatello encontró una antena que poder instalar al televisor y pudieron comprenderlo todo mejor. En un principio les extrañó que Splinter no les explicase tantas cosas, pero entendieron que en sus circunstancias no podrían vivirlo en condiciones. Y para eso, mejor no celebrarlo.

Bueno, la cuestión es que April era bastante persistente cuando se lo proponía, y tenía muy buenos argumentos para salirse con la suya. Todo ello sumado a la insistencia ―y ojitos de súplica― de Michelangelo... ese día se adornaba el dojo y se celebraba la Navidad.

Raphael rodó la vista suspirando con pesadez. No tenía problema en responder con desdén a sus hermanos, decirles que le dejasen en paz y se metiesen en sus asuntos, pero con April intentaba ser más agradable.

Apagó la televisión, se levantó y la acompañó hasta el dojo, donde estaban sus hermanos sacando los adornos de las cajas.

Cogió un par de boas y se colocó al otro lado del árbol. Creyó que así se evitaría preguntas incómodas porque era consciente de que últimamente estaba con la cabeza en otra parte, y que sus hermanos podrían haberse fijado.

Cerró los ojos con incomodidad, esforzándose por ignorar la mirada que habían compartido Leonardo y Donatello cuando le vieron entrar. Quiso pensar en otra cosa, pero era esa necesidad la que le acababa traicionando.

Michelangelo lanzó un gran puñado de bolas consiguiendo que quedasen perfectamente colocadas en las ramas, entonces cogió la mano de April y dio unos pasos dirigiéndola a la entrada del dojo.

―Eh, April, vamos a hacer unas galletas ―anunció antes de llevar a la pelirroja hasta la cocina, cogiéndola por sorpresa y casi haciendo que pierda el equilibrio.

Raphael esperaba que sus dos hermanos restantes mantuviesen la boca cerrada, pero no se dio el caso:

―Pareces mosqueado ―apuntó el líder acercándose a él casualmente para colocar más bolas al otro lado del árbol.

―No sé de qué estás hablando ―refunfuñó tratando de ignorarle, o por lo menos evitando el contacto visual mientras tomaba más boas y rodeaba el árbol colocándolas.

Quizás se había notado demasiado que intentaba esquivarle.

―Será por el entrenamiento de esta mañana ―señaló Donatello esperando poder ocultar su sonrisa de diversión. Como mínimo para evitar una colleja o una mirada asesina por parte del temperamental de su hermano.

Evidentemente, a Raphael no le hizo gracia la insinuación, pero tampoco lo desmintió. Los entrenamientos con Leonardo se habían vuelto un tanto intensos desde que Raphael no tenía a Spike para poder desahogarse, pero supo mantenerse callado.

Era mejor dejarles pensar eso. No le interesaba ni lo más mínimo que descubriesen que se estaba comiendo el coco por la chica de la guitarra.

Pilló a Michelangelo un par de veces en su habitación intentando coger el instrumento para aprender a tocarlo por sí mismo. Podría haber vuelto a intentarlo y ver que la guitarra ya no estaba en la habitación.

Bueno... A lo mejor, de haberla ido a buscar otra vez, pensaría que la habría escondido en otra parte, ¿no? No tenía motivos para dar por hecho que había ido a devolverla.

No le apetecía tener que explicarles a sus hermanos que no sólo se había dejado ver por la humana cuando la salvo, sino que fue a verla otra vez para devolverle el instrumento. E intentado hablar con ella después...

Al menos no le dieron más vueltas al tema. Dieron por sentado que el haber perdido contra Leonardo esa mañana en el entrenamiento era lo que le tenía tan callado y gruñón. O al menos delante de ellos.

Cuando Splinter salió de su habitación, sus hijos y April le recibieron con el árbol mejor decorado del mundo y galletas con formas navideñas.

Había que reconocer las habilidades culinarias de Michelangelo. Lo cierto es que resultaba increíble la de platos que había aprendido a preparar después de haber dejado de lado las algas con gusanos.

También se vieron en la posibilidad de proporcionarle un pequeño detalle a Splinter por permitirles celebrar su primera Navidad. Y en cuanto dio la medianoche, intercambiaron regalos entre ellos porque acordaron jugar al amigo invisible.

