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134. Más estrés que paz

APRIL BUSCABA INFORMACIÓN DE SU PRÓXIMO REPORTAJE CON MATTHEW.

A estas alturas, en la oficina sabían que preferían trabajar juntos y no se podía negar el buen resultado de sus proyectos, por lo que sus superiores no tuvieron problema en establecerles oficialmente como equipo. Claro que, ellos se callarían lo de su relación para que no pareciese un conflicto de intereses.

April mordisqueaba su bolígrafo en lo que consultaba las nuevas fuentes de su investigación, decidiendo si se trataba de un testimonio verídico o simples bulos. Lo cierto es que su blog de adolescente curiosa le estaba resultando de bastante ayuda una vez se tomó un tiempo para darle un lavado de cara.

Ahora, era un blog en el que la gente comentaba y sugería ciertos temas con respecto a la sociedad actual. Podían ser demandando mejoras en determinados barrios o denunciando actividades delictivas que afectaban a la vida de muchas más personas.

Al final, April se había decidido por investigar cómo es que los políticos no hacían nada para evitar que las fábricas contaminasen el aire de ciertos barrios residenciales ya que, muchos niños sufrían de asma y más enfermedades respiratorias a raíz de eso. La respuesta era evidente, por dinero, pero hacía falta algo más que una especulación para tener un reportaje decente.

Se colocó su quimono de punto amarillo una vez se dio cuenta de que se le había deslizado por el hombro y anotó otro nombre en su lista de posibles contactos que le proporcionasen información relevante.

No mucho después, vio por el rabillo del ojo que alguien se le acercaba. No se volvió porque quería terminar de anotar algunas cosas que consideraba imprescindibles.

―Se hace tarde, señorita ―dijo Matthew con una sonrisilla―. ¿Nos vamos?

Lo cierto es que no se habían visto en todo el día. Matthew había estado editando el reportaje anterior y April prefirió adelantar trabajo para su próxima investigación, por lo que no se esperaba en absoluto lo que vio al volverse.

―Sí, un segundo. Déjame ver si- ―y se quedó en blanco. Tan pronto como se giró sobre su silla, no pudo evitar quedarse ligeramente boquiabierta y dejando una sonrisa incrédula abrirse paso―. Oh, Dios mío... te has afeitado ―señaló levantándose para acariciar delicadamente la mejilla de su novio.

Bueno, estaba claro que no le encantaba afeitarse por completo. Matthew se había asegurado de recortar su barba hasta el punto de que parecía que se hubiera afeitado hacía tres días. Por lo menos se notaba bastante más cuidado y presentable.

―Y también el pelo ―respondió girando la cabeza para mostrarle que no podría volver a hacerse un moño.

―Ay, gracias. Odiaba ese look desaliñado ―dijo April forzando una sonrisa, aunque, arrugando la nariz con una disimulada mueca. Se vio obligada a pasar los dedos por el pequeño tupé que Matthew lucía ahora.

―Vaya, ahora hablas como mi madre ―asintió él pretendiendo sonar molesto, claro que, con cierto tono de humor―. Te va a adorar por conseguir esto ―añadió señalando su cara en sentido circular.

―Es verdad, la cena de mañana ―se dijo April dándose un rápido toque en la frente―. Me voy a poner una alarma, que si no... ―murmuró sacando el T-phone del bolsillo trasero del pantalón.

―¿Has terminado? ―se cuestionó Matthew ladeando la cabeza para asomarse a ver qué hacía en su portátil.

Emm... no, pero da igual. Le echaré un ojo esta noche ―murmuró ella recogiendo sus cosas rápidamente―. ¿Dónde quieres ir? ―preguntó echándose el bolso sobre el hombro derecho.

―¿Qué tal a la tetería de tu amiga? ―sugirió él encogiéndose de hombros.

―No puede ser, ahora cierra por las tardes. ¿Y si pasamos por Murakami y comemos? Quizá es un poco tarde para el café ―respondió la pelirroja echando un vistazo a la hora de su teléfono.

―Está bien ―asintió Matthew rodeándola con un brazo ahora que las oficinas estaban vacías―. Oye, quería preguntarte... ¿qué te parecería mudarte conmigo? ―susurró inclinándose sobre ella.

―No suena mal... ¿pero no crees que es un poco pronto? ―se cuestionó April ladeando la cabeza con una ceja fruncida y media sonrisa de incredulidad.

