Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

126 + 127

LOS POCOS DÍAS QUE ESTUVO EN NUEVA YORK, KARAI LOS PASÓ CON EL TELÉFONO EN LA MANO. Parecía como si realmente le preocupase que su general no pudiese hacerse cargo de todo en su ausencia.

De todas formas, Leonardo se empeñó en que su hermana colaborase con ellos ya que Logan continuaba de vacaciones. Al parecer April, Matthew y algunos de los agentes que colaboraban en el reportaje, habían recibido serias amenazas para con sus familias.

En un principio Matthew no se lo tomó muy en serio, pero conforme descubrían más cosas acerca de los negocios de los mafiosos y ya se intuía que tenían suficiente para una orden de arresto... pensó que quizás debería mirar por la seguridad de su madre y su hermana.

April le acompañó y se aseguró de que se fiara de la palabra de Karai mientras le explicaba los servicios que su compañía ofrecía, asegurando el bienestar de sus clientes.

Matthew asentía con los dedos entrelazados sobre el mostrador desde el que Karai le explicaba cómo actuarían en una situación hipotética que él mismo le había planteado. Suspiró conforme y aceptó mientras retrocedía para llamar a su hermana pequeña, quien parecía aún alterada por la amenazante carta que había recibido.

April se quedó con Karai para darle un poco de espacio, pero no tardó en notar que la kunoichi contenía una sonrisilla.

―¿Qué? ―suspiró la pelirroja, rodando la vista.

―Nada ―respondió Karai encogiéndose de hombros―. Parece que tenéis química ―sonrió con ironía.

April se sonrojó y apartó la vista mosqueada. Le molestó más en aquella noche de chicas, porque entonces sí que le parecía una tontería, acababa de conocerle. Claro que, después de trabajar con él durante unos meses, había podido decir que le caía mejor.

Es posible que le gustase después de haber pasado tanto tiempo con él y ver que no era el cámara con aires de grandeza que pensó en su momento. Al principio pensó que era también demasiado serio, pero notó que se esforzaba por hacer más amenas todas esas horas de incesante trabajo de espionaje. En la furgoneta resultaba bastante tedioso, la verdad.

Por no mencionar que fue él quien se empeñó en pagar la cuenta cuando fueron a un restaurante para vigilar las entradas y salidas de ciertas personas. Unos días después habrían colocado cámaras y micros.

―Sólo es trabajo ―murmuró resistiéndose a mirar a su amiga.

―Así empiezan muchos ―contestó Karai mientras procedía con el papeleo, arqueando las cejas con poca sorpresa―. Entonces, os falta poco, ¿no? Me han llegado rumores de que Don Vizioso y algunos más están sudando por vuestro trabajito.

―Esa es la idea, y que acaben en la cárcel ―sonrió April con orgullo―. ¿Mikey me dijo que Logan había sugerido algo del marfil?

―No me sorprendería. Si es por crímenes contra los animales, Logan tiene una lista muy larga.

Matthew volvió hasta el mostrador habiendo colgado el teléfono. Explicó que su hermana y su madre habían aceptado a alojarse en la compañía por un tiempo, aunque a la mujer no le había hecho demasiada gracia. Kara le ofreció mandar un coche a por ellas, pero Matthew prefirió ser él quien las llevase.

Esa noche, April les ayudó a instalarse. Más tarde, saliendo de la compañía y habiendo deseado unas buenas noches a las familiares de Matthew, él sugirió cenar en una pizzería cercana.

Ya sentados en su mesa disfrutando de una deliciosa pizza de Antonio's, Matthew no pudo evitar soltar una corta risa mal contenida. April frunció una ceja, confusa. Sabía que no le había hecho demasiada gracia tener que recurrir a una agencia de protección.

―¿Qué pasa? ―se cuestionó ella.

―Nada. Sólo que parece que les intentas hacer publicidad. Conocías a la recepcionista, ¿no?

―Es la directora de toda la franquicia, y sí. Los conozco desde hace años.

―Ya. Por eso he aceptado ―dijo él asintiendo―. Se nota que confías en ellos. Así todo... no quiero que se queden aquí mucho tiempo. Encerremos a esos payasos ―añadió con una seriedad ligeramente cómica.

―Brindo por eso ―asintió April alzando su vaso de refresco. Matthew sonrió y tomó el suyo para responder al brindis.

April no pudo evitar fijarse en la sonrisa de Matthew mientras, y la manera en la que sus ojos se quedaron fijos en los de ella. Se centró en ignorar esos bonitos ojos negros y el poder que parecían haber adquirido sobre ella.

*

A finales de febrero se celebró el juicio que concluía con el reportaje de April y Matthew. No tardarían demasiado en hacer el montaje y conseguir que se lo publicasen porque era algo que estaban haciendo poco a poco.

Las tortugas siguieron el juicio en la televisión, y pudieron celebrar la victoria de su amiga. Aunque también es cierto que, encerrando a los líderes de las mafias, la ciudad perdía la chispa que a ellos les gustaba. Lo hacía todo más aburrido.

Esa noche, Leonardo volvió a casa de Naiara aún sonriendo por la noticia del día.

―¿Has seguido el juicio, brujita? ―decía mientras se quitaba el arnés de las katanas y las dejaba en el perchero de la entrada.

―Sí. Sí, lo he visto ―murmuró ella saliendo del baño.

Leonardo giró sobre sí mismo al escuchar la puerta abrirse, habiendo pensado primero que Naiara estaría en su habitación o en la cocina. Frunció el ceño al notar que su novia se estaba secando las lágrimas con un pequeño pañuelo.

―Eh... ―suspiró. Se acercó a ella dirigiendo las manos a sus brazos, para sujetarla con delicadeza y cautela―. ¿Qué pasa? ―preguntó inclinando la cabeza para buscar contacto visual.

Naiara dejó escapar un sollozo junto con otro par de lágrimas y se lamió los labios antes de intentar responder. Se estaba poniendo colorada, para empezar porque le estaba costando vencer al nudo que se había formado en su garganta. Trató de controlar su respiración.

―Estoy embarazada... ―admitió con más lágrimas.

Leonardo enderezó el cuello creyendo haberla oído mal. Frunció el ceño hasta que vio que Naiara sacaba del bolsillo trasero de su pantalón la prueba de embarazo. La cogió para ver bien el resultado y, no cabía duda. De hecho, Naiara se había asegurado de comprar un test que le especificase también de cuánto estaba. Al parecer de tres o cuatro semana.

Bajó la prueba con una incrédula sonrisa formándose en su cara. No se lo podía creer, pero en su interior sabía perfectamente que era cierto.

―Brujita ―dijo negando con la cabeza, sin perder esa sonrisa. Pasó una mano por su cara rápidamente, sabiendo que no le quedaba nada para empezar a emocionarse.

Se bajó la bandana hasta el cuello al notar que una lagrimilla había comenzado a humedecerla. Reprimió un pequeño sollozo y rodeó la cintura de Naiara con las manos. Naturalmente, ella se abrazó a su cuello, pudiendo de todas formas alcanzar a intentar secarse las lágrimas con una mano.

Estuvieron así un rato, hasta que se tranquilizaron un poco después de esa montaña rusa de emociones.

Leonardo deshizo el abrazo con lentitud, deslizando sus manos por los brazos de Naiara, aunque, enseguida las dirigió a su carita, para volver a secar sus lágrimas. Besó le dio un beso en la frente antes de inclinar la cabeza y juntarla con la suya.

―¿Ves? ―dijo en un suave suspiro, acariciando su mejilla con el pulgar―. Con un poco de paciencia...

Naiara soltó una corta risa en forma de suspiro y sollozó una vez más. Asintió antes de apretar los labios e intentar calmarse.

―Te quiero ―murmuró con el labio tembloroso.

―Y yo a ti, preciosa ―sonrió él justo antes de darle otro beso en la frente y abrazarla de nuevo―. Cásate conmigo.

―¿Qué? ―se cuestionó ella separando la cabeza del pecho de la tortuga. Le miró con incredulidad y los ojos enrojecidos, aunque, esta vez brillaban de otra forma.

―Cásate conmigo ―repitió Leonardo tomando sus manos, besando sus nudillos―. Venga, eres tú la que quería hacer las cosas por orden ―insistió con una sonrisilla.

Naiara agachó la vista sonriendo al recordar aquello. Fue uno de los mejores momentos que pasaron juntos. A pesar de haberlo pasado frente a la tumba de su madre después de haber plantado ahí su flor favorita.

También fue esa la noche en la que descubrió que podrían tener hijos.

Asintió soltando una risilla.

