113. Se buscan
A MICHELANGELO NO LE DIO TIEMPO DE PENSARSE DEMASIADO LO DE LA CHICA. Al cabo de una semana, tanto él como sus hermanos empezaban a aburrirse y echar de menos las amenazas del Clan del Pie y los Kraang.
Un día, esforzándose por no sucumbir a la pereza y agotamiento mental, Donatello comentó que había recogido lecturas de una energía extraña en el Lower East Side. Leonardo no necesitaba escucharlo dos veces para decidir que debían patrullar eso, aunque resultase ser una bobada.
Necesitaban salir, sentir que la ciudad tenía más peligros que ofrecer para que se ocupasen de ello.
Es posible que Leonardo fuese a quien más le afectase todo eso de que la ciudad ya no les necesitase. Especialmente ahora que Naiara estaba demasiado ocupada con el lavado de cara de la tetería.
Michelangelo parecía haber conseguido despreocuparse un poco mientras patrullaba, pero al poco tiempo descubrió que sus dobles de otra dimensión siendo apaleados por Bebop y Rocksteady.
Enseguida llamó a sus hermanos para contárselo todo, y fueron a averiguar qué era lo que estaba ocurriendo y si tenía alguna relación con las lecturas que Donatello había captado.
*
El entrenamiento de las otras tortugas no resultó ser otra cosa que decepcionante, pero poco importó cuando Karai llamó a Leonardo después de haberse topado con el cerdo y el rinoceronte. Estuvieran cualificados o no, debían irse todos al muelle para ver qué tramaban.
April y Casey no fueron los únicos en sorprenderse al ver a los bobalicones de ojos saltones, Karai se sorprendió lo justo como para caerse de culo. Claro que, más sorprendente aún fue ver a Shredder.
Casey resulto herido en la pelea, y April le acompañó al hospital después de entender que no podría continuar con la misión. Llamó a Jessica antes de irse, merecía saber lo que le había ocurrido a su marido esa noche de aventuras.
Cuando Jessica llegó, Casey ya estaba en una habitación individual esperando por la opinión del doctor.
Ya que su vientre había crecido lo suficiente, había creído conveniente un pequeño cambio de look temporal. Ahora llevaba un jersey rosa que le llegaba hasta los muslos y unos leggings negros. También había dejado de lado sus botines con tacón, reemplazándolos por unos botines planos igualmente marrones.
―Hola, ángel ―sonrió él con inocencia al verla entrar. Jessica ladeó la cabeza sin saber qué pensar, rodando la vista con cansancio.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó aproximándose hasta poder sentarse en el borde de la cama, pasando una mano por su pelo para apartárselo de la cara.
―Sólo un par de costillas rotas, nada de lo que preocuparse ―aseguró tomando su mano para besarla y tranquilizarla.
―¿Nada? Casey, ya hemos hablado de esto. No es momento de actuar como adolescentes alocados ―suspiró ella―. Escucha, no es que no quiera que te diviertas con tus amigos. Pero no puedo estar temiendo que me llamen para decir que estás en el hospital. ¿Y si hubiera sido más grave?
―Shh... ―la chistó―. Te lo dije, no te vas a librar de mí tan fácilmente. Así todo, me esperan unas semanitas de recuperación. Cuidarás de mí, verdad ¿ángel?
―Le preguntaré a tu hermana por los cuentos que tengo que leerte ―sonrió ella asintiendo―. Pero sólo si te portas bien ―añadió.
―Está bien, está bien ―suspiró Casey rodando la vista―. Guardaré reposo y, tendré más cuidado cuando salga con los chicos. Vosotras dos sois mi prioridad ―afirmó llevando la otra mano sobre el vientre de su mujer.
―Gracias ―susurró Jessica inclinándose para besar su frente―. ¿Cuándo viene el doctor? ―se interesó echando un vistazo hacia la puerta.
―Dijo que no tardaría mucho ―respondió él.
