50. Seis meses
Después de vencer al imperio Triceraton, el equipo se despidió de sus anteriores 'yo', que se fueron con el Fugitoide del pasado.
Las tortugas volvieron a la guarida junto con su padre —mientras April y Casey iban a ver a sus familias—, para descansar y contarles lo que les había ocurrido a él y las chicas.
Arlet y Naiara estaban esperando en la guarida por noticias de los demás. Cuando la cosa empezó a ponerse fea, sus novios las llamaron para que se pusiesen a salvo. En la alcantarilla.
Cuando todos llegaron, vieron a Arlet sentada junto a Naiara, al parecer limpiando una herida de la parte superior de la frente de la rubia con algodón. Todo sea dicho, menos mal que estaba prácticamente en el límite del cuero cabelludo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Leo acercándose, visiblemente preocupado.
—No, la pregunta es: ¿qué lleváis puesto? —respondió Arlet haciéndose a un lado para que el líder pudiese consolar a su novia mientras guardaba las cosas en el botiquín, en el suelo.
—No es para tanto —dijo Naiara en lo que Leo estudiaba el corte—. Hubo un pequeño temblor y en la alcantarilla bajo Chinatown cayeron un par de ladrillos. Estoy bien —le aseguró con una sonrisa.
Antes de que la morena pudiese reincorporarse y reaccionar, Raphael saltó para colocarse a su lado, atraparla entre sus brazos y levantarla del suelo.
—Ay, Dios... —murmuró sobrecogida.
—No sabes cuánto te he echado de menos, pequeña —Arlet miró a los demás con el ceño fruncido mientras le devolvía el abrazo a su novio.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Naiara cuando los demás se estaban acomodando en el sofá, cerrando el ojo cuando Leo colocó una tirita en su frente.
—Oh, lo normal... —comenzó Donnie colocando su nuevo bastón a un lado—. Perdimos la batalla, pero un robot nos llevó atrás en el tiempo y lo arreglamos.
—¿Eh? —cuestionó Arlet haciendo una mueca. Al cabo de unos segundos, sintió un dolor punzante en su dedo índice derecho. Ahogó un grito y se separó de Raph, obligándole a posarla de nuevo en el suelo.
—¿Qué? —preguntó él extrañado.
—¿Qué ha sido eso? —se quejó frotándose el dedo. Al instante, un sonido similar a un graznido hizo que la tortuga recordase algo. O a alguien...
—Ah... —de detrás de su caparazón, sacó una pequeña tortuga roja y se la extendió con una gran sonrisa mientras se sentaban—. Te presento a Chompy Picasso.
—Chompy —murmuró con una sonrisilla pensando en el mordisco que la dio. Acarició la barbilla de la tortuguita con el mismo dedo, dedo que empezaba a manifestar diminutas marcas de dientes. Chompy reaccionó cerrando los ojos y disfrutando al tacto—. Qué apropiado...
—Le gustas —dijo con una sonrisa—. Es tu nueva mamá, pequeño... —dijo acariciando el punzante caparazón de la tortuguita. Arlet se mordió el labio inferior, ocultando una sonrisa vergonzosa y sin poder evitar sonrojarse.
—A ver, ¿y de qué va eso del viaje en el tiempo? —preguntó intentando desviar la atención.
Al haber escuchado una petición, Michelangelo saltó por encima de ellos, aterrizando sorprendentemente bien; carraspeó y dio comienzo con la explicación de todo, y repito, todo... lo que habían vivido en esos seis meses.
* * *
—Vale... —murmuró Naiara llevando ambas manos sobre sus rodillas, soltando un suspiro—. Es como una película de ciencia ficción.
—¿Es que no nos conoces, brujita? —dijo Leo conteniendo una risa.
—Pero es todo verdad —exclamó Mikey con una gran sonrisa, señalándola con ambas manos. Splinter se levantó del sofá asintiendo sin dejar de estar asombrado por las aventuras de sus hijos.
—Fascinante —recalcó con su calmado tono de voz—. Pero se está haciendo tarde, deberíamos ir a la cama ya —añadió dirigiendo las manos a su espalda y caminando hacia su habitación, no sin antes echar un vistazo a sus hijos por encima del hombro—. Buenas noches, hijos míos. Y... chicas.
Todos respondieron al Sensei antes de que desapareciese.
—Sí... Yo también empiezo a tener sueño —Leonardo se levantó del sofá y cogió su casco con una mano mientras le extendía la otra a Naiara—. ¿Te quedas? —preguntó con una sonrisa. Ella sonrió tímidamente y tomó su mano.
—Sí —respondió levantándose. Mientras tanto, Mikey bostezó arqueando la espalda todo lo que su caparazón le permitía y Donnie recogió su nuevo equipo espacial, ocultando su bostezo con una mano.
