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88. Sólo tú

LAETICIA SE ALEJABA DE SU ANTIGUA ALUMNA AÚN SORPRENDIDA, constantemente luchando por no volver la vista y comprobar una vez más si es que se lo había imaginado.

Claro que una vez dobló una esquina, se detuvo para estar a solas con su mente un momento. Con dificultad ya que su gran pañuelo le dificultaba la visibilidad, bajó la cabeza para mirar detenidamente la bolsa que llevaba.

Llevaba un par de días con una sensación extraña en el abdomen que le había molestado lo suficiente como para acabar yendo a la farmacia y comprar algo para remediarlo; pero ahora que había visto a Arlet... empezaba a pensar que podía ser algo más que una simple molestia. En fin, también tenía una falta...

Levantó la cabeza con el labio tembloroso y pestañeando una y otra vez nerviosa.

—No... N-no puede ser, ¿verdad? —se dijo.

Desde luego lo último que pensaba de esa pequeña pero reiterada molestia era que resultase estar embarazada. No quería creérselo, es decir, llevaba viviendo con el tigre mucho tiempo, siete años y medio ya. ¿Cómo iba a quedarse embarazada ahora? Nunca antes habían usado protección, y tampoco había tenido ningún susto ni sospecha semejante.

Cada vuelta que le daba le hacía creer que la idea era sencillamente ridícula, pero cuando quiso darse cuenta vio que estaba volviendo sobre sus pasos en dirección a la farmacia. Ni que decir tiene para qué.

*

Cuando llegó al apartamento, siguió la rutina de siempre. Dejó la bolsa de la farmacia en la encimera, el bolso en la estantería, las gafas y el pañuelo en otra y el abrigo en el gancho que había tras la puerta.

Trataba de mentalizarse que no debía estar nerviosa, Tiger Claw se había quedado en esa casa de locos en la que estaban hospedados su jefe y sus compañeros. Tenía hasta el anochecer para salir de dudas y, lo más seguro es que no tendría por qué decirle nada de este susto.

Cogió la prueba de embarazo de la bolsa esforzándose por mantener una expresión neutral y no imaginarse la cara que le pondría el tigre si por un casual descubre lo que iba a hacer. Fuera un error o no, sabía que iba a tener que responder a muchas preguntas puede que a punta de pistola.

Va a dar negativo, está claro. ¿Cómo voy a tener un hijo con un tigre mutante?, se repetía con una sonrisa nerviosa.

Se había hecho a la idea de que todo era una broma hasta el mismo momento en el que se hizo la prueba. A partir de ahí, era real.

Dejó la prueba boca abajo en el lavabo y caminó de un lado a otro del baño sin poder evitar mirar el palito de plástico. Hubo veces en las que se acercaba y le daba la vuelta para comprobar si el resultado ya era visible. Siguió así hasta que por fin pudo distinguir que en una de las pantallitas había una línea rosa.

Suspiró cerrando los ojos y ocultando las pantallitas con el pulgar mientras seguía esperando que sólo fuese una bromita de la biología. Una vez soltó todo el aire de sus pulmones, abrió un ojo y quitó el dedo de las pantallas.

El resultado casi hace que su corazón de detenga.

—Oh, Dios mío... —suspiró sintiendo que sus pulmones se vaciaban por completo, empezando a pensar que era incapaz de volver a llenarlos. Se llevó una mano a la cabeza sin poder apartar la vista de la prueba, temiéndose la reacción del tigre—: Se va a enfadar...

*

Laeticia se pasó todo el día dándole vueltas a la cabeza barajando distintas opciones, pero estaba claro que lo que más miedo le daba era la reacción del tigre.

Se le ocurría de todo menos un escenario en el que Tiger Claw la sonriese y felicitase por las noticias, celebrando con un abrazo el que iba a ser padre. Lo cierto es que esa idea le resultaba extraña hasta a ella, es decir... ¿cuántas veces le había visto sonreír? ¿Dos o tres como mucho?

Quizás se estaba viendo venir. Aunque se lo hubiese podido plantear en algún momento —puesto que él en realidad nació siendo humano—, el ser un mercenario de ya cuarenta años le impedía pensar en tener hijos a esas alturas.

Si es que fuera posible claro.

Lo era... Laeticia sabía perfectamente que no había yacido con nadie salvo el tigre. De todas formas, ¿estaría él tan seguro de ello?

Laeticia creyó que lo mejor sería callárselo una temporada. Quizá se le ocurría alguna forma de ir testeando el terreno, tratando de imaginar con una situación hipotética en la que el tigre diese su opinión...

