BONUS TC - p2
AL CAER LA NOCHE
UNA PRUEBA
DEBÍAN DE SER LAS SIETE DE LA MAÑANA CUANDO LAETICIA SE DESPERTÓ POR UNA PUNZADA EN EL CUELLO.
Fue extraño darse cuenta de que estaba en un vehículo, no sólo por estar sentada en vez de tumbada, sino porque se sorprendió al tener la cabeza pegada a la ventanilla y ver cómo un paisaje de llanuras y árboles, pasaba a toda velocidad ante sus ojos.
Dio un respingo sin haberlo procesado a tiempo, sintiéndose víctima de un recuerdo de hace años.
―Eh, tranquila ―le dijo Tiger Claw con una voz extrañamente reconfortante, pero ella continuaba desorientada y con la respiración acelerada.
Laeticia suspiró repetidas veces, mirándole a él y de nuevo al lugar por el que fuera por el que estaban pasando. Claro que, tan pronto como se situó, se acordó de sus cachorros.
Se volvió en su asiento para encontrarse con Caesar junto a la puerta y Kai en medio, cada uno dormido en una sillita y con la cabeza bien inclinada hacia un lado, o hacia abajo. Aún llevaban los pijamas puestos, al igual que ella. El de Caesar era amarillo, y el de Kai azul, ambos de un tono pastel.
Se esforzó más por fijarse en el asiento que tenía detrás, para ver a Chiara en la misma situación que sus hermanos. Su pijama era rosita.
―Creí que era un sueño ―resopló sentándose como es debido, pasándose las manos por los ojos para desperezarse.
―¿Un sueño? ―se cuestionó él arqueando una ceja.
―O pesadilla. Dadas las circunstancias ―añadió Leticia cerrando los ojos de nuevo, acordándose de lo del pañuelo untado en cloroformo. Echó la cabeza hacia atrás para recostarse de nuevo en el asiento, deslizándose ligeramente―. ¿A dónde nos llevas?
Tiger Claw la echó un rápido vistazo, sabiendo la desconfianza que había puesto en esa pregunta. Estaba equivocado, no le temía como el primer día, después de cómo la había tratado después de enterarse del embarazo y cómo la durmió la noche anterior.
Suspiró resignado.
―A Minnesota. He hecho un par de llamadas y ya tengo una base —dijo asintiendo para sí.
Laeticia iba a preguntar a qué se refería exactamente con "base". Lo más seguro es que se trate de otra casa oculta en el bosque en la que tenerla escondida, tal como en Japón. No dijo nada, tampoco podría hacer nada al respecto.
Tragó saliva apartando la mirada.
Casi le resultaba difícil estar enfadada con el tigre cuando sólo era una débil humana a la que pudo haber matado en multitud de ocasiones, pero ahora no se trataba sólo de ella. Tenía unos cachorros de los que encargarse, tenía que ser fuerte por ellos al menos.
―Me gusta cómo te has dejado el pelo ―apuntó el tigre, aunque, se notaba que estaba desentrenado en lo de intentar ser agradable.
Laeticia se llevó una mano a las puntas de un mechón por acto reflejo. En su día, el tigre le dijo que cambiase un poco de imagen porque resultaría más seguro para ella, pero sólo se lo aclaró. Después de que él se fuese, entre el embarazo y los cachorros, apenas había tenido tiempo de retocar el tono o volver a cortárselo.
Tampoco le había crecido mucho, o eso pensaba ella, ahora le quedaba por debajo del hombro y lo tenía más oscuro. Claro que, aún le quedaba algo de ese tono castaño claro en las puntas, como si se hubiera querido hacer unos reflejos.
―¿Cuánto llevas conduciendo? —preguntó finalmente. Después de todo, no podía olvidar todos esos años que estuvieron viviendo juntos, había aprendido a preocuparse por él.
―Toda la noche ―suspiró con el ceño ligeramente fruncido, soltando una mano del volante para colocar el codo en la ventanilla―. Unas seis horas.
―Deberías descansar un rato ―le dijo Laeticia ladeando la cabeza hacia el tigre.
Tiger Claw miró a Laeticia, cosa que le reconfortó aún más cuando ella le ofreció una pequeña sonrisa. Sabía que sólo le sonreía por parecer más simpática, convencerle de parar.
No supo decirle que no. La noche anterior decidió que quería dejar de tratarla como a una simple compañera.