—Buenas noches, chicos... —dijo antes de irse a su habitación.
—Soñad con pizza —se despidió Michelangelo siguiendo a sus hermanos y Naiara.
Y... sólo quedaban Raphael y Arlet —y Chompy—.
La tortuguita corrió por el brazo de la morena hasta acabar en el hombro opuesto, arropado por su pelo. Arlet le miró y no pudo contener una pequeña risa antes de intentar apartar los enredados mechones.
Raphael no dudó en ayudar a desenredar a su nueva mascota del pelo de su novia; claro, dedicándole una seductora sonrisa. Arlet compartió una mirada y le ofreció una sonrisa ladeada antes de volver a atender su pelo.
—¿Qué? ¿Tú no tienes sueño, viajero del tiempo? —preguntó.
—¿Y tú, nena?
—Insomnio, ¿recuerdas? ¿Cuál es tu escusa? —sentenció tomando finalmente a la tortuguita entre las manos. Raphael tomó a Chompy, que pareció contagiarse por los bostezos de los mutantes que ya debían de estar en la cama, y le colocó delicadamente sobre uno de los cojines del sofá. La tortuguita se acurrucó y cerró los ojos.
—Bueno, esperaba poder pasar un rato contigo —insinuó apoyando un brazo en el respaldo del sofá.
—Ah... —suspiró con realización—. ¿No te atreviste a probar el holograma? —preguntó con una sonrisa irónica-burlona. Raphael la miró arqueando una ceja, anonadado por la pregunta—. ¿Quieres ir a mi apartamento, verdad?
—Por favor... —susurró intentando olvidar la pregunta anterior. Arlet se levantó y le extendió la mano.
—Venga, vamos; tortuga traviesa...
Raphael se mordió el labio tratando de reprimir una sonrisa vergonzosa, pero no se iba a negar. Seis meses... es mucho tiempo.
Pero tampoco podía negar que en su T-phone aún había fotos de Arlet, de esas que más tarde dibujaría en su cuaderno secreto.
* * *
En otra habitación, Leo y Naiara terminaban de acomodarse entre las sábanas, abrazados y disfrutando del calor del otro. Ella se abrazaba a su caparazón, apoyando la mejilla en lo alto de su pecho mientras él la rodeaba con el brazo.
—¿Y qué tal tu experiencia? ¿Te has sentido como tu héroe? —susurró haciendo círculos en su plastrón con la punta del dedo índice. Él soltó una tenue risa, atrapó su diminuta mano para que parase y la miró a los ojos.
—No sé cómo explicarlo... —susurró mirando al techo—. Era como meterme en mi serie favorita.
—Pues lo habrás disfrutado, mucho.
—Sí. Pero ojalá hubieras estado conmigo. Ojalá no hubiera tenido que ver cómo mi mundo era destruido, cómo Splinter era... —murmuró sintiendo cómo se formaba un nudo en su garganta, como si le estrangulase.
—Eh, shh... —le chistó apoyándose sobre su codo y acarició su mejilla—. Lo arreglasteis, como si no hubiera ocurrido, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Pero ocurrió, y estábamos ahí.
—Leo, lo hemos hablado una y otra vez, no te tortures por algo que no puedes controlar. Esta vez pudisteis arreglarlo, ya está.
—¿Qué he hecho... para merecerte? —preguntó más relajado. Naiara inclinó levemente la cabeza, conmovida por la cuestión.
—Cuidaste de mi... y ahora yo cuido de ti —respondió antes de inclinarse sobre él y besarle.
* * *
Pasaron unos días, y las cosas estaban demasiado tranquilas; como mucho, algunos atracos y robos.
Sí, Splinter olvidó mencionarle a sus hijos la pelea que tuvo con Shredder justo después de frustrar su —sucio y desesperado— intento de asesinato. Al parecer consiguió dejarle totalmente incapacitado; no sabría decir si sería algo indefinido o no, o si había quedado en coma porque parecía consciente cuando abandonó la escena.
Sea como fuere, las tortugas parecían haberse quitado un peso de encima al enterarse de que no tendrían que estar encima de las actividades de ese enfermo.
Tenían un aumento considerable de tiempo libre, pero aun así, no dejaron de patrullar. Había que asegurarse de que ciertos criminales no retomasen su antiguo oficio ahora que Shredder no estaba presente.
Quién lo diría, Shredder tenía un papel algo más importante y menos malo de lo que parecía en la ciudad. Resulta que con su Clan, mantenía a raya los movimientos de otras mafias e infundía el miedo en los delincuentes más simples.
Por eso los únicos a los que las tortugas se habían enfrentado realmente eran los Dragones Púrpura; con el paso de los días, conocieron a algún que otro nuevo personaje. Desechable, como cualquier otro criminal de esta —o cualquier— ciudad.
De todas formas, un pequeño problemilla estaba por aparecer...
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