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LAETICIA NO PODRÍA ENCARGARSE DE TRES CACHORROS SOLA, al menos no sin volverse loca. Por eso le pidió ayuda a Arlet, y no sólo por aquel día en el que nacieron.
Arlet estuvo contándole cómo fue su experiencia de madre primeriza y la información que su amiga la estudiante de enfermería le proporcionó —mucho más fiable que cualquier blog de super-mamá—, pero como todo, aquel día llegaba a su fin.
En el momento en el que acostaron a los cachorros en un montón de suaves mantas en el suelo, porque llegaron a la conclusión de que las almohadas y cojines no eran una barrera suficientemente segura, Arlet se puso su abrigo para irse a casa.
—Bueno. Se hace tarde —murmuró echando un vistazo a su teléfono para comprobar si Raphael había intentado contactar con ella. Tenía un mensaje, pero nada más.
—Espera, Arlet —la llamó Laeticia, saliendo tras ella de la habitación. La joven se detuvo mirando con expectación a su maestra, que aún parecía bastante cansada como andar persiguiendo a nadie—. Crees que... ¿crees que podrías ayudarme con esto? —preguntó esperanzada.
—Emm... No sé, yo... —dudó.
—Ya, ya sé que a lo mejor resulta... inapropiado, dadas las circunstancias, pero... por favor, no sé a quién llamar. No es que pueda comprar un cochecito y salir con ellos a hacer la compra tan ricamente. Por favor... —suplicó juntando las manos.
Arlet se la quedó mirando un instante. Le estaba resultando difícil responder, pero es que era cierto.
Laeticia no era para nada mala persona, fue su profesora favorita. Todo el mundo sabe lo complicado que es establecer una buena relación con cualquiera de los carceleros del instituto como para saludarlos tan alegremente cuando los ven en el mundo exterior.
Pensó en su hijo. Ya le dolía no poder sacarle a que le dé el aire más que cuando había ido un par de veces al bosque. Resultaba inhumano, pero por lo menos podía decir que tenía una familia que la ayudaba en sus cuidados.
Estos cachorros no podrían salir del apartamento en mucho tiempo. Menos aún tratándose de tres y de su madre soltera.
Se estaba esforzando por ignorar que se trataban de los hijos de Tiger Claw. No lo hacía por él, ni de broma. Lo hacía por ella. Aunque... también es cierto que esos cachorros no tenían la culpa de nada. Y su padre tampoco debe de saber que existen, así que...
Asintió tragando saliva.
—Oh, Dios mío. Gracias —suspiró Laeticia sin poder evitar abrazar a la joven—. Te lo pagaré —añadió esperando que Arlet no pensase que se aprovechaba de haber intentado darle lástima.
—Se lo agradezco, la verdad —asintió Arlet—. No me dejaron volver a la tienda después de... bueno. Y... ¿necesita algo antes de que me vaya? ¿O alguna cosa que le pueda traer mañana por la mañana?
—Traté de hacer la compra esta tarde pero, se me torció y lo tuve que dejar todo en la caja. ¿Por qué?
—No, nada. Es que mañana esperaba pasarlo con mi novio. Hace tres años que empezamos a salir —explicó con una pequeña sonrisa.
—Ah, claro. Pues si no te importa que te pase una lista —insinuó encogiéndose de hombros con incomodidad.
—Para nada —le sonrió Arlet—. ¿A qué hora le parece que se lo traiga?
—Como prefieras. Ya me ha quedado claro que esta noche no parece que vaya a dormir demasiado, así que... —suspiró.
—Muy bien. Pásemela en cuanto pueda. Hasta mañana —se despidió pasando a su lado.
*
Arlet no pudo evitar quedarse un rato en el coche una vez lo guardó en el garaje. Tenía que pensar algo que decirle a Raphael porque, estaba claro que pondría el grito en el cielo si se enteraba de que iba a ser la canguro de los cachorritos de su enemigo.
Bueno... iba a ayudar a quien fue su profesora de Latín en el instituto, podría decir que iba a ser una becaria en la materia. ¿O en otra asignatura? Se le daba muy bien Historia del Arte, eso Raphael lo sabía muy bien.
Mm... Mejor le digo que estoy asistiendo a un curso, pensó. Resultaría más fácil disimular esa pequeña mentira, ya hablaría más tarde con Laeticia para buscar un horario que la respalde.
Un momento, ¿y cómo justifica el haber salido corriendo esa misma tarde? Con el curso ni de coña.
Su mente se quedó totalmente en blanco, estaba a punto de abrir la puerta del apartamento y se dio cuenta de que ninguna de sus excusas se sostenían.
