69. Vagancia
AL DÍA SIGUIENTE, LAS TORTUGAS, ARLET, NAIARA Y KIMANI SE ENCONTRABAN EN LA GUARIDA VIENDO UNA PELÍCULA. Mikey no desaprovechaba la oportunidad de darle a Kimani codazos juguetones esperando que le dijese a su hermano lo que sentía por él, o al menos que se sentase a su lado. Claro, que sabiendo que Kim empezaba a actuar más nerviosa desde que estaba segura de sus sentimientos, fue él el que la tomó del brazo y la sentó entre él y Donnie en una situación más casual.
Naiara estaba recostada sobre Leo, que la tenía rodeada con el brazo, y se fijó en la extraña ―a la vez que normal― juguetona actitud de Mikey. Frunció el ceño extrañada hasta que mantuvo un breve contacto visual con él y, pudo ver que detrás, Kimani se colocaba parte del pelo tras su oreja derecha. Michelangelo carraspeó y apartó la mirada para intentar centrarse en la pantalla, como si no hubiera pasado nada. Qué duro es mantener un secreto...
Naiara recapacitó para sí misma y acabó asintiendo por ninguna razón aparente. Como tenía prácticamente todo su cuerpo sobre el sofá ―con las rodillas flexionadas, sí―, se vio en disposición de susurrarle a Leonardo sin llamar la atención de la tortuga de naranja, o Kim. Le hizo un gesto de la forma más discreta que pudo y Leo se inclinó para poder escucharla, casi rozando su mejilla con la de ella.
―¿Qué les pasa a esos dos? ―le preguntó.
―¿A qué te refieres? ―susurró él igual de bajo, o puede que incluso más bajo aún. Naiara le hizo un gesto con la cabeza para que se fijase mejor en Mikey y Kim, parecían estar cuchicheando, pero ella ocasionalmente le daba palmadas en la pierna o el brazo para que parase. Estaba claro que se estaba sonrojando. Leo creyó haber pillado lo que Naiara estaba sospechando―. ¿Crees que...?
―A lo mejor Mikey tenía razón...
―Pero se refería a Donnie, no a sí mismo.
―Últimamente pasa mucho tiempo con ella. Quizás lo ha confirmado e intenta darle un empujón ―sugirió encogiéndose de hombros.
Leonardo compartió una última mirada con ella, pero acabó rodando la vista y negando con la cabeza y una pequeña sonrisa antes de dirigirse otra vez a la pantalla. Si Naiara sospechaba eso, seguramente estaría el resto del día pendiente de algún gesto o intercambio de palabras sospechoso. Parecía que fuera por desconfianza, pero la verdad es que le emocionaría que Donnie y Kim empezasen a salir; estuvo ahí, apoyando a la tortuga cuando April le rechazó...
Fue Naiara quien verdaderamente le ofreció una conversación para poder desahogarse y sentir que le comprendían.
Y sentado al otro lado de Leonardo, estaba Raphael, quien se había traído a Arlet antes de que amaneciese. Sencillamente le pareció arriesgado dejarla en el apartamento y que no pudiese bajar por sí misma a la guarida cuando se iba a California esa noche, así que cogió las llaves de su coche y la llevó con él mientras aún estaba dormida.
Fue extraño cuando la morena se despertó en la cama de su novio; le llevó un tiempo darse cuenta de lo que podía haber pasado. Porque lo de encontrar las llaves de su coche en la mesita y no recordar nada, le pareció preocupante. Por suerte, Raphael apareció enseguida para contarle cómo prefirió tenerla con él antes de que tuviese que ir a terminar de hacer la maleta y coger un vuelo.
Aunque claro, Raph intentó hablar con ella para que llamase a sus padres y les explicase que no se encontraba demasiado bien y que retrasaría el vuelo, pero al parecer había quedado con Christian y Javier en San Diego, quienes querían surfear un par de días antes de irse a España a visitar a su familia también. Si se retrasaba una semana no podría ver a su mejor amigo hasta Navidad, además, llevaba tiempo pidiéndoles que le enseñasen a surfear.
Arlet estaba tumbada en el sofá usando el regazo de Raphael como almohada, aunque más tarde ―por el picor que el pelo llegaba a generar en la piel― Raph cogió una almohada para poner entre la cabeza de ella y sus propias piernas. Era casi la hora de comer, por lo que era natural que decidiesen pedir pizza, pero Arlet seguía sin apetito. Al menos la noche anterior pudo cenar lo que Kimani le recomendó a Raph.
