128. ¿Los Kraang?
LA MISMA NOCHE DE LA BODA, APRIL FUE A LAS OFICINAS DEL CANAL 6. Habían celebrado una pequeña fiesta en homenaje al increíble reportaje que Matthew y ella había elaborado a lo largo de esos meses.
Ni que decir tiene que, cuando ella, llegó, Matthew estaba en el centro de la sala, siendo rodeado por todo el mundo y colmado en halagos.
April suspiró rodando la vista. Aún odiaba que por alguna extraña razón fuese como el chico popular en el instituto y que, por ninguna razón aparente, todos le diesen palmaditas en la espalda.
¿Hola? Fui yo quien se pasó las noches en vela buscando información, contactos y preocupándose de estar pendiente de los avances, pensaba sin parar. También tenía que admitir que Matthew no estuvo de brazos de cruzados, es sólo que sentía que nadie en todo el edificio la valoraba. Además de que empezaba a ponerse celosa por las señoritas que trataban de arrimarse él.
Acabó pasando desapercibida gran parte de la noche. Tal fue, que incluso pensó en sentarse en su mesa para ver si encontraba algún otro tema interesante del que intentar sacar provecho. Claro... con una botella de vino.
En principio lo llevó para brindar todos por la hazaña de haber encarcelado a Don Vizioso y algún que otro gánster más, pero como parecía ser la chica invisible... Pues se lo quedó.
Al cabo de una hora, April ni supo que la gente había empezado a irse y que las luces se iban apagando. Al menos, alguien se preocupó de buscarla, esperando que se hubiera pasado por la pequeña celebración de la oficina. Aunque no estuviese celebrando nada.
―Creí que era una fiesta informal ―dijo Matthew aproximándose a la somnolienta pelirroja.
April cerró los ojos para pasarse las manos por los párpados, tratando de desperezarse y alzando las cejas para obligarse a reaccionar. Resopló cansada.
―Te dije que tenía planes antes... Venía de una boda ―respondió ella en un suspiro―. ¿Qué? ¿Ya te has cansado de que te adulen?
―Supuse que a estas alturas me considerarías más humilde que eso ―resopló él rodando la vista―. ¿Qué haces? ―preguntó tratando de interesarse.
―Una página que creé hace unos años sobre avistamientos paranormales en la ciudad ―murmuró April reposando la cara en su mano izquierda para continuar moviendo el ratón con la derecha―. ¿Te suena lo de los científicos desaparecidos?
―Claro. Pero eso ya se resolvió ―contestó Matthew ladeando la cabeza para tratar de ver la pantalla―. ¿Fue tu primer caso?
―Podría decirse. Sí... ―suspiró ella entrecerrando los ojos con cansancio.
Matthew frunció el ceño y se enderezó notando lo extrañamente cansada que parecía la pelirroja. No tardó mucho más en ver la botella vacía de vino que había en el escritorio. La cogió con incredulidad, viendo que aún le quedaban un par de tragos.
―¿Te la has bebido tú sola? ―se cuestionó arqueando una ceja.
April no pudo ni contestar, comenzó a inclinar la cabeza inconscientemente, como si fuese a quedarse dormida sobre la mesa.
Matthew miró hacia un lado para asegurarse de que no quedaba mucha gente en las oficinas, suspiró y se apresuró a apagar el ordenador de April. Luego la ayudo a levantarse y rodeó su cintura con una mano para sacarla de allí pretendiendo que no estaba K.O.
▼
Al día siguiente, April se despertó en una cama ajena.
Se despertaba lentamente y con dolores punzantes en las sienes, por lo que le costó situarse. Una vez se dio cuenta de que no estaba en su habitación, se enderezó de golpe, viendo que estaba en ropa interior con su vestido extendido en el respaldo de una silla a su derecha.
―¿Qué dem-? ―se dijo con incredulidad, asegurándose de cubrir su pecho con las sábanas. Se pasó una mano por la cara mientras examinaba la habitación en la que se encontraba. No tardó mucho en encontrar detales que le hacían acordarse de Matthew.
Enseguida encontró una estantería con varias cámaras viejas cubiertas por una vitrina, algunas de ellas con la lente rota. Luego estaba el perchero del que colgaba su cazadora y alguna fotografía de sus padres y su hermana.
Iba a levantarse cuando él entró a la habitación. Llevaba una camiseta blanca de manga corta y un pantalón largo de cuatros azules. Claro que, lo más divertido eran sus zapatillas de garras marrones, parecía que fuesen los pies de un monstruo.
Le siguió con la mirada, anonadada, especialmente cuando él la miró también, con una sonrisa.
―¿Te lo pasaste bien anoche?
―Oh, Dios mío ―exclamó volviendo a llevarse la mano sobre la boca―. ¿Lo hemos hecho? ―preguntó sobrecogida.
―Créeme, si hubiéramos follado, no me habría puesto después el pijama ―respondió él rodando la vista―. Ni dormido en el sofá ―siseó ladeando la cabeza de un lado al otro.
April no pudo evitar sonrojarse ante la idea de Matthew habiendo entrado desnudo a la habitación. Una suerte que él le diese la espalda para asomarse a su armario.
―Puedes ponerte esto si quieres ―dijo lanzando una sudadera y un pantalón de chándal gris sobre la cama―. No creo que te quede muy grande ―dijo antes de salir de nuevo para dejarla un poco de privacidad.
April se lamió los labios e inclinó la cabeza avergonzada, empezando a darse cuenta de lo humillante que debía de haber sido la noche anterior.
Unos minutos después, salió de la habitación con la ropa que Matthew le había ofrecido para estar más cómoda que con un vestido de fiesta. Paseó despacio, asomándose por cada esquina hasta que localizó a su compañero en la cocina, haciendo el desayuno.
―¿Por qué no me has llevado a casa? ―se cuestionó la pelirroja, acercándose con una mueca.
―Lamento decepcionarte, pero no soy psíquico ―murmuró atendiendo a los huevos y bacon que estaba haciendo.
April tuvo que tragar saliva por eso, no por no haberle dicho antes dónde vivía, sino por lo de ser o no psíquico. Puede que se estuviese olvidando de su don, últimamente parecía que lo estuviera dejando en desuso.
Matthew se volvió con un par de platos y los dejó sobre la mesa indicándole a su invitada con un ladeo de cabeza que se sentase.
―Gracias ―murmuró ligeramente cabizbaja―. ¿Fui muy patética? ―preguntó, aunque en el fondo no quería saberlo. Matthew sonrió mientras masticaba ya su primer bocado de la mañana, asintiendo.
―Fue divertido. Hubo un momento en el que empezaste a farfullar cosas raras sobre alienígenas. ¿Eres una conspiranoica, O'Neil? ―preguntó con una sonrisilla divertida.
―Está claro que poca gente sabe lo que pasó en Nueva York hace unos años ―murmuró rodando la vista.
―¿Seguro? A mí no me sonaba como algo del pasado, sino algo que estaba pasando ahora ―respondió Matthew arqueando una ceja, esforzándose por continuar masticando―. Creo que habías visto algo en el blog ese tuyo e intentabas venderme la moto.
April alzó la cabeza tan rápido que notó un latigazo en la nuca, y a Matthew no le pasó desapercibida su expresión. Él frunció el ceño, sabiendo que de repente estaba muy interesada en algo que no recordaba haber visto.
Tragó su desayuno y suspiró.
―Ahí tienes el portátil ―dijo señalando la mesa de café del salón. Y April se levantó de la mesa para correr a consultar su blog de adolescente curiosa.
Podría haberla dejado a su bola, pero la verdad es que ahora tenía ganas de saber de qué iba eso de los alienígenas. Cogió su plato y se situó detrás del sofá para poder terminarse su desayuno más cómodamente, utilizando sus propios codos como mesa para ese plato.
A April no le molestó que quisiera saber más, la verdad es que comenzaba a apreciar su compañía y sabía que podía confiar en él para un caso serio como eran los Kraang. Bueno, si es que eran los Kraang.
No tardó en encontrar una publicación en la que se recopilaban imágenes de una supuesta base Kraang en medio de la nada, así como cajas en un aeropuerto con ese logo a base de hexágonos que tanto normalizaron los neoyorquinos, sin saber lo que realmente significaba.
―Mm... Yo he visto ese símbolo antes.
―¿Cuánto tiempo dices que has estado fuera? ―preguntó April volviéndose un momento para establecer un breve contacto visual con él―. Se supone que el TCRI operaba sólo en Nueva York.
―Pues en Australia había una base en medio del desierto con ese mismo logo. Era rollo el Área 51, acércate y fuego a discreción ―dijo Matthew ―enderezándose para llevar el plato al fregadero.
―¿Australia?
―La imagen de antes, es la misma base.
April retrocedió para volver a la primera imagen de esa base sumergida en una marea de arena, con un montón de vallas electrificadas. Trató de ver si, lo que parecía que sería el logo, lo era realmente. Podría haber sido una inscripción cualquiera, como una señal de advertencia de residuos peligrosos o un almacén al que podía acceder sólo personal autorizado.
Al final pudo confirmar que se trataba del logotipo del que fue el TCRI. Se enderezó lentamente, no pudiendo creérselo.
¿Podría ser que los Kraang continuasen en la Tierra?
*
April no fue la única que tuvo una experiencia interesante después de la boda.
Michelangelo se despertaba apurado al escuchar la que debía de ser la segunda alarma del teléfono de Halley. Ella ya estaba a medio vestir, dando vueltas por la habitación para terminar de coger los libros de las asignaturas que correspondían a ese día.
Michelangelo se desperezó estirando los brazos, acordándose de que se había quedado en la habitación de Halley.
Por lo general Halley prefería dormir en su propia cama porque aún le intimidaba un poco la situación de tener diecisiete años y su novio veintiuno, pero Michelangelo la pudo convencer después de la boda para poder acurrucarse. Además, incluso siendo la única menor ―exceptuando a los bebés―, la permitieron beber con ellos.
