149. Pequeño guerrero
A FINALES DE OCTUBRE OCURRIÓ ALGO HORRIBLE.
Eko estaba dormida con la cabeza reposando delicadamente a un lado del nido, en la zona de ramas y mantas para evitar poner peso sobre los huevos. Leatherhead solía continuar durmiendo en el tanque de agua ―con la cabeza en la superficie― porque se mantenía templado, ayudándole a él con su propia temperatura corporal.
De repente, sonó un fuerte estruendo que obligó a los reptiles a reaccionar sin saber realmente lo que ocurría.
Tan pronto como se despertó, Eko introdujo las garras en el nido para proteger los huevos en un improvisado abrazo, mirando a su alrededor para encontrar lo que fuera que se hubiera roto. Leatherhead ya había salido del tanque, y miraba el techo de reojo, buscando algún desperfecto.
Miró a Eko, que giraba la cabeza de un lado a otro como si la estuviesen acosando. Esta vez ni siquiera parecía estar a la defensiva o amenazante, se notaba que le preocupaba más lo que pudiera pasarle a los huevos si bajaba la guardia.
El caimán salió de su guarida para comprobar que no hubiera nada fuera de lugar en las proximidades, pero tan pronto como se alejó.
―¡Leatherhead! ―escuchó gritar a Eko, su voz eclipsada por otro nuevo sonido. Esta vez no sonaba como algo cayéndose o una especie de explosión, sonaba como grietas haciéndose más y más grandes, acompañadas por fuertes chirridos metálicos.
Volvió corriendo a la guarida para ver que ni Eko ni el nido continuaban allí. En su lugar había un enorme agujero en el suelo y la pared que llegaba al tanque, por lo que se les debía que haber llevado una fuerte corriente de agua.
Ni que decir tiene que no perdió el tiempo en saltar a buscarlos a todos, el piso inferior estaba prácticamente destinado a túneles llenos de agua y, sabía que Eko no era una muy buena nadadora que digamos.
A ella no tardó en encontrarla pese a que la corriente la había arrastrado unos cuantos kilómetros, pero se puso nervioso al no encontrar algún conducto de vuelta al piso superior para ponerla a salvo. Cuando accedió a otro depósito de agua similar al suyo, aunque, bastante más pequeño, ella tosió. Y menos mal, llegó un punto en el que Leatherhead se temió que habría tragado demasiada agua.
―¿Estás bien? ―preguntó sin haber salido por completo del tanque.
Ella se estiró al haber quedado hecha un ovillo al haberse abrazado de manera instintiva a una de las mantas a las que consiguió aferrarse. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado, se puso en pie de un salto y buscó entre la tela con cuidado y pánico absoluto, para ver que sólo había conservado un huevo.
―¡No! ¿Dónde...? ―intentó cuestionarse, mirando de un lado a otro―. ¡El nido!
―Quédate aquí ―dijo el caimán antes de volver a sumergirse, dispuesto a buscar cuanto fuese necesario para encontrar a sus pequeños.
Eko se asomó hasta que desapareció en las profundidades, pero no podía esperar sin más, se suponía que los huevos debían mantenerse cálidos, el tiempo iba en su contra. Se volvió para intentar escurrir la manta y abrigar es único huevo que podría mantenerla cuerda por el momento.
*
Después de varias horas, Leatherhead llegó al depósito deduciendo que Eko estaría mucho más decaída de lo que su mente era capaz de imaginarse. Ya le había estado costando verla acurrucada en el nido, con una actitud tan gentil y maternal, tan distinta al varano feroz que vivía a la defensiva.
La encontró acurrucada de cara a una de las paredes, abrazando su cola a la vez que la utilizaba como improvisado nido alrededor de le manta y el huevo, llorando desconsoladamente.
Se sentó a su lado y posó delicadamente una mano en el hombro de su compañera. Con el pulgar alcanzó para acariciar su mejilla y secar algunas de sus escamas a la vez que llamaba su atención.
—Lo siento —se lamentó ella, no siendo capaz de mirarle o de abrir los ojos.
Leatherhead resopló abatido, sin poder entender por qué se echaba la culpa realmente. Ninguno podía haberse imaginado que el suelo se abriría bajo el nido, llevándose todos los huevos y a ella misma. Miró hacia el suelo asintiendo para sí, no queriendo decir nada en ese instante.
En su búsqueda, había tenido el desagradable placer de ver algunos trozos de cáscaras en el fondo del agua de alcantarilla, y estaba seguro de que los demás hubieran corrido la misma suerte.
—Eko —la llamó meciendo su hombro de nuevo. No quería responder, pero una parte de ella la hizo dudar y la obligó a levantar la cabeza.
