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89. Esfuerzo

ARLET SE ACABÓ CANSANDO DE QUE TODO EL MUNDO ESTUVIESE PENDIENTE DE LAS FECHAS, por lo que convenció a Raphael de que la sacase de la guarida. En fin, ya se fue sola una vez, Raphael no le iba a permitir escabullirse una segunda, estaba bastante más atento.

Aprovecharon para ir a la casa del bosque e intentar montar algunos muebles que habían comprado hace un tiempo; seguían en el garaje sin haberlos sacado de la caja. Aunque hubo un momento en el que Arlet empezó a quejarse de la espalda, por lo que Raphael insistió en que se mantuviese a un lado.

Arlet miraba por el ventanal del salón cómo había empezado a nevar. Resultaba un poco extraño estar en una casa que sólo ella y su prometido conocían y, esperando un bebé. Ladeó la cabeza acariciándose el vientre, ahora cubierto de nuevo por la sudadera porque, ya no hacía tiempo de vestido.

Raphael resopló dando por finalizada la mesa de café, dejando sobre ella el destornillador y levantándose para admirar cómo el salón quedaba acabado. O al menos desde un ángulo, no fuera malo pensar en una televisión ya, para saber el tamaño del mueble sobre el que reposaría.

Sonrió con orgullo colocando las manos en la cintura.

—¿Qué opinas, nena? —preguntó girando la cabeza para ver su reacción, pero en su lugar se mantuvo quieta. Seguía hipnotizada por el panorama de su jardín—. ¿En qué piensas? —quiso saber acercándose a ella, poniendo las manos en sus brazos para sujetarla y unirse a ver lo que fuera que la tenía tan centrada.

Todo y nada en concreto —murmuró ella ladeando la cabeza para reposarla en la sien de Raphael—. ¿No es raro?

—¿El qué?

—Nos estoy imaginando jugando ahí con el perro, Chompy y el bebé —respondió señalando el patio con el mentón—. Pero el bebé está borroso —añadió frunciendo el ceño, como si se esforzase por distinguir la figura que realmente no estaba frente a ella.

Raphael tragó saliva al escuchar a su prometida. Sí que era raro, sí. Por otro lado, la imagen que se le había descrito no le desagradaba en absoluto, casi tenía ganas de que se hiciera realidad. Aunque fuera por que Arlet se quitase un peso de encima, literalmente.

Ella frunció el ceño y siseó con incomodidad llevándose una mano a los riñones.

—Oye, ¿y si nos vamos ya? —preguntó él sabiendo que la estaba costando no derramar lágrimas de dolor.

—¿Podemos quedarnos en el apartamento? No quiero que Mikey me esté persiguiendo, preguntando si son contracciones —pidió rodando la vista.

—Me parece bien —asintió él.

La verdad es que Michelangelo estaba resultando un poco pesado últimamente, sobre todo cuando Naiara y Kimani dedicaron un fin de semana para ellas en el apartamento. En fin, sólo chicas, para tratar de reconfortar un poco a Arlet, pero aun así, Michelangelo se sumó a la fiesta la última noche.

Deberíamos repetir, dijo.

Y lo más probable es que repitan, pero siendo sólo chicas de verdad. Ya encontrarían la manera de que Michelangelo no se enterase, o que lo intente respetar.

* * *

Arlet no pasó muy buena noche. Y bastaba con el hecho de que consiguió despertar a Raphael sólo con rodar un poco por la cama. Esta tortuga era muy difícil de despertar en mitad de la noche, debía de ser una llamada de socorro a grito pelado para que la oyese, pero no, sólo era Arlet intentando buscar una postura que no le destrozase la espalda y con la que el bebé estuviese cómodo y no patease.

Cuando Raphael se volvió a dormir, Arlet prefirió bajar al salón y probar suerte con el sofá. Allí fue donde la encontró la tortuga cuando amaneció, estaba despierta.

—¿En serio? —suspiró viéndola resoplar, pero reacia a moverse.

—Sólo quiero dormir... —gimoteó ella, casi a punto de abandonarse a las lágrimas. Raphael se acercó y se arrodilló a su lado, colocando una mano en su hombro con cuidado.

—Me da que no estás para bajar a la guarida, ¿verdad? —Arlet negó con la cabeza, apretando los labios—. ¿Quieres que me quede aquí? —preguntó acariciando su pelo, dejando pasar algunos mechones entre sus dedos, desenredándolos.

—No, da igual. Sólo quiero intentar dormir. Además, Mikey se va a enfadar si no bajas a poner el árbol con los demás.

—Creo que lo entenderá.

—La que tiene excusa soy yo. Venga vete, ahora anochece rápido, estarás aquí enseguida —le dijo cerrando los ojos, acariciando su mejilla con pereza.

—Está bien —resopló antes de darle un beso en la frente—. Llámame si necesitas algo, ¿vale?

Ella asintió tirando de la manta que la cubría hasta casi ocultar su cara, acurrucándose más y más contra el respaldo del sofá.

*

—...y eso —concluyó Raphael terminando de colocar una de las boas del árbol del dojo que le pasaba Leonardo desde abajo—. No la iba a bajar para que estuviese en la cama muerta del asco.

