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98. Mariposas eléctricas

YA DE VUELTA A LA —AÚN MÁS— TRISTE REALIDAD, Casey estaba, una semana más tarde, en mitad de un partido. En ese momento se encontraba en el banquillo esperando su turno, pero en vez de centrarse en las jugadas de sus compañeros o analizando a sus rivales, pensaba en Jessica.

Por una parte, le resultaba ridículo el creer necesitar a su novia sentada en las gradas. Lo más seguro es que se acabase aburriendo y sacando el teléfono para distraerse. O puede que se tape los ojos escandalizada al no poder soportar la violencia del deporte, no sería de extrañar en ella.

Suspiró desmoralizado, pensando que el entrenador estaba tardando demasiado en sacarle a la pista. Necesitaba centrarse en otra cosa, algo que no requiriese pensar realmente, sino reaccionar con rapidez.

—Dieciséis, prepárate —anunció por fin el hombre, volviéndose hacia el muchacho que divisaba vagamente la pista con la cabeza gacha.

Casey se levantó rápidamente al darse cuenta de que se había referido a él, y se puso el casco mientras el compañero a quien iba a sustituir se aproximaba. Chocaron la mano para relevarse por mera rutina, y Casey se deslizó por el hielo hasta su posición.

*

Casey no era el único que tenía la cabeza en otra parte, la diferencia es que Jessica tenía a alguien con quien hablar.

Estaba en el apartamento de Charlotte aprovechando que sus compañeras habían salido de fiesta con más compañeros de la facultad. Se encontraban sentadas en la cama, hablando a murmullos y, ligeramente cabizbajas una vez salió el tema que parecía alterar a Jessica.

—Últimamente me da la impresión de que... tratas de sabotear la relación —suspiró Charlotte dejando caer los hombros hacia adelante, negando con la cabeza. Jessica se encogió de hombros, pero no dándole la razón, sino buscando una excusa, como solía hacer.

—¿Por qué piensas eso? —murmuró alzando un poco la vista.

—Jessie, la semana que viene va a hacer tres meses que salís juntos. Y en vez de salir a celebrarlo, o simplemente pasar el rato juntos, parece que os estáis distanciando —replicó dando palmadas en sus rodillas.

—Créeme, me encantaría volver a como estábamos antes.

—¿Cuándo te acompañaba de la escuela o la uni a la tetería? —se cuestionó arqueando una ceja para desacreditarla—. Venga ya, creí que empezaba a gustarte lo de ser más aventurera. ¿Cómo te sentiste cuando os colasteis, que no es del todo cierto si es que teníais la llave, en la pista de hielo? —insistió.

Jessica tuvo que sonreír ante el recuerdo, incluso cuando fue el mismo día en el que fastidió la ocasión de su primer beso. Casey había conseguido llevarla a algún otro sitio al que no se habría acercado siquiera, todo por no cruzarse con su padre y le pregunte: «¿Qué haces tan lejos del hotel?».

—Tienes razón —suspiró—. ¿Da la impresión de que no quiero pasar el rato con él? —murmuró alzando la mirada para ver a su amiga y permanecer cabizbaja. Ese gesto era algo que casi podía hacer que Charlotte se derritiese.

—Jess. Sabes que le hace ilusión que vayas a ver un partido suyo. ¿Por qué no empiezas por ahí? —sugirió encogiéndose de hombros. Jessica asintió para sí sin poder evitar imaginarse la cara que Casey pondría al verla entre las gradas, aunque no era lo único que se le pasaba por la cabeza.

—Oye, Charlie... ¿cómo fue tu... primera vez? —murmuró. Avergonzada por haber intentado siquiera de preguntarlo optó por ir bajando la voz al acabar la pregunta, pero por la cara de su amiga, la había escuchado bien.

—No tengo condones, si es lo que me estás preguntando —respondió cerrando los ojos, concentrándose por mantener la compostura—. ¿Es que notas un cosquilleo, Jessie? —canturreó dándole un codazo juguetón que hizo que su amiga se pusiese roja como un tomate.

—Son, como mariposas en el estómago. Y electricidad —gimoteó con una sonrisa vergonzosa.

—Mariposas eléctricas, sí —asintió, como si se tratase de una afección registrada oficialmente.

Y siguieron hablando y riéndose del tema. Al menos Charlotte, que era a quien de verdad le hacía gracia. Sobre todo, cuando volvieron al tema de los condones y, dando por hecho que Jessica se moriría de la vergüenza si tenía que comprarlos, se ofreció a hacerlo por ella.

Así tenía una excusa para salir del apartamento esa noche. Comprarle unos condones a su amiga y acompañarla hasta la pista de hielo para que pueda ir a ver el partido de su novio.

Luego se iría cenar con otras amigas de la facultad.

*

A Casey le costaba mantenerse centrado en el juego, era como si ni siquiera supiese agarrar el bastón de manera adecuada, y más de una vez le habían pasado el disco entre las piernas. A poco estuvo de perder el equilibrio o hacerse la zancadilla a sí mismo como... una docena de veces.

La última vez resopló con rabia y consiguió darse la vuelta rápidamente para intentar alcanzar a su rival, aunque se dio cuenta de que alguno de sus compañeros intentase adelantarle para evitar que sea él quien estuviera en posesión del disco.

Refunfuñó para sí sin dejar de patinar. Era consciente de que no estaba siendo su mejor partido, pero nunca antes había notado esa falta de compañerismo. Lo tomó como un reto para sí mismo, ahora quería demostrarles que podrían ganar ese estúpido partido. Y gracias a él.

Por fin robó el disco, y se enorgulleció porque la grada le vitoreó por ello. Se dirigió a la portería con una sonrisilla de superioridad que, agradeció que permaneciese oculta tras su casco. Sentía que a partir de ahí nadie podía pararle.

Al menos hasta que la vio a ella.

Jessica acababa de llegar, y estaba de pie delante de un pequeño grupo de gente que abandonaba la pista porque el partido no les parecía lo suficientemente emocionante, pero Casey sólo la veía a ella. Jessica le sonrió.

Y de repente, sintió que el tiempo se había congelado. Se enderezó como si se moviese a cámara lenta, pero, lo que más le gustó era notar que la sonrisa de su novia iluminaba la sala, como si sólo estuviesen ellos dos.

Aunque eso fue sólo una ilusión.

Prácticamente al momento, le tiraron al suelo con un placaje bestial. Y todo se volvió negro.

Fue tan extraño como la cámara lenta que se produjo cuando vio a Jessica. Parecía que se hubiera despertado después de horas, pero en verdad sólo había cerrado los ojos un par de segundos. Ni siquiera le había dado tiempo a sus compañeros, el entrenador o incluso a su rival para que le ayudaran a levantarse.

Se incorporó, aunque aceptó la mano que uno de sus compañeros le ofrecía; echó un vistazo por encima de su hombro y suspiró con decepción al ver que Jessica ya no estaba ahí.

Después de eso salió de la pista por orden de un gesto de su entrenador, quien también le llamó por su número. Por un lado, lo agradecía, pero por otro, le daba rabia.

No quería quedarse fuera de juego tan pronto, pero tenía que admitir que le habían dado fuerte. Además, era consciente de que su actuación de esa noche no había sido digna ni de una palmadita en la espalda. No cuando su entrenador era tan exigente.

—¿Qué te pasa últimamente, chaval? No das una. ¿Y qué ha sido eso? ¿Desde cuándo te dejas placar? —se quejó señalando la pista.

Casey se mantenía cabizbajo, y no precisamente porque le sacase una cabeza al entrenador. Buscaba a Jessica con la mirada, pero no tenía mucha suerte con ese campo de visión tan reducido.

