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152. Offelia

SHINIGAMI DIO UN PAR DE VUELTAS TONTAS AL HABER CREÍDO PERDER AL GATO.

Sintió que había perdido demasiado tiempo y que Grimalkin ya debía de haberse alejado bastante, por no mencionar lo estúpida que debía de parecer girando sobre sí misma una y otra vez sin saber qué calle seguir.

Su intuición le dijo que continuase por la acera de su derecha. Suspiró resignada esperando que el felino se asomase por alguna esquina y la maullase para indicar el camino correcto, pero no. Grimalkin era muy independiente, pero también es cierto que no se preocupaba de mirar atrás para asegurarse de que Shinigami no le perdía de vista.

Shinigami estuvo a punto de pasar de largo cuando escuchó tan añorado maullido.

Se detuvo frunciendo el ceño, buscando su procedencia. Entonces le vio sentado junto a una niña de unos cuatro o cinco años, el felino movía la cola y la miraba de reojo, esperando que entrase a ver qué era lo que planeaba ya que quería que fuese ella la que llegase a sus propias conclusiones.

La bruja ladeó la cabeza con una disimulada mueca de incomprensión. No tardó mucho en percatarse de que se encontraban en un patio particular cercado por unas verjas altísimas, y había más niños jugando y con vestimentas muy similares a la niña con la que estaba Grimalkin.

—Pequeño cabrón —murmuró para sí al ver que su gato se había colado en un orfanato.

Al fijarse de nuevo, pudo saber por qué Grimalkin había escogido a esa niña en concreto. Tal como le pasó con Naiara, la bruja pudo saber que era como ella, pudo ver la magia en su aura. La miró detenidamente y, la verdad es que le recordaba a sí misma. Tenía la piel muy pálida, y su pelo negro como el carbón estaba recogido en dos coletas onduladas, dando la impresión de que lo tenía mojado. Su uniforme era un vestido gris a cuadros con mangas propias de una camisa blanca.

Parecía sacada de una película de Chaplin.

La pequeña estaba sentada con una muñeca de trapo mientras el resto de sus compañeros jugaban entre ellos. De vez en cuando la miraban, pero ninguno se molestaba en acercarse e invitarla a jugar con ellos, algo que molestó profundamente a Shinigami.

Grimalkin puso una pata en la rodilla de la niña para olisquearle la cara, seguramente en un intento de reconfortarla por el rechazo de sus compañeros. Ella alejó un poco la cabeza abrazándose a su muñeca, no estaba del todo segura de qué pensar del gato que se le había acercado tan de repente. Al principio quiso ignorarle, pero ya vio que no se iba a dejar.

Shinigami acabó entrando al orfanato al ver que la niña se resignó a acariciar a Grimalkin, aunque fuera con cierta incomodidad y para que separase su cara de la de ella.

—¿Hola? —preguntó en francés, una vez llegó a lo que creyó que sería la secretaría. No pudo ocultar decepción al ver que una monja salía a atenderla.

No era una cuestión de ser seguidor de una u otra religión, a Shinigami en sí le daba igual lo que cada uno creyese, es sólo que los de su clase fueron históricamente hablando, víctimas de esa gente. Colgados, quemados, cazados, torturados hasta la muerte... Se pasaron siete pueblos con lo de la Inquisición, luego se acusaba de brujo a alguien porque te caía mal y la Iglesia no se molestaba en verificarlo, se le mataba y punto.

No podía evitar pensar que la gente que le dedicaba su vida a la religión de esa manera eran fanáticos. Seguro que con verla ya estaría juzgando si servía o no a Satán.

Que espere a ver a mi gato y cómo se llama, pensó. A lo mejor me empieza a echar agua bendita.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó la señora con una voz ligeramente senil.

—Bueno, esto es un orfanato, ¿no? —sugirió la bruja acercándose al mostrador, forzando una sonrisa encantadora—. ¿Qué puede decirme de la niña de la muñeca de trapo? —quiso saber echando un vistazo por la ventana de la derecha, pudiendo verla sólo de espaldas al estar en un ángulo distinto.

—Oh, ¿se refiere a Gato?

—¿Gato? ¿Así se llama? —se cuestionó Shinigami arqueando una ceja.

