138. Bee Bee
GINO, SPIKE Y EDITH MIRABAN DE REOJO A LA NIÑA QUE DORMÍA EN LA INCUBADORA.
Las tortugas estaban a ambos lados de la pequeña humana que trataba de ponerse de puntillas para llegar a ver al nuevo miembro de la familia. De vez en cuando, uno de los dos la ayudaba a mantener el equilibro al cometer ella el error de ponerse en diagonal al suelo y colgarse de la incubadora.
Fruncían el ceño con confusión al ver esa cosa que tenía en la nariz, incluso preguntaron qué era o si estaba enferma. En ese momento, Leonardo no supo muy bien qué responder, al fin y al cabo, eran bastante pequeños como para explicarles que debería haber nacido un par de meses más tarde.
―¿Cómo se llama? ―preguntó Gino girando la cabeza para ver a su tío.
―Phoebe ―respondió Leonardo con una sonrisa, estando de brazos cruzados y recostado en la pared.
―¡Bee Bee! ―exclamó Edith dando un brinco para enderezarse nuevamente.
Y Phoebe se sobresaltó por el entusiasmo de quien sería su amiga en un futuro, apretó los puños y abrió los ojos de repente, sin saber lo que la había asustado, pero, sintiendo que iba a llorar. Comenzó a gimotear y agitar los brazos.
―Oh-oh... ―murmuró Spike mirando a Edith, llevándose una mano sobre la boca. Edith respondió a eso con una forzaba expresión de sorpresa e incomodidad, apretando los dientes con culpabilidad.
―Adiós, Bee Bee ―dijo Gino antes de salir corriendo de la habitación, rápidamente seguido por sus amiguitos.
Naiara fue a responder a la llamada de su hija, teniendo que detenerse en la puerta para dejar escapar a los pequeños traviesos. Sonrió con diversión, entendiendo que, para ellos, el sonido de un llanto significaba que lo mejor era salir corriendo.
Aún no se había acostumbrado a caminar acorde a la herida que tenía cerrándose en el vientre. De vez en cuando se arrepentía de haberse puesto en pie como si no hubiera pasado nada, los puntos tiraban de su piel y enseguida se temía que se hubiesen saltado, pero por suerte no ocurrió nada que lamentar.
Al entrar en la habitación, viendo cómo los niños se alejaban corriendo para contarle a sus padres que habían visto a Phoebe, se acercó a Leonardo, que ya la estaba meciendo y chistando con delicadeza.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó con una sonrisa, acercándose hasta poner la mejilla en el hombro de su marido.
―Edith le ha gritado su nuevo apodo ―se rio él girando la cabeza para rozar la frente con la sien de Naiara.
―Oh... Por eso salían gritando "Bee Bee" ―asintió Naiara con realización―. Suena muy cuco ―murmuró antes de besar el hombro de Leonardo.
―Puede que Phoebe sea un poco complicado para ellos.
―Si oyeras a mi madre corregir a todo el que pronunciaba mal mi nombre... sobre todo a mis compañeros de clase, o los profesores. Cuando éramos pequeños, me insistía en corregirles yo, incluso cuando ni yo misma acertaba a pronunciarlo bien ―se rio.
―No compares ―sonrió Leonardo con ironía―. Phoebe es más fácil.
―Depende de dónde procedas ―susurró Naiara―. ¿Ya se ha calmado? ―preguntó alargando la mano para acariciar la mejilla de la pequeña, asegurándose un momento de que la tirita sujetase bien los tubos nasales.
―Sí ―respondió la tortuga―. Aunque creo que va siendo hora de almorzar.
Naiara asintió apretando los labios para suprimir una sonrisa al ver que Leonardo acercaba a la cama el sillón que sus amigos les habían comprado para estar más cómodos en la habitación, así podía estar más cerca de Naiara. Utilizó una mano para ayudar a su mujer a acomodarse en la cama y le extendió a la niña con delicadeza. Luego se sentó en el sillón y las miró con una pequeña sonrisa.
Habían pasado un par de días desde que Phoebe nació, pero aún le costaba creer que fuera real. Naturalmente que Phoebe seguía sin estar lo bien que debería, pero al parecer, conforme el mutágeno iba desapareciendo del organismo de Naiara, parecía que el de Phoebe se estabilizaba al tomar la leche materna.
Aún tardaría un tiempo en dejar de depender de chequeos diarios y de los tubos nasales, pero desde luego que para sus padres era todo un alivio saber eso.
Eso sí, les asustó un poco que la manera más notable por la que el mutágeno se hacía presente en el cuerpecito de Phoebe se reflejase en sus ojos. La primera vez que los abrió, les chocó bastante ver que brillaban como un uno de esos viales turquesa por los que tanto pelearon en la adolescencia.
