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85. No era un amigo

EVIDENTEMENTE SKYLAR HABÍA ESCUCHADO DESDE ARRIBA LOS GRITOS, Christian podía ser más o menos asustadizo, pero ya bajaba mentalizada de que podría encontrarse con una escena un tanto peliaguda. Más tratándose de su hermana, la propensa a desapariciones espontáneas.

Vale que lo de ver a dos tortugas gigantes al lado de su hermana fue bastante raro, pero no le pareció que diesen miedo. Sí, alcanzaba a ver que uno de ellos llevaba espadas en el caparazón, pero Arlet parecía tener la confianza suficiente como para gritarle a uno de ellos.

Tragó saliva con incomodidad cuando su hermana se dio la vuelta al escucharla antes, dándose cuenta del porqué había desaparecido esta vez. Si aparecía embarazada por casa a lo mejor a su madre le daba un patatús.

—Hola, Naiara —saludó con una sonrisa y un tono de voz adorable, esperando buscar un pequeño apoyo para relajar la situación.

—Hola, Skylar —trató de sonreír la rubia sin dejar de prestarle atención al perro. Era fuerte y estaba entusiasmado, aunque no tardó mucho más en terminar de sentarla en el suelo y lamerle la mejilla—. Ay —gimoteó encontrándolo ligeramente divertido pero, esforzándose por apartar al perro de su cara.

—¿Se puede saber qué haces aquí?—preguntó Arlet volviéndose hacia su hermana con una mano en la frente, cerrando los ojos como si estuviera a punto de darle una migraña.

La niña bajó el último escalón de un salto y dio unos pasos para poder colocarse delante de su hermana mayor. Raphael y Leonardo no se habían movido, pero la tortuga de rojo analizaba cuidadosamente el aspecto de la hermana de Arlet con curiosidad y fascinación.

A Arlet no le gustaba tener fotos en la habitación, pero sabía que tenía un par de álbumes guardados en un cajón del vestidor. Nunca le dio por echarles un vistazo, pensó que si los tenía guardados y no colgados en la pared, sería como cotillear.

La cosa es que Skylar se parecía un montón a su hermana. Tenía la piel más clara que la de Arlet, así como el pelo, que le tenía con un corte de hada con algunos rizos cayendo por su frente. Su mandíbula era más redondeada y su barbilla menos pronunciada, y parecía muchísimo más inocente con esos grandes ojos color avellana y la cara llena de pecas.

Llevaba una camiseta de manga larga de finas rayas rosas y blancas bajo un peto vaquero claro y unas zapatillas de nike, revelando que en el tobillo derecho tenía una pulsera de cuerdas verdes y marrones con cuentas.

—No viniste a mi cumpleaños, y yo quería venir al tuyo —dijo llevando las manos tras sus espalda para mecerse dulcemente de izquierda a derecha. Descendió la mirada un poco porque sentí que los ojos de Arlet estaban a punto de hacer arder sus mejillas—. ¿Te has casado? —preguntó señalando un momento el anillo.

—¿Eh? —se cuestionó un instante, con una mueca de incomprensión, claro que enseguida se dio cuenta de lo que se refería—. Ah... No, aún no —murmuró acariciando el rubí delicadamente.

—Un momento, ¿estáis prometidos? —preguntó Leonardo moviéndose después de lo que pareció ser toda la vida. Casi es que ni habían respirado desde que apareció la niña.

—¿Qué creías que significaba ese anillo? —quiso saber Raphael mirándole con el ceño fruncido.

—Un regalo por haber metido la pata como lo hiciste —respondió cruzándose de brazos.

—¿Y quién es el padre? —preguntó Skylar ladeando la cabeza y mirando a su hermana con esos grandes ojos de muñeca.

—¿No es obvio? —le dijo arqueando una ceja, señalando con el pulgar al mutante de la bandana roja que permanecía tras ella—. Mira, si hasta combina —añadió poniendo el anillo delante de la cara de la tortuga, para hacer hincapié en el color.

Raphael ladeó la cabeza con incomodidad sintiendo cómo la joven le miraba a él con curiosidad esta vez, y para quitarse la mano de Arlet de la vista. Ahora temía por lo que la pequeña pensase de él —y de su hermana—, ¿que lo que habían hecho era una aberración o algo por el estilo?

Skylar pasó junto a su hermana para acercarse a la tortuga y extendió la mano derecha sin haber apartado la vista de esos ojazos verdes.

