52. Punto de partida
Donatello se dio un par de días para pensar en cómo establecer una relación de suficiente confianza con la chica como para pedirle ayuda o información acerca de las armas.
Alguna vez le había dado un pequeño ataque de ansiedad pensando en cómo presentarse y, arreglar la primera impresión que debió de darle. ¿Cómo podría hacer una nueva amiga después de cómo me pilló?
Podría incluso haberle preguntado a sus hermanos mayores cómo se atrevieron a volver a ver a quienes a día de hoy eran sus novias, pero prefirió dejarlo pasar. Ahora que el Pie estaba inactivo ―y como consecuencia, los Dragones Púrpura―, a Raphael y Leonardo les faltaba tiempo para salir corriendo al apartamento una vez que el entrenamiento acababa.
Michelangelo también había ido alguna vez. Cuando Arlet dejó caer ―inocentemente― que le había dado por comprarse la PlayStasion 4, lo tomó como una invitación para estrenar la consola. En fin, aquel día en vez de quedar todos en la guarida, fue en casa de Arlet.
Donatello no había dejado de crear posibles escenarios para poder establecer una conversación. Se detenía de vez en cuando pensando en los escenarios que se le ocurrieron para poder salir con April y, que ninguno le había resultado exitoso.
Resopló desesperanzado y agachó la cabeza.
¿Cómo iba a funcionar? Si ni siquiera se había atrevido a decirle que le gustaba. ¿Por qué le saldría bien este organigrama?
Resignado, acabó arrancando el papel de la pizarra. Lo rompió y arrugó antes de tirarlo a la papelera que tenía bajo el escritorio. Entonces resopló antes de tratar de controlar la respiración, relajándose, y salió a la superficie.
* * *
Por la noche, Kimani se encontraba en la azotea, sentada sobre una cálida y suave manta para aislarla del frío del suelo.
Estaba tranquila a la vez que inquieta, no dejaba de cambiar la posición de sus piernas inconscientemente; desde cruzarlas, extenderlas colocando un pie sobre el otro, acomodándose sobre su cadera... Cuando por fin se dio cuenta del detalle, se forzó a dejar de moverse; cruzándolas para minimizar el movimiento de su inquietud y frustración.
Estaba apoyada contra el semi-muro en el que su padre colocó el telescopio la otra noche —sólo la acompañaba la linterna—, salvo que esta vez no se molestó en mirar al cielo. Ella tenía asumido que Nueva York no haría una excepción en su rutina nocturna como para que sólo ella pudiese contemplar los astros.
No. Esta vez estaba pasando las páginas de un álbum de fotos que tuvo lugar en el curso escolar del año 2012; de hecho, era el anuario. Vaya, cuánto tiempo ha pasado... Si parecía que fuese ayer.
La causa de su frustración era la pérdida de un amigo. Ese al que su hermano se refirió como 'el pringado'. No podía evitar resoplar indignada al recordarlo. Vale que era un poco raro, incluso podía admitir que realmente fuese un pringado, pero eran cosas que uno no dice en alto.
Kim solía fruncir levemente el ceño cuando llegaba a una página en la que las fotos eran algo más personales. Sencillamente, prefirió coger fotos de sus ratos libres de ese mismo año y pegarlas sobre imágenes en las que no aparecía o que no le interesase recordar. Algunas eran incluso capturas de sus historias de Instagram en las que maldecía una noche de estudio. Mucho mejor que el club de ajedrez, la verdad...
Donatello había estado presente desde poco antes de que consiguiese dejar de mover las piernas.
Parecía enfadada, lo que le hizo pensar en irse, en ese estado de ánimo no estaría muy receptiva. Por otro lado... a lo mejor Donnie no reunía el valor suficiente para acercarse a ella. El valor con el que había llegado esa noche.
Suspiró reuniendo un último esfuerzo por moverse de la valla publicitaria y se dejó caer sobre sus pies. El movimiento casi en cámara lenta para un simple espectador, claro, si lo hubiera visto...
Kimani se había detenido en unas páginas que estaban dedicadas a los clubes. Únicamente se había salvado el de baloncesto, a petición de su hermano que, de todas formas no estaría muy interesado en rememorarlo. Para eso tenía su cuenta de Instagram y las de sus amigos, o incluso el Facebook.
