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137. La combinación más adorable

Leonardo ya se encargó de llamar a Donatello y Kimani antes incluso de llegar a buscar a Naiara. Deseaba con todas sus fuerzas creer que estaba exagerando y que sólo les había avisado por si acaso, pero casi le da un par cardíaco cuando vio a su mujer sentada en un charco de sangre.

No era tan impresionante como sonaba, pero ver que Naiara estaba sufriendo además las contracciones... sí, para Leonardo era una imagen realmente aterradora.

La envolvió con una toalla y la cogió en brazos para salir corriendo a la guarida.

Prácticamente llegaron a la vez al laboratorio, ambas parejas por cada puerta.

―Tienes suerte de que fuera mi día libre ―dijo Kimani llegando hasta el escritorio en el que Leonardo depositaba a Naiara―. ¿Qué ha pasado? ―preguntó colocando una mano en su frente. Donatello se sentó rápidamente frente al ordenador. Al final le dio por perfeccionar ese ultrasonido tan rudimentario que empezó cuando el embarazo de Arlet.

―A-al parecer empezó a tener dolores en el vientre y la espalda ―respondió Leonardo señalándola con la mano, apenado por cómo estaba sufriendo y comenzando a hiperventilar.

―Kim ―dijo Donatello extendiéndole el instrumental para conocer el estado del bebé. Ella embadurnó el vientre de Naiara con el gel y con el transductor buscó lo que fuera que no iba como debía. Leonardo se acercó a su mujer para rodear sus hombros y tomar su mano.

―Lo ves, ¿verdad? ―le dijo Donatello señalando la pantalla con el dedo índice.

―Sí ―murmuró ella con desilusión.

―¿Y bien? ―se cuestionó Leonardo al borde del pánico, casi siendo él el que fuese a estrujar la mano de su mujer.

―Se le ha desprendido la bolsa ―dijo Kimani mirando a su amiga, doliéndole la manera en la que sus ojos expresaban el temor más absoluto.

―Cómo de malo es eso ―quiso saber Naiara, conteniendo las lágrimas, pero no el sudor por el miedo y el dolor.

―Pues que podría quedarse sin oxígeno, por no mencionar cómo podría afectarte a ti. Creo que ese bebé debería nacer hoy... ―suspiró mirando a Leonardo.

*

Cerca de un par de horas después, Raphael y Arlet fueron a la guarida tan rápido como les llamaron, habiendo dejado a Gino con los Mutanimales. No llegaron al laboratorio porque Kimani les interceptó en el salón.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó Raphael frunciendo el ceño con confusión.

―Es Naiara... Ha pasado algo y hemos estado intentando provocarle el parto, pero parece que nada está saliendo como debería ―murmuró Kimani agachando la mirada.

―Y... ¿qué se supone que podemos hacer nosotros? ―se cuestionó Arlet tras compartir una mirada con su marido. Kimani se lamió los labios y los mantuvo apretados un instante.

―Los niveles de oxígeno del bebé están disminuyendo, y a Naiara se le nota cada vez más la pérdida de sangre, así que... Vais a ayudarme a hacer una cesárea ―asintió convencida, aunque, sintiendo tener que pedírselo.

Ni a Raphael ni a Arlet le salió una respuesta a eso, se quedaron con la boca entreabierta conteniendo el aliento. Estaba claro que Arlet parecía más asustada por lo que iba a tener que hacer, pero desde luego que Raphael no estaba más tranquilo.

―Quizá quieras cambiarte ―añadió Kimani con una expresión de incomodidad―. A eso iba yo ahora.

―Ay, Dios mío ―suspiró Arlet llevándose una mano a la frente, volviéndose hacia Raphael.

―Yo... voy a ver cómo está Leo ―dijo tres tragar saliva, señalando la puerta del laboratorio. Arlet asintió conforme, y se fue junto con Kimani a las habitaciones a ver si tenían algo de ropa acorde a la labor que iban a tener que llevar a cabo.

*

―No sé si puedo hacerlo... ―murmuró Arlet una vez la ayudaron a ponerse los guantes de látex.

