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59. Un año, dos años

27 de diciembre.

Leonardo no quería ser impaciente ni mucho menos desesperado, pero estaba deseando llevarse a Naiara a su cita de dos días para conmemorar que llevaban un año saliendo.

Un rato después de intercambiar los regalos y habiendo visto parte de la película ―para que no resultase descortés―, tomó a Naiara de la mano y se despidió deseando a los presentes una feliz noche. De camino al Shellraiser, no pudo contener la emoción como para no tomarla de la cadera y acercarla a él, aprovechando también para besar su mejilla.

Leonardo aparcó el Shellraiser en el callejón del edificio de las chicas justo después de dejar que Naiara se bajase y pudiese subir su maleta al apartamento.

En el momento en el que Naiara dejó la maleta en la entrada, unas luces en la terraza captaron su atención. Frunciendo el ceño, se acercó para ver qué es lo que había. Leonardo la estaba esperando con una gran ―nerviosa― sonrisa en la cara.

―¿Qué es todo esto? ―preguntó asombrada a la vez que traspasaba la puerta. La tortuga había colocado la guirnalda de luces de Arlet ―con bombillas tan pequeñas pero a la vez potentes que parecían estrellas en una cuerda― por encima del sofá y algunas de las velas aromatizadas de Naiara en la mesa.

Efectivamente, si Leo quería pedir la cena y que fuese un secreto para su chica, no podía recurrir a nadie más que a Murakami, pero esta vez la pizza gyoza era sólo un entrante. Había pedido también tempura, fideos de soba y udón, y una pequeña ensalada.

―Ven, siéntate ―dijo él tomando su mano y llevándola hasta el sofá. Afortunadamente, Leo había tenido en cuenta al invierno, por lo que había dejado un par de mantas en el sofá. Esperó a que su novia se sentase y la arropó antes de tomar asiento junto a ella.

―¿Seguro que no prefieres cenar dentro? Eres tú el que tiene la sangre fría ―dijo colocándose la manta, ofreciéndole la otra a la tortuga.

―Cierto, pero... ¿no hace una noche estupenda?

―Si nos abrigamos, sí... ―asintió con una sonrisa de conformidad. Le miró con ternura mientras él le extendía el primer plato junto con un tenedor―. Gracias, intrépido líder.

―Por ti, lo que sea... ―susurró la tortuga inclinándose sobre ella, besándola dulcemente en los labios―. Ahora, abre la boca que viene el avión... ―canturreó acercándole una pizza gyoza entre los palillos. Ella sonrió con un pequeño sonrojo, pero tuvo que ceder.

La cena resultó agradable, incluso al acabar, apagaron las luces para comprobar si podían ver o no las estrellas. Vale que era uno de los edificios más altos del barrio, pero no lo suficiente para estar localizado en Nueva York. De todas formas, recogieron los platos dejándolos en la fregadera y se colocaron en el borde de la terraza para contemplar las calles de su amada ciudad. No podía compararse con una noche estrellada, pero también era digno de admiración.

Naiara apoyaba la cabeza en el hombro de su tortuga sin dejar de mirar al frente, pero comenzó a sentir cómo él tiritaba. Levantó la cabeza y le miró con el ceño fruncido. Tal como sospechaba, el mutante estaba luchando por que sus dientes no castañeasen de frío.

―Venga, ya está. Vamos dentro ―dijo la rubia tomándole de la mano.

―Naiara, puedo aguantar un rato más.

―Me niego a que cojas un resfriado por orgullo ―sentenció tirando de él obligándole a entrar―. Además, la noche aún no ha acabado.

―¿Qué tienes en mente? ―preguntó Leo mirándola con el ceño ligeramente fruncido y una sonrisilla curiosa.

―Bueno, debería ayudarte a entrar en calor ―respondió echándole un vistazo por encima del hombro. Soltó su mano y Leonardo pudo apreciar la sonrisa de diversión que tenía antes de empezar a subir las escaleras. No se lo tuvo que pensar dos veces, sabía que tocaba la mejor parte de la noche.

28 de diciembre.

