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34. Orgullo

Arlet y Naiara habían vuelto al pueblo para comprar algunas cosas mientras los demás entrenaban. Naiara seguía muy callada ―cuando no estaba con Mikey― y Arlet no sabía qué más hacer; el hecho de que su novio y su mejor amiga estuviesen tan decaídos la había provocado más de un ataque de ansiedad. Tenía miedo de deprimirse ella también, tener una recaída. Constantemente trataba de no echarse a llorar, pero cuanto más pensaba en ello, más la costaba.

Mientras Arlet pagaba a la cajera del supermercado por la compra y colocaba los productos en la bolsa, una anciana posó una mano en su hombro.

―Hija, ¿estás bien? ―le preguntó visiblemente preocupada. Arlet la miró sin haberse dado por aludida, pero tan pronto se dio cuenta que se refería a ella, zigzagueó con la mirada.

―Emm, sí ―se secó los ojos. No estaba llorando, pero siempre los tenía humedecidos. Caminó alejándose de la mujer para alcanzar a Naiara, que ya se encontraba en el aparcamiento, cargando las cosas en la furgoneta. Se situó rápidamente junto a ella y empezó a dejarlo todo en el vehículo.

―¿Arlet? ―Naiara buscó contacto visual, ladeando la cabeza.

―¿Hum...? ―no la miró. Continuaba cargando el maletero, pretendiendo mostrar un mínimo de atención.

―Deberías hablar con Raph... ―suspiró, esperando que no se ofendiese por su observación.

Arlet se detuvo, procesando lo que había oído. Una lágrima corría por su mejilla derecha, pero continuaba con una expresión impasible. Se la secó rápidamente y trató de hacer como si no hubiera pasado nada:

―Arlet, empiezo a pensar que esto te está afectando a ti más que a cualquiera de nosotros ―hizo una pausa al ver que su amiga no le hacía caso. No pudo evitar fijarse en los antidepresivos que Arlet había comprado. Cogió la caja con incredulidad y se la mostró—. ¿De verdad crees que los necesitas?

Arlet se detuvo en seco mirando la caja y su cara se ensombreció.

―Emm... Y-yo... ―se estaba poniendo colorada y su corazón golpeaba su pecho con fuerza. Era otro ataque—. ¿P-puedes conducir tú? ―preguntó llevándose las manos a la cara para evitar que las lágrimas se manifestasen. Se sentó en el asiento del copiloto y trató de mirar a la nada durante todo el viaje.

Naiara vaciló a la vez que dirigía la mirada al asiento del piloto. No se había hecho a la idea de volver a ponerse tras del volante después del accidente. Puede que le hubiera cogido un poco de miedo a conducir. Pero no podía pedirle a Arlet que condujese en ese momento... Se la veía bastante afectada.

* * *

Cuando Naiara llegó, no había nadie entrenando, todos estaban a lo suyo. Mikey salió enseguida para ayudarla con la compra. La verdad, él era el que más había cuidado de ella en lo que a su lesión se refería.

―¿Y Arlet? ―preguntó acercándose, viendo que la morena no estaba con ella.

―Me pidió que la dejase abajo, en la colina. Necesita despejarse... ―respondió agachando la mirada, cogiendo la primera bolsa. La tortuga quiso tomar rápidamente la bolsa porque a su parecer, era demasiado pesada para que Naiara cargase con ella.

―Espera, te ayudo ―dijo tomando la bolsa e intentando coger las otras dos él solo. La chica se interpuso tomando la tercera.

―Mikey, han pasado doce semanas... Puedo coger la bolsa de la compra ―aseguró cerrando la puerta de la furgoneta. Mikey la sonrió ligeramente avergonzado por su sobreprotección, no era muy propio de él... Naiara acarició su mejilla con simpatía, entonces caminaron juntos hasta la casa.

Cuando terminaron de colocarlo todo en la cocina habiendo mantenido una pequeña conversación acerca de cómo les había ido la mañana, Naiara fue al baño. Tocó la puerta antes de entrar.

―¿Raph? ―él no respondió. Naiara suspiró y colocó algunas cosas en el armario que había encima del lavabo. Cuando se disponía a salir, la tortuga habló en un murmullo, sin haberse movido:

―¿No ha vuelto Arlet?

―No... ―dudó antes de hablar de nuevo. No sabía si debería meterse en su relación o no, pero sabía que estaba sensible y que podía ponerse a la defensiva fácilmente. Inspiró y se dio la vuelta decidida—. Deberíais hablar...