Ya era por la tarde, y Raphael había estado pendiente del teléfono desde el mismo momento en el que se fue. Claro que, no quería llamar a Arlet para preguntarle qué tal estaba por si había conseguido dormirse. Lo más seguro es que hubiese puesto el móvil en silencio, pero no estaba de más prevenir, más aún sabiendo lo que la mosquea que la despierten.

—Pobrecilla —murmuró su hermano tomando otra boa para que colocase—. Debe de estar harta.

—Está harta desde hace meses. Y ahora yo también, la verdad —refunfuñó. Recordó el momento de introspección de Arlet en la casa del bosque y no pudo evitar sonreír un poco.

—¿Qué piensas? —quiso saber Donatello entrando al dojo junto con Michelangelo y Kimani cargando cada uno una caja en la que guardaban farolillos y luces que colgar.

—Nada. Sólo algo que me dijo Arlet ayer en el bosque.

—Es verdad, ¿cuándo nos vais a enseñar esa casa vuestra? —preguntó Michelangelo.

—Cuando acabemos el piso de abajo, supongo —contestó encogiéndose de hombros, dando por concluida su tarea con las boas y bajando de nuevo al suelo de un salto—. Además, tú lo has dicho, esa casa es nuestra. Nada de aparecer cuando os apetezca.

—Hola chicos —saludó Naiara entrando al dojo con una sonrisa, acercándose a Leonardo para propinarle un beso en la mejilla—. ¿De qué habláis?

—De la casa secreta del bosque —murmuró Michelangelo haciendo un puchero.

—Oh, ¿celebramos allí la Navidad? —le preguntó a Raphael con una sonrisa divertida, alzando las cejas.

—Claro que sí —respondió con ironía—. Tenemos ganas de fiesta —bufó rodando la vista. En ese momento, su teléfono empezó a vibrar. Le extrañó puesto que quería estar seguro de que si le llamaba Arlet respondería rápidamente—. Mira tú por dónde —suspiró con una sonrisilla, pensando que el habiendo hablado de fiestas en su casa, hubieran acabado invocado a la morena—. ¿Estás mejor, nena?

Raphael salió del dojo para poder hablar más tranquilo, permitiendo a los demás acabar con el árbol, pero quedándose delante de las escaleras.

Me he cargado la alfombra del salón... —escuchó gimotear al otro lado de la línea. ¿Acaso estaba llorando o algo? Desde luego ese tono le indicaba que continuaba dolorida, no le hacía falta preguntar si le había dejado de doler la espalda.

—¿Qué? —se cuestionó frunciendo una ceja.

He roto aguas... —respondió con otro gimoteo—. Ayúdame, porfa...

—¿Que has- ¿Qu- ¿De verd- —no acertaba a acabar las frases. Raphael se había cansado casi tanto como ella de ese vientre abultado y las desventajas que conllevaba, deseaba que el bebé naciese de una vez... Pero tampoco se había puesto a pensar en la parte más aterradora.

Raph... Date prisa.

—V-vale. Tranquila, ahora voy.

Raphael colgó y se quedó con el teléfono en la mano sin saber a dónde ir. Sus piernas no parecían responderle, aunque su cerebro tampoco parecía saber por dónde se iba al apartamento de su novia.

Se quedó unos segundos dudando, entrando en pánico hasta que por fin reaccionó. Salió corriendo en dirección al laboratorio para coger su moto del Shellraiser.

Leonardo y Naiara se asomaron por las escaleras a tiempo de ver a Raphael estar a punto de arrancar la puerta corredera del laboratorio. Fruncieron el ceño y compartieron una mirada de sorpresa por la forma en la que había salido. Visto por otro lado, sólo había una razón por la que se había ido a toda prisa.

Sonrieron —especialmente ella— y entraron al dojo de nuevo.

—Bueno, adivinad quién se ha ido —anunció Leonardo acogiendo a su novia bajo el brazo.

*

Arlet tenía razón, la alfombra del salón no parecía que se pudiese reparar con un par de lavados. Fue lo primero en lo que Raphael se pudo fijar cuando apareció por la terraza casi a punto de echar la puerta abajo.

Cerró la puerta tratando de mantener la compostura, pensando que quizás no era buena idea aparecer tan alterado cuando era Arlet la que se iba a llevar la peor parte de la experiencia.

—¿Arlet? —la llamó esperando que su voz no resultase muy temblorosa.

—¡Arriba! ¡En el baño!

Raphael subió las escaleras de dos en dos, de hecho, casi de un sólo salto. La verdad es que estaba claro dónde estaba Arlet, nada más entrar en la habitación, vio que la puerta del baño estaba entreabierta, deprendiendo luz.

Tragó saliva, suspiró profundamente y fue abriendo la puerta poco a poco. Enseguida notó la humedad y el calor del interior, pero lo pasó por alto.

—¿Cómo lo llevas, nena? —preguntó forzando una sonrisa nerviosa.

La cara de ella era inexpresiva, básicamente por la falta de sueño y la posición en la que se encontraba. Estaba en la bañera de cara a la puerta con la cabeza ladeada hacia el exterior, un brazo colgando para mantener el teléfono fuera del alcance del agua.

Se había hecho un moño y desvestido, aunque conservaba una camiseta de tirante fino, negra y ajustada.

—Duele... —gimió pestañeando con pereza, permitiendo que una diminuta y lenta lágrima se le escapase.

—Ya, ya me imagino —murmuró acercándose, arrodillándose a su lado para acariciar su frente—. ¿Pudiste dormir algo al menos? —preguntó comprobando la temperatura del agua, que ya llegaba a Arlet hasta las rodillas habiéndolas flexionado todo lo que su barriga le permitía. Quizás demasiado caliente, pero bueno, ella era una friolera, cerró el grifo.

—Creo que una hora y media —suspiró ladeando la cabeza para poder reposarla en el cuello de su prometido—. Me da que el dolor de espalda de ayer era una señal.

—Eso parece —asintió él inclinando la cabeza para poder juntar la frente con la sien de ella. Cogió el teléfono para quitárselo de la mano y sostenerla él en su lugar.

*

La espera estaba resultando eterna, y el paso de las horas más aún.

A Raphael ya le resultaba bastante frustrante ver a su novia sufriendo las contracciones y no ver ningún tipo de avance, pero tampoco quería decir nada. Prefería que estuviese tranquila y no tener que molestarla.

Arlet debió de llamar a Raphael a las 17:23 de la tarde, debían de ser ya las 03:57 de la madrugada.

A lo largo de esas horas habían intentado moverse, viendo si una postura u otra podía acelerar las cosas. Lo único que fue en incremento era la frecuencia y la fuerza de las contracciones, pero Arlet estaba demasiado cansada. Sobre todo después de intentar hacer sentadillas, como se recomienda en algunas ocasiones.

Ni que decir tiene que acabaron como cuando empezaron.

Después de calentar el agua por tercera vez, la figura de Arlet fue descendiendo hacia un lado, quedando recostada en la bañera con los ojos entrecerrados y la sien derecha en el borde. Las puntas de los mechones de pelo que escapaban de su moño, empezando a humedecerse.

Raphael seguía arrodillado junto a ella, rodeándola con un brazo para asegurarse que su cabeza quedase por encima del agua. En la otra mano sostenía su T-phone porque de vez en cuando le daba por consultar algo sobre partos, claro que había ocasiones en las que se arrepentía. Miró la hora por enésima vez y resopló antes de dirigirse a Arlet.

—Bien... —suspiró resignado, sarcástico—. Llevas oficialmente doce horas de parto —dijo bajando la bandana hasta el cuello. Se frotó los ojos y dejó el teléfono en el suelo, donde no se mojase mucho.

Mm-hum —murmuró ella con los ojos cerrados.

—¿Estás bien? ¿Han parado las contracciones? —preguntó inclinándose un poco más cerca de ella, presionando la mejilla izquierda en el borde de la bañera, tras el hombro de Arlet.

—No... Pero estoy tan cansada que ya no puedo quejarme... —se colocó para estar tumbada sobre su espalda en vez de sobre su hombro y abrió los ojos para mirar perezosamente a la tortuga.

Ambos compartieron media sonrisa de resignación, de decepción porque esa tortura no se acababa.

Cerca de unos veinte minutos después, Arlet soltó un corto grito ahogado que la obligó a inclinarse hacia adelante sujetándose el vientre con una mano y agarrando con fuerza —la poca que le quedase— el borde de la bañera con la otra.

—¿¡Qué!? ¿¡Qué!? ¿¡Qué!? —preguntaba frotándose los ojos. Seguramente se hubiera dormido parte de esos veinte minutos, bien por cansancio bien por aburrimiento; ahora podía apreciar a Arlet gimiendo de dolor y tratando de controlar la respiración inclinada hacia adelante.

Gateó hasta poder estar a su lado en vez de detrás para ver cómo estaba. Puso una mano sobre la de ella, la que usaba para mantenerse erguida.

—Nena, ¿es...?

—Sí —respondió en un hilo de voz, mirándole con la cara enrojecida y lágrimas recorriendo sus mejillas.

Difícilmente, aunque con la ayuda de Raphael pudo ponerse de rodillas y estar frente a él. De alguna manera estar inclinada así mitigaba un poco el dolor, por no mencionar que la posición de sus piernas le parecía más práctica puestos a expulsar un bebé.

Arlet se negaba a soltar un solo alarido de dolor, por mucho que su pecho se lo pidiese, pero no pudo obligarse a contener más lágrimas. Agachó la cabeza y colocó las manos en los hombros de su novio.

Raphael estaba entre asustado y orgulloso. En los ojos de Arlet había visto pánico absoluto cuando se puso de rodillas frente a él, aunque inclinase la cabeza para evitar que la viese así. Puede que estuviese llorando, pero en silencio, le sorprendía que no estuviera gritando. No podía dejar de pensar si alguna vez habría pasado por un dolor semejante. Estaba asombrado y aterrado, por eso deseaba que acabase de una vez.

Colocó las manos en sus brazos para ayudarla a mantener la postura, necesitaba mantenerse erguida sobre las rodillas y estaba muy cansada; notaba la fuerza que estaba haciendo para evitar que su chica volviese a acabar recostada sobre su hombro.