Por fortuna, ese brillo se iba aclarando al ser alimentada y tratada por sus tíos Donnie y Kim, y, aunque fuese pronto para estar seguros, ya podían hacerse a la idea de que tendría los ojitos de su padre.
▼
Cerca de tres semanas después, Halley y Jessica cerraban la tetería una vez dieron las 15:00. Jessica sostenía la manita de Edith mientras esperaba que Halley se asegurase de cerrar bien, cuando un hombre se acercó tras ellas observando la fachada del local.
―Disculpad ―dijo acercándose, guardando las manos en su vieja cazadora marrón―. ¿Trabajáis aquí? ―preguntó deteniéndose a una distancia prudencial.
Halley miró a Jessica con cierta inseguridad, manteniéndose callada. Incluso Edith se escondió tras la pierna de su madre, aunque en su caso, lo hacía con bastante gente por pura timidez.
―Sí, pero acabamos de cerrar ―respondió Jessica.
―No, no era por eso. Emm... Soy Gabriel, el padre de Naiara ―dijo llevándose una mano al pecho para presentarse―. Hace tiempo que no la veo, y no me coge el teléfono.
―Oh ―murmuró Halley―. Tuvo a la niña hace un par de semanas ―dijo sin pensar y, sin poder ocultar una pequeña sonrisa al recordar lo adorable que era.
―¿En serio? ―se sorprendió Gabriel, recordando que la última vez que la vio estaba de unos siete meses escasos―. ¿Y están bien?
―Sí, lo peor ya ha pasado ―le aseguró Jessica negando con la cabeza―. ¿Quiere que le demos algún recado, o...?
―Estaría bien que le dijerais que su padre quiere verla ―asintió mirando al suelo ligeramente incómodo―. Gracias, chicas ―añadió antes de dar media vuelta y volver por donde había venido.
Esa misma tarde, Jessica y Halley bajaron a la guarida murmurando lo que había ocurrido al cerrar la tetería, preguntándose cómo es que Naiara nunca hablaba de su padre como para que de repente el hombre se presentase en la puerta de su casa preguntando por ella.
Cuando llegaron, estaban todos pasando el rato en el salón. Michelangelo se aseguraba de que Gino estuviese cómodo al haberle permitido coger a su prima, aunque más bien la tenía tumbada en su regazo mientras él sostenía su cabeza con cuidado. Resultaba una imagen muy tierna, pero se notaba que el pequeño enseguida lo encontró aburrido.
Edith salió corriendo al encuentro de Gino tan pronto como le vio bajarse del sofá.
―Ey, ¿qué tal el día? ―preguntó Arlet después de ayudar a Edith a bajar para que pudiese jugar con su amigo.
―Bien. Y nos hemos cruzado con tu padre, Naiara ―respondió Halley tomando asiento junto a Michelangelo, justo después de darle un beso en la mejilla.
―¿De verdad? ―se cuestionó ella mirando a sus amigas y empleadas de reojo―. ¿Y qué quería? ―preguntó mirando a Jessica.
―Pues hablar contigo, mujer ―contestó Jessica―. ¿Qué te ha pasado a ti con tu padre para no hablar nunca de él? ―se interesó. Ella mejor que nadie entendería cualquier situación que le plantease, después todo, sufrió durante mucho tiempo que su padre le alzase la mano.
―Tomaba malas decisiones que acabaron por perjudicarnos a mi abuela y a mí ―suspiró con decepción.
―Pero se nota que intenta redimirse ―añadió Leonardo tratando de alcanzar su mano para sostenerla y besarla.
―Lo sé, y por eso no me importa saber de él de vez en cuando, pero... No sé, no quiero hacerme ilusiones ―murmuró bajando la vista―. ¿Os ha dicho de qué quería hablar?
Halley negó con la cabeza cuando notó que la miraba.
Y la conversación quedó ahí.
*
Después de acostar a Phoebe, Leonardo se metió en la cama con Naiara, quien terminaba de deshacerse la coleta e intentaba que las rastas no se enredasen entre sí.
―¿Vas a hablar con tu padre mañana? ―se interesó al acabar de arroparse, buscando rodearla con el brazo para dormir más acurrucados.
―Sí ―suspiró ella a desgana, girándose para recostarse sobre el caparazón de la tortuga―. Ya le he mandado un mensaje para que se pase por casa a la tarde.
―Genial ―respondió Leonardo―. Oye, he estado pensando... ¿y si me presentase? ―sugirió encogiéndose de hombros.
―¿Estás seguro? ―se cuestionó ella frunciendo el ceño.