―Cuando pasemos por una zona menos concurrida.
—No habrás cogido los botes de leche de la nevera, ¿verdad? —preguntó ella estirando los brazos sobre el salpicadero, viendo la hora que el coche marcaba junto a la radio.
—No he cogido nada de la nevera.
—Pues deberías dejar que compre algo. Como los peques se despierten y no haya desayuno, va a ser un viaje muy largo... —suspiró cerrando los ojos, como si estuviese dispuesta a echarse otra siesta.
Tiger Claw no pudo evitar mirar por el espejo retrovisor central, desde el que podía observar mejor a Chiara y Kai. Viéndolos tan plácidamente dormidos, le costaba pensar que fuesen a resultar otra cosa que adorables. Sí, incluso él podía reconocerlo.
No respondió, pero salió de la autopista para hacer una parada en un pueblo cercano. Así Laeticia podría comprar lo que considerase necesario. Al final, Tiger Claw salió con menos equipaje del que tenía pensado.
Laeticia tuvo que abrir los ojos por el reflejo del sol en un escaparate de una tienda por la que pasaban. Aunque lso cristales del coche de Tiger Claw estaban tintados, por lo que no resultó del todo molesto.
Era evidente que tendría que bajarse enseguida, aunque preferiría no tener que entrar en un supermercado como una madre amargada en pijama. Hubiera estado bien que Tiger Claw hubiera pensado en vestirla.
Se quitó el cinturón para poder llegar a ese par de mochilas de deporte que los cachorros tenían a los pies. Sólo esperaba poder encontrar algo con lo que dar una imagen un poco más decente.
Alargó la mano para comprobar si podía encontrar sus zapatillas y una bata con la que cubrirse un poco, pero Tiger Claw le dio la tarjeta de crédito.
―Ahí sólo encontrarás lo de los cachorros ―informó deteniéndose en un aparcamiento―. Venga, compra lo que necesites y pararemos en alguna parte.
Laeticia tomó la tarjeta y se bajó del coche, aunque se vio obligada a abrir el maletero igualmente en busca de un abrigo. Fue a buscar unas zapatillas también, pero en su lugar se conformó con sus botas de diario. No combinaban demasiado bien con su pijama, pero tenían algo de prisa.
✶
Volvió al coche después de veinte minutos con una gran bolsa de papel. La dejó a sus pies cuando se sentó en el asiento del copiloto y se quitó el abrigo, dejándolo en su regazo para ponerse el cinturón.
Tiger Claw tenía el teléfono en una mano, pero de vez en cuando echaba un vistazo hacia atrás porque Chiara se había despertado y demandaba atención agitando las manos y riéndose. Laeticia se asomó también con una sonrisa.
―Hola, chiquitina ―dijo con una vocecilla infantil. Chiara soltó otra risa entusiasta, aunque ello costó que sus hermanos se despertasen también―. Oh, vaya ―murmuró mirando a Tiger Claw, quien se había encargado de salir ya del aparcamiento.
―Tranquila. Veré si puedo parar a unos pocos kilómetros de aquí.
―Bien. Y mientras tanto... ―suspiró buscando algo en la bolsa para acabar sacando tres galletas que se preocupó de repartir entre los cachorros. Así trató de evitar cualquier tipo de berrinche en lo que llegaban a esa zona libre de ojos humanos.
Tampoco pudo resistirse a comer ella misma un par de esas galletas.
Cuando Tiger Claw vio que dejaban de pasar junto a viviendas, se adentró por un camino terroso que desembocó en una pequeña llanura rodeada de árboles. Podría ser una zona que utilizar perfectamente como parque de caravanas, pero resultaba un alivio ver que no había nadie.
Laeticia se quedó mirando el paisaje por un momento, pero no dudó en salir del coche. Se abrazó a sí misma al sentir la fresca brisa de la mañana correr por entre los árboles hasta ella, al menos hasta que recordó que a los cachorros no les vendría mal estirar las piernas y comer algo.
Tras ponerse otra vez el abrigo, cogió a Chiara, que era a quien tenía más cerca.
Tiger Claw se encargó de coger a Caesar, por estar colocado también junto a la puerta. Para cuando le dejó en el suelo, Laeticia ya había entrado en el coche para coger a Kai. De todas formas, se lo extendió al tigre para poder salir más cómodamente, sin peligro de tropezarse con las mochilas o tirar al cachorro.
Caesar había pasado por debajo del coche para abalanzarse sobre Chiara, algo a lo que solían jugar muy a menudo y que recordaba a los cachorros de tigre ordinarios. Tiger Claw cerró la puerta del coche y dio la vuelta con Kai en brazos para reunirse con Laeticia al otro lado.
Dejó a Kai en el suelo esperando que se uniese a ellos para jugar, pero en su lugar se abrazó a la pierna de Laeticia. Ella se había sentado a los pies de los asientos traseros del coche. Le devolvió el abrazo sentándole en su regazo.
―¿No juega con sus hermanos? ―se cuestionó Tiger Claw abriendo la puerta del copiloto para sentarse igual que Laeticia.
―Puedes llamarle «niño de mamá» si quieres, pero es el único que no me ha soltado un zarpazo, ni mordido ―respondió estrechándole contra su pecho y propinándole un beso en la mejilla.
Tiger Claw tuvo que sonreír tímidamente al ver la manera en la que el cachorrito dorado cerraba los ojos complacido, pero más divertido fue cuando Caesar se abalanzó también para abrazarse a las piernas de su madre y atrapar la cola de su hermano pequeño con los dientes.
Kai soltó un delicado e infantil rugido de queja, volviéndose para lanzarle un manotazo en la cara a su hermano para que le soltase. Cierto es que Chiara no tardó en unirse a ellos cuando vio que, al darse la vuelta, había perdido a su compañero de juegos.
―A ver, ¿qué habías cogido para ellos? —dijo él enderezándose para disimular—. Antes de que recurran al canibalismo.
―Oh, Dios... ―suspiró ella rodando la vista con diversión―. Hay unos botes de unos trescientos miligramos en la bolsa y leche. ¿Y los biberones?
―La mochila que tienes detrás ―respondió el tigre buscando los botes que Laeticia le había descrito.
✶
Después de tomarse sus improvisados y fríos biberones, los cachorros habían recuperado las ganas de jugar. Kai incluido. Se acechaban entre ellos escondidos entre la hierba para tratar de cogerse por sorpresa.
A Tiger Claw le costaba creer que estuviera disfrutando con el simple hecho de ver a sus pequeños jugar. Hacía años que tenía tigres en el patio trasero de su casa ―de Japón―, y sí, algunos habían tenido sus propias camadas. No es que la situación le fuese demasiado ajena. Claro que, los suyos llevaban pijama.
Laeticia ladeó la cabeza para mirar al tigre, habiéndose fijado en la manera en la que miraba a los cachorros.
—¿Qué? —resopló él mirando al horizonte.
—Casi parece que te arrepientas de haberte ido —murmuró Laeticia. Por un momento, a Tiger Claw le pareció una burla, pero al volverse, vio que seguía afectada por lo ocurrido.
No podía culparla del todo, debía de sentir que no paraba de jugar con ella. Y él ahora se sentía culpable.
No era para menos.
—Te lo compensaré —dijo.
Laeticia alzó la mirada, pero no sabía si creerle. Frunció el ceño un poco, antes de volver a inclinar la cabeza con indecisión.
—Creo que voy a necesitar algún tipo de prueba —murmuró abrazándose a sí misma. Tiger Claw se mordió el interior de la mejilla, agradeciendo que Laeticia no hubiera visto su expresión de incertidumbre.
Tras unos instantes, comenzó a llover.
Los cachorros se detuvieron en seco soltando un quejido y miraron al cielo. Poco después de que les cayesen más gotas en la cara sin que pudiesen comprender cómo, echaron a correr hasta su madre, escondiéndose bajo el vehículo como gatos asustadizos.
—¿En serio? —preguntó el tigre arqueando una ceja con diversión.
—Es la primera vez que salen del apartamento. Ya has visto la cara que han puesto al sentir la hierba bajo sus pies —respondió poniéndose la capucha—. Kai —susurró para que saliese de bajo el coche y poder sentarle de vuelta en su sillita.
Tiger Claw cogió a Caesar porque él mismo se situó delante de él alzando los bracitos, recordando que le había sacado del coche antes. Contuvo una risa incrédula y le cogió antes de rodear el vehículo y colocarle en su silla.
Frunció el ceño al ponerse al volante y ver que Laeticia se sentaba a su lado resoplando, pasando las manos por las mangas de su abrigo para quitarle algunas de las gotas que no habían atravesado aún el tejido.
Notaba cómo luchaba por mantener los ojos abiertos, y sabía por qué. Se trataba de una pequeña trampa que le acabaría agradeciendo más adelante, o eso pensaba él. Simplemente había deslizado una pastilla en la botella de agua a la que Laeticia le había echado un trago mientras estuvieron descansando en ese descampado. Y sí, también había puesto algo en los biberones de los cachorros.
El viaje se les haría más corto si se lo pasaban dormidos.
Laeticia no parecía comprender cómo era que sentía tanto sueño de repente. Se pasaba los dedos por los ojos una y otra vez, frotando los párpados para mantenerlos abiertos. Tratando de atender a cómo Tiger Claw se reincorporaba a la carretera principal, lo veía todo borroso.
Cerró los ojos lentamente, haciéndose a la idea de que se iba a quedar dormida.
✶
Volvieron a hacer un descanso unas cinco horas después, y también por petición de Laeticia. Claro que, los cachorros se mostraron especialmente insistentes. Iba siendo hora de cambiarles el pañal, y también era hora de comer.
Laeticia no había desayunado más que un par de galletas y una pieza de fruta, pero Tiger Claw sí que no había probado bocado. Ella insistió en que la dejase entrar a otro supermercado por algún plato precocinado.
Los purés de los cachorros ya los había cogido en la parada anterior, pero tendría que calentarlos. Seguramente podrían hacerle el favor en una cafetería o algo.
Durante esa segunda parada, apenas pudieron salir del coche porque continuaba lloviendo, lo que hacía el almuerzo un poco incómodo. Sobre todo, para con los cachorros, y más aún cuando Laeticia les tuvo que cambiar.
Luego, Tiger Claw se la volvió a jugar con el agua. Incluso después de que Laeticia le preguntase por esa extraña oleada de sueño espontánea que la invadió hacía unas horas.
Para cuando Laeticia se volvió a despertar, ya había anochecido.
Se lamió los labios, odiando ese sabor de boca que se le quedaba después de las siestas largas. Giró la cabeza sin despegarla del respaldo, notando que Tiger Claw se lo había inclinado un poco para que estuviese más cómoda.
Miró la hora del salpicadero. Pasaban de las 22:00.
—Takeshi —murmuró débilmente—. Te vendría bien dormir algo —bostezó esforzándose por abrir los ojos.
—Parece que eres tú quien lo necesita —apuntó el tigre después de echarle un vistazo.
Laeticia pestañeó una vez con lentitud, como si se volviese a dormir, pero abrió los ojos de nuevo. Ladeó la cabeza desperezándose y se asomó a los asientos de atrás para ver cómo iban los cachorros.
Se volvió a sentar correctamente soltando un largo suspiro.
—¿Qué había en el agua? —preguntó mirando al frente y apreciando la falta de iluminación de la carretera por la que estaban pasando en ese momento.
Tiger Claw resopló. Así todo, ladeó la cabeza hacia Laeticia y compartió una mirada con ella.
—Venga, se te ve cansado. Y no quiero morir en la carretera —dijo Laeticia negando con la cabeza un par de veces.
—Está bien —suspiró él alargando la garra para consultar el navegador.
Tiger Claw no tardó en encontrar una carretera abandonada y delimitada por una señal de prohibido el paso. Se bajó para apartarlo y condujo unos cuantos metros, hasta estar seguro de que el coche quedaba oculto entre las sombras y maleza de los árboles que los rodeaban.
Esta vez, pudo salir para cambiarlos más cómodamente, ayudándose del capó del coche. Para su sorpresa, después de cambiar a Chiara, Tiger Claw extendió las garras ofreciéndose a cogerla e ir dándole él mismo el biberón.
No supo exactamente por qué, pero había algo en la forma en la que la pequeña le miraba... Le cautivaba.
Después de cambiar a Caesar, Laeticia le sentó en el asiento del copiloto con su biberón para cambiar también a Kai. No pudo evitar observar al tigre mientras tuvo a Chiara en brazos, le parecía tierno que intentase relacionarse con ellos, aunque estaba claro que le resultaba antinatural.
Cuando los cachorros cenaron, los devolvieron a sus sillitas ya adormilados. Poco les quedaba si es que no estaban ya dormidos.
Después de que los adultos cenasen algo también, Tiger Claw colocó una garra bajo su cabeza tratando de acomodarse. Laeticia se había recostado como siempre, sobre su hombro izquierdo, pero se preocupó también de inclinar su asiento para que quedase más recostado.
