BONUS, TigerClaw (pról. I)
AL CAER LA NOCHE, CAPÍTULO BONUS
TIGER CLAW, PRÓLOGO
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TIGER CLAW VOLVIÓ A SU CASA AL ATARDECER.
Al entrar en su casa oculta en uno de tantos bosques de Japón, se tomó un instante para suspirar y disfrutar de la calma. No había nadie en kilómetros, solo un frondoso bosque virgen. Un lugar en el que poder relajarse sin tener que temer que ningún humano meta las narices en sus asuntos.
Temer era quizá mucho decir. No temía a un puñado de humanos cotillas, pero sería mejor no tener que encargarse de ellos.
Se acercó a las puertas correderas de cristal por las que accedía al patio interior desde el salón. Ahí tenía tres tigres de bengala.
No es que le diese por jugar con ellos, de hecho, la interacción era mínima, pero le gustaba ver cómo se paseaban por el patio o se relacionaban entre ellos. Casi parecía que fuesen de la misma camada y mantuviesen ese lazo fraternal.
No lo eran. Después de crecer un poco y dejar el circo, Tiger Claw empezó a verle la simpatía a los tigres ―por razones evidentes―, y no dudó en querer liberarlos de las condiciones en las que los tenían determinados circos, zoos o ricachones con mascotas exóticas. Con frecuencia los mandaba a santuarios, pero cuando Alopex desapareció de su vida... fue cuando se llevó el primer tigre a casa.
Encontraba relajante verlos, saber que había algo de vida en su solitaria casa. Con frecuencia su mente viajaba a otro lado mientras permanecía ahí de pie, tras el cristal.
Resopló cansado por haber tenido que perder casi todo el día en una reunión sobre una estúpida misión de eliminación ―además de la larga distancia que tuvo que recorrer en coche hasta llegar de nuevo a casa. El tipo era un donnadie, ¿cómo pretendían que se encargase él? Él era un mercenario de alto nivel, no podía perder el tiempo con este tipo de gentuza.
Él necesitaba un trabajo de verdad. Un reto. Una misión que le mereciese la pena poner en riesgo el ser descubierto.
Era un mutante, maldita sea. Su vida a escondidas no era solo por su trabajo.
Y no era solo una cuestión de dinero. Sus servicios no eran precisamente baratos, eso podía admitirlo, pero sí que podía garantizar la efectividad y calidad en todo lo que hacía. A lo largo de los años, había conseguido contactos excepcionales para que le distribuyesen armas de calidad a un precio razonable. Nunca había tenido ningún problema para realizar ninguna de sus misiones.
Bueno, es posible que la última no le saliese como esperaba.
No fue su culpa, eso había que dárselo. Simplemente, su cliente se impacientó y acabó por sabotear su propio encargo.
No habría tenido por qué salir mal, la faena podría haberse rematado y ya, pero a Tiger Claw le molestó bastante que de repente existiese la probabilidad de no cobrar por sus servicios. Se las apañó para ser él quien impidiese que ese encargo no fuese completado. Y ganó incluso más dinero.
También ganó otra cosa, pero no estaba seguro de poder considerar eso como una victoria.
Pensar en eso mientras alzaba la vista por las vallas de su patio acabó por hacer que volviese en sí.
Tenía que estar seguro de que sus tigres no se escapasen del jardín, es por eso que la valla era alta, pero además había puesto unas redes por encima. Quedaba muy frío, sí, pero no le apetecía arriesgarse a que algún campista o alpinista se topase con un tigre y diese comienzo una cacería para buscarlo.
La cuestión es que se acabó perdiendo en ese cielo anaranjado y enjaulado, hasta que se fijó en que la red estaba hundida por un lateral.
Frunció el ceño antes de entender lo que debía de haber pasado.
―Más te vale que no ―siseó. Seguido, se dirigió al segundo piso corriendo.
Subió las escaleras a toda prisa y se abalanzó sobre la primera puerta de su izquierda, prácticamente arrancándola del marco y quedándose con la mano en la manilla. No había nadie ahí. Las sábanas de la cama estaban perfectamente hechas y no se había tocado la cesta de fruta que había en la mesita de noche.
