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41. El otro cuaderno

Arlet abrió la puerta de su apartamento con un ojo cerrado, esperando que no estuviese en muy mal estado. Lo que menos le apetecía era tener que comprar algún otro mueble o pagar reparaciones.

Naiara se puso de puntillas para poder ver por encima de su amiga. A primera vista, no parecía que hubiera nada fuera de su sitio.

—El salón sigue igual —afirmó la rubia al haber pasado delante de ella. Arlet no dejaba de dar vueltas sobre sí misma, aunque visto por otro lado, si su apartamento hubiera sido víctima de la invasión, lo hubieran visto al momento.

Sin previo aviso, empezó a correr de una puerta a otra empezando por el piso de abajo, para comprobar las habitaciones que tenían ventanas.

Naiara rodó la vista encontrando divertida la exageración de su amiga. Caminó hasta la cocina y pasó un dedo por la encimera.

—Ew... —se quejó al ver la mancha negra en su dedo—. No hay nada roto, pero sí que necesita una buena limpieza.

Suspiró decepcionada pensando que seguramente les llevaría un par de días tenerlo todo impecable.

—Vale —anunció Arlet bajando por las escaleras, dejando a un lado un puñado de sábanas—. Parece que nada se ha caído ni roto. Sólo mucho, mucho polvo.

—Ya, ya te veo —murmuró Naiara refiriéndose a su ahora sucia ropa. Más notable ya que la morena prefería vestir de oscuro—. ¿Qué has hecho? —preguntó señalándola.

—Me he emocionado al ver mi cama, ¿vale? —refunfuñó cruzándose de brazos. Seguido, dejó escapar un suspiro exhaustivo—. ¿A ti tampoco te apetece limpiar, verdad?

—No... —gimoteó Naiara sacudiendo las manos para librarse del polvo que había tocado.

—¿Qué tal si empezamos por una habitación, para poder pasar la noche? —sugirió mirando a su alrededor.

—La tuya, que es más grande. Mañana nos ponemos con la cocina y el salón.

—Pues, manos a la obra —murmuró Arlet sin ningún tipo de entusiasmo, encaminándose al baño del piso de abajo, donde guardaba los productos de limpieza.

Por otro lado, en la guarida, las tortugas se sentían aliviadas de poder volver a su hogar. Pero al igual que las chicas, no les apetecía nada limpiar. Malditos Kraang...

* * *

Al día siguiente, las chicas no tardaron mucho en bajar a la guarida. Naiara un poco asqueada de tener que haber bajado por la alcantarilla. Sí, eran mejor los túneles de metro. Arlet tenía que pedirle a Donnie un mando para poder entrar con el coche.

Cuando llegaron, los chicos estaban en el sofá tomándose un descanso, tenían restos de Kraang-droides rotos tras ellos y un montón de productos de limpieza junto a la pared que había frente a la entrada del dojo. Leo levantó la cabeza y sonrió antes de dar la bienvenida a Naiara y Arlet.

—¿Qué hacéis aquí tan pronto?

—No nos valía con mi apartamento y pensamos... Eh, vamos a limpiar también la guarida —dijo Arlet. En cuanto terminó la frase no pudo contener una sonrisa irónica y se guardó las manos en los bolsillos de la sudadera, mientras, Naiara se sentaba junto a Leo.

—Fuera bromas, nena... Ahora coges la fregona —replicó Raphael señalando los productos de limpieza.

—Si quieres te ayudo con tu habitación —sugirió ladeando la cabeza.

—Vale —respondió rápidamente, enderezándose en el asiento—. Emm... ¿Puedes empezar tú...? En seguida voy.

Arlet se encogió de hombros y caminó hasta la habitación de su novio. Raphael miró a sus hermanos con una sonrisa de superioridad a la vez que alzaba las manos en un gesto interrogante.

—¿Desde cuándo tu novia se ha convertido en tu madre? —preguntó Donatello arqueando una ceja, visiblemente molesto porque Arlet le estuviera facilitando las tareas a su hermano.

—Eso se llama amor, Don —respondió. Naiara dejó escapar una pequeña risa cuando Leonardo susurró algo en su oído—. ¿Qué? —preguntó la tortuga de rojo, irritado.

—Nada, es que... nos ha recordado a la escenita que montasteis. Por los regalos... —añadió la rubia al ver la inexistente reacción de Raph.

