144. Verano siempre
HACÍA UN PAR DE MESES, LAETICIA VOLVÍA A CASA TRAS UN LARGO DÍA EN EL INSTITUTO.
Sí, lo cierto es que es que se acostumbró rápidamente a Fernanda y, fiándose de su nuevo estado civil y tras una conversación con su marido, volvió a dar clase. Habían pasado casi tres años y medio desde que se casaron, y la verdad es que se le seguía haciendo raro referirse a Tiger Claw como su marido, pero sentía que su relación había mejorado un montón desde que a él le dio por querer casarse con ella.
La cosa es que ese día resopló con cansancio al aproximarse a la casa. Ya podía hacerse una idea de lo que podía estar pasando porque se oían gimoteos al otro lado de la puerta. Estaba cansada como para tener que formar parte de esa discusión otra vez, aunque esta vez se encontraba más cansada de lo normal. Como que hasta le pesaban los huesos.
Se mentalizó como para, al menos, parecer un poco más alegre al volver a casa ese viernes. Puso la sonrisa más natural que pudo y entró saludando.
―Ya he vuelto...
―¡Mamá! Papá no nos da las pistolas ―acusó Caesar señalando a Tiger Claw, que estaba sentado en el sofá esforzándose por esconderse tras el periódico. Chiara estaba a su lado de rodillas, apoyándose en su brazo en una actitud un poco más suplicante que su hermano, de vez en cuando poniéndole ojitos y reposando también la mejilla para convencerle.
En algún momento, Tiger Claw le aguantó la mirada a la pequeña, claro que, al final no podía evitar acabar conteniendo una pequeña sonrisa. De todas formas, acababa susurrando un largo: «No».
―Porque la última vez tirasteis dos jarrones ―suspiró pasando de largo, dejando su bolso y el abrigo en el armario de la entrada. Se quitó los botines para reemplazarlo por las zapatillas de andar por casa―. ¿Dónde está Kai? ―preguntó dirigiéndose con Caesar a la cocina.
―Aquí ―respondió el cachorro dorado desde la mesa del comedor, tratando de dibujar con ceras sobre una cartulina beige―. Mira, es papá con nuestros juguetes ―dijo enseñándole el dibujo a su madre y, haciendo que su padre rodase la vista con cansancio. Estaba claro que el tema comenzaba a quemarle.
Sí que se notaba que era Tiger Claw, aunque pareciese un dibujo propio de un programa infantil con un diseño plano y a base de garabatos. Le había estado mirando, sentado en el sofá con el periódico ―sustituido por las pistolas de juguete―, aunque no manejase bien las dimensiones y los ángulos.
―Qué bonito. Aunque papá tiene el parche en el otro ojo ―apuntó Laeticia con una sonrisa. Kai cogió el dibujo con ambas manos y ladeó la cabeza confundido, antes de volverse para mirar bien a su padre. Tiger Claw había dejado el periódico de lado y cogido a Chiara en brazos para acercarse a la zona del comedor.
―¿Qué tal el día? ―preguntó el tigre justo antes de besar lo alto de la cabeza de Laeticia.
―Agotador ―suspiró ella―. Aunque supongo que para ti también ―añadió con una sonrisa. Laeticia fue a poner la mesa una vez Kai empezó a recoger sus pinturas, Fernanda tuvo que irse antes, pero al menos la comida estaba ya preparada.
El día pasó como cualquier otro, aunque Tiger Claw empezó a darse cuenta de la manera en la que su mujer resoplaba cuando por fin llegó el momento de meterse en la cama. En ese momento no quiso decir nada, podría ser un día estresante cualquiera, el curso acababa de empezar, a lo mejor sólo necesitaba volver a acostumbrarse al horario.
*
Al día siguiente, Laeticia se despertó notando movimiento a su alrededor.
Tiger Claw caminaba de un armario a otro y a su despacho recogiendo cosas para una maleta de tamaño medio que había a los pies de la cama. Por supuesto, ya estaba vestido.
―¿Te vas? ―bostezó frotándose un ojo con pereza, apenas levantando la cabeza de la almohada.
―Sólo un par de días ―respondió él―. Ni siquiera tengo que salir del país.