Naiara se despertaba tranquilamente. Gemía remoloneando pues, incluso habiendo dormido estupendamente, permanecer entre las sábanas era algo casi irresistible. Es por eso también por lo que siempre dejaba las persianas subidas, le encantaba despertarse con la luz del amanecer ―cosa que por otra parte, le obligaba a levantarse―. Sí que tenía que admitir que el reflejo del sol contra la blanca pared y el suelo de madera era bastante incómodo para sus ojos. Con suerte, su propia figura proyectaba una sombra que la protegía.

Hoy no fue el caso.

Al dar inconscientemente una vuelta sobre sí misma ―quedando sobre su espalda― y arquear los brazos, se dio cuenta de que estaba sola en la cama. Miró hacia su izquierda esperando encontrar ahí tumbado a su amante, pero no estaba.

―¿Leo? ―murmuró irguiéndose vagamente. Tomó la sábana con una mano para cubrirse el pecho al recordar que continuaba desnuda después de la noche anterior y, con la otra se apartó parte de su rubia melena de rastas de la cara.

Era consciente de que su voz apenas tenía el poder de aumentar el volumen a esas horas de la mañana. Bueno, mañana... ¿A qué hora se considera amanecer en diciembre? La mano con la que se apartó el pelo acabó descendiendo por su cara para acabar frotándose el ojo y la mejilla derechos.

Un par de toques en la puerta captaron la atención de la chica, que se volvió ligeramente para ver. Leo abrió la puerta con el codo y la empujó con el hombro para poder entrar con el desayuno prometido sin derramar una gota.

―Buenos días, brujita... ―saludó con una gran sonrisa. Naiara sonrió apartando la mirada con vergüenza. Lo cierto es que no se creía que en verdad fuese a hacerle el desayuno―. Lo prometido es deuda, ¿no? ―dijo sentándose al lado de su novia y dejando la bandeja sobre el colchón, entre los dos.

―Qué buena pinta ―señaló la rubia arqueando las cejas, sin dejar de sonreír.

―Sí, le pedí a April que comprase un par de cosas ―admitió señalando parte de la bandeja. Había una taza de café con leche junto con su sobre de azúcar, una de té, un par de vasos con zumo de naranja, tostadas con mantequilla y un par de croissants―. Feliz primer aniversario ―susurró.

―Feliz aniversario, mi amor... ―susurró ella acariciando la mejilla de la tortuga antes de besarle con dulzura.

—¿Café? —preguntó él con una sonrisa tierna, acercándole la taza.

—Por favor —respondió Naiara en un suspiro.

Y se pasaron acurrucados el resto del día, hasta que anocheció y Raphael y Arlet llegaron. No es que fueran a molestar ni nada, pero sí que les hubiera gustado una noche más de privacidad, ¿y a quién no? Claro, que tuvieron toda la mañana para intimar alguna otra vez. No desaprovecharon la oportunidad.

Uno de enero.

—¡... tres, dos uno! ¡FELIZ AÑO NUEVO! —gritaron todos lanzando confeti y globos antes de brindar con sus copas de refrescos, aunque es posible que alguien hubiera hecho una pequeña trampa.

Estaban en el apartamento de Arlet, por lo que podían celebrar mejor el comienzo del año desde la terraza y pudiendo ver cómo se lanzaban los fuegos artificiales.

Mikey continuaba recogiendo y volviendo a tirar por los aires el confeti y los globos, alguno escapándose y cayendo a la calle. Y las chicas —Arlet y Naiara—, deseándole un feliz año a sus tortugas con un gran abrazo y un beso.

—Sigo sin entender cómo Splinter ha preferido quedarse en la guarida —murmuró Arlet mirando a los chicos.

—No te lo tomes a mal, no le van las fiestas escandalosas —le dijo Leo encogiéndose de hombros. Arlet apretó los labios pretendiendo estar conforme con la respuesta, no se sentía ofendida, en absoluto, era su sentido del humor responder con expresiones faciales muy marcadas. Mikey corrió hasta los altavoces que habían sacado para poder subir el volumen de la música.

—Jo, Arlet. Ojalá tuvieras una mesa de Disk Jockey —gritó por encima de la música, gesticulando cómo pinchaba los discos con diversión.

Ella no se molestó en alzar la voz, sólo le miró encogiéndose de hombros y alzando las manos en señal interrogante. Todo no se puede tener.

12 de febrero.

Arlet se acabó rindiendo después de demorarse dando vueltas y vueltas en la cama, resoplando porque no acertaba a detener el despertador del móvil si no despegaba la cabeza de la almohada.