―No sé si te has dado cuenta, Arlet, pero acabo de dormir a mi mujer contra su voluntad ―espetó Leonardo señalando a su inconsciente brujita. Naiara quería estar consciente durante el nacimiento de su hijo, pero no tenían epidural y, ni en broma, Leonardo iba a permitir que la abriesen el vientre sin ningún tipo de anestesia.

―¿Y por qué no ayuda Donnie? ―dijo Raphael respaldando a su mujer.

―Porque no nos interesa que vomite o se desmaye durante la intervención ―bufó Kimani rodando la vista, echando un ojo a los bisturís que su novio tenía ya extendidos en el escritorio. Donatello asintió con incomodidad.

―¿Y Leo qué? A mi Raph me cosió el perineo, ¿ahora le va a coser el útero a Nai? ―se quejó señalando a la pobre tortuga de rojo.

―Bueno, ya vale ―exclamó Kimani situándose entre Arlet y Raphael―. Vosotros dos, fuera, y cerrad la puerta ―dijo señalando a las tortugas de colores fríos. Leonardo y Donatello obedecieron, aunque Leonardo tuvo que echar un último vistazo antes de que la puerta se cerrase.

Arlet suspiro de manera temblorosa una vez vio que Kimani aproximaba el bisturí al vientre de su mejor amiga. No pudo evitar apartar la vista en cuanto vio la primera gota de sangre, recorriéndole un escalofrío.

Raphael quiso apartar la vista también, pero se quiso distraer con Arlet, intentando que no se sintiese tan atacada.

―Vale, vale, lo veo ―dijo Kimani dejando el bisturí a un lado. Tomó las manos de Arlet utilizando los dedos índice y corazón como gancho para mantener abierta la cesárea―. Mantente tensa, pero no tires, ¿de acuerdo?

Arlet asintió, pero mantuvo la cabeza a otro lado con los ojos fuertemente cerrados. Raphael dudó, pero hizo lo mismo con el otro extremo cuando Kimani compartió una mirada con él.

―A ver ―murmuró intentando ver cómo poder introducir las manos para extraer al bebé. Se atrevió a tratar de coger al bebé por la cabeza para simular un parto ordinario. Raphael apartó la mirada imitando el movimiento anterior de Arlet, no creyéndose capaz de ver la intervención al completo.

Fue extraño, porque desde luego era humano. Era una cabecita con pelusa rubia, pero su piel era verde claro, o un tono más bien pálido. Deslizó la otra mano con mucho cuidado para extraer el resto del cuerpo.

Alcanzó unas pinzas y tijeras para cortar el cordón umbilical.

―¿Lista, Arlet? ―preguntó, claro que, la morena no tuvo tiempo para reaccionar. Enseguida notó cómo Kimani colocaba el bebé en sus brazos y, por acto reflejo, lo sujetó con las manos para evitar que se le cayese, apartándose un poco para no tener que ver por dónde había salido.

―Ay, madre. Es una niña ―suspiró sin saber qué decir exactamente, así que, sólo señaló lo evidente―. Y... ni humana ni tortuga... ―dijo tratando de verla de más ángulos, fue cuando la pequeña se echó a llorar.

No era del todo cierto que no fuese ni una cosa ni la otra, venía a ser humana, salvo porque era verde y tanto su espalda como su vientre parecían estar envueltos en un delgado caparazón. Apenas se notaba, por lo que en el momento en el que la vistiesen se les olvidaría que una superficie algo más dura y rugosa que su piel la protegía el torso.

―Qué mona... ―gimoteó Kimani apretando los labios para evitar emocionarse. Compartió una mirada con Raphael y, estaba claro que no podía ocultar la sonrisa, aunque por un segundo le pareció que también se aguantó una lagrimilla―. Emm... Raph, te toca ―dijo extendiéndole las pinzas con las que tendría que coser.

―Sí, ¿y cómo le quitamos los puntos más adelante? ―preguntó acercándose para comenzar.

―No hace falta, estos puntos los absorbe el cuerpo ―respondió ella―. Arlet, llama a Donnie, la niña sigue teniendo siete meses ―dijo con incomodidad.