Laeticia se volvió a quedar dormida poco después de que el tigre besase su cabeza como breve despedida, y cuando ya se despertó con intención de levantarse, comenzó a sospechar de lo cansada que se había estado sintiendo esa semana.
Más aún cuando, haciendo la comida ―puesto que Fernanda tenía los fines de semana libres―, unas náuseas tremendas la obligaron a ir corriendo al baño. En aquel momento quiso dejarlo pasar, pensando que podría tratarse de un virus cualquiera.
El domingo la cosa parecía continuar, pero como que más persistente.
Al final se las apañó para que pasase el fin de semana sin que los cachorros sospechasen nada. Aunque tampoco podrían entender qué le ocurría de explicárselo. Laeticia salió una vez supo que los cachorros estaban durmiendo, y se compró un par de pruebas de embarazo.
Una pena que, cuando llegó, se quedase dormida sobre la cama antes de poder hacérselas. Al menos tuvo tiempo de ponerse el pijama.
El lunes por la mañana, Laeticia se apresuró a hacerse esas pruebas antes de tener que empezar con la rutina. Si era una falsa alarma, no le apetecía que Fernanda ni nadie lo tuviera que saber.
Rebuscó las cajas en su bolso a toda prisa porque de repente sintió que el tiempo se le echaba encima. Cuando se dio la vuelta, se topó con el tigre, que entraba a la habitación sin haberse molestado siquiera en encender la luz del pasillo.
Laeticia dio un respingo habiendo cerrado los ojos por el susto, pero reaccionó lo suficientemente rápido como para haber escondido las cajitas.
―Creí que volvías mañana ―dijo tras haberse quedado sin aliento por un instante.
―Tuve suerte y encontré a los otros dos no muy lejos del primero. ¿Qué escondes? ―preguntó arqueando una ceja, señalando con el mentón lo que fuera que le ocultaba tras la espalda.
Laeticia dudó un momento, lamiéndose los labios, pero decidió con un suspiro, mostrarle lo que había comprado. El tigre lo cogió mirándola a ella, sin saber lo que se supone que estaba cogiendo hasta que lo tuvo en la garra.
―Es una broma ―dijo volviendo a mirarla, buscando sus ojos.
―No lo sabremos hasta que me la haga ―respondió Laeticia cogiendo las pruebas de entre sus garras para entrar al baño. El tigre la siguió con la mirada anonadado, hasta que la puerta se cerró.
No pudo evitar llevarse una garra sobre la cabeza al no creerse lo que estaba pasando. Era muy temprano para eso, ni siquiera había dormido con la idea de llegar a casa cuanto antes. Lo único que quería era meterse en la cama, esto le había pillado por sorpresa.
Resopló con pesadez y se dejó caer sentado en la cama, con la cabeza reposando en las garras.
Laeticia salió del baño tras un par de minutos, sosteniendo las dos pruebas entre los dedos de ambas manos. Miró por un segundo a Tiger Claw, que permanecía sentado en la cama, esperándola. Se sentó a su lado, colocando una mano en su brazo.
―¿Qué pone? ―quiso saber él.
―Espera unos minutos.
Tiger Claw soltó un largo suspiro, pero no sabía qué decir porque, para empezar, la situación le estaba trayendo muy malos recuerdos. Juntó los pulgares y los hizo rodar una y otra vez para distraerse. Al menos, se sintió más tranquilo cuando ella inclinó la cabeza sobre su brazo, buscando apoyo.
Desde luego, tres cachorros eran más que suficientes, puede que demasiado en determinadas circunstancias. Además, Tiger Claw ya tenía una edad, no era precisamente la más adecuada para tener hijos. Iba a hacer cuarenta y nueve ya, maldita sea.
Tras unos minutos de silencio eterno, el tigre le echó un vistazo a su mujer. Tenía los ojos cerrados y movía los labios, seguramente deseando que los resultados fuesen negativos. Claro que, él lo vio al bajar un poco la mirada.
―Estás embarazada ―dijo en un suspiro de resignación.
