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29. Historias de amor

El lunes por la tarde, Leo estaba en el apartamento esperando a que Arlet llegase y saber qué le ocurría exactamente a Naiara. Caminaba de un lado a otro del salón mirando al suelo y con las manos situadas a su espalda.

No podía dejar de sonreír al recordar cómo Naiara fue incapaz de aguantar despierta hasta el final de la película. La forma en la que su mejilla reposaba en su brazo y su respiración le erizaba la piel... Esperó los veinte minutos que quedaban para que terminase la película, ella por lo menos ya la había visto, él no. Una vez acabó, apagó el portátil y lo dejó en la mesita de noche. Después la colocó correctamente en la cama, deshizo su característica coleta y la dejó descansar.

Pero el cansancio era uno de los síntomas que hacían que se preocupase. Cada minuto que pasaba, se impacientaba más. ¿Dónde se había metido? Desde luego le agradecía mucho a Arlet el esfuerzo que estaba haciendo por entablar una buena relación y preocuparse por ella de esa manera. Poco después, Raph apareció.

—¿Leo? —dijo cerrando la puerta de la terraza tras él—. ¿Cuánto llevas aquí?

—Hora y media —respondió continuando su monótono paseo.

—¿Sabes que Arlet trabaja, no? —preguntó dirigiéndose a la cocina, cogiendo un refresco de la nevera y tomando asiento en uno de los taburetes. Leo se detuvo y le miró con sorpresa, y vergüenza—. Acabas de perder una hora de tu vida, hermano... —murmuró con una sonrisa de diversión.

—Se me había olvidado por completo —admitió llevándose una mano a la cara.

—Ya, ya... ¿Y has estado ahí todo el tiempo? ¿No has saludado a tu novia? —se burló tomando un primer trago.

—No... —se quejó rodando la vista, intentando no sonrojarse. La verdad es que ese comentario le irritaba, sabía que Raphael le decía eso para recalcar que él tenía novia y él no. Como si le divirtiese presionarle, ver si metía la pata al intentar conquistarla—. Estaba dormida cuando he llegado —concluyó intentando olvidarse del tema.

* * *

Tras una angustiosa espera para el líder, la puerta principal se abrió después el sonido de las llaves desbloqueándola. De todas formas, no vieron a Arlet entrar inmediatamente, pero escucharon sus pasos vacilantes y el sonido de bolsas.

—¿Una ayudita, porfa? —pidió intentando mantener el equilibrio y cerrando la puerta con un pie. Leo se apresuró a buscarla, tomando las dos enormes bolsas de la compra que traía con ella. Caminó tras Arlet hasta la cocina y lo dejó todo en la encimera.

—¿Y bien?

—Tranquilízate, acabo de llegar —suspiró rodando la vista—. He ido por los análisis y sólo tiene un déficit de hierro. Le han recetado esto para una temporada —dijo quitándose la mochila, sacando una caja de pastillas de uno de los bolsillos exteriores—. También me han dado un folleto con alimentos ricos en hierro. ¿Podéis colocar esto mientras voy a explicárselo? —preguntó señalando el piso de arriba con la caja de pastillas.

—Sí —respondió Raph acercándose a las bolsas, dejando su refresco a un lado.

Hacía mucho tiempo que Raphael iba a ver a su novia, evidentemente sabía dónde encontrar todo lo de la cocina. Leonardo aún no sabía dónde colocar las cosas de los armarios, pero de todas formas ayudó a su hermano.

Después de unos minutos, Arlet bajó.

—Oye Leo, Naiara va a ver Los Juegos del Hambre 2... Si quieres verla con ella...

—Creí que estaba dormida —dijo deteniéndose en su camino hacia la nevera, con un par de frascos de mermelada entre las manos.

—Lleva despierta un rato. Venga, no te hagas de rogar, sabes que quieres... —murmuró encogiéndose con una sonrisilla juguetona. No, no se lo tuvo que repetir. La tortuga dejó lo que tenía entre las manos en la encimera y subió a pasar el rato con su amiga...

Arlet se acercó a Raphael, que tenía una sonrisilla burlona en la cara. Le dio un codazo para que dejase de meterse de esa manera con Leo. Ante la mirada de confusión de la tortuga de rojo, Arlet cogió lo que tenía en las manos con una sonrisa juguetona y lo colocó en uno de los estantes del armario más próximo a la nevera. Raph soltó una risa contenida y vaciló antes de comentar una pequeña conversación que tuvo con Mikey.

—Por cierto, nena... Emm... Mikey también quiere su regalo del Día de la Mutación —murmuró evitando la mirada de su novia. Arlet se volvió hacia él conteniendo el aire.