Un par de horas después, le darían el alta y le permitirían irse a casa. Para entonces, Priscilla ya estaba allí habiendo llevado consigo unos cuantos libros que le leyó a su hermano cuando tuvo cierto accidente de parkour.
La habitación de Edith estaba casi acabada para entonces, pero no había ni cuna ni mucho menos cama. De todas formas, la joven se acomodó en el sofá con una cálida manta, empeñándose en quedarse con ellos en esa noche de locos. Sí, para el padre y la hermana del vigilante, no sería ninguna sorpresa que se trataría de una niña.
*
En cuanto a los demás, una vez iniciaron la búsqueda del Tecnódromo, Donatello avisó con antelación de que iba a desplegar el sistema de seguridad de la tetería para evitar una nueva llamada de insatisfacción por parte de las chicas ―Kimani―.
Ya se habían hecho a la idea de lo que Kraang y Shredder pretendían, y no dudaron en tomar las debidas precauciones para con su familia.
En mitad de la pelea, Mondo llamó a Michelangelo para avisarle de que Bebop y Rocksteady estaban atacando el edificio del TCRI en busca de cristales Kraang. Slash no tardó en mandar a Godzilla fuera de la zona de combate, y ella aprovechó para avisar a los soldados para que les echasen una mano.
Godzilla bajó con las tortugas y April a la guarida, para ponerse a cubierto antes del intento de invasión. Leonardo le pidió a su hermano que abriese la tetería para que las chicas hiciesen lo mismo. No se perdonaría un daño colateral en el que alguna de ellas resultase herida.
Al llegar por fin, es posible que les chocase tener que ver doble. Se quedaron petrificadas al encontrarse con cuatro pares de ojos curiosos que se cuestionaban quienes eran, y... ellos se sorprendieron, sobre todo, de que uno de sus dobles haya tenido un hijo ya.
Hasta Danger ladeó la cabeza confundido.
Gino frunció el ceño, pero no tardó en abrazarse a la pierna de Arlet para esconderse de los extraños. Zigzagueó con la mirada hasta que localizó a Raphael, y se encaminó con pasos torpes hasta él llamándole con los brazos extendidos.
―Tranquilo, que no te van a hacer nada ―se rio Raphael al ver la exagerada reacción de su pequeño, cogiéndole.
―¿Seguro? Con esos ojos saltones parecen los animatrónicos de unos recreativos chungos de los 80 ―murmuró Arlet ladeando la cabeza con una mueca. Naiara la miró ligeramente escandalizada por la afirmación, pero Kimani se llevó la mano a la boca con disimulo para evitar reírse.
―Encantado de conocerte también ―bufó el Leonardo de la segunda dimensión, rodando la vista antes de volver a centrarse en la nueva versión de Héroes del Espacio de la que estaba disfrutando. O más o menos.
―¿Y por qué estáis tan manchadas de pintura? ―se cuestionó Michelangelo con la boca llena de pizza.
Era cierto. Al igual que cada vez que iban a la tetería, llevaban ropa vieja que no les importase ensuciar puesto que iban a ayudar a Naiara a limpiar. En esta ocasión, estaban todas con salpicaduras de pintura blanca aquí y allá.
―A Gino le pareció divertido coger una brocha y sacudirla ―explicó Naiara―. Luego nos perseguía para darnos con ella.
―Pero si no está sucio ―dijo Raphael echándole un vistazo al niño desde distintos ángulos.
―Claro, porque me tuve que cabrear y le di un baño ―soltó Arlet cruzándose de brazos―. Entonces ya se sentó con Danger, calladito y sin molestar.
―En fin ―dijo Kimani recomponiéndose, aún con una sonrisa―. ¿Por qué se supone que tenemos que escondernos aquí abajo?
Las tortugas se lo explicaron todo, aunque mostraron especial interés en que permaneciesen en la guarida hasta que pasase todo. Si se habían traído un Tecnódromo que se movía bajo tierra, podría provocar derrumbamientos en la ciudad. Sólo faltaba que estuvieran en el apartamento para que se viniese abajo por la erosión.
―¿Perdón? Alejad esa cosa de mi casa ―exclamó Arlet al escucharlo―. Ay, menos mal que te traje conmigo ―suspiró arrodillándose junto al perro para abrazarle y acariciar su cabeza. Danger meció la cola complacido, y le devolvió el favor con un par de lametones en la mejilla.
Naiara rodó la vista con diversión, pero prefirió irse a la habitación de su novio porque sabía que había dejado ropa de recambio para ocasiones en las que se quedaba a dormir. Leonardo la siguió cuando vio que se alejaba, y la alcanzó justo para ser él quien cerraba la puerta una vez dentro.
―¿Qué pasa? ―quiso saber ella, frunciendo ligeramente el ceño.
―Nada, es sólo que no me has dicho cómo va tu nuevo hogar.
―Dudo que me vaya a mudar mañana si es lo que preguntas. Pero espero que para el mes que viene sí ―añadió con una sonrisa llena de emoción―. ¿No es genial? La verdad es que echaba de menos tener algo de privacidad ―dijo dirigiéndose al armario.
―Es estupendo, brujita ―suspiró él. Naiara se volvió un instante frunciendo el ceño un poco más seria que antes tras comenzar a desabrocharse el peto.
―Vale, ahora de verdad, ¿qué pasa? ―dijo.
―Nada, de verdad ―le aseguró él.
No hace tanto, él y sus hermanos estaban de lo más frustrados por no tener nada nuevo que hacer. Con los Kraang y Shredder derrotados, sólo les quedaban unos pocos delincuentes que detener, pero no resultaba para nada satisfactorio. Era demasiado fácil para lo que estaban acostumbrados.
Él mismo había pensado que sería una gran idea ponerse una gabardina para poder actuar "de incógnito", pero no pudo superar sus propias expectativas.
Ahora se temía tener que pasar el resto de su vida como un pobre policía haciendo todas las noches la misma ruta, a sabiendas de que no iba a pasar nada especial. Sólo por mantener la vigilancia, estar seguro de que no iba a pasar nada, por rutina.
Resultaba deprimente.
Para Naiara también era frustrante. Estaba claro que Leonardo la estaba mintiendo, se le veía en la cara, pero ella no tenía el poder de leer la mente. Qué más quisiera que ayudarle a sentirse mejor, pero no podía hacer nada si no hablaba con ella.
Suspiró entendiendo que tampoco era el momento más adecuado para una conversación profunda. Se volvió hacia su novio ya vestida de nuevo y acarició su mejilla con una mano.
―Podemos hablar de ello cuando acabéis con los villanos de la otra dimensión. Además... me estado pensando lo del dojo ―sonrió con ternura, queriendo parecer inocente. Leonardo arqueó una ceja, sorprendido.
―¿Lo dices en serio? ―se cuestionó con una sonrisa ladeada, incrédulo. Naiara se encogió de hombros manteniendo esa sonrisilla dulce y traviesa.
―Mm... También quiero que me ayudes a pensar cómo decorar.
―Mucha planta, asumo ―sonrió con ironía.
―No lo dudes ―susurró ella antes de darle un beso en la mejilla.
Apenas unos segundos después, alguien llamó a la puerta, aunque no sonaba como otras veces. Era un sonido suave y, se podía intuir que era con la palma de la mano.
―Tío Leo... ―escucharon a Gino―. Misión.
Naiara abrió la boca porque era demasiado adorable para ser verdad. Sí, ya habían escuchado a Gino llamarles en más ocasiones y trataban de establecer conversaciones con él o hacer que repita algo. Pero mandarle para avisarle de que iban a salir era nuevo.
Leonardo asintió tratando de aguantarse la sonrisa, y abrió la puerta.
Danger estaba sentado junto al niño porque continuaba siguiéndole allá donde fuese. No era novedad.
―¿Donnie ha acabado? ―preguntó fracasando en su intento de esconder esa sonrisa incrédula.
Gino no respondió, alcanzó la mano de su tío y le llevó con los demás al laboratorio, donde admiraban los arreglos que se habían hecho a los vehículos.
*
Tal como Leonardo dijo, sólo les quedaba encontrar el Tecnódromo, aunque lo cierto es que se dejaron ver enseguida.
El portal se abrió, y desde luego que parecía que esta batalla la tenían perdida con los soldados de roca y esas piedras con cara de calabaza vivientes. Incluso con la ayuda de los Mutanimales.
Dolía un poco admitirlo después de haber tenido que enfrentarse a ellos con anterioridad, pero fueron Bebop y Rocksteady los que salvaron el día.
Al menos ahora sabían que no tendrían por qué preocuparse por ellos, se habían pasado al bando de los héroes.
* * *
Unos días después, la chica rubita salió de casa de su amiga tras haber acabado, por fin, con un proyecto para clase.
Para esta ocasión, ya había hablado con sus hermanos y, sabiendo que Paul se iba a esforzar por hacer planes que le impidiesen recoger a su hermanita, David pasaría a recogerla cuando saliese del trabajo.
No era tan tarde como la otra noche, pero eso quería decir que su hermano iba a tardar más en recogerla. Y continuaba dándole miedo pasar por ciertas calles de Nueva York anocheciendo tan pronto.
Si a las 18:00 ya era de noche, maldita sea.
En cierto modo era culpa suya. Podría haber estado un rato más en casa de su amiga pasando el rato. Viendo videos, jugando o simplemente charlando.
Desde luego, no iba a estar dando vueltas sin sentido esperando cruzarse con algún maleante. Así que decidió encaminarse a la estación de autobús. Esta vez podría coger uno sin problema, pero no avisaría a David sin estar totalmente segura de no necesitar que le llevase a casa.
Mientras caminaba por la calle sintió como si una mirada la perforase la nuca. Se sentía observada, observada por alguien no muy amable.
Por favor que sea mi imaginación, por favor que sea mi imaginación, se decía cerrando los ojos y tratando de controlar la respiración para mantener la calma y no perder los nervios.
No era su imaginación.
Después de haber intentado acelerar el paso para ver si se le pasaba esa angustiosa sensación, un hombre encapuchado intentó quitarle la mochila de un tirón. Claro, hubiera resultado fácil si se tratase de una película, en el mundo real, la pobre chica acabó sentada en medio del callejón.
La rubita ni siquiera se atrevía a levantar la cabeza, se preocupó más de cubrirla con las manos para evitar sufrir algún daño en la cara o cuello. Se echó a temblar y suplicar que no le hiciese nada, pero de poco servía, pues el hombre aún intentaba quitarle su mochila.
La chica entró en pánico absoluto cuando el hombre buscaba entre los pliegues de la cazadora los arneses de la mochila. Le asustó pensar que no se tratase de un simple robo, sino también de un asalto sexual, así que comenzó a retorcerse y hacerse una bola en el suelo gritando y suplicando por ayuda y su vida.
El encapuchado era consciente de que, en ese momento, podría aparecer alguien y verle. Bastaba con echar un vistazo por la ventana, vaya. También perdió los nervios, así que mientras agarraba a la chica del pelo para que se estuviera quieta, sacó del bolsillo de su pantalón un cuchillo.
A ella se le paró el corazón al verlo, y no pudo evitar echarse a llorar pensando que su vida se iba a acabar en un sucio callejón de Nueva York.
―Cállate ―le advirtió el hombre con una voz roca y amenazante, a lo que la rubita asintió muerta de miedo.
Entonces, lo que parecía ser un trozo de madera unido a una cadena, le golpeó en la cara. Sí, le apartó de la chica lo suficiente como para que la soltase el pelo, pero no como para permitirle escapar.
El tipo miró a ambos lados para saber qué le había dado, pero al no encontrar nada, hizo que la joven apoyase la mejilla en el suelo con una mano, inmovilizándola de nuevo.
―Muéstrate ―dijo, sabiendo que no había podido ser ella quien le hubiera golpeado.
No hubo respuesta. La pobre chica empezaba a perder la esperanza de salir de allí, sollozando más y más.
―¡He dicho que te muestres!
La rubita dejó de sentir miedo por un momento, y pensó en la situación tan surrealista en la que se encontraba. Si se tratase de una película de terror psicológico, el espectador probablemente pensaría que el tipo discutía con sus propios fantasmas.
―Si no sales a la luz, la chica... muere ―como de nuevo no hubo respuesta y el hombre temía que le fueran a delatar a las autoridades, empezó a contar mientras acercaba la hoja del cuchillo a la yugular de la joven―: Tres, dos, uno...
La joven cerró los ojos con fuerza, esperando que por lo menos cortase la arteria adecuada y terminase rápidamente y sin sufrir mucho. Pero nada de eso pasó. Abrió los ojos aún temblando y vio al hombre tendido en el suelo, inconsciente.
Soltó un suspiro de pánico y se alejó del hombre gateando por el suelo, sin siquiera encontrar las fuerzas de ponerse en pie. Darse cuenta de lo cerca que había estado de la muerte, no le provocó otra cosa que echarse a llorar de verdad.
Estuvo unos instantes sentada con la espalda en el contenedor y las manos en la cara, esperando poder tranquilizarse lo suficiente, pero ver que continuaba junto a su agresor no le ayudaba en absoluto.
Quien fuera que la hubiese salvado, no se fue. Permaneció oculto cerca de ella, o lo estuvo hasta que se escuchó el sonido de una lata cayendo y rodando junto al contenedor. La chica dio un respingo, pero no lo encontró preocupante, al menos no después de lo de antes.
―¿H-hola? ―preguntó aún con un nudo en la garganta y el labio tembloroso―. ¿Eres quien me ha ayudado? ―quiso saber ladeando la cabeza para ver si conseguía verle.
―Sí... ―escuchó murmurar.
La chica frunció el ceño. Había escuchado esa voz antes, en alguna parte... Sacudió la cabeza dejando ese improbable suceso a un lado y tragó saliva empezando a frustrarse por no poder vencer su ataque de pánico. Sollozó un poco más hasta que por un segundo pensó que le faltaría el aire.
―¿Podrías...? ―intentó pedirle, pero no podía acabar la frase.
―Emm... No es buena idea ―murmuró el héroe anónimo que se mantenía oculto tras el contenedor. Lo cierto es que no se le había olvidado cómo esa chica reaccionó la última vez que le vio, pero le rompía el corazón verla tan asustada.
Suspiró profundamente, temiéndose que la chica no sería capaz de abandonar el callejón antes de que el encapuchado se despertase y acabase con lo que empezó. Salió de entre las sombras con pasos cautos, poniendo en aviso que no iba a hacerle nada.
Sólo cuando vio que ella asentía y buscaba controlar su respiración, se dejó ver de verdad.
―Oh... ―murmuró ella dándose cuenta a quién pertenecía la voz―. Lo siento ―susurró dejando escapar más lágrimas.
―¿Qué? ―se cuestionó él ofreciéndole ambas manos para ayudarla a ponerse en pie.
―Lo siento, muchísimo... Siento haber reaccionado de esa manera, haber gritado y, huido y... ―la expresión de Michelangelo se suavizó y, viendo que la chica estaba era incapaz de dejar de llorar la acogió en un cálido abrazo.
―Shh... No pasa nada ―susurró acariciando su pelo mientras con la otra mano frotaba su espalda. Ella empezó a sollozar escondiendo la cabeza en el cuello de la tortuga.
En ese momento, el encapuchado soltó un quejido de dolor, moviéndose ligeramente, pero sin haberse despertado. Así todo, la chica se asustó lo suficiente como para acercarse más a la tortuga y rodear su brazo con ambas manos, escondiéndose tras él.
Michelangelo alargó la otra mano para posarla sobre las de ella, indicándole que no le iba a pasar nada.
―Deberías irte a casa antes de que se despierte ―dijo Michelangelo, e intentó dirigirse a la escalera de incendios.
―No, no, no, no, no. No me dejes sola, por favor ―suplicó ella sin haber soltado su brazo, tratando de hacer fuerza para que no se alejase. La tortuga la miró, confundido―. Es que... mi hermano no vendrá a recogerme hasta dentro de un rato. Y me da miedo salir de noche ―gimoteó echando un vistazo al hombre del suelo.
Michelangelo zigzagueó con la mirada sin saber qué pensar realmente. Cuando le vio la otra noche, salió corriendo espantada. Vale, sí, se había disculpado, y ahora sabía el terror que le producían las calles de Nueva York por las noches.
Suspiró y asintió, sintiendo lástima por la chica.
―¿Dónde está tu hermano?
―Trabaja en una tienda de ropa, a unas manzanas de aquí ―respondió secándose la punta de la nariz con los dedos.
―Vale, te llevo hasta allí ―sugirió Michelangelo encogiéndose de hombros.
―¿Cómo? ―se interesó ella mirando al exterior del callejón en busca de algún tipo de vehículo.
―Por ahí ―sonrió señalando las alturas.
*
Demasiadas emociones por un día. A la pobre rubita casi le daba un infarto cuando la tortuga insistió en que se subiese a su caparazón y despegase de repente para trepar por las paredes de los edificios a toda velocidad.
Se abrazó a la tortuga como si no hubiera mañana. En verdad podría no haberlo, una caída a esa velocidad podría ser fatal. ¿Quién dijo que las tortugas eran lentas?
Por fin, Michelangelo se detuvo, sorprendido por el destino.
―Eh, una amiga mía trabajó en esta tienda. Arlet, ¿la conoces? ―preguntó al notar que la rubita se bajaba de su espalda. Negó con la cabeza.
―No.
―Bueno, ¿estarás bien?
―Espera, todavía tardará en salir ―le dijo antes de que se fuera―. ¿Cómo bajo de aquí?
Michelangelo iba a responder, pero nunca antes se había fijado en que ese establecimiento no tenía escaleras de incendios. Además, no podría pasar a la azotea de al lado, estaba demasiado alto para ella sola.
―¿No... no podrías quedarte?
―¿Quieres que me quede contigo? ―se cuestionó frunciendo el ceño, a lo que ella asintió mirando al suelo.
―De verdad, siento mucho lo de la otra noche... ¿Tienes nombre? ―preguntó la chica con el nudo aún en su garganta.
―Michelangelo, pero todos me llaman Mikey.
―Halley ―contestó ella con una pequeña sonrisa.
Y de repente, Michelangelo se olvidó por completo de la primera impresión que le debió de dar a Halley, al menos después de sentarse a hablar un rato.
No quería hacerse demasiadas ilusiones con respecto a los nuevos amigos porque no era la primera vez que le traicionaban o intentaban matarle, pero después de comentar lo lejos que vivía y el desfavorable horario que tenía que apañar con su hermano... ella misma comentó de broma que estaría bien pasar la tarde juntos.
A ver, se lo habían pasado bien esos cuarenta y cinco minutos que tuvieron que esperar a que David acabase su turno, pero quizás era precipitado.
Por otro lado, Halley se seguía sintiendo mal por haberle tratado como a un monstruo la otra vez, estaba claro que quería compensarle y conocerle más allá de su aspecto para rectificar su error.
También es cierto que la salvó la vida. Era otra forma de mantenerse a salvo en la jungla urbana que era la Gran Manzana.
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