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YA ENTRADO MARZO, LEONARDO PARECÍA ESTAR A PUNTO DE SUBIRSE POR LAS PAREDES. Tras ayudar a sus versiones de sí mismos con Shredder y el Kraang, no le faltó tiempo para buscar alguna manera en la que entretenerse, e ideó un proyecto con Karai.
Hubo un pequeño conflicto de intereses en cuanto a la cooperación de los Utrom con la Fuerza de Protección de la Tierra. Alfil no tuvo ningún problema en reducir plantilla y evitar que los federales tratasen de conseguir más armamento del que serían capaces de controlar.
Así que, los Utrom reubicaron una base totalmente confidencial para los humanos, tal como los Kraang hicieron en principio. Salvo que, en este caso, los pocos y muy selectos humanos que trabajaban para ellos no vivían como tapadera.
El padre de Kimani fue uno de los pocos afortunados en continuar trabajando para ellos.
De esta manera, lo Utrom sólo cooperarían con los federales si fuese estrictamente necesario. Ni que decir tiene que los humanos que aún trabajaban para ellos tenían un nuevo y más minucioso contrato de confidencialidad.
Claro, Anthony podía comentar algunas cosas con Donatello y su hija puesto que habían sido participes de aquellos asuntos en el pasado. Donatello tenía también una tarjeta de acceso que le facilitaba la entrada a la base por determinadas puertas. Aunque no podía aparecer cuando le viniese en gana, lo suyo sería avisar a Alfil.
Entonces... ¿cómo pensó Leonardo que podrían utilizar lo ocurrido a su favor?
Simplemente le comentó a Karai una idea sobre una nueva base desde la que poder trabajar con la excusa de ser una compañía que velase por la seguridad de sus clientes, cuando en realidad lo que harían sería actuar como los ninjas de antes.
Sí, tenía bastante que ver con todo el asunto de que faltaban amenazas en la ciudad y se sentía bastante inútil. Necesitaba algo con lo que sentirse ocupado, aunque no fuese salir a patrullar todas y cada una de las noches esperando poder impedir un atraco o algo.
Fue un alivio que a Karai le encantase la idea. Después de todo, el proyecto no podría realizarse sin ella ni la impresionante suma que había heredado de Shredder.
Puede que resultase raro escucharlo después de cómo se acabaron enemistando. Al parecer, a Oroku Saki se le olvidó cambiar el beneficiario de su testamento cuando su peculiar situación familiar y su vendetta personal empezaron a entrelazarse haciendo que perdiese la cabeza.
Claro, era una gran ocasión para que Karai pudiese darle ese lavado de cara al Clan del Pie. No iba a negarse. Con ese proyecto, el Clan del Pie dejaba de ser un temible grupo criminal para convertirse en otro que lo evitaba.
Y ya que las bases Kraang habían quedado deshabilitadas y los Utrom se habían reubicado... ¿Por qué no aprovechar el edificio que fue propiedad del TCRI?
Por supuesto, quizás Leonardo tenía algo de prisa. O puede que estuviese entusiasmado con la idea, pero precisamente por eso pensó que lo mejor sería pedirle ayuda a los Utrom para arreglar el edificio. Es decir, ya habían visto la velocidad a la que los Kraang lo arreglaron después de que lo hiciesen volar por los aires. ¿Por qué no?
Alfil aceptó, básicamente porque le sería de ayuda para despistar a los federales. Así pensarían que su nueva base no se movería, sino que la estaban adecuando a nuevas necesidades, facilitando la mudanza de sus equipos.
Los hermanos de Leonardo también estaban emocionados con la idea, más que nada porque tendrían una planta para ellos solos que poder decorar a su antojo. Michelangelo, por ejemplo, no perdía el tiempo para enviarle de vez en cuando algún enlace a Karai para que supiera lo que tenía que haber en su planta. Consolas, sobre todo. Tampoco faltaba una pequeña cancha de baloncesto o una zona en la que poder hacer skate. Sí... Michelangelo quería tener su propia Fantasy Factory.
Resultaba un alivio ver el esqueleto del edificio y averiguar que era mucho más amplio de lo que parecía si se tiraban las paredes adecuadas, por no mencionar que los techos eran bastante altos.
