155. Cosas que pasan
SE NOTABA QUE NAIARA HABÍA PERDIDO CIERTO ÁNIMO, PERO NADIE PARECÍA ATREVERSE A PREGUNTAR.
Por supuesto que Leonardo se sentía culpable, pero tampoco quería tener que cambiar de opinión con respecto a la discusión que tuvieron unos días atrás. Le dolía haber tomado esa decisión, pero era el mal menor para un riesgo que no pensaba volver a correr.
Una noche, tras acostar a Phoebe después de que se hubiera dormido en la alfombra jugando con un par de muñecas, Leonardo y Naiara no pudieron evitar mirarla con ternura durante unos instantes, con una sonrisa boba en la cara. Era especialmente adorable cuando la pequeña se llevaba el puño a la boca.
―Es increíble que por fin parezca haberse recuperado ―suspiró Leonardo agarrando la barandilla de la cuna.
―Lo sé, es toda una luchadora. Como su papá... ―sonrió Naiara teniendo la cabeza reposando en el hombro de la tortuga―. Puede que ahora que está bien, ¿vaya siendo el momento de pensar en algún hermanito? ―sugirió queriendo tomar la mano de Leonardo.
―Ya... Eso no va a pasar ―murmuró Leonardo saliendo de la habitación de la pequeña, evitando mirar a su mujer.
―¿Qué? Leo, creí que tú también querías tener más ―dijo Naiara tras cerrar la puerta de Phoebe para no despertarla.
―Eso era antes. Naiara, estuve a punto de perderte. O a Phoebe. O a las dos ―exclamó volviéndose, ligeramente inclinado hacia adelante con los brazos extendidos por la frustración. Se enderezó con lentitud, tratando de ignorar el que Naiara estuviera al borde de convertirse en un mar de lágrimas―. No volveré a ponerte en peligro ―añadió negando con la cabeza, mirando a otro lado.
Naiara estiró el cuello con frustración, queriendo encontrar la voluntad para vencer al nudo de su garganta. Pestañeó un par de veces, una lágrima escapando de su ojo derecho.
―¿Y si yo quisiera correr el riesgo? ―se cuestionó encogiéndose de hombros.
―No lo harás ―respondió él enseguida―. Una vez me dijiste que, después de perder a tu madre, lo que más querías era una familia. ¿Acaso quieres que Phoebe pierda a su madre también? ―se quejó alzando la voz sin siquiera darse cuenta.
Naiara soltó un doloroso suspiro, quedándose boquiabierta y con el pecho contrayéndose de la impotencia. Eso le había hecho daño, mucho más de lo que pensó que Leonardo le haría nunca. Bajó la mirada tratando de comprender ese dolor, como si tratase de darse cuenta de dónde había impactado la bala, inclinándose un poco hacia adelante.
Se le escaparon otro par de lágrimas al querer mirar de nuevo a la tortuga, para cerciorarse de que lo que había oído había sido real. Lo era. Al menos, pudo notar algo de culpa en el lenguaje corporal de la tortuga. De repente se le veía inseguro, dudando.
―Naiara, yo... ―quiso decir Leonardo, pero ella caminó hacia su habitación empujando las puertas para luego cerrarlas con fuerza.
La tortuga se quedó ahí de pie, llevándose el puño cerrado sobre la frente, odiándose por no haber sabido manejar la situación de una manera un poco más delicada. Suspiró con tristeza, no estando del todo seguro si debería entrar o no en la habitación.
Al otro lado de la puerta, empezó a escuchar sollozos, cosa que le hundió aún más.
Agachó la cabeza con tristeza, dando por hecho que lo mejor sería dejar a Naiara sola por esa noche. No tenía pensado patrullar, pero la verdad es que necesitaba que le diese el aire, al menos un par de horas. A la vuelta decidiría si dormía en el sofá o en la mecedora de la habitación de Phoebe.
*
A la mañana siguiente, Naiara salía de la habitación con cautela, frotándose los ojos detenidamente porque aún le dolían. Con toda seguridad, continuaban enrojecidos, tal como la punta de su nariz y sus mejillas. Le dolía también la cabeza, por lo que no tenía ni ganas de desayunar, sólo se fue a preparar un té que mitigase un poco esa horrible sensación de pesadez.
No mucho después, justo cuando estaba echando esa humeante bebida en la taza que iba a usar, Naiara escuchó cómo la puerta de Phoebe se abría con un suave chirrido.
―Hola ―murmuró Leonardo cuando se topó con los ojos de su brujita, ambos sintiéndose completamente incómodos―. Phoebe sigue dormida ―añadió señalando la puerta con el pulgar mientras se acercaba vacilando.
Naiara asintió sin mirarle dos veces, apretando los labios para mantener una expresión neutral.
―Bien... ―musitó sentándose en uno de los taburetes, tomando un primer sorbo de té y, arrepintiéndose por haberlo dejado calentar tanto tiempo.
―¿Cómo estás? ―quiso interesarse él, ladeando la cabeza para intentar reestablecer el contacto visual.
La rubia reposó la cabeza sobre su mano izquierda y cerró los ojos con el ceño fruncido, sintiendo como si su cabeza fuese a estallar. Tampoco quería tener que pretender que no había pasado nada, así que le sirvió además para darle a entender a su marido que continuaba emocionalmente dolida por la discusión de la noche anterior.
―Oye, tienes razón, sí que quería tener otro hijo, puede que hasta otro más ―dijo atreviéndose a sentarse a su lado, posando la mano sobre la de ella―. Pero no si eso puede poneros en peligro. Además, Phoebe se ha recuperado, pero, ¿quién nos asegura que mañana no vuelva a recaer?
―No se te ocurra volver a decir eso ―se quejó Naiara volviéndose hacia la tortuga con el corazón en un puño, de nuevo al borde del llanto.
―A eso voy, Naiara. No es agradable, pero son cosas que pasan. A lo mejor ya no lo necesita, pero seguimos teniendo a Donnie chequeándola cada dos semanas por si acaso ―dijo señalando la habitación de la pequeña con la mano―. Nunca olvidaré lo mal que lo pasé al verte tanto tiempo en la cama y todas esas noches en el laboratorio con la pequeña. No creo que pueda volver a pasar por eso. Y el miedo a perderte durante el parto... ¿Te haces una idea de lo que sentí yo? ¿De no poder haber hecho nada para ayudarte? ―se quejó, ya perdiendo casi los nervios. Suspiró profundamente y dio un par de toques en la encimera con un dedo, calmándose.
―Estar en la cama no fue tan horrible, a muchas mujeres les pasa ―murmuró Naiara esforzándose por mirar al frente―. Y está claro que la cesárea salió bien...
―Naiara, déjalo ―insistió la tortuga negando con la cabeza. Tragó saliva―. ¿Y de intentarlo? ¿Qué? ¿Hasta tener que decidir que lo mejor para los dos sería no continuar con el embarazo?
―¿Por qué te tienes que poner en lo peor? ―gimoteó Naiara llevándose las manos sobre los ojos, ocultando ese nuevo par de lágrimas. Leonardo alcanzó el hombro de su mujer y la inclinó hacia él para darle un tierno abrazo, apoyando la mejilla en su cabeza.
―Créeme, no lo disfruto. Pero no podría soportar perderte y que Phoebe crezca sin su madre ―murmuró antes de darle un beso en el pelo, frotando su brazo con simpatía―. Y sé que tener que interrumpir el embarazo te destrozaría.
Al final, Naiara se rindió al llanto y se abrazó también a la tortuga, aceptando el consuelo de esa decisión tan dolorosa.
Odiaba no poder tener un hijo más, pero entendía la posición de Leonardo. El que la hija que ya tiene creciera sin su madre por querer darle un hermano, no merecía el riesgo, y menos aún si fallecían los dos.
―Siento hacerte daño, pero te quiero demasiado como para decirte adiós tan pronto. Por favor...
Naiara alzó la cabeza pasándose las manos por las mejillas, consciente de que debía de estar más roja imposible. Sollozó una vez más antes de tener que asentir con gran pesadez en el pecho, sintiéndolo por la familia que quería tener, pero, dándose cuenta de que tenía que apreciar la que ya tenía.
―Oh, Dios ―suspiró la tortuga al ver que su mujer por fin entraba en razón―. Gracias, brujita ―dijo antes de besar su frente.
―Ya sé que es la decisión más acertada, ¿pero por qué duele tanto? ―sollozó otra vez, inclinando la cabeza con más y más lágrimas.
―Porque lo correcto no tiene por qué ser lo más fácil, o lo que nosotros queramos ―respondió Leonardo antes de volver a acogerla entre sus brazos―. Hoy no estás para trabajar, ¿verdad?
―No...
―Vale. ¿Qué tal si me quedo todo el día con vosotras dos? ―sonrió una vez quedaron cara a cara.
―Eso estaría bien ―asintió Naiara medianamente complacida por la sugerencia―. Pero creo que voy a necesitar echarme un rato ―admitió llevándose una mano a la cabeza―. Me duele un montón...
―Es normal. ¿Qué tal si te tomas algo ahora y yo doy de desayunar a Phoebe? La tendré un rato distraída en el dojo haciéndola creer que empieza a entrenar.
―No le dejes coger ningún arma.
―Que no soy Raph, brujita ―respondió Leonardo con una sonrisilla―. Sólo algún kata sencillito, para saber si puede seguir instrucciones. Intentaremos no hacer ruido ―añadió acariciando la mejilla de su mujer con dulzura.
Naiara sonrió complacida y asintió cerrando los ojos. Se tomó el resto de su té, habiendo quedado templado o más bien tirando a frío, y volvió a su habitación para evitar tener a Phoebe picando la puerta con insistencia para jugar todos juntos.
Puede que las últimas veinticuatro horas no hubieran sido para nada agradables, de hecho, fue la peor discusión que Leonardo y Naiara habían tenido como pareja, pero era algo que había que hablar. Al menos, no fue una riña con fines egoístas, era una cuestión familiar, algo que se supone que ambos querían y a lo que tendrían que renunciar por su propio bien.
A Naiara le iba a costar mucho tiempo superarlo, pero sabía que Phoebe podría disfrutar de muchos años con sus padres, a diferencia de ellos.
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