Cuando Mikey apareció con cinco cajas de pizza no dudó en arrodillarse en el suelo y ofrecerle a Arlet un trozo. Ella negó con la cabeza y una mueca en la cara, pero la insistencia de la tortuga la obligó a girar sobre sí misma y darle la espalda, escondiendo la cara en el caparazón de Raphael. Hasta el olor le daba náuseas. Raph acarició su pelo en señal de consuelo mientras los demás la miraban con pena y diversión; su forma de reaccionar era propia de una niña pequeña.
―Mikey, ya basta. Déjala en paz ―advirtió Raphael muy seriamente, haciendo que Mikey volviese a su sitio. Al tomar asiento, recibió caricias en los brazos de las chicas que tenía a su lado para consolarle.
―Arlet, ¿cómo vas a ir a California así? ―preguntó Kim inclinándose para ver si podían establecer un breve contacto visual―. ¿No sería mejor recuperarte antes?
―Olvídalo, Kim ―le dijo Raph―. Ya lo he intentado, y no tiene caso ―le echó un ojo a Arlet, que intentaba mover la cabeza para mirar a Kimani.
―Simplemente me tomaré una pastilla para dormir durante el vuelo, y cruzaré los dedos para no potar ―murmuró frotándose un ojo. Raphael rodó la vista y suspiró con exhaustividad dando por hecho que esa noche, aunque fuera a gatas, Arlet se iba a ir al aeropuerto―. Tranquilo, te prometo que intentaré cenar algo ―le dijo a Raph acariciando su mejilla.
*
A lo largo del día, April y Casey también bajaron a la guarida, y entre todos decidieron ver otro par de películas ya que, el Pie seguía inactivo y patrullar los barrios era cada vez más aburrido. En fin, era un día destinado a la pereza, a la incapacidad de levantar el culo del sofá. Claro, que por esto mismo, nadie se libró de que Splinter pasase por el salón y señalase la vagancia que se respiraba en el ambiente.
Quisieron sentirse intimidados por la advertencia de Splinter, quizás esa noche en la que decidieron no patrullar, era la indicada para que se produjesen los peores delitos. Leo farfulló algo sobre que a lo mejor deberían salir, aunque fuera un rato, pero era como si nadie le oyese... Así que se quedaron ahí como si no hubiese dicho nada.
En algún momento, Arlet echó un vistazo al reloj de su teléfono y pensó que tenía el tiempo justo para ir a casa y hacer la maleta, así que Naiara se ofreció para conducir ―había venido con Kim dando un paseo, por lo que no dejaría su coche en la guarida―. Aún era de día, por lo que Raphael tuvo que conformarse con un beso en la mejilla y una despedida generalizada.
Ya que Arlet y Naiara se habían ido, Raphael y Leonardo pensaron en entrenar un rato, uniéndose rápidamente Casey y April ―que estaba cada vez más cerca de convertirse por fin en una kunoichi―. Michelangelo no tenía intención de ir, pero se fijó en que de esa manera dejaría solos a Donatello y Kimani.
En cuanto la chica vio que la tortuga de naranja se alejaba siguiendo a los demás, Mikey le guiñó el ojo con complicidad, lo que hizo que ella se sonrojase ligeramente antes de dignarse a mirar a Donnie con disimulo.
―Bueno, y... ¿has leído los estudios de mi padre? ―le preguntó jugando con las puntas de un mechón de pelo, sin saber qué más decir. Sólo quería aparentar normalidad, que la situación no resultase forzada o que él viese que algo en su actitud había cambiado.
―Te lo he dicho, su trabajo es excelente para-
―¿Para ser astrofísico? ―completó ella arqueando una ceja. Había sonado como si la insinuación le ofendiese, pero en realidad era parte del juego que se traían prácticamente desde que se conocieron. Estúpidos nervios...
―No iba a decir eso ―murmuró encogiéndose de hombros y mirando a la nada―. No es que esté entre mis ciencias favoritas, pero sí que ha hecho que me plantee alguna de mis opiniones al respecto. Por eso creí que le sería de ayuda a Alfil ―sonrió mirándola de nuevo.
―Ya, gracias D ―le sonrió ella también―. ¿Estás trabajando en algo últimamente? ―preguntó ladeando la cabeza con curiosidad.
