140. Obsesionándose
PHOEBE PASÓ UN CHEQUEO MÁS EN EL LABORATORIO, A MANOS DE LA TÍA KIM.
Leonardo y Naiara estaban en el séptimo cielo porque la pequeña se estaba deshaciendo por fin de esa exagerada dosis de mutágeno que había en su sangre, por no mencionar que ya no necesitaba los tubos nasales y su peso se acercaba al adecuado.
Es decir, iban a hacer cuatro meses desde que Phoebe nació, pero teniendo en cuenta que fue prematura, deberían contarse como dos. Esas semanas que debió permanecer aún en el útero, se debían descontar de su edad desde que nació ―o se vio obligada a nacer.
Ya podían llevarla sin peligro a su casa, y vivir como una familia sin preocupaciones. Aunque claro, no estaba de más ser precavidos, así que de vez en cuando la bajaban a la guarida a comprobar que todo estuviese bien.
Un día, Leonardo estaba meditando en el dojo con Phoebe recostada en el brazo izquierdo. Cuando Raphael y Gino entraron para entrenar un rato, en principio les pareció que estaba dormida, pero enseguida vieron que intentaba alcanzar los extremos de la bandana de su padre.
Leonardo estaba en trance profundo como para que le molestase que su hermano y su sobrino fuesen a entrenar, pero sí que se mantenía pendiente de quien permanecía en su brazo. Aunque notar que Phoebe había conseguido alcanzar su bandana para llevársela a la boca le desconcentraba un poco.
Raphael no tardó en notar la expresión de incomodidad en la cara de su hermano mayor. Se veía que quería ignorarlo, pero le resultaba imposible.
Cuando estableció contacto visual con su hijo, viendo que a él también le parecía divertido de ver, tuvo que decir algo.
―Igual tienes que darle de comer a esa pobre niña ―sonrió con ironía, alcanzando las tonfas de Gino del estante para entregárselas. Leonardo abrió los ojos y suspiró rodando la vista, observando la cara de inocencia de su hija.
―Yo creo que lo que quiere es atención ―murmuró quitándose la bandana. Ahora que estaba llena de babas, no le resultaría muy agradable quedarse con ella puesta. Por otro lado, se sentiría extraño sin su accesorio.
Se levantó y entró en la que fue la habitación de Splinter, que ahora tenía algunos soportes para los distintos equipajes de las tortugas y algunos de sus aliados. Por ejemplo, el equipaje de su búsqueda espiritual o el atuendo de ronin. No le apetecía ponerse la bandana negra, así que alcanzó la de la búsqueda espiritual.
Phoebe le miró de reojo cuando le vio de un color más claro. Se suponía que aún tenía entre las manos la bandana de su padre, chupándola sin parar. Leonardo se la acabó quitando, pensando en dónde debía de estar su chupete.
―No habréis visto su chupete, ¿no?
―Creo que en la cocina ―dijo Gino después de haber estado haciendo girar las tonfas entre los dedos. Además, se le veía orgulloso ahora que llevaba bandana, aunque aún tenía que acostumbrarse un poco a que Spike lo usase en su contra para derribarle.
Leonardo asintió y fue a buscarlo, no sin antes señalar lo rápido que progresaba en su entrenamiento.
―¿Se te hace raro cambiar pañales en vez de entrenar, intrépido? ―se rio Raphael, alzando la voz para que su hermano pudiese oírle.
―No estoy obsesionado con entrenarla, si es lo que estás preguntando ―respondió Leonardo volviendo al dojo―. Al menos no como tú en su día.
―Como si no te fuera a hacer ilusión.
―Claro que sí. Pero creo que Arlet asustó a Naiara cuando Gino empezó a entrenar ―apuntó antes de volver a arrodillarse, asegurándose de que la pequeña estaba cómodamente envuelta en su mantita―. Como para dejar que coja un arma.
―Te costará convencerla, pero eres el Sensei, ¿no? ―dijo Raphael con una sonrisilla burlona. Con un gesto de mano, le indicó a su hijo que cambiase la dinámica de su entrenamiento en solitario. Gino inició un kata sencillo que consistía básicamente en ofensivas, con alguna que otra patada voladora y, utilizando vigorosamente sus armas.
―Sí... ―contestó Leonardo rodando la vista por la insistencia de su hermano. Meció a Phoebe un poco antes de intentar acomodarse de nuevo para retomar su meditación―. Algún día serán grandes ninjas. Kunoichi ―se corrigió mirando la carita de su hija.