Se dio cuenta de que Arlet había empezado a empujar, pero que no acertaba a controlar su respiración. Aprovechó para frotar sus brazos en señal de consuelo, en algún momento el cuello o la cabeza:

Shh... Ya queda poco —susurró tratando de consolarla, buscando contacto visual.

—Raph, no puedo hacerlo... —lloró negando con la cabeza, volviendo a inclinarla al sentirse una verdadera inútil.

—Claro que puedes —respondió sonando incluso ofendido por el comentario—. Eres una luchadora. Y serás una madre estupenda —afirmó secando sus lágrimas con los pulgares. Ella sólo reposó la cabeza en el cuello de Raphael cuando quiso acogerla en un pequeño abrazo—. Vamos pequeña, un último esfuerzo —la besó en la frente y tomó su mano derecha.

Arlet asintió y suspiró antes de empujar, apretando con la poca fuerza que le quedaba la mano del mutante. Raphael la miró con sorpresa pensando que se estaba desmayando o algo por el estilo porque parecía una caricia más que un apretón, pero no, de verdad que lo estaba intentando y que no podía concentrar más esfuerzo en la mano.

Era todo lo que la había pedido, esfuerzo. Y con eso sonrió, sabiendo que no se estaba dando por vencida.

Ya que lo de sujetar su mano no estaba resultando de mucha ayuda, Raphael la soltó y se inclinó un poco más para quedar su cara a un nivel inferior de la de Arlet, ayudándola a mantener la respiración y tratando de distinguir cuándo empujaba y cuándo se tomaba un pequeño respiro.

Respiros pocos, estaba claro que quería acabar cuanto antes.

Después de unos empujones más, Raphael notó que Arlet no estaba respirando. Al mirarla, vio que estaba incluso más colorada que antes y tenía los ojos fuertemente cerrados.

—¿Nena? —se cuestionó ayudándola a erguirse de nuevo, aunque ella mantuviese la cabeza gacha. Tragó saliva indeciso, pero una parte de él le obligo a introducir la mano en el agua, entre las piernas de Arlet y sí, tocó la cabeza.

Se irguió sobresaltado para poder introducir más profundo el brazo, no pudiéndose creer que de verdad fuera el momento. A Arlet le llevó otro par de empujones hasta que por fin pudo suspirar aliviada y dejar que su cuerpo se recostase de nuevo sobre su hombro derecho, cerrando los ojos.

Raphael consiguió evitar que el bebé tocase el fondo de la bañera, pero no perdió tiempo, en cuanto lo sacó del agua lloró.

Arlet no fue capaz de procesar lo que ocurría a su alrededor, tenía la visión borrosa. Únicamente fue capaz de volver a recostarse sobre su espalda y tratar de recuperar el aliento, colocando los brazos en los bordes de la bañera para evitar que su cabeza acabase en el agua.

Raphael estaba perdido viendo al bebé, lo cual era más agradable cuanto menos parecía llorar, que gracias a Dios fue poco. No se lo podía creer. Casi le parecía más difícil de creer que él no estuviese llorando también, por fin lo tenía en brazos... Pero entonces vio a Arlet. Decidió que tenía que darse prisa, limpiar al pequeño y sacar a su novia de la bañera.

Se puso en pie alcanzando una toalla y salió del baño limpiando a la criaturita, que ya apenas gimoteaba moviendo los bracitos y las piernas.

*

Arlet estaba medio consciente, pero no faltó el terminar de despertarse con el toque en la mejilla. Ese era siempre Raphael, siempre la despertaba de la misma manera, aunque esta vez no le salía cabrearse con él. Abrió los ojos con pereza y le encontró arrodillado junto a ella con una pequeña sonrisa boba y los ojos ligeramente enrojecidos.

Claro que, ella pensó que sería también por falta de sueño, no porque se estuviera emocionando o, que hubiera derramado un par de lágrimas mientras secaba a su bebé.

—¿Cómo está? —preguntó débilmente, tratando de compartir esa sonrisa.

—Es un niño, nena —le dijo manteniendo una sonrisa ladeada, acariciando su mejilla con dulzura—. ¿Cómo estás tú?

—Sigo gorda, ¿tú qué crees? —murmuró con decepción al ver su aún abultado vientre. Ahora parecía tener un embarazo de cinco meses, solo que no notaba movimiento y era más blando al tacto.

—Kim dijo que eso se pasaría en un par de meses, ¿no? —dijo tomando la camiseta para quitársela, obligando a Arlet a levantar un poco los brazos. Le quitó la goma de pelo dejando que esos alocados y enredados mechones cayesen.

—Eso no hace que me sienta mejor —suspiró inclinándose un poco hacia adelante para abrazarse a sus piernas y poder apoyar la mejilla en las rodillas. Era algo que echaba de menos.

—A ver qué tal esto —sonrió Raphael sumergiendo un brazo para buscar el tapón de la bañera y permitir que esa agua sucia se fuese.

Cogió a Arlet en brazos y la llevó con él hasta la ducha, donde la dejó sobre sus pies pero bien sujeta contra su caparazón en un tierno abrazo que casi se asemejaba a un baile lento. Cuando Arlet descansó la mejilla en su hombro, mirando al lado opuesto de su cabeza, encendió la ducha para poder darse un respiro ellos dos también.

