154. Randori
―¡MAMÁ, MAMÁ! ―GRITABA GINO EN LA DISTANCIA.
―¿Qué? ¿Qué pasa? ―se cuestionó Arlet saliendo de la cocina de la guarida con el corazón en un puño y a toda prisa, apareciendo Raphael tras ella, igualmente asustado.
Gino se presentó delante de ellos enseguida tomando a Romanella por los brazos, haciendo que la espalda de su hermanita descansase en su propio plastrón para mantenerla erguida. La alzó hasta que sus cabezas quedaron a la misma altura.
―Dilo otra vez ―le murmuró a la niña que, miraba a sus padres totalmente embelesada.
―Ino ―balbuceó ella inconscientemente.
―Ya dice mi nombre ―sonrió la joven tortuga rodeando el cuerpo de Romanella con ambos brazos ya que así le resultaría menos pesada―. Más o menos.
―Buen trabajo, peque. Una semana antes de tu cumple ―dijo Raphael con una sonrisa ladeada, acercándose para coger a la pequeña en lo que Arlet suspiraba con una mano sobre el corazón. Romanella empezó a sacudir las piernas y los brazos con emoción, riéndose. Fue un poco decepcionante que su padre la dejase en el suelo tomando sus manos para que continuase perfeccionando eso de caminar.
―¿Dónde has dejado a Isaac? ―quiso saber Arlet una vez se le pasó el susto.
―Habla mucho, pero al menos sé que no se va a ir. Y Phoebe está con él ―respondió Gino cruzándose de brazos y señalando los asientos del salón con la cabeza.
La tortuguita negra gateaba sin miedo alguno, pero aún no le había dado por intentar ponerse en pie pese a tener casi catorce meses. Phoebe estaba sentada a su lado con un libro infantil, tratando de explicarle cómo se decían los colores que ella era capaz de nombrar, pero él no hacía más que interesarse por los juguetes que tenían por ahí tirados para manipularlos durante apenas un minuto. Enseguida se aburría e iba en busca de otro.
―Ese niño me recuerda casi más a Mikey que a Donnie ―dijo Raphael ayudando a su hija a dar algunos pasos.
―¿Tú crees? ―se cuestionó Arlet ladeando la cabeza con confusión―. Si se parece un montón a Donnie.
―Me refería a que parece hiperactivo ―respondió mirando a su mujer con una sonrisilla divertida. Arlet tuvo que asentir con una sonrisa para darle la razón, Phoebe parecía empezar a frustrarse por el poco caso que su primo le hacía.
―Gino, ayuda ―pidió la pobre híbrida, su ondulado cabello casi ocultándole la cara al haberse vuelto.
―No es justo. No quiero cuidar de bebés, ese es vuestro trabajo ―se quejó Gino señalando a sus padres.
―Un trabajo no pagado y muy desagradecido ―apuntó Arlet arqueando una ceja con ironía.
―Pues no haberme tenido ―murmuró Gino enfurruñado.
―No pudimos escoger ―respondió su padre enderezándose con la niña en brazos, a lo que su hijo frunció el ceño sin entenderle realmente―. Aguanta sólo una hora más, los demás van a venir a cenar y te librarán de tus responsabilidades.
*
La verdad es que la guarida empezaba a parecer una verdadera guardería. Y más aún cuando esa noche habían invitado también a los Mutanimales, hasta Eko se animó a asistir también. Ahora tenía hijos también, vaya, no le dejaría en muy buen lugar ser la madre antisocial a la que sus pequeños van a contar lo que habían hecho fuera de su guarida.
Por supuesto, no decían ni una palabra, pero corrían como lagartijas, sobre todo las niñas. Keith seguía siendo más reservado en cuanto a todo lo que le rodeaba, más que nada porque todo era más grande que él. Continuaban siendo lo suficientemente pequeños como para subirse al caparazón de Isaac y no desequilibrarle. Era algo que hacían muy a menudo con Spike, les gustaba que les llevase a todas partes, algo que a la tortuga al principio le pareció gracioso, pero empezó a cansarle.
Sí, Spike se pasó rápidamente al club de Gino de "no quiero volver a hacer de canguro". Edith se unía a ellos más que nada porque habían crecido juntos, y porque prefería jugar con ellos que no hacerle monerías a un par de bebés. Tenía gracia un rato, pero no más.
Phoebe en cambio... a lo mejor había heredado el sentido de la responsabilidad de su padre, pero mantenía una extraña dualidad por querer contribuir al correcto desarrollo de los infantes ―aunque la hiciesen caso omiso y la frustrase―, o seguir con admiración a su primo y sus amigos. También es cierto que se sentía un poco en medio, no era un bebé que no comprendía el mundo ―iba a hacer los tres años en unos pocos meses―, pero ni de lejos podría sentirse incluida en el otro grupo.
Aunque Edith la cogiese de la mano para que fuese con ellos y no dejarla sola, no podrían jugar a gusto con una niña pequeña a la que podían hacer daño en un descuido. Especialmente cuando jugaban en base a lo que habían aprendido en el último entrenamiento...