Poco a poco pareció darse cuenta de lo que insinuaban. Se levantó y corrió hasta su novia esperando que no hubiera intentado buscar nada.

Donnie y Mikey se miraban extrañados, tratando de comprender lo que Leo y Naiara esperaban que pasase. Es decir, Raph y Arlet no habían montado ninguna escena antes, ¿a qué venía eso?

Cierto es que a Mikey le pareció raro que Raph hubiera encontrado los regalos del día de la mutación y Arlet le hubiera dejado llevárselos porque sí. Algo de juego hubo, seguro.

Arlet salió de la habitación siendo empujada por una gran mano verde.

—Eh... —gimoteó volviéndose hacia él—. ¿Qué pasa? ¿Me has cogido algo o qué?

—No, es que... Llevas todo el día limpiando, tómate un descanso, nena... —respondió improvisando cada una de sus palabras.

Antes de que Arlet tuviera la oportunidad de responder, Raph cerró la puerta. Ella rodó la vista y caminó hasta el salón, percatándose de todos los ojos curiosos que recaían sobre ella.

Naiara arqueó una ceja al ver cómo su amiga comenzaba a sonreír satisfecha. Sin dejar lugar a dudas, mostró un cuaderno que había escondido en el interior de su sudadera y, continuó caminando.

—¡¡ARLET!! —se escuchó gritar a Raphael. Ella se encogió al haber escuchado el grito, pero no tardó un segundo en echar a correr.

—¡Corre, Arlet! ¡Corre! —la animó Michelangelo con una sonrisa divertida.

Nada más saltar los tornos de la entrada, la tortuga salió de su habitación corriendo tras ella. Para su desgracia, Arlet era tan rápida como él —puede que incluso un poquito más— y le sacaba ventaja, así como que no fue al callejón de siempre. Buscó otra salida a la superficie para ganar algo de tiempo, Raph no tardaría en quitarle el cuaderno y quería, al menos, echar un vistazo.

Cuando Raphael escuchó una tapa de alcantarilla ser movida en otro túnel, cambió de rumbo. Le dio tiempo a asegurarse de que Arlet había salido por ahí porque pudo ver un destello de luz perteneciente a una farola. Miró su T-phone esperando que fuese una hora apropiada para poder salir.

07:24 p.m., luz suficiente, pero no como para ser descubierto.

* * *

Arlet caminaba despreocupada por la calle, pasando tranquilamente las páginas del cuaderno. ¿Quién diría que Raph tenía un cuaderno secreto también? La verdad es que entendía por qué no quería que lo viesen sus hermanos, y si lo viera Splinter a lo mejor le daba un ataque, ¿pero ella? Ella era su musa. Una musa dormida, al parecer...

No podía evitar que una pequeña sonrisa apareciese en su cara mientras miraba los dibujos. Lo cierto es que se sentía halagada, pero por otro lado, molesta. ¿Cómo se lo podía haber callado? Tenía un cuaderno repleto de bocetos de su novia —unos pin-up y otros más realistas—. Al principio empezó a hacer como ella, escenas cualesquiera en las que la pillaba desprevenida —aunque algunos estaba claro que los dibujaba a partir de una fotografía—, pero con el tiempo esas escenas eran reemplazadas por algo un poco más personal.

Cuando estaba llegando a su apartamento, una mano atrapó su cadera y la arrastró al callejón. No supo decir quién era hasta que su espalda chocó contra la pared y abrió los ojos.

Raphael la acorraló con un brazo mientras con el otro sujetaba el cuaderno frente a su cara.

—Vaya... Pero si es mi artista favorito... —canturreó con una sonrisa.

—¿Cuánto has visto? —demandó mostrando el cuaderno.

—Suficiente —respondió ella encogiéndose de hombros. Raph la soltó y se dio la vuelta llevándose las manos a la cabeza, maldiciéndose a sí mismo, avergonzado. Arlet ladeó la cabeza confusa—. ¿Por qué te pones así? Me encanta —aseguró tomando el cuaderno de nuevo, buscando la página en la que se había quedado.

—¿Me estás vacilando? —preguntó volviéndose hacia ella, incrédulo.