Arlet suspiró complacida al sentir el agua cayendo sobre ella, como si la estuviese masajeando. A lo mejor era Raphael, que no dejaba de recorrer su cuerpo con ambas manos para aplicarle el gel y, más tarde el champú. Un masaje de cuero cabelludo era de lo más agradable.

—¿Estás mejor? —susurró Raphael en su oído, ahora meciéndola delicadamente.

Mm-hum... Aunque tengo las piernas entumecidas... —murmuró en su cuello.

—Yo te llevo —sonrió él con ironía.

*

Que tuviera las piernas entumecidas no significaba que no pudiese caminar, pero bueno, no estaba de más dejar que a una se la mime por una vez. Ya que su pijama largo estaba en la cesta de la colada por la placenta, Arlet se tuvo que conformar con el pijama de verano. Sí, obligó a Raphael a estar un rato de más secándole el pelo, para entrar en calor.

La cuestión es que Raphael la llevó en brazos hasta la cama, donde esperaba su hijo cubierto entre una suave manta beige claro.

Ella no apartó la vista de esa manta porque veía algo de movimiento, pero Raphael lo parecía haber cubierto bien. Daba igual que se la hubiera acostado y arropado a su lado, el bebé permanecía siempre oculto.

No pudo esperar a que Raphael le extendiese el bebé, pero sintió cómo se sentaba a su lado cuando la vio alargar los brazos para cogerlo.

Se puso nerviosa al tener que palpar un poco a ciegas para averiguar cómo lo estaba cogiendo sin verlo, pero consiguió situarlo correctamente entre sus brazos antes de descubrir su carita.

—Hola, petardito —suspiró con una pequeña sonrisa ladeada, haciendo a Raphael sonreír también con incredulidad al escuchar el apodo del bebé.

—¿En serio? —dijo aún sonriendo.

—Es igualito a ti —sonrió ella conteniendo un puchero. La sonrisa de Raphael se desvaneció al distinguir la expresión de Arlet, esos ojos vidriosos y la sonrisa difícil de mantener. Iba a llorar otra vez, aunque al menos sabía que esta vez no era de dolor o desilusión.

Aw, pequeña... —dijo acercándose, viendo cómo ella estrechaba a su hijo contra su pecho y dejaba un par de lágrimas correr. La rodeó con un brazo para que inclinase la cabeza y poder hacer que sus frentes se juntasen, claro que, quizás hacían cerrado demasiado el espacio. El pequeño se empezó a retorcer un poco haciendo un sonido similar a una queja.

Arlet lo separó un poco de su pecho y aprovechó la confusión para secarse esas lágrimas con la manga, aunque daba la impresión de que nunca acabaría por secar las lágrimas de sus pestañas.

—Al menos no llora —intentó sonreír ella, esta vez sin lágrimas.

—Quizás deberías darle de comer por si acaso —apuntó Raphael dándole un toque en la nariz. Ella descendió la mirada para ver al niño que, sí que parecía lo suficientemente inquieto como para estar demandando algo.

—Buena idea —susurró arrugando la nariz, mirándole de nuevo—. Pero mientras mi fábrica esté abierta, de los pañales te encargas tú —añadió remangándose su suéter, nunca habiendo roto el contacto visual con su prometido.

—¿Podemos negociarlo? —preguntó él ladeando la cabeza con una expresión incómoda.

90. Dime un artista que se llame así

RAPHAEL FUE AL BAÑO PARA MOJARSE LA CARA DESPUÉS DE LO QUE HABÍA PASADO, necesitaba refrescarse y, puede que recapacitar. Una parte de él no se acababa de creer que de verdad tuviera un hijo, aunque fuera igualito a él.

No es que se hubiera parado a mirar el álbum de fotos que tenía Splinter de cuando eran pequeños, cosa que al parecer Arlet sí que había visto, pero lo notaba. Su corazón le decía que en unos años, sería como mirarse al espejo. Puede que no al cien por cien, pero aun así.

Se incorporó con las manos aún en la cara y miró su reflejo en el espejo. Tenía ojeras por la falta de sueño y se sentía bastante cansado pese a la adrenalina y euforia de haber ayudado a nacer a esa tortuguita. Suspiró reincorporándose, tomando la bandana que continuaba en su cuello para quitársela.

Alcanzó una toalla para secarse la cara y salió del baño esperando que Arlet hubiera terminado de darle de mamar al pequeño. A lo mejor debería llamar a sus hermanos para decirles que todo había salido bien.

―Oye, nena, puede que haya que llamar a- ―se detuvo en seco al notar a Arlet recostada sobre su hombro derecho, oculta entre las voluminosas sábanas blancas. Rodeó la cama frunciendo el ceño, extrañado por la situación. No es posible que se haya desmayado, ¿verdad?, pensó. Cuando llegó a su lado de la cama, donde las sábanas estaban más lisas, pudo apreciar mejor la escena.

Arlet había vuelto a dejar al bebé en el colchón arropado en la suave manta que Raphael había escogido, cubierto parcialmente con las sábanas de la cama y habiendo apartado un poco la almohada para que estuviera más cerca de ella.

Ambos estaban casi boca abajo, con las cabezas giradas para mirarse aunque estuviesen ya dormidos. Arlet tenía media cabeza en la almohada y, estaba tan cerca de la del bebé que parecía que estuviese besando su frente.

Raphael no pudo evitar sonreír. Se aproximó quedando una rodilla sobre el colchón para poder arropar a Arlet mejor, y es cuando se fijó en un detalle más. De la manta del bebé, escapaba su manita, con la que había atrapado el dedo índice de su madre.

Se alejó con cuidado resistiéndose a la tentación de besar sus cabezas, no quería despertarles por error. Sacó el T-phone de su cinturón y salió de la habitación para llamar a sus hermanos.

*

Naiara y Kimani quisieron quedarse en la guarida hasta recibir noticias; claro que, ellas no fueron capaces de aguantar como las tortugas. Acabaron quedándose dormidas en el sofá.

Naiara, tratando de permanecer despierta cuanto pudo, quedó sentada abrazando sus piernas y con la cabeza en las rodillas. Kimani en cambio, se rindió quedando tumbada boca abajo con los brazos bajo la mejilla.

Después de asomarse una vez más a través de la puerta de la cocina para ver cómo aguantaban las chicas, Donatello sonrió con diversión y entró de nuevo con sus hermanos. Tomó asiento junto a Michelangelo y cruzó los brazos sobre la mesa.

―Bueno, ya han caído. Las dos ―informó en un largo suspiro. Leonardo, quien estaba apoyado en el frigorífico con los brazos cruzados, contuvo una risa y agachó la cabeza asintiendo para sí poco sorprendido, no habiéndose movido.

―¿Cuánto más van a tardar en llamar? ―gimoteó Michelangelo aburrido, dejando que su cabeza quedase reposando en la mesa. Alzó una mano lo suficiente como para sacar su T-phone del cinturón y ponerlo en su ángulo de visión para comprobar si tenía notificaciones.

―Los partos de las madres primerizas pueden ser largos, Mikey ―resopló Donatello pasándose una mano por la cara para mantenerse despierto. Incluso él empezaba a notar cómo la suma del cansancio y el aburrimiento le creaba la necesidad de irse a la cama.

―Eso y que a lo mejor ni llama ―añadió Leonardo―. Raph dijo que Arlet no había dormido nada anoche, súmale esta otra noche en vela. Querrán descansar ―dijo encogiéndose de hombros.

La verdad es que fue toda una ironía que después de decir eso, su teléfono empezase a sonar. Se irguió despegándose de la nevera ligeramente sobresaltado y comprobó quién podía estar llamándole a esas horas. Leonardo no tuvo que decir nada, tan sólo la forma en la que arqueó las cejas sorprendido bastó a Michelangelo para salir corriendo de la cocina llamando a Splinter y las chicas.

Leonardo respondió la llamada y le pidió a Raphael un momento para poner el altavoz y que llegasen los demás. Splinter llegó enseguida y Michelangelo tuvo que ayudar a las chicas porque parecían verdaderos zombies. Kimani pestañeaba una y otra vez, frotándose los ojos con cautela.

Naiara se abrazó al brazo de Leonardo para mantener el equilibrio y a la vez quedar cómodamente recostada sobre él. Kimani prefirió tomar asiento junto a Donatello, quien la rodeó con un brazo para asegurarse de que no se cayese.

―¿Y bien? ¿Cómo ha ido? ―preguntó Leonardo dejando el teléfono en el centro de la mesa.

Ha sido largo, y aterrador... ―respondió Raphael después de resoplar. Kimani bostezó, aunque no por falta de interés―. Me alegro de que se haya acabado.

―¿Y qué tal está Arlet?

Cansada. En cuanto me he dado la vuelta se han quedado dormidos, los dos.

―¿Y cómo es? ¿Es niño o niña? ¿Podemos ir a verlo? ―preguntó Michelangelo sin poder contener su entusiasmo, casi subiéndose por la mesa para gritar a través del teléfono.

No voy a decir nada, ya lo veréis a la noche.

―¿Por qué no ahora? ―gimoteó el menor.

Porque estamos cansados, han sido doce largas horas. Dadnos un respiro.

―¿Recuerdas los horarios? ―preguntó Kimani suprimiendo un bostezo.

Sí... En dos horas y media tendré que despertar a Arlet otra vez... ―suspiró él con desgana.

―Podemos echaros una mano si queréis ―ofreció Naiara sin haber despegado su mejilla del brazo de Leonardo. Su novio la miró con una sonrisa incrédula.

―Tú no estás más despierta, brujita.

―¿Pensasteis en algún nombre? ―quiso saber Splinter.

Mm... Nop. Supongo que eso sea la batalla de mañana ―contestó suprimiendo una risa, aunque a lo mejor lo decía de verdad. Es decir, era algo en lo que los dos debían estar de acuerdo y, por alguna razón sabía que iban a discutir sobre cada opción―. En fin... Ya os llamaré. Adiós.

Los demás se despidieron también y desearon suerte a la tortuga que ahora se enfrentaba a la paternidad. Leonardo tomó su teléfono y lo guardó mientras rodeaba a Naiara con un brazo y ayudarla a llegar hasta la habitación.

―Bueno, ya lo habéis oído ―murmuró el líder―. Hasta mañana ―sonrió despidiéndose de sus hermanos, el Sensei y Kimani. Naiara meció una mano porque ya no era capaz ni de mantener los ojos abiertos.

Donatello ayudó a Kimani a levantarse y la acompañó también a su habitación.

―¿Llamaste a tus padres? ―le preguntó.

―Le mandé un mensaje a mi madre cuando vi que se estaba haciendo tarde ―bostezó asintiendo―. He tenido que tirar las lentillas ―refunfuñó.

―¿Te quedaste dormida con ellas? ¿Otra vez?

―No sé de qué te quejas, soy yo la que sufre las consecuencias.

―¿Cómo podéis iros así? ―se cuestionó Michelangelo―. ¿Es que no queréis conocerle? Es nuestro sobrino, o sobrina.

―Michelangelo, es una situación estresante de la que conviene que descansen, tanto el bebé como sus padres ―le dijo Splinter―. Ve a la cama. Lo conocerás antes de que te des cuenta ―añadió encaminándose a su habitación. La tortuga de naranja resopló con decepción y caminó cabizbajo hasta su habitación.

*

―Arlet. Arlet, nena, despierta ―escuchaba ella susurrar en la distancia, como si formase parte de un sueño.

Tragó saliva y se lamió los labios con resignación porque poco a poco fue consciente de que la estaban despertando. Lo primero que vio es que su hijo no estaba junto a ella, aunque no procesó la información lo suficientemente rápido como para alarmarse.

Se irguió con pereza sobre su antebrazo derecho y se frotó los ojos con la otra mano, pudiendo ver cada vez más nítidamente y descubriendo a Raphael sentado a los pies de la cama con el bebé en brazos.

Ey... ―saludó ella con pereza, forzando una pequeña sonrisa ladeada.

―El peque quiere saber qué hay de menú ―sonrió él con ironía, meciéndolo delicadamente. Arlet rodó la vista, pero suspiró y gateó hasta ellos para poder apoyar la mejilla en el hombro de Raphael y ver al pequeño.

―¿Cómo puede tener hambre si está dormido? ―le susurró al oído.

―Antes se movía ―susurró él también. Arlet le frunció el ceño desacreditándole―. Es verdad, se frotaba los ojos con el dorso de las manos. ¿Qué tal si seguimos las normas por una vez?

―¿Seguir las...? Empiezas a asustarme ―dijo pretendiendo parecer realmente sobrecogida por la insinuación. Raphael asintió lamiéndose los labios para aguantarse esa sonrisa de resignación―. Sí, recuerdo la info sobre la lactancia ―añadió Arlet rodando la vista―. Pero vamos al salón, creo que el sofá es más cómodo si me voy a tener que estar despertando cada tres horas.

―¿Puedes?

―No me he vuelto inválida, ni coja ―refunfuñó poniéndose sus divertidas zapatillas rojas―. Vamos, papi ―le dijo tomando la delantera hasta el piso de abajo.

* * *

Sí, casi había amanecido. Y sí, Raphael dijo que necesitaban descansar y que no quería visitas hasta la noche, pero se vieron forzados a llamar a Leonardo y Naiara y que les hicieran un favor.

Resulta que, como no contaban con el parto así tan de repente, no tenían lo necesario para el bebé, menos aún en el apartamento. Lo único que realmente tenían eran los dos chupetes que les regaló Naiara en el cumpleaños de Arlet, cosa que estaba en la guarida.

Lo segundo es que necesitaban pañales. Por suerte el bebé no parecía haber comido lo suficiente o digerido tan rápido como para que ocurriese nada tan desagradable de limpiar. Arlet ya había dicho que no se iba a molestar en limpiar esa manta en la que le envolvían, iba a ir directa a la basura.

Mientras esperaban, Raphael y Arlet pensaron que ya iba siendo hora de desayunar, y puede que escoger el nombre del pequeño.

La tortuga estaba en la cocina preparando su café con leche y un tazón de leche con cacao para Arlet. Raro, sí, pero se ve que aún conservaba el antojo por el dulce. Ella estaba en el salón recostada sobre el reposabrazos más alejado, para poder verle desde ahí. Tenía el portátil sobre sus rodillas ligeramente flexionadas y el brazo izquierdo escondido bajo la manta con la que estaba cubierta.

―Ni de coña ―dijo Arlet al haber escuchado la última propuesta de Raphael, habiendo hecho hincapié en cada una de las palabras. La tortuga resopló largo y tendido haciendo que su cabeza ladease en un eje circular sobre su cuello. La verdad es que llevaban así un rato.

―No he oído ninguna propuesta tuya, nena ―respondió lanzándole una mirada acusadora.

―¿Cómo que no? ¿Qué hay de-

―Una buena ―concretó interrumpiéndola. Arlet aguantó la respiración para morderse la lengua y no contestarle―. ¿Se te ocurre algún otro? ―preguntó tratando de relajarse, agitando un sobre de azúcar para poder verterlo en su café.