Por suerte, Phoebe encontró ese ansiado compañerismo en los caimanes. Iban a hacer siete meses, pero al igual que Spike, su desarrollo estaba siendo bastante más acelerado que el de un bebé corriente, así que podrían considerarse casi de la misma edad. Además, los pequeños reptiles parecían tener curiosidad por los bebes que gateaban por el salón, y si ellos no hacían caso a Phoebe, ya se sentarían los caimanes con ella a jugar a encajar piezas o aprender los colores.
Al ver que Phoebe estaba en buenas manos y que los adultos estaban también en el salón ya con el café, Gino, Spike y Edith se dirigieron a la salida de la guarida para jugar por su cuenta.
―¿A dónde vais? ―se cuestionó Jessica al ver que Edith seguía convencida a sus amigos, llamando la atención de los demás.
―Juego de sigilo en las alcantarillas ―respondió Gino señalando los oscuros túneles.
En cierto modo, era digno de alabanza que se tomasen sus entrenamientos tan en serio, pero no dejaban de ser niños que paseaban por las alcantarillas por la noche.
―No, de eso nada ―dijo Raphael mirando de reojo a su hijo―. No podéis adentraros en las alcantarillas sin un adulto.
Los pequeños se miraron entre ellos pensando que su juego se había arruinado por completo, básicamente porque podrían replicarle cada uno a sus padres en casa, pero no delante de los demás. Era una línea que cruzar muy peligrosa, y más cuando Gino ya había descubierto lo que era el randori. Después de saber lo que pasó aquel día, Slash le dijo a Raphael que tenía permiso para incluir a Spike la próxima vez.
Jessica por otro lado... no quería tener que imponerle un castigo físico a su hija después de lo que ella misma había pasado. Entendía que no era algo que se hiciese con malicia, sino con disciplina, pero le daba miedo acceder. También podía admitir que no le parecía justo que Edith se fuese de rositas cuando había sido tan culpable como sus amigos.
Casey mantuvo una conversación con ella más de una vez sobre eso del castigo, simplemente por hacerla entender que no iba a ser una mala madre por castigar un comportamiento desacertado, no podían dejar que Edith entendiese que daba igual lo que hiciese, que lo peor que iba a recibir era un sermón y a la cama. Con esa dinámica, la adolescencia la iban a tener complicada. Era un encanto de niña, pero se la veía ligeramente aventurera y lo más probable es que fuese a rozar la temeridad de su padre el vigilante antes que convertirse en la tímida chica que fue su madre.
Casey le dijo a Raphael que no tuviera miedo de incluir a Edith también en el randori, si los chicos iban a liarla como equipo, serían castigados como equipo. Eso sí, Raphael trataba a Edith con un poco más de cuidado, para empezar porque ella iba al colegio, no se le podían ver moratones. Y porque a Jessica podría darle algo si veía marcas así y que no fueran producto de la inocente caída ―o juego― de una niña.
Al final, los pequeños se resignaron a jugar con la consola del pasillo que había en dirección a la cocina.
―¿Seguro que queréis eso? ―suspiró Arlet después de haber tomado la niña de brazos de Raphael para ver si conseguían que se durmiese.
―Bueno, ya lo hablamos largo y tendido ―respondió April mirando a Matthew―. No estaría mal tener, aunque fuera, uno.
―Y porque estoy harto de oír a mi madre decir "¿cuándo me vas a dar un nieto?" ―añadió Matthew rodando la vista, forzando una voz aguda para imitar a su madre. April sonrió por el comentario, pero lo cierto es que ella también lo encontraba bastante irritante. Esa mujer acababa sacando el tema cada vez que iban a comer.
―Yo estoy deseando tener otro ―sonrió Kimani con una sonrisilla divertida, estando arrodillada para forzar a Isaac a enderezarse sobre sus pies―. En un par de años, ¿verdad, D?
―Vamos viendo ―asintió él, no del todo convencido.
Estaba claro que Michelangelo también se moría de ganas de tener su propio hijo, pero por la mirada incómoda que le dedicó Halley, le tocaba esperar algunos años más. Así todo, no había hecho un año desde que se casaron, podían disfrutar de ese matrimonio tan controvertido para con la familia de ella. También tenía que entender que Halley no había vuelto a hablar con sus padres desde entonces, le estaba costando un poco superar lo de "haber roto" con su familia, sólo mantenía el contacto con sus hermanos; no estaba en condiciones de tener un hijo en un futuro próximo.
Casey y Jessica ya se habían enfrentado a la pregunta de Edith de: «¿Por qué Gino ha tenido una hermanita y yo no?».
Dadas las circunstancias en las que se dieron tanto su boda como el embarazo, lo cierto es que no se les había ocurrido plantearse si tener otro hijo o no. Igualmente, llegaron a la conclusión de que su vida estaba bien tal como la conocían; aunque los viajes ocasionales de Casey para jugar al hockey profesional, tuvo algo que ver en la decisión.
También es verdad que aquella pregunta les pilló completamente por sorpresa y, mirándose el uno al otro con incomodidad, trataron de explicarle a Edith de la manera más ambigua posible que no tenían pensado volver a llamar a la cigüeña.
Quien esperaba llamar a la cigüeña otra vez fue Naiara, pero cuando se lo comentó a Leonardo... no recibió la respuesta que esperaba, en absoluto.
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