―Pero yo no lucho con ella, ¿no? ―dijo Gino deteniéndose, frunciendo el ceño con confusión―. Es muy pequeña.
―Cuando tú tengas veinticinco y ella veinte, dejará de importar la edad, campeón ―le dijo Raphael con los brazos cruzados―. Y no te confíes por ser el mayor, no vaya a ser que te pateen el culo. Venga, sigue.
―Hai ―respondió el pequeño antes de retomar sus katas.
Lo cierto es que a Raphael le producía cierta ternura, que no sabía que tenía, el ver que su sobrinita se recuperaba tan estupendamente. Y ver a su hermano tan emocionado con tenerla en brazos y achucharla a todas horas... Era extraño, había despertado una especie de nostalgia en él.
Es decir, claro que tanto él como Arlet adoraban a su hijo, pero sí es cierto que no disfrutaron del embarazo ni sus primeras semanas como deberían. Por una parte, ahora le daba pena no haber aprovechado el momento.
Estaba seguro de que si tuviera otra oportunidad... Un momento, ¿qué? ¿Quería otra oportunidad?
A ver, nunca se había visto con niños, y Arlet lo parecía haber tenido muy claro desde el principio. Si se lo hubieran podido pensar en vez de tener que esperar un bebé de la noche a la mañana, a lo mejor Gino hoy no existiría, y a lo mejor no fuese a existir nunca.
Por eso le estaba resultando tan difícil de creer este nuevo sentimiento. ¿De repente se estaba imaginando con dos críos? Y ya se hacía a la idea de lo que pensaría Arlet de su "nuevo capricho".
No, no, de eso nada. Es una estupidez, pensaba sacudiendo la cabeza. Se te pasará en un par de días.
No fue así exactamente, a medida que pasaban los días, cuanto más se esforzaba en sacarse la idea de la cabeza, más sentía que le apetecía.
―Mierda... ―se dijo una noche estando ya en la cama, mirando al techo con los dedos entrelazados, no pudiendo conciliar el sueño.
―¿Has dicho algo? ―murmuró Arlet adormilada, girándose levemente para alcanzar a verle por el rabillo del ojo.
―No, nada ―respondió él rápidamente.
*
Un viernes por la noche, Raphael dejó a Gino ―y a Chompy y Danger― en la guarida, bajo la tutela del Tío Mikey.
Él y Arlet querían aprovechar que su aniversario caía en fin de semana para tomarse un descansito en el bosque, ellos dos solos. Parecía mentira que fuese a hacer ocho años desde que empezaron a salir, desde que se dieron su primer beso...
Arlet tenía que trabajar la mañana del sábado igualmente, pero para cuando su turno acabó, su marido estaba esperándola en la entrada con la maleta preparada y una gran sonrisa entusiasta. Ella trotó alegremente como cuando tenían diecisiete años y él la iba a recoger en la moto, se subió al coche.
―¿Lista, nena? ―saludó Raphael, inclinándose para recibir ese beso de bienvenida.
―No he dejado de pensar en ello, petardo ―sonrió ella, queriendo volver a besarle―. ¿Le has dicho a Mikey que no atiborre al niño? ―preguntó poniéndose el cinturón.
―Y que le entrene algo, pero también se lo he dicho a Leo, así que... ―murmuró saliendo del aparcamiento.
―Mira, con que no tenga una indigestión para cuando volvamos, me conformo ―suspiró Arlet resignada.
Antes de llegar a la casa del bosque, se detuvieron en un supermercado del pueblo más cercano, porque casi seguro que la nevera estaba vacía. Y de no estarlo, no podrían comer lo que hubiese.
Después de la comida más tranquila que tuvieron en mucho tiempo, se sentaron en el sofá a relajarse y hablar un rato. Claro que, con un niño en casa, no es que hubiese espacio para la pasión, así que quisieron aprovechar enseguida y cuanto pudiesen.
*
Al día siguiente, estando en la cama después de otra sesión pasional que les tenía aún sudando y jadeando con diversión, Arlet no pudo callarse más tiempo. Se enderezó y le miró de reojo, captando su atención.
―¿Qué? ―se cuestionó él encogiéndose de hombros , permaneciendo su brazo derecho bajo la cabeza.
―Dímelo tú. Siento como que te estás callando algo. ¿Qué te pasa? ―dijo frunciendo el ceño, confundida.