Laeticia no dijo nada, sólo levantó la cabeza de golpe mirando de reojo las pruebas de embarazo, pensando que debía de tratarse de un error. Pero claro, eran dos pruebas las que se lo estaban diciendo, no una. Se enderezó frunciendo el ceño, como si intentase cambiar el resultado con la mente.
―Creí que tenías un DIU ―apuntó Tiger Claw mirando al frente.
―Y lo tengo, pero... no sé... ¿se habrá movido? ―respondió Laeticia negando con la cabeza, reposando la cabeza sobre su mano izquierda, a la vez sobre la rodilla. Se quedó mirando las pruebas como si esperase que el resultado cambiase por arte de magia, pero no ocurría nada.
―Supongo que la casa ya no te parece tan grande ―suspiró el tigre enderezándose para acabar con las garras sobre las piernas, frotándose los pantalones para calmar los nervios.
―¿Qué? ―se cuestionó Laeticia.
―Incluso si te hubiera preguntado qué quieres hacer, ya sé que no tienes estómago para abortar ―dijo levantándose. Observó que ella no parecía haberse tomado la noticia ni la mitad de bien que esperaba, así que suspiró―. ¿Quieres que hablemos de ello luego? Ahora... ―dudó moviendo las manos, sin saber cómo explicarse―. Estoy cansado Laeticia.
―Sí, yo... yo también debería irme ya ―murmuró Laeticia levantándose, cogiendo el bolso que tenía sobre el tocador―. Que descanses ―dijo antes de cerrar la puerta de la habitación.
Ni que decir tiene que Tiger Claw no consiguió dormir mucho que digamos, apenas debió de poder echarse una siesta de veinte minutos después de haber estado comiéndose el coco durante una hora o más. Para Laeticia tampoco fue mucho más fácil, casi parecía que la moviese el viento, al verla, parecía que su alma hubiese abandonado su cuerpo.
No quisieron hablar de ello hasta la noche, cuando estuvieron, de nuevo, a solas en su habitación. Aunque eso no quería decir que Fernanda o los cachorros sospechasen de tanto silencio. Igualmente, no dijeron nada.
Laeticia ya estaba metida en la cama echando un vistazo en su Tablet, cuando Tiger Claw entró cerrando la puerta. Frunció una ceja al ver que parecía nerviosa, y tuvo que agachar la cabeza sin saber cómo volver a sacar el tema. Se aproximó a la cama y se acostó quedando también sentado.
―Por mucho que lo pienses... no vas a ser capaz de abortar ―dijo finalmente, mirándola.
―Ya lo sé ―suspiró ella bajando los hombros―. Pero estaba leyendo lo del DIU, se ha tenido que mover para que pase esto.
―Pero eso ya te lo habías imaginado.
―Ya, pero no sabía esto. Mira ―respondió Laeticia mostrándole lo que había encontrado―. Soy un riesgo mayor de aborto espontáneo o parto prematuro mientras lo siga teniendo. ¿Y qué es la coriam...nio...nitis? Suena horrible ―gimoteó visiblemente atemorizada.
―No pasa nada, ve a que te lo quiten y ya está.
―¿Entonces te parece bien todo esto? ―preguntó Laeticia ladeando la cabeza para verle bien. Tiger Claw suspiró profundamente.
―No voy a dejarte, Laeticia ―le aseguró volviendo la cabeza hacia ella―. Pero espero que sólo sea uno ―dijo acostándose.
*
Al día siguiente, Laeticia había ido al ginecólogo tras las clases.
Estaba muy nerviosa, para empezar porque seguramente le hiciesen una ecografía y temía que el doctor se fijase demasiado en el aspecto de los cachorros. O eso es lo que creía ella que iba a tener, ver que se trataría de un bebé humano resultaría todo un alivio en esas circunstancias.
Fue todo muy incómodo, y prácticamente desde que le extrajeron el DIU, Laeticia se esforzó en buscar excusas para salir corriendo de allí.
Al llegar a casa, Tiger Claw estaba en su despacho, terminando de organizar el papeleo de sus últimos encargos. Laeticia entró sin llamar y cerró la puerta antes de sentarse frente a él, que le miraba frunciendo una ceja.
―¿Y? ―se cuestionó al verla tan agitada.