Raphael giró levemente la cabeza para establecer contacto visual, frunciendo el ceño. Volvió la vista a su hermano.

―No hay nada que hablar.

Arlet no le había dicho nada, pero había algunas cosas que no necesitaban palabras. Naiara era consciente de que no se debían hacer bromas con eso, pero a lo mejor... recordarle sus antecedentes suicidas resultaba:

―Tú lo sabes, ¿no es cierto? ―Raphael alzó la cabeza pensativo, pero no se dio la vuelta. ¿De verdad estaba hablando de...? ―Venga... Todo esto la está afectando. ¿Es que no sabes que lleva un cuchillo encima? ―Raph giró la cabeza abruptamente y la miró con agonía. Naiara se acercó a él y le enseñó los antidepresivos. ―Ve. Yo me quedo con Leo.

―Gracias, Naiara ―Raphael se levantó dedicándole a la rubia una pequeña e incómoda sonrisa y salió del baño. Naiara acercó el taburete a la bañera y se sentó junto a Leonardo.

Tras un ratito de duda, cogió la esponja para humedecerle la frente:

―Leo, no sé si puedes escucharme, pero... Aquí todos estamos fatal. En momentos como éste envidio la capacidad de Mikey para olvidarse de los problemas. Necesitan un líder. Así que... Aléjate de la luz y vuelve con nosotros ―mantuvo una pausa, jugando con la punta de sus dedos—. Oye, tú estuviste conmigo cuando te necesitaba, y quiero que sepas que yo estaré a tu lado también. ―Naiara dejó escapar un par de lágrimas y susurró—: Por favor, despierta... Te necesito, y... ―tragó saliva, dudando. Acariciando suavemente su cabeza, por fin lo admitió—: Te quiero...

* * *

Raph se topó con Arlet cuando abrió la puerta principal. Ella reaccionó dando un paso atrás, conteniendo el aire con rabia y llevándose una mano al pecho.

―Qué susto ―se quejó. Tenía los ojos húmedos y enrojecidos, lo que hizo que Raph se sintiese peor.

―Arlet, tenemos que hablar ―ella empezó a subir las escaleras, menospreciando el comentario.

―Ahora no quiero hablar... ―él la siguió hasta el segundo piso y la tomó de la mano. Raphael quiso obligarla a mirarle cuando vio que se estaba resistiendo, pero escucharon algo al otro lado de la puerta del baño y se detuvieron. Era la voz de Naiara:

'Por favor, despierta... Te necesito, y... Te quiero...' La pareja compartió una mirada introspectiva.

―Puedo tomarlo mañana ―murmuró evitando el contacto visual, liberándose sin esfuerzos de la mano que aún la sostenía. Raphael la siguió con una mirada de preocupación, y caminó tras ella sin decir una palabra.

Para mayor decepción de Raphael; se fijó en que, cuando dormían, Arlet le daba la espalda y evitaba el contacto con él acurrucándose en el extremo opuesto del sofá. Sí, eso era culpa suya. Estaba enfadada con él, y la verdad es que se lo merecía...

* * *

Raphael encontró a Arlet sentaba junto al arroyo, abrazada a sus piernas y con la cabeza en las rodillas. Seguramente hubiera estado llorando. Se acercó preocupado por lo que Naiara le había dicho. Como tuviera algún corte reciente no se lo perdonaría nunca. Tenía su cuchillo favorito a un lado, clavado en la tierra.

―¿Arlet? ―dijo sentándose junto a ella. No hubo respuesta. La tocó y estaba helada. Raph trató de girarla y, cayó sobre su regazo—. ¿¡Arlet!?

Raphael examinó sus muñecas. Estaban ensangrentadas, y los cortes eran mucho más profundos que los anteriores. La abrazó mientras, con una mano, sujetaba fuertemente sus muñecas para tratar de detener la hemorragia.

Reposó la cabeza en su pecho, su corazón aún latía, pero muy débilmente. Casi no respiraba. La meció suplicando que despertase.

―Arlet... ―lágrimas comenzaron a humedecer su bandana. Su voz se quebraba y apenas podía hacer nada más que susurrar—: Nena... Nena, despierta. Despierta... ―colocó su mano libre bajo la cabeza, apartándole el pelo de la cara sin importarle lo más mínimo que sus dedos se topasen con los nudos que tanto caracterizaban la melena de la morena—. Lo siento... Me necesitabas, y yo no estaba a tu lado.