Leonardo solía pasarse con los planos garabateados de sus hermanos para indicar a los Utrom que se ajustasen a ciertas peticiones. Unas más imposibles y alocadas que otras, pero empezó a perder los nervios cuando Karai decidió que no estaría mal tener alguna base más por ahí. En Japón, por ejemplo.
Naturalmente que las tortugas no podrían actuar allí ―por mucho que les hubiera gustado conocer el país del que procedía su padre―, pero para eso, Karai se preocupó de que, en Nueva York, no estuvieran a cargo de una sede más del Clan del Pie. Estarían en su propia Compañía Hamato.
La cuestión es que Karai desapareció rápidamente con la excusa de ir a Japón a encargarse de su propio edificio y reclutar a más ninjas, y ni siquiera le cogía el teléfono a Leonardo.
La tortuga caminaba de un lado a otro con cuidado de que no le diesen con alguna viga en la cabeza o pisase donde no debía, mirando el teléfono con rabia en ocasiones, maldiciendo a su hermana por su falta de compromiso.
Michelangelo pasó al cabo de un rato con Halley antes de llevarla a casa. Le había estado enseñando la que sería su planta y las geniales ideas que tenía para pasárselo bien. Aunque Halley tenía alguna aportación que le encantó, y quiso anotarla enseguida.
―Eh, Leo ―le llamó cuando salieron del ascensor, acercándose a él con su novia de la mano―. ¿Te quedan planos en blanco? Halley ha tenido una idea para una zona gaming ―explicó con emoción.
Leonardo suspiró con una pequeña sonrisa divertida y buscó una hoja en su carpeta, ahora con el logo que le habían pedido a Arlet que les diseñase. Resultaba bastante sencillo, pero era lo que le habían pedido. No resultaría muy procedente un logo con dibujos y garabatos cuando trataban de dar una imagen de empresa seria.
Al margen de lo que sus hermanos quisiesen hacer entre sus paredes.
―¿Y para cuando estaría todo esto funcionando? ―preguntó Halley después de dar una vuelta sobre sí misma, admirando la manera en la que se estaban preocupando de aislar bien las paredes.
―Pues espero que antes de acabar el año podamos habitar nuestra parte. O sea, los pisos superiores. Luego ya el resto de plantas quizás lleven más tiempo ―respondió él encogiéndose de hombros.
―Ya. ¿Mikey dice que va a ser como un hotel? ―se cuestionó ladeando la cabeza confusa.
―Es un poco más complicado que eso. Pero en esencia... sí ―respondió Leonardo después de zarandear la cabeza de izquierda a derecha, no habiendo encontrado un ejemplo mejor.
Halley asintió conforme con la explicación. Claro que, a ella se lo hubiera contado todo Michelangelo, lo que quería decir que había oído una versión más mediocremente fantasiosa y sin sentido.
La parte del hotel parecía no tener ni pies ni cabeza, y probablemente en el inicio de la compañía no lo fuera a tener, pero se le iba a dar uso a esas habitaciones.
Sencillamente consideraron la posibilidad de tener que proteger a alguna persona o familia. Sería un servicio adicional que constaba de un alojamiento cómodo y seguridad las veinticuatro horas.
Por ejemplo, la planta más alta acabaría perteneciendo a Donatello puesto a que estaba acondicionada especialmente para los experimentos Kraang que se llevaron a cabo allí. Y él estaba más que contento de tener un laboratorio en el que entrase luz natural y pudiendo mirar por la ventana de vez en cuando.
Y en descenso, Donatello tendría otra planta en la que tener una segunda vivienda. Luego Leonardo, Raphael y Michelangelo.
También pensaron en ofrecer algún piso para que lo habiten los Mutanimales, pero ellos prefirieron cubrir la zona de Bronx, tal como hasta el momento. Tampoco por eso iban a dejar de reservar esas plantas para ellos, por si acaso.
Tal como hicieron los Kraang para evitar que ninguno de los humanos que trabajaban en el TCRI accediesen a los pisos superiores, pensaron en fabricar unas tarjetas que permitiesen el paso a un grupo extremadamente selecto.