―Cuatro ―murmuró ella con la mano en la boca, completamente nerviosa.
―¿Qué? ―preguntó el tigre al no haberla entendido.
―Son cuatro ―repitió Laeticia retirando la mano y, con repetidos tics en la comisura derecha del labio, asintiendo a la nada―. Cuatro cachorros más... Ay, Dios ―suspiró llevándose las manos a la cabeza para acabar reposando los codos en la mesa, mirando la superficie de cerca.
―Su nombre ―dijo Tiger Claw, dejando de lado la pluma que estaba usando―. El del doctor, dímelo ―insistió al notar la confusión en la cara de su mujer.
―No. No ―respondió ella negando con la cabeza, volviendo a enderezarse―. Él pensó que se trataba de algún tipo de malformación, y me fui corriendo. No le ha dado tiempo a ver nada en concreto. Ni siquiera se fijó en que los demás eran iguales, sólo le prestó atención a uno.
―¿Crees que no es una anécdota interesante de la que hacer noticia? ―sugirió Tiger Claw recostándose en su silla y cruzando los brazos.
Al final, Laeticia tuvo que ceder. No podía arriesgarse a que nadie supiese de la existencia de sus cachorros, y que pasase a ser conocida por engendrar una "aberración de la naturaleza" tampoco sonaba muy agradable que digamos.
▼
Pasó cerca de un mes, a las diez semanas aproximadas de embarazo, Laeticia ya no podía ocultarlo. Y menos tratándose de cuatro bebés. Así que tuvo que decirlo en el instituto para que buscasen a alguien que la sustituya en el próximo semestre.
Estaba en el salón leyendo un libro, aunque, no podía evitar mirar por la ventana. Parecía que ya iban a empezar los meses blancos, cosa que dejó de entusiasmar a Laeticia.
―Mamá, ¿estás triste porque ya no es verano? ―le preguntó Chiara sacándola de sus pensamientos, sentándose a su lado, en el sofá.
Tiger Claw estaba sentado en la mesa del comedor con Caesar y Kai, enseñándoles cómo se jugaba al ajedrez. Claro que, ellos insistían en jugar mejor al parchís. La cosa es que él también había notado que el ánimo de Laeticia había estado decayendo, y no estaba del todo seguro si se debía al embarazo o algo más.
―No, pero supongo que ya no me gusta la nieve ―suspiró Laeticia rodeándola con un brazo, acariciando su suave cabecita.
―¿Por qué no puede ser verano siempre? ―insistió la pequeña, acurrucándose en su regazo, con la mejilla en el aún disimulado vientre de su madre.
―Depende del lugar. Aquí el invierno es más largo.
Tiger Claw no dijo nada, pero también es cierto que se acordó de otra conversación que tuvo con Laeticia acerca del número de habitaciones de su casa actual. Los cachorros no tardarían en necesitar una habitación propia, más cuando no eran del mismo sexo y que todo el mundo necesita intimidad, al fin y al cabo.
A lo mejor era hora de mudarse.
Esa noche, viendo que Laeticia suspiraba cansada al meterse en la cama a su lado, se lo comentó.
―¿Quieres mudarte ahora? ―se cuestionó ella acomodándose con el brazo izquierdo bajo la almohada, asegurándose de cubrirse bien con las sábanas―. ¿A dónde?
―No lo sé, dímelo tú ―dijo acostándose también, quedando cara a cara con ella―. Aquí no nos llegan las habitaciones.
―Sé que echas de menos Asia.
―Ya pero apenas puedes hablar con nadie allí. No quiero que vuelvas a sentirte como una prisionera.
―Creo que, con siete hijos, uno se tiene que quedar en casa sí o sí. Y va a seguir siendo un papel de profesora, así que... ―murmuró encogiendo un hombro, cerrando los ojos al notar que el tigre le quitaba el pelo de la cara con delicadeza―. ¿Qué tal Tailandia? ―sugirió.
▽
En el capítulo anterior dije Carolina del Sur (o del Norte, ahora no estoy segura) pero lo he cambiado. Seguramente en algún momento vuelvan a USA, pero al final he preferido que la infancia de los cachorros tenga lugar en Asia.
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