―¿Pronto por qué? Vale que llevemos saliendo unos meses, pero hace un año que empezamos a pasar bastante tiempo juntos en esa furgoneta espía ―apuntó Matthew asintiendo una vez―. Además, somos adultos.

―Vale... ―dijo ella sin poder ocultar una sonrisilla entusiasta―. Primero veamos qué tal va la cena de mañana, después te respondo ―concluyó dándole un codazo juguetón en el abdomen.

―Es justo ―murmuró él medianamente convencido―. Pero te quedas esta noche, ¿no?

―Sí... ―contestó April con diversión.

*

Naiara estaba sentada en el sofá de su casa, aburrida.

Estaba viendo la televisión, aunque le costaba mantener la atención porque sentía que no había nada bueno que ver. Llegaba un punto en el que le parecía que había visto todo lo habido y por haber en todos los canales.

Ya había pasado un mes, lo malo es que ahora estaban en agosto y sentía como si se fuese a derretir en el sofá. Ni en broma podría soportar estar todo el día tirada en la cama. Incluso haberse hecho la coleta esa mañana le dio pereza.

Empezaba a acercarse la hora de comer, pero ya que Leonardo no solía poder asistir a esas horas ―y menos no tratándose de un día nublado―, esperaba a Arlet. La buena noticia es que eso significaba que traería la comida hecha, y era una preocupación menos.

Naiara estaba a punto de levantarse y caminar de un lado a otro cuando por fin, la puerta principal se desbloqueó con un sonoro giro de llaves.

Arlet entró resoplando con su cazadora vaquera en el mismo brazo en el que cargaba con su enorme bolso de cuero negro y la bolsa de la comida. Los botones de su top negro estaban desabrochados hasta que se pudiese ver una pizca de su sujetador y, por supuesto, las mangas remangadas hasta los codos.

Puede que no fuese la decisión más inteligente para tratarse del verano, pero Arlet nunca dejaría de llevar pantalones negros de tiro alto. Eso sí, las botas militares negras igual estaban un poco de más. Quizás debería pasarse a unas zapatillas finas durante un par de meses.

―Dios ―bufó―. Como pasase un segundo más en el coche... casi me da algo ―dijo quitándose las gafas de sol de lo alto de su cabeza.

―Entonces deberías considerar llevar algo más fresco ―apuntó Naiara ladeando la cabeza, alargando la mano para apagar la televisión con el mando.

―Mis crops de antes estaban lavando ―respondió dirigiéndose a la cocina para sacar los tuppers―. ¿Cómo está la futura mamá? ―preguntó queriendo cambiar de tema, recolocando su escote una vez se dio cuenta de que se veía el sujetador.

―Cansada, aburrida... Aunque el podcast ha estado interesante. ¿Una pandemia mundial? ¿De verdad hay gente preparándose para eso? ―se cuestionó con una sonrisilla.

―Bueno, para ser exactos, se preparaban para un ataque zombie. El resto fueron escenarios un poco más probables ―sonrió Arlet acercándose para echarle una mano a su amiga―. Pero ahora en serio, ¿cómo llevas tu confinamiento?

―¿Qué voy a decir? ―suspiró Naiara estando ya de pie―. Lo hago por el bien de mi hijo, no porque lo disfrute ―resopló llevándose una mano sobre el vientre, dirigiéndose a la cocina junto con Arlet―. ¿Y cómo llevas tú lo del entrenamiento?

Ugh... estoy de los nervios. Ayer casi se le cae un mazo encima. Ya sé que a Raphael le hacía ilusión empezar a entrenar al niño, pero joder. ¿En qué momento deja que vaya por el mazo? Sí, también estaba Spike ―añadió―. Supongo que querían imitar a Slash ―resopló dejándose caer en uno de los asientos.

―Ay, no había caído en lo mal que se podía pasar ―se sorprendió Naiara llevándose una mano sobre la boca con diversión. De repente suspiró, frotándose el vientre de nuevo―. Creo que es un niño. Tengo un presentimiento...

―Bueno ―dijo Arlet tras haber probado su plato, encogiéndose de hombros―. Dicen que el vientre así un poco en punta es de niño, ¿no? Aunque... en mi caso, parecía que me hubiese tragado una maldita sandía.

―¿Creías que ibas a tener una niña? ―preguntó la rubia con una sonrisa, probando también su comida.