Es decir, querían continuar protegiendo a la gente, pero seguían siendo tortugas mutantes, no podían dejarse ver a la ligera.
―¡Mira! ―exclamó Michelangelo poniendo su nueva hoja garabateada delante de la cara de su hermano, sacándole de su nuevo trance―. Y tiene que estar insonorizado. Sabes que grito demasiado con algunos juegos.
―Descuida. La mayor parte del edificio estará insonorizado ―resopló Leonardo rodando la vista. Cogió la hoja y la guardó en la carpeta.
―Bien, bien. Qué ganas ―celebró llevándose las manos a la cara, volviéndose hacia su novia con una sonrisa entusiasta.
Leonardo estuvo dando una vuelta por las instalaciones durante un rato explicando su idea como realmente era, no sólo lo divertido que sería tener una vivienda propia que decorar de cero.
Tuvieron que irse enseguida debido a que Alfil tenía que atender a las sugerencias de algunos arquitectos con respecto a las redistribuciones de algunas habitaciones.
Michelangelo llevó a Halley a casa, puede que aprovechando algún rato más a solas. Leonardo quedó con comentar alguna cosilla sobre las nuevas instalaciones con Donatello, pero no tardó demasiado en ir a casa de Naiara a pasar la noche.
La tetería ya estaba cerrada, pero para cuando ella terminó de limpiar alguna mesa y subió a la vivienda, él estaba dando vueltas por el salón con el teléfono en la mano.
―¿No te responde? ―suspiró rodando la vista, con una pequeña sonrisa de comprensión. Se quitó el delantal que usaba en el trabajo y lo colgó en el perchero que tenía en la entrada.
―No lo entiendo. Vale que quiera limpiar al Pie, pero no puede dejarme tirado de esta manera ―bufó la tortuga volviéndose a la vez que pellizcaba el espacio entre sus ojos―. Una explicación. Sólo pido eso.
―Tranquilo. Le habrá surgido algo ―dijo Naiara acercándose para colocar las manos en sus hombros y masajearle delicadamente―. Quizá deberías tomarte esto con más calma.
―¿Por qué? Tú no paraste hasta que la tetería estuvo operativa ―suspiró cerrando los ojos, complacido por el improvisado masaje que su novia le estaba dando.
―Ya, pero es distinto.
―¿Porque soy una tortuga? ―preguntó abriendo un ojo, arqueando la ceja.
―Porque es un rascacielos que vais a reestructurar por completo ―respondió Naiara inclinando la cabeza con una mirada de poca sorpresa―. Además, vais a crear una empresa de cero. Tómate un tiempo para pensártelo todo bien, se supone que seguís sin poder dejaros ver ―insistió.
No podía negarlo. Lo cierto es que no se le había ocurrido pensar que necesitarían empleados más allá del mantenimiento del edificio. Resultaba extraño pensar que no bastaba con él y sus hermanos.
―Eres la voz de la razón, brujita ―admitió él con una pequeña sonrisa―. Pero sigo mosqueado ―resopló volviendo a mirar al teléfono.
―Pues olvídalo. Piensa que estás de vacaciones.
―Te lo agradezco, pero sabes que eso de tomarse un descanso... no va mucho conmigo. Yo necesito algo con lo que mantenerme ocupado. Necesito una rutina ―concluyó encogiéndose de hombros.
―Te entiendo. Pero deberías pensarte bien eso de tomarte unos días para ti ―sugirió ella encogiéndose de hombros―. ¿Cuándo fue la última vez que intentaste alcanzar el Nirvana?
Leonardo se lamió los labios esforzándose por contener una risa. Asintió conforme, volviéndose para mirar a Naiara.
―Vale. Tú ganas. Y ya que estamos... tú también trabajas demasiado ―dijo señalándola con una deja arqueada.
―¿Y qué le hago? Arlet y Kim se rifan el turno de tarde, si acaso, pero el de la mañana es sólo mío. O lo será hasta las vacaciones ―suspiró cansada.
―Supongo que los dos estamos un poco al límite ―admitió Leonardo ladeando la cabeza con incomodidad, rascándose la nuca.