No, a Donatello no le tocó April. Lástima...

Y por supuesto, entre las cajas que April había bajado, había algunas películas de temática navideña en VHS para poder alargar un poco más la noche. Después de todo, April seguía teniendo una tía con la que debería pasar el día. Su padre seguía siendo un murciélago mutante, pero eso no quería decir que podía dejarla de lado...

Por suerte para Raphael, una de esas películas era Pesadilla antes de Navidad. No tuvo que estar toda la noche enfurruñado en el puf con la cara oculta tras una de sus revistas del Ninja Moderno.

No estaba mal, Tim Burton tiene un estilo interesante, pensó recostándose sobre su brazo izquierdo. Aunque las canciones a lo mejor sobraban.

*

No era ninguna sorpresa que Arlet se encerrase en su habitación después de una de muchas incómodas cenas con su familia. Esas cenas habían sido demasiadas el último año.

Salió con sus amigos un rato para olvidarse del mal trago, pero es que ni eso pareció salirle bien. Con ellos la situación también resultaba incómoda, aunque no de la misma manera.

Las festividades eran algo que no le gustaba demasiado por el mismo motivo. Las comidas o cenas parecían ser forzadas, como si nadie hubiera querido verse en todo el año, pero sólo por el hecho de ser un día especial, tenían que verse.

Al menos no eran demasiados, aparte de quienes ya vivían en su casa, sólo habían venido sus abuelos paternos.

El caso es que por fin estaba tumbada en la cama, y con la puerta bloqueada, incluso si los demás ya estaban durmiendo. El no querer ser interrumpida casi era una obsesión. Sólo ella podía haber pedido un pestillo en la puerta de su habitación aun cuando vivía sola.

Eran casi las 02:00 y seguía sin tener sueño. Tampoco es que ayudasen los ronquidos de su bebé, que solía acomodarse sobre ella en la cama, con la cabeza en su vientre. De todas formas, Arlet no era capaz de enfadarse con él, era su cachorrito, y por lo que le habían contado, ella también roncaba.

Se trataba de un rottweiler con la cabeza fina y cola larga, aunque estaba casi segura de que no era de pura raza. Sospechaba que uno de sus ascendientes pudiera ser un kangal turco. La forma de la cabeza era igual, y la del cuerpo también.

Sencillamente, era más grande y menos musculoso de lo que solía ser un rottweiler. Era tan alto como ella ―si no más, incluso― cuando ponía las patas delanteras en sus hombros. Por no mencionar que su pelaje también era más largo ―bien... más que limpiar―, y no era exactamente un bebé, ya tenía siete años.

Mientras le acariciaba monótonamente esperando que no se despertase, recordaba la quedada y, sentía que ya nada era lo mismo. El haberse ido y lo que ocurrió para que decidiese poner distancia con todo...

Era como si se hubiese convertido en la persona a la que nadie quiere meter en el grupo. En cierto modo se arrepentía de haber intentado pasar el rato con sus amigos, sólo encontraba verdadera simpatía en la mirada cómplice de su mejor amigo.

Sólo él parecía comprenderla; y le entristecía no tener a nadie en Nueva York con quien poder hablar cuando estuviese decaída.

Bueno... Está ese mutante...

Arlet se acordó de la agradable conversación que tuvieron mientras de fondo se reproducía una de sus películas favoritas. No podía evitar darse cuenta de lo rápidamente que empezó a sentirse cómoda con él.

Guardé su número, ¿no?, pensó alcanzando el teléfono de su mesita de noche. Buscó el nombre entre sus contactos, que, de todas formas, no eran demasiados.

Al encontrar el nombre, dudó y se llevó el teléfono al pecho. Es decir, sólo le había visto una vez. Vale, en realidad dos, pero sólo contaba la parte de haber interactuado. Claro, tampoco quería decir con esto que no le agradeciese que la salvase la vida y fuese a quitarle la guitarra al ladrón ese.

Recapacitando, llegó a la conclusión de que no le importaría volver a verle. De hecho, le gustaría.