Se supone que había acordado con Raphael que no trabajaría ni se reincorporaría a los estudios hasta al menos septiembre. Se iba a enfadar con ella, y ella entraría en pánico y se lo acabaría contando todo.
A ver, calma, siempre has sabido mantener una mentira para salirte con la tuya, se dijo suspirando profundamente. A veces lo que mejor le resultaba era improvisar. Además, ya no tenía tiempo de pensar en otra excusa, habría escuchado cómo introducía la llave en la cerradura.
Entró con cautela dando por hecho que Gino ya estaría dormido. Aunque no era raro que se despertase en momentos aleatorios de la noche sólo por molestar, o eso es lo que le parecía a sus padres.
—Eh, ¿se ha alargado la noche, no? —bostezó Raphael frotándose un ojo.
—Sois adorables —sonrió Arlet ladeando la cabeza al ver que Raphael estaba tumbado en el sofá con Gino dormido boca abajo en su pecho. Se acercó para coger al bebé y estrecharlo contra su cuerpo.
—¿Qué era tan urgente? —preguntó él levantándose y, pasando la mano por su pecho porque el pequeño le debía de haber babeado en algún momento.
—Mi antigua profesora se ha roto una pierna y no tiene familiares cerca que la ayuden —respondió sin pensar. Bien, se dijo cerrando los ojos—. No te importa que la ayude unas semanas, ¿verdad?
—No, tranquila —respondió Raphael rápidamente. Lo cierto es que quedaría bastante mal decirle lo contrario. Le dio un beso en la mejilla—. Venga, vamos a la cama —añadió tomando el mando un instante para apagar el televisor.
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PASARON TRES TRANQUILAS SEMANAS, PERO ENTONCES LLEGÓ EL PEOR DÍA DE TODOS.
Al parecer Stockman perfeccionó el mutágeno que ahora formaba parte de Shredder, y esa cosa no perdió el tiempo en salir en busca de su venganza.
Primero fue a por Karai. No volvería a intentar atraerla al lado de la oscuridad, esta vez quería quitársela del medio, y casi lo consigue.
No tuvo ningún problema en echar abajo las puertas de seguridad del escondite de los Mutanimales, y tampoco le costó mucho hacerles caer junto con el resto de sus sistemas de defensa.
La situación acabó con la joven a la que una vez secuestró, sepultada entre escombros.
Afortunadamente para ella, las tortugas llegaron a tiempo de sacarla de ahí. Leonardo pudo reanimarla ya en el exterior, en un ambiente más libre de humo.
Dando por hecho que esa noche no habría ya ningún tipo de celebración en la guarida de sus aliados, Leonardo y Donatello mandaron a sus chicas a la guarida. Raphael también llamó a Arlet para que fuese, si es que no estaba ya ahí.
Godzilla había aprendido a defenderse, pero estaba claro que no tendría demasiadas oportunidades, por lo que Slash la pidió que se marchase con Naiara y Kimani.
Dividirse fue una mala idea. Pero sólo lo supieron cuando fue demasiado tarde.
*
Las chicas esperaron en la guarida en silencio, silencio que sólo se rompía ocasionalmente a causa de Gino demandando atención. Sabían que esta era una espera totalmente diferente a las demás, eran conscientes de que Super-Shredder era demasiado peligroso como para confiar en que los chicos podrían perfectamente con él.
Ojalá pudieran tener esa fe ciega en ellos, querían sentirse así de seguras, pero no eran capaces.
De vez en cuando se miraban unas a otras, pero no por ello se sentían mejor. Era una manera desesperada en la que buscaban el apoyo de las demás, pero lo único que conseguían era sentirse peor al notar el mismo pesimismo.
Eran esos momentos incómodos en los que maldecían que Gino estuviera dormido. Si el pequeño estaba despierto, a lo mejor las distraía lo suficiente. De verdad que envidiaban su inocencia.
A medida que pasaba la noche, el niño se despertó un par de veces, lo suficiente como para ir rotando de brazos en brazos.
*
Cuando las tortugas llegaron, Gino estaba en brazos de Kimani. Las chicas se levantaron con expectación, conteniendo el aliento hasta estar seguras de que estaban todos bien.
No estaban todos bien. De hecho, los que mejor se encontraban, estaban destrozados.
El que las tortugas pasasen de largo en dirección al dojo cargando con su maestro fue desolador. Podría estar inconsciente, que no fuera grave, pero las caras de los chicos expresaban un dolor que sus parejas no habían visto antes.