Por lo menos era viernes, y sus clases del día se basaban en dibujar; un par de horas figura humana si es que no le tocaba posar a ella —el lado bueno es que como eran los compañeros los que se iban dibujando unos a otros, ninguno lo hacía desnudo—, y otras tres horas de acuarela.

Al incorporarse por fin y ver la fecha en el teléfono, sonrió con ternura y le mandó un mensaje a Raph.

Arlet: ¡¡Feliz aniversario, petardo!!😍

Raph: Feliz aniversario, nena😙❤️. ¿Fin de semana en el bosque? El año pasado no lo celebramos😏.

Arlet: Me has leído el pensamiento😊. Voy antes y arreglo un par de cosas.

Raph: Ya llevo yo la cena, me paso por Murakami.

Arlet: Vale, hasta la noche😘.

A lo largo del día, Arlet iba apuntando en una hoja las cosas que a lo mejor debería comprar porque en la casa del bosque no habían dejado comida. Ingredientes para el desayuno y para el resto del fin de semana, a lo mejor hasta se animaba y se le ocurría decorar el salón con algunas velas para dar un poco de ambiente.

Desventajas de no haber comprado aún la mesa del comedor... pero oye, esa alfombra de la sala de estar era preciosa, suave y cómoda, podían comer ahí perfectamente. Podrían incluso acurrucarse y pasar toda la noche ahí sentados.

Raphael se pasó el día entrenando como loco porque sabía que Splinter le pondría pegas a la idea de estar fuera todo el fin de semana. Era cierto, sus enemigos se estaban tomando un descanso considerable, pero temía que sus hijos se volviesen cómodos y perezosos.

La rata tuvo que acceder cuando le vio entrenando de esa manera, y no podía dudar de que le emocionaba estar con su pareja. No obstante, pese a que las tortugas ya eran mayores de edad —y que sus dos hijos mayores llevaban un tiempo con sus novias—, no podía evitar pensar que no les había dado ningún tipo de charla. Por otro lado, daba por hecho que ya habían intimado después de ese tiempo de relación, así que tampoco pareció tan mal haberse ahorrado esa vergonzosa conversación. Sí, para los padres también puede volverse incómodo.

Al fin, la noche llegó y Raphael tenía el permiso de su padre para poder pasar el fin de semana fuera. Cruzó la guarida pasando por alto las miradas de envidia —aunque también alivio por tener al irascible ocupado— de sus hermanos y se montó en su moto para ir a ver a su chica.

Arlet de vez en cuando se asomaba a la ventana porque estaba segura de que Raphael intentaría llegar de sorpresa, por lo que se enteró cuando aparcó la moto en el mismo lugar que cuando la buscó la otra vez, oculta entre matorrales.

Se alejó del cristal procurando que las cortinas no la delatasen y se apresuró a encender las velas justo antes de que su novio cruzase la puerta.

Cariño, ya estoy aquí —canturreó cerrando la puerta tras él con el pie. Arlet le miró y no pudo evitar soltar una risilla por el comentario. Lo cierto es que casi parecía que ya estaban casados, con su casa nueva a medio amueblar y todo—. Espero que tengas hambre —dijo acercándose.

—La tengo —respondió aún de rodillas en la alfombra, enderezándose lo suficiente para poder recibir el beso de bienvenida. Cogió los tuppers que la tortuga le extendía y lo colocó todo en los platos mientras él se sentaba a su lado.

—¿Las velas eran necesarias? —preguntó con diversión.

—¿No te gustan? —le dijo dándole su plato.

—No, están guay. Es sólo que no te imaginaba prestándote a este tipo de detalles.

—Era por compensar la falta de muebles —admitió encogiéndose de hombros, dando un primer bocado a su gyoza—. El lado bueno es que como ya sabes lo de la casa, tienes voto para continuar amueblando.

—Ah, ¿sí? —cuestionó mirándola con una sonrisilla tierna, sonrisilla que Arlet le devolvió arqueando una ceja.

—Podemos hacerte un disfraz e ir a IKEA —murmuró la morena, conteniendo la risa.

—Sí, claro —respondió desacreditándola. Volvió a su plato restándole importancia a lo que su prometida le había dicho. Arlet bajó el plato casi hasta el suelo y se le quedó mirando pensativa antes de continuar hablando.