―Sigue sin hacerme gracia que nos conozcan tantos humanos, pero estamos hablando de tu padre. ¿No crees que merece saber algo de su nieta? ¿O por qué es verde? ―sonrió con ironía, alcanzando a establecer un contacto visual con Naiara apenas habiéndose movido ninguno de los dos.
Naiara tuvo que rodar la vista con diversión ante el comentario del color de la piel de su hija, y no pudo evitar ladear la cabeza para ver que dormía plácidamente, succionando su chupete nuevo de color blanco rosado a un ritmo que resultaba hasta relajante.
Puede que no fuera tan mala idea mostrarle su nieta a Gabriel, y más habiéndola llamado como a su difunta esposa. Claro que, resultaría bastante chocante ver que es verde y, por supuesto, Leonardo querría ilustrar la razón del porqué presentándose él mismo.
―¿De verdad crees que es buena idea? ―preguntó Naiara, abordada por nuevas dudas al respecto.
―Nunca lo sabremos si no lo intentamos. A veces hay que cometer errores para aprender de ellos, ¿no?
―Puede. Pero que más gente sepa de la existencia de mutantes no es un error que cometer a la ligera.
―Ahí te doy la razón ―suspiró él―. Pero tratándose de la familia, estoy dispuesto a correr el riesgo.
―Eres muy dulce, Leonardo ―murmuró Naiara acariciando su mejilla con cariño.
Leonardo sonrió y la abrazó para besar su frente antes de decidir que querían dormir. Naiara sonrió también y respondió a ese beso, alcanzando únicamente a la mandíbula de la tortuga al no haberse movido mucho.
▼
Naiara seguía sin estar del todo segura de lo que estaba a punto de ocurrir. Caminaba de un lado a otro del salón mordisqueando la uña de su pulgar izquierdo.
Su barriga postparto no había terminado de desaparecer ―aunque su cicatriz ya se había curado―, pero ya podía volver a ponerse sus vaqueros boyfriend con el bajo ligeramente doblado para mostrar el tobillo. Además, ahora le apetecía llevar algo un poco más holgado, como un suéter gris claro. Eso sí, llevaba un top rosa claro para no sentirse muy expuesta, porque ese escote a veces se le deslizaba por el hombro. Continuaba llevando una converse blancas, pero estas eran bajas.
Leonardo la miraba con diversión desde el sofá, acunando a Phoebe y asegurándose de que continuaba cómoda y dormida en su suave manta azul claro.
Esta vez le habían puesto un pijama blanco roto con un dibujo de la carita de un oso polar en el lado izquierdo del pecho. Lo más adorable es que además tenía una capucha con orejitas diminutas, por supuesto la tenía puesta, es importante que un bebé mantenga el calor.
―¿Sabes? Cuando Raph y Donnie tuvieron que conocer a sus suegros, entendí que estuviesen nerviosos. No entiendo cómo es que tú lo estás pasando tan mal y yo esté tan tranquilo ―sonrió Leonardo con ironía, encogiéndose de hombros con cuidado.
Naiara se detuvo para mirarle de reojo, encontrando ligeramente molesta su seguridad en sí mismo. Suspiró con pesadez dejando que sus brazos cayesen a ambos lados de su cadera.
―No sé por qué estoy así. Sólo es un hombre a punto de conocer a su nieta... Después de haberse pasado siete años en la cárcel ―murmuró con un nudo en la garganta, llevándose una mano sobre la frente―. Sí, era por eso... ―gimoteó dirigiéndose a la cocina, esperando poder terminar de hacerse su té.
―Naiara ―suspiró Leonardo levantándose. Se acercó a ella y la rodeó con un brazo para acercarla a él y abrazarla cuanto pudo para tener a su hija dormida en el otro brazo.
―Ya, ya lo sé ―dijo ella―. Sé que estuvo ahí durante mi infancia, pero creo que lo mal que lo pasé cuando se fue, no me deja recordar los buenos momentos... Es como si ya no pudiera fiarme de poder crear otros buenos recuerdos con él. Y no quiero que Phoebe tenga que pasar por eso ―murmuró mirando a la pequeña.
―Aún no sabes lo que quería contarte ―respondió Leonardo cediéndole el bebé para que se entretenga acunándola, terminando él de hacer el té―. Puede que te lleves una sorpresa ―dijo ofreciéndole una pequeña sonrisa y, acercándole su taza de té Matcha.
Naiara asintió queriendo pensar que Leonardo tenía razón. Resultaba demasiado fácil ponerse en lo peor, y tratándose de su padre, Naiara deseaba poder pedirle a su abuela opinión al respecto. En ese momento no pudo evitar darse cuenta de que le había encantado presentarle a ella a su marido y su hija.
―¿En qué piensas? ―preguntó Leonardo al darse cuenta de la sonrisilla tierna de la cara de su mujer.