―Es... Al principio creí que era una tontería, pero... da igual ―se corrigió, sabiendo que ella no querría formar parte de su pequeña fantasía.
―No, jo, ahora tengo curiosidad, ¿qué te pasa? ―gimoteó quedando esta vez de rodillas.
Raphael tragó saliva y apartó la mirada ligeramente avergonzado. Puede que esas semanas en las que no se pudo sacar la idea de la cabeza, ya se hubiera hecho a la idea de tener otro pequeño y le hiciese ilusión, pero seguía siendo cosa de dos. Si ella no quería, no había nada que pudiese hacer o decir para convencerla.
―Raph ―insistió.
―Vale, vale. He estado pensando que... ―dudó―. ¿Sería una locura tener otro hijo...? ―murmuró encogiendo un hombro, frunciendo una ceja con incomodidad.
Arlet suspiró profundamente quedando sentada sobre sus piernas en vez de quedar enderezada sobre ellas. Puso las manos sobre los muslos, palpándolos con inquietud, sin saber qué pensar.
Quiso decir algo, pero estaba conteniendo el aliento y no salió nada.
―Nena, ya sé lo que piensas de los niños, y yo al principio era igual, pero está claro que se nos da bien, y no se nos ha caído el techo encima cuando nos ha tocado hacer de niñera ―dijo él sentándose, intentando quedar a la misma altura para mirarla a los ojos.
Arlet trataba de aparentar serenidad, pero en su mirada se podía percibir cierto pánico al notar lo convencido que su marido parecía. Cuando la tortuga tomó sus manos, entonces sí que no pudo mantener la compostura, parecía que hubiese visto un fantasma.
―Oye... Gino es un ninja increíble para tener cinco años. Y no dejo de pensar que ha crecido muy rápido, apenas me acuerdo de cuando empezó a andar. No lo disfrutamos en su momento y... no lo sé, últimamente pienso que no estaría mal intentarlo otra vez. Sería distinto si es planeado, ¿no? ―dijo esperanzado.
―Yo no echo de menos cambiar pañales, que digamos... ―respondió ella suspirando, queriendo reconducir la conversación a un terreno en el que se sintiese más cómoda.
―Eso es lo de menos, Arlet. Lo que me pasa es que ahora me doy cuenta de que ver a Leo con Phoebe me da... algo de envidia. A ver, obviamente me encantaba tener a Gino en brazos, pero no habíamos tenido elección. Y admítelo, durante el embarazo no me lo pusiste fácil, ni a mí ni a nadie ―añadió negando con la cabeza.
―Oh, Dios mío... Lo dices en serio ―suspiró en alto, llevándose las manos a la cabeza y quedando sentada.
―Venga, no puede chocarte tanto, llevamos cinco años en esto, no es que te pille de nuevas.
―Recuerdo que parí en la bañera, y que me daba pánico que el caparazón se encajase y nos muriésemos. Los dos ―bufó ella mirándole seriamente.
―Pues a Naiara le hicimos una cesárea y salió todo bien. Hoy Donnie tiene mejor equipo para saber cómo va todo aquí dentro ―se forzó a sonreír, tocando con un dedo el vientre de Arlet, haciendo que ella se tapase con ambas manos por mero reflejo y le mirase aún sorprendida―. Nena, va a hacer cinco años desde que nos casamos, ¿cómo te imaginaste que sería el matrimonio?
―Con eso tampoco tuvimos muchas opciones ―suspiró Arlet.
―Bueno, pero no te lo pedí porque tu padre me presionase ―dijo poniendo las manos sobre las rodillas de Arlet, inclinando la cabeza para que sus miradas coincidiesen―. Nena...
―Me lo pensaré ―suspiró ella, rodando la vista con pesadez.
Por supuesto que desde que nació Gino tenía muy claro que no volverían a tener un accidente como ese, se había encargado de tomar las debidas precauciones. Tampoco se le había ocurrido pensar en tener otro, y mucho menos que Raphael se lo pediría algún día.
No pudo decirle que no, y es por eso que prefirió hacerle creer que se lo pensaría. No veía el momento en el que tuviera que decirle que eso no pasaría nunca. Y se sentía mal, de verdad.
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Arlet se pasó unas semanas dándole vueltas a la respuesta que Raphael esperaba de ella, e hizo lo posible por desviar la atención, mantenerse ocupada... Coló con un asunto en concreto, uno que la tenía en un duelo constante y conteniendo las lágrimas de vez en cuando. Danger se estaba haciendo mayor.
Ya llevaba tiempo obsesionándose con la idea de que no se movía con la energía de antes, dormía muchísimo e ignoraba por completo a Gino cuando le ofrecía jugar con la pelota. Le rompía el corazón ver que su mejor amigo perdía la vitalidad, aunque no tenía ninguna enfermedad consecuente a la edad, por lo que el veterinario al que le llevó para hacer un chequeo, le dijo que le quedarían un par de años de vida.
También es cierto que Arlet no quería que viviese más si era en malas condiciones, así que habría que ir viendo. Por eso no pudo evitar echarse a llorar alguna vez, a escondidas para que su hijo no la viese así. Por una parte, se sentía estúpida al adelantar acontecimientos, pero no podía evitarlo, parecía que fuese ayer cuando esa bola de pelo se subía a su skate y la miraba para que le diese una vuelta.
Pero eso no significaba que Raphael se hubiera olvidado de la conversación que tuvieron en su aniversario, y ya se acercaba su aniversario de boda, en abril.
Ella seguía sin darle una respuesta, por lo que había asumido que ese silencio quería decir que no.
Arlet había aprovechado unos días para ir a ver a sus padres y su hermana a California, y hasta tuvo el placer de conocer a Callum, el novio de Skylar.
Una mañana, desayunando con su madre en el jardín, Adaline supo ver que algo la tenía inquieta. Sí, ella también seguía pensando en lo que le pidió Raphael, y se sentía culpable.
―Arlet, ¿qué te pasa? ―preguntó una vez no pudo ignorar que llevaba veinte minutos removiendo el café.
―Hace unas semanas... Raphael me dijo que le gustaría tener otro hijo... ―respondió suspirando.
―Oh, Dios, ¿estás? ―exclamó Adaline dando un respingo en la silla.
―No ―gritó Arlet frunciendo el ceño con dureza, ofendida―. Ese es el problema. No creo que quiera tener otro... y me siento mal porque parecía emocionado ―gimoteó mirando al frente. Enseguida, Janik apareció con una jarra de zumo y tres vasos vacíos. Tomó asiento junto a ellas y sirvió.
―Buenos días, señoritas ―dijo besando la mejilla de Adaline―. ¿De qué habláis? Ya he oído un grito.
―Se está pensando si darnos otro nieto o no ―respondió su mujer señalando a Arlet. Ella agachó la mirada, mordiéndose el interior de la mejilla derecha.
―¿Y eso? Creí que ya no ibas a caer en la trampa ―se cuestionó Janik colocando el codo en el respaldo de la silla.
―Es Raph es el que quiere, y ahora no me lo saco de la cabeza. Llevo dos meses rayándome con esto, y creo que nos estamos distanciando un poco porque evito el tema.
―Puede que sólo esté desilusionado ―contestó Adaline encogiéndose de hombros―. El que evites el tema podría interpretarse ya como una negación.
―Me da miedo que esto nos distancie de verdad ―admitió Arlet en un murmullo.
Después de la conversación con sus padres, Arlet se hizo una lista de pros y contras sobre el tener un hijo. Ahora lo sabía de verdad, no eran asunciones de alguien que en realidad no tenía ni idea de niños. Cuando por un momento le pareció que la lista de contras parecía alargarse más, quiso esforzarse en pensar en las pequeñas cosas, esas que podrían ser una estupidez o que no durasen más de dos minutos, pero necesitaba una excusa que le diese un empujón.
No quería que Raphael diese la no respuesta por un no rotundo, y desde luego que no quería ser la bruja que fuese a romper su ilusión. Una cosa así podía resultar en un divorcio, es lo que le pasó a la hermana pequeña de Adaline ―aunque ella se quedó embarazada a traición y tuvo a su hija después de un divorcio con demasiados gritos y reproches.
Puede que la lista de pros no creciese porque siempre había sido una pesimista en el tema «niños», y la verdad es que le molestaba porque, por supuestísimamente que adoraba a su hijo, y no veía por qué fuese a ser distinto con un segundo.
Al final, decidió dejarlo en manos del azar.
Cogió una moneda. Cara, dejaba la píldora, cruz, se sinceraba con Raphael y le diría que no.
Y la lanzó.
▽
Tocó capítulo de llorera. Va por los que habéis perdido un amiguito peludo - o con plumas, o escamas -.
No tenía pensado volver tan pronto del descanso, pero me siento rara sin publicar.
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