En las páginas en cuestión había fotos de ella y de su amigo desaparecido. Muchas de ellas sentados en la azotea estudiando o, él haciéndola una foto en la que se la veía aburrida.
Kim casi podía recordar cada una de las conversaciones. La imaginación de ese tío era absurda.
Seguía pensando de dónde podía haber sacado esas historias pero, vio como una figura salía de las sombras caminando hacia ella. Le reconoció en seguida, y de hecho, volvió a dirigir la mirada a su álbum en lo que llegaba a su lado.
—Hola —le saludó en un suspiro, sin ni siquiera mirarle—. ¿Vienes a espiarme?
Donatello tragó saliva a la vez que asentía tímidamente, apretando los labios por el comentario; pero no por darle la razón.
—En realidad, venía a disculparme —dijo colocando las manos en el cinturón, adoptando una pose casual a la vez que apartaba la mirada disimuladamente hacia un lado. Kimani levantó la cabeza para mirarle con una ceja arqueada, desacreditándole—. Lo siento —concluyó él estableciendo contacto visual y, dedicándole una pequeña y tímida sonrisa.
Kim no pudo evitar que una de las comisuras de sus labios respondiese al gesto de la tortuga como reflejo. Era una chica borde, es cierto, pero la sonrisa de los demás le resultaba contagiosa —al menos las auténticas o, si no está muy enfadada—.
—Está bien... —respondió dejando de intentar contener la sonrisa. En algún momento, pudo intuir que la misteriosa tortuga no sólo había aparecido para disculparse, por lo que volvió a dirigir su atención al álbum de una forma sutil. No por ignorarle, sólo estaba esperando por lo que realmente pretendía.
Donatello no era tan bueno como ella intuyendo las segundas intenciones, por lo que titubeó ligeramente antes de decidir sentarse a la derecha de la chica. Extendió una pierna y flexionó la otra —la izquierda, más cercana a ella—, para no parecer que quería cotillear. Miró a la nada esperando que la situación no resultase muy forzada.
Kimani apretó los labios mientras le veía por el rabillo del ojo, intentando no reírse por su nerviosismo. Suspiró dejando escapar el aire de sus pulmones, relajando la posible risilla.
Le intentó dar tiempo para que iniciase esa conversación que le obligó volver a verla, pero le estaba llevando tiempo. Acabó tomando las tapas del álbum por el lado superior con ambas manos, tapando las páginas con los brazos inconscientemente y le miró con una sonrisa ladeada y una deja arqueada, captando la atención de la tortuga.
—¿Estás seguro de que sólo querías disculparte? —preguntó ladeando la cabeza. Donnie la miró conteniendo el aire y con los ojos como platos.
—Yo... Emm...
—Vale, no me lo digas... —sentenció ella volviendo a las fotos.
—Lo siento, no quería incomodarte —dijo él agachando la mirada, sus ojos recayendo en las fotos.
Al principio frunció el ceño extrañado por el aspecto de la chica hace unos años. Vestía bastante cuidada, seguramente de marca, y su pelo y maquillaje también rozaban la perfección.
Hoy la chica no llevaba el pelo planchado, ni colores vistosos, ni tacones —y mucho menos falda—. No iba descuidada, la verdad es que estaba incluso mejor con el suéter blanco revelando hasta un par de centímetros por encima del ombligo y unos pantalones de chándal. Parecía más natural, y eso le gustaba.
Se fijó en que en las fotos estaba también en una azotea, aparentemente aburrida. La persona al otro lado de la cámara debía de estarle contando algo realmente interesante.
Hasta que le vio.
Era un chico grande, de ojos oscuros y pelo castaño claro.
—¿Quién...? —preguntó anonadado. El chico le sonaba bastante, pero no sabría decir por qué. ¿Quizá en la televisión?
Kimani miró la misma fotografía que la tortuga señalaba con incredulidad. Pestañeó vagamente, tomándose su tiempo para responderle, pero algo en un rincón de su mente se desbloqueó.