―Ya, parece que le cuesta un poco respirar, como que tose ―murmuró una vez la tuvo limpia y envuelta en una toalla. Salió del laboratorio asegurándose de que la pequeña estaba cómoda.

Leonardo estaba sentado con las manos entrelazadas y sacudiendo una pierna por los nervios. Había escuchado el llanto del bebé, pero eso no le garantizaba que estuviese perfectamente o que Naiara estuviera fuera de peligro. Al escuchar cómo la puerta del laboratorio se abría, se levantó.

Arlet se acercó apretando los labios, y le extendió el bebé.

―Te presento a tu hija ―dijo forzando una sonrisa ladeada. Leonardo la miró de reojo, pero no dudó en coger al bebé, pestañeando una y otra vez con incredulidad.

―Qué pequeña ―murmuró sin poder creérselo, utilizando un dedo para apartar la toalla y poder verle la cara.

―Es lo que tiene haber nacido antes de tiempo ―suspiró Donatello de pie tras él―. Puede que haya que echarle una ojeada para ver cómo está.

―Así de primeras... creo que le cuesta un poco respirar ―murmuró Arlet―. Pero es muy mona, tiene caparazón y todo ―añadió para ver si conseguía que Leonardo no se preocupase más de lo que debería, ofreciéndole una sonrisa incómoda.

La tortuga de azul asintió, pero casi se derrite al ver que su hija intentaba cogerle el dedo.

―¿Cómo está Naiara? ―quiso saber.

―Sigue dormida. Están terminando de coserla, pero enseguida la lleva Raph a tu cuarto.

―Vale... ―suspiró asintiendo, mirando a la pequeña que, tosió un poco―. Donnie ―dijo volviéndose hacia su hermano, frunciendo levemente el ceño.

―Tranquilo, no tiene por qué ser grave. Simplemente un par de semanas de asistencia para que pueda respirar como es debido y ya ―explicó la tortuga de morado acercándose. Se encaminó al laboratorio―. Vamos, le haremos un chequeo.

*

Un par de horas después, Naiara se despertaba por fin en la habitación en la que su marido creció.

Viniéndole algunos vagos recuerdos aleatorios de esa tarde, lo primero que se le ocurrió fue pasar la mano por su vientre. Fue raro que después de una siesta, su bebé ya no estuviese ahí.

Trató de enderezarse con movimientos perezosos utilizando sus antebrazos, pero enseguida sintió una fuerte molestia en el inferior de su abdomen. Siseó de dolor volviendo a llevar una mano sobre la zona, esta vez deslizándola bajo su pijama. No tardó en encontrar un tacto extraño, pero enseguida lo reconoció como una gasa.

―¿Leo? ―llamó, esforzándose por intentar llegar al borde de la cama. Apenas puso los pies en el suelo, Leonardo apareció abriendo la puerta.

―Eh, eh, eh, cuidado ―dijo acercándose, tomando sus hombros para que se mantuviese sentada.

―¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el bebé? ―preguntó Naiara sintiendo cómo su corazón se encogía de miedo.

―Tranquila, la pequeña está bien. Pero Raph, Kim y yo hemos tenido que robar una incubadora para asegurarnos ―admitió bajando la mirada―. Al parecer hay demasiado mutágeno en su organismo y le cuesta respirar un poco, pero no pasa nada, de verdad, tiene solución.

―¿Es una niña? ―se cuestionó llevándose una mano a la boca, con lágrimas de emoción a punto de escapar de sus retinas.

―Sí, brujita ―sonrió Leonardo acercándose hasta poder besar la mejilla de su mujer y abrazarla con fuerza. Estuvieron así un rato, por fin sintiéndose libres de llorar de felicidad al haber pasado la peor parte. Claro que, Naiara quería poder conocer a su hijita.

Leonardo la ayudó a levantarse y, casi se sintió como si estuviese paseando con una anciana por el paso al que Naiara iba.