―Puede... Emm, ¿has cenado? ―preguntó dirigiéndose hacia la cocina.
―No, pero tampoco tengo demasiada hambre.
―Pues nos acabamos las sobras del mediodía ―anunció ella sacando un par de tuppers de la nevera en lo que Leonardo buscaba los cubiertos.
Disfrutaron de una cena tranquila en la que Leonardo le preguntó por alguna sugerencia a su novia a la hora de plantear la que sería su segunda base. Oh, y puede que le haya dejado caer que tendría un invernadero más allí. Casi parecía una competición por quien iba a tener el espacio más verde y más mágicamente encantador.
* * *
A la mañana siguiente, Leonardo se despertó por sentir repentinamente cómo su colchón descendía ligeramente junto a su caparazón al haber saltado Naiara a su lado. No acabó por abrir los ojos, así que ella no tardó en despertarle dándole toques en los brazos.
―Leo. Leo, despierta ―decía ella con una sonrisa en la cara.
―¿Qué pasa? ―preguntó Leonardo interponiendo un brazo entre su cara y la luz encendida.
―He llamado a Arlet y, nos vamos a la casa del bosque lo que queda de semana. Tú y yo ―susurró apartando su mano para poder mirarle a los ojos, acercándose lo suficiente como para rozar la nariz. No tardó en terminar de cerrar el poco espacio que los separaba con un beso.
―¿Y eso? ―se cuestionó él con una sonrisa.
―Ya te lo dije, necesitamos unas vacaciones. Mejor si estamos en medio del bosque, ¿no?
―Eres la mejor.
―Lo sé. Ahora levántate, hay que adelantarse al tráfico ―insistió levantándose a toda prisa para entrar al baño.
Leonardo la siguió con la mirada y una sonrisa incrédula, pero no podía negarse. Sabía que Naiara no hacía otra cosa que preocuparse por él y apartar su mente del veneno que era su necesidad de tenerlo todo hilado. No es que fuese del todo malo, pero le costaba aceptar que algunas cosas escapaban a su control.
Es posible que Naiara hubiese estado recapacitando bastante antes de poder dormirse por fin.
Quizá creyó que necesitasen algo nuevo, algo que se saliese de lo que ya conocían. Sentía como si estuviesen demasiado cómodos y de alguna manera se estuviesen distanciarnos al estar tan absorbidos por su trabajo o proyectos.
Puede que empezar por una semana solos en la casa de Raphael y Arlet no estuviese mal para empezar.
Disfrutaron bastante de la compañía del otro, especialmente cuando decidieron apagar los teléfonos porque Leonardo seguía pendiente de que Karai le diese alguna señal de vida.
Para qué mentir, fue bastante agradable y una nueva ocasión de entrar en contacto con la naturaleza ―y desnudos mejor aún.
Aunque hubo una noche en la que a Naiara casi le da un infarto cuando se topó con unos mapaches al sacar la basura. En serio, detrás de ese arbusto podría haber cualquier cosa. Qué susto.
Claro, Leonardo salió corriendo cuando la escuchó gritar, pero en cuanto vieron de qué se trataba realmente fueron risas en los brazos del otro.
Fue extraño como los pensamientos de Naiara sobre ese "algo nuevo" que buscaba, le llevaron a una nueva idea la última noche que estuvieron en el bosque.
Como todas las noches, iba al baño para cepillarse los dientes y demás antes de acostarse. En esa pequeña rutina cambió algo.
Después de adecentar un poco su recientemente liberadas rastas, se miró en el espejo de reojo, ladeando la cabeza como si mantuviese una conversación con una nueva versión de sí misma.
Acabó por deshacerse de las píldoras.
Por una parte, creyó que debería contárselo a Leonardo y conocer su opinión. Es decir, debería saber lo que él pensaría de su ―quizás muy precipitada― decisión, pero a la vez pensó que sería una buena sorpresa.
Aun así, seguían teniendo veintidós y veintiún años, ¿no?
No debió de pensar demasiado en eso. Seguramente se hubiera centrado más en que otros dos miembros del grupo ya tenían su propia familia.