Caminó con rabia hacia la ventana y, cuando quiso abrirla, vio que ya estaba abierta. El viento ocasional había hecho que casi pareciese que continuaba cerrada, pero no lo estaba. Tiger Claw miró hacia abajo, comprobando que, tal como pensaba, era el lugar exacto en el que la red se había hundido. Podía seguir con la mirada un pequeño recorrido hasta el final del jardín y, cómo las garras de uno de sus tigres ahora adornaban la valla de madera justo a esa altura.
Se había ido.
Soltó un gruñido de desaprobación y fue en su busca.
✶
Una joven jadeaba sin parar al no verse capaz de detenerse, habiendo corrido durante horas. O habiéndolo intentado. Con frecuencia se tropezó una y otra vez, pero sabía que, si quería alejarse, necesitaba ponerse en pie y continuar con su huida.
La última vez que se tropezó apartando las ramas de un arbusto, cayó rodando por una colina.
Se enderezó siseando de dolor, sintiendo la humedad de las hojas y la tierra bajo sus manos. Quedó sentada como pudo, y sintió unas profundas náuseas cuando vio que tenía una herida en la rodilla izquierda. Pestañeó un par de veces, apartando la vista al notar que empezaba a ver borroso.
Puede que hubiera sido una mala idea no haberse puesto unos pantalones más largos. Tampoco tuvo demasiado tiempo para pensárselo, tan pronto como escuchó que el tigre salió de la casa esa mañana, supo que no podía esperar más. Era su única oportunidad de salir de ahí.
―Oh, Dio mio... ―gimoteó tratando de ponerse en pie, ayudándose de la roca que tenía tras ella―. Non posso fermarmi ―sollozó una vez, luchando contra esas piernas temblorosas. Se pasó el dorso de la mano por la cara para deshacerse de ese delicado recorrido de lágrimas.
Tragó saliva con dificultad y se levantó.
Antes de sentirse capaz de retomar su camino, miró a su alrededor. No debió haber salido corriendo sin más.
Puede que hubiera sido la mejor opción evitar salir por el camino de tierra que la llevaría a la carretera, el tigre podría encontrarla enseguida si volvía antes de lo que hubiera estimado, pero adentrarse en un bosque desconocido... No sabía cuán lejos estaba de cualquier otra carretera, si acaso tenía probabilidades de que alguien pasase y decidiese ayudarla...
¿Y a quién se le ocurriría permitir que una extraña cubierta con hojas, ramas y tierra se subiese a su coche? ¿Y dónde estaba?
Lo último que recordaba era un hotel y mucho calor. Un calor distinto al del lugar al que llamaría hogar.
No se sentía capaz de correr después de esa última caída. Se había hecho más daño de lo que en un principio le había parecido, y ahora cojeaba. Además, no pudo evitar llevarse la mano al codo derecho, comenzando a sentir cómo se le adormecía el brazo entero.
Esta vez cambió de dirección, pensando que, a juzgar por el pedazo de bosque que alcanzaba a ver por su ventana, que lo único que estaba consiguiendo era adentrarse más y más en la que sería su perdición. Lo que quería era escapar, y se le estaba haciendo tarde, no podía arriesgarse a tener que pasar la noche en un bosque. Moriría de frío.
Fue a su derecha, pensando que, si no se trataba de un efecto óptico causado por más colinas ―y esperaba que no fuese así―, debería encontrar alguna carretera enseguida.
Se abrazó a sí misma, lamentando no haberse preocupado en coger un jersey, engañada por la calidez y el sol del día. Los escalofríos que le recorrían la piel resultaban insoportables, aunque, con el paso del tiempo, le resultaban más tolerables, dejaba de notarlos.
Trataba por todos los medios evitar detenerse, porque si cedía, se acabaría apoyando en un árbol y sucumbiendo al sueño.
Tras haber pestañeado durante un rato más de lo habitual, tambaleándose con sueño y tiritando, sintió que dejó de pisar tierra. Había llegado por fin a una carretera. Alzó la cabeza sin podérselo creer, mirando de un lado a otro para pensar cuál sería la dirección más indicada para llegar a algún tipo de pueblo o toparse con alguien.
Por alguna razón, escogió la dirección que le sugería un descenso. Por muy disimulado que fuera.
✶
Con el paso del tiempo, iba perdiendo la esperanza más y más.
Apenas habían pasado tres coches desde que encontró la carretera, y ninguno respondió a la señal que ella les hacía para que la llevasen con ellos. ¿Qué probabilidad tenía de que apareciese algún otro conductor ―un poco más amable― siendo ya de noche?
Resultaba aterrador.
No había farolas que alumbrasen el camino, solo la tenue luz de la luna, esa que se perdía entre la copa de los árboles. Por no mencionar que el sonido del bosque en la noche resultaba tremendamente inquietante.
La joven no dejaba de mirar de un lado a otro, obsesionándose con lo que podría o no estar escuchando. Se abrazaba a sí misma una y otra vez, cambiando de postura los brazos, pero ya no se sentía tan protegida como hacía un rato.
Seguía sin saber en qué parte del mundo se suponía que estaba. ¿Cómo sabía que entre los arbustos no se escondía algún animal enorme y hambriento? ¿O que algo venenoso la fuese a morder al pasearse a su lado?
Aunque lo supiese, no podría hacer nada al respecto. Solo le quedaba continuar, o resignarse a una muerte trágica.
Llegó un punto en el que ya le daba igual. Incluso sin dejar de caminar ―o, mejor dicho, arrastrar los pies por el asfalto―, no podía mantener los ojos abiertos. Ya no sabía si era por sueño o por frío, pero dejó de importarle. Ni siquiera sabría cómo dejar de caminar, la movía la propia inercia.
Comenzó a sollozar.
Varias lágrimas perfilaron su nariz antes de hacerse una en la punta, goteando al ritmo de sus pasos si es que no se deslizaban entre sus labios.
Cuando le dio por abrir los ojos, vio una luz.
Se detuvo, prácticamente tambaleándose de lo cansada que estaba. Prestando atención a la ubicación de esa misteriosa luz, pudo notar que había unas pocas edificaciones a su alrededor. Eran pocas como para tratarse de un pueblo o incluso una aldea, por lo que dedujo que fuese una gasolinera con un par de locales al lado.
Suspiró permitiendo que otro par de lágrimas escapasen al cerrar los ojos, aliviada.
Antes de que consiguiese coordinar las piernas para retomar su largo camino, un coche se aproximó a ella. Era un todoterreno negro con los cristales tintados, o eso pensó, la oscuridad de la noche podría estar jugándosela.
Se quedó quieta esperando que pasase, ya sin esperar que nadie la fuese a ayudar, pero notó que se estaba deteniendo a su lado. Lo miró con cierta sorpresa y confusión. Empezó a sentir escalofríos, pero esta vez no era por frío.
El tigre se bajó del coche, mirándola por encima de éste.
―¿Dónde crees que vas? ―la acusó.
La chica entró en pánico al ver que rodeaba el vehículo para llegar hasta ella.
―No! ―suspiró dando un paso atrás que casi le cuesta una aparatosa caída más. Habiendo conseguido a poner una mano en el suelo que la ayudase a mantenerse en pie, trató de echar a correr de vuelta al bosque, pero olvidó de que hacía rato que estaba cojeando.
Al tigre le bastaron apenas tres zancadas para alcanzarla y levantarla del suelo solo con una garra sujetando lo alto de su espalda. La chica trató de retorcerse y llevar las manos sobre los dedos del felino, pero era inútil. Por mucho que patalease, por mucho que suplicase... Estaba a su completa merced.
Ni siquiera le dio la oportunidad de sentarse en el coche como una persona. Se limitó a abrir el maletero y prácticamente la lanzó ahí dentro.
―No! Per favore! ―gritó ella alzando las manos. De todas formas, el tigre no se lo pensó y cerró con fuerza, callando sus súplicas.
Tiger Claw volvió con resignación al asiento del piloto y dio la vuelta en medio de la carretera con una temeraria maniobra ―o lo sería si hubiera tráfico. Condujo de vuelta a su casa, pudiendo escuchar tímidos golpes que provenían del maletero, acompañados de suaves gimoteos y sollozos.