Inclinó la cabeza haciendo que su frente descansase sobre la de ella. Los ojos de Arlet continuaban cerrados, pero dejaron escapar un par de lágrimas.

Dejó de respirar.

―¿Arlet...? ¡Arlet! ¡No! ¡Por favor, por favor! Quédate conmigo... No me dejes...

Raphael se despertó ahogando un grito. Estaba jadeando y sudando. Se llevó una mano al pecho y la otra a la cabeza para secar el sudor de su frente mientras miraba de izquierda a derecha para averiguar dónde estaba o qué había pasado.

―¿Arlet? ―tiró de la manta de su izquierda para descubrirla, pero no estaba. Se levantó rápidamente, temiendo encontrarla como en su sueño. Corrió por el salón hasta llegar al porche, pero no sabía a dónde ir.

Gritó su nombre.

Una figura se movió tras el árbol junto al que solían entrenar. Raph suspiró aliviado y caminó hasta ella.

―¿A qué vienen esos gritos? Son las cuatro de la madrugada ―susurró colocándose la manta en la que estaba acurrucada. Raph se sentó junto a ella y la abrazó con fuerza.

―¿Qué haces aquí? ―preguntó acariciando su mejilla con el pulgar.

―No podía dormir... ―respondió intentando resistirse a la caricia, decepcionando a la tortuga por el gesto—. ¿Y tú? ―Raphael dudó, su orgullo no le permitía admitir que había tenido una pesadilla. Tampoco sabía cómo debía actuar con Arlet. ¿Era correcto hablar de los cortes? ¿La haría eso pensar que no me fío de ella? ¿Se deprimiría más?

―Nena... ―Arlet le miró—. Lo que quería decirte... Debí darme cuenta. Estabas deprimida y yo... No estaba a tu lado. Lo siento... Quiero que sepas que te quiero y quiero que estés a salvo ―cogió su mano izquierda y besó sus nudillos.

―¿De mí misma? ―él la miró con una expresión incrédula liberando la mano de la joven—. ¿De verdad crees que no me doy cuenta cuando te fijas en mis muñecas? ―alzó un brazo invitando a Raph a cobijarse bajo la manta. Él correspondió tomando la manta y rodeando a Arlet con sus brazos—. Es difícil ser la fuerte, ¿sabes...? Estáis todos tan deprimidos que... Tengo miedo de... ―empezó a sollozar y se secó las lágrimas con la manga de la sudadera—. No quiero tomar los antidepresivos, Raph...

―Lo sé, tranquila... ―Raphael la besó en la cabeza tratando de reconfortarla y no parecer muy preocupado—. ¿Qué tal tu nariz?

―Rota... ―suspiró ella. Aunque después de que se le bajase la hinchazón, apenas se notaba. Por suerte. Al menos no se nota mucho, ¿verdad?

―Nah, sólo se nota si sabes que está rota, y te fijas mucho... ―la dio un toque juguetón en la punta de la nariz, lo que la hizo reír—. Estás tan preciosa como siempre.

La besó en la mejilla y se abrazaron un rato hasta que empezaron a coger frío. Raph se levantó y le extendió la mano a su novia para ayudarla a levantarse. La tapó con la manta y volvieron a la casa.

―Ey... Ya que no podemos dormir... ¿y si... tu y yo...?

―No... ―dijo mirándole con el ceño fruncido y una expresión de confusión. Frenaron en seco y Raphael se la quedó mirando, devolviéndole el gesto—. Raph, dormimos en el salón... Y estamos todos en la misma casa...

―Ya, pero-.

―Hace cinco minutos estaba enfadada contigo... ―le interrumpió—. Además, ¿cuál es la única condición que puse?

―Usar condón... ―musitó apartando la mirada, como si fuese un niño al que le estaban echando la bronca. Prefirió no volver a sacar el tema de lo ridículo que aún le parecía usar condón. En serio, ¿en qué cabeza cabe?

―Podemos acurrucarnos... ―susurró ofreciéndole una mano. Raphael resopló resignándose, pero no dudó en tomar la mano con una sonrisa.

Cuando se acomodó en el sofá, Raphael la rodeó con los brazos, haciendo que acabase recostada sobre su pecho.

Cómo la había echado de menos...

― ― ― ― ― ― ―

Siguiente capítulo: A salvo (el viernes).

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