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AL DÍA SIGUIENTE, DONATELLO Y KIMANI SE DESPEREZABAN ENTRE GEMIDOS. Ella había tenido la genial idea de que ese momento era el más apropiado para poder posicionarse sobre su novio y poder continuar con la fiesta antes de salir a desayunar.
Donatello estaba sentado, abrazado al cuerpo de su novia y recorriéndola con la palma de las manos a la vez que la ayudaba a mantener el ritmo. De todas formas, Kimani era demasiado fogosa como para necesitar que la ayuden, sabía mirar por sus placeres.
La tortuga se centró besarla mientras ella continuaba subiendo y bajando con el movimiento de sus rodillas.
Kimani aumentó el ritmo, pero eso conllevó que sus gemidos también se intensificasen.
—Shh —la chistó él tapándole la boca rápidamente con una mano—. Más bajo —dijo tratando de vencer a sus propios gemidos pues, su novia no había parado.
—Relájate —suspiró deshaciéndose de la mano que la cubría—. Raph no está —sonrió dando unos toques a la pared de su izquierda.
—Pero los demás sí —murmuró Donatello con la respiración entrecortada.
—Vale —resopló Kimani empujándole poniendo las manos en sus hombros para obligarle a tumbarse de nuevo—. ¿Quieres acabar? —preguntó con una sonrisilla, inclinándose sobre él.
Donatello tragó saliva. Por una parte, no tenía ninguna duda de que efectivamente, quería acabar con lo que habían empezado, por otra, le intimidaba ligeramente que ella se empeñase en tomar el control de esa manera.
Asintió volviendo a acariciar las caderas de su novia. Ella sonrió con dulzura y le besó apasionadamente a la vez que volvía a moverse, más y más rápido.
Kimani ya se había estado acercando al orgasmo prácticamente desde que empezó, por lo que no fue de extrañar que al cabo de un par de minutos de alocados y frenéticos movimientos se diese por satisfecha.
—Dios... —suspiró deslizándose para acabar recostada sobre su tortuga mientras intentaba seguir moviéndose.
Se mordió los labios tratando de no gemir demasiado alto, pero pensó que podría distraerse mejor besando el cuello de su novio. A Donatello también le estaba costando contenerse.
Sabía que a él tampoco le quedaba mucho para finalizar esa apasionada sesión de afecto. Temiéndose que Kimani no tardaría en estar lo suficientemente cansada como para continuar siendo quien le dirigía a él, se abrazó a su torso obligándola a quedar un poco por encima de su cuerpo para ser él quien se moviese para variar.
Kimani se tuvo que llevar una mano a la boca esta vez. La sorprendió haber estado tan cerca de empezar a gritar.
En parte era porque la había sorprendido que Donatello hubiese tomado la determinación de inmovilizarla de esa manera para poder disfrutar de su propio orgasmo. El otro motivo era porque era una sensación increíble.
La joven hasta se pensó por un momento si morder la almohada o incluso sus propios nudillos, pero se esforzó por volver a evitar utilizar los dientes y volver a besar el cuello de la tortuga.
Poco después, el ritmo de Donatello aminoró acompañado de suaves gruñidos de contención. Kimani pudo relajarse por fin, se enderezó para no continuar tumbada sobre Donatello y suspiró complacida por el suave compás con el que estaba finalizando.
Kimani se apartó el pelo para que no le cayese a la tortuga en la cara. Pudo también disfrutar de ese tacto sedoso que le quedó al habérselo planchado el día anterior. Sonrió con dulzura y, acariciando su mejilla, le besó.
No podían dejar de sonreír mientras se besaban, hasta soltando alguna risilla. Kimani se deslizó hasta quedar a la izquierda de la tortuga, aún con su brazo rodeándola los hombros y estrechándola contra su caparazón.
—Oye cariño, he estado pensando... —murmuró ella volviendo a arroparse mientras se recuperaban.
—Ya te lo he dicho, no me siento cómodo con los jueguecitos de respiración —la interrumpió Donatello negando con la cabeza.
—No, no era eso. Pero a cambio, un día me vas a vendar los ojos y atar a la cama —insinuó con una sonrisilla traviesa—. No. Quería preguntarte... ¿sería una locura que mis padres te conozcan? —preguntó mirándole a los ojos.
—¿Qué? —se cuestionó él sin poder evitar sonreír, como si esperase que le dijera que se trataba de una broma.
—Ya, ya lo sé, es que... el mes que viene va a hacer un año que empezamos a salir y, no sé —murmuró encogiéndose de hombros.
—Espera, lo dices en serio —respondió la tortuga, enderezándose para poder continuar con la conversación sentados.
—¿Es que te tomas a broma todo lo que digo? Claro que va en serio. Y lo de atarme también —bufó.
—Pero. A ver, ¿a qué viene esto ahora? ¿Tú me has visto?
—Donnie, cariño —murmuró ella recostándose hacia él, elevándose sobre su mano derecha y la cadera—. ¿Tienes idea de lo complicado que es vivir con una ex-inspectora de policía, que no tiene nada mejor que hacer que analizar si sus hijos adolescentes le mienten? Me sorprende que no le haya dado por seguirme hasta aquí abajo. Que llevo así un año, D —gimoteó.
—Emm, vale, lo pillo. ¿Y se te ha ocurrido así de repente?
—En realidad ayer —suspiró ella—. Oí a los padres de Arlet. Que si no podían no aceptar la relación, que se alegraban de haber conocido a Gino... Sé que no podemos tener una relación normal, pero quiero poder decirles a mis padres que estoy enamorada. Quiero que te conozcan y te acepten.
—Está bien, está bien, no sigas —dijo antes de que se fuera a emocionar—. ¿Y cómo sería? Hola, soy Donatello y estoy saliendo con su hija. Desde hace un año —añadió ladeando la cabeza con incomodidad.
—Ah, no. Si tu nombre les va a sonar fijo. Papá quería conocer la identidad de quien le recomendó para la Fuerza de Protección de la Tierra. Alfil sólo le dio tu nombre. Donatello... —sonrió con inocencia—. ¿Ves? Si ya tienes puntos a favor —celebró dándole una fuerte palmada en el hombro. Seguido se levantó para coger el vestido y ponérselo.
—Claro —respondió con sarcasmo—. ¿Le decimos también que casi hago que te maten aparte de torcerte el tobillo?
—Jolín, Donnie, que negativo —resopló—. Son mentiras piadosas. O se lo decimos como... una verdad maquillada. Total, mamá ya se teme que lo del esguince fuera lo de menos —murmuró antes de intentar alcanzar la cremallera—. Ayúdame —pidió.
Kimani se sentó en la cama dándole la espalda a la tortuga, apartándose el pelo. Donatello resopló, pero no dudó en echarla una mano con ese vestido que casi hizo que se le cayese la mandíbula al suelo el día anterior.
La verdad es que era una prenda bastante acorde a su personalidad. Un rosa suave, inocente y femenino, pero también era brillante, cantoso y ligeramente provocativo.
Kimani soltó su melena y se volvió inclinándose sobre la palma de sus manos para quedar cara a cara con Donatello.
—Entonces... ¿ideo una cena?
—¿Esta noche?
—Cuanto antes mejor, Donnie, por favor. La ansiedad colaba con las clases, el verano está al caer. Porfi... —gimoteó ladeando la cabeza y forzando un puchero.
—Vale, tú ganas —murmuró rodando la vista.
—Eres el mejor, cariño —sonrió antes de darle un rápido beso en los labios—. Luego te llamo. Te quiero —susurró mientras cogía sus sandalias y la mochila y se encaminaba a la puerta.
Kimani tenía que ir a casa de sus abuelos a comer, pero no desaprovecharía las pocas ocasiones que tendría de hablar a solas con sus padres para saber qué opinaban sobre conocer a su novio. Con un poco de suerte, se entusiasmaban como ella.
Luego ya mientras estuvieran haciendo la cena, les comentaría algo sobre la situación tan especial que iban a vivir esa noche. Hasta le mandó algún mensaje a Arlet para preguntarla cómo se lo comentó todo a su familia.
*
Cuando Donatello se dignó a salir a desayunar, se encontró con Michelangelo, Leonardo y Naiara en la cocina. La tortuga de naranja terminaba de hacer las tortitas mientras Leonardo ponía la mesa y Naiara preparaba el café y la leche.
—Buenos días, Donnie —sonrió Naiara alcanzando unas tazas de un estante de los armarios.
—Hola —murmuró él tomando asiento con pesadez.
—¿Y esa cara? —sonrió Leonardo con ironía—. ¿Mal despertar?
Estaba claro que se había enterado de lo que habían hecho, pero no era él el más indicado para reprochárselo. Por esa sonrisilla, ahora Donatello estaba casi seguro de que no había sido el único que se había rendido a una sesión pasional con su pareja.
Vale, no le pasó desapercibida la breve mirada de reprimenda que Naiara le dedicó a su novio. Claro que, ella esperaba haberse vuelto lo suficientemente rápido como para que el genio no la hubiese visto.
La dejaría pensar eso.
—Kim se ha ido muy rápido —dijo Michelangelo empezando a servir platos donde se iba a sentar cada uno—. ¿Tenía prisa?
—La verdad es que sí. Tiene una comida en casa de sus abuelos. Pero aparte, me ha sugerido una cena con sus padres —murmuró recostándose sobre la mesa.
Naiara se volvió ligeramente sorprendida, pero posando delante de él su café matutino, cosa que le agradeció en un murmullo.
—Vaya —sonrió ladeando la cabeza—. ¿Y cómo te lo has tomado? —preguntó volviéndose para coger la taza de leche de Michelangelo y el té de Leonardo. Luego ya se sentó con su taza de café con leche.
—Estoy que no quepo en mí —sonrió con ironía.
—Oh, tío, yo estaría de los nervios —exclamó Michelangelo mientras estrujaba el bote de sirope de caramelo sobre su plato.
—Oye, deja un poco para los demás —le dijo Leonardo al fijarse en el translúcido bote. Cogió el sirope para echarse un poco—. Apunta para comprar, brujita —le murmuró a su novia—. Bueno, ¿y qué esperabas? Después de ver ayer a los padres de Arlet, uno se plantea ciertas situaciones —añadió mirando a Naiara.
La rubia mantuvo una expresión serena, pero se podía intuir que no acababa de sentirse cómoda con lo que Leonardo insinuaba.
—Ya, pero no me lo esperaba —respondió Donatello esperando desviar la atención a él de nuevo—. Y más después de lo que casi pasa aquella noche.
Durante el desayuno comentaron un poco más en profundidad los pros y contras de darse a conocer a más humanos, pero hasta Michelangelo empezaba a darse cuenta de la manera en la que Naiara se mantenía al margen.
Justo cuando empezaron a compartir miradas con su hermano mayor al respecto, ella se excusó diciendo que tenía que llegar a la reunión sobre la compra del local de la tetería. Se levantó forzando una sonrisa y se despidió de los chicos, no sin antes dejar su plato y taza en el fregadero.
—¿Qué la pasa? Está rara —dijo Michelangelo al terminar sus tortitas, aún con la boca llena.
—Nada, es culpa mía —murmuró Leonardo con un ligero tono de culpa—. Ayer le insinué que podría presentarme a su padre, pero no le hizo demasiada gracia. Lo acabamos hablando un poco más, y la lie.
—Qué alentador —resopló Donatello rodando la vista, antes de terminarse su taza de café.
—Seguro que no pasa nada. Tú sonríe, y disfruta de la cena, y la compañía. Yo... me disculparé con ella por la tarde —suspiró Leonardo mirando hacia la salida.
—Esperemos que no esté afectada para la oferta —murmuró Michelangelo.
Leonardo se le quedó mirando de reojo, pero básicamente porque tenía razón. La tetería ahora era importante para Naiara, y sabía que si no la conseguía se sentiría fatal.
Y él se sentiría peor aún si resultaba ser por su culpa.
—La mando un mensaje —dijo antes de salir por la puerta, cogiendo el T-phone de su cinturón.
LEO: Oye, siento mucho lo de ayer, te compensaré. Mucha suerte en la reunión, te quiero💙.
*
A lo largo del día Donatello había estado de los nervios, deseando que los padres de Kimani tuvieran mejores planes que organizar una improvisada cena en su casa. En serio, lo que fuera.
No es que hubieran había demasiados planes sorpresa que pudiesen aparecer un sábado. Si acaso, la cena que su hija se había empeñado en tener esa noche, arruinaría el plan que fuera que tuviesen.
A media tarde, Donatello se encontraba en el salón jugando al Mortal Kombat con Michelangelo porque ni en el laboratorio, su lugar feliz, se sentía cómodo. En ese momento lo único que quería era estar acompañado por alguien que le conociese y le reconfortase.
Tampoco había querido responder a: «¿En serio no tienes nada que construir que prefieres jugar conmigo?». No es que Michelangelo quisiera que su hermano se replantease la situación, él estaba más que contento de jugar con él y pasar el rato juntos.
Eso sí, en cuanto el teléfono de la tortuga de morado recibió ese esperado mensaje, no pudo evitar responder con una sonrisa incómoda.
KIM: Te lo adelanto, deja la corbata en casa, quedaría demasiado formal.
DONNIE: ¿Entonces hay cena?
KIM: ¡Sí! Qué ilusión. ¿No estás emocionado?🤩🤩🤩
DONNIE: Lo estoy deseado...
KIM: Tienes que estar aquí a las 20:45 como muy tarde.
DONNIE: Entendido.
KIM: Oh, una cosa más. ¿Te quedan condones o hay que comprar más? 🤔
Tenía que admitirlo, ese comentario le ayudó a no sentirse tan sumamente nervioso. Sí es cierto que apenas le quedaban, pero no sería la primera vez que le cogían alguno a Raphael.
También tendría muy en cuenta la hora mínima de llegada a esa cena.
Sería la hora exacta en la que tocaría la ventana. No se arriesgaría a llegar tarde, pero debía ajustarse a las indicaciones de su novia.
Las discusiones no es que fueran agradables siendo los dos tan orgullosos, y maniáticos del orden.
—¿Qué pasa? —preguntó Michelangelo aprovechando para iniciar un nuevo combate ahora que su hermano había terminado de hablar.
—Pues que es oficial —respondió Donatello tomando el mando con un ladeo de cabeza—. Esta noche, voy a conocer a los padres de mi novia.
—Mira el lado bueno —dijo el de naranja encogiéndose de hombros—. Tú no les tienes que presentar a su nieto.
Era cierto, la situación podría haber sido peor.
Donatello tenía que centrarse en lo bueno que había hecho, como haberle dado trabajo al Señor Porter.
Y Kimani tenía mucho que agradecerle también, no es que la hubiera enseñado a luchar, pero sí le había dado algunas indicaciones para poder defenderse. Aparte, claro, de todo lo que la había ayudado con la universidad.
Era un buen chico, no tenía por qué preocuparse, les caería bien.
O eso esperaría si no fuese un mutante.
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A VECES UNO PUEDE TENER UNA IDEA Y NO ESPERARSE QUE VAYA A RESULTAR, como decidir presentar una oferta por un negocio. ¿Quién iba a decir que a partir de ese momento Naiara era propietaria de esa querida tetería?
Todo sea dicho, sus antiguos jefes estaban ahí para terminar de recoger algunas de sus pertenencias. Naiara no tenía ni idea de que iban a estar ahí, pero todo jugó a su favor. Su jefa la adoraba, y en cuanto vio pasar a su empleada favorita, supo que nadie merecía el local más que ella.
Naiara no supo reaccionar cuando le dijeron que aceptaban su oferta.
Desde que se le ocurrió la idea pensó en lo que le ocurrió a la tienda de medicina herbal de su abuela, y por ello tenía claro que no quería alquilar. Ya le daba miedo que el dinero de su padre no fuese suficiente, pero le aterraba no alcanzar a pagar las facturas y volver a quedarse sin nada.
Su jefa conocía esa historia, y precisamente por eso, Naiara creyó que le había hecho una rebaja.
Nunca lo sabría con certeza porque no se lo iban a decir, pero estaba casi segura.
Al ver la sonrisa de su jefa mientras extendía los brazos, a Naiara se le escaparon un par de lágrimas de incredulidad, y con una gran sonrisa la devolvió el abrazo.
Le agradeció miles de veces el que confiara en ella para ni siquiera darle la oportunidad a algún otro posible comprador. Y por su naturaleza altruista, les ayudó a guardar esas pocas cosas que les quedaban en la vivienda en el camión de mudanza que esperaba en la calle.
Le daba pena que esa encantadora pareja se fuese hasta Florida, pero por supuesto que iban a estar en contacto. Son las ventajas de las redes sociales como el Facebook, y porque la tetería también necesitaba una manera de darse a conocer.
Ahora, Naiara daba pasos sin sentido en su nuevo y vacío salón con las escrituras en la mano, aún sin poder creérselo. A veces giraba sobre sí misma mirando esos papeles en los que se la reconocía como propietaria y lo celebraba como una niña pequeña dando toques en el suelo.
Claro que, más contenta todavía se puso al acordarse del invernadero de la terraza.
Corrió a la puerta principal y tomó las escaleras de su izquierda, que la llevaban al interior del que iba a ser su pequeño bosque acristalado. La pared de la izquierda y la de su espalda eran totalmente opacas, cómo no, había que mantener la privacidad dentro de lo que cabe, pero las otras dos estaban acristaladas.
Los anteriores dueños no habían podido llevarse las plantas, por lo que el invernadero seguía proporcionándole esa imagen verde e iluminada que tanto le gustaba. Así todo, para ella siempre podía haber más plantas. Debía de haber unas catorce macetas solamente, muy pocas para ese espacio.
Entonces se acordó del invernadero al que la llevó Leonardo.
Suspiró ligeramente apenada por la conversación que tuvieron la noche anterior y, la forma en la que la tortuga la alargó hasta esa misma mañana.
Salió del invernadero por la puerta acristalada por la que accedía a la azotea abierta mientras sacaba el teléfono. Vio que le había mandado un mensaje prácticamente cuando abandonó la guarida y no dudó en abrirlo.
LEO: Oye, siento mucho lo de ayer, te compensaré. Mucha suerte en la reunión, te quiero💙.
Naiara sonrió por el detalle. En momentos como ese agradecía tener un novio que se hiciese responsable de sus errores y se disculpase por ello. Podría resultar bastante desagradable tener que lidiar con alguien tan orgulloso que se negase a ceder en determinadas circunstancias.
Iba a responder al mensaje con su buena noticia, accediendo a aceptar también sus disculpas. Puede que preguntar también por la compensación que fuera que tuviera en mente, pero antes de eso, alguien aterrizó tras ella.
—¿Ahora vives aquí, rubita?
Naiara se volvió con el corazón en un puño, pero soltó todo el aire de sus pulmones al ver de quién se trataba. Shinigami ladeaba la cabeza con diversión al ver la reacción de la rubia.
—Qué susto, Shini —resopló ella—. ¿No estabas en Japón con Karai? —se cuestionó llevándose la mano con la que sujetaba el teléfono al pecho.
—Lo estaba, pero he vuelto antes con los nuevos reclutas —dijo asintiendo—. Digamos que después de atender unos asuntos, Karai ha aprovechado para ver a alguien. Después verle las dos —añadió con un guiño.
—Vale, no tienes por qué entrar en detalles —dijo Naiara sacudiendo una mano y cerrando los ojos con incomodidad—. ¿Es que Karai tiene novio?
—Yo no lo llamaría novio, al menos no por ahora —murmuró ladeando la cabeza, llevándose un dedo sobre los labios de manera pensativa—. ¿Qué? Entonces, ¿ahora vives aquí? —insistió adentrándose al invernadero.
—Sí. O viviré cuando lo amueble —respondió siguiéndola y cerrando la puerta tras de sí—. ¿Qué haces aquí, por cierto? —preguntó al ver que la kunoichi bajaba por las escaleras hasta la vivienda.
—No lo sé, no es que tenga muchos amigos en la ciudad aparte de mi pequeña aprendiz —sonrió pellizcando la mejilla izquierda de Naiara obligándola a negar con la cabeza de la misma manera que lo haría la tía irritante.
La rubia se frotó la mejilla mientras Shinigami daba una vuelta por el vacío salón y se asomaba a las habitaciones igualmente vacías. Rodó la vista y se dignó a contestar por fin el mensaje de su novio.
NAIARA: Está bien, he conseguido la tetería.
LEO: Eso es genial. Me alegro, brujita.
NAIARA: Gracias. En cuanto a lo otro... Hablamos a la noche, ¿vale?
—¿Habíais discutido?
Naiara se volvió rápidamente pegando el teléfono a su pecho al notar que Shinigami miraba la conversación por encima de su hombro.
—¡Dios! Shini, ¿en serio no tienes nada que hacer? —se quejó Naiara.
—Para nada —dijo con una sonrisilla ladeada—. ¿Qué? Querrás mirar algún mueble, ¿no? —añadió ladeando la cabeza.
Naiara suspiró dándose por vencida, estaba claro que no iba a poder librarse de la kunoichi en todo el día.
Resultaba un poco frustrante porque ella tampoco tenía a quien llamar ese día.
Arlet seguía teniendo a su familia y Christian en la ciudad, por no mencionar que se casó el día anterior. Kimani estaba organizando una cena con sus padres, April tenía un examen que preparar para el lunes, Casey estaría con Jessica, y las tortugas en la guarida huyendo de la luz del día.
Sí es cierto que, a lo largo del día, Shinigami le contó alguna cosilla interesante sobre la brujería.
Al parecer, ahora que Naiara se había asentado —o lo haría pronto—, podía ser que recibiese la visita de un familiar. Podría ser una paloma, un cuervo o una mariposa entre muchos otros.
No quería decirlo en alto, pero le dio que pensar eso de poder tener un compañero animal en el descubrimiento de su yo bruja.
No tenía ni idea de cómo podría distinguir al que sería su familiar, pero al parecer, según Shinigami, es algo que se siente. Como una comunicación no verbal, casi telepática.
Es un sentimiento extraño, y estaba segura de que no iba a poder diferenciarlo, pero el futuro es el que tiene la última palabra.
*
Y Donatello se presentó por fin en casa de su novia, listo para conocer a sus padres.
Qué va, no se lo creía ni él.
Lo cierto es que llevaba veinte minutos paseándose por la azotea. Al final intentó aparecer un poco antes de la hora que Kimani le pidió —ordenó— respetar, pero no consiguió recoger el valor suficiente como para entrar en el apartamento.
Miró la hora por enésima vez en su T-phone y resopló al ver que quedaban menos de dos minutos. Pensó en bajar de una vez a la escalera de incendios y tocar la ventana de la habitación de Kimani, pero dudó una vez más.
—¿Donnie? ¿Estás ahí? —escuchó la voz de su novia, llamándole desde un par de pisos más abajo.
—Sí —respondió con incomodidad—. Estoy aquí —murmuró antes de bajar a su encuentro.
—Hola, cariño —sonrió ella acogiéndole en un abrazo nada más tenerle frente a ella—. ¿Listo para la cena? Hay salmón al horno con bacon y cebolla caramelizada de menú.
—Creí que odiabas el pescado —dijo Donatello arqueando una ceja con confusión.
—Cuando tu madre te obliga, no hay réplica que valga —suspiró Kimani—. Además, el bacon y la cebolla ayudan bastante. ¿Estás preparado?
—¿La verdad...? No.
—Tranquilo, que no te van a morder —se rio Kimani antes de tomarle de la mano para que entrase en el apartamento—. Deja el palo aquí, porfa. Nada de armas en la mesa.
Donatello asintió apretando los labios y desenfundó su bō para dejarlo en una esquina tras la puerta. Todo ello sin que Kimani hubiera soltado su mano, así todo le permitió un momento cuando al abrir la puerta empezaron a escuchar el ajetreo de la cocina.
—Eh —dijo acariciando su mejilla—. No pasa nada, ya les he dicho que no tienes una apariencia común. Pero si Enzi dice algo salido de tono, tienes mis bendiciones para noquearle —asintió.
—Gracias, pero no creo que me deje muy bien delante de tus padres.
—Pues le pego yo, no pasa nada —susurró antes de darle un beso en los labios.
—Kim, la cena ya está. ¿Ha llegado tu novio? —escucharon a Anthony, abriendo la puerta de la cocina para asomarse por el pasillo—. Oh —murmuró al ver a la tortuga.
—Emm... Encantado de conocerle, Señor Porter —sonrió Donatello con incomodidad.
—Bueno, no sé por qué me sorprendo, Alfil ya nos ha dado clases avanzadas de universo y especies alienígenas —dijo antes de encogerse de hombros—. Venga, pasad antes de que se enfríe —añadió señalando la cocina con la cabeza.
—Gracias, Señor Porter —sonrió Donatello caminando detrás de Kimani, que le obligaba a avanzar tras ella.
—Y es un mutante —corrigió ella entrando a la cocina—. Mamá, Enzi, este es Donatello —dijo con una gran sonrisa, señalándole con una mano.
—Vaya —suspiró Tanisha al posar la bandeja en la mesa, quitándose las manoplas—. Una tortuga gigante... Esto sí que es algo que no se ve todos los días —murmuró—. Bueno, venga, tomad asiento. Y nos contáis cómo os conocisteis.
Donatello miró a Kimani ligeramente sorprendido, pero al ver la sonrisa de ella, se vio contagiado enseguida.
Kimani pasó delante de él y se sentó en su sitio de siempre, de espaldas a la ventana, enfrentada a su padre y a la derecha de su hermano. Donatello se sentó entre ella y su madre.
—Espero que te guste el pescado —sonrió Tanisha antes de servir a cada uno su ración—. No como a otra que yo me sé.
—Tiene una pinta estupenda, Señora Porter —respondió Donatello con una tímida sonrisa, alzando su plato al ver que la mujer se lo pedía con un gesto de su mano.
—¿Y cómo es esto? ¿De qué planeta vienes? —se cuestionó Enzi habiéndose levantado un momento para llenar la jarra de agua que solían tener en la mesa.
—En realidad soy de este planeta —contestó Donatello con una ligera incomodidad—. Nací como una tortuga corriente.
La cena, por fortuna, fue progresando y Donatello dejó de sentirse tan incómodo como cuando empezaron por cuestionarse su aspecto y sus orígenes. Como a la mayoría de la gente, a la familia de Kimani —su hermano y en parte, su madre— les costaba un poco diferenciar lo mutante de lo extraterrestre.
Todo se volvió más fácil cuando Anthony se involucró un poco más en la conversación, y claro, darse cuenta de que Donatello era la misma persona que le recomendó para su actual trabajo.
Un pequeño problema fue cuando Donatello se justificó diciendo que se sentía culpable por haber sido quien ideó el sabotaje de su trabajo anterior. Anthony se le quedó mirando de reojo, pero Kimani acudió a su rescate tratando de contar aquel episodio de manera que sonase como una película de comedia sobre espías.
Evidentemente, omitieron algunos detalles.
—Oh... ¿Así que eso es lo que te pasó en el tobillo? —insinuó su madre.
—Sí... —murmuró su hija encogiéndose ligeramente—. Pero le he sido de ayuda a un ninja y conseguimos completar nuestra misión. Deberías estar orgullosa, esa tenacidad la he sacado de ti.
—¿En serio? —se cuestionó Donatello mirando a Tanisha con una sonrisilla incrédula.
—Créeme, en serio —asintió Anthony alzando las cejas—. Así todo... Creo que debería agradeceros que acabaseis con aquello. No tenía ni idea de todo lo que nos ocultaban hasta ahora. Ni Alfil me lo quiso contar, por motivos legales.
—¿Y también tuvisteis algo que ver con los dinosaurios esos?
—Detuvimos la invasión, sí.
—Oh, Kimani, no te he preguntado, ¿qué tal la boda?
Donatello y Kimani se miraron conteniendo una sonrisilla, algo que la familia de Kimani no acababa de entender. Se miraron unos a otros frunciendo el ceño.
—Es que... Arlet se casaba con un hermano de Donnie —sonrió Kimani poniendo una mano en el hombro de su novio—. Sinceramente, fue por la experiencia de ayer que quise que le conocierais.
—Espera —anunció Enzi poniendo las manos sobre la mesa—. ¿Arlet no se quedó embarazada? ¿Y qué ha tenido? ¿Un mix humano-mutante?
—¿No tienes alguna foto de Gino, D? —le preguntó Kimani poniendo una mano en su pierna.
Donatello asintió sacando su T-phone y buscó en galería dentro de las imágenes que había recibido tanto de Raphael como de Arlet. Le extendió el teléfono a Enzi para que pudiese ver al primer mutante nacido biológicamente.
Tanisha quiso alcanzar el teléfono antes de que lo guardase para ver también al sobrinito de la tortuga. Se inclinó hacia su marido para que pudiese ver al bebé mientras pasaban algunas imágenes más.
—La verdad es que es adorable —murmuró Tanisha devolviéndole el teléfono.
—¿Y es ese el aspecto que van a tener mis nietos?
—¡Papá! —gritó Kimani sobresaltada a la vez que Donatello casi se ahoga al tomar un trago de su agua.
—¿Qué? Nunca un novio te ha durado más de cuatro meses, y dices que lleváis casi un año. Llámame loco, pero creo que os compenetráis bien —añadió señalándolos con el dedo índice.
Y de vuelta a la incomodidad.
Por suerte no quedaba mucho más tiempo para conversar, se empezaba a hacer tarde. O al menos tarde en un horario relativo a los humanos.
Ya en la habitación de Kimani, Donatello tomó su bō para evitar que se le olvidase. Kimani tomó la mano de la tortuga y le acercó a ella para darle un beso en los labios.
—¿A que no ha sido para tanto? —dijo con una sonrisa, rodeando su cuello con ambas manos.
—No. Aunque lo de los nietos quizás sobraba —admitió ladeando la cabeza con incomodidad.
—Ya... Demasiado pronto... —murmuró ella—. Antes de nada, quiero acabar la carrera, buscarme un trabajo, independizarme... y casarme. Ya entonces pensamos en niños.
—Me parece un buen plan —asintió él antes de besarla dulcemente.
—Gracias por venir, D. Me siento mucho más tranquila —susurró Kimani aun cuando sus labios se continuaban rozando.
—De nada. La verdad es que yo también me siento mejor después de contarle a tu padre lo que ocurrió con aquellas instalaciones —asintió él enderezándose de nuevo—. Buenas noches —susurró antes de besar su frente y encaminarse a la ventana.
—Buenas noches, Donnie.
*
Naiara volvió por fin a la tetería después de haber aceptado que Shinigami la llevase a un rincón secreto de la biblioteca en la que podría encontrar algo de información en cuanto a su disciplina como bruja.
Al menos ya tenía algo que poner en la estantería que le había quedado en el salón.
Suspiró cansada al haber accedido también a aprender algún que otro truco más de los pocos que Shinigami podría mostrarle.
—Me gustan estas puertas —escuchó decir a su novio a la vez que con ambas manos abría las puertas correderas de la habitación principal—. ¿Dónde has estado el resto del día? —preguntó acercándose a ella con una sonrisa.
—Con Shini —suspiró ella de nuevo—. Casi parecía que intentaba agotarme física y mentalmente, como si tuviera hiperactividad o algo —se rio encogiéndose de hombros—. ¿Y qué haces tú aquí?
—Te dije que te compensaría. Ven —pidió Leonardo extendiéndole la mano.
Naiara dudó por un instante, pero sabía que no se arrepentiría. Después de todo, una de las grandes virtudes de su novio es que era muy detallista. Tomó su mano con una tímida sonrisa y la permitió que la llevase escaleras arriba, al invernadero.
—Tengo que confesar que alguien me ha ayudado —dijo antes de abrir la puerta.
—¡Felicidades por la compra, Naiara! —gritó Michelangelo tan pronto como vio a la rubia asomarse, haciendo estallar el cañón de confeti.
—Oh, Dios mío... Sabía que era mala idea comprarte esa cosa —murmuró aún encogida por el susto.
—Era el último, pero mereció la pena —sonrió la tortuga de naranja—. ¿Te gusta? —preguntó haciéndose a un lado.
Leonardo se debía de haber pasado por el apartamento para pedirle a Arlet sus luces de hada, porque iban colgando de una maceta a otra y por las paredes proporcionando esas delicadas lucecillas blancas.
Tuvo que haber llevado a Michelangelo también a su invernadero secreto, ese al que solían acudir a relajarse y cuidar de las plantas que ahí había, entre otras cosas... Leonardo no podía haberlo traído todo él solo, porque los cojines estaban en la esquina comprendida entre las dos puertas.
También habían colocado algunas mantas, y alfombras similares a las que tenían en el dojo, por no mencionar que esta vez, Leonardo no pudo resistirse y colocó algunos bonsáis repartidos por aquí y allá.
—Es... es precioso, chicos —sonrió negando con la cabeza, sin saber qué más decir—. Gracias.
—Te has ganado el dojo —le dijo Michelangelo a su hermano.
—¿Cómo? —se cuestionó Naiara mirándolos a ambos. Apenas fue por un segundo, pero pudo ver la cara de Leonardo implorando porque Michelangelo no dijese nada—. Leo... —insistió ladeando la cabeza con una sonrisa ladeada.
—Nada, es que... emm... hay tres habitaciones, y había pensado que... —murmuraba indeciso, sin querer realmente acabar la frase.
—Leo —gimoteó Naiara—. Todavía no me he instalado y ya estás pensando en el dojo —sonrió ella sin poder creérselo.
—Lo sé —se rio él—. Oye, siento lo de anoche.
—Da igual. Sólo quiero que sepas que no es por ti. Sigo sin acabar de creerme que no vaya a decepcionarme otra vez cuando vuelva. No sé cuándo será, pero espero no tener que averiguarlo.
—¿De qué habláis? ¿Dónde está quién?
—Es que... mi padre está-.
—De viaje —la interrumpió Leonardo—. Amm... se fue a recorrer mundo y Naiara se enfadó con él por irse sin más.
—Oh. Qué pena... Lo siento, Naiara —murmuró el menor antes de dirigirse a las escaleras para acceder a la vivienda—. Pediré unas pizzas para celebrar la compra, o... animarte por lo de tu padre.
Naiara y Leonardo le siguieron con la vista hasta que supieron que no podría escucharlos.
—¿Por qué has hecho eso?
—Arlet me lo contó y pude localizarte antes de que te hicieran daño, pero sé que tú no me lo hubieras dicho de primeras. Si no quieres que los demás sepan dónde está tu padre de verdad estás en tu derecho. Así todo... no permitas que quien sea él, defina quien eres tú.
Naiara hizo un puchero asintiendo, pestañeando hasta que un par de lágrimas escaparon de sus bonitos ojos verdosos.
—Ven aquí —susurró él acogiéndola en un abrazo de consuelo.
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