—Soy Skylar —dijo ofreciéndole una pequeña sonrisa. Raphael tuvo que contener una sonrisa nerviosa por la ternura que esta niña desprendía, parecía mentira que compartiese sangre con Arlet. Tomó su mano con delicadeza.

—Raphael —respondió.

—Ra- Sabía que Raph no era un amigo —acusó volviéndose la cabeza hacia su hermana, sin haber soltado la mano de la tortuga. Arlet entreabrió la boca con incredulidad, no pudiéndose creer que se hubiera atrevido a reprocharle nada.

—Conoces las normas, no se habla de novios cerca de papá —se justificó alzando las manos, dando la situación por evidente. Volvió a cruzarse de brazos al dar por hecho que Skylar no iba a contestarla.

—¿Y tú eres Leo? —preguntó mirando a la otra tortuga.

Emm, sí —le contestó con una pequeña sonrisa después de haber compartido una mirada con Naiara y ver la sonrisa que se estaba aguantando. También le estaba costando mantenerse con una rodilla en el suelo y evitar que el perro se descontrolase, por ahora estaba sentado junto a ella.

—A ver, a ver, espera —anunció Christian con la punta de los dedos en las sienes, situándose junto a Arlet de nuevo—. ¿Cuando estabas enferma en San Diego...? —murmuró poniendo una mano en el hombro de su amiga. No sabía cómo acabar la frase, pero tampoco podía apartar la vista de esa barriga sobredimensionada, estaba claro a lo que se refería.

—Sí —asintió Arlet una vez—. Me puse el neopreno y es cuando pensé que podía estar embarazada.

—Y... —quería saber más, estaba claro que la situación era especial y no le apetecía ofender ni a Arlet ni a su novio el ninja mutante, pero es que tenía curiosidad—. ¿Y cómo es que esperas un bebé? —preguntó cruzándose los brazos guardando las manos en las axilas.

Arlet suspiró aguantándole la mirada. Se conocían prácticamente desde antes de empezar a caminar, Christian sabía que Arlet no era para nada fan de los niños. Una pena, no le apetecía nada tener que dar explicaciones. Por otro lado, ya que habían venido, podrían ayudarla con una coartada para cubrirla ante sus padres.

Ladeó la cabeza terminando por señalar el sofá y tomó asiento la primera.

*

Arlet se esforzó por encontrar el apoyo que necesitaba en ese momento acurrucándose bajo el brazo de Raphael, que se sentó en el reposabrazos de la izquierda del sofá, a su lado. Leonardo se sentó en la silla, y tenía a Naiara recostada sobre su regazo como una niña pequeña. Skylar estaba sentada en el centro del sofá y Christian permanecía recostado en el otro reposabrazos.

Y Danger, estaba sentado junto a Arlet para poder posar la cabeza en su regazo. Intentó subirse al sofá también, pero Skylar quería estar cuanto más cerca de su hermana y así no cabía.

Lo cierto es que se quitaron de encima la conversación del embarazo enseguida, no había muchas preguntas, que digamos. Skylar estaba más interesada en saber de la vida de las tortugas mutantes con las que salían su hermana y su amiga.

También es verdad que Arlet no se libró de que Skylar estuviese un buen rato con la mano sobre su vientre, intentando identificar los movimientos del bebé. Sólo ahí es cuando se empezó a hacer más preguntas, pero nada fuera de lo habitual, las cosas que se le preguntan a una pareja que espera a un bebé.

¿De cuánto estás? ¿Es niño o niña? ¿Qué preferís que sea? ¿Habéis pensado en algún nombre? ¿Te imaginas que cuando nazca descubrís que es más de uno?

Esa última pregunta obligó a Arlet a poner la mano en la boca de su hermana y hacerla recostarse lentamente en el sofá —o para ser más concretos, casi sobre Christian—, soltado un largo «shh», con una mirada amenazante. Más que amenazante era porque ese pensamiento la había asustado, no era plan de emparanoiarse a estas alturas. Bastante mal lo había pasado ya.

Silencio... —siseó manteniendo esa mirada de locura.

Emm... ¿Y cómo es que te has vuelto a cortar el pelo, Sky? —preguntó Naiara por cambiar de tema.

Oh, es que me gusta cómo se me ondula —respondió introduciendo los dedos entre los mechones que caían ligeramente por su frente—. Y no me tengo que peinar por las mañanas —admitió sacudiéndose el flequillo con una sonrisa traviesa.