Va a ser difícil soltar alguna frase al tuntún y que Tiger Claw no le dé más vueltas de las necesarias.

* * *

Laeticia dejó pasar un par de días, pero Tiger Claw no tenía un pelo de tonto.

Estaba familiarizado con el nerviosismo de la humana, en ocasiones sabiendo que trataba de ser prudente si es que venía enfadado de una misión fallida o algo por el estilo. Sabía perfectamente que el silencio y la forma de evitar el contacto visual de Laeticia no era el de siempre, le estaba ocultando algo, y estaba dispuesto a descubrirlo.

Quizás para esa misma noche en la que fue a cenar con ella, porque no es que tuvieran un mejor cocinero en la mansión de Shredder, ya había descubierto de qué se trataba. De todas formas, quería ver si conseguía que fuera ella quien lo dijera primero.

—Laeticia —la llamó sacándola de sus pensamientos—. ¿Ha ocurrido algo en mi ausencia? —preguntó ladeando la cabeza con desconfianza, esperando que dedicarle una mirada de insistencia fuese suficiente para sacarle la información que le guardaba.

—No —murmuró negando con la cabeza, volviendo a clavar la vista en su plato.

—¿Estás segura? —insistió con un siseo.

Tiger Claw notó cómo ella tragaba saliva y evitaba mirarle apretando los labios. Por una parte le sorprendía que tratase de mantenerse firme, pero... no soportaba que se atentase contra su orgullo.

Dio un fuerte golpe sobre la encimera con la garra abierta, haciendo que Laeticia diese un respingo en su silla y soltase el tenedor sobre su plato. Al levantar la garra de nuevo, Laeticia vio la prueba de embarazo.

—¿De dónde has- —trató de hablar ella, atragantándose con sus palabras pero, interrumpida por las demandas del felino.

—¿Quién? —siseó con la mirada fija en Laeticia, como si el simple hecho de quedársela mirando fuese suficiente para hacerla cantar.

—¿Qué quieres decir con «quién»? —se cuestionó ella con el ceño ligeramente fruncido por la confusión.

—No me torees, Laeticia —demandó alzando la voz, haciendo que ella pestañease asustada y se encogiese un poco—. ¿Quién es el padre? —demandó

—Tú —respondió ella sin ser capaz de mirarle al ojo.

Era justo lo que se había temido, ahora la odiaría porque pensaba que le había engañado. Sin pensar siquiera en cuándo pudo haberlo hecho, con quién o, cómo se le ocurriría si es que conocía perfectamente las consecuencias de desafiarle. Nunca se hubiera atrevido, aunque hubiera querido hacerlo.

Era raro que Tiger Claw no intentase rebatir su absurdo comentario, hacerle creer que un tigre y una humana podían tener un hijo. Laeticia sabía que en su cabeza estaba pasando algo más, pero nunca se hubiera imaginado verse en esa situación.

Tiger Claw alcanzó la mano derecha de Laeticia y su machete en un rápido movimiento de garras con el que ya de paso, tiró la cena al suelo provocando un gran estruendo. Ella tuvo que levantarse porque había estado manteniendo las distancias desde que descubrió que estaba embarazada, ahora se encontraba inclinada sobre la encimera viendo cómo el tigre la amenazaba en silencio.

—¡No, no, no! ¡Por favor! —imploró mirando aterrada cómo el machete se posaba sobre el dorso de su muñeca.

—Dímelo, Laeticia —gritó.

—Es tuyo, de verdad —suplicó. Cada vez le costaba más ver puesto que en sus ojos se estaba formando una cortina de lágrimas que dificultaba bastante la visibilidad.

Alzó la mirada para poder establecer contacto visual, esperando poder darle aunque sea algo de lástima, lo suficiente para pensarse dos veces el castigo. Temblaba pensando que en la mirada del tigre no parecía caber la duda, estaba decidido a hacerlo si lo creía conveniente.

Laeticia miró con horror cómo bajo la hoja empezaba a emerger un líquido rojo. Era extraño porque no había sentido el dolor, pero no tenía que pensárselo dos veces para ver de qué se trataba. Un instante después, y empezó a sentir el amargo cosquilleo de la sangre descendiendo desde su muñeca hasta la encimera.

—Takeshi... —suplicó en un hilo de voz, dejando más lágrimas recorrer sus mejillas.

No supo cómo, pero Tiger Claw alzó el machete y lo lanzó con rabia para que pasase junto a Laeticia y acabase clavado en uno de los armarios. Soltó la mano de la humana y ella tapó rápidamente el corte con su otra mano, yendo al baño para intentar lavarlo y no desmayarse en el intento.