—Sí —dijo mirándole de nuevo. Leonardo se inclinó y la besó con dulzura, incluso pasando por alto ese par de nuevas lágrimas.

—Necesito un anillo —dijo Leonardo para sí, mirando a la nada. Naiara frunció el ceño y se le quedó mirando en lo que él sacaba el T-phone.

—Leo, no necesito ningún anillo —murmuró ella secándose, esperando ya ser definitivamente, los ojos con la punta de los dedos.

—Tonterías —se rio él negando con la cabeza—. Antes no podía comprarte nada porque no tenía dinero, ¿pero ahora? Quiero que mi mujer tenga su anillo de boda, y el de compromiso.

Naiara sonrió con cierta vergüenza por la insistencia de su, ahora, prometido.

—Está bien —asintió.

—Genial. ¿Quieres escogerlo tú? —ofreció la tortuga.

—Confío en tu criterio, intrépido líder. Sé que será precioso —sonrió pasando a su lado en dirección a la cocina, dándole un beso en la mejilla—. Necesito tomarme algo.

—¿Te encuentras mal? —preguntó él rápidamente, bajando el teléfono.

—No, sólo me duele la cabeza. Pero es de tanto llorar —admitió ella llevándose una mano a la sien—. Deja la búsqueda para otro momento y ven a cenar —dijo ladeando la cabeza con una sonrisa.

Leonardo no iba a discutir eso. La verdad es que no le apetecía pasar la que hasta el momento era la mejor noche de su vida buscando un anillo que acabaría viendo día a día. Ahora quería aprovechar cada segundo al lado de su prometida.

Tendría que acostumbrarse a llamarla así. Prometida... Se le hacía raro después de casi cinco años como novios.

No pudo evitarlo, tan pronto como se acercó de nuevo a su prometida, colocó la barbilla en su hombro y rodeó su cintura con los brazos, pero, esta vez buscó palpar su barriga. Evidentemente si estaba de cuatro semanas, no podría notar nada, pero le hacía ilusión saber que su bebé estaba creciendo ahí, bajo su mano.

Naiara se volvió un instante y besó su mejilla mientras acariciaba la otra. De todas formas, había sido un día largo y quería irse a la cama, así que encendió los fogones.

Al día siguiente, Naiara empezó a darse cuenta de que quizá ya había empezado a experimentar algún que otro síntoma del embarazo. Así de primeras, lo más molesto era que se sentía especialmente cansada y fatigada, y las náuseas y vómitos matutinos.

Leonardo se quedó con ella un par de días. Sabía que era un poco estúpido porque eran síntomas frecuentes en el embarazo y Naiara podía sufrirlos o no. Pero se sentía mejor pensando que se quedaba a cuidar de su brujita, al menos hasta que llegase alguien para hacerla compañía.

Eso sí, cuando volvía por la noche —o, ahora preferentemente, por la tarde—, a Leonardo le encantaba acurrucarse abrazado a ella y con la mejilla pegada en su vientre. Claro, si a ella no le molestaba, y no quisiera ser un incordio para su pobre no-nato.

Un par de días después, Leonardo había conseguido que alguien le hiciese el favor de conseguir el anillo que había escogido para su prometida. Llegó a casa como hacía siempre, dejando las katanas junto al perchero, salvo que, en cuanto localizó a Naiara sentada en el sofá con un libro, se aproximó y se arrodilló a su lado.

—Naiara Williams —dijo, provocando en ella con sonrisa vergonzosa mientras cerraba el libro y lo dejaba sobre su regazo—. ¿Querrías convertirme en la tortuga más feliz del mundo y casarte conmigo? —sonrió abriendo la suave cajita negra.

Naiara no pudo evitar quedarse mirando ese bonito anillo. Poco le sorprendía la piedra preciosa que lo adornaba fuese azul, en este caso un diamante azul, pero le encantaba que Leonardo tratase de hacerse presente de esa manera.

Sonrió encontrándose con esos preciosos ojos azules, sabiendo que pensaría en ellos cada vez que mirase el anillo.

—Me encantaría —asintió ella con una pequeña sonrisa.

Leonardo tomó la mano izquierda de Naiara y le colocó el anillo con una gran sonrisa. Naiara miró su mano con asombro, notando que el anillo le estaba perfecto. Leonardo se enderezó para alcanzar a besar a su prometida. Luego se sentó a su lado rodeándola con un brazo.

—¿Es muy caro? —preguntó Naiara estudiando la joya. Además del diamante azul, había varios diamantes más pequeños a ambos lados.

Shh... —la chistó Leonardo negando con la cabeza—. Para ti sólo lo mejor. Piensa que el anillo compensa cinco años sin regalos reales.

—Sabes perfectamente que no necesitaba ningún anillo —respondió ella inclinando la cabeza hasta reposarla en el hombro de la tortuga—. ¿Nos casamos aquí y ahora? —sonrió besándole la mandíbula.

—Me encanta que los detalles te importen tan poco, pero a la vez... quiero que el día de nuestra boda sea un poco más especial que eso. Ya te me has aparecido en sueños vestida de blanco, ¿por qué no dejas que mi sueño se haga realidad? —dijo pretendiendo sonar apenado, besando su cuello para ayudarla a ceder.

—Si me lo pides así... —suspiró ella con una sonrisa, acariciando su mejilla con una mano—. Pero en serio, con el anillo ya te has pasado. No quiero que sea nada más allá que la que tuvieron Raph y Arlet —insistió asegurándose de que la miraba a los ojos.

—Está bien —respondió la tortuga antes de darle otro beso en los labios—. ¿Hablamos mañana con ellos? Por el jardín.

—Sí.

—Estupendo —sonrió Leonardo—. ¿Qué quieres de cenar? —preguntó levantándose del sofá para dirigirse a la cocina.

—Mientras no sean huevos... De repente los odio —dijo sorprendida. Leonardo se volvió hacia ella frunciendo el ceño—. Sí, es por el embarazo. También ocurre lo opuesto a los antojos —explicó acercándose para tomar asiento en uno de los taburetes.

—Bueno, mientras no empieces a verle el encanto a los peores platos de Mikey como le pasó a Arlet... —suspiró él ladeando la cabeza con incomodidad.

Ugh. No sé cómo pudo comerse eso —respondió sacudiendo la cabeza.

LEONARDO Y NAIARA FUERON AL APARTAMENTO DE ARLET PARA HABLAR CON ELLOS. Estaban sentados en el sofá con unas tazas de café o té mientras mantenían una expectante conversación porque, Raphael y Arlet estaban deseando que les dijesen de una vez lo que se supone que querían decirles.

De vez en cuando se echaban alguna que otra mirada, sabiendo que Leonardo se estaba yendo por las ramas o distrayéndose con algún otro tema a propósito.

Naiara se había preocupado de posar la mano derecha sobre la izquierda para ocultar el anillo, pero a ella también empezaba a parecerle redundante. Aprovechó que Leonardo compartió una mirada con ella para indicarle con un ladeo de cabeza y una pequeña sonrisa que fuese al grano.

Leonardo asintió lamiéndose los labios para contener una risilla entusiasta.

Fue ese el momento en el que Naiara les enseñó el anillo que su prometido le había puesto la noche anterior. Arlet se acercó con curiosidad, y se sentó en la mesa de café justo enfrente de su amiga para poder estudiar la joya.

―Felicidades, hermano ―sonrió Raphael alcanzando a darle una palmada en el hombro.

―Gracias.

―Y déjame adivinar... La casa ―dijo Arlet dirigiendo las manos a la cadera.

―Por favor ―pidió Leonardo.

Arlet rodó la vista con diversión, sabía que no iba a poder negarse, pero también le molestaba pensar que su casa del bosque fuera a ser el único lugar en el que celebrar todo lo que pasase en su peculiar familia. Esperaba que, en algún momento, alguien se hiciese con su propia casa también.

―¿Cuándo? ―preguntó Raphael arqueando una ceja.

―No sé, ¿la semana que viene? ―se cuestionó mirando a Naiara. Ella apretó los labios conteniendo una sonrisa y asintió.

Habían acordado no decir nada del embarazo hasta que pasasen un par de semanas más, pero sabía que a Naiara no le haría demasiada gracia que esa barriga se le notase a través del vestido. Todas las chicas quieren salir bien en su foto de boda, ¿verdad?

―De todas formas, queremos algo sencillo ―añadió Naiara buscando sostener la mano de Leonardo.

―Bueno... ―suspiró Arlet―. ¿Y a vosotros quién os va a casar?

―Esperábamos que tú ―respondió Leonardo tras compartir una breve y disimulada mirada con Naiara.

Arlet se le quedó mirando, pero antes de decir nada, quería estar segura de haber oído bien. Echó un vistazo a su marido para saber si él había escuchado lo mismo y, por la forma en la que la miraba, así era.

—¿Qué? —se cuestionó en una risa incrédula.

―Yo tengo una pregunta ―anunció Raphael después de dejar su taza de té en la mesa―. No tenemos que llevar pajarita, ¿verdad?

El día escogido para la boda fue el domingo, puesto que era cuando todos podían quedar sin problema. Si acaso, la que más complicado lo tenía últimamente era Kimani, el horario de urgencias era el más sacrificado en ocasiones.

Claro que, esa semana coincidió como la de descanso, por lo que pudo acompañar a Halley a comprarse un vestido para la ocasión. Lo habían llamado unicornio, porque era azul, pero brillaba de una manera que a veces y según la luz, parecía rosa. Tenía tirante fino y le quedaba por encima de las rodillas sin resultar ni largo ni corto.

Casey también había acompañado a Jessica a comprarse un vestido. Era rosa y aparentaba tener purpurina esparcida por toda la tela. Tenía escote de corazón y le quedaba por encima de los muslos.

El jueves por la noche, después de haber cenado y limpiado, los dos hermanos mayores junto con sus parejas y Gino. Arlet estaba sentada en la cocina pensando de qué manera casar a su cuñado y su amiga sin que resulte pesado o aburrido. De vez en cuando le pedía opinión a Raphael.

Naiara estaba en el jardín con Gino de la mano. Habían ido hasta el arco en que ella se iba a casar, intentando darle un poco de vida a esas bonitas flores blancas.

Cuando Leonardo quiso acercarse a saber qué le pasaba por la cabeza a su brujita, ella estaba acuclillada para poder estar a la altura de su sobrino. Había cogido un tulipán que apenas había florecido, lo colocó en las manos de Gino e hizo que creciese y se abriese.

Wow... ―suspiró el pequeño con fascinación. Miró la flor con una sonrisa, pero enseguida buscó ponérsela a su tía en el pelo.

―Gracias ―dijo ella con una gran sonrisa. Acarició la mejilla de Gino y le besó en la otra.

―¿Te lo estás pensando? ―preguntó Leonardo cuando estuvo lo suficientemente cerca. Naiara se enderezó estrechando a Gino contra su pecho.

―No. Es sólo que estoy deseando saber qué nos depara el futuro ―respondió ella en lo que la tortuguita volvía a alcanzar la flor de su pelo―. Pero supongo que para eso hay que vivir el presente.

―Ya... Se te ve emocionada ―sonrió el líder notando la manera en la que abrazaba al pequeño.

―Lo estoy. Nos ha llevado un año ―asintió Naiara―. ¿Se lo decimos el domingo? ―sugirió ladeando la cabeza.

―Dejémoslo para cuando volvamos ―dijo antes de acercarse a darle un beso en la mejilla―. Ahora... ¿y si nos vamos a la cama?

Mm... Buen intento intrépido líder, pero quiero hacer algo para ese día y no va a tener gracia si me ves en el proceso ―dijo con una sonrisilla traviesa―. Tú procura no llegar muy perjudicado de tu despedida de soltero.

―Lo intentaré ―respondió él con sorna, sabiendo ambos perfectamente que lo de emborracharse no era propio de él.

Leonardo cogió a Gino al ver que empezaba a resultar pesado para los finos brazos de Naiara. El pequeño comenzaba a quedarse dormido, convenía acostarle enseguida.

Raphael cogió a su hijo tan pronto como la pareja entró de nuevo en la casa. No mucho después, las tortugas se despidieron dejando a sus chicas un par de noches a solas con los últimos preparativos.

―Bueno... Ahora que se han ido ―anunció Arlet girándose hacia su amiga―. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Naiara suspiró profundamente después de haber inflado por completo sus mejillas, expulsando el aire lentamente. Negó con la cabeza.

―No.

―Oye, si no estás convencida... Es decir, lo entiendo porque viene a ser tu identidad, pero-

―No, sí que quiero ―la interrumpió con una sonrisa nerviosa―. Es que... no sé. Hace tanto tiempo... ―suspiró con nostalgia―. Vamos.

Arlet ladeó la cabeza con diversión, pero no dudó en seguir a su amiga hasta el piso de arriba.

*

El día había llegado, y Naiara se había retado a sí misma a no mirarse al espejo hasta el momento antes de casarse.

Suspiró profundamente estando sentada frente al espejo, ya vestida y habiendo permitido que Arlet la terminase de peinar. Ese cambio de look había sido idea suya, y le encantaba el resultado, pero ahora le daba pena haberlo hecho.

Resulta que había tomado la decisión de deshacer alguna rasta. Ahora el mechón de lo alto de su cabeza cubría casi por completo las rastas cuando llevaba el pelo suelto. No podía dejar de pasar los dedos entre tan sedoso y ondulado cabello, de vez en cuando tratando de imitar cómo quedaría llevando la coleta de nuevo para ver que, en ese caso, no habría demasiada diferencia.

Le parecía fascinante verse casi natural. Seguramente se animase a llevar el pelo suelto más a menudo.

Arlet ladeó la cabeza tras ella antes de darle un abrazo con la barbilla sobre su hombro.

―Eh, estás increíble ―le susurró antes de darle un beso en la mejilla.

―Sí, verás como a Leo se le cae la baba al verte ―apuntó Kimani desde la cama, terminando de plancharse el pelo, como cada vez que se presentaba una ocasión especial.

―Gracias, chicas ―murmuró con una sonrisa tomando la mano de Arlet―. Es sólo que hace tanto tiempo...

―Bueno, si no te convence, siempre te puedes volver a hacer las rastas ―dijo Halley encogiéndose de hombros. Estaba sentada en el centro de la cama, limpiando la cara de Gino después de haberle dado una chocolatina. Sí, al final le habían puesto la pajarita roja que le compró su abuela.

Las tortugas iban a llevar corbata por mero formalismo, pero no se iban a quitar la bandana, como dijo el padre de Arlet. En esta boda no estaban sujetos a ninguna norma.

Minutos después, April y Jessica cruzaron la puerta de la habitación saludando.

―¡Ay! ¡Le has puesto un tutú! ―gritó Halley sin poder contenerse, sobresaltando a Gino por un momento.

Efectivamente, Jessica le había puesto a Edith un vestidito rosa y gris cuya falda recordaba a un tutú. Estaba de lo más adorable, y claro, una vez Jessica le dijo que les enseñase el vestido, Edith no dudó en dar una torpe vuelta sobre sí misma.

―Pero qué mona, por favor ―dijo Kimani habiéndose levantado para verla bien.

Gino frunció el ceño y bajó de la cama señalando su pajarita, sabiendo que él también estaba de lo más elegante. Edith le dio un abrazo como saludo, puesto que lo que había aprendido a decir era básicamente: «papa», «mama», «no» e imitar los sonidos de algunos animales de la granja.

Al principio Gino dudó, pero le dio la mano cuando ella se separó de él.

―Sí, Gino. Tú también estás muy guapo ―asintió April con diversión.

Vamo bajo ―dijo señalando la puerta entreabierta. Empezó a caminar sin haber soltado la mano de Edith, quien de todas formas le iba a seguir.

―Eh, no puedes bajar las escaleras tú solo ―le advirtió Arlet―. Espera un poco.

Gino se volvió como si le hubiera ofendido, que iba a hacer tres años, por Dios. Pero no, caerse por las escaleras no era ninguna broma.

―Venga Naiara, ¿a ver el vestido? ―dijo Jessica con una sonrisa.

Las chicas ya sabían lo del peinado de Naiara antes incluso que Naiara porque, tan pronto como afloró su inseguridad, Arlet pasó una foto por el grupo de «Noche de chicas». Así la rubia podía escuchar ―narrado por Arlet― la opinión de sus amigas antes de verse en el espejo.

Naiara se levantó de la silla y se preocupó de que el vestido cayese de manera uniforme, sin arrugas ni nada. Era de un estilo boho o playero, muy apropiado para ella, la verdad, porque se notaba que era muy de su estilo.

Tenía tirantes finos y convergían en un escote en pico pronunciado, pero no exagerado. No se acoplaba necesariamente a su cuerpo, pero se veía que le estaba como un guante, por no mencionar que el encaje era maravilloso.

―Preciosa ―dijo April con una sonrisa.

―Chicas, los Mutanimales han llegado ―avisó Halley tras haberse asomado por la ventana.

―¡Pike! ―exclamó Gino, volviendo a intentar escabullirse con Edith.