Se miraron entre ellas apenadas y, conteniendo las lágrimas. Splinter se había convertido rápidamente en una importante figura paterna para todos, incluso para los miembros de los Mutanimales que, también habían acudido a la guarida a sanar sus heridas.
Las tortugas salieron del dojo en silencio y cabizbajos. Cada uno fue a su chica, quien mejor sabía cómo consolarlos. Kimani incluso le cedió el bebé a Michelangelo para que también tuviera a quien abrazar con la misma ternura.
Gino no podía entender por qué estaban tan tristes, pero su tío le abrazo temiéndose que sería incapaz de recordar a su abuelo.
Era normal, sólo tenía tres meses y medio, aunque Donatello y Kimani habían estimado que su desarrollo era propio de un bebé de casi seis meses ya. De todas formas, seguía siendo muy pequeño para pensar que era tan mayor.
Naiara no quería apartar la cabeza del hombro de Leonardo, fue la primera en venirse abajo y, creyó que a la tortuga le dolería más ver a su apoyo moral caer.
No fue así. Tan pronto como Leonardo escuchó un pequeño sollozo, la incorporó y secó sus lágrimas con los pulgares. Le ofreció una breve y pequeña sonrisa.
—Lo siento, muchísimo.
—Lo sé —suspiró él agachando la mirada.
Aunque quisiera echarse a llorar para desahogarse, aunque quisiera gritar todo cuanto pudiese, creyó que lo más conveniente era mantenerse fuerte. Tanto por sus hermanos, por sus aliados, o incluso por su novia.
Estuvieron todos sentados en el salón en silencio, consolándose unos a otros con acercamientos físicos y miradas cómplices.
Sólo Leonardo se atrevió a romperlo.
Sabía que no tenía caso dejar a Splinter en su habitación y compadecerse, ahora lo que necesitaban era pasar página en ese sentido, luego se encargarían de Shredder.
Claro que, uno no puede pasar página sin una despedida como es debido, ¿verdad? Le preguntó a April si le parecía bien que fuesen a la granja para darle el último adiós a Splinter. Tenía sentido, después de todo, fue en la granja donde sintió que verdaderamente habían crecido como ninjas.
April no dudó en aceptar a la propuesta de Leonardo, pero se retiró un momento para consultárselo a su padre. La granja en realidad era propiedad de sus abuelos maternos, pero bueno, nunca estaba de más consultar.
Dejaron pasar esa noche, pero para cuando amaneció ya lo tenían todo listo y todos sus aliados y amigos avisados.
* * *
—¿Estás seguro de que no prefieres que vaya? —preguntó Arlet deshaciendo el enésimo abrazo que le daba a su prometido, ya cuando habían terminado de equipar el Shellraiser y quedar con el resto de acompañantes.
—No, está bien. Gino es pequeño para andar de viaje con él —suspiró señalando a su hermano pequeño, que trataba de hacer reír al bebé por mucho que le doliesen los últimos acontecimientos.
—Vale... —murmuró ella secándose una lágrima, apretando los labios—. Si necesitas hablar, no dudes en llamarme —añadió acariciando su mejilla.
—Te quedas aquí abajo con Godzilla, ¿verdad? —preguntó ligeramente atemorizado.
—Y no saldré de noche, te lo prometo —asintió ella. Raphael acarició sus mejillas también, entonces le dio un beso en la frente. Leonardo se acercaba cargando con una mochila seguido de cerca por Naiara.
—Nos vamos —anunció esperando que todos estuvieran listos. Se detuvo un momento junto a Arlet, esperando a que Naiara terminase de abrazarla como su breve despedida—. ¿Puedes pasarte a ver cómo está Karai? Shinigami aún no sabe nada.
Arlet asintió lamiéndose los labios.
—Buen viaje —dijo tratando de sonreír, pero apenas pudiendo curvar una de las comisuras de sus labios. Michelangelo pasó a su lado cediéndole al bebé, quien se quedó mirando a su padre de reojo frente a él.
—Te veré en un par de días, campeón —se esforzó por sonreírle, tomando una de sus manitas a modo de apretón. Gino ladeó la cabeza frunciendo el ceño confuso, pero apenas pudo quejarse al ver que Raphael se daba la vuelta para irse en la furgoneta junto con más gente.
Godzilla se adentró a la guarida para situarse junto a Arlet una vez todos los vehículos abandonaron el túnel.
—No... No conocía mucho a Splinter, pero está claro que todo el mundo le adoraba —murmuró sin saber qué decir—. Me siento mal por no haber pasado por aquí más a menudo.