¿Cuándo entenderá que no hablo italiano?, se dijo rodando la vista. Echó un vistazo al retrovisor central. No sirvió de nada porque no podría ver a la chica, pero lo hizo como acto reflejo. Inconscientemente.
Tras un buen rato conduciendo ―empezado a sorprenderse por la distancia que la joven había recorrido―, comprendió que no podía volver a brindarle una oportunidad como esa. Tenía que establecer medidas para prevenir otra huida como esa.
Tan pronto como aparcó delante de su casa, fue al maletero para sacar a la joven. Casi lo hizo con un solo movimiento, atrapando su antebrazo derecho en una de sus garras.
Ella cayó al suelo de rodillas. Estaba tan cansada que las piernas ya no le respondían tras haber caminado durante todo el día, pero conseguía patalear un poco para resistirse. No. En verdad eran intentos desesperados por mantenerse en pie. No obstante, le resultaba imposible dado que el tigre no le daba la ocasión de seguirle el ritmo. La estaba arrastrando por el suelo.
Se sintió medianamente aliviada cuando entraron en la casa. El calor de la chimenea del salón alcanzaba a toda la planta baja, pero pronto notó que algo más había cambiado. El tigre no la estaba llevando de vuelta a su habitación en el segundo piso, sino a otra puerta junto a la cocina.
No sabía lo que era, pero estaba claro que sería mucho peor que quedar encerrada en la habitación.
―No, no, no... Per favore, no... ―suplicó.
El tigre ni la miró. Abrió la puerta con rabia y a punto estuvo de lanzarla escaleras abajo.
Fue un poco más piadoso que eso. Flexionando el brazo, la levantó del suelo y bajó las escaleras hasta que la puso soltar pesadamente en el frío suelo de ese sótano oscuro. Ella se quedó ahí, mirando al felino con ojos llorosos y mejillas empapadas.
Se resignó a agachar la cabeza al entender que le daba exactamente igual cómo estuviera o se sintiese. El tigre ni siquiera la miró dos veces antes de darse la vuelta y volver a subir las escaleras. Cerró de un portazo, y a la joven se la privó de la poca luz que entraba por el pasillo.
Se escuchó además cómo pasaba el pestillo de la puerta.
No tenía caso intentar razonar con una bestia como esa, solo le quedaba no darle motivos para que se enfadase más.
Se acurrucó en una esquina y continuó llorando hasta que se quedó dormida.
✶
Al día siguiente, Tiger Claw ya había llamado a alguien para ponerle remedio al asunto de la ventana.
Tuvo que abandonar la casa para que los obreros no salieran espantados al verle, pero para asegurarse de que no curioseaban al tener la casa solo para ellos, llamó a alguien de confianza. Un amigo que le asistía con ciertos encargos.
El encargo más reciente, el de la chica que tenía en el sótano.
El tigre estuvo matando el tiempo entrenando en un claro del bosque. Lo suficientemente lejos como para que los obreros no le viesen ni escuchasen, pero suficientemente cerca como para que el tigre sí que pudiese escuchar si algo no iba como debería.
Llegado un momento, el teléfono de Tiger Claw comenzó a vibrar en su bolsillo.
No le hizo falta cogerlo para saber lo que pasaba porque enseguida escuchó cómo esas personas se subían a su furgoneta y abandonaban la parcela. Al alcanzar el teléfono, su amigo le dijo que ya podía volver.
Cuando entró en casa, Tiger Claw fue directo a la antigua habitación de su hermana. Su compañero estaba ahí, contemplando el resultado. Se volvió tan pronto como notó la presencia del felino.
Era un humano ―evidentemente― alto, japonés. Tenía ese pelo negro casi totalmente untado en gomina para que su flequillo adoptase un volumen irreal a lo Elvis, creyendo que le proporcionaba un aspecto más intimidante o mafioso. No llevaba traje, pero su forma de vestir tan formal hacía que se acercase demasiado.
―¿De verdad es necesario? ―le preguntó arqueando una ceja, señalando los barrotes que se interponían en las bonitas vistas de esos ventanales.
―Ahora sí.