Sonrió ilusionada después de ver el estuche de sus píldoras vacío, y salió del baño para disfrutar una noche más a solas con su novio.
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DESPUÉS DE UNAS SEMANAS, LEONARDO CONTINUABA CENTRADO EN EL EDIFICIO, aunque dejó de preocuparle la aparente apatía de su hermana al respecto. Puede que simplemente le hubiese robado la idea y sólo le interesase su propio clan.
En cierto modo podía entenderlo, pero se sentía dejado de lado.
Le encantaba que sus hermanos continuasen paseándose por el edificio con ideas nuevas e ilusión, pero él sólo iba por rutina. Pero para él era como si se hubiese convertido en un humano más con un trabajo que odiaba.
Alfil les había citado esa mañana para una reunión a la que no podían faltar. Se dirigían a la única planta que habían acabado, una que iban a destinar casi exclusivamente a reuniones.
Por supuesto, habían creado un acceso secreto para poder entrar en el edificio por la alcantarilla. Una planta secreta más a la que poder descender únicamente con la tarjeta de personal, más apropiado para su naturaleza de mutantes.
Fue extraño salir del ascensor y poder intuir por las grandes cristaleras que separaban las oficinas que no había nadie. Abrieron la puerta por la que se accedía a la sala principal, esa con una gran mesa negra y ovalada que se supone que usarían para tratar los temas de la compañía.
―¿Dónde está Alfil? ―se cuestionó Donatello mirando la hora en su T-phone―. Dijo que fuésemos puntuales.
―Venga ya ―bufó Raphael―. Tengo que ir a buscar a Gino antes de las 10:00.
―¿Con quién le has dejado? ―se interesó Michelangelo mientras tomaban asiento de dos en dos. Él se sentó junto a Donatello, justo enfrente de Raphael.
―Con Jessica. Pero se irán luego a casa del padre de Casey ―respondió rodando la vista―. ¿Qué te dijo Alfil, Leo? ―preguntó siguiéndole con la vista.
―Que no había opción a negarse ―suspiró dejando la carpeta de los planos sobre la mesa, sentándose al lado de Raphael.
Los chicos no tuvieron que esperar demasiado para saber lo que pasaba realmente. Sí, les había citado Alfil, pero en nombre de otra persona.
El ascensor anunció con un pitido que alguien se detenía en la planta en la que estaban y, al abrirse las puertas, salió una joven de pelo castaño claro y ondulado con paso decidido.
Llevaba una camiseta de manga larga gris oscuro con el escote en pico, unos vaqueros rotos en las rodillas y un chaleco beige con capucha que recordaba a la lana de las ovejas. Iba acompañada también del sonido de sus botines marrones de tacón, con los que alcanzaba el 1,83.
―Muy bien, hablemos de negocios ―suspiró habiendo ignorado por completo las miradas de las cuatro tortugas anonadadas.
―Perdón, ¿tú eres...? ―se cuestionó Leonardo frunciendo el ceño.
―Soy Logan, y vengo de parte de Karai. La señorita tiene asuntos que atender en Japón. Oh, ¿te ha dicho que quiere otra base en Hong Kong? Pues claro que no ―apuntó arqueando las cejas con poca sorpresa, tomando asiento frente a ellos y abriendo el portátil―. A ver, ¿qué tenéis por ahora?
―Emm... ―murmuró Donatello compartiendo una mirada con sus hermanos, aún extrañado―. Por el momento nos estamos centrando en la estructura.
―¿Y ya está? ―se cuestionó ella encogiéndose de hombros―. ¿Ni personal? ¿Pensáis atender a todos y cada uno de vuestros clientes cara a cara?
―Eh, relájate ―advirtió Raphael extendiendo una mano sobre la mesa en dirección a la mujer.
Logan le aguantó una mirada desafiante a la tortuga de rojo, pero suspiró profundamente para evitar lanzarle por encima de la mesa. Se dirigió hacia Leonado.
―Entiendo que tengáis a los Utrom aquí al lado, pero dudo que queráis que vuestros empleados sean robots idénticos. Entonces... Karai ha estado reclutando más ninjas, y los están adiestrando. Pero no os enviarán ningún grupo sin tener el edificio operativo ―añadió recostándose en la silla.