—Esto me pasa por tener detalles con la gente —refunfuñó intentando colocar un último bote en una estantería a la que no llegaba. Se volvió hacia Raph apretando los labios—. ¿Me ayudas?

Raphael se acercó a ella y, en vez de coger el tarro, la alzó tomándola de la cintura. Continuaron colocando la compra antes de sentarse en el sofá con un bol de palomitas y ver ellos una película.

* * *

Cuando Leonardo entró en la habitación después de tocar levemente la puerta, fue recibido por una sonriente rubia. Su sonrisa brillaba más que nunca al estar en una habitación oscura, iluminada ella únicamente por la pantalla del ordenador.

—¿Qué tal tu siesta? —preguntó él cerrando la puerta. Rodeó la cama y se sentó junto a ella, colocando la almohada de su lado.

—Lo siento... —murmuró encogiéndose de hombros—. ¿Cuánto llevas aquí?

-Oh... No mucho —mintió—. ¿Cuántas veces has visto estas películas?

—Solo un par cada una. Me gusta la trama, pero admito que a veces se hace pesado verla entera... ¿No te gustó?

—No, sí que me gustó... Es más, estoy intrigado. Quiero saber qué va a pasar, es decir... ¿Ganaron, no?

—Ya verás —dijo visiblemente emocionada, reproduciendo la película y acomodándose junto a su tortuga favorita justo como la noche anterior.

* * *

Después de que la película acabase, Naiara bostezó y se frotó los ojos, mientras, Leo encendió las luces y apartó el ordenador. Ambos pestañearon un par de veces para acostumbrarse a la repentina luz.

—Vale, ya lo pillo. En la guerra no hay sitio para el amor... —bostezó Leonardo estirando los brazos, arqueando la espalda tanto como su caparazón le permitía.

—Discrepo —sentenció ella—. Hay historias de amor que salen de las peores situaciones. Las mejores son las que no esperas encontrar... —murmuró tumbándose y tapándose con las sábanas hasta tapar su nariz. Leo la miró con una sonrisa y, pese a estar oculta, sabía que Naiara le sonreía también.

—¿Te ha pasado? —preguntó extrañado. Era raro pensar que una chica tan estupenda como ella hubiera salido con un chico como...

—¿Lo dices por Sam? —Naiara mantuvo una pausa en la que esperó que se explicase, pero tampoco hacía falta—. Meh... Empezó bien, pero con el tiempo se volvió celoso y posesivo. Tenía que haberle hecho caso a mi padre... —murmuró en un lamento. Se incorporó lo suficiente como para deshacer la coleta y se volvió a dejar caer sobre la almohada.

Leonardo frunció el ceño, era la primera vez que mencionaba algo acerca de su padre. Sabiendo que estuvo en desacuerdo con ese novio que tenía, prediciendo que no era bueno para ella, no le parecía tan mal tipo... De todas formas, si no estaba con su hija o ella no le quería cerca, debió de pasar algo más.

Vio que a Naiara empezaba a costarle mantener los ojos abiertos. Sonrió. Alargó una mano para apartar ese par de suaves mechones de pelo de su cara al ver cómo arrugaba la nariz, molesta por el contacto.

Naiara abrió los ojos y le sonrió, complacida porque acarició también su mejilla al colocar el pelo tras su oreja.

—Es tarde... —susurró cerrando los ojos de nuevo—. Puedes irte si quieres.

—Creo me quedaré un rato más —susurró colocando las sábanas. Naiara frunció el ceño y se reincorporó un poco para poder establecer una mejor conversación, girándose hacia él.

—Leo, no quiero que dejes de lado tus obligaciones por mí. Te agradezco que quieras pasar el rato conmigo y asegurarte de que estoy bien pero, no es grave, y se me pasará en un par de días.

—¿Estás segura? —preguntó reclinándose sobre su brazo derecho.

—Ya has cuidado de mí dos noches... —señaló con una pequeña y perezosa sonrisa—. En serio, no tienes de qué preocuparte.

—Está bien... —suspiró resignado—. Descansa.

—Eres un encanto, Leonardo —murmuró dulcemente. Alcanzó el cuello de la tortuga con una mano para inclinarle y besar su mejilla.

Leo suprimió una risa nerviosa y, sonrojado se reincorporó. Por suerte para él, Naiara volvía a tener los ojos cerrados y no lo vio. Sonrió al ver cómo suspiraba y se giraba hacia él, ya casi dormida.

Se tomó un minuto para pensar en que él no era el único que se preocupaba por ella. Ella también miraba por él.

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Siguiente capítulo: La invasión (el viernes).

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