―En que le habrías caído genial a mi abuela, y que quiero un fular para abrazar a mi niña para siempre ―admitió estrechándola contra su pecho con un puchero posesivo―. Y porque es más práctico.
―Ya me hago una idea de lo que debe de ser verte con el bebé colgado del pecho las veinticuatro horas, brujita ―asintió con una sonrisa divertida―. Te miraré ese fular por Internet, pero no vale acaparar ―dijo señalándola seriamente, llevándose su taza de té hasta el sofá. Naiara arrugó la nariz para hacerle burla con diversión, pero tomó su taza y le siguió de cerca.
Dejaron a Phoebe en el nido que Naiara misma había comparado cuando nació Gino, así podía estar sobre la cama o el sofá sin que a sus padres les diese miedo que se cayese si la dejaban sola un instante. Raphael y Arlet consideraron que merecían que les fuera devuelto, aunque Gino se acordaba de el que fue su lugar favorito para echar una siesta y le daba cierta envidia que ya no fuese suyo.
Al cabo de un rato, Phoebe ya estaba despierta, y movía brazos y piernas al sentir que sus padres estaban a su lado, disfrutando de las caricias y cosquillas. Leonardo y Naiara sonreían y se reían por cómo reaccionaba Phoebe en ocasiones; una vez notaba que dejaban de hacerle monadas, soltaba un quejido y buscaba moverse un poco, demandando que continuase la diversión.
Naiara se secaba una lagrimilla de la risa cuando sonó el timbre.
―¿Quieres que abra yo? ―sugirió Leonardo arqueando una ceja con diversión.
―¿Y si fuera la vecina pidiendo azúcar o algo? ―respondió Naiara levantándose. Suspiró para hacerse a la idea de que el momento que tanto le había estado asustando ese último día, se acercaba.
Dudó un momento antes de abrir la puerta ligeramente para asegurarse de que fuese su padre.
―Hola, tesoro ―sonrió Gabriel alzando un par de pequeñas bolsas de papel con un logotipo infantil―. Ya me chivaron que era una niña, así que... ―murmuró alcanzando para enseñarle un trozo de tela rosado.
―Es... un detalle, papá, pero... Antes de dejarte pasar, tengo que advertirte que Leonardo no es... emm... no tiene una apariencia común ―dijo ladeando la cabeza con incomodidad.
―¿Tiene alguna deformidad, o algo? ―se cuestionó Gabriel con una mueca de incomprensión, bajando las bolsas de nuevo.
―No, pero...
―Naiara, con que sea un 10% mejor que tu anterior novio, ya me siento afortunado ―le aseguró Gabriel dando un paso al apartamento. Ya se había dado por satisfecho al saber que Naiara rompió con aquel imbécil, pero se detuvo en seco al ver a una tortuga gigante sentada en el sofá junto a un bebé pataleando con diversión.
Se volvió abruptamente hasta su hija, que se había acercado a él por la espalda para sumarse a su punto de vista.
―Te dije que no tenía una apariencia común ―dijo encogiéndose de hombros con los brazos cruzados.
―Ya, pero... ¿una tortuga? ―se cuestionó anonadado.
―Hola, soy Leonardo, su yerno ―sonrió la tortuga habiendo cogido a la niña, extendiéndole la mano a su suegro y ofreciéndole una sonrisa.
―Gabriel ―murmuró el hombre respondiendo al apretón de manos, aún sin estar del todo convencido.
Leonardo estaba encontrando divertida la reacción de Gabriel, pero tampoco era cuestión de burlarse de ello, menos aún siendo consciente de la de leyendas urbanas que había alrededor de la palabra "mutante". Por ello, le ofreció tomar asiento con ellos en el sofá, apartando del nido en el que acostaron a Phoebe antes.
Gabriel aceptó sin duda, especialmente cuando Leonardo le ofreció coger a su nieta. No le hizo falta pensar demasiado cuando Naiara le instó a adivinar cómo se llamaba.
Luego, Gabriel se sentía más cómodo para mostrarles los trapitos que se le había ocurrido comprar para la pequeña y, ayudar a Naiara a rememorar algunos acontecimientos que tanto se había esforzado por recordar esa tarde. Uno de ellos, era lo que la gustaba llevar petos cuando tenía cinco años, y que, por eso mismo, había comprado él uno para Phoebe.
Al final del día, Naiara se sentía mucho más feliz de lo que había esperado sentirse.
También se sentía orgullosa de saber que lo que Gabriel quería contarle desde el principio, es que había encontrado un apartamento que podría permitirse con lo que había estado ahorrando. Estaba claro que no quería depender de su yerno, aunque al menos, ahora sabía qué aspecto tenía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro