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54. La primera

Se supone que este era el capítulo de la semana que viene, pero el de hoy no me gustaba cómo me estaba quedando y he decidido empezarle de nuevo. Por eso los he cambiado de orden. Sí, quería torturaros un poco con la espera, pero bueno...

― ― ― ― ― ― ―

Habían pasado cuatro días desde que Arlet desapareció.

Los hermanos de Raph no habían dudado en ayudarle a buscarla por los lugares que más podían frecuentar, pero era inútil. Aparte de que ella era humana y le resultaría fácil ir a alguna parte en la que un mutante no pudiese cogerla, seguramente hubiera tenido cuidado de irse a alguna zona alejada del alcance de las tortugas. Por eso empezó dejándose el móvil en el apartamento.

Raphael no había vuelto a la guarida desde aquella fatídica noche. Tras acabar de dar vueltas y vueltas por el barrio, volvía al apartamento y se quedaba sentado en la habitación de Arlet, esperando que volviese. Tampoco había dormido ni comido nada.

Sólo se quedaba ahí, mirando al techo y recordando lo dolida que debía de estar para haberle hecho daño a él también habiendo destrozado algo tan personal:

Flashback

Raphael consiguió llegar al apartamento y entró por la terraza de Arlet cuando vio que había luz encendida. Seguía de los nervios al no conocer la situación en la que Arlet se encontraba exactamente.

—¿Arlet? —la llamó con un nudo en la garganta.

No estaba a la vista, pero recordaba que, otra ocasión en la que se enfadó con él —cuando pilló a Leonardo—, se encerró en el armario. Caminó cabizbajo y vacilando, esperando que no se lo hubiera tomado tan mal como pensaba. Tocó la puerta un par de veces y preguntó por ella en un murmullo.

Al otro lado escuchó un sollozo, lo que provocó que quisiese abrir y, aunque ella no lo quisiese, abrazarla y consolarla. Lo intentó, pero apenas la abrió unos centímetros, ella la empujó cerrando de un portazo.

—Arlet, por favor. No es lo que crees, deja que te lo explique.

No hubo respuesta, sólo un par de sollozos sordos más. Apenas audibles, pero lo suficiente para la extremadamente atenta tortuga. Raphael frunció el ceño intentando no desmoronarse. Esa sensación de pesadez que tenía en el pecho era un verdadero espanto.

Tenía que habérselo explicado desde un principio. Se habría enfadado, pero no estaría así... pensó.

Fue a intentar abrir la puerta otra vez, pero algo le detuvo. No que Arlet la estuviera bloqueando —que podría, pero estaba ocupada recogiendo un par de cosas sin echarse a llorar—. No, fue olor a quemado.

Al principio pensó en echar la puerta abajo pensando que era en el propio vestidor, pero vio el humo saliendo del baño, por encima de la puerta. Entró y vio que el humo negro emergía de la bañera.

¿Qué había ahí?

Cuando apreció una llamarada, corrió hasta la bañera y tomó la ducha para apagar lo que fuera que se estuviera quemando. Tosió cubriéndose la boca y la nariz con una mano mientras con la otra rociaba el objeto. Hasta que lo vio.

Era su cuaderno.

Se dejó caer de rodillas junto a la bañera y tomó las casi deshechas tapas, llenas de cenizas y con trozos de papel apenas reconocibles.

Al intentar abrir el cuaderno, las hojas se rompieron y cayeron al frío fondo de la bañera. No era capaz de ver el trazo del lápiz en ningún trocito.

Suspiró dolido y lo dejó caer, apreciando cómo sus manos se habían mojado y adquirido el tono negro de las cenizas. Como si hubiera estado pintando con acuarelas.

Se quedó ahí recapacitando, pensando si se lo merecía o había sido una exageración. Y escuchó una puerta cerrarse con fuerza.

Salió corriendo del baño, vio que la puerta del armario estaba abierta y el móvil de Arlet estaba en la cama.

Se había ido.

Naiara habló con Leonardo por teléfono sobre el estado de Raphael a petición de Splinter. Naturalmente, la rubia era consciente que la tortuga de rojo se pasaba el día en la habitación de su novia, e incluso había ido a sentarse con él en algún momento o intentar que comiese algo.

—¿Cuánto hace que no duermes? —preguntó asomándose desde la esquina a la que se accedía al pasillo de la habitación. Raphael permanecía sentado en el suelo, apoyado en la puerta del baño; con los brazos sobre sus flexionadas rodillas y la cabeza dirigida al techo. Miró vagamente a su amiga y se encogió de hombros antes de frotarse los ojos.

—Desde que se fue —murmuró. Dejó que una de sus piernas se deslizase hasta acabar en el suelo por completo, arrugando la alfombra. Naiara suspiró y caminó hasta sentarse sobre la alfombra, apoyada a los pies de la cama. Se cruzó de piernas y tomó sus pies con ambas manos.

—Raph, esto es un círculo vicioso. No va a volver sin saber lo que pasó realmente —sentenció negando con la cabeza—. ¿No hay algún lugar al que os gustase ir? No sé —murmuró Naiara encogiéndose de hombros—, cuando me mudé aquí pasabais mucho tiempo fuera.

—Hay uno, pero dejó de ser una opción.

Después de pronunciar esas palabras, Raphael se dio cuenta de que, efectivamente, era un lugar en el que no se le ocurriría buscarla. A lo mejor ahí estaba el truco.

Pestañeó saliendo de sus pensamientos, sacudió la cabeza y salió corriendo a la guarida para coger su moto. Con un poco de suerte, conseguía arreglarlo todo.

—¿Naiara? —escuchó ella la voz de Leo. Se levantó y se asomó por la terraza para ver cómo su novio ya había traspasado la puerta de la terraza principal. Bajó las escaleras para ir a su encuentro.

—Si buscas a Raph, no te has cruzado con él por un pelo —anunció una vez se encontró con él.

—¿Se ha ido? —cuestionó.

—Creo que ya sabe dónde encontrarla —respondió ella encogiéndose de hombros.

* * *

Cuando Raphael llegó al camino de tierra que llevaba desde la carretera hasta la casa del bosque, pudo notar que había marcas de neumáticos recientes, pero a lo mejor eran de los obreros que vio hace unos meses.

Había sido una idea estúpida, seguro que seguían arreglando la casa. ¿Cómo iba a estar Arlet aquí?

También se fijó en que habían talado un par de árboles para mejorar la visibilidad y, que le habían hecho un buen lavado de cara a la casa. Raph detuvo la moto frente al solar y tuvo que admitir que estaba fascinado por cómo había quedado.

Antes de decidirse a entrar —viendo que no había nadie—, apartó la moto para esconderla entre la vegetación, por si acaso. Se bajó del vehículo, se quitó el casco y caminó con cautela hasta la puerta principal.

No le resultó muy difícil abrir la puerta. Después de que Donnie fuese a buscar al padre de April él sólo, enseñó a sus hermanos a utilizar la ganzúa en caso de que echar la puerta abajo resultase arriesgado. En su momento, Raph resopló. ¿Cuán más divertido es derribar la puerta de un golpe? Cierto, pero en este caso no habría sido capaz.

Vale, habían terminado de arreglar los suelos y las paredes. En el salón sólo había un par de sofás y una alfombra. Se paseó sin dejar de mirar a su alrededor hasta que se asomó a la cocina. Era casi igual, pero si que había ciertos detalles que anunciaban mejoría.

Y se asomó por la ventana. Era increíble el partido que se le había sacado a ese montículo de tierra que pretendía ser el patio de la planta principal. Lo habían cubierto de azulejos e instalado escaleras para llegar al patio de abajo, el de la planta inferior-sótano.

Frunció el ceño al darse cuenta de que la casa no estaba acabada de amueblar, pero tampoco había cajas que sugerían una mudanza. ¿Quién arregla una casa así, si luego la deja? ¿A lo mejor el estado ha decidido que quiere venderla cuanto antes?

No tuvo la oportunidad de llegar hasta el piso de arriba cuando le pareció escuchar cómo unos neumáticos pasaban por encima de la tierra del camino de la entrada, cesando en el momento en el que llegaba al suelo de piedra que actuaba como un improvisado aparcamiento para visitantes.

Quiso esconderse, incluso huir, pero había algo que le impedía moverse. Era algo que estaba en el aire, como un aroma. Un aroma dulce y familiar.

La puerta principal se abrió tras oír como unas llaves la desbloqueaban, pasos muy ligeros —casi acolchados— acercándose a él y el sonido de una bolsa de papel.

Arlet apareció por la puerta de la cocina cargando con una compra para un par de días. Al alzar la mirada y verle, resopló rodando la vista.

—Arlet.

—Olvídalo. No tengo nada que decirte —contestó mientras dejaba la compra sobre la encimera. Salió de la cocina, huyendo de él.

—Arlet, espera —la llamó él, siguiéndola. La alcanzó antes de que llegase hasta las escaleras y la tomó del brazo izquierdo. Ella se volvió, pero no para mantener una conversación, trató de sacudir el brazo y hacer fuerza con las piernas para soltarse—. Por favor, escúchame —dijo Raph sin notar el esfuerzo de la chica.

—¿Escuchar qué, exactamente? —espetó liberándose por fin—. ¿Cómo vas por ahí poniendo nombres de las mujeres más bonitas retratadas? ¿La más bonita del mundo? —se quejó cruzándose de brazos.

—Ya... —murmuró apartando la mirada un momento—. La Mona Lisa...

—La mujer más hermosa del mundo es la Venus de Milo, imbécil —siseó. Raphael se lamió los labios, asintiendo con incomodidad por el comentario.

—Y tú eres mi Venus, nena.

—Ya, claro —murmuró pasando a su lado, ignorándole.

La tortuga resopló, no sabía qué más hacer para llamar su atención. En verdad no quería escuchar nada de él. Era consciente de que lo de Mona estuvo mal, pero tampoco dependía de él.

Vale, admitiría que para ser un tritón gigante no estaba mal, pero no era Arlet. Por muy atraído que se viese por ese efecto de 'cántico de sirena', fue ella la que le besó a él, no a la inversa. Y tampoco habría sido capaz de decirle que la amaba.

El corazón de esta tortuga sólo pertenecía a una persona, y así sería siempre. Por eso, Raphael decidió que sólo había una manera de demostrárselo.

—Arlet —la llamó antes de que saliese del salón, girando sobre sí mismo para dirigirse a ella. Realizó un último movimiento antes de que Arlet le viese.

—¿¡Qué!? —se quejó una vez más, dándose la vuelta para encararle. No se esperaba en absoluto lo que vio. Raph estaba con una rodilla hincada en el suelo y, sosteniendo una pequeña caja negra en la que había un anillo.

Arlet se le quedó mirando atónita, sin saber qué pensar o decir. Sin ser plenamente consciente de sus movimientos, se acercó a él con pasos lentos, como si fuese empujada por una suave brisa.

—¿Qué haces...? —preguntó en un suspiro, con un nudo en la garganta, el corazón en un puño y sintiendo cómo sus ojos comenzaban a picar.

—Para mí siempre has sido la primera, y lo serás siempre. Ya sé que acabamos de hacer los dieciocho pero, no creo que llegue el día en el que deje de quererte. Te prometo que en el espacio, no hubo un día en el que dejase de pensar en ti. Eres lo mejor que me ha pasado nunca.

Arlet agachó la cabeza dejando que el pelo le ocultase la cara, estaba empezando a sollozar.

—Arlet Jordan... —murmuró en un tono suplicante, no del todo convencido de que siguiese enfadada—. ¿Te casarías conmigo?

La chica no tenía palabras. Se dejó caer de rodillas frente a él, posó suavemente la cabeza en su hombro y Raphael la rodeó con un brazo. Al cabo de un ratito en el que no dejó de palpar la espalda de la chica para consolarla, preguntó de nuevo, acercándole el anillo:

—¿Significa esto que me perdonas? —Arlet sollozó una última vez y giró la cabeza lo suficiente como para establecer contacto visual. Estaba colorada, con los ojos vidriosos y el maquillaje humedecido; pero aun así, Raphael la encontraba preciosa—. ¿Quieres casarte conmigo?

Ella apretó los labios suprimiendo más sollozos y asintió.

—Sí... —susurró.

Raphael la ayudó a enderezarse para poder tomar su mano derecha y colocarle el anillo delicadamente. Arlet no podía contener una pequeña —triste después de la llorera— sonrisa, mientras veía cómo la joya parecía estar hecha a medida su dedo.

Una vez colocado, Raph tomó la mano de la chica para besar la joya. Acarició su mejilla y volvió a apoyar la cabeza en su hombro para atraparla en un cálido abrazo.

—Feliz cumpleaños otra vez, nena...

—Coge el anillo y vete —refunfuñó sin estar realmente enfadada. Trató de llevar la mano izquierda hasta la derecha para quitarse la joya, pero Raph lo impidió tomándola a tiempo.

—No te vas a librar de mí tan fácilmente —susurró antes de besar su sien una y otra vez. Ella suspiró resignada con una sonrisa. Tampoco es que lo fuera a intentar...

Se quedaron así unos minutos, en los que Raphael empezó a mecer a Arlet como si fuese una niña pequeña.

—¿Vamos a la cama, nena? —susurró en su pelo.

—Aún no me has explicado lo de la lagarta esa —murmuró ella en su cuello.

—No lo decía por eso. Hace días que no duermo...

—Vale... —susurró ella besando su mejilla.

Ambos se levantaron y Arlet le llevó hasta el piso de arriba, mostrándole la nueva disposición de la casa.

*  *  *

Raphael se despertaba lamiéndose los labios. Sí, la verdad es que necesitaba esas horas de sueño...

Abría los ojos de manera prudente al darse cuenta de que no estaba en su oscura habitación, sino en una mejor iluminada. Casi inundada en luz natural, por lo que no estaba tampoco en el apartamento de Arlet. La morena se empeñaba en cerrar las cortinas por la mañana, la luz puede llegar a ser bastante molesta a esas horas.

Cuando pudo ver con claridad, giró la cabeza. Arlet estaba a su lado, girada hacia él con la cabeza reposando en su mano derecha. En ese momento, sólo llevaba puesto el crop-top y la ropa interior. ¿Para qué ponerse el pijama, no?

—Buenos días —saludó con una expresión serena, neutral, pero a la vez podía apreciar cómo luchaba por contener una pequeña sonrisa. Alzó la otra mano para acariciar la mejilla del mutante.

—Pequeña... —murmuró con una sonrisa perezosa, cerrando los ojos para disfrutar mejor de la caricia. Dirigió una mano a su cara para atrapar la de Arlet y besar sus nudillos.

—¿Qué? ¿Piensas explicarme lo que ocurrió?

Raphael abrió los ojos y la miró. Cierto, aún tenía que contarle eso... Carraspeó incómodamente soltando la mano de la chica y apartando la vista, pensando.

—Créeme, intenté resistirme —comenzó dirigiéndose a ella de nuevo, tratando de establecer contacto visual sin sentirse muy intimidado por esos ojos analíticos. Preciosos, pero a veces Arlet podía hacer que fuesen aterradores.

—No lo suficiente... —murmuró ella frunciendo levemente el ceño, con tristeza.

—Ya te lo he dicho, nadie podrá reemplazarte nunca. Y sí, Mona sabe que mi corazón pertenece a otra. A ti —Raphael se incorporó para poder quedar ambos de rodillas y atrapar las manos de Arlet en las suyas. Ella agachó la mirada y pestañeó repetidas veces—. Arlet, sabes que te quiero. ¿Me quieres tú? —preguntó acariciando su mejilla y apartando el pelo de su cara.

Arlet le miró, y Raph pudo apreciar un par de gotas saladas en los lagrimales de su novia.

—Si no te quisiera, ¿crees que me habría afectado tanto? —respondió. Se mantuvieron en silencio durante unos segundos, hasta que una sonrisa empezó a dibujarse en la cara de la morena—. Claro que te quiero, idiota.

Raphael sonrió y, no pudo contenerse como para no besarla. Incluso si ella continuaba enfadada; no obstante, Arlet no se apartó. Rodeó el cuello del mutante con ambas manos y le acercó a ella a la vez que se dejaba caer sobre el colchón.

Después de un pasional intercambio de besos, se separaron para recuperar el aliento.

—¿Desayunamos? —preguntó Arlet.

—¿No era lo que íbamos a hacer? —contestó Raph con una sonrisilla pícara, besando su cuello.

—Tranquilo, aún te tengo castigado —respondió ella poniendo las manos en su pecho para alejarle de ella. La tortuga resopló al ver cómo su chica se deslizaba escapando de él y se ponía los pantalones y su sudadera azul para bajar.

—¿Y cómo es que has venido aquí? Creí que alguien lo había comprado —anunció él siguiéndola. Ya, bajando las escaleras, Arlet echó un rápido vistazo por encima de su hombro para verle y soltó una risilla.

—Y así es. Ahora es mía.

—¿Cómo?

—¿Recuerdas cuando, durante la invasión, salí con Casey a dar una vuelta? Fue por esto —le informó señalando a su alrededor—. Y sí, tiene que ver con su nuevo apartamento.

—Sois un par de delincuentes —resopló negando con la cabeza. Al entrar en la cocina, Arlet le indicó que tomase asiento en la mesa circular que había junto a un ventanal que mostraba el jardín mientras ella preparaba algo.

—Tranquilo, ya no hay dinero. Donnie nos cerró la cuenta.

—¿Donnie lo sabía? —se quejó girándose hacia ella.

—Lo de esta casa no lo sabe ni Casey, quería que lo vieses tú antes. Por eso acabé bajando a la guarida —admitió en un murmullo.

—Lo siento.

—Yo también —susurró agachando la cabeza.

—¿Arreglado?

—Arreglado —sonrió ella, recordando que, eso fue lo mismo que le preguntó cuando él sintió celos de su mejor amigo—. ¿Entiendes ahora por qué odio mis cumpleaños? —preguntó ladeando la cabeza, intentando adoptar una actitud más juguetona—. Son gafes...

—Ya... El próximo sólo seremos tú, yo... y esta casa —dijo con una sonrisa seductora.

—Y... maratón de películas o series antes de ir a la cama —añadió giñándole el ojo.

—¿Y tenemos que esperar un año...?

—No, ya nos escaparemos. Cuando tu castigo acabe.

—Nena... —se quejó.

― ― ― ― ― ― ―

Siguiente capítulo: Indecisión(el sábado).

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