Leatherhead le extendía otra de las mantas, con dos huevos mojados y arropados. Eko le miró incrédula y, aún sollozando, se irguió lo suficiente como para abrazarle.
—Dios mío, Leatherhead... —gimoteó, y él no dudó en devolverle el abrazo.
—Es todo lo que pude encontrar —le respondió inclinando la cabeza, omitiendo el detalle de las cáscaras rotas que había visto antes.
Ella no respondió, siguió llorando, pero, esta vez feliz de poder estrechar algún huevo más entre sus brazos. Se tumbó de nuevo junto a la primera manta, invitando a Leatherhead a abrazarla y mantener en calor a sus bebés, ambos envolviendo al otro con la cola.
Eko estaba encantada de poder aprovechar la maravillosa oportunidad de sacar en adelante esos tres huevos, pero no dejaba de pensar que no eran ni la mitad de los que tuvo hacía unas horas.
Miró con ternura uno de los huevos que Leatherhead había traído porque, le reconocían perfectamente. Era más pequeño que los demás, y en su momento pensaron que ni siquiera saldría adelante, que a lo mejor no sería capaz de absorber el calor suficiente como para desarrollarse o algo. Apoyó la mejilla en el cascarón y, pudo sentir un suave latido en el interior.
Parecía que el pequeño iba a salir guerrero, al fin y al cabo.
*
Al día siguiente, Leatherhead y Eko sabían que no iba a ser seguro volver a su guarida. Aun así, a Eko no le terminaba de gustar la idea de mudarse con el resto de los Poderosos Mutanimales. No sabía explicar realmente por qué, simplemente no se sentía tan cómoda como debería.
Iban a tener que buscar otra guarida porque les resultaba más cómodo vivir en las alcantarillas, pero iba a resultar complicado con tres huevos que debían mantenerse siempre cálidos... Además, Leatherhead no quería darse por vencido, querría volver a ver si encontraba algún otro huevo.
Antes del amanecer, se pasaron por el nuevo apartamento de Michelangelo y Halley.
Eko se deslizó la primera por la fachada del edificio hasta que, quedando boca abajo como una lagartija, consiguió das unos toques con la garra en el cristal. Halley apenas frunció el ceño con incomodidad y se volvió tapándose con la manta, pero Michelangelo sí que se despertó.
―¿Qué? ¿Eko? ―se cuestionó frotándose un ojo, bostezando―. Hal, despierta ―dijo dándole un par de palmadas en el hombro, justo antes de levantarse.
Halley apenas pudo alzar la cabeza totalmente confundida, viendo que su marido bajaba las escaleras corriendo y aparecía de repente en el ventanal del salón, abriéndole la puerta a Eko. Frunció una ceja extrañada, pero se puso en pie alcanzando una bata para taparse.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó Michelangelo al ver a Eko delante de él, juntando las garras con cierta vergüenza. Luego apareció Leatherhead tras ella, trepando hasta la terraza―. ¿Leatherhead?
―Ha pasado algo y... ―murmuró Eko mirando al suelo―. ¿Podemos dejar los huevos aquí? ―preguntó con timidez, ladeando la cabeza.
―Emm... Claro ―respondió Halley tras compartir una mirada con Michelangelo, sin entender nada.
Enseguida les permitieron pasar, y cerraron la ventana y las cortinas por si algún vecino les veía antes de salir a trabajar. Luego buscaron mantas y almohadas para poder poner en una esquina cercana a un enchufe, para poder situar una estufa en caso de necesitarla.
Claro que, ni siquiera se les ocurrió preguntar dónde estaban los huevos. Tan pronto como tuvieron ese nido acabado y se volvieron para dejar a los peques, Leatherhead se acercó y abrió la boca para dejar ahí los huevos.
―¿Sólo son...? ―quiso preguntar Michelangelo, pero enseguida entendió que lo que debió de pasar fue grave de verdad. No se atrevió a acabar la frase, de hecho, esperaba que hubiera pasado desapercibida.
Según Rockwell había estimado en su momento, los huevos tardarían otro mes en eclosionar, así que Leatherhead y Eko se fueron para ver si encontraban otra guarida cuanto antes. A Eko le costó marcharse sin los huevos, pero le aseguraron que los dejaba en buenas manos.
Lo tenía clarísimo, se recorrería los túneles de todo Nueva York si hacía falta, pero necesitaba encontrar una nueva guarida ya para volver a llevarse a sus pequeños y tenerlos con ella en todo momento.
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―Has conseguido que tener un clan ninja resulte aburrido.