―Alguna cosilla ―asintió pretendiendo sonar como si no fuese realmente interesante; no obstante, vio en la mirada de Kim verdadero interés―. Ven, te lo enseñaré ―dijo poniéndose en pie. Kimani sonrió y caminó tras él mientras escuchaba―: Hace tiempo que creé un robot que acabó desarrollando conciencia propia. E intento replicarlo con algunas mejoras, como hacerlo más alto...
―¿Es que medía un metro y medio? ―se rió ella.
―Metro veinte ―corrigió con una sonrisa que en un principio Kim no supo identificar como irónica.
―Oh... ¿Lo tienes por aquí?
―Sólo la cabeza ―respondió abriendo las puertas del laboratorio. Se hizo a un lado para permitir a la chica pasar antes que él y cerrar un poco la puerta, no le gustaba demasiado tener mirones mientras estaba trabajando.
―Hala, ¿y qué pasó...? Espera, ¿es la cabeza cuadrada de tu cajón del escritorio?
―¿Entonces la has visto?
―Buscaba un sacapuntas.
* * *
La idea que tenían Christian y Javier era la de ser los primeros en bajar a la playa, con la primera luz del día; pero viendo que Arlet no se encontraba tan bien como debería, prefirieron dejarla dormir. Después de todo eran ellos los surferos experimentados y querían disfrutar del oleaje sin interrupción de más surferos y bañistas; ella iba a intentar aprender, y para eso se empieza sobre la arena.
Arlet no pudo evitar despertarse con hambre. No fue capaz de cenar, así que, por insistencia de Christian ―y acordándose de las advertencias de Raphael―, bajaron al desayuno-buffet del hotel en el que se iban a alojar tres días. Seguía dándole mal rollo la sola idea de pensar en comer, pero de todas formas se esforzó por tomarse un zumo de naranja y probar otra vez con una tortilla francesa. Aunque le pidió a los chicos que se comiesen la mitad.
Ya en la habitación, mientras Arlet se recogía el pelo en un moño improvisado frente al espejo, Christian entró con un traje de neopreno en la mano y se lo enseñó a través del reflejo antes de dejarlo caer sobre la cama perfectamente extendido.
―Hala, feliz cumpleaños; adelantado o atrasado, lo que prefieras ―dijo colocando las manos en las caderas con indecisión. Arlet se volvió hacia él dedicándole una mirada de inconformismo mientras su peinado se deshacía cayendo por sus hombros, apretando los labios de manera que quedaban en una línea casi recta―. ¿Qué? Quedamos en no revelar el día exacto, hoy no es tu cumpleaños, y sólo es un detalle.
―Ah, yo creí que era alquilado ―dijo ella sorprendida.
―Nop. Espero surfear con mi mejor amiga todos los veranos a partir de ahora. Venga, cámbiate ―le dijo tomándola del hombro y extendiéndole de nuevo el neopreno mientras la empujaba hasta el baño―. Te espero aquí.
Arlet se le quedó mirando mientras se sentaba en la cama dándole la espalda. Se encogió de hombros y cerró la puerta dejando escapar un suspiro de resignación para ponerse ese neopreno nuevo. No tenía mucho misterio, simplemente era de un tono gris oscuro con un par de bandas magenta a cada lado yendo desde la axila hasta el muslo, que era hasta donde llegaba ―no como los de sus amigos, que cubrían hasta el tobillo―. Tenía una cremallera que iba desde el cuello hasta el ombligo.
Una vez se lo puso, subió la cremallera hasta el pecho, generando un escote en pico que casi dejaba ver su bikini negro con salpicaduras azul neón. Suspiró mirándose al espejo, tratando de acostumbrarse a la sensación de tener una prenda que se ciñese tanto a su cuerpo. O a lo mejor es que Christian debería haber cogido una talla más...
Bueno, a lo mejor no; tras un par de minutos dando vueltas por el baño, se dio cuenta de que en realidad se encontraba así porque le debía de haber sentado mal el desayuno. Se inclinó hacia delante colocando las manos sobre las piernas, quedando su cabeza casi a la altura de la rodilla y su pelo a poco de rozar el suelo. Miró de nuevo al espejo ―ahora a su derecha―, para ver la lamentable imagen que se estaba proporcionando de sí misma. Vaya unas vacaciones...
Se fue incorporando poco a poco, suspirando para calmarse y concentrándose por ignorar el exagerado ritmo de su corazón y los sudores fríos que se estaban apoderando de su cuerpo. Colocó las manos en las caderas y estiró la espalda para desperezarse un poco, pero se fijó de nuevo en su reflejo.