Él la miró de reojo porque no se lo esperaba, pero no dijo nada. Se limitó a ofrecerle una pequeña y apenas apreciable sonrisa.
Laeticia tenía razón, estaba cansado. Hacía cuarenta y ocho horas que no dormía, así que no necesitó de la pastilla que había estado disolviendo en el agua o los biberones para poder dormir unas horas.
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Tiger Claw no durmió todo lo que a Laeticia le hubiera gustado. A las 04:00 retomó el camino que le quedaba y, casi consiguió acabarlo antes de que sus pasajeros se despertasen.
Unos veinte minutos después de que Laeticia le preguntase cuánto había dormido, paró por fin frente a una enorme y moderna casa blanca con grandes cristaleras.
Laeticia se quedó mirando la fachada, pero le encantaba ver la forma en la que la casa parecía arropada por los árboles que la rodeaban. Se quitó el cinturón y bajó del coche cuando se dio cuenta de que Tiger Claw cerraba la puerta. Se puso el abrigo y se dispuso a coger a los cachorros empezando por Chiara.
Tiger Claw cogió a Caesar y dio la vuelta al vehículo para coger a Chiara y que Laeticia pudiese coger a Kai. El cachorrito dorado estaba dormido a diferencia de sus hermanos, así que Laeticia le estrechó contra su pecho.
Tiger Claw señaló la casa con la cabeza para que Laeticia le siguiese tras cerrar la puerta del coche con la cadera. La luz natural de las 08:00 era casi lo más hermoso del lugar, o puede que fuese porque los cristales del coche estaban todos tintados y no permitían recibir una luz pura.
Al entrar, Laeticia se estuvo fijando en cada detalle. Le resultaba extraño que la casa ya estuviera amueblada y decorada con cuadros, jarrones e incluso algunas vasijas antiguas. Laeticia frunció el ceño cuando llegaron a la cocina y vio que había tres tronas colocadas junto a la isla.
Tiger Claw dejó a los cachorros que llevaba, y no tardaron en intentar corretear a cuatro patas y rodar por el suelo empujándose.
―¿Cómo es que ya hay tronas aquí? ―se cuestionó Laeticia pasando la mano por una de ellas.
―Cuando llamo para pedir un piso franco, es normal que tenga que ajustarse a ciertas demandas. Como tener tres hijos ―respondió el tigre comprobando que la nevera y los armarios estuviesen también llenos.
―Vale... ―suspiró ella tratando de despertar a Kai meciéndole un poco. El cachorro bostezó y se frotó un ojo, fue cuando Laeticia le sentó en una de las tronas―. Tampoco es mal momento para desayunar ―añadió agachándose para coger a los otros dos y sentarles en las tronas también.
―Voy por el resto del equipaje ―informó Tiger Claw poniendo unos botes de comida de bebe sobre la encimera. Laeticia se quitó el abrigo y lo dejó en uno de los taburetes para sentarse en otro y dar de comer a los cachorros.
✶
Más tarde y después de darse una ducha, Tiger Claw estaba en la habitación principal, en la tercera planta, terminando de esconder un par de pistolas en un cajón. El armamento de verdad lo tenía en el sótano, el cual tenía pensado que actuase como una base para su trabajo.
Pero el tigre era precavido. Aprovechó que Laeticia no le veía para guardar otro par de armas en el despacho que había al lado de la habitación. Ella no tenía por qué entrar ahí, aunque no estaba de más esconderlo en un cajón bajo llave por si a los pequeños les daba por explorar.
Sólo había otra sala en ese tercer piso, y ya tenía mobiliario deportivo. Laeticia preferiría tener la habitación de los cachorros al lado de la suya, pero podía entender que Tiger Claw necesitase tener cierta distancia de esos tres terremotos tanto cuando trabajaba como cuando descansaba.
Claro que... se supone que seguía enfadada.
Estando en el pasillo y pudiendo ver la enorme cama en el centro de esa habitación, resopló. No tenía idea de haberse quedado en Estados Unidos hasta que vio que se equivocó con Laeticia. Pensar que esa cama podría ser sólo suya no le provocaba otra cosa que amargura.
De todas formas, puede que tuviera algo parecido a la prueba que Laeticia le había pedido el día anterior. Le iba a resultar complicado cambiar su forma de ser y cómo tratarla después de tantos años. Puede que fuera comparable a intentar dejar de fumar.