―Y ya que vienes de su parte, ¿se puede saber por qué no me coge ni el teléfono? ―preguntó Leonardo.
―No es asunto mío ―respondió ella forzando una sonrisa―. Oye, he accedido a mediar por ella como favor, porque me pilla de paso, pero no tengo ningún problema en dejarlo todo en tus manos. Seguro que tenéis contactos de sobra.
Todos mantuvieron silencio durante cerca de un minuto. Logan miraba con detenimiento a Leonardo, tratando de retarle a rechazar su ayuda pese a que no podrían hacer gran cosa sin ella. Los demás se miraban entre ellos, cuestionándose toda la situación.
―Está bien ―asintió Leonardo.
Logan forzó una sonrisilla satisfecha y le extendió la mano. Así se ofreció a dejar de lado las actitudes chulescas para tratarse únicamente con el respeto que los compañeros de trabajo se merecían.
―Vale... ―suspiró Logan―. Hablemos de lo que de verdad hace falta para que todo esto empiece cuanto antes. Lo siento, pero a lo mejor hay que dejar un poquito de lado los intereses personales.
*
Leonardo odiaba admitirlo, pero era cierto que, con Logan presente para dirigir, las cosas parecían tomar forma un poco más rápido.
Dejaron un poco de lado todas las peticiones personales para con la residencia de las tortugas. Sólo hicieron lo que correspondería a una pequeña vivienda; habitación, baños, cocina... Lo del gimnasio, zona gaming y demás actividades de ocio las dejarían para más adelante.
Además, el gimnasio, por ejemplo, ya tenía su propia zona común en una de las plantas inferiores para que los supuestos residentes tuvieran algo que hacer también. Que eran clientes, no prisioneros, algo tendrían que hacer.
Quizás Leonardo fue demasiado permisivo atendiendo a las alocadas peticiones de sus hermanos. A él también le hacía ilusión, después de todo, iba a tener dos plantas para, en la superior tener un pequeño invernadero y, que el techo de su habitación pudiese abrirse como una persiana para poder tener unas preciosas vistas verdes.
Estaba seguro de que a Naiara le encantaría ver eso.
El laboratorio de la última planta puede que necesitase de más tiempo y dedicación, pero si no estaba listo en un par de meses, Logan se iba a empeñar en dejar lo que quedase ahí para el final. Ella veía más importante que acabasen las zonas comunes lo primero, luego, después de la parte de la vivienda de las tortugas, ponerse con las habitaciones de los residentes.
Serían como apartamentos pequeños, igual que lo que tenían las tortugas por el momento. La única diferencia, es que habría varios apartamentos de esos en cada planta.
De todas formas, Logan tenía asuntos propios de los que encargarse y no podía estar siempre en Nueva York. Por lo general iba mucho a Brasil, India por su trabajo, y a Japón y Hong Kong para comparar notas con Karai.
Es posible que en cuanto Logan faltase, Michelangelo se comportase como un niño pequeño y fuese corriendo para ver si Alfil podía proporcionarle alguna de sus demandas antes de que ella volviese.
A Alfil le daba igual echarle una mano a las tortugas para que se sintiesen más cómodos en el edificio en el que anteriormente estaban sus enemigos, pero tampoco le apetecía enfrentarse a Logan. La había investigado un poco, y desde luego que no era ninguna secretaria, aunque Raphael dijese eso cuando se quejaba de cómo había tomado el mando.
* * *
A finales de junio, April y Kimani por fin se habían graduado, pero no fue aquel día el más relevante del mes. No, fue al día siguiente.
Esa tarde estaban todos en la guarida, pasando el rato como cualquier jueves en el que daban comienzo las vacaciones. Incluso con alguna copa para brindar por las notas de sus amigas y que las dos tenían la oportunidad de empezar a trabajar la semana siguiente.
Probablemente Kimani no tuviera demasiado que hacer en el hospital puesto a que no tenía experiencia. April iba a trabajar ni más ni menos que como becaria en el Canal 6, aunque ya se temía que la pobre iba a empezar como la chica de los cafés.
Un rato después, se dividieron para pasar el rato en grupos más pequeños.
Donatello estaba en el laboratorio con Kimani tratando de hacer una lista de materiales que podría necesitar para su nuevo centro de operaciones ahora que no iba a tener que conformarse con la chatarra que podría reutilizar del vertedero militar.
Estaban bastante centrados hablando de sus proyectos para el verano, ya al margen de estar con la cara pegada al ordenador, cuando el líder de los Mutanimales irrumpió por la puerta del garaje sobresaltándolos.
—Dios —siseó Kimani llevándose una mano al pecho. Desplazó el peso de su cuerpo a ambas piernas, enderezándose y dando un paso al frente para inclinarse hacia adelante sobrecogida.
—¿Slash? Qué susto —dijo Donatello echando un vistazo a la pantalla de su ordenador.
Era raro que su dispositivo de seguridad por proximidad no le hubiese avisado de que alguien se acercaba. Sí, los Mutanimales tenían un reconocimiento para que no se advirtiese de su llegada como si se tratase de enemigos, pero estaba bien saber cuándo iban a tener visita.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Kimani recuperando sus latidos habituales, viendo cómo la gran tortuga se acercaba alterada a ellos.
—Es Zilla. Me llamó para que viniese aquí, y sonaba... herida —soltó jadeando. De seguro había venido corriendo; Leatherhead y Rockwell aparecieron instantes después, y por sus caras les debía de haber costado seguir el ritmo de su líder.
—Vale y... ¿te dijo lo que le había pasado? ¿O dónde estaba? —preguntó Donatello levantándose de su silla y rodeando el escritorio para situarse junto a su novia.
—No, pero-
—Emm... ¿Chicos? —anunció Leonardo asomándose por la puerta del laboratorio. Mantuvieron silencio mientras la silueta de la iguana se iba aclarando tras la tortuga de azul.
La cara de Slash al ver que se había presentado abrazando a un huevo del tamaño de su cabeza era un verdadero poema. Se quedó sin palabras y sin aire.
—Sorpresa —suspiró ella encogiéndose de hombros, con una incómoda sonrisa inocente.
*
Donatello, Kimani y Rockwell no tardaron en comprobar el estado del huevo en el laboratorio. No es que pudiesen hacer gran cosa puesto a que nunca habían visto nada parecido.
Lo único que pudieron sacar en claro, es que, con un estetoscopio, podían escuchar un latido.
Tan pronto como Godzilla volvió a tener el huevo entre sus garras, pegó la mejilla en la superficie para comprobar si era cierto. No pudo ocultar la sonrisa cuando escuchó los latidos de su pequeño.
—¿Y...? ¿Qué ha pasado? —se cuestionó Slash al cabo de un rato—. Esta mañana estabas bien.
—Oh, ya. Te cuento —anunció.
Godzilla se sentía extraña últimamente, aunque lo más seguro es que estuviese aburrida. Sobre todo, desde que los Mutanimales empezasen a cooperar con las tortugas en su nuevo proyecto. Como no sabía qué más hacer para entretenerse en lo que Slash y el resto de los Mutanimales entrenaban, se dejó llevar por el viento.
Era consciente de que no podía salir sin más a la calle porque los humanos no podían verla. Tampoco le preocupaba mucho, no sentía la necesidad de tomar el sol en una azotea como otras veces, esta vez le apetecía un ambiente algo más fresco y húmedo.
¿Y qué mejor que las alcantarillas?
No le preocupaba que fuese aún de día, había una entrada a la alcantarilla justo detrás de la nave en la que se ocultaban.
A lo mejor debería haber dejado una nota, pensaba mientras descendía por los conductos de alcantarillado a cuatro patas. Recordaba la última vez que salió de esa manera, Slash la estuvo esperando en su habitación para reprenderla como a una adolescente rebelde.
En cierto modo le pareció divertido, e incluso quería repetirlo por ver cómo podría castigarla. ¿Se volvería un juego sexual? ¿Adoptarían roles o papeles que interpretar? Quizás les proporcionaba una chispa de pasión adicional.
O puede que no hiciese falta.