Arlet apartó la mirada para recapacitar. En su día se cuestionó si cortar parte de su melena para que Skylar tuviera una peluca natural, pero le dio miedo desprenderse de la mitad de su pelo. Le gustaba tenerlo largo, y temía que su cara adquiriese una forma extraña con el cambio.

Su madre se cortó el pelo para hacer esa peluca pero, no dejó de sentirse mal por no haberse atrevido a hacer eso por su hermanita. Le hubiera vuelto a crecer, y mucho más rápido que a ella.

—Te queda mejor así —dijo con una pequeña sonrisa irónica, esperando que su silencio no hubiese delatado su momentánea debilidad emocional. Era algo que nunca le había dicho a nadie, pero nunca se le había olvidado. Resultaba hasta reconfortante que su hermana se hubiera desecho de su recuperada melena a la altura del hombro, y todo por esos divertidos mechones.

—¿Me puedo quedar contigo? —preguntó generando miradas de sorpresa a su alrededor.

—¿Pero tú no tienes clase, enana? —se cuestionó Arlet con un tono ligeramente alzado.

—Bueno, sí... Pero dudo que vayas a volver a casa. Al menos hasta el verano —murmuró agachando la mirada para señalar esa barriga otra vez. Arlet aguantó la respiración, nunca se había dado cuenta de las ganas que su hermana tenía de pasar el rato con ella. Siempre había ido a su bola, haciendo lo que le apetecía en el momento en el que le pareciese.

—Puedes venir por Navidad, si quieres —sugirió Raphael encogiéndose de hombros. Todos le miraron sin poder creerse lo que había dicho, pero había diferencias entre las reacciones de la gente de su alrededor. Evidentemente la de Skylar era la esperanzada.

—¿De verdad?

Arlet no pudo soltar una risilla.

Ay, por favor, que lloro —murmuró secándose una lágrima de esa corta risa contenida—. ¿De verdad te crees que mamá te va a dejar perderte la Navidad? Verás cómo vuelve a llamar a Naiara antes de Acción de Gracias porque no aparezco por allí —murmuró compartiendo una mirada con su amiga. Naiara rodó la vista esperando que no fuese así—. ¿Y le puedes decir que la deje de molestar? Pobre Nai, la va a provocar taquicardias.

—Arlet —imploró la rubia, no queriendo mostrar el mismo desdén que ella. De todas formas, Skylar sabía que su madre podía pasarse demasiado cuando se trataba de la seguridad de sus hijas. Lo que Arlet no sabía es que su padre también se estaba empezando a poner de los nervios. Asintió tomando nota de la petición.

—Mamá puede que no, pero papá seguro que sí —sonrió sacando el móvil de su bolsillo.

—¿Ahora tienes móvil? —preguntó Arlet mirándola con una ceja arqueada.

—Desde mi cumple —respondió buscando el contacto de su padre.

—No, espera, no te atrevas a- Se va... —murmuró dándose por vencida. Qué cabrona, se va al piso de arriba para que no me dé tiempo a cogerla, pensó ladeando la cabeza, alcanzando a ver que subía por las escaleras.

Resopló con rabia, tratando que ese peso abandonase su pecho. Raphael tomó sus hombros y comenzó a masajearla.

—¿Sabes? Se parece a ti más de lo que crees —suspiró Christian después de recapacitar sobre toda la información que había recibido ese día—. De alguna manera, consigue salirse con la suya —susurró una vez captó la atención de los presentes.

—Cállate.

—¿Te ha traído al perro, no? —contestó frunciendo el ceño. Danger alzó la cabeza y miró al humano sabiendo que se había referido a él. Vio el espacio libre del sofá y se subió para acurrucarse con la cabeza sobre una de las piernas de Arlet.

—No te equivoques, te dejo subir porque no tienes cojín propio —le dijo Arlet, rindiéndose a acariciar lo alto de su cabeza. Tampoco podía pasar por alto esos ojitos de súplica, no le iba a dejar dormir en el suelo como un animal.

*

Al cabo de un rato, Skylar bajó por las escaleras, y Arlet ya se estaba temiendo lo que iba a pasar. Esos pasos eran de entusiasmo, era imposible confundirlos. Si le hubieran dicho que no, no bajaría tan deprisa.

—Vale, no puedo venir en Navidad, pero... —anunció señalando a su hermana—. Puedo venir para Nochevieja.

—Genial —sonrió Raphael. Arlet le miró frunciendo el ceño, era pronto para que buscase desesperadamente la aprobación de su futura cuñada, ¿no? Ya se la había ganado cuando le extendió la mano, no se había asustado ni nada al verle. Por otro lado... a sus padres no se los ganaría tan fácilmente.

