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147. Dos meses

A MEDIADOS DE ABRIL, KIMANI SE VIO OBLIGADA A QUEDAR EN LA CAMA, REPOSANDO.

No es que le hiciese demasiada gracia sentirse totalmente inútil, pero era una buena ocasión para ponerse una maratón interminable de series y dormir cada vez que le apeteciese. ¿Qué? Si por las noches el bebé se empeñaba en usar sus riñones como balones de fútbol tendría que intentar recuperar el sueño.

Naturalmente recibía visitas de vez en cuando, cosa que le encantaba. Era su ocasión de pasearse por la casa con sus fabulosas chanclas de pelo a las que había bautizado como "las zapatillas de famosa loca" y con esa bata rosa digna de la Barbie.

Eso sí, aunque ya no estuviera enfadada con Arlet, no dejaba de tener envidia cada vez que la veía pasearse ―o levantarse de una silla― como si no estuviera embarazada. Tampoco era lo mismo, Kimani estaba de treinta y nueve semanas, Arlet de treinta y una. Al menos solían llevarle tarta todos los fines de semana.

Cuando iba de visita, Gino no podía evitar poner la mano en la barriga de la Tía Kim, su bebé se movía más que el de su madre. Resultaba un poco más fascinante, por no mencionar que su primo iba a ser un niño sí o sí, el que sería su hermano no estaba claro. Podría ser una hermana, cosa que le hacía menos gracia aún.

*

Un par de semanas después, un lunes por la tarde, su hijo nació por fin.

El lado bueno es que ya desde el mismo momento en el que se despertó, tuvo el instinto de decirle a Donatello que ni se fuese de casa. Algo le decía que las contracciones empezarían enseguida, sólo esperaba no tener que tirarse horas y horas y horas de parto. Consiguió hacer algunos pequeños ejercicios cardiovasculares para acelerar las cosas, y tuvo suerte.

Algo con lo que a lo mejor conseguía que Arlet le tuviese envidia esta vez, es que su parto fue relativamente fácil. Nada de pasarse doce horas en la bañera esperando que las cosas ocurriesen por sí solas.

―Dame, déjame cogerle ―gimoteó Kimani después de tomarse un respiro.

No pudo contenerse más, después de ver la enorme sonrisa de Donatello al ver al pequeño y hablarle a través de tiernos susurros... Quería cogerle de una vez, le daba igual continuar sudando y jadeando, ya descansaría más tarde, había estado dos semanas confinada en la cama.

Donatello sonrió y fue a sentarse al lado de Kimani, asegurándose de pasar la toalla un poco por la barbilla de la nueva tortuguita para estar un poco más presentable. Puede que aún necesitase un bañito, pero ante los ojos llenos de hormonas de mami, era la cosa más bonita que hubiera visto nunca.

Ya sabían que iba a ser una tortuga y un niño ―clavadito a Donatello, la verdad, sus cabezas tenían la misma forma―, lo que no sabían es que sería posible que fuera a tener la piel de su madre. También su caparazón era marrón, aunque más oscuro, pero el plastrón sí que era más claro que su piel.

―Oh, Dios mío ―suspiró ella cogiéndole por fin, el pequeño moviendo los bracitos como si se despertase de la mejor siesta de su vida―. Es una combinación nuestra... ―añadió en otro gimoteo, mirando a Donatello.

―Y yo que tenía envidia por Phoebe... ―susurró la tortuga antes de besar su frente, apartando un mechón de pelo de la frente de su mujer―. Te quiero ―añadió reposando su frente sobre la de ella.

―Y yo a ti ―suspiró ella sin perder la ocasión de que el pequeño le agarrase el dedo―. Bueno, al final, ¿con qué nombre de la lista nos quedamos? ―preguntó moviendo el dedo, provocando que la tortuguita zarandease el brazo al no querer soltarse.

―Cualquiera de los dos primeros le pegan ―dijo Donatello encogiéndose de hombros―. ¿A ti cual te gusta más? ―quiso saber.

―No sé. Charlie me gusta, pero a lo mejor Isaac es un poquito más original ―murmuró ladeando la cabeza, sonriendo y poniéndole caras al pequeño, aunque no pudiese verla bien.

―Pues Isaac es entonces ―resumió él, recostándose y rodeando a su mujer con un brazo―. ¿Quieres ducharte?

―Un ratito más ―murmuró Kimani abrazando a Isaac, cerrando los ojos suavemente―. Igual hay que darle de comer...

*

Tras un par de horas, decidieron que era el momento de comunicar a su familia que la tortuguita ya había nacido.

Por supuesto que los padres de Kimani se pasaron enseguida para conocer a su nieto, aunque Enzi no pudo pasarse hasta el día siguiente. Casi parecía imposible que Tanisha fuese a soltar a la tortuguita en algún momento, estaba demasiado embelesada meciéndole sin parar.