—Era la figura paterna de todo el equipo, la verdad —respondió Arlet encogiéndose de hombros. Tragó saliva con incomodidad porque se negaba a emocionarse otra vez, menos aún delante de su hijo después de haber visto cómo su padre se iba—. Emm, ¿puedo dejarte a Gino un rato? —le pidió extendiéndoselo.
—Arlet, ten cuidado. Aún no es de día —le dijo tomando a Gino con cuidado, puesto que sus garras eran demasiado largas y afiladas.
—Tranquila. Sólo voy a hacer unos recados rápidos y traerme al perro de casa de Casey.
*
Lo primero que Arlet hizo fue hacer la compra y pasarse por el apartamento de Laeticia para dejarle la parte que correspondía a su lista.
Ya le dijo desde un primer momento que esa semana era bastante tensa y que no podría quedarse con los cachorros para que ella pudiese salir a que le diese el aire. Resultaba un tanto decepcionante, pero mientras ordenaban los armarios y bañaban a los cachorros, Arlet le puso al día de lo sucedido.
Laeticia no sabía muy bien qué decir. Arlet no le había dicho —probablemente no lo supiera— si Tiger Claw formó parte del asesinato o el plan en general, pero resultaba muy frustrante escucharlo. Se sentía mal por seguir pensando en el tigre, por muy malo que fuera o la rabia que le producía a ella misma.
Que te ha abandonado con tres cachorros, maldita sea. ¡Espabila!, se decía.
Naturalmente, entendió la situación y no tuvo ningún problema en aceptar el nuevo horario. Bastante era que hubiese aceptado a ayudarla, podría haberla mandado al infierno.
*
Más tarde pasó por el hospital, pero no se la permitió hacerle una visita a la kunoichi. Tampoco tenía ganas de ponerse a discutir con la recepcionista, ya tenía bastantes problemas como para andar diciendo que sí era una familiar y bla, bla, bla.
Antes de intentar nada, prefirió decir que sólo quería saber si estaba bien y conocer el número de habitación para pasar a visitarla e un par de días, cuando sí que fuera posible visitarla.
Lo más grave era la rotura del radio y el cúbito derechos, y una pequeña punzada en el pulmón izquierdo. Por no mencionar la inhalación de humo y polvo mientras estuvo sepultada. Aún la tenían bajo los efectos de la anestesia, por lo que sí, lo mejor era dejarla descansar.
Cuando estuvo en el coche llamó a Leonardo para contárselo a través del altavoz. Eso sí, recalcando que sólo le quedaba ir a buscar a Danger para volver a la guarida cuanto antes. Para tranquilizar a Raphael.
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TRES DÍAS ESTUVIERON LOS CHICOS FUERA, y durante todo ese tiempo que estuvieron en la granja, Naiara sólo sentía impotencia al no ser capaz de consolar a su novio. Se sentía bastante inútil ya que ella misma no podía dejar de derramar más y más lágrimas después de lo sucedido.
¿Cómo iba a animar a Leonardo estando así?
Los Mutanimales, April, Casey y Kirby se fueron después de despedir al Sensei; pero las tortugas, Naiara y Kimani se quedaron otro día junto con el Gatito-Helado y Chompy.
Naiara se había dado cuenta de la manera en la que las tortugas iban encontrando consuelo a lo largo de esos días.
Raphael y Michelangelo se habían traído a su mascota ya que Arlet y el bebé se quedaron en la ciudad. Aunque contactaron con ella en algún momento por medio de una video-llamada para poder reconfortar un poco a Gino. Según Arlet, no dejaba de mirar a la entrada esperando que su padre volviese.
Era adorable ver cómo el bebé sonreía y trataba de alargar las manitas para alcanzar el teléfono de su madre.
Naiara se sumó a ellos en más de una ocasión, cuando no se sentía capaz de ir a hablar con Leonardo. Michelangelo sabía muy bien cómo reconfortarla, y ella lo agradecía eternamente.
Kimani acompañó a Donatello a dar una vuelta por las proximidades de la granja un par de veces, preguntando por las aventuras que tuvieron que hacer frente cuando estuvieron ahí. Alguna se la había contado ya Michelangelo, pero quería escucharlo de él.
Es posible que tuviera que sonsacarle ese extraño episodio que tuvo con Pie Grande. Donatello lo vio venir enseguida puesto que la insistencia y la sonrisa irónica de su novia eran bastante cantosas, así que rodó la vista y lo admitió.
Al menos pudieron reírse un rato, esa era la forma de Kimani de ayudar a Donatello.