No sabría explicar qué sintió ni mucho menos describir la cara que había puesto; era de póquer, inexpresiva, pero de pánico absoluto, eso seguro. Con el corazón en un puño, se acercó al espejo y se colocó de perfil, definiendo con una mano la ligera curvatura de su vientre.
―No puede ser... ―suspiró para sí.
Y de repente, la oleada de náuseas volvió. Arlet se vio obligada a arrodillarse a toda prisa delante del retrete y expulsar el desayuno.
La pobre tosió un par de veces antes de decidir que podía limpiarse la comisura de los labios y las lágrimas, entonces escuchó a Christian llamando a la puerta.
―¿A.J.? ―preguntó apoyando la cabeza en la puerta―. Arlet, ¿estás bien?
―No... ―gimoteó ella. Desde el punto de vista del chico parecía que iba a echarse a llorar, y cuando Arlet abrió la puerta y salió con los ojos enrojecidos y con el pijama puesto otra vez... La siguió con la mirada hasta que se sentó en la cama cabizbaja.
―Oye, ¿por qué no te vas a casa? ―le dijo sentándose a su lado y colocando una mano en su espalda―. No pasa nada, lo intentaremos otra vez el año que viene, o en Navidad.
―Pero es que no te voy a ver hasta entonces ―respondió ella terminando de limpiarse las lágrimas.
―Pff... ―soltó pensativo, mirando a la nada―. En vez de coger otro vuelo, puedo quedarme un par de días en Nueva York cuando vuelva. ¿A Naiara le importará si ocupo el sofá? ―preguntó acercando a Arlet a su cuerpo, haciendo que ella quisiese reírse pero, a la vez no siendo del todo capaz.
―No creo que le importe ―dijo con una sonrisa.
―Pues ya está ―anunció levantándose, caminando hasta el escritorio junto al que Arlet había dejado sus cosas―. Te ayudo a recoger. Paso de tenerte metida en la cama, en San Diego.
Arlet sonrió agradeciendo mucho la preocupación de su amigo. Se levantó y se acercó a él pensando en lo que iba a hacer mientras lo reorganizaban todo en la maleta ―ahora tenía que guardar un neopreno nuevo, ocupaba más de lo que parecía―.
Constantemente perdía la mirada, no podía evitar pensar en su madre; era como un maldito radar, podría saber que algo le preocupaba con sólo mirarla a los ojos. Cada vez se estaba poniendo más nerviosa, y eso era algo que Christian también podía notar. ¿Qué podía hacer? Si resultaba estar lo cierto, no podía decírselo a sus padres y amigos tan a la ligera.
Ya por la tarde, porque Arlet prefirió ver cómo pasaba el resto del día, los tres esperaban en la recepción del hotel por el taxi que habían llamado para la morena. Ella se esforzaba por prestar atención a la conversación que intentaban mantener, sabía que preferirían pasar el rato en la playa en compañía de las tablas, pero en su lugar se quedaron con ella pese que sólo tenía que esperar sentada. Es un rollo ser aquel al que hay que cuidar...
En cuanto el vehículo llegó, Javier fue el primero en coger el equipaje de su amiga para meterlo en el maletero y dejar a su hermano pequeño que se despidiese de su mejor amiga como es debido. Ya que no se iban a volver a ver hasta diciembre, o no... Desde luego tenían que hablar más a menudo, que estamos en el siglo XXI, por Dios, para algo se crearon los teléfonos, ¿no? Para hablar con gente a distancia. Y hoy hasta los podemos ver.
―Bueno, que te recuperes ―dijo él antes de atraparla en un abrazo no muy prieto.
―Gracias, Chris ―murmuró ella cuando deshicieron el abrazo―. Javi ―anunció buscando otra despedida en forma de abrazo.
―Cuídate, A.J. ―respondió él correspondiendo, dándole palmaditas en la espalda.
Cuando se subió al vehículo, Arlet no dudó en despedirse una vez más con una pequeña sonrisa y meciendo su mano. En cuanto los chicos desaparecieron de su vista, el conductor le preguntó:
―¿Dónde la llevo?
―Al aeropuerto ―suspiró desanimada, recobrando los nervios que tanto le había costado ocultar a sus amigos.
Por favor, que sólo sea una hinchazón; por favor, que sólo sea una hinchazón; por favor, que sólo sea una hinchazón...
▽ △ ▽
Vuestras cabezas ahora mismo: 🤯
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