Karai se volvió un instante para ver cómo su amiga se quedaba enfurruñada en el sofá, con la cara ladeada sobre el respaldo intentando seguirla a ella con la mirada. Suspiró cansada y rodó la vista, retomando su paseo por el apartamento, buscando el papeleo que necesitaba.
Shinigami había vuelto a Japón después de su último trabajillo para la compañía, aunque hizo una parada en Nueva York para ver cómo les iba a las tortugas y los demás. Se llevó una gran decepción cuando sugirió salir con las chicas para celebrar el cumpleaños de Arlet y que todas tuvieran algo que hacer. Ni siquiera Logan parecía tener un rato para una de sus mejores amigas.
Así que, esa misma noche, Shinigami se pilló un vuelo a Japón. ¿Y para qué? Karai no parecía tener más tiempo libre.
―Ya lo sé, Shini. Pero es más complicado aún tener una empresa seria. No puedo salir con un grupo sin más para ver a quién pateamos el culo.
―Eso es precisamente lo que molaba ―exclamó la bruja enderezándose como un cachorro curioso, señalándola con una mano. Karai se detuvo y ladeó la cabeza una vez establecieron contacto visual.
―También está Hiroshi...
―Mm... Hace poco le conté al pequeño Hiro alguna de nuestras aventuras. ¿Sabes qué me dijo? ―murmuró Shinigami haciendo que sus dedos índice y corazón caminasen por el respaldo del sofá, tratando de hacerse la interesante―: Que mamá no es tan divertida ―concluyó dando una palmada en la superficie.
Karai resopló con pesadez bajando los hombros, curvando los labios por lo que había oído.
―Sigo siendo divertida ―quiso defenderse, sacudiendo la cabeza con orgullo―. Simplemente tengo más responsabilidades ―suspiró con desgana, echando un ojo a las carpetas que ya tenía en brazos, asegurándose de que no le faltaba ninguna―. ¿Qué tal todo en Nueva York? ―se interesó queriendo cambiar de tema.
―Ugh, aburrido ―se quejó Shinigami echando la cabeza atrás―. Ahora Donatello también es padre, Raphael ha tenido otro, y hasta Michelangelo se ha casado. Siguen patrullando, pero se ve que a los delincuentes ya les da miedo asomarse. Dios... hasta Logan se ha acostumbrado a la vida de recepcionista. ¿Qué habéis hecho, monstruos?
―Espera, ¿no era broma? ¿Esa foto con gafas de luces era su boda de verdad? ―se cuestionó Karai frunciendo el ceño. Negó con la cabeza con una sonrisa divertida sin poder creérselo.
―Claro, a ti no puede sorprenderte ―resopló Shinigami quedando correctamente sentada y cruzándose de brazos―. De repente estáis todos casados, teniendo bebés... ―dijo con una voz burlona―. Hasta Leatherhead tiene huevos en camino, aunque pasó algo chungo ―murmuró para sí.
―Sabes que Hiro no entraba en mis planes ―respondió Karai organizando las carpetas cronológicamente.
―Ya, y esa boda tan cutre tampoco. Hasta el petirrojo fue más divertida que tú. ¿Quién lo diría? ―sonrió con sarcasmo.
―Oye, Shini... ¿por qué no te tomas unas vacaciones? ―suspiró Karai rodeando el sofá para poder sentarse junto a su amiga―. Tanto trabajo te está quemando, y compararte con nosotros tampoco te va a hacer bien.
―Antes nos íbamos de vacaciones las tres. Logan, tú y yo ―contestó aún enfurruñada.
―Venga, si al final siempre vas a tu bola. ¿O no te acuerdas de cuando te perdimos en Abu Dabi?
Shinigami prefirió con contestar, recordaba perfectamente cómo se rio en la cara de sus amigas cuando la encontraron por fin, aunque solía perderse en muchos más destinos, sí, aquella ocasión fue la más divertida. Simplemente le hacía gracia obligarlas a correr un poco más por los lugares a los que iban, si de ellas dependía, no verían casi nada, y Shinigami quería aventura, puede que hasta meterse en algún lío.
Al final suspiró profundamente. Puede que no fuera mala idea tomarse unas vacaciones, esta vez tomándose su tiempo y, puede que, visitando varios lugares, uno detrás de otro.
¿Sabes qué? Sí. Me voy a tomar las vacaciones más largas de mi vida y no le voy a coger el teléfono a nadie, se dijo convencida. Aunque una parte de ella temía que nadie la fuese a llamar igualmente, todo el mundo tenía su vida en familia menos ella.
▽
Una tragedia, lo sé, pero diecisiete bebés... pff, cuantos más personajes más pereza da escribir.
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