Tiger Claw enterró la cara en las garras refunfuñando, incapaz de entender cómo es que había cedido.

*

Laeticia estaba sentada en el centro de su cama abrazada a sus piernas con el pijama ya puesto. Respiraba con dificultad porque estaba cansada de llorar y gimotear. Claro que... también estuvo a poco de ver cómo le cortaban la mano y sabiendo que le tenía pánico a la sangre.

No podía evitar mecerse ligeramente acariciando una y otra vez la venda de su muñeca, rezando porque se curase rápidamente y no tener que ver cómo la sangre recorría su mano de nuevo.

Un par de horas después del incidente, Tiger Claw llamó a la puerta, pero no creyó necesario escuchar ningún tipo de permiso. Entró recto, manteniendo una actitud de superioridad ya que no pensaba volver a ceder. Se sentó en la cama manteniendo una distancia que no resultase muy incómoda para ninguno de los dos.

—¿Me vas a decir la verdad? —preguntó manteniendo un inusual tono amistoso, ya puestos, era lo que lo hacía más siniestro.

—Te he dicho la verdad, lo prometo —suspiró negando con la cabeza, temiendo alguna represalia más.

—Y si estás tan segura de que es mío, ¿por qué lo escondías? —quiso saber zarandeando la prueba de embarazo entre dos dedos.

—Sabía que te enfadarías —murmuró evitando mirarle—. Pero no así... —añadió con un sollozo entrecortado, acompañado de otro par de lágrimas al volver a fijarse en la venda con la que había cubierto el corte.

Tiger Claw se la quedó mirando con insistencia, pero sabía que nada de eso iba a funcionar. Estaba demasiado aferrada a la idea de que ese bebé era del tigre, ¿quizás alguien se había aprovechado de ella y no se acordaba?

La cosa es que una parte de Tiger Claw no quería renunciar a la pobre y débil humana que le hacía la vida más fácil. Se había acostumbrado a tener a alguien esperándole en casa con un plato de deliciosa comida y para qué mentir, el sexo era algo genial.

No dijo nada, pero el cuerpo de Laeticia tenía un dueño, y no se estaba refiriendo a la criatura que crecía en su interior. Él lo veía más bien como un parásito que le estaba haciendo la competencia.

El tigre se inclinó sobre ella tomando el elástico de los pantalones del pijama, tirando de ellos hacia abajo para revelar esas exquisitas piernas entre las que tanto le gustaba posicionarse.

Ella no iba a decirle que no, menos aún después del episodio de la cocina. Quizás fuera una de las pocas cosas que la mantenían viva en la casa del tigre.

* * *

Tiger Claw trató de dejar pasar unos días, pero sólo aguantó hasta que noviembre llegó a su fin, su orgullo no le permitió ceder más.

Tan pronto como aparecieron un par de síntomas más en Laeticia, como las náuseas y vómitos mañaneros o, ver que ese vientre crecía... decidió que era el momento de que sus caminos se separasen.

Una noche, Laeticia se había levantado para ir al baño a toda prisa y evitar tener que lavar las sábanas o la alfombra. Tosió a la vez que tiraba de la cadera y se volvía a enderezar para enjuagarse la boca y ya puestos lavarse los dientes.

Antes de salir del baño, se detuvo comprobando su reflejo en el espejo de cuerpo entero que tenían junto a la ducha. Frunció el ceño y remangó la camiseta de su pijama para apreciar la curvatura de ese vientre.

—¿Cómo puede ser? Si ni siquiera hace dos meses —murmuró mirando hacia abajo, tratando de comprobar ese crecimiento desde su propio punto de vista.

Al volver a entrar en la habitación, vio que el tigre estaba ya vestido y guardaba lo poco que tenía en el armario para llevárselo en una bolsa de deporte.

—¿Tienes que volver ya? Es pronto —se cuestionó echando un vistazo al reloj de la mesita de noche, dándose cuenta de que aún eran las 04:28.

—Me voy —repitió sin haberse dignado a mirarla—, para no volver —añadió conteniendo un bufido. Laeticia sintió como si la estuviese estrangulando, no se sentía capaz de pronunciar palabra porque le faltaba el aire

—¿P-por qué? —preguntó finalmente en un débil murmullo, esperando no haber sonado ni la mitad de desolada.

—No pienso volver a hablar de ello, Laeticia. Adiós —siseó cogiendo la bolsa y cargándosela al hombro—. Que te vaya bien con tu bebé y tu amante —dijo pasando a su lado rozándola con desdén, haciendo que ella retroceda hasta quedar apoyada en la pared.

—No hay amante, sólo tú... —suspiró ella conteniendo un sollozo, pero no un par de lágrimas.

Tiger Claw no la había oído, pero aunque lo hubiera hecho, Laeticia sabía que le iba a dar igual. Escuchó cómo el motor del cohete comenzaba a funcionar y la puerta de la terraza del salón se cerraba de un portazo.

Después de eso, la humana se quedó a solas con sus pensamientos.

* * *

Ya a mediados de diciembre, Casey se estaba acostumbrando a pasear con su nuevo amigo. A ver, sí, había conocido la peor parte de tener un perro —especialmente cuanto más grande era—: recoger sus excrementos. Pero bueno, era un mal menor para un amigo tan fiel y con el que uno se lo pasa tan bien, ¿verdad?

Hasta se estaba planteando ofrecerse a permitir que Danger se quedase con él si es que Raphael y Arlet se veían estresados una vez nazca el bebé. Le iba a dar pena incluso cuando se dejaba la puerta de las habitaciones abiertas y el perro le despertaba saltando sobre su cama para salir de paseo. Era bastante molesto cuando aterrizaba justo sobre los riñones, pero es que uno no se puede enfadar con él.

Arlet tenía razón, para ser un perro grande con tan mala fama, era adorable.

Cuando doblaron una esquina, Casey se fijó en que Jessica salía de una tienda del centro con un par de bolsas translúcidas en las que al parecer llevaba unos regalos.

—Pero si es mi ángel favorito —sonrió acercándose para llamar su atención.

—Hola —sonrió ella una vez le reconoció, al menos hasta que vio el perro y se vio obligada a retroceder un par de pasos—. ¿Es tuyo? —preguntó pretendiendo que su voz no sonaba tan temblorosa, señalando al animal.

—En realidad es de una amiga. Me estoy encargando de él un tiempo. No me digas que te dan miedo los perros —dijo con una sonrisa irónica.

—A este tipo de perros los respeto —admitió.

—Tranquila, no te va a hacer nada —dijo tensando un poco la correa para que Danger se sentase a su lado—. ¿Cómo tú por aquí?

—Oh, ya sabes... La Navidad está a la vuelta de la esquina —respondió alzando las bolsas—. Jugamos al amigo invisible en la uni y la academia y, algún detalle para mi padre, Charlie, y... —no se atrevió a seguir con la lista, le parecía que iba a sonar infantil.

—¿Para mí? —preguntó Casey alzando las cejas con sorpresa—. No... no me hagas esto, soy horrible haciendo regalos.

—No pasa nada, simplemente me acordé de que me devolviste mi bien más preciado —le dijo alzando la mano derecha para descubrir la pulsera plateada con el nombre de su madre—. Creo que merecías un detalle. Además, veo que has estado ocupado con tu nuevo amigo —añadió señalando al perro de nuevo.

El can la miró porque se dio cuenta de que se había referido a él y, aprovechando que no le estaba prestando la suficiente atención, colocó la cabeza bajo su mano. Jessica la apartó tan pronto como sintió el suave pelaje, pero cuando Danger le dedicó una mirada de pena, vacilando, volvió a acariciarle.

—Qué majo —sonrió disfrutando de la tranquilidad que se sentía al pasar la mano por su pelaje—. ¿Cómo se llama?

—Danger.

—Vale —soltó alzando las manos. Con ese nombre sí que había rematado la fama de esos perros—. Creo que debería irme, mi padre tiene una cena de empresa y tengo que ir preparándome —explicó con media sonrisa porque, la verdad es que no tenía ganas de ir—. Nos vemos —dijo dedicándole a él una auténtica sonrisa.

—Hasta otra, ángel —sonrió viéndola pasar a su lado.

Casey y Danger avanzaron puesto que el apartamento del humano ya no quedaba muy lejos. Una vez Casey abrió la puerta del portal, soltó la correa sabiendo que Danger le iba a seguir.

—Es es la chica de la que te he hablado —le dijo al perro mientras entraban al ascensor. Danger ladeó la cabeza con confusión, pero para Casey podía haber significado complicidad.

Pobre Danger, ahora tocaba estar en el sofá escuchando cómo el humano hablaba de la chica que le gustaba. Es posible que en momentos como ese Danger pensase también en poder volver junto a Arlet, ya quedaba poco.

Bueno, si había premio al final de la charla, merecería la pena.

▽ △ ▽

TC es un personaje bastante complicado, la verdad, se requiere un montón de imaginación. Sé que este capítulo ha sido extraño, pero quería dejar atados estos cabos.

En fin... último capítulo del año. ¡¡Feliz 2020!!

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