El tercer día, Naiara estaba dispuesta a hablar con Leonardo. Había llegado a pensar que resultaba descarado el evitarle de esa manera, no podría consolarle como a ella le gustaría, pero merecía una conversación.
Fue hasta el arrollo sabiendo que el líder se encontraba allí recapacitando. Era algo que había empezado a preocuparla incluso, por las noches hacía frío, pero eso no detenía a la tortuga. Su dolor le hacía ignorar que era de sangre fría y por lo tanto, más vulnerable al tiempo.
Al aproximarse al lugar, le vio de rodillas frente al agua, meditando. No era algo que le extrañase, de hecho la ha hacía estar más tranquila. Eso significaba que se había hecho a la idea de perder a su maestro, claro que, no por eso le dolía menos.
Cuando quiso acercarse a él para preguntarle qué tal estaba, Leonardo empezó a hablar solo.
Naiara se quedó tras un árbol observándole con el ceño fruncido, confusa por el comportamiento de su novio. Escuchando un poco esa conversación de la que sólo la tortuga formaba parte —a oídos de la humana—, pudo distinguir que estaba hablando con Splinter.
Eso era de lo más extraño, y seguramente insano. Verle hablar así consigo mismo le recordó a cuando Raphael le dijo que en el espacio, solía hablar con Splinter y con ella en el simulador de combate.
Al menos en ese caso los tenía técnicamente delante de él, ahora mismo sólo estaba hablando con la imagen de Splinter que su subconsciente había creado.
O a lo mejor era más complicado que eso.
Cuando Naiara intuyó que había acabado esa extraña conversación, se acercó a él pretendiendo que no había visto nada fuera de lo normal.
—Ey... —suspiró incómodamente, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón—. ¿Cómo estás?
—Tenemos que volver —murmuró él volviéndose, con una expresión aún dolida pero a la vez serena y llena de decisión. Naiara ladeó la cabeza confusa—. Shredder está vivo —dijo.
—¿Qué? ¿C-cómo sabes eso? —se cuestionó ella.
—Es... difícil de explicar —titubeó Leonardo inclinando la cabeza al pensar que su novia le tomaría por un loco si le mencionaba que había estado hablando con el fantasma de su padre—. Pero esto no puede quedar así. Shredder ahora sabe de muchos de nuestros amigos y aliados, y no podemos esperar a que nos ataque de nuevo. Hay que detenerle —dijo tomando sus manos con decisión.
Naiara le miró mientras Leonardo besaba sus nudillos y esperó pacientemente hasta que pudo encontrarse con sus ojos. Quizás sí que había podido hablar con Splinter de alguna manera, no había una explicación verdaderamente razonable para que supiera que Shredder continuaba vivo.
Una parte de ella temía por lo que pasaría cuando volviesen. Las tortugas iban a hacer lo posible por acabar con esa cosa mal-mutada, estaban destrozados por la muerte de su padre, sí, pero eso no ocultaba que se tratase de una venganza personal.
También es cierto que lo hacían por protección, por el resto de su familia y amigos.
Familia... era algo que siempre le había gustado imaginar.
Suspiró conteniendo un pequeño pero breve sollozo y asintió.
—Sólo tienes que prometerme que volverás a salvo —respondió ella—. Por nuestra pequeña familia —se esforzó por sonreír. Leonardo frunció el ceño y la miró de reojo.
—¿Nuestra- —balbuceó alejándose un poco de ella para echar un rápido vistazo a su figura—. ¿Estás...?
—No —se rio Naiara negando con la cabeza, acarició su mejilla para que volviese a mirar a sus ojos—. Pero me gustaría estarlo algún día, ¿de acuerdo?
—Te prometo que no me pasará nada —sonrió Leonardo, inclinándose lo suficiente como para besar su frente con dulzura y seguido atraparla en un cálido abrazo—. Avisemos a los demás —susurró en su oído después de un rato.
—Vale —suspiró ella también, deshaciendo el abrazo y tomando la mano de su tortuga para volver juntos a la granja.
* * *
Ya en la ciudad, antes de efectuar su venganza, los chicos sólo necesitaban que Karai les proporcionase cierta información. No perdieron más tiempo y, sin haber esperado siquiera a que anocheciese, le preguntaron a Arlet cuál era la habitación de la kunoichi para hacerle una visita.
Tan pronto como supieron la ubicación de la segunda base de su peor enemigo, fueron a la guarida para prepararse. Les llevó un par de horas entre afilar algunas armas y rematar su nueva indumentaria.
Kimani había estado en el laboratorio mientras Donatello trabajaba en esas pequeñas dosis de retro-mutágeno, incluso le había ayudado en lo que pudo.
Claro que no podía ocultar lo nerviosa que estaba, es decir, vale que los chicos fuesen unos grandes ninjas, pero es que Shredder era un verdadero monstruo mutado. Con frecuencia soltaba algún que otro suspiro, en parte esperando que ese asqueroso momento de la espera no llegase nunca.
Ya lo había pasado mal cuando se enfrentaron a él hacía un par de días, esta vez salían con la intención de acabar con él del todo. Seguramente no se vayan del lugar sin completar su misión, no se conformarían con una victoria a medias.
—Kim, no tienes de qué preocuparte —dijo Donatello sacándola de sus pensamientos, poniendo una mano sobre la de ella después de cerrar una de las cápsulas de retro-mutágeno.
—Lo siento, no puedo evitarlo —suspiró ella bajando la vista—. Seguro que os están esperando.
—Y ya contamos con ello. Además, somos ninjas —sonrió enganchando las cápsulas en su cinturón—. Se supone que sabemos cómo no dejar que nos vean venir.
—Unos ninjas pueden detectar a otros ninjas, ¿no?
—Sí, puede... —murmuró no queriendo darle la razón que estaba buscando. De verdad, sólo buscaba torturarse a sí misma—. Pero nosotros no somos un montón de chatarra ni unos secuaces sacados de los bajos fondos de la sociedad.
—¿No dijo Splinter una vez que los resultados dependen de las líneas que uno está dispuesto o no a cruzar? Se supone que vais a acabar con ese tío, ¿no te preocupa pasar una página sin retorno?
Donatello se paró un momento. No era la misma preocupación de antes, hacía un instante temía que saliesen heridos o algo peor, ahora Kimani se cuestionaba las repercusiones que el asesinato de una persona —si es que se le puede considerar como tal a ese ser— tuviera sobre las tortugas.
Era algo que habían ignorado por completo porque hasta ahora siempre se habían enfrentado a robots que no tenían miedo de destrozar por completo, o que sus enemigos enseguida salían corriendo.
Bueno... nunca habían cruzado esa línea porque no lo habían creído necesario en ninguna de las situaciones que habían vivido hasta ahora, pero se supone que un ninja siempre está preparado, su entrenamiento es prácticamente el de un mercenario con mejor técnica y dominio de las artes marciales.
—Kim, es... Confía en mí —suspiró sin saber cómo explicarlo realmente—. Entiendo que para vosotras los entrenamientos os parezca lanzar puñetazos y patadas unos a otros, pero por eso la meditación forma parte de ello también. Es una manera de mentalizarse para estas cosas. Créeme, podremos con ello.
Kimani seguía sin estar verdaderamente convencida, pero notó la calidez de la mirada de la tortuga en su corazón. No se imaginaba a Donatello en una situación como esa porque sabía que era el chico más encantador que había conocido nunca, pero darse cuenta de lo equilibrado que era y poder decir que estaba preparado para circunstancias tan extremas la tranquilizaba de verdad.
—Está bien —se forzó en sonreír—. Confío en ti —suspiró. Y después de eso se abrazaron como nunca antes, incluso se les escapó una lagrimilla.
No fue raro que, durante las despedidas, a Gino le llamase la atención la pintura negra que su padre y sus tíos se habían aplicado en la cara y el caparazón. Tan pronto como alzó la mano para alcanzar a Raphael y que le tuviese en brazos antes de irse, se manchó las manitas por completo.
—Hala, si ya eres como papi —sonrió Arlet al ver que se pasaba las manos por las mejillas, tratando de imitar el maquillaje de su padre. El pequeño se volvió para mirarla, pero se aseguró de que Raphael le estuviera viendo. Soltó una risilla y apoyó la cabeza en su hombro.
—Ya —sonrió Raphael—. No puedo esperar para entrenarle.
—Ya hemos hablado de esto —respondió Arlet cruzándose de brazos—. Ni se te ocurra entrenarle antes de los cinco años.
—Puede empezar perfectamente a los tres —contestó él.
Arlet se le quedó mirando esperando ganar la discusión otra vez, pero no podía dejar de lado la misión que iban a efectuar esa noche. Suspiró y dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
—Sólo... Vuelve, ¿vale? —murmuró.
—No lo dudes —susurró él posando una mano en su hombro. Le cedió el bebé y buscó algo en su cinturón—. Hasta entonces... ¿me guardas esto, campeón? —sonrió a su hijo extendiéndole su bandana roja.