Sus amigos también prefirieron dejarles pasar la primera noche en paz, ya les visitarían al día siguiente, cuando Donatello y Kimani pudieran haberse hecho a la idea de lo que era ser responsable de un recién nacido las veinticuatro horas.

Al igual que la madre de Kimani, iba a ser difícil que Michelangelo dejase que nadie más cogiese en brazos a Isaac. Intentaron que Gino se sentase en el sofá para dejársele a él un ratito, pero la tortuguita no estaba por la labor. Le había escuchado llorar durante un rato y no dudó en mirar de reojo la barriga de su madre, que crecía más y más.

―¿Qué? ―se cuestionó Arlet al darse cuenta de que la miraba. Él no respondió. Sólo giró la cabeza y se cruzó de brazos, enfurruñado.

En momentos como ese, Raphael se sentía ligeramente incómodo. Puede que lo mejor hubiera sido mencionarle algo antes de decidir tener otro bebé, aunque, Arlet fue la que se encargó de darle una sorpresa a él. Tenían que habérselo explicado, como mínimo, antes de que los demás le preguntasen por lo del "hermanito".

Phoebe sí que parecía ser un poco más curiosa que su primo, y no dudó en asomarse a la cunita que había en el salón. Claro que, necesitaba una pequeña ayuda para ver bien al bebé que ahí dormía, no alcanzaría a verlo ella sola, así que su padre la cogió en brazos.

Isa ―dijo la pequeña híbrida mirando a su padre.

―Casi casi ―respondió Leonardo ladeando la cabeza―. Isaac ―añadió puntualizando cada sílaba.

Isa ―repitió Phoebe llevándose un dedo a la boca, creyendo que lo había pronunciado bien. Leonardo no lo intentó dos veces, bastante fue que intentase hablar teniendo sólo un año y medio, mucho antes que Gino, él sólo se comunicó a base de gestos y miradas hasta los dos años y medio.

*

Dos meses después, llegó el momento de Arlet.

Ocurrió un domingo, pero al igual que su anterior parto, lo empezó a sufrir el día antes, así que no pegó ojo, y se aseguró de que Raphael tampoco. Por suerte para Gino, ese fin de semana estaba en la guarida con el Tío Mikey, y se habían pasado la tarde y noche del sábado con un maratón de Jurassic Park.

Por la mañana, Raphael había llamado a Leonardo, sólo por que estuvieran al corriente de la situación o, por si necesitaban ayuda llegados a cierto punto.

Siendo junio, Arlet se negó a meterse en la bañera, por lo que, cada vez que se sentía capaz de levantarse, daba vueltas por la habitación. Al final, quedó confinada en la cama, y esta vez no podía contener sus quejas y lágrimas.

—No me hagas volver a pasar por esto... —lloró negando con la cabeza, sabiendo por lo insistentes y dolorosas que estaban siendo las contracciones, que no podía quedar mucho.

—No lo haré. Te lo prometo —respondió Raphael tragando saliva. Se arrodilló en el suelo, sujetó su mano y acarició su pelo con la otra antes de darle un beso en la cabeza. Arlet cerró los ojos con fuerza, odiando el aspecto que debía de tener después de tantas horas.

Llegó un punto en el que a Raphael le estaba doliendo sólo con ver a su mujer, y hasta se sintió culpable en cierta medida por habérsele ocurrido pedirle otro hijo. Por otro lado, se sintió tremendamente afortunado al pensar que Arlet, sabiendo por lo que iba a pasar, le fuese a hacer ese regalo.

Cuando sintió que Arlet no tenía fuerza suficiente, se sentó tras ella y tomó sus manos, ayudándola a inclinarse para ver si contrayendo el diafragma el resultaba más fácil y rápido todo.

Tras aguantar el aliento todo lo que pudo, poniéndose más roja imposible, Arlet suspiró por fin, recostándose en el pecho de su marido. Al principio, Raphael pensó que sólo se había querido tomar un pequeño descanso, pero luego escuchó el tímido llanto de un bebé.

La tortuga se levantó enseguida, no sin antes estar seguro de que Arlet estaba cómoda sobre la almohada, y cogió al bebé. Suspiró con una sonrisa incrédula al tenerlo entre las manos. Alcanzó unas tijeras para cortarle el cordón umbilical y una toalla para limpiarlo.

Arlet alzó la cabeza aún jadeando, pasándose una mano por la cabeza para apartarse el pelo de la cara y, ya de paso, recogérselo en un moño. Alcanzó a ver que se trataba de un humano, aunque tenía algo de verde en la piel. No le dio mucha importancia, veía algo borroso, por lo que a lo mejor se trataba de las manos de Raphael.