—Siéntate, Jones —bufó el hombre cuando terminó de despotricar—. Catorce, a jugar —exclamó señalando a otro de los muchachos del banquillo.

Casey resopló chocando la mano del chico, caminando hasta el sitio que había dejado libre. Claro que, le cambió la cara al ver que Jessica caminaba hacia él a paso acelerado, sacando las manos de los bolsillos de su gabardina.

Dejó el casco, los guantes y el bastón en el banquillo y salió a su encuentro pretendiendo que el golpe no le había dolido.

—¿Estás bien? —preguntó Jessica cuando estuvo lo suficientemente cerca, con una expresión de incomodidad y preocupación. Casey no respondió, se limitó a asentir con una tímida sonrisa a la vez que miraba al suelo ligeramente avergonzado.

De repente la abrazó, sorprendiéndola por la rapidez y brusquedad con la que la había estrechado contra su cuerpo, aunque le devolvió el abrazo enseguida. Evidentemente ella fue más dulce, entrelazando los dedos en la espalda del jugador y apoyando la cabeza en su pecho.

Casey por otro lado, se arrepintió de su propio gesto, pero se esforzó por aguantar el aliento y contenerse para que ella no lo notase.

—Siento no haber venido antes —murmuró Jessica.

—Siento que hayas tenido que ver cómo me tiran al suelo —respondió él.

—¿De verdad que no te has hecho daño? —se sorprendió ella deshaciendo el abrazo, pero, dejando que Casey sujetase sus manos.

—Estoy acostumbrado, ángel —sonrió Casey con ironía, meciendo las manos de la joven. Jessica le miró de reojo, y supo que esa sonrisilla suya resultaba más forzada de lo que el vigilante quisiese admitir—. Y... ¿qué haces aquí? Creí que estabas muy ocupada —murmuró colocando las manos en las caderas, esperando que no sonase muy desesperado.

Jessica pestañeó y carraspeó con incomodidad apartando la vista.

—Ya... Es que...

—Te da miedo que tu padre te pille —completó él asintiendo una vez, resignado. Jessica curvó los labios, no queriendo admitir la afirmación—. Jess...

—Lo sé, lo sé —gimoteó ella—. Siempre ha sido así, ¿vale? Especialmente después de lo de mamá —murmuró agachando la cabeza.

—Perder a tu madre no justifica que te levante la mano. Si acaso, todo lo contrario —se quejó encogiéndose de hombros y alzando las manos. Casey se fijó en que Jessica se mantenía cabizbaja como una niña a la que estaban echando la bronca. Suspiró—. Oye... Quedan veinte minutos de partido y, no creo que me dejen jugar después de lo de antes. ¿Damos una vuelta? —sugirió ladeando la cabeza con una sonrisilla.

—Vale —sonrió ella con un leve sonrojo.

—Dame un minuto y me cambio —susurró dándole un beso en la frente. Cogió sus cosas del banquillo y se encaminó a los vestuarios, pero antes de que se alejase demasiado, Jessica tomó su brazo. Pero porque tenía las manos ocupadas. El vigilante la miró arqueando una ceja.

—Sabes que no me gusta estar sola entre mucha gente —murmuró abrazándose a él.

—Sí, pero tampoco te van a comer —se rio él.

*

Más tarde, la pareja caminaba por la calle con un helado en la mano cada uno. Jessica escogió cereza, mientras que Casey se dejó llevar por su yo de cinco años y se decantó por el chocolate. La otra mano la emplearon para caminar con los dedos entrelazados, salvo si sus helados los amenazaban con derretirse y mancharles la ropa.

También hablaban de los últimos acontecimientos tratando de hacerlos parecer cuanto más divertidos.

—¿Entonces es culpa mía que hayas jugado tan mal? —dijo ella con falsa sorpresa, arqueando las cejas de manera exagerada.

—Sí —respondió él de manera igual de forzada—. No puedo evitarlo. Si algo me ronda la cabeza, me lo llevo a la pista conmigo —explicó con una sonrisa—. Te echaba de menos, ángel —añadió dándole un suave golpe con el hombro.

—Tengo que admitir que Charlie ha tenido algo que ver —suspiró Jessica ladeando la cabeza.

—Te lo juro, es la primera vez que la mejor amiga de mi novia me echa un cable. Siempre intentan sabotearlo, ¿pero Charlie...? No le gusto tanto, ¿verdad? —se cuestionó ligeramente atemorizado.

—Salió del armario a los trece años —se rio Jessica mirándole con una ceja arqueada.

—Oh. Oh... —suspiró con realización—. Supongo que eso explica mucho —murmuró asintiendo para sí, asintiendo. Terminó de darle un par de bocados a lo que quedaba del cucurucho de su helado y tiró el papel que lo envolvía a la papelera junto a la que pasó.

—Oye, ¿dónde vives? —preguntó casualmente, buscando centrar la atención en su helado. Casey se frotó las manos esperando terminar de limpiar el chocolate de sus guantes.

—A unos quince minutos de aquí. ¿Por?

Jessica empezó a titubear porque no quería decir lo que pretendía de una manera tan evidente, pero tampoco se había pensado ninguna manera sutil de decirlo.

Casey frunció el ceño al ver lo colorada que se había puesto y la forma en la que evitaba mirarle a los ojos. Estaba casi seguro de saber qué es lo que quería decir, aunque no quería darlo por hecho.

Quizás fue el pánico, o quizás le pareció divertido. La cuestión es que, apretando los labios, a Jessica no se le ocurrió otra cosa que mostrarle ese par de condones que llevaba en el bolsillo de la gabardina.

—Vale, vale, vale, vale, vale —murmuraba Casey sin parar, con una sonrisa nerviosa a la vez que divertida, pero mirando a ambos lados mientras dirigía la mano de Jessica de nuevo al bolsillo—. Entonces... ¿esa es tu idea de "ir a ver mi casa"? —sonrió.

—¿Te ha parecido muy descarado? —preguntó ella con una expresión de incertidumbre, forzando una sonrisilla.

—No, es que, no me lo esperaba. Hace como una semana que no nos vemos. Vas muy rápido, ángel.

—¿Eso es un no? —sugirió ladeando la cabeza.

Casey tragó saliva al mirar a los ojos a su angelito. Ni de lejos pensó que sería ella quien diese el primer paso en cuanto a mantener relaciones, pero no, no quería negarse. Tomó su mano con una sonrisa y la llevó calle abajo, en dirección a su apartamento.

Oh, cruel destino.

Apenas pasaron cinco minutos caminando de la mano y riéndose, cuando Jessica reconoció un coche que pasaba a su lado. Se tensó por completo, y Casey lo notó no sólo en su mano, era como si ese repentino estado de alarma se hubiese extendido hasta su propia médula.

Jessica no quiso pararse por si se daba el remoto caso de estar sobreactuando por una mera coincidencia, pero no. La ventanilla trasera de ese vehículo se bajó revelando a su padre.

La pobre no supo hacer otra cosa que soltar la mano de Casey.

—Jessica.

Père... —respondió ella con un nudo en la garganta, habiendo olvidado cómo respirar—. ¿Qué... qué haces por aquí?

—Acabo de dejar a uno de mis socios. ¿Quién es ese? —preguntó.

—Soy Casey, Casey Jones. Soy amigo de su hija —dijo esperando poder tranquilizar a Jessica con esa pequeña mentira. Ni que decir tiene que el hombre le estaba ignorando por completo, se limitó a examinarle de arriba abajo vagamente mientras mandaba un mensaje con su teléfono.

—Sube al coche Jessica, es tarde —ordenó con un movimiento de cabeza.

Jessica tragó saliva y miró a Casey con lástima. Zigzagueó con la mirada, pero sabía que pensara lo que pensara hacer, siempre acabaría haciendo caso a su padre. De todas formas, Casey asintió una vez, entendiendo que, aunque lo había intentado, no la culpaba por haberse bloqueado.

La joven rodeó el vehículo y se sentó en el asiento trasero, no sin antes dedicarle una última mirada de disculpa a su novio.

Cuando el coche comenzó a alejarse, Jessica notó que su padre se había quedado mirando de reojo a Casey. Empezó a pestañear sin parar, temiéndose el calvario de noche por la que podrían pasar ahora que los había descubierto.

—¿No es ese el chico con el que te chocaste hace unos meses? —preguntó una vez doblaron la esquina.

—Sólo es un amigo.

—Estabais cogidos de la mano —añadió.

—No es lo que- —dijo tratando de justificarse, aunque fue suficiente para su padre. El hombre sacó el teléfono y mandó el mensaje que estaba redactando antes. Era algo que hizo que Jessica no pudiese contener un par de lágrimas, sabía qué tipo de mensaje era ese.

De ahí en adelante, se fueron sumando más y más lágrimas a cada minuto que pasaba. Sabía que Casey no iba a conseguir llegar a su apartamento en esos diez minutos que le quedaban de trayecto.

*

Raphael y Arlet volvían con el niño para pasar la noche en el apartamento. Mantenían una conversación a susurros esperando que el paseo en coche acabase con el pequeño durmiéndose por fin en los brazos de su padre, que iba sentado atrás.

Pero eso fue antes de que Arlet se fijase en una figura tirada en el callejón junto al que pasaban, moviéndose vagamente entre bolsas de basura para intentar incorporándose.

—¿Ese es Casey? —se cuestionó deteniendo el coche junto a la acera. Entrecerró los ojos para poder agudizar la vista ya que estaba oscuro, pero estaba casi segura—. Raph, es él. —aseguró una vez le vio intentar levantar la cabeza.

—Voy —dijo la tortuga desabrochándose el cinturón, apresurándose a salir del coche tan pronto como le cedió el bebé a su prometida. Gino gimoteó frunciendo el ceño al ver que Raphael salía corriendo, casi desapareciendo entre las sombras.

Raphael ayudó a Casey a llegar hasta el coche, y Arlet le facilitó el abrir la puerta del copiloto para que se sentase ahí. Una vez el chico se sentó gimiendo y siseando de dolor, Raphael se volvió a sentar en el asiento trasero. Se abrazó a él como si hiciera horas que no le veía.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Arlet pasando a Gino al asiento de atrás, con su padre otra vez. Arrancó el coche de nuevo—. ¿Necesitas ir al hospital?

Nah, da igual. Me han dado palizas peores —bufó inclinando la cabeza para mirar su reflejo en el retrovisor. Se palpó el pómulo y siseó otra vez—. El padre de mi novia me ha mandado a un puñado de matones. Me habían advertido de él, pero no me esperaba eso —resopló recostándose en el asiento.

—No jodas —se sorprendió Arlet—. Qué bestia.

—¿Y seguro que no te han dado la paliza de tu vida? —se burló Raphael ladeando la cabeza para ver si conseguía entrar en su campo de visión. Gino señaló a Casey mirando de reojo a su padre—. No, no he sido yo —le dijo con una sonrisa divertida.

—Ahora mismo lo que menos me importa es mi integridad física —se quejó sacando el teléfono para comprobar si tenía algún mensaje o llamada perdida—. Me preocupa más Jessica —murmuró.

Estuvo unos segundos mirando la pantalla de su teléfono, refrescando el chat o simplemente esperando por una notificación o llamada. Apenas resopló una vez, a punto de dejarse llevar por el pánico cuando le llamó Charlotte.

—¿Charlie? —respondió rápidamente.

Gracias a Dios que estás bien —la oyó suspirar al otro lado de línea—. ¿Qué ha pasado? Jessica me ha llamado, llorando a mares. Sólo he podido entender «mi padre», «Casey», «ayuda».