―Creo que era lo que esperaba Raph. Yo cruzaba los dedos para que fuese un niño. Y que resultase una tortuga fue un plus ―añadió alzando el puño en señal de victoria. Naiara ladeó la cabeza con diversión.

Continuaron hablando un poco sobre el ser o estar a punto de ser madre, recordando cómo fue la boda e interesándose por la última donación de sangre. La siguiente donación la proporcionó Kimani del hospital, aprovechando un descuido de algunos compañeros suyos.

La verdad es que se estuvieron riendo un rato de cómo acabó Kimani el día de la boda. Se la veía bastante en las nubes desde el principio, y tanto Arlet como Naiara estaban seguras que le dejaría caer a Donatello alguna indirecta sobre el matrimonio. Aunque fue más divertido conforme se hacía de noche, se pasó un poco con el vino.

Puede que algún comentario fuese un poco más directo y poco disimulado.

Donatello se la acabó llevando en brazos un poco antes de que los demás quisiesen dar por concluida la celebración. Claro que, estaban convencidos de que continuaron con la fiesta en la guarida. Al día siguiente, apareció un sujetador detrás de la máquina de pinball.

Por fortuna y conociendo a Donatello, no lo hubieran hecho fuera de la habitación.

Unas horas más tarde, Arlet había decidido pasarse por la guarida para asegurarse de que su hijo de cuatro años y medio, no se hacía daño durante el entrenamiento de esa tarde.

Por lo menos, Naiara estaba un poco más tranquila, especialmente después de una ducha fría.

Salió del baño con un pijama limpio y habiendo secado por completo su pelo. Se dirigía a la cama para retomar un libro que había empezado hacía una semana y esperar a Leonardo, cuando escuchó su teléfono sonando en la cocina.

Frunció el ceño, pero atendió la llamada pese a tratarse de un número desconocido.

―¿Hola? ―se cuestionó.

Hola, tesoro ―escuchó decir a su padre.

―¿Papá? ―se alejó el teléfono de la cara para comprobar otra vez la procedencia de la llamada. Si fuera la cárcel lo hubiera sabido, había guardado el número para poder rechazarlo si se repetía la llamada―. ¿Tienes un móvil? ―preguntó.

Soy un hombre libre, Naiara ―respondió Gabriel ligeramente inseguro―. ¿Podríamos vernos? ¿Por favor?

―No sé si es una buena idea ―murmuró Naiara negando la cabeza para sí.

Por favor ―suplicó él.

Naiara no quería ceder. Se lamía los labios y apretaba entre sí para evitar responder a la ligera. Suspiró profundamente al haber descansado la vista en su vientre. En ese momento no pudo evitar pensar lo doloroso que resultaría haber perdido el vínculo con su hijo, ella no soportaría que se negase a verla.

Era consciente de que el embarazo y las hormonas la hacían especialmente sensible, pero tuvo que brindarle el beneficio de la duda.

Colgó, y por un instante, Gabriel miró su teléfono desesperanzado. Estuvo a punto de echarse a llorar, pero entonces recibió la ubicación de su hija en un mensaje.

*

Gabriel llegó a la casa de su hija en taxi, cerca de una media hora después.

Al principio no creyó que fuese la dirección acertada cuando se vio delante de una tetería de fachada turquesa, pero al fijarse en el portal de la derecha, localizó el nombre de su hija en el telefonillo. Llamó, y se le abrió la puerta.

Naiara abrió la puerta principal con cierto recelo, dudando sobre si había tomado una decisión acertada y, esperando que se le hubiese pasado su momento de debilidad emocional.

Tras haber establecido un breve contacto visual con su padre, terminó de permitirle pasar, escondiéndose tras la puerta hasta que pudo cerrar de nuevo.

Gabriel entró con la cabeza gacha, atreviéndose a dejar junto al sofá la mochila de deporte en la que llevaba las pocas pertenencias que conservaba. Se frotó la barba sin saber qué decir realmente, y se dio la vuelta.

Entonces sí que perdió el habla. Tomó una profunda bocanada de aire y lo dejó escapar con la serenidad que pudo.

―Te veo bien ―dijo asintiendo nerviosamente.

―Ya... ―suspiró ella pasándose el dorso de la mano izquierda por la punta de la nariz―. Gracias.

―De... ¿De cuánto? ―se interesó Gabriel, aún in querer acercarse por miedo a invadir su espacio personal.

―Seis. Seis meses ―respondió Naiara pasando ambas manos por su vientre, dejándolas en la parte inferior como si lo estuviese sosteniéndolo. Suspiró profundamente―. ¿Para qué querías hablar? ―preguntó señalando la isla de la cocina, habiendo preparado té.

Gabriel asintió aceptando tomar asiento frente a su hija.

―Sólo esperaba que pudieses echarme una mano, pero ya veo que tienes planes ―murmuró señalándola con una mano.

―Entonces, ¿venías buscando una habitación? ―dijo Naiara con un tono de decepción.

―Te prometo que no pretendo acabar en la cárcel otra vez. Ni sostener un arma, ni un miligramo de droga. Sólo necesito un techo.

―Papá, yo no-

―Sólo hasta que consiga trabajo y mi propio apartamento ―le aseguró rápidamente―. Por favor ―dijo alcanzando las manos de su hija para sostenerlas con calidez. Naiara alzó la mirada para toparse con los ojos de su padre.

Su momento de debilidad estaba volviendo. Parecía que el bebé quisiese tener a su abuelo cerca, pero Naiara no podía olvidarse de Leonardo y su situación tan especial.

―Tendría que consultarlo con Leonardo ―suspiró negando con la cabeza.

―Entiendo ―murmuró Gabriel lamiéndose los labios. Habiendo alcanzado las manos de Naiara, notó enseguida el tacto del anillo―. ¿Cuándo os casasteis?

―En marzo. Lo planeamos cuando descubrimos lo del embarazo. Pero lo estaba deseando ―admitió con una pequeña sonrisa.

Gabriel asintió compartiendo esa sonrisa. Lo cierto es que conocía a su hija lo suficiente como para saber que siempre había soñado con una familia, una estable al menos. No sería ninguna sorpresa que, estando con la persona adecuada, quisiese formar su propia familia.

Un rato después, Naiara se fue al baño y llamó a Leonardo para asegurarse de que no aparecía delante de su padre.

Quería ayudarle, pero eso no significaba que quisiese tenerle de vuelta en su vida. Era algo que le hizo pensar que la influencia del bebé empezaba a descender, de repente era más consciente, volvía a temer que la abandonase y decepcionase.

Se echó a llorar por la culpabilidad, pero Leonardo la tranquilizó diciendo que podría alojarle en la compañía el tiempo que necesitase. Ella sollozó un par de veces, secando las lágrimas que se le habían escapado por la mejilla derecha a la vez que asentía y trataba de responder a las peticiones o instrucciones de su marido para que se calmase.

Escucha, no hay nada de malo en que sigas enfadada con él. Y ahora mismo, puede que no te convenga tenerle cerca si crees que te va a suponer más estrés que paz, ¿de acuerdo? ―le decía la tortuga.

―Vale ―respondió Naiara secándose las mejillas.

―Tranquila, voy enseguida. Pásale la dirección a tu padre, yo voy a avisar a Logan para que le reciba.

―Gracias, Leo ―murmuró ella, aún sollozando.

No hay de qué. Ahora te veo, brujita.

Naiara finalizó la llamada y se tomó unos minutos para tranquilizarse y aparentar que no había pasado nada fuera de lo habitual. Se ayudó de unos ejercicios de respiración para obtener mejores resultados, pero después de esa llorera, necesitaría una pastilla para el dolor de cabeza.

Eso sí, no podía permitir que su padre pareciese un vagabundo. Puede que la barba desaliñada fuese su estilo, pero de ninguna manera lo acompañaría con ropa andrajosa de hacía siete años. Le dio algo de dinero para que se comprase algo y, para dar mejor impresión cuando intentase buscar trabajo.

El lado bueno es que Gabriel no tendría que preocuparse por el alquiler de ese pequeño apartamento, y él tendría libertad total para entrar y salir, no como los huéspedes para los que estaba realmente destinada la compañía.

Cuando Leonardo llegó a casa, Naiara estaba sentada en la cama con el viejo libro de su madre, leyendo una página en la que mencionaba lo feliz que se sentía al saber que iba a ser madre con el hombre que amaba.

Desde luego, parecía que quisiese torturarse con ello.

Sin duda alguna, Leonardo se acercó a ella para atraparla en un fuerte y ―extremadamente largo― abrazo de consuelo.

Emm... sí, por si no hubiera quedado claro, mis personajes tienen un nuevo atuendo que representa su paso de la adolescencia a la adultez (no confundir con lo que describa para que estén más cómodas durante el embarazo). No adjuntaré las imágenes aquí.

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