Es posible que llegasen un poco contentos a la compañía, puede que precisamente por eso, ella aceptase a dormir abrazada al caparazón de su novio. Mentiría si dijera que no le había resultado agradable, la verdad.
―¿Qué haces? ―preguntó.
―Tengo que ir al insti ―dijo ella entrando al baño con un cepillo de pelo en la mano derecha.
―Oye, Hal... He estado pensando ―decía la tortuga levantándose de la cama―. No hace tanto... ha hecho un año que empezamos a salir... ¿Y si...?
―¿Quieres que lo celebremos? ―creyó concluir Halley saliendo del baño, asegurándose de que su pelo quedaba por fuera de su suave sudadera―. Ya, siento que me coincidiesen tantos exámenes esa semana. ¿Querías ir a algún sitio en concreto o...?
―No me refería a eso exactamente, pero... en parte sí ―murmuró Michelangelo rascándose la nuca con incomodidad. Halley llevó la mochila sobre la cama para guardar los libros, frunciendo el ceño por el comentario de su novio.
―¿Qué tenías pensado? ―preguntó extrañada.
―Es que... No sé, hace un año que salimos, ¿no te has planteado que...? Bueno. Quizá podríamos hacerlo ―musitó apartando la mirada.
En otras circunstancias, Michelangelo no estaría tan sumamente nervioso por sugerirle a su novia dar ese paso. Él ya tenía veintiún años, pero era consciente de que, para Halley, podría resultar un poco forzado.
Que, a ver, Halley no era ninguna niña, era sensata y muy consciente de todo cuanto la rodeaba, pero sí es cierto que solía ser inocente y temerosa a la vez. Por no mencionar que se ponía nerviosa con facilidad por casi cualquier cosa. Incluso responder a una pregunta en clase la intimidaba.
También estaba el complejo que tenía por su cuerpo.
Kimani le mencionó a Michelangelo antes de la boda cómo se sintió al haber ido a ver vestidos, y que pese a haberse comprado uno, seguía sin sentirse cómoda llevándolo. Kimani insistió de todas las maneras posibles para convencerla de que estaba preciosa y que, lo más probable es que la imagen que el espejo le devolvía, fuese una versión distorsionada por su propia mente.
La cuestión es que Michelangelo no tenía ninguna duda de que iba a estar preciosa, incluso si ella señalaba sus estrías diciendo que le daban asco.
Era un pensamiento que le entristecía, y ojalá Halley pudiese verse con los ojos de la tortuga. Por otro lado, Halley le contó a Michelangelo que la razón por la que se cambió de instituto tenía como base fundamental el bullying que sufrió anteriormente, y que en parte tenía miedo de que volviese a suceder.
Michelangelo nunca le había dado motivos para hacerla sentir mal, todo lo contrario. Halley siempre estaba sonriendo y muy a gusto con él, sobre todo cocinando y dándole a probar alguna nueva receta que a lo mejor introducir en el menú de la tetería.
―Emm... ―Halley tragó saliva, zigzagueando con la mirada―. ¿Estás seguro?
―Halley, no quiero volver a discutir contigo ―suspiró la tortuga negando con la cabeza―. Eres la chica más bonita que he visto nunca. Y no veo ninguno de esos a los que llamas "defectos" por ninguna parte. Eres preciosa.
La rubita agachó la mirada nerviosa por lo que se le había sugerido hacía un momento, aunque... con un sonrojo por el cumplido. Empezó a tener tics en las comisuras de los labios porque no quería sonreír abiertamente, estando aún abochornada.
De repente, sintió cómo Michelangelo la acogía entre sus brazos y la mecía con dulzura.
Halley no pudo evitar reprimir un sollozo y abrazarse a él para llorar en silencio en su hombro. No estaba realmente triste, pero agradecía profundamente que alguien la viese como él, especialmente cuando en esos momentos, ella misma era su mayor acosadora.
―Gracias ―murmuró enderezándose por fin, secándose las lágrimas con la manga de la sudadera. La tortuga acarició su mejilla con delicadeza, para acabar jugando con las puntas de un mechón de su pelo.
―Oye, no quiero presionarte, pero... Creo que-
―¿Tienes necesidades? ―se rio ella volviendo a pasar el dorso del dedo índica bajo su ojo derecho. Michelangelo la miró con una sonrisa incrédula, pero no pudo evitar reírse también―. ¿Y si lo intentamos el fin de semana? ―sugirió con un ladeo de cabeza pensativo.
―Eres la mejor, gatita ―sonrió antes de devorar sus mejillas y labios a besos.
―Mikey. Mikey, me tengo que ir. Aún no he desayunado ni nada.
―Yo te llevo ―dijo con una sonrisilla―. Ahora tenemos coches con los cristales tintados ―añadió encogiéndose de hombros.
▽
Creo que es la primera vez en mucho mucho tiempo que tengo adelantado el capítulo de la semana que viene así que... Lo tendréis también el jueves, a las 20:00, hora España.
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