—Es el nombre que le pusieron los otros niños. Por sus ojos —añadió señalando los suyos propios—. ¿No prefiere que le presente a alguna otra niña? Esta jovencita es muy rara, una inadaptada. Seguro que usted y su marido buscan algo mejor.

Qué sorpresa..., se dijo rodando la vista. Pero qué predecible.

—Preferiría conocer a... Gato, antes de descartarla —insistió Shinigami, haciendo lo posible por conservar la sonrisa.

La señora puso una mueca de resignación, como si dijera: «Usted verá lo que hace». Salió de la recepción y se dirigió al patio para llamar a la niña y que se acercase. Shinigami ladeó la cabeza al ver que Grimalkin ya no estaba a su lado, pero supuso que prefirió no causarle más prejuicios a la monja y se apartó un poco.

*

La monja dejó a Shinigami y la niña a solas en una pequeña y reconfortante sala con un par de sillones para poder conocerse un poco.

Desde luego, el mote de "Gato" le venía al dedillo. Los ojos de la niña eran de un verde intenso, y sus pupilas eran rasgadas como las de los gatos, adaptándose a la luz del lugar en el que se encontraban.

—¿Por casualidad hablas inglés? —quiso saber, ladeando la cabeza para intentar parecer más simpática al dirigirse a la niña.

Ella negó con la cabeza, haciendo que sus coletas se sacudiesen alrededor de su carita. Agachó la mirada al tener vergüenza por la extraña, pero Shinigami entendió que era como la habían tratado siempre. Ese rechazo, al final afectó a su autoestima.

—No importa, cariño, yo hablo el tuyo —sonrió hablándole aún en francés, acariciando su barbilla con delicadeza―. Y si te vienes conmigo, vas ver mundo ―añadió dándole un divertido toque en la nariz que provocó que la pequeña sonriese—. Pero lo ideal sería que aprendieses al menos el inglés. ¿Tienes nombre o, sólo respondes a Gato?

—Sólo Gato —murmuró la pequeña jugando con los extremos de su falda, tratando de evitar mirar a Shinigami a los ojos.

Hablaron un poco, o más bien Shinigami hablaba y la niña negaba con la cabeza o asentía, cuando de repente, se empezaron a escuchar toques en la ventana que la bruja tenía tras ella. En un principio no le dio importancia, pero ver que la niña miraba con atención le obligó a querer saber de qué se trataba.

Era un cuervo, y daba botes junto a la ventana. Se detuvo y ladeó la cabeza de manera que pudiese ver bien a Shinigami a través de su ojo derecho, quedando de perfil. Shinigami lo entendió enseguida, debía de ser el familiar de la pequeña Gato.

—¿Amigo tuyo? —preguntó con una sonrisa ladeada.

—Se llama Dahlia.

—Mi gato se llama Grimalkin, creo que ya le has conocido —añadió la bruja.

—¿Es tuyo? —se cuestionó con cierta fascinación.

Mm-hum —asintió Shinigami—. Él me trajo hasta aquí.

—Dahlia le tira del pelo a los niños que se portan mal conmigo —murmuró Gato, meciendo los pies al no llegar a tocar el suelo. Shinigami pestañeó curvando los labios, aguantándose por no decir nada poco apropiado dado que lo más seguro es que las estuvieran escuchando.

*

Tras unos minutos más, Gato casi parecía emocionada de poder irse con Shinigami. Lo poco que habían hablado le bastó para acabar entendiendo que, de alguna manera, era como ella. Claro que la pequeña aún era joven para entender lo de la brujería, pero sabía que Shinigami se lo enseñaría poco a poco.

Estando ya en recepción, Shinigami y Gato esperaban los documentos a rellenar para poder empezar a considerarse como familia. La monja salió de su despacho con una fina carpeta llena de papeleo para que la bruja firmase, el problema es que volvió a sacar el tema de su supuesto marido.

—No estoy casada —dijo Shinigami enderezándose tras haber estado hablando un poco más con Gato—. Ni tampoco pretendo estarlo.

—Lo lamento —suspiró la señora poniendo ambas manos sobre los documentos de adopción, impidiendo que Shinigami los tomase para saber lo que firmaba exactamente—. Me temo que sólo podríamos proceder con la adopción si la niña fuese a tener un padre y una madre.