Pudieron estar a solas con la pequeña en el laboratorio, observando a la pequeña mover ligeramente los brazos y las piernas mientras dormía. Resultaba un poco triste y frío verla ahí dentro, con los tubos nasales y una tirita en la nariz para que se aguantasen.

Naiara no pudo evitar deslizar la mano por la incubadora para poder coger una de las de la chiquitina, y ella sonrió en su sueño. Su madre casi se echa a llorar otra vez sólo por eso, miró a Leonardo, que no podía estar más orgulloso.

―Kimani dijo que podía cogerla, ¿no? ―dijo―. Es que... ―murmuró señalándose el pecho.

―Sí, espera ―respondió él retirándose para alcanzar la silla del escritorio para que estuviese un poco más cómoda.

Naiara cogió a la pequeña sin dudarlo, asegurándose también de coger la mantita sobre la que estaba dormida para envolverla. Se sentó con dificultad y la ayuda de Leonardo, y pudo saludar a su hija y, darle de comer. Al menos no lo había pedido, aunque de ser así, tendrían que haber intentado despertar a Naiara antes.

Leonardo se recostó en el escritorio, pero, intentando mantenerse a la altura de Naiara.

―Supongo que no podré volver a casa mientras esté ahí ―suspiró Naiara señalando la incubadora con la cabeza, una vez tuvo a su hija mamando alegremente. Leonardo soltó una risilla, pero le dio la razón.

―Pero supongo que podamos llevarla a nuestra habitación ―dijo encogiéndose de hombros.

―Menos mal, no sé si podría soportar no verla desde la cama ―sonrió Naiara aprovechando a acariciar su mejilla con el pulgar―. ¿Cómo la llamamos?

―¿Es que no te acuerdas, brujita? ―sugirió Leonardo con una sonrisa irónica. Naiara le miró con una ceja arqueada.

―¿De verdad? ―se cuestionó con incredulidad―. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. ¿Seguro que aún quieres llamarla como a mi madre? —preguntó con una dulce sonrisa.

—Absolutamente. Ya me había hecho a la idea, no querrás desmoronar mi fantasía —asintió él convencido―. Además, creo que antes de me ha escapado y la he llamado Phoebe ―admitió con una sonrisa vergonzosa.

—Y... ¿si hubiera sido un niño? —sugirió Naiara ladeando la cabeza con inocencia—. Yo estaba casi segura de que era un niño. ¿Pensaste algún nombre? Aparte de Ryan —añadió rápidamente.

—Muy graciosa —murmuró él asintiendo por la broma—. Sí que había pensado, sí... Carter.

—Carter... ¿Ryan? —insistió Naiara frunciendo el ceño con diversión.

—Empiezo a pensar que eres tú quien quería llamarle Ryan ―señaló la tortuga―. Pero me gusta cómo quedan juntos.

—Sí, ¿verdad?

―Puede que a la próxima ―suspiró Leonardo acuclillándose a su lado, acariciando la cabeza de la pequeña―. Pues Phoebe es entonces... ―susurró antes de besar su cabecita.

―Es la combinación más adorable de humano y tortuga ―gimoteó Naiara aguantándose una nueva llorera.

―Siempre que esté sana... Aunque me encanta que se parezca a ti ―dijo alzando la cabeza para mirar a su mujer―. Te quiero, brujita.

―Y yo a ti, intrépido líder ―respondió acariciando su mejilla con el pulgar―. ¿Crees que podamos llevarnos la incubadora a la habitación ya?

―Voy por Donnie y Kim ―dijo levantándose, dirigiéndose al salón para saber qué pensarían del traslado.

Perdón, últimamente creo que estoy reestructurando y planteando tanto esta obra desde el principio que creo que va a acabar pareciendo otra y todo (que si cambiar ropa, apartamentos, tatuajes, más personajes, etc). Por no mencionar que - vete a saber por qué - se me ha ocurrido otra de la nada. Pff.


Ah, y desde luego que voy a eliminar el trágico pasado de Arlet. Nada de suicidio - cringe de mi yo de quince años escribiendo chorradas emo, en fin - y puede que ni cortes (y digo puede porque igual me cambia mucho mucho la historia que ya tenía planteada).

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