De repente recordaba lo que su amigo le estaba contando aquella noche, aburriéndola. Incluso haciéndola desear que continuasen estudiando. Sí, la imaginación de ese tío era absurda. O no tanto...
Kim se tensó un poco y se enderezó llevando el álbum a su pecho, haciendo que su espalda descansase en el semi-muro. Miró a la tortuga con un nudo en la garganta, buscando las palabras.
—¿Donnie?
Los ojos de Donatello parecían a punto de salirse de sus órbitas. Eso era...
¿Kim es amiga del pulverizador? Bueno, lo fue. Ya que... lo que le ocurrió...
Kimani no necesitaba que la tortuga respondiese para saber que él era el Donatello del que su amigo le había estado hablando.
Entonces sólo pensó que eran sus fantasías de niño, pero no... Eran conversaciones de la vida real —aunque la emoción con la que lo contaba sí que era propia de un niño pequeño—, conversaciones que más de una vez había menospreciado y callado con su desdén e irritabilidad.
Ahora se sentía fatal.
Donatello se obligó a reaccionar cuando vio que la chica no estaba interesada en delatarle, estaba tratando de contener una respiración nerviosa que probablemente precedía al llanto.
—¿Estás bien? —se atrevió a preguntar, colocando una mano en su hombro.
—Sí —respondió en un no-intencionado gimoteo, apresurándose a secar esa pequeña lágrima que asomaba por su ojo derecho. Le miró esperando que no la estuviera juzgando por la reacción—. ¿Sabes algo de él? —preguntó antes de apretar los labios, continuando la contención del llanto.
¿Era correcto decirle que su amigo era ahora un conjunto de órganos criogenizados en un tanque de slime?
Donnie sintió que su corazón daba un vuelco. No podía imaginarse lo que debía de suponer recibir una noticia así. Al menos para alguien que fuera ajeno al mundo de los mutantes y los Kraang.
Un momento, ¿Kim era realmente ajena a ese mundo? ¿Cuánto le podía haber contado Timothy?
—Lo siento... —murmuró agachando la mirada.
—Dios... —susurró llevándose una mano a la boca. La retiró rápidamente para preguntar presa del pánico—: ¿¡Está muerto!?
—¿Qué? No, no, no, no, no, no —respondió arrodillándose junto a ella, sacudiendo ambas manos.
—¿Entonces qué le ha pasado? —preguntó aparentemente irritada. Donnie pasó ese tono de voz por alto porque empezó a ver que sus ojos no iban a ser capaces de aguantar las lágrimas por mucho más tiempo.
—Está vivo, pero... No puede volver a la superficie.
—¿Qué le ha pasado? —cuestionó más relajada.
—Sabes que se estaba metiendo en asuntos peligrosos, ¿verdad? ¿Cuánto te contó? —preguntó él intentando cambiar de tema, volviendo a sentarse para estar más cómodo.
Kimani resopló conforme a la respuesta. Lo poco que se había dignado a escuchar era sobre una sustancia que convertía a la gente en monstruos. Y algo de ninjas... Por alguna razón, empezó a saber cosas de Donatello que no recordaba haber escuchado antes.
Ah, el subconsciente...
—Sois cuatro hermanos, ¿no? —comenzó mirando al frente, a la nada.
—Sí... —respondió la tortuga en un suspiro de resignación.
—Oye, tranquilo. Sólo me lo contaba a mí —dijo ella habiendo girado vagamente la cabeza hacia él—. Nunca le creí. Hasta ahora...
Ambos miraron al frente, tratando de asimilar la situación.
Kimani no podía entender cómo una familia de cuatro tortugas mutantes vivía en las alcantarillas y se entrenaba en artes marciales gracias a su padre rata. Por otro lado, hace cosa de una semana, Nueva York fue el escenario escogido por una raza alienígena para exterminar la Tierra.
Donatello tampoco podía procesarlo por completo. Se suponía que podía confiar en Timothy, ¿cómo pudo haber ido contando de su existencia a la gente? Según la chica, sólo fue a ella, pero quién le decía que no había fanfarroneado de alguna manera cuando entró en el dojo de Bradford.
—Dímelo —murmuró ella en un suspiro, captando la atención de la tortuga—. ¿Qué le ha pasado?
Donatello soltó un suspiro de duda. No quería decírselo porque parecía que eran buenos amigos, pero ella estaba muy interesada. Además, había encontrado un punto de partida, a lo mejor podía contarle más y explicarle lo de los Triceraton también. La tendría de su parte.
—Mutó —respondió finalmente, evitando el contacto visual—. Pero se volvió inestable y peligroso; tuve que congelarle... —admitió.
Kimani quería echarle la culpa de algo, de haber permitido que pasase, de permitir que se integrase demasiado en un mundo en el que no pertenecía, pero recordó una de sus muchas conversaciones al respecto.
—Oye, Kim... —dijo levantando la cabeza de los apuntes de biología—. ¿Si pudieras adquirir super-poderes o una apariencia y capacidad de héroe, lo harías?
—Depende, ¿a qué precio? —murmuró ella poco interesada, pasando una página.
—Hum... Probablemente... tener que vivir escondido. Pero podrías ayudar a gente inocente.
—Ya, y vivir sola el resto de mi vida —sentenció lanzándole una mirada de desaprobación—. Paso. Que se encargue otro.
—Pues yo lo haría. Aunque tuviera los poderes de un moco.
Seguramente, si Donnie hubiera estado presente, encontraría bastante irónica esa afirmación.
—Lo decidió él, ¿no?
—Sí —Donnie zigzagueó con la mirada, empezaba a sentirse culpable—. Intenté decirle que se estaba metiendo en algo muy peligroso, pero no pude evitarlo.
—Déjalo. No tiene caso culparse por la decisión de otro —dijo ella cerrando el álbum, colocándolo a su izquierda—. Pero me da pena su madre... A veces veo cómo enciende la luz de la habitación de Tim por las noches.
—Tim... —murmuró él recordando―. Aún se me hace raro. A día de hoy le sigo llamando Pulverizador.
—Ay —se quejó ella haciendo una mueca—. No le llames así, es un nombre estúpido.
—Lo sé. Kim, ¿verdad? —preguntó mirándola con calidez. Ella respondió devolviéndole la mirada y asintiendo, parecía que empezaban a sentirse cómodos en compañía del otro—. ¿Y eres sólo Kim o... viene de Kimberly?
—No —respondió sin poder evitar soltar una pequeña risa, negando con la cabeza antes de mirarle de nuevo—. Es Kimani. Kimani Porter.
—Qué bonito —dijo con una sonrisa. Se giró para poder extenderle la mano amistosamente—. Yo soy Donatello, pero eso ya lo sabías.
Ella sonrió vergonzosamente mientras le estrechaba la mano, a lo mejor pensándose demasiado lo grande que era la mano de una tortuga mutante comparada a la de ella.
—Lo siento. Sé que debía de ser un secreto —dijo retomando la conversación, soltando la mano del mutante.
—Era más que nada por su seguridad. Sólo un idiota se sometería a una mutación.
—Eh, el pobre sólo estaba entusiasmado —le regañó frunciendo el ceño—. No voy a negar que le faltara un tornillo —murmuró recostándose de nuevo contra el semi-muro, pero sintió cómo Donatello la miraba de reojo—. Vale, muchos... No era muy inteligente... Pero me ayudaba un montón con las matemáticas... —añadió tras recordar las clases particulares a las que tuvo que acudir después de que desapareciese.
Tal como habían acordado, dejaron de sentirse culpables por la mutación del Pulverizador y, Donnie aprovechó a quedarse un rato con la chica para continuar charlando sobre esa estrafalaria amistad en común que tuvieron.
Fue una buena forma de romper el hielo.
Después de una hora, Donatello volvió a casa sabiendo que volvería a ver a la chica, probablemente en una de sus sesiones de estudio.
Por lo que Kimani le había contado, se estaba sacando la carrera de enfermería, lo que le daba otra oportunidad para interesarse por una parte de su vida. Así además podía echarla una mano en algún tema que la resultase más complicado, la amistad estaba asegurada.
La verdad es que había sido una noche agradable y, ambos se habían quitado un gran peso de encima.
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