—No sé cuánto tiempo llevo inconsciente, pero ya está. ¿Qué sabes de ella?

Nada. Sólo me ha llamado para preguntar por ti. Ya sabes cómo es —le informó antes de soltar un largo suspiro—. Oye, ¿puedes venir?

—Eh, sí —bajó el teléfono a su pecho y lo cubrió con una mano para pedirle a Arlet que le deje en la calle de Charlotte, después de indicarle la dirección. Se lo agradeció en un susurró y le dijo a Charlotte que estaba de camino.

*

Cuando Arlet se detuvo delante del portal de Charlotte, ella ya estaba esperando, abrazándose a sí misma y en pijama. Raphael se agachó para que no le viera cuando se acercó para ayudar a Casey a salir del coche.

—Gracias, Arlet —murmuró antes de cerrar la puerta.

—Madre mía, Casey... —suspiró Charlotte tomando su brazo para asegurarse de que mantenía el equilibrio. Le ayudó a llegar hasta el apartamento para que pudieran hablar tranquila y seriamente de lo que podría pasar ahora que el padre de Jessica les había descubierto.

Evidentemente, Casey no podría dormir tranquilo sin saber qué le había pasado a ella. Estaba seguro de que Jessica también habría sufrido las consecuencias.

Al final convenció a Charlotte para que la llamase y averiguar qué tal estaba, aunque tuviese que tragarse su orgullo y reunir el suficiente autocontrol para mantenerse callado y pretender que no estaba allí.

Charlotte tenía puesto el altavoz mientras hablaba con Jessica, y no podía evitar mirar de vez en cuando con tristeza a Casey. No lo había dicho, pero en su tono —y porque de vez en cuando continuaba sollozando— podían deducir que Casey no había sido el único que había acabado la noche con moratones.

Al cabo de unos minutos, finalizaron la llamada para que Jessica pudiese descansar y, para que Casey dejase de dar vueltas por la habitación. Parecía que fuese a pelearse con la pared en cualquier momento.

—Bueno... —suspiró ella—. Supongo que ahora viene cuando trepas por el cabello de Rapunzel —sugirió tratando de no sonreír, fallando por una de las comisuras de sus labios.

—¿Qué? —se cuestionó Casey volviéndose hacia ella sin entender nada—. Charlie, no quiero ponerla en peligro.

—¿Es que no lo entiendes? —respondió levantándose de la cama—. Espabila, es ella quien te protege a ti, no al revés. Pero quiere estar contigo y por eso fue al partido. ¿Acaso crees que de repente dejó de asustarle la idea de que su padre os descubriese? No. Se arriesgó igualmente. Ella. Además... Sé a dónde ibais y qué pretendíais hacer —añadió ladeando la cabeza.

—Creí que esas cosas sólo las hablábamos nosotros —murmuró zigzagueando con la mirada.

—Los hombres lo celebráis como una victoria con unas cervezas, puede que comparando jugadas o exhibiendo trofeos de lencería —bufó tratando de bajarle los pies a la tierra—. Nosotras lo comentamos como nuestra propia experiencia, o un relato. Y más Jess —le dijo seriamente—. Venga, se merece su propia versión de Romeo y Julieta, ¿o no? —insistió.

Casey arqueó las cejas ligeramente sorprendido por la tenacidad de la joven. O puede que fuese porque intentaba a ayudarlos a llegar hasta el siguiente nivel. Resultaba extraño que les ayudase tanto y tan bien, casi parecía que estuviese jugando a Los Sims con ellos.

—¿No... no iba a ser Rapunzel? —se cuestionó más inseguro, frunciendo una ceja.

—Eso hace referencia a cómo vas a entrar al hotel. No es broma, su padre se ha asegurado de que no te dejen entrar. Yo me hago con la habitación, tú entras por la ventana. Listo —sonrió con ironía.

Tengo ordenador nuevo, así que se retoman los capítulos por semana😁.

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