—Está bien —suspiró ella rodando la vista—. ¿Y qué le has dicho?

—Que sigues viva y sin cortes, pero que necesitas más tiempo. Y que le diga a mamá deje en paz a Naiara, que si has apagado el móvil precisamente por ella.

—Me vale —dijo encogiéndose de hombros con resignación.

—Quiere hablar contigo —añadió Skylar juntando la punta de los dedos índices, agachando la mirada para evitar ver la reacción de su hermana. Arlet sólo se lamió los labios asintiendo, tampoco tenía ninguna prisa, le llamaría más tarde.

*

Leonardo y Naiara se fueron a la guarida para dejar que Christian durmiera en la cama de la rubia. Después de todo, les había dado por aparecer un lunes, lo que significaba que no les había importado mucho perder clases para buscar a Arlet. Cogerían un avión de vuelta a Los Angeles al día siguiente, por mucho que Skylar se hubiera negado.

Raphael no quería irse, aunque tampoco le apetecía quedarse en el sofá con el perro, aún no había confianza. Por muy bueno y entrenado que Arlet dijera que estaba, seguía siendo un completo desconocido para Danger.

Christian ya llevaba un rato en la cama, y Skylar les esperaba en la habitación de Arlet después de que ambas se pusiesen el pijama.

Raphael estaba apoyado en la encimera, de vez en cuando echando un vistazo por la cristalera para estudiar el lenguaje corporal de Arlet mientras hablaba por teléfono con su padre. Sólo caminaba de un lado a otro abrazándose a sí misma y con la cabeza gacha.

Unos minutos después, la morena dio por finalizada la llamada y volvió al interior. Raphael le abrió la puerta.

—¿Y bien?

—Está decepcionado —murmuró ella sin mirarle—. Tampoco puedo culparle, ¿no? —añadió encogiéndose de hombros, aguantándose un sollozo que hizo que su voz sonase más aguda.

Raphael no respondió, al menos no con palabras. Estar esperando un bebé le hacía comprender la situación; si su hijo o hija adolescente desaparecía durante meses sin previo aviso, se pondría histérico. Se acercó a ella con una expresión dolida y la acogió en un dulce abrazo.

—Venga, vamos a la cama —susurró él manteniendo una mano en su cadera para acompañarla hasta el piso de arriba. Arlet se volvió un instante para asegurarse de que Danger estaba durmiendo, y así era, así que se dejó llevar por la tortuga.

Al llegar a la habitación, Skylar estaba sentada en el borde de la cama con una caja parcialmente envuelta en papel de regalo, mirando su contenido a la vez que mecía las piernas de manera inconsciente.

—¿Este es mi regalo? —preguntó cuando vio que habían entrado. Arlet lo miró de reojo hasta que pudo reconocer el papel que lo envolvía, asintió apretando ligeramente los labios, dirigiéndose al lado de la cama en el que solía acostarse Raphael, quien la siguió de cerca.

—El abuelo me dio el mío a tu edad —dijo gateando por la cama hasta quedar sentada en el centro, se colocó las sábanas—. Pero no lo uses como yo lo hice —añadió alzando las sábanas de su izquierda para invitarla a entrar. Skylar dejó la caja en la mesita de noche y se acurrucó junto a su hermana, con cuidado de no apretujar su vientre.

Raphael las miraba por encima del hombro con una pequeña sonrisa mientras se quitaba el equipo sentado al otro lado de la cama, de cara a la terraza. Una suerte que la cama de Arlet fuese lo suficientemente grande para los tres; se vino a vivir sola, podría haberle dado por comprarse una pequeña.

No tardó mucho más en meterse en la cama al lado de su prometida, rodeándola con un brazo y permitiendo que se recueste en parte de su pecho. Los tres acabaron sintiéndose cómodos aunque no lo pareciese. Skylar hasta cogió más confianza y se abrazó por completo a Arlet, poniendo la mejilla en lo alto de su barriga.

Raphael alcanzó el interruptor para apagar la luz e intentar dormir, pero entre la oscuridad se escuchó un suave murmullo:

—Se mueve...

Raphael soltó aire por la nariz conteniendo una risa porque se estaba imaginando la cara de Arlet al escucharla. Ese pensamiento tampoco le impidió buscar el movimiento de su bebé con la mano que tenía libre.

Os odio a los dos —susurró otra vozentre las sombras.

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