—No —murmuró sin dejar de estudiar los trazos—. ¿De verdad tengo tantos lunares en el culo? —preguntó mirándole con una ceja arqueada. Raphael tuvo que sonreír —incómodamente— por el comentario. No se podía creer que se lo estuviese tomando tan bien. Arlet cogió su mano y le dirigió hasta la escalera de incendios—. Ven, vamos a hacer uno de los dos.

—No doy crédito —murmuró él alzando las cejas. Tampoco se iba a quejar...

* * *

—Echaba de menos tu cama, nena —admitió Raphael palpando las suaves sábanas limpias con una mano mientras con el otro brazo rodeaba a Arlet, estrechándola contra su cuerpo.

—Ya, la cama... —murmuró con una sonrisilla pícara. Se giró hacia su mesita de noche para alcanzar el cuaderno y se lo extendió junto con un portaminas—. Venga, ahí hay un espejo, dibuja —demandó abrazándose al caparazón de su novio y cerró los ojos.

Raphael soltó una risa contenida sin poderse creer lo que acababa de oír, pero le gustaba ver que a Arlet le gustase sus dibujos lo suficiente como para pedirle más. Es decir, sabía que no se le daba mal y disfrutaba, pero ver que alguien le animaba a continuar era realmente satisfactorio. Especialmente si ese alguien había descubierto que había sido dibujada desnuda y no le importaba.

—¿Y qué vas a hacer tú? —preguntó trazando unas líneas de base.

—Dormir... Despiértame cuando acabes y, ¿vemos una película?

—Suena bien...

* * *

Cerca de una hora después, Arlet empezó a despertarse. Estaba prácticamente boca abajo, abrazando la almohada y con las sábanas a la altura de la cadera. Bostezó y acomodó la mejilla en la suave tela. Al acostumbrarse de nuevo a la luz se dio cuenta de que Raphael estaba apoyado con los brazos cruzados sobre el borde de la cama.

—Creí que ibas a despertarme... —murmuró ella con una sonrisa perezosa.

—Sí... Pero vi mi oportunidad de hacerte un dibujo mejor —susurró él mostrándole su última obra. Arlet alzó la cabeza gratamente sorprendida, parecía una fotografía en blanco y negro. La primera impresión fue como si se estuviese mirando a una especie de espejo con filtros.

—Vaya... ¿Cuánto te ha llevado?

—Una hora. Deberías practicar más, nena... Parece que alguien dibuja mejor que tú —señaló mirando su dibujo con una sonrisa de satisfacción. Ella entrecerró los ojos mientras curvaba los labios, desacreditándole con una mirada despectiva.

—Disculpa... Puedo hacer un dibujo realista. Sólo que no me gustan, no tengo paciencia... No quiero dedicarle tanto tiempo cuando prefiero algo un poco más animado.

—Vale, vale —respondió alzando las manos en señal de rendición. Posó el cuaderno a un lado y apoyó los brazos en el borde de la cama inclinándose hacia Arlet—. ¿Qué me dices? ¿Aún quieres esa noche de película? —susurró con una sonrisa seductora.

—Sí... —susurró ella acariciando la mandíbula del mutante con una mano, acercándose para besarle.

* * *

Arlet bajó al salón con su pijama gris y se acurrucó junto a Raphael, que la esperaba sentado en el sofá con el mando en la mano.

—¿Qué has escogido? —preguntó ella alcanzando una manta y echándosela por encima. Raph la rodeó con un brazo y se recostó sobre el reposabrazos.

—Nada de alienígenas, eso seguro —respondió la tortuga posando el mando en la mesa de café, justo después de iniciar la película. Arlet asintió complacida por la no elección de su novio, ojalá no volver a tener noticia de ningún otro alien en la Tierra. Bastante tenían con Shredder y demás mutantes.

—Por cierto... A lo mejor quieres que te guarde el cuaderno aquí. Tus hermanos parecían intrigados... —añadió cuando sintió la mirada interrogante que le estaba dedicando.

—Ah, ya... Emm, sí, mejor —murmuró rascándose la nuca—. Si lo ven...

—Te mueres —resumió ella intentando no reírse.

—¿O tú, nena? Eres tú la protagonista de ese cuaderno.

—Ya, pero eres tú el que queda como un pervertido...

—¿Podemos centrarnos en la película? —pidió señalando la pantalla, mirándola con una ceja arqueada. Ella apretó los labios procurando no volver a devolver ningún comentario. Ambos eran bastante tercos, podían discutir sobre el tema toda la noche.

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