—Es una niña, nena —sonrió Raphael sentándose a su lado.

—¿Y humana? —se cuestionó Arlet en un suspiro, alcanzando sólo a ver su carita entre la tela.

—Más o menos —dijo él destapándola un poco.

No, Arlet no se lo había imaginado, su piel sí que tenía algo de verde, concretamente de la punta de los dedos a los codos, y de dedos a rodillas. Raphael le dio la vuelta a la niña de manera que quedó recostada en su mano para comprobar si tenía también caparazón, aparentemente no, pero sí es cierto que se ponía notar cierta dureza bajo su piel. A lo mejor el caparazón no se fuese a hacer presente nunca, pero ahí estaba.

Era pronto para saber con certeza el color de sus ojos, pero el pelo era castaño como el de Arlet.

Arlet se dejó caer de nuevo sobre la almohada, pero se dio cuenta de que Raphael parecía embelesado con la criaturita al haberla vuelto a recostar como era debido.

—Hijo de puta... —siseó con rabia, mirando hacia otro lado al saber que Raphael había conseguido exactamente lo que quería—. Querías a tu niñita —refunfuñó ella dándole un golpe en el hombro, tratando de empujarle.

Raphael soltó una suave risilla contenida y asintió porque era cierto. Se llevó una mano a la cara para secarse ese par de lágrimas que empezaban a descender de sus párpados.

—Es igual que tú —dijo tratando de vencer al nudo que se había formado en su garganta. Se le escaparon otro par de lágrimas que quiso secar también.

—Raph, deja de llorar —gimoteó Arlet al verle, haciendo un puchero y sintiendo que sus ojos estaban a punto de dejar escapar un mar de lágrimas contagiada por su marido.

*

Por la tarde, Raphael y Arlet ya estaban más presentables, y sabían que las visitas no tardarían mucho. Donatello sólo pudo pasarse un momento, por hacerle un breve chequeo al bebé y asegurar que estuviese bien, pero Kimani se quedó con Isaac en casa.

Aún estaban en la habitación cuando Naiara y Halley llegaron, abriendo la puerta principal con su propia llave. Naiara tomaba la mano de Phoebe, y se detuvo un instante para dejar la mochila de la niña en la entrada mientras Halley se dirigía a la terraza para abrir a sus parejas y Gino, avisando de que habían llegado.

Donatello salió de la habitación con su maletín de medicinas, echándole un ojo al teléfono y sabiendo que iba siendo hora de irse.

—Buenas tardes. ¿Listo para conocer a tu hermana, Gino? —sonrió bajando las escaleras.

—¿Dónde está mamá? —respondió él frunciendo el ceño y provocando que sus tíos se mirasen entre ellos sorprendidos por la manera en la que había ignorado la pregunta.

—¿Cómo es, Donnie? —se cuestionó Halley con ilusión.

—Tranquila, ahora la veis —dijo con una sonrisa—. Lo importante es que está sana. Y yo me tengo que ir ya. Hasta esta noche, chicos.

Sus hermanos se despidieron de la tortuga de morado, pero enseguida apareció Raphael saliendo de la habitación intercambiando unas breves palabras con Arlet. Bajó las escaleras con la pequeña envuelta en una suave manta blanca.

—Hola, chicos —dijo Raphael viendo que sus invitados a se habían acomodado en el sofá, aunque se topó con Gino, que intentaba ir a ver a su madre. Con una mano en su hombro, le hizo dar la vuelta y bajar las escaleras de nuevo—. Paciencia, ahora baja —suspiró rodando la vista.

—¿Cómo está Arlet? —preguntó Naiara con una sonrisa, tras haber conseguido que Phoebe se quedase cómodamente sentada a su lado.

—Me ha dicho que como se me ocurra pedir otro, se arranca el útero y me lo sirve para cenar. Así que bien —murmuró asintiendo con ironía, creando un silencio incómodo—. En fin, esta es Romanella —sonrió mostrándoles a su nueva sobrina.

Gino frunció el ceño por el nombre, pero ladeó la cabeza al pensar que le había producido cierta ternura que no esperó que le produciría eso de tener una hermana. Como que de repente supo que esa niña no podría defenderse sola hasta dentro de unos cuantos años, necesitaría a su hermano mayor.

De todas formas, la tortuguita se negó cuando su padre le ofreció cogerla, prefirió abrazarse a su madre una vez bajó y se sentó con ellos.

Bueno, pues nada, me he quitado dos más partos de encima, no creo que les vaya a dar mucha importancia a los que quedan, la verdad, seguro que tienen capítulos cortos tipo one-shot, si acaso.

Y de repente me he dado cuenta de que para acln2 voy a necesitar más chicos. Ays... Tendrán que ser humanos. 

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