Tenía un tiempo para pensar cómo convencerla de darle otra oportunidad o, de creer que de verdad intentaba compensar el daño que le había hecho. De hecho... puede que tuviera una prueba de ello. Algo que había dejado en Japón. Aprovecharía su viaje a Asia para cogerlo.
Laeticia subía las escaleras poco a poco, y ladeó la cabeza cuando llegó al último tramo.
―¿Takeshi? ―le llamó.
―Sí ―respondió él, carraspeando y pretendiendo que nada le pasaba por la cabeza.
―¿Dónde has dejado mi ropa? Necesito una ducha ―preguntó deteniéndose en mitad de las escaleras, empezando a ver con asco su pijama.
―Ven ―dijo el tigre señalando la habitación con la cabeza. Laeticia frunció el ceño, pero no dudó en seguirle.
Tiger Claw abrió uno de los dos armarios ofreciéndole a Laeticia una bonita vista llena de suaves jerséis de punto, vaqueros azules, negros, grises y blancos y tanto zapatillas como botas y botines de tacón.
Laeticia cogió uno de los jerséis disfrutando del tacto y cautivada por los suaves tonos otoñales y alegres que presentaban.
―Esta ropa no es mía ―murmuró negando con la cabeza.
―Ahora lo es. Dejé tu ropa en Nueva York ―respondió abriendo la puerta de al lado del armario―. Aquí tienes el baño ―añadió antes de intentar dirigirse al despachó.
―No sé cómo no te arruinas con eso de "viajar ligero". Y esta casa... ―suspiró Laeticia teniendo que abrir, por curiosidad, el otro armario. En ese había varias camisas, pantalones y chalecos si no iguales, muy similares a los que el tigre llevaba. También tenía algunos fulares más.
―¿No te gusta? ―se cuestionó el felino deteniéndose en el marco de la puerta, volviéndose para seguir hablando con ella.
―Es bonita, pero también es... demasiado.
―Dame un par de semanas ―murmuró Tiger Claw asintiendo para sí―. ¿Dónde están los cachorros? ―preguntó.
―Abajo hay una habitación con una alfombra grande y juguetes en un baúl. Los he dejado ahí después de darles un baño y ponerles un pijama limpio ―informó mientras buscaba también ropa interior en los cajones.
Tiger Claw asintió. No se esperaba del todo que su contacto se fuese a preocupar de comprar juguetes para dejar en una habitación, pero sí suponía que le hubiera dejado el trabajo de llenar el armario de Laeticia a su mujer. Puede que también tuvieran hijos y supieran lo que era.
―Me tengo que ir ―dijo antes de dirigirse al despacho.
―¿Qué? Pero si acabamos de llegar ―se sorprendió Laeticia lanzando la ropa que tenía intención de ponerse sobre la cama.
Salió de la habitación lo suficiente como para alcanzar a verle, porque tuvo que detenerse en seco. Aún recordaba esa desagradable amenaza que le dedicó cuando ella tenía todavía diecinueve años, esa sobre lo que podía pasar si entraba ―a curiosear― despacho del tigre.
―Sigo teniendo trabajo, Laeticia ―respondió abriendo un maletín sobre la mesa. Sacó un par de pistolas que colocó enseguida en las fundas que tenía en las piernas―. Volveré en una semana, puede que dos ―murmuró comprobando algo de papeleo que tenía sobre el escritorio.
Laeticia no dijo nada. Soltó un suspiro de resignación y se metió en el baño para darse esa necesitada ducha.
Para cuando salió del baño, Tiger Claw ya debía de haberse ido.
Laeticia suspiró con pesadez pasándose la toalla por la cabeza, pero hubo algo que llamó su atención justo antes de llegar a la cama. Algo que no estaba ahí antes. Ladeó la cabeza frunciendo el ceño con confusión, porque no podía ser lo que en un principio le había parecido.
Se acercó a la cómoda, que estaba enfrentada a la cama y, junto a una mano de porcelana en la que Laeticia podría dejar pulseras, pendientes o anillos, había una cajita de terciopelo negro abierta, con un fino anillo con un diamante cuadrado resplandeciendo con la luz natural que entraba por la ventana de su izquierda.
▽
Seguramente haya una parte #3, pero no la tendréis tan rápido como esta.
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