―Y yo que pensé que no se atrevería ―suspiró volviendo a mirar a través de la cristalera, viendo cómo los tigres del jardín paseaban por los caminos que ya tenían marcados. Se quitó las gafas de sol―. ¿Y dónde está? No te habrías molestado si no continuase con vida ―añadió señalando la obra con el accesorio.
Tiger Claw no respondió. Rodó la vista antes de señalar el piso de abajo con la cabeza.
Nario ―que así se llamaba, Anami Nario―, suspiró con pesadez.
―Oh, por el amor de... ―farfulló pasando junto al tigre.
Nario bajó las escaleras al trote, ya no tenía que preguntar dónde podría estar, no había muchas más opciones. Cruzó la cocina con decisión y abrió la puerta del sótano. Escuchó algo moverse al fondo, pero no podía ver nada, así que encendió la luz.
Al instante, la chica reaccionó llevándose las manos a la cara con brusquedad. Debía de haberse pasado desde la noche anterior completamente a oscuras. Pobrecilla... Continuaba acurrucada en una esquina.
―Ciao, bellissima ―saludó pretendiendo ofrecer una cara amable a la aterradora situación en la que se había visto envuelta. Bajó las escaleras y se acercó a ella, arrodillándose para quedar a su altura―. ¿Tienes hambre? ¿Hay algo que pueda hacer por ti? ―continuó en italiano.
Sí, la razón principal por la que Nario le fue de ayuda a Tiger Claw con la misión en la que la chica estaba envuelta, fue el idioma. En ningún momento tuvieron que viajar a Europa, el solicitante del encargo aprovechó un pequeño viaje que habían hecho en familia. Solo tuvieron que ir a Tailandia.
Al tigre le gustaba bastante Tailandia, la verdad. No le supuso ningún problema volver a visitarlo.
La joven se frotó los ojos un poco más hasta que se acostumbró a la luz. Sollozó una vez antes de atreverse a establecer contacto visual con el socio de su carcelero.
―Ginocchio ―murmuró ella con la boca pequeña, inclinando la cabeza.
Nario echó un vistazo a su rodilla izquierda. Tenía una herida bastante fea que había empezado a cicatrizar junto con la tela de sus pantalones. Apretó los dientes conteniendo un siseo.
―Eso debe de doler. Ven, te ayudo ―le dijo enderezándose. Tomó sus brazos para ayudarla a ponerse en pie, y fue cuando notó que su ropa estaba manchada de tierra reseca y tenía hojas y ramas enganchadas por todas partes. Rodó la vista y se limitó a sujetar a la joven para acompañarla al piso de arriba.
Tiger Claw estaba esperando en la cocina. En un principio bajó para escuchar lo que estaban diciendo, pero rápidamente recordó que no entendería nada.
Disimuló mirando por la ventana, observando a sus exóticas y redundantes mascotas hasta que escuchó un comentario que solo podía ir dirigido a él:
―No me digas que no has olido la sangre, porque no te voy a creer ―le dijo a su amigo en japonés―. Perché non fai una doccia e poi darò un'occhiata a quella ferita? ―sugirió a la chica, acompañándola hasta las escaleras, asegurándose de que podía caminar por sí misma. Continuaba cojeando.
―Y dile que deje de intentar hablarme en italiano ―dijo volviéndose para quedar con los brazos cruzados.
―Oh, e la tigre non parla italiano, tesoro. Provalo in inglese la prossima volta ―tradujo antes de guiñarle un ojo, ofreciendo una sonrisa.
La joven se mantuvo quieta con una mano en la pared y un pie en el primer escalón, devolviéndole la mirada con cierta lástima. Tras haber mirado un instante al tigre, asintió mirando al suelo y subió a la que se supone que era su habitación.
Nario se volvió hacia el tigre.
―¿No podrías ser un poco más blando? Ha sido el encargo mejor pagado que hayas hecho nunca.
―Estoy seguro de que ella era el principal objetivo ―siseó el tigre señalando las escaleras con el mentón―. Y yo no hice nada.