—Ya veo... —asintió Shinigami para sí—. O sea, ¿que discrimina las familias monoparentales, homoparentales...?

—Lo siento señorita, tenemos un protocolo que seguir —insistió la monja, aunque, notándose que no quería proceder como parte de sus propias reservas para con la bruja. Seguro que en su cabeza ya la estaba quemando en la hoguera.

Shinigami se separó un poco del mostrador para volverse hacia la niña.

Parecía que la luz de la pequeña se hubiera vuelto a apagar, se la volvía a ver abatida. A lo mejor es que lo poco que estuvo con Shinigami le fue suficiente para saber que se lo pasaría bien con ella, la entendía. El que la monja dijese que no podían continuar con el proceso, debió de hacerle pedazos.

—Tú qué opinas, Gato. ¿Prefieres quedarte, o que lo siga intentando? —le preguntó.

Por supuesto, ella no respondió, pero Shinigami pudo saber perfectamente lo que prefería.

—Entiendo —murmuró buscando algo en el interior de su capa, en lo más parecido que tenía a una manga.

La señora se alarmó pensando que sacaría algún tipo de arma con la que herirla o algo por el estilo. Era un arma, sí, pero no iba a usarlo precisamente para hacerle daño. Shinigami sacó su cadena kusarigama para poder mostrarle a tan amable señora su propio ojo felino.

La pequeña abrió los ojos de par en par al ver cómo Shinigami comenzaba a mecer esa bola dorada delante de la que fue una de sus maestras, notando cómo parecía hipnotizarla. La bruja le susurró ciertas instrucciones una vez supo que la tenía comiendo de su mano —como evitarse la inspección para juzgar si era apta o no para la adopción, por ejemplo—, y la monja comenzó a rellenar el papeleo.

Más tarde, bien destruiría la documentación que le correspondía al centro, o lo escondería en un lugar seguro.

—Hala... —suspiró la niña cuando Shinigami se volvió hacia ella con una sonrisa, guiñándole un ojo.

—¿Nombre? —dijo la señora, aún en trance profundo.

—Oh, emm, Louise Bellamy —respondió antes de volver a sonreírle a la pequeña.

Negó con la cabeza dándole a entender que no era su nombre real.

No lo era, no. Era un seudónimo que se había inventado años atrás porque no quedaba demasiado verídico firmar como "Shinigami" en documentos serios. Lo único que le daba cierta rabia era no saber cuál era el nombre que sus supuestos padres habían pensado para ella. Si es que se molestaron en pensar alguno, claro.

Cuando tocó rellenar el nombre de la niña en el formulario, tampoco iba a quedar demasiado realista que pusiesen el apodo por el que la conocían. Shinigami se acuclilló delante de ella y tomó sus manos.

—Sé que probablemente prefieras que te sigan llamando Gato. Es muy bonito y la verdad es que te pega, pero quizás necesites uno con el que hacer ciertos registros —le dijo ladeando la cabeza—. ¿Tienes alguno en mente?

La pequeña miró a la pared pensando, pero tras unos instantes de silencio, llegó a la conclusión de que no se le ocurría ninguno. Al menos era reconfortante saber que iba a poder conservar su apodo. Puede que en su día fuese un insulto, pero al final le cogió cariño, era parte de lo que era.

—Vale —asintió Shinigami—. ¿Qué te parece... Offelia? A mí me suena elegante, con clase —le sugirió arqueando las cejas. Gato asintió con una pequeña sonrisa—. Pues Offelia es entonces.

Después de que Shinigami se preocupase en darle unas instrucciones más a la señora y asegurarse de que la adopción había sido —dentro de lo que cabe— legal, Gato fue corriendo a su habitación a coger las pocas cosas que le interesaba conservar. Una de ellas fue su muñeca de trapo, otra, un colgante con una cadena barata y una imitación de piedra de jade.

No quiso coger sus uniformes porque tan pronto como saliesen del orfanato, Shinigami le había ofrecido ir de compras. Ya no sólo por la ropa, también iba a necesitar una cama.

Y no, no se olvidaron de sus familiares. Cuando salieron del edificio, ambos estaban en el banco de la entrada esperándolas.

No sería una familia convencional, pero, al fin y al cabo, una familia.

Sigo sin saber cómo acabar esta obra.

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