142. Pequeño accidente
CUANDO VOLVIERON DE SU LUNA DE MIEL, DONATELLO Y KIMANI SEGUÍAN EN "MODO VACACIONES".
No es que a las tortugas les molestase que su hermano no se pasase el día metido en el laboratorio, le hacía bastante bien relajar la mente y mantenerse alejado del estrés que ―quiera que no― le suponía estar a cargo de tantos cachivaches. Es sólo que se les hacía raro.
La pareja pasaba mucho tiempo en su casa, ya por fin acabada. Bueno, acabada, las habitaciones que no iban a necesitar por el momento podían permanecer vacías sin ningún problema, pero la cocina, el salón... sí, la podían considerar acabada.
Eso sí, cuando bajaban a la guarida, el resto de tortugas podían intuir que seguían de fiesta. A Raphael le seguían desapareciendo algunos condones sin explicación, cosa que comenzaba a mosquearle porque él y Arlet no lo hacían tanto en la guarida. Y eso que Raphael le acabó poniendo un pestillo a la puerta cuando empezaron a salir.
Unos meses después, aproximándose ya el vigésimo sexto día de la mutación, Kimani se encontraba rara en el trabajo. Aprovechó para tumbarse un ratito cuando llegó su descanso, y una compañera no dudó en tratar de pensar con ella a qué venía ese cansancio tan repentino.
Ya que trabajaban en un hospital, no les costaba nada hacer un pequeño análisis. Antes de volver a casa, Kimani ya supo qué le pasaba. Estaba embarazada.
―¿Qué? ―se cuestionó tomando los resultados que otra de sus compañeras le traía―. No. No, no, no, no, no... ―gimoteaba mirando la hoja de reojo.
―Ay, no me digas ―suspiró su compañera, ladeando la cabeza ligeramente apenada―. ¿No te gustan los niños?
―No. O sea, sí. Pero es que... Jolín, nos hemos casado hace tres meses, queríamos ir con calma... ―se justificó Kimani antes de resoplar llevándose una mano a la cabeza―. Pues nada... Otro primo para Gino y Phoebe ―dijo dándose una palmada de resignación en la cadera.
―¿Se lo vas a decir hoy? ―se interesó la compañera.
―No. Ya me espero a su cumple, así me hago a la idea ―respondió―. Gracias ―añadió alzando los resultados otra vez, antes de irse.
―Oye, espera. El análisis ha detectado una sustancia no reconocida, ¿has tomado algo raro últimamente?
―¿Mm...? ―se cuestionó Kimani pretendiendo no haberla entendido, sólo para ganar tiempo y pensar algo en lo que ella repetía la pregunta―. Oh, ya. Era una medicina experimental de mi marido. Esperemos que no afecte al bebé ―sonrió cruzando los dedos, ahora sí, escapándose de más posibles preguntas.
*
Dos semanas después, Michelangelo y Halley estaban terminando de hacer la tarta para la hora de comer. Naturalmente que la tortuga de naranja tenía un delantal de «bese al cocinero», y no perdía la ocasión de recordárselo a su gatita cada vez que podían apartar la vista de la comida.
Kimani no podía evitar hacer revotar la pierna una y otra vez mientras estuvo sentada, pero quería guardarse su noticia para la noche, cuando ella y Donatello estuviesen a solas. En su lugar, intentó centrarse en Gino y Phoebe junto con sus madres, en el salón.
Phoebe había hecho un año diez días antes, pero a Gino le frustraba que aún no acertase ni a ponerse en pie. Sería más divertido si al menos pudiese seguirle por la guarida, así que de vez en cuando la ayudaba a enderezarse tomando sus manos. Era una pena darse cuenta de que por muy erguida que consiguiese tenerla, esas piernecitas no fuesen a aguantarla.
Al final, Gino se rindió y se la devolvió a Naiara.
―¿Ya te has aburrido? ―le dijo Arlet arqueando una ceja. Tenía a Danger tumbado a su lado con la cabeza en su regazo, por lo que no era raro que le estuviera sobando con simpatía.
―Es que no hace nada ―se justificó él en un gimoteo―. Tía Nai, ¿cuándo va a andar?
―Pues... espero que antes de acabar el año ―respondió ella inclinando la cabeza para entrar en el campo de visión de Phoebe―. Cuando nació era muy pequeña, igual se toma su tiempo ―añadió encogiéndose de hombros.
―Qué rollo ―resopló Gino.
―Y luego no te quejes de que tarda en hablar ―advirtió Arlet señalándole―. Que tú tardaste demasiado en hacerte entender.
No hubo fiesta como tal, y precisamente por eso, Michelangelo se llevó a Halley de nuevo a la compañía, para tener un plan más divertido ellos dos solos. Nada mejor que ver algo con tu chica, tu comida favorita, tarta de cumpleaños, un regalo, videojuegos y sí, una noche bien cerrada con algo más de pasión.
Los demás se conformaron con que pareciese un día cualquiera, solo que con tarta y recibiendo algún que otro regalo.
También es cierto que Phoebe conservó la mayor parte de la atención. Una vez Gino se quejó de que ni andaba ni hablaba, Leonardo se arrodilló en el suelo para que su niñita empezara a acostumbrarse a ponerse en pie. No podía ser que fuera a tardar más de lo que debería.
Sí, se mantenía en pie siempre que estuviese apoyada, pero había que andar antes de noviembre. O eso le decía su padre.
Naiara rodaba la vista negando con la cabeza. No tenía prisa alguna, lo único que le importaba es que estuviese sana.
*
Esa noche, Donatello y Kimani pensaron en quedarse en la guarida puesto que ya les daba pereza coger el coche para volver a casa. Lo cierto es que, salvo Michelangelo y Halley, se habían quedado todos, —casi— como en los viejos tiempos.
Donatello ya se había quitado el equipo y se acomodaba en la cama, mientras que Kimani estaba sentada en el rudimentario escritorio que su marido tenía en la pared opuesta. Ella se estaba cepillando el pelo y pensando en cómo decirle lo de ese pequeño accidente que habían tenido.
―Oye, Donnie... ―murmuró Kimani acercándose a la cama―. Tengo que decirte algo ―dijo sentándose a su lado, no queriendo meterse en la cama antes de explicarse. Y también porque traía los resultados del hospital doblados disimuladamente en su mano derecha.
―¿Por qué tengo la sensación de que es una mala noticia? ―suspiró él incorporándose para quedar a la misma altura, habiendo visto el trozo de papel.
―No, no es malo, es sólo... precipitado ―aclaró ella ladeando la cabeza de lado a lado―. Estoy embarazada ―soltó antes de que la tortuga pudiese tratar de adivinar lo que fuera que pasaba.
―Kim, no estoy para bromas ―sonrió Donatello negando con la cabeza, intentando arroparse.
―¿Acaso estoy riéndome? Ya he echado cuentas, así que... tienes hasta abril para hacerte a la idea. O puede que mayo, pero lo dudo ―dijo extendiéndole los resultados del análisis. Donatello los cogió sin dudar para examinar su veracidad.
―¿Ocho semanas? ―preguntó anonadado.
―En realidad son diez. Quería esperar a decírtelo hoy ―corrigió ella señalando la fecha en la que se hizo la prueba.
La tortuga miró a su mujer conteniendo el aliento y con los ojos muy abiertos.
―Entonces... ¿crees que va a ser niño o niña? ―sonrió Kimani con ironía, ladeando la cabeza.
Donatello apartó la mirada suspirando con resignación. Si Kimani ya se lo estaba tomando a broma, es porque ya había decidido que le hacía ilusión.