―Cierto, lo hice todo yo. Y aún no me has dado las gracias. ¿Sabes lo complicado que fue hacer que firmase esos documentos? La pobre estaba ida, parecía un zombie ―suspiró pretendiendo sonar exagerado, sorprendido por cómo actuó la joven aquel día.
―Sigo sin entender por qué tuve que traérmela ―suspiró el tigre mirando a otro lado.
―Porque podrían pedir un rescate. O que la remates. Ese niñato se arrepentirá de haber intentado sabotear el encargo, no recibirá nada. Nada. En cambio, tú... ―añadió con una sonrisilla.
―No me convence. Ya hicimos la transferencia, podría haber acabado con ella antes incluso de traerla aquí. Y no habrá cifra que se compare a lo que sacamos aquel día.
―Pues piensa en la venganza. El cliente quería que asesinases a su familia, pero quedó alguien, y ese alguien se llevó toda la herencia. Me extraña que no te haya contactado para saber qué fue de la pequeña.
Tiger Claw suspiró profundamente mirando al techo, el lugar en el que quedaría la antigua habitación de Alopex. Es posible que sí que quisiese poner en su sitio a aquel cliente supuestamente insatisfecho.
Si se hubiera ajustado a las indicaciones del mercenario, nada de eso habría pasado. Tiger Claw habría cumplido y cobrado su parte, y el niñato habría conseguido acabar con su familia y figurar como único heredero de la fortuna de su padre. Pero no... tuvo que impacientarse y sabotearse a sí mismo. Y ahora, esa fortuna fue a parar a las garras del tigre.
Es posible que le tomase la palabra a Nario.
Nadie dejaría que robasen su herencia así como así. Y menos cuando orquestó un asesinato para conseguirla.
―¿Y no podrías llevártela? La niña no deja de llorar y gimotear. Y puedes comunicarte bien con ella ―dijo señalándole con una garra.
―No es una niña, tiene diecinueve años ―corrigió rodando la vista―. Y sabes que es más fácil esconder un rehén en una casa que no sale en los mapas. Yo tengo vecinos, si se me escapa a mí, despídete de tu venganza.
―¿Cuánto le llevará? ―se cuestionó en alto.
―Entre que se investigue lo que ha pasado, que devuelvan los cadáveres a Italia y busquen a su hermana desaparecida... No lo sé ―respondió encogiéndose de hombros―. Anímate, ¿no decías que echabas en falta la compañía de tu hermana?
Tiger Claw curvó el labio superior, mostrándole los colmillos a su compañero.
―Ya, ya sé que no es que la eches de menos ―se defendió alzando las manos, guardando la distancia―. Pero quién sabe. Lo mismo, si empiezas a actuar como una persona...
Nario se escapó antes de terminar la frase y de que Tiger Claw pudiera intentar terminarla por sí mismo. No es que pretendiese insinuar nada en concreto, simplemente intentaba hacerle entender que podrían hasta caerse bien. Después de todo, el tigre no dejaba de quejarse de lo increíblemente superficiales que eran los humanos, temiendo que se los fuera a comer nada más verle. Resultaba una observación un tanto hipócrita cuando el propio tigre actuaba como si su única intención fuese matar a quien tuviese delante.
Era normal que le viesen como a un monstruo.
En situaciones como esa, Alopex era quien mejor le hacía comprender las cosas.
Ese fue otro duro golpe en su vida.
No por haber tenido que acabar con su hermana ―la única familia que le quedaba―, sino por la manera en la que se volvió en su contra tan fácilmente. ¿Acaso no podía entender que sus padres no los aceptarían pareciendo monstruos?
Y una vez más, el tigre acababa por imponer su pensamiento sobre los demás.
Puede que si hubiese comentado con Alopex la posible ―y más que probable― reacción de sus padres al verlos, no habría pasado lo que pasó. Pero el daño ya estaba hecho. El tigre se quedó con una habitación vacía... que inexplicablemente encontró otra inquilina.
Puede que fuese una señal.
Hacía falta que Tiger Claw escuchase, para variar.
Habrá una segunda parte, pero dado que me ha llevado un año publicar esto... No diré cuándo me dará por subirla.
Y Alis_Proxy-13a24z ya es tradición etiquetarte en las actualizaciones de TC y Laeticia 🤭.
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