Gino le miró de reojo, pero no dudó en coger el mejor distintivo que su padre poseía. No tardó en llevar la tela sobre sus ojos como si se fuera a quedar ahí situada permanentemente. Se le resbaló tan pronto como la soltó, pero Raphael la cogió antes de que cayese al suelo.
—Así mejor —decía mientras se la ponía como si de una medalla se tratase.
—A ver cómo se la quitas luego —sonrió Arlet con ironía, ladeando la cabeza para verle bien.
Raphael se rio por el comentario, pero prefirió pensarlo cuando se le presentase el momento. Acarició la mejilla de cada uno a la vez, besó brevemente a Arlet y la frente de su hijo antes de coger sus sai y reunirse con sus hermanos y amigos junto al Party-Bus.
Por último, Leonardo y Naiara se despedían en la entrada del dojo, cuando el líder acababa de coger sus nuevas katanas.
La rubia no podía ocultar que continuaba devastada por la pérdida de Splinter, y estaba casi segura de que tenía algo que ver con la relación que tenía con su padre. Simplemente le dolía ver que alguien más había perdido al suyo, y de la peor manera posible.
Leonardo no tardó en atar cabos y, aparte de que había notado la falta de apoyo mientras estuvo en la granja, entendió que su novia no se había visto capaz de sobrellevar esa situación como otras.
Posó una mano en su hombro con simpatía, esperando poder hacerla pensar en otra cosa. También es cierto que no le salían las palabras, sabía que era una situación extraña en la que probablemente acabarían acurrucados en la cama en silencio, consolándose el uno al otro.
En ese momento no debía ser ella la que le apoyase a él, tenía que ser Leonardo quien la asegurase que no tenía nada que temer, que volvería sano y salvo.
Naiara le miró a los ojos forzando una pequeña sonrisa. Ella tampoco creyó necesario decir nada, por alguna razón pensó que lo estropearía, así que inclinó la cabeza para darle un breve beso de despedida.
Leonardo suspiró inquieto. Le parecía frío irse sin más, pero no sabía qué decir.
Forzó una sonrisa ladeada y entró en la furgoneta con sus hermanos. Eso sí, tan pronto como tomó asiento, se aseguró de que sus ojos encontraban los de su brujita.
Naiara ladeó la cabeza con una sonrisa triste y se despidió de él meciendo la mano al aire.
*
Naiara se había estado mordiendo las uñas casi desde el momento en el que salieron de la guarida, cuando se dignó a sentarse con Arlet y Kimani en el salón.
Arlet estuvo en el suelo jugando y haciendo el tonto con Gino y el perro como si le fuese la vida en ello, en parte era así, si pensaba demasiado en lo que podía estar pasando, estaba segura de que se pondría histérica.
Kimani se había conformado con ver con diversión cómo Gino intentaba llegar hasta Danger estando tumbado boca abajo en el suelo. Desventajas de no saber gatear aún. Cuando llegó hasta el animal, alargó la mano para, sin ningún miedo, coger la cuerda de juguete que tenía entre los dientes.
Arlet tuvo que quitársela a tiempo de que no se la metiese en la boca al igual que Danger. También se preocupó de limpiarle esa mano llena de babas.
Naiara dejó de lado las uñas cuando una de ellas empezó a sangrar. Kimani aprovechó la ocasión como otra oportunidad de evadirse y fue a por el botiquín para ayudarla a desinfectar esa pequeña —aunque bastante dolorosa— herida.
—Tía, no te tenía por las que se morían las uñas —murmuró Kimani vendándole ya el dedo, después de que la rubia sisease de dolor al notar la presión de la venda sobre el desinfectante.
—Es que lo dejé hace mucho, a los catorce o así. Ahora sólo me las muerdo muy de vez en cuando, si estoy nerviosa —suspiró palpando el dedo anular izquierdo, que era el dañado.
—Oye, saben lo que hacen —le aseguró Kimani guardándolo todo de vuelta al botiquín.
—Es que no puedo dejar de pensar en lo que puede salir mal —sollozó apoyando la cara entre las manos.
—Lo sé, pero antes he hablado de ello con Donnie. Están preparados para esto, ¿vale? ¿Crees que se arriesgarían en un combate precipitado? Lo que quieren es librar al mundo de esa cosa. Después de ellos habría más gente, ese tío no se va a conformar con Splinter —explicó Kimani alzando las manos, señalando a la nada pero delatando que ella también estaba de los nervios.
—Puede... Pero no sé. Todo ha sido tan rápido.
—Basta ya, Nai —espetó Arlet volviéndose hacia ellas—. ¿Quieres explicarle tú a mi hijo que va a perder a su abuelo y su padre la misma semana? Venga, díselo —demandó alzando al niño—. Además, ¿quién le va a entrenar para que pueda vengarse algún día? —se cuestionó volviendo a acogerle entre los brazos.
—Puede entrenarle tu padre. Sabía luchar, ¿no? —dijo Kimani encogiéndose de hombros.
—Meh... El kickboxing no intimida como el ninjitsu, y un trofeo de instituto menos aún. Además, lo de mis padres es otro cantar. La cuestión es que te estás poniendo en lo peor porque sí. Así que, o piensas en algo positivo o no pienses —refunfuñó.
—Para ti es fácil decirlo —gimoteó Naiara—. Te has pasado dos horas jugando con Gino y nada más.
—Pues juega tú con él. Y reza para que no se duerma —suspiró levantándose del suelo para poder cederle el bebé a su tía—. Yo también tengo miedo, ¿de acuerdo? La otra noche, Shredder le dio una paliza a Raphael —suspiró desanimada, sentándose junto a ellas cabizbaja—. No me creo que esté tan bien como me aseguró antes de irse...
—Arlet, no te preocupes —le aseguró Kimani posando una mano en su hombro—. Después de todo es un mutante, y hemos visto que se recuperan más rápido que un humano.
—Sí... Somos unas pringadas —sonrió Arlet con ironía para relajar el mal ambiente que ella misma había creado. Las tres se rieron por el comentario, pero sólo fue para disimular los nervios que estaba claro que no iban a desaparecer hasta que tuvieran noticias de los chicos.
*
Un par de horas después, el Party-Bus se detuvo en la entrada de la guarida, y las chicas alzaron la cabeza conteniendo el aliento.
Las cuatro tortugas aparecieron cruzando los tornos. Se les veía cansados y magullados —unos más que otros—, pero estaban vivos. Las chicas se levantaron llenas de alegría al ver que estaban bien y lo más importante, que habían completado su misión con un éxito rotundo.
Ya que Michelangelo no tenía una novia que le recibiese después de una batalla, Naiara le cedió al bebé, que le abrazó con igual ilusión.
—Oh, Dios mío, Leo... —sollozó la rubia ocultando la cara en su cuello. Leonardo la abrazó con dulzura, sabiendo en la falta de palabras de la despedida que, esas lágrimas eran de pura emoción. Las había estado conteniendo toda la noche, pero ahora tenían un significado totalmente distinto.
—Yo también me alegro de verte, brujita —susurró acomodando la barbilla en su hombro, luchando por no emocionarse él también.
Kimani casi se abalanzó sobre Donatello cuando le vio. Prácticamente se colgó de su cuello para que bajase la cabeza a su altura y poder devorar su mejilla a besos. Parecía que no fuese a parar nunca.
—Vale. Kim. Para —decía sin parar, aunque en verdad no quería que lo dejase. Le delataba la sonrisa que tan desesperadamente trataba de ocultar sin éxito.
Acabó tomando sus manos para liberar su cuello y pudo enderezarse lo suficiente como para poder ser él quien besase sus labios.
—Hola —dijo ella de la nada. Ambos sonrieron y continuaron con un tímido beso de esquimal, rozando sus narices con ternura para luego abrazarse.
Raphael en cambio no dudó en coger a Arlet en cuanto se le acercó, aunque puede que se hubiese arrepentido después de las batallas de esa semanita. Naturalmente, se esforzó por ocultarlo, asegurándose de distraer a su prometida con un hambriento beso de bienvenida.
Ella atrapó la cara de la tortuga entre las manos y respondió a ese beso con el mismo entusiasmo, pero no tardó en notar la tensión de Raphael.
—¿Raph? —se cuestionó finalizando el beso. Puso las manos en sus hombros alejándose de él lo suficiente como para que tuviera que soltarla. Frunció el ceño ladeando la cabeza, sabiendo lo que le pasaba.
—Estoy bien —murmuró llevando la mano derecha sobre su caparazón—. Tenías que haber visto al otro —dijo con una sonrisilla.
Arlet sonrió también y le abrazó esperando que su caparazón pudiese soportarlo.
Parece que por fin se acabó el pánico en las alcantarillas, ahora podrían vivir su vida con su familia y amigos sin temer que nadie amenace su seguridad.
Al menos por el momento, tenían constancia de que alguno de los secuaces de Shredder podría estar buscando venganza, pero no se preocuparían de eso ahora.
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