A ver, claro que Donatello quería tener uno o dos hijos algún día, pero el bebé ya iba a llegar antes que su primer aniversario de boda. De repente sentía que habían dado un paso agigantado para el que podrían no estar listos.
Bueno, ella ya se lo había dicho, tenía hasta abril para hacerse a la idea. Aunque no le desagradaba en absoluto pensar en hacer algo con su hijo. Molaría mucho poder crear algo juntos, le emocionaría que a su hijo le gustase la robótica tanto como a él.
Pero no todo era color de rosa, los hijos son una gran responsabilidad, y hasta ahora, Donatello se había librado de ser la niñera. Sí, había estado a cargo de Gino más de una vez cuando era más pequeño, pero entonces sólo dormía, así que no contaba realmente.
―Cariño, no tenemos por qué decirlo ya ―le dijo Kimani poniendo una mano en su hombro―. Si necesitas un tiempo... Creo que mi barriga de fábrica nos puede cubrir un tiempo, no como a Naiara... ―sonrió atrapando un poco de grasa próxima a su ombligo, algo que hizo a Donatello reír.
―Estaría bien que fuera nuestro secretito durante unas semanas ―asintió él con una sonrisa―. Ven ―dijo extendiendo los brazos para acogerla en tierno abrazo y dormir así, acurrucados. No dejó pasar la ocasión de besa su frente con dulzura, pero tampoco pudo contener algún que otro suspiro nervioso.
―Donnie, yo también lo hubiera preferido dentro de un par de años, pero, ¿qué se le va a hacer?
―Lo sé, lo sé, es que me ha pillado de sorpresa.
―Feliz día de la mutación, cariño ―canturreó Kimani entre risillas.
―Mírala qué maja...
▼
Con el paso de los días, Kimani podía notar que a Donatello le iba emocionando la idea de tener un bebé. Así todo, no dejaba de estar nervioso, seguía siendo una gran responsabilidad y, él tenía demasiados "juguetes" con los que hacer una buena avería.
Bueno, el laboratorio había estado mejorando en cuanto a orden y el acceso difícil a cajones y estantes desde que nació Gino, eso para empezar. Pero claro, Donatello había sido el que menos tiempo pasaba con los peques, y menos aún se les permitía entrar al laboratorio sin vigilancia. No podía no pasar tiempo con su propio hijo, así que había que estar seguro de que no había nada al alcance de manos diminutas e inocentes.
En casa, no se quedaba atrás. Donatello no perdió tiempo en pedir por Internet protectores para colocar en esquinas de determinadas superficies para evitar daños mayores. Hubo alguna ocasión en la que Kimani tenía que fruncir el ceño extrañada, parecía que el bebé fuese a llegar el mes siguiente.
―Menos mal que nos lo íbamos a tomar con calma ―le decía ella con los brazos cruzados.
―No se puede criar a nadie con este desorden. ¿Qué clase de madre se supone que vas a ser? ―contestó la tortuga, recogiendo el desastre de ropa tirada que había a los pies del armario. Kimani abrió la boca sin poder creérselo, ofendida.
También es cierto que tenía razón.
―Donnie, por favor, que estoy de dieciséis semanas. Parece que fuera a nacer ya y ni se me nota. Esto todavía es mío ―respondió hundiendo un dedo en su abdomen―. Oye, pues se ha endurecido ―se sorprendió, viendo que su dedo antes llegaba a hundirse un poco más.
―¿Ves? Crece más rápido de lo que parece, y si nos lo tomamos, no con calma, con tu calma, estará aquí y no tenemos nada preparado ―se quejó él saliendo del baño, habiendo echado toda esa ropa en el cesto.
―Tranquilízate ―suspiró Kimani acercándose hasta atrapar su cara con ambas manos―. Esta noche, durante la cena, se lo decimos a mis padres, como hablamos. Y visto que eres un manojo de nervios, mañana se lo decimos a los demás. ¿De acuerdo?
―Vale. Ya está ―respondió Donatello en un suspiro, tratando de calmarse y volver a actuar con normalidad―. ¿Nos vamos ya? ―preguntó enderezándose para relajar los hombros, haciéndolos rodar.
―Tan pronto como encuentre mis llaves.
―Eres de lo que no hay ―resopló él rodando la vista.
*
Esa misma noche, más tarde, Raphael y Arlet estaba listos para meterse en la cama y dar por finalizado un domingo ligeramente agotador. No entendían cómo, pero sí, estaban deseando empezar la semana y esperando que resultase más amena.
Arlet llevaba un rato sentada entre las sábanas con un libro que le habían recomendado en el trabajo, pero de vez en cuando le echaba un vistazo a Raphael. Él se sentó en la cama para quitarse el equipo, dándole la espalda, en silencio.
Era algo que la estaba carcomiendo.
Al día siguiente iba a ser su cumpleaños, y no estaba acostumbrada a que Raphael no le hubiera hecho ni una mención. Incluso cuando odiaba que alguien le dijera nada al respecto, esta vez echaba de menos la insistencia de su marido para que abriese su regalo la noche antes y hacer planes para celebrarlo juntos, aunque fuese como un día más en el que les daba por dedicárselo al otro.
Sabía que era culpa suya, por no querer decirle nada sobre tener otro hijo. Pero no podía seguir haciéndole el vacío de esa manera, a ella no le iba a salir sacar el tema, le daba pavor cualquier aspecto de ello. Y no soportaba que Raphael no la echase una mano cuando se ponía ansiosa.
Pese a que trataba por todos los medios mantener una expresión neutral y serena, no podía ignorar que su corazón aporreaba su pecho con fuerza, y empezaba a sudar como si sus remordimientos ardiesen dentro de ella. Como no intentase hablar con él enseguida, se echaría a llorar sin remedio, no quería que se distanciasen más.
Raphael había aguantado más o menos hasta el Día de la Mutación, pero a partir de ahí comenzó a mosquearse de verdad con la manera en la que Arlet había ignorado por completo sus sentimientos y su opinión para con la familia. Vale que ella no quisiese, pero esas cosas se hablan, es una decisión para dos.
La tortuga sentía que de repente su opinión no contaba, y le dolía pensar que, en adelante, podría ser así más cosas.
—Raph —susurró ella, implorando que la mirase y, esperando que ese nudo de su garganta hubiese pasado desapercibido—. Raph, no puedes estar así para siempre —dijo apartando el libro.
—¿No? —respondió Raphael apenas habiendo vuelto la cabeza un instante, lo suficiente para haberla visto por encima del hombro. De todas formas, lo único que contaba es que quería decir: «¿Estás segura de que no puedo continuar ignorándote?».
A Arlet le estaba costando no echarse a llorar, toda su ansiedad e inseguridades sobre su matrimonio se la estaba echando encima, y que Raphael actuase así de frío no lo mejoraba en absoluto.
Puede que fuese el momento de decírselo.
Suspiró con pesadez y rebuscó en el segundo cajón de su mesita de noche. Gateó hasta la tortuga y se forzó a abrazarle por detrás, colocando las manos en sus hombros y pecho, y escondiendo la cara en su cuello. Sintió cómo Raphael se tensaba por un instante, como si no quisiese responder a ese abrazo.
Arlet sollozó de la manera más disimulada que pudo y se enderezó quedando de rodillas.
—Lo siento —murmuró girando la cabeza, pero, entregándole un objeto blanco del tamaño de un bolígrafo.
Raphael frunció el ceño, pero pudo ver por el rabillo del ojo que le estaba dando algo. Se volvió notando que le dolía la manera en la que la evadía, pero cogió lo que le extendía. Le llevó unos instantes ver que se trataba de una prueba de embarazo.
Entonces sí que se tensó. Notó cómo sus brazos se paralizaban a leer claramente la palabra «embarazada».