¿La despedida de la otra noche pudo implicar volver a vernos?, pensó. No recuerdo lo que dije, pero, me dejó su número, ¿no?

Y tras esa pequeña reflexión, suspiró y decidió mandarle un mensaje con el pretexto de que ya era Navidad.

Hipócrita, se refunfuñó a sí misma. Estúpidas fiestas...

*

Raphael cerró la puerta de su habitación resoplando.

Ni siquiera se molestó en encender la luz. Es decir, sólo tenía que llegar hasta la cama y acostarse, ni que fuera la primera vez que lo hacía. Por no mencionar que su lámpara con forma de calabaza estaba siempre encendida y proporcionando una tenue y constante luz al dormitorio ―o al menos a la esquina en la que estaba.

Arrastró los pies demostrando una inusual pereza hasta que por fin se sentó en la cama para ir quitándose el equipo, solo que, por alguna razón, él era el único de sus hermanos que dormía con la bandana puesta.

No importaba cuántas veces Splinter le hubiera insistido en que dejase de hacerlo, simplemente le tenía mucho apego. O se trataba de una cuestión de orgullo.

Antes de meterse entre las sábanas, miró el teléfono ―que descansaba sobre su mesita desde que se quitó el cinturón― una vez más sin siquiera tener la pantalla encendida. Quiso cogerlo y comprobar otra vez si tenía alguna notificación nueva.

¿Para qué? ¿Por qué iba a haberme mandado un mensaje ahora si no lo había hecho en once días?, se decía, resistiéndose a alargar la mano para cogerlo.

Por otro lado... Eso era exactamente lo que había estado pensando desde que dejó la nota en el cuaderno.

Al coger el T-phone y pulsar el botón, casi sin haber sido consciente del acto, en la pantalla de bloqueo vio una nueva notificación: «Nuevo mensaje. Número desconocido: Feliz Navidad, Raph. Perdona por...».

Estaba claro que en unasimple visualización no iba a poder leer el mensaje completo, por lo que nodudó en abrirlo. 

NÚMERO DESCONOCIDO: Feliz Navidad, Raph. Perdona por no haberte escrito antes, he estado ocupada con la mudanza y, me había ido para estar con mi familia durante las fiestas. Me lo pasé muy bien contigo la otra noche, cuando quieras repetimos. ―Arlet.

Raphael se esforzó por no sonreír, continuaba ligeramente molesto porque se hubiera ido sin más. Pero falló.

No pudo evitar pensar que al final le había escrito, demostrándole que estaba equivocado, que sólo tenía que haber sido más paciente.

Prefirió no responder porque ya era demasiado tarde, así que sólo guardó el número entre sus escasos contactos.

Un momento, ¿sólo lo había mandado hace veinte minutos? Pero si ya son las 05:00, pensó frunciendo el ceño.

Mirando la pantalla de nuevo, se fijó en que en el estado de Arlet era «en línea». Y ella debió de ver que el de Raphael también, porque en el mismo instante cambió a «escribiendo...».

ARLET: No me digas que tú tampoco puedes dormir.

RAPH: Estaba a punto de acostarme, que es lo que deberías hacer tú. ¿Qué haces aún despierta? Son las 05:00.

ARLET: En California son las 02:00, y tengo insomnio. ¿Cuál es tu excusa?

RAPH: No puedo salir de día.

ARLET: 😳. Cierto😥.

RAPH: Tranquila. Pero sí que me gustaría volver a quedar contigo.

ARLET: Mm... Vuelvo la semana que viene. ¿Quieres escoger tú la película?

RAPH: ¿Qué tal si te llevo a cenar?

ARLET: ¿Hacen descuento a los mutantes? 🤣

RAPH: Sí. Ja, ja😒. Conozco un restaurante en el que mi aspecto no será problema.

ARLET: Muy bien, ya hablamos. Buenas noches. O días...

RAPH: Buenas noches, Arlet.

La tortuga por fin pudo suspirar tranquila y dejar que su cabeza cayese cómodamente sobre la almohada ahora que había recibido tan esperado mensaje y, acordado volver a ver a la chica.

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