―Gino ―intentó llamarle Arlet.

―Da igual, bajo yo con ellos ―dijo Jessica apresurándose a coger a su hija en brazos y tomar la mano de la tortuguita.

Arlet suspiró, pero no se iba a negar. Cogió la tarjeta que se había hecho para terminar de estudiar lo que se suponía que iba a decir durante la ceremonia, aunque daba por hecho que lo iba a acabar improvisando.

No mucho después, Raphael apareció dando un par de toques a la puerta.

―Creo que habéis tenido tiempo de sobra, señoritas ―anunció―. ¿Qué? ¿Empezamos?

―Por mí estupendo ―dijo Arlet saliendo rápidamente de la habitación. Las demás la siguieron con una sonrisa, dejando a la tortuga y la novia.

―¿Cómo estás? ―quiso saber él.

―Nerviosa y... como si se me hubieran pegado los pies al suelo ―admitió ella con una sonrisa inquieta, notando que le temblaban las manos.

―Pues se te ve más serena que a Leo ―sonrió Raphael―. Así que respira profundamente, y nos vamos ―dijo ofreciéndole el brazo. Naiara sonrió con un pequeño sonrojo, pero no dudó en sujetarse al brazo de Raphael para que le llevase ante su prometido.

*

Ocurrió rápido, pero a la vez despacio.

Naiara quiso olvidarse de sus invitados para estar concentrada en su futuro marido, y así estuvo durante toda la ceremonia. Sostuvieron las manos del otro, perdidos en sus ojos y escuchando vagamente lo que Arlet se había preparado. Sí, en algún momento tuvieron que reírse por alguna que otra broma.

—Puedes besar a la novia —sonrió Arlet juntando las manos en su regazo y dando por concluido su discursito.

Leonardo dirigió una de las manos a la mejilla de su preciosa mujer, para poder acariciarla dulcemente mientras la besaba como nunca antes. Al cerrar los ojos para disfrutar del beso, a Naiara se le escaparon ese par de lágrimas que había estado conteniendo durante toda la ceremonia.

Leonardo finalizó el beso dedicándole una sonrisa tierna, y secó esas lágrimas con los pulgares antes de besar su frente.

El resto del día no tenía mucho misterio.

Comieron, charlaron con un poco de vino y luego el café, bailaron hasta que atardeció... Y sólo quedaba su pequeña Luna de Miel.

Después de ayudar a recoger un poco y aprovechar a repartirse entre los invitados algunas sobras del cáterin, dejaron a la feliz pareja a solas en la casa del bosque.

Después de haberla ayudado a quitarse el vestido, Leonardo estaba sentado en la cama viendo cómo Naiara se cepillaba su ―ahora mayor― porcentaje de pelo no-rastado. Ella sonrió con incredulidad al poder verle a través del espejo.

―¿Qué? ―preguntó.

―Ya te lo he dicho, que estás preciosa ―dijo él encogiéndose de hombros, dando la respuesta por evidente.

Hum... El que al final hayas optado por la corbata tampoco estaba mal ―murmuró ella yendo hasta la cama para gatear hasta él. Leonardo la acogió entre los brazos y se recostó con ella sobre su caparazón, besándola y acariciando su mejilla.

―¿Y qué hay del peque? ―se interesó.

Pff, Déjate ―suspiró ella dejándose caer tumbada en su lado de la cama, llevándose una mano a la cabeza―. Llevaba todo el día rezando porque no me entrase ninguna náusea inexplicable.

Leonardo contuvo una risa y se recostó al lado de su mujer para poder pasar la mano por su vientre, incluso besándolo un par de veces.

―De todas formas, te ha hecho pasar un día especialmente sensible ―sonrió.

―Empieza a fastidiarme esto de llorar porque sí. O sea, que hoy habría llorado a ratos seguro, pero no tanto ―gimoteó con una gran sonrisa. Recordándolo era divertido, pero poco a poco notó cómo una nueva oleada de emoción la invadía.

―¿Otra vez? ―se cuestionó la tortuga, arqueando una ceja. Naiara asintió apretando los labios.

Leonardo no dudó en levantarse para acercarle a su mujer una caja de pañuelos. Luego se volvió a acostar para sostenerla entre sus brazos hasta que se quedaron dormidos.

Y estuvieron solos en la casa del bosque un par de semanas.

No se perdieron mucho, aunque... 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro