111. Rubita
APRIL Y CASEY PASEABAN POR LA CALLE EN LA NOCHE, de vez en cuando teniendo que esquivar grupos de niños disfrazados que corrían de acá para allá en busca de dulces.
Por una parte, April tenía curiosidad porque Casey hubiese decidido salir en Halloween con ella. Al menos ese año en concreto.
Vale, sí, era su fiesta favorita y salía todos los años. Pero éste era su primer Halloween estando casado y, el embarazo de Jessica era ya de seis meses y medio.
April se mantuvo callada porque, en fin, no era asunto suyo cómo manejasen su matrimonio. Pero tuvo que preguntar después de ver que seguía siendo el mismo adolescente gamberro que conoció en el instituto.
Cuando el chico la alcanzó después de dejar una calabaza explosiva en la puerta de ese cascarrabias, arqueó una ceja con diversión. Casey frunció el ceño por un momento, confuso, pero contagiado por esa sonrisa divertida.
—¿Qué? —se cuestionó sin poder contener una sonrisa incrédula—. «Truco o trato» no es una frase que uno repita a lo loco, es un contrato oral —se justificó encogiéndose de hombros.
—No, no era por eso —respondió ella negando con la cabeza—. Es sólo que se me hace raro. ¿Te ves poniendo petardos en calabazas cuando salgas con tu hijo el año que viene? O bueno, igual el pronto, ¿el siguiente? —se corrigió.
—¿Por qué crees que mi padre no deja que mi hermana salga conmigo esta noche? —sugirió Casey arqueando una ceja—. Pero entiendo lo que dices. Supongo que tendré que cortarme un poco y no ser un mal ejemplo para Edith. Aunque supongo que Ris salga con nosotros más a menudo después de-
—Espera, espera —le interrumpió—. ¿Edith? —repitió ella arqueando las cejas—. ¿Es que es niña?
—Sí, es —Casey se detuvo en seco al darse cuenta de lo que había dicho, y se llevó una mano a la frente—. Oh, mierda. No se lo digas a Jess —pidió suspirando.
—No, vale, es sólo... Creí que no queríais saberlo —sonrió.
—Sí que queríamos, pero Jessica prefería que fuese nuestro pequeño secreto. Y para tener la habitación acabada cuando llegue. En serio, no digas nada, a nadie —añadió volviendo a la parte en la que le había desvelado su secreto.
—Tranquilo —se rio ella alzando las manos en señal de defensa—. Tendré cuidado. Y... ―insinuó no queriendo acabar con la conversación―: ¿Cuándo recibiremos al angelito?
―Pues... mediados de enero, si no recuerdo mal ―respondió el vigilante mirando al frente.
Continuaron con su camino en busca de los chicos para salir los seis juntos, pero no tardaron en darse cuenta de que las calles parecían haberse vaciado por completo.
No fue hasta que se toparon con un montón de caramelos tirados en el suelo, que escucharon un grito que les obligó a tomarse la situación un poco más en serio. También es cierto que, si lo contasen por ahí, la parte de los lobos gigantes no sonaba demasiado creíble.
Resulta que había una manada entera sembrando el caos por la otra calle, haciendo que la gente corriese de un lado para otro tratando de ponerse a salvo. Claro, si no se trataba de personas que se estuviesen convirtiendo en vampiro en busca de nuevos neófitos.
En el momento en el que Casey fue mordido, April no dudó en escapar y llamar a los chicos.
Sí, a ellos también les resultó difícil de creer. Al menos hasta que lo vieron con sus propios ojos.
Tan pronto como la pelirroja les confirmó que la ciudad estaba llena de criaturas, Leonardo llamó a su novia para asegurarse de que las demás estaban con ella en la tetería.
Había conseguido convencer a Naiara para que Donatello instalase un pequeño sistema de seguridad. Por si acaso.
Al poco de decirle a su hermano que lo activase a través de su T-phone, Donatello recibió una llamada de una enfurecida Kimani. Al parecer su sistema de seguridad casi la hace perder la cabeza cuando respondía al «truco o trato» de unos niños.
Se ve que por aquella zona no había aún monstruos, pero no estaba de más ser precavidos. Después de todo, Gino estaba con ellas, y Jessica también necesitaba de una protección extra en su estado.
Las tortugas no tardaron mucho más en ser localizados por un montón de vampiros y lobos que los obligaron a salir corriendo. Luego apareció Renet, con una explicación para esa noche de locos y una nueva aventura a través del tiempo.
*
Para cuando volvieron al presente, no habían mejorado gran cosa. Raphael era un vampiro y había incluso más monstruos que cuando se fueron.
Fue cuestión de tiempo que mordiesen también a Donatello. Aunque encontraron un curioso hospital en las alcantarillas, podrían utilizarlo más adelante como una segunda base o algo.
Después de una pequeña rivalidad entre Savanti Romero y Drácula, Michelangelo tuvo la gran idea de tratar de enfrentar a Frankenstein también, haciendo que se ponga de su lado.
La lucha por el cetro fue propia de patio de colegio, pero con distintos y múltiples escenarios en los que habían estado con anterioridad. Al menos Michelangelo consiguió también derrotar al Príncipe de las Tinieblas, permitiendo que la humanidad quedase libre del vampirismo.
Michelangelo estaba más que contento porque Renet le dio a entender que volverían a verse.
Ojalá no la hubiese creído...
* * *
Había pasado una semana, y estuvieron hablando a través del aparato que ella le dio en otra ocasión.
Incluso pudieron verse, Renet le llevó el lunes al Lejano Oeste para vivir una aventura de indios y vaqueros. Pero la cosa se volvió extraña. Puede que fuese porque Michelangelo reunió el valor de besarla.
Después de eso, Renet parecía nerviosa, puede que culpable. Pero cuando llegó el jueves... tuvieron una conversación peor que el silencio que reinó en el resto de aquel viaje.
Michelangelo estaba sentado en el borde de la cama, cabizbajo con el aparato entre las manos. Ya se temía que Renet le dijera que había hecho algo mal o que no estaba dispuesta a tener una relación seria con un mutante.
Por una parte, no le parecía justo que le pasase eso a él. Era un encanto. ¿Cómo iban a haber encontrado sus hermanos a la chica indicada y él no? ¿Qué tenía de malo?
Renet trató de suavizar la situación, tranquilizándole y recalcando que no era culpa de él sino de ella. Pero seguía siendo una ruptura, ¿no?
Era duro, pero el que uno tenga más o menos tacto a la hora de poner fin una relación, no implica necesariamente que no le vaya a doler a la otra persona.
Y Michelangelo estaba devastado.
Al terminar la explicación de la chica, Michelangelo asintió levemente. Sólo por confirmar que había escuchado lo que le tenía que decir. Reprimió un sollozo cuando ella se despidió de nuevo con un tono de tristeza y la culpabilidad que se veía que había acumulado esa semana.
Cuando el holograma desapareció, el aparato comenzó a recalentarse y desapareció en una pequeña y controlada explosión. No quedaron ni cenizas.
Y qué fortuna para Michelangelo haberlo soltado cuando empezó a notar el calor en las palmas de sus manos.
Esa noche, la tortuga de naranja no salió con sus hermanos de patrulla.
Y al día siguiente no se dejó ver hasta la tarde. Pero sólo porque empezaba a tener hambre.
Sus hermanos estaban confundidos. Era raro verle tan decaído. Ni siquiera había respondido a los gestos entusiastas de su sobrino para que le cogiese en brazos.
Gino inclinó la cabeza hacia atrás para poder establecer contacto visual con su padre, quien le tenía sujeto con un brazo. Raphael se encogió de hombros sin saber qué decir, y sus otros dos hermanos estaban igual que él.
Michelangelo no tardó en salir esa noche, solo.
No quería arriesgarse a que sus hermanos le fueran a preguntar por lo que había pasado mientras se comía su pizza en el salón, tratando de olvidarse del tema. Así que aprovechó para patrullar un poco. Aunque cogió también su skate.
A lo mejor toparse con un puñado de ladrones le ayudaba a canalizar sus sentimientos. Visto por otro lado, él no era Raphael.
Resultaba dudoso que se fuera a sentir mejor después de aporrear a unos débiles humanos.
*
Intentó forzarse a patrullar, pero lo cierto es que no se veía en condiciones, y tampoco quería convertirse en su hermano mayor.
Con el skate bajo el brazo, llegó a una plaza bastante idónea para patinadores. Estaba llena de rampas, barandillas y tramos de escaleras a los que resultaba difícil resistirse. Él no iba a ser la excepción, y tampoco era la primera vez que se pasaba por esa plaza.
Quizás debería haber cogido una sudadera, sólo por si a alguien le parecía ver a una persona con caparazón. Como cuando Joan Grody le pilló en cámara y la retransmitió por las noticias con una asquerosa hipótesis suya.
Justo cuando se disponía a descender a pie de calle para iniciar una despreocupada ruta cíclica de patinador, una chica rubia cruzaba la plaza colocándose la cazadora y la mochila.
Michelangelo suspiró con pesadez y se sentó en el borde de la azotea para esperar a que la chica pasase, pero parecía estar tomándose su tiempo.
Al llegar al centro de la plaza, la joven sacó su teléfono y marcó un número antes de llevárselo a la oreja de derecha. Se abrazó a sí misma mirando de un lado a otro con inseguridad en lo que la persona la respondía.
—¿Paul? —dijo la joven dando un respingo al escuchar que su hermano la contestaba—. ¿Dónde estás? Creí que ibas a venir a recogerme —gimoteó sin dejar de mirar a su alrededor.
Prestó atención a las pobres excusas de hermano mayor irresponsable, pero tampoco podía hacer gran cosa al respecto. Le corría más prisa llegar a casa de una vez.
—Pero es que ya es de noche, y no estoy segura de que pase ningún bus a estas horas. Venga Paul, lo prometiste, y por aquí hay bandas... —suplicó—. Vale, llamaré a David —suspiró al no haberle podido convencer.
Michelangelo la miró apenado. Se notaba que tenía miedo de pasar por esas calles sola, y era normal, los Dragones Púrpura estaban un tanto descontrolados ahora que el Clan del Pie no los controlaba ni exigía una comisión. Y con ellos, más y más delincuentes aparecían esperando tener suerte.
La rubita retomó el camino con el teléfono entre las manos, mandando un mensaje al tal David. No tardó mucho más en ser respondida, pero no con un mensaje, con una llamada.
—Sí... Me dijo que te llamase a ti —contestó la joven—. No te falta mucho para acabar, ¿no? —quiso saber aún preocupada—. Ay, gracias. Voy ya mismo.
No supo por qué, pero Michelangelo sintió el deber de seguirla y asegurarse de que sus miedos no se hacían realidad. Después de todo, él era un vigilante de la noche. Si algún delincuente iba a hacerle daño a un inocente, se supone que debía evitarlo.
Se puso en pie dejando la tabla de skate tras una parabólica y siguió a la chica desde la seguridad de las alturas.
*
La joven llegó a una parada de autobús tras caminar un rato. Era cierto que a esas horas no iba a pasar ningún bus que la llevase a su destino, por lo que la tortuga intuyó que había quedado ahí con quien fuera que iba a recogerla.
Miró la hora en el teléfono y, parecía que llegó antes de tiempo. Se sentó en el banco y sacó de la mochila unos auriculares grises con detalles rosas y orejas de gatito. Se los puso para distraerse con el teléfono, pero se notaba que continuaba nerviosa pese a querer olvidarse de las circunstancias.
Vale, lo cierto es que estaba adorable, cosa que le llamó mucho la atención a la tortuga...
Michelangelo aprovechó que había puesto música para intentar verla mejor. Descendió hasta la acera y se escondió tras el cartel que anunciaba una obra de teatro en la sala de cine. Se asomó cautelosamente y... Parecía que le resultaba familiar.
No sabría decir por qué, pero así era. ¿La habría visto en alguna otra parte?
Qué bobada, ¿dónde podía haber a una humana?, se decía frunciendo el ceño.
Desde luego la chica era bonita. Y esos auriculares de gatito sólo lo recalcaban.
Bajo esa enorme cazadora vaquera llevaba una sudadera rosa cuya capucha tapaba parte de su cabeza, pero unos cuantos mechones de un rubio claro envolvían su cuello hasta algo más abajo del hombro.
Luego le llamaron la atención sus pantalones. Eran unos vaqueros claros, pero además tenían grandes estrellas estampadas. Estaban bastante rotos por las rodillas, por lo que pudo ver que llevaba unas medias de redecilla negras.
Suspiró con una tímida sonrisa y entrecerrando los ojos, pensando lo adorable que estaba mientras asentía al ritmo de la canción que estaba escuchando. Alcanzaba a escucharlo, y podía decir que era de Marshmello.
Cerró los ojos un instante, disfrutando de la cancioncilla e imaginándose un escenario en el que se hacía amigo de la chica. Esa fantasía le hacía ajeno al detalle de estar deslizándose por la parada del bus.
Y siendo como es Mikey, sabemos que acabó cayendo al suelo.
La chica se levantó sobresaltada abrazando la mochila, bajando lentamente sus cascos para poder escuchar. Sólo para asegurarse de que había sido real y no producto de su imaginación.
La rubita se quedó ahí de piedra con sus ojos de color avellana como platos, mirando a la figura que parecía demasiado avergonzada como para levantarse. No había mucha luz, por lo que no se asustó tanto como cuando levantó la cabeza y habló:
―Emm... Buenas noches ―dijo recostándose sobre un lado y descansando su cabeza en una mano.
―Ah... ―ahogó un grito y empezó a retroceder. Michelangelo se levantó rápidamente levantando las manos en señal de rendición, pero eso sólo la asustó más. Se había expuesto por completo a la luz que emanaba de la parada de bus.
―No, no, no. Tranquila, no voy a... ― intentó decir, pero la chica gritó y continuó retrocediendo.
Cuando Michelangelo se acercó lo suficiente a ella, a la pobre no se la ocurrió otra cosa que echar a correr.
―¡No, espera! ―la llamó, ya habiéndose detenido―. No voy a... hacerte daño... ―murmuró la última frase cuando se dio cuenta de que ya no sería escuchado. Bajó las manos desilusionado, agachando la cabeza y suspirando con pesadez.
Gracias por la fama de monstruos come-niños, Joan Grody ... Nótese el sarcasmo.
La tortuga se volvió rozando un pie por el sueño para acabar dando una desanimada patada al aire.
Se fue a casa habiendo fracasado su misión: Intentar sentirse mejor.
—Mm... —murmuró Renet con incomodidad desde una azotea no muy lejana—. No me esperaba que fuese así como Mikey conoció a la tátara-tátara-tatarabuela —dijo palpándose los labios.
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