—Oye, ¿y por qué no? —Raphael la miró de nuevo, frunciendo el ceño—. A ver, lo había dicho de coña, pero por otro lado... —insinuó ladeando la cabeza.

—Arlet, no —dijo Raph, serio.

—Venga, ahora es invierno. Con una sudadera, pantalones, un gorro y una bufanda, serías como uno más.

—Arlet... Sabes que es arriesgado. Incluso si me apeteciese salir a la luz del día para caminar entre humanos.

—Vale... —murmuró agachando la cabeza.

—Eh —dijo tratando de captar su atención. Apartó su plato dejándolo a un lado y la obligó a mirarle colocando un dedo bajo su barbilla—. Doy por hecho que todos los humanos huirían al verme, pero tú no lo hiciste —dijo, Arlet sonriendo tímidamente por el comentario—. Fue eso lo que me hizo querer volver a verte, y te quiero por saber ver más allá del aspecto de un mutante —susurró dejando marchar su cara—. Además, sigo sin entender por qué no gritaste al verme, pero te lo agradezco.

—He visto gente más fea —señaló con una sonrisa superior burlona. Raphael la miró con sorpresa, borrando su sonrisa de la cara, pero supo seguirle el juego.

—¿Cómo que...? ¡Ven aquí! —se quejó antes de abalanzarse sobre ella, obligándola a caer de espaldas.

Como era de esperar, Arlet ya se estaba riendo de su propia broma y de la reacción de la tortuga, pero esa risa se volvió incontrolable cuando Raphael empezó a hacerle cosquillas.

El resto de la noche continuó con cierto cachondeo. Seguían con bromas, risas y cosquillas ocasionales —incluso hablaron algo de cómo seguir decorando y el tipo de muebles que querían—, pero poco a poco empezaron con los besos. Nada más acabar la cena, apenas pudieron aguantar acurrucados. Se acabaron yendo al dormitorio. Después de todo, había sido un día laboral para ambos.

13 de febrero.

A la mañana siguiente, Arlet se despertaba viéndose arrastrada en la cama. Su cerebro no era capaz de registrar el movimiento hasta que se dio cuenta que su cintura estaba envuelta por unos brazos verdes y su espalda se encontró con la rigidez del pecho de cierta tortuga. Miró hacia atrás con pereza y suspiró con una pequeña sonrisa al ver a su mutante aún dormido.

Se habría quedado ahí junto a él un rato, incluso habría intentado dormirse otra vez, pero su estómago tenía otros planes. Sintiendo cómo rugía pidiendo el desayuno, se acabó apartando de Raphael con precaución para no molestarle.

Al verse una fría mañana de febrero huyendo del calor de su novio y las sábanas, buscó por el suelo su ropa interior y su crop-top negro. Una vez lista, miró una vez más a Raph antes de bajar a la cocina.

* * *

Raphael abrió los ojos frunciendo el ceño por la luz que incidía directamente en su cara. Alzó una mano mientras gemía con pereza y rabia y, casi al momento, Arlet cruzó la puerta dando brincos y se sentó en la cama de un salto.

—Demasiada energía por la mañana para ser tú, ¿no? —murmuró él escondiendo parcialmente su cara en la almohada.

—Entonces... ¿no quieres desayunar? —respondió con una disimulada sonrisa de superioridad a la vez que ladeaba la cabeza por la bromita. Raph la miró con el único ojo que ella podía ver, arqueando una ceja—. Venga, se va a enfriar —dijo alargando la mano para tomar la de la tortuga.

Él no opuso resistencia, resopló y se levantó para caminar tras ella hasta el piso de abajo.

Fue un poco incómodo desayunar en la isla de la cocina de pie, pero bueno... Ya era otro punto del que hablar acerca de los muebles, como que no estaba mal la idea de tener una mesa para tomar el desayuno fuera. En verano, por supuesto.

Tampoco ellos perdieron el tiempo a lo largo del día. Por no cocinar, acabaron llamando a la pizzería del pueblo que había cerca de la casa, aquel al que Arlet iba a comprar para rellenar la nevera. La casa estaba bastante bien localizada después de todo, estaba oculta pero no incomunicada.

Era el lugar perfecto para vivir oculto y libre de salir al mundo exterior.

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