―No sé... Me gusta Alessandro, pero no veo que le pegue mucho ―gimoteó pasando el dedo por el sensor del portátil, buscando más opciones. Instantes después, Leonardo y Naiara llamaron a la puerta de la terraza. Raphael se acercó a abrirles.

―¿Qué tal todo, papás? ―sonrió Naiara entrando delante de Leonardo, que cargaba con el paquete de pañales que había comprado la rubia―. Felicidades ―dijo antes de abrazar a la tortuga de rojo. Arlet forzó una sonrisa levantando la cabeza para darles la bienvenida de forma silenciosa.

―Gracias ―respondió Raphael devolviéndole el abrazo―.

―Creí que lo teníais todo cubierto ―bromeó Leonardo dejando el paquete junto al sofá, antes de darle la mano a su hermano.

―A veces se tienen fallos ―murmuró Arlet volviendo la vista a la lista de nombres que había buscado en el ordenador, apoyando la cabeza en el respaldo y bostezando.

―¿Pudiste dormir? ―preguntó Leonardo tomando asiento junto a Arlet, con cuidado de no comprometer la estabilidad de su portátil al estar precariamente sobre sus rodillas. Ella ladeó la cabeza arqueando las cejas con indecisión, no sabiendo qué responder exactamente.

―Algo... Ahora lo que me quita el sueño es no ponernos de acuerdo en un nombre ―susurró esperando que Raphael la escuchase―. Me han limitado mucho la lista.

―Tú también, nena ―refunfuñó él. Leonardo y Naiara compartieron una mirada a la vez que contenían una sonrisa divertida.

Emm... ¿Y dónde está el peque? ―preguntó la rubia alzando el paquete de los chupetes. Raphael la miró ladeando la cabeza pensativamente, fijándose especialmente en los chupetes y su color. Uno verde y otro marrón.

Hum... Creo que el verde es redundante ―dijo echándole un vistazo a Arlet, que asintió apretando los labios.

―¿Es que es verde? ―se cuestionó el líder arqueando una ceja.

Arlet rodó la vista con inocencia antes de echar un vistazo bajo su manta, se encogió de hombros cerrando el portátil y dejándolo a un lado para moverse más cómodamente. Metió la mano derecha en la manta para colocarse el top y, acabó descubriendo al bebé, que se lamía los labios después de almorzar por segunda vez.

―¿Quieres cogerle, Tío Leo? ―ofreció con una sonrisilla. Leonardo dudó un momento, pero no tardó en extender las manos para coger a su sobrino. Naiara se acercó sentándose en el reposabrazos y pasando una mano por los hombros del líder.

―Qué mono ―dijo ladeando la cabeza con ternura―. Raph, es igualito a ti ―sonrió mirándole. Él frunció el ceño confundido pero en realidad sabiendo lo que pasaba, caminó hasta el salón con el tazón de leche y cereales de Arlet, pudiendo extendérselo ahora que no estaba sujetando al bebé.

—Tú también has visto las fotos, ¿no?

―Fue idea de Mikey ―admitió con una sonrisa vergonzosa. Abrió el paquete de los chupetes y cogió el marrón; descubrió la carita del bebé para alcanzar a ver su boca y le acercó el chupete. Rozó sus labios con él para que fuera él mismo el que abriese la boca y no obligarle a cogerlo. El pequeño abrió la boca y lo tomó no tardando nada en tratar de succionarlo, haciendo que la rubia casi se derrita de ternura.

Hum... El marrón le sienta bien ―sonrió Arlet después de tragar sus cereales―. Hala, ponle el pañal antes de que tengamos un accidente ―le dijo a Raphael ladeando la cabeza. Él la miró antes de rodar la vista, suspiró y caminó hasta la cocina cogiendo el paquete de pañales para sacar uno.

―¿Necesitas ayuda? ―preguntó Naiara. Raphael, y los demás, la miraron frunciendo el ceño―. ¿Qué? Hice de canguro un par de años, los pañales pueden ser complicados al principio ―explicó tomando al bebé de los brazos de su novio. Arlet y Leonardo compartieron una mirada, pero se encogieron de hombros con una sonrisa.

―Está bien saberlo ―murmuró Arlet tomando otra cucharada.

―Está bien ―suspiró Raphael viendo cómo Naiara dejaba al bebé en la encimera de la cocina y le descubría para mostrarle cómo se le ponía el pañal correctamente―. ¿Has pensado algún otro nombre, nena?

―Me gusta Gino ―dijo dejando la mirada perdida, con su tazón de leche a escasos centímetros de sus labios.

―Dime un artista que se llame así ―demandó poniendo ambas manos sobre la encimera, mirándola de reojo.

―Severini ―respondió ella al momento, sin siquiera pestañear. Se lamió los labios y se tomó su leche mientras esperaba la respuesta de Raphael. La tortuga miró a su hijo ladeando la cabeza, viendo cómo el pequeño pataleaba ligeramente cuando Naiara volvía a envolverle.

―Vale, me gusta ―murmuró encogiéndose de hombros, no queriendo entusiasmarse por haber quedado de acuerdo con su prometida.

Arlet echó la cabeza hacia atrás y alzó el puño en señal de victoria, y alivio.

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