—Desde cuando lo sabes —dijo Raphael completamente perdido y, esperando no emocionarse. Arlet se lamió los labios, mirando a otro lado al haber fracasado en contener esa lagrimilla que angustia—. Nena, ¿por qué no me lo has dicho antes? —se cuestionó levantándose y volviéndose hacia ella, no pudiendo estarse quieto y sin haber podido evitar alzar la voz.
—Es que era muy pronto y quería estar segura. Los abortos pasan, y ya me estaba poniendo de los nervios con todo esto —exclamó llevándose las manos alrededor de la cabeza, dudando si sujetársela o no.
—Espera, espera, Arlet —dijo la tortuga sentándose a su lado de nuevo, tomando sus manos—. ¿Lo estabas intentando?
Arlet no quería responder realmente. Tomó aire de manera temblorosa y se le escaparon otro par de lágrimas después de pestañear para haber intentado evitarlo. Zigzagueó con la mirada y asintió agachando la cabeza con vergüenza.
—Esa es de esta mañana —murmuró señalando vagamente el test—. El resultado desaparece al pasar veinticuatro horas —explicó pasando el dorso de la mano derecha por los ojos para secarse.
Raphael volvió a mirar el resultado, y comprendió que sí que se lo había estado callando hasta "estar segura". Se había estado haciendo pruebas regularmente, no podía haber descubierto que los resultados desaparecían si no los hubiera estado guardando.
—Arlet, ¿cuánto tiempo llevas intentándolo? —preguntó pasándose una mano por los ojos por acto reflejo, emocionándose de verdad al ver su deseo viéndose cumplido.
—Dejé la píldora cuando volví de California —admitió aún sin atreverse a mirarle a los ojos.
—Llevas con esto meses —se sorprendió él ladeando la cabeza para tratar de establecer contacto visual.
—Es que... tenía muy claro que no quería, pero tú estabas emocionado, y no quería ser la bruja que te lo echase todo abajo —se quejó con más lágrimas.
—Arlet. Estas cosas se hablan, no te hubiera obligado a hacer nada que no quisieras hacer.
—Tú tampoco decías nada...
—Porque te conozco, y sé que te cuesta decidirte. No quería presionarte. Pero ver que evitabas el tema tanto tiempo empezó a mosquearme —murmuró mirando a otro lado, ahora apenado por saber que la había estado castigando por nada.
—Quise darte una sorpresa cuando pensé que no sería tan horrible —dijo Arlet más calmada, sollozando una vez—. Pero entre que pasabas de mí y que me estuviese llevando tanto tiempo empezaba a frustrarme —gimoteó pasándose las manos por los ojos otra vez—. Ya leí que podía llevar un tiempo después de dejar la píldora, pero... —suspiró encogiéndose de hombros con pesadez, aunque, notando que se había quitado un peso de encima.
—Entonces es real —suspiró Raphael mirando la prueba y a Arlet. Ella asintió apretando los labios, suprimiendo una sonrisa nerviosa—. Voy a ser padre.
—Ya eres padre.
—Sabes lo que quiero decir —contestó rápidamente. La acogió en un fuerte abrazo antes de separarse para secar sus húmedas mejillas y besarlas una y otra vez—. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero... —decía sin parar, esta vez permitiendo que sus propias lágrimas de felicidad aflorasen, y Arlet continuaba dejando escapar lágrimas.
Ya no estaba triste como antes, ahora era porque continuaba emocionada, y porque tenía miedo, otra vez. Era algo que Raphael sabía perfectamente, y no sacaría el tema esa noche, pero haría lo posible por que intentase disfrutar un poco más de la experiencia. Claro que, no podría sacarle de la cabeza el miedo al parto, algo que, como hombre, nunca podría entender realmente.
Al menos volvían a ser la pareja de siempre, nada de frialdad.
▽
Pues sí, ahora a cambiar las portadas para que coincida con mi nuevo usuario ajajajajaja.
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