Se detuvo en un túnel porque le pareció fresco y agradable, perfecto para echarse una siesta.
No supo cuánto tiempo había pasado, pero se despertó con la sensación de que le habían dado una patada bajo las costillas.
Se enderezó mirando en todas las direcciones ligeramente atemorizada, esperando que lo poco que había entrenado le bastase para con el intruso que la había despertado.
Vio una sombra, pero nada más, por lo que lo dejó pasar pensando que había sido producto de su imaginación.
Quiso volver a recostarse, pero esa desagradable sensación la golpeó de nuevo. Esta vez sabía que no había nadie con ella, cosa que la asustó un poco. ¿Estaría enferma? ¿Sería algo grave?
Poco a poco esos dolores aumentaron hasta el punto que comenzó a retorcerse en el suelo, rodando sobre su hombro y su espalda, sin saber cómo colocarse para aliviarse. No supo cómo, pero encontrándose arrodillada con las palmas de las manos en el suelo.
Cuando esas contracciones espontáneas acabaron —cerca de una hora después—, miró hacia atrás y distinguió algo blanco bajo su cola. Era grande y, por un momento le pareció que algo se movía en su interior. Se volvió casi contorsionando su cuerpo hacia un lado y vio de qué se trataba.
Era un huevo.
—Ay, por mi cresta... —suspiró incorporándose sobre sus rodillas, pasando una mano por su frente para librarse de algo del sudor.
Lo cogió para asegurarse de que no era una falsa alarma, que no estaba vacío, pero su peso era considerable. Debía de pesar unos diez kilos.
Puede que mucho para un bebé en desarrollo, pero había que tener en cuenta que sus padres no eran precisamente pequeños y que el líquido en el que estaría flotando tenía peso propio.
Aún jadeando, alcanzó el teléfono de su cinturón y llamó a Slash.
—Emm... Estoy en la alcantarilla y... me ha pasado algo. Te veo en la guarida de las tortugas.
—Y eso... —suspiró la iguana encogiéndose de hombros, palpando el huevo de entre sus manos con los dedos índices.
—Vaya guardería que se va a acabar montando aquí abajo —le murmuró Arlet a Raphael por lo bajo, aprovechando para señalar con el mentón a Casey con su hija en el regazo, meciéndola delicadamente con las piernas.
Edith iba a hacer seis meses, pero aún no acertaba a sentarse sin perder el equilibrio, por lo que aún dependía de unos brazos que la sostuviesen. Gino estuvo un rato tomando su mano para ver si podía jugar con ella, pero no tardó demasiado en darse cuenta de que no podía hacer gran cosa.
El pequeño se volvió y se acercó a Godzilla.
—Pota —dijo tocando el huevo con el dedo índice, mirando de reojo a la iguana. Seguramente pidiendo permiso para jugar.
—Emm, no. No es una pelota —sonrió de una manera un tanto nerviosa a la vez que volvía a mirar al huevo. Quizás es porque a esas alturas, le sorprendía no acabar de creérselo.
Slash sí que estaba anonadado. Pese a estar sentado al lado de la iguana, se veía que mantenía mil y una conversaciones con su propia mente. Por la manera en la que estaba inclinado hacia adelante con los codos sobre las rodillas y la barbilla sobre las manos, se veía que estaba completamente ausente.
—Está bien... —suspiró la gran tortuga—. ¿Y cuándo va a eclosionar?
—Hum... —murmuró Donatello llevándose un dedo a la barbilla—. No te sabría decir de fijo. Entre dos o tres meses. Podemos revisarlo periódicamente para estar más seguros.
—Pero no tiene que quedarse aquí, ¿no? —se cuestionó Godzilla abrazando su huevo de manera protectora.
Los presentes se miraron entre ellos ligeramente asombrados por su pronta y exaltada respuesta. Por otro lado, no podían culparla, se trataba de su bebé.
—Yo puedo encargarme de las constantes —intervino Rockwell encogiéndose de hombros, con una voz amable—. Así no hay que mover el huevo.
—Genial. Pues vamos, tengo que hacer un nido ya —anunció Godzilla poniéndose en pie, encaminándose a la salida.
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