---Capitulo 4---
Ángel de piedra...
Seis meses...ese lapso de tiempo fue una completa eternidad para los dos...pues aún cuando eran guerreros al servicio de un mismo maestro, el rango de diferencia entre ellos hacía que aveces el tan solo verse fuera algo difícil.
Pero de todos modos con esas contadas veces ellos las aprovechaban al máximo, aunque siempre siendo manteniendo la discreción.
Y con ello la fecha de su partida juntos finalmente llegó, Mikey se despertó lo más temprano que pudo para preparar un ligero equipaje en un cesto de paja.
Después de poner algunas mantas y poca vestimenta se dirigió a buscar comida para llevar al caminó.
¿Emocionado?¿Nervioso?...esas y mil emociones más combinadas era lo que podía sentir el rubio.
Antes de la llegada de Leonardo optó por empezar a preparar algo de comida por su cuenta.
Apesar de que tenía servidumbre que bien lo podrían hacer por el, ciertamente su amor por la cocina era mayor, y mas sabiendo que sería a su amado samurai de ojos zafiros.
Con lo que encontró en la cocina se dispuso a preparar algo de comida tradicional japonesa, recordando los platillos favoritos del samurai.
Pasado un tiempo termino de cocinar diversos platillos, guardando gran parte de ellos en varios bentō para el viaje.
—Se nota que estás muy emocionado por el viaje—dijo una voz femenina entrando al lugar, era la señora Anazawa.
Este asintió con una sonrisa—Leo me prometió que iríamos juntos a Europa, siempre quise en algún momento ir, aunque sea por un día.
—¿Leo?—cuestionó la fémina.
—Cuando me prometió llevarme hacia el occidente, me dijo que necesitaría un nombre relacionado y basándome en el origen del mío, le propuse el nombre de Leonardo, o simplemente Leo—dijo sin borrar su sonrisa y con un rubor apareciendo en sus pecosas mejillas.
Fruto de los recuerdos que le causaba tan solo pensar eso.
Está asintio entendiendo sus palabras —Me alegra por ti, ver tu tierra natal después de tantos años—le dijo con cierto tono melancólico.
—Lo se, nunca espere que algo asi pasará después de tantos años en Japón visitar de dónde soy parecía un sueño—menciono.
—Solo espero nunca te olvides de tu familia en Japón—aclaro en un murmullo.
—Sabes que no lo haré, después de todo yo siempre te consideraré mi madre, todos aquí son mi familia—menciono ofreciéndole un trozo de uno de los tantos platillos preparados.
Probó el bocado ofrecido y una sonrisa apareció en su rostro indicando que la comida estaba por demás deliciosa.
El maullido de la mascota del chico hizo que ambos voltearan a verlo, entre los pies de ambos—Podrías por favor cuidar de Caramella en lo que estoy en mi viaje, me encantaría llevarlo pero no es posible—dijo mientras lo cargaba.
La mujer asintió tomando al gato en sus brazos—Solo si me prometes que te cuidarás en el viaje hijo—acaricio su mejilla en un gesto maternal.
Este dejo que tocará su mejilla—Te lo prometo madre—dijo para luego abrazarla con cariño.
Una mujer de mediana edad integrante de la servidumbre se hizo presente—Disculpe mi señora, el amo dijo que viniera por el jovencito, el señor Hamada ya está aquí y lo están esperando en el dojo.
Ante esas palabras el europeo siguió a su sirvienta en dirección al lugar antes mencionado.
Y ahí lo vio a el, Leonardo vestido con su armadura en tonos azules, en medio del salón al lado de su padre, y con toda emoción prácticamente se lanzó en un efusivo abrazo al azabache—Te extrañe Leo—dijo recargando su cabeza en su pecho.
Este con todo gusto correspondió el gesto al rodearlo con sus brazos y acariciarle la nuca con ternura—Yo también te extrañe Mikey—le murmuro dándole su característico beso en la nuca y frente.
—Miguel Ángel—nombro el señor Anazawa indicándole que se acercara—hijo mío, que más me alegra que ambos vallan hacia el occidente, mi mejor estudiante y mi hijo solo me queda desearle la mayor de las suertes y que el destino dicte la felicidad de ambos—dijo apoyando cada una de sus manos en los hombros de ambos.
—Gracias Papá—agradecio el más joven.
—Gracias maestro—dijo el de ojos zafiros también haciendo una reverencia, y tomando todo consigo se dispusieron a dar marcha.
La partida a su viaje iniciaba.
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El transcurso sería de tres días a pie para llegar y tomar alguna de las embarcaciones con dirección al oeste, a pesar de la larga y dura caminata disfrutaban de su compañía, pudiendo darse sus muestras cariñosas sin que nadie les dijera algo.
Pasando unos hermosos tres días para ellos.
Ya la última parte del viaje la costa más cercana, culminaria a la mañana siguiente, pues el anochecer estaba presente y lo mejor era descansar.
Tomándose la completa libertad de acurrucarse en las raíces de un gran árbol bajo el manto de las estrellas que el mayor no dejaba de contemplar con fascinación, cosa de la cuál su acompañante se dio cuenta.
—¿En qué piensas?—cuestionó con curiosidad.
—En noches así, solo puedo pensar en lo afortunado que soy—dijo relajado y con una sonrisa—no podría pedir otra cosa, en cuanto a las estrellas me recuerdan al relato de Orihime y Hikoboshi los amantes de las estrellas.
—¿Hablas de la tanabata?—pregunto.
Este movió la cabeza en afirmación—Es una de mis leyendas favoritas, la idea que dos enamorados trabajen tan duro para verse aunque sea una vez, causa una emoción que a decir verdad no sé cómo nombrarla, a decir la verdad la gran mayoría de los relatos japoneses terminan en la tragedia de los dos enamorados, pero en este se guarda la esperanza.
El más joven escucho atentamente sus palabras y tras pensarlo un poco se atrevió a preguntar—¿Tu crees en la vida después de la muerte?.
El azabache lo medito unos segundos y respondió—Creo que cuando dos almas que se aman vivirán juntos en el más allá, pero si estas son separadas buscarán la manera de unirse de nuevo, puede ser en el ocaso más allá de la muerte...o quizás su anhelo sea tan grande, que traspase el tiempo, solo para volver a estar el uno con el otro...teniendo una oportunidad en otra piel...en otra vida—murmuro eso último.
El menor conmovido por sus palabras lo beso en la mejilla y se abrazo a el—Tal vez tengas razón, pero se que nosotros tendremos la oportunidad en esta vida, estoy seguro.
El mayor de los dos correspondió su abrazo y le beso la frente con ternura, pegado uno del otro.
Se quedaron así por varios momentos, casi empezando a sentir que estaban a punto dormirse ahí mismo.
Cuando el samurai mayor iba a cerrar sus ojos, vio como un sin fin de proyectiles fueron arrojados a su dirección y con trabajo logro a duras penas librarse a el y a su acompañante de dichas armas.
—¡Shinobis!—dijo en sorpresa Leonardo sacando su par de katanas.
—¡¿QUE?!—grito con temor el menor y volteando a todas direcciones en busca de algo.
—...Cuanto tiempo Hamada, me dijeron por allí que pensabas escapar de Japón—se escucho una voz entre la infinidad de árboles y oscuridad.
Poco a poco entre las sombras se fue revelando la figura imponente de un hombre mayor, que a diferencia de sus hombres de prendas negras, portaba una armadura parecida a la de un samurai, solo que está se veía maltratada y con un gran número de cuchillas encima.
—No soy una basura que huye como un cobarde...no como tú Destructor—respondió con enojo.
—¡¿Destructor?!—dijo con incredulidad el rubio.
—Mikey, ponte a salvo—ordeno de inmediato.
—No Leo, me quedaré contigo a pelear—contesto decidido y al mismo tiempo preocupado.
Este negó con la cabeza—Has lo que te digo...
—Tambien soy un samurai como tu...no confías en mí—menciono.
Volvió a negar con la cabeza—Lo hago...pero...no me perdonaría si algo te sucede.
Miguel Ángel sin tener otra opción tuvo que alejarse lo suficiente para que no recibir algún tipo de herida, pero no dispuesto a quedarse sin pelear, saco su arma en mano y combatió con los hombres que acompañaban a su enemigo, con el fin de que asegurarse que no hirieran a Leonardo por la espalda.
Este mismo había permanecido en su lugar, esperando cualquier movimiento de su oponente que no tardó en llegar, usando como armas las garras de metal que salían de los protectores de brazos en contra del filo de las katanas gemelas del de ojos zafiros.
—Ya me hice cargo de tu compañero de armas hace tiempo...solo me falta acabar contigo...—le sonrió arrogante detrás de su mengu—...como se hacía llamar ¿Raphael?.
Con la mención de su compañero este frunció su entrecejo más, y se lanzó en ofensa.
Cada uno hizo distintas maniobras con el fin de herir al otro, con gran velocidad, el samurai de azul daba todo de si para asestar aunque sea una empuñadura a su veloz oponente, el cual le estaba sacando ventaja gracias a la rapidez con la que se movía y Leonardo le costaba seguirle el ritmo.
No fue hasta que Hamada se percató de un punto que la armadura de su contrincante no protegía, el cual quedaba muy cerca de su estómago y pecho.
Solo tuvo que resistir lo suficiente para no ser herido, esperando en largos instantes, hasta que, en cuanto vio la oportunidad, clavo su katana en aquel sitio inprotegido, hiriendo a profundidad, al menos lo suficiente para tener la oportunidad de derribarlo en el suelo.
—Pudrete en el infierno Oruku Nagi—maldijo levantando una de sus katanas para darle su golpe de gracia.
—¡Ahg!—Escucho el grito hilarante de su compañero haciendo parar en seco.
—¡Miguel Ángel!—grito corriendo hacia su dirección, viendo aterrado como traía clavado un kunai en su hombro izquierdo, y como la sangre comenzaba a salir.
Con enfado no tardó en acudir en su ayuda, derribo y acabo con los últimos soldados que quedaban, llendo para auxiliarlo.
Al ver la sangre correr de su hombro se quitó la pechera de su equipo dejando al descubierto su ropa, y arranco rápidamente un considerable trozo de la tela.
El rubio se quejaba por el dolor —Mikey, escúchame necesito retirar el arma y parar el flujo de sangre—trato de calmarlo—esto dolerá, necesito que seas fuerte.
Evidentemente asustado el menor asintió apretando los ojos y dientes, con ello el azabache tomo el arma entre sus manos sacándola lo más rápido posible.
—¡AHHHHH!—grito con fuerza debido al dolor.
Rápidamente con el cacho de tela que arranco previamente envolvió el área para detener el sangrado—Necesitaremos llevarte con un médico lo antes posible—dijo viendo con gran preocupación su herida—¿Puedes caminar?—el menor solo asintió.
Cuando se incorporo y recuperó cierto grado de conciencia tras la horrible herida en su hombro, vio algo que lo hizo gritar—¡Detrás de ti!—hablo con desespero.
Este volteo por inercia, solo para toparse con el filo las cuchillas de su adversario, atravesandole el abdomen.
—¡LEO!—grito el rubio, contemplando la tétrica escena, todo como si estuviera en cámara lenta frente a sus ojos.
Con una sonrisa cínica Oroku saco con violencia las cuchillas que atravesaban en cuerpo de su enemigo murmurando—Nadie en este asqueroso mundo se atreve a enfrentarme a mi o a mí clan, y se queda vivo tan campante—y para su propio pesar tuvo que retirarse con sus hombres debido a la herida que traía en su cuerpo y sangraba, importandole absolutamente nada la presencia del pecoso.
Mikey acudió con Leonardo, viendo su expresión de completo dolor y su postura encorvada—¡No!...¡No.!..—lo sostuvo en su brazos aún cuando el también estaba herido, examinando las enormes heridas de su abdomen.
Al igual que lo hizo con el, rasgo gran cantidad de tela de su vestimenta y con total desespero la puso encima de las heridas en un patético intento de que el ennumerable sangrado parara.
Pero todo eso era en vano...las blancas prendas de Hamada ahora solo eran cubiertas por el rojo vivo de la sangre...
—No tiene caso Mikey—dijo mientras el líquido rojo salía de su boca.
—Leo por favor no...—sollozo entre lágrimas mientras intentaba sin éxito parar el flujo de la sangre—No me hagas esto...por favor...no me dejes solo...
El azabache también entre lágrimas dolorosas murmuro—perdoname Mikey—con trabajo puso su mano ensangrentada en su mejilla manchandola por completo.
Y con sus últimas fuerzas se incorporo con creces para juntar sus labios en sangre con los de Mikey.
Sintiendo como la vida se le iba en ese último beso.
Se separó con debilidad, y viéndolo a sus ojos celestes dio sus palabras finales en apenas un audible susurro—...Te amo...
Fue así que Leonardo cerro los ojos para nunca volverlos a abrir...
Este tan solo pudo lanzar un grito despavorido con el cuerpo inerte entre sus brazos y aferrandose con todas sus fuerzas.
Su amado había muerto frente a sus ojos y el no pudo hacer completamente nada...
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El entierro fue a la mañana siguiente de su regreso, el jovencito no tuvo cara para decirles a todos que Leonardo había muerto y el porque, teniendo que hacerlo si o si.
Poco a nada le importo derramar un sin fin de lágrimas aunque no fuera bien visto por algunos de los presentes.
Quería creer que esto era una pesadilla...una maldita pesadilla agonizante...pero para su lastima esto era parte de la realidad...una realidad que no podría escapar.
Veía con horror el nombre de su amado tallado en la lápida, rodeada de toda la orden al servicio de su maestro para despedir a su compañero de armas.
La familia Hamada estaba devastada, su hijo había muerto de forma tan deshonrosa, la madre de Leonardo lamentaba la perdida de su único hijo en el hombro de su marido, mientras el permanecía inmóvil con una expresión de rabia en el rostro.
No merecía morir así...no debía morir en primer lugar...la culpa para Miguel Ángel estaba más que presente...
Si no lo hubieran herido a el...si hubiese sido más atento...si no lo hubiera obligado a cumplir esa promesa...quizás Leonardo seguiría vivo...
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El tiempo que nunca se detiene transcurrió, sin embargo para el rubio el sentimiento tras ese suceso catastrófico no cambiaba.
Su familia veía como su personalidad risueña había desaparecido, en su lugar solo estaba un chico que había perdido todas las ganas de vivir.
Tan solo ver su rostro lleno de ojeras, sin el brillo que caracterizaban esos ojos celestes, producto de sus llantos y lamentos constantes cargados por la culpa.
Estaba fuera de la choza de su familia, viendo el horizonte con la mirada pérdida, mientras acariciaba entre sus brazos a su mascota como un intento de consuelo.
Incluso el felino parecía cabizbajo, acompañandolo en su tristeza.
—Siento mucho tu perdida—dijo una voz tras de el.
Este se volteo en sorpresa encontrándose con un conocido—Miyamoto-san—lo nombró
—Supe lo que le pasó a Hamada—suspiro acercándose a su lado—mi amigo, siempre pensé que el sería quien me vería muerto a mi primero—susurro al viento.
—Fue mi culpa...todo esto es mi culpa—maldijo entre dientes el menor.
—No te sientas culpable, Destructor ya iba tras de el, juró vengarse de quién les hizo frente hace años, primero a Hideyoshi y luego a Hamada, es posible que ese maldito se deshaga de más guerreros fuertes—menciono con amargura.
—Alguien debería acabar con ese bastardo—murmuro con enojo.
Este asintió concordando con el, y luego hablo—Se que es duro afrontar algo así, eres joven Anazawa, todos han visto tu cambio de actitud, no se te culpa...pero aún así deberías seguir con tu vida...—poso su mano en su hombro y murmuró—...se que ha Hamada le hubiera gustado así.
Este se quedó en silencio por unos segundos y luego le contesto—...quiero hacer algunas cosas en especifico antes...y necesitaré de tu ayuda...—dijo adentrándose a su hogar.
—¿Que tipo de ayuda?—pregunto siguiéndolo dentro de la vivienda.
—Información...necesito que me ayudas buscando información—respondió decidido y saco entre sus ropas su par de nunchakus además de la katana de Leonardo.
Trayendole recuerdos, con ello una idea surgió en la mente Mikey y nada se lo impediría.
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Gracias a Miyamoto pudo recabar la suficiente información para saber cómo encontrar al asesino de Leonardo, con trabajo pudo salir de su propio hogar, pues sus padres no tolerarian que el también fuera asesinado.
Pero el chico ya había tomado una decisión y ahora todo lo posible para que su nuevo objetivo se cumpliera.
Su nuevo destino era una kagemajaya, la cuál entro recibiendo las miradas de los presentes consternados.
Aunque se podría pensar que era debido a que portaba su máscara en su rostro ciertamente era común que la gente las llevará para no revelar cualquier tipo de identidad, en aquellos lugares de mala muerte, más bien era por su presencia nunca antes vista
No tardó en llegar un hombre de mediana edad para atenderlo—¿Se te ofrece algo?
—Estoy buscando a alguien—contesto a secas.
—No recuerdo haberte visto por aquí, ¿A quien buscas?—dijo mientras lo veía a cuerpo completo.
El rubio susurro—busco a Oruku Nagi
A pesar de que prácticamente hablo en voz baja se notó que la mayoría de los presentes lograron escuchar el nombre que dijo, ganándose distintas miradas.
El hombre algo sorprendido le respondió—Mi maestro no acepta visitas de nadie ajeno a nosotros, a menos que sea un asunto importante o emergente.
—Este podría ser de su interés—le mostró sus chakos entregándoselos en sus manos.
—¿Que es esto?—dijo sin entender sus acciones.
—Quiero servirle a su amo...convertirme en un shinobi—contesto.
Este con más sorpresa indico en un ademán a unos de los guardias que vigilaban a los alrededores para que se acercarán y mirando al enmascarado le hizo una señal para que lo siguiera—Acompáñame—ordeno devolviéndole sus armas.
Pasaron tras varios corredores y pasillo del enorme y confuso lugar, donde fácilmente cualquiera se podría perder llegando hasta la habitación más alejada.
El lugar era extremadamente lujoso, era de esperarse de un líder de su calibre, había un sin fin de armas colgadas por las paredes, y ya ni hablar de hombres a su servicio como guardias y escoltas que rodeaban el salón.
—Amo Nagi, siento interrumpirlo, venimos a tratar un pequeño asunto que podría ser de su interés—dijo el guía a su señor.
Este se encontraba de espaldas sentado en una silla de madera tallada, sin tomarse la mínima molestia de dirigirles la mirada.
—¿Que es lo que quieren?—dijo autoritario sin dejar de darles la espalda.
—Mi señor este muchacho solicitó a ser uno de los nuestros—dijo el shinobi de la derecha.
—¡¿Que?!—se volteo a verlos, y al percatarse de la presencia del más joven lo examinó por completo con la mirada—¿Eso es cierto?...Explica tus razones.
Este movió la cabeza afirmando—Asi es—hizo una pausa—yo...yo era parte del ejército del señor Mifune, tras su muerte he estado por mi cuenta y mi situación ha sido desequilibrada por no decir deplorable, por lo que pensé que tal vez podría unirme a sus filas—mintió.
—¿Que te hace pensar que podrás ser parte de mi ejército tan fácilmente?—le dijo desafiante.
El enmascarado sin perder la compostura respondió firme pero tranquilo—Hace unos años salve a unos de sus soldados de la muerte por inhanicion, como agradecimiento me menciono que podía unirme a ustedes en caso de necesitarlo algún día, y este sería mi pase a su clan—saco otra vez los nunchakus y mostrandolos al frente de todos, no tardó en qué uno de los sirvientes tomará el par de armas y se las dirigiera a su amo—ademas con mis habilidades como ex-samurai soy un guerrero capacitado para cualquier trabajo cuerpo a cuerpo.
Este al ver los chakos de cerca lo examinó con detalle, viendo cada una de las insignias de su elite, además del material con el que estaba hecho
Indudablemente era uno de los suyos
—¿Cuál de mis soldados te dio esto?—pregunto consternado.
—Me dijo que podía encontrarlo por el apodo de Donatello—respondió
—¿Murasakino Donatello?, ese bastardo seguramente ya está bajo tierra—se burló, mientras todos permanecian en silencio—Te diré algo, te reto a un duelo, tu contra con cinco de mis soldados, si eres capaz de hacerles frente estás dentro, sino vete despidiendo de ser uno de mis soldados y de tu propia vida...—hablo en un tono amenazante—...no me gusta tratar con incompetentes.
Sudo frío detrás de su máscara pero no se permitió dar marcha atrás—Acepto.
Entonces con una señal de mano el número mencionado de guerreros se poso al frente—una última cosa—vio como sin problemas uno de los soldados le quitaban la katana que llevaba tras su espalda y se la entregaba a su maestro—muy linda katana pero no la necesitarás si piensas estar a mi mandó—dijo con descaro y le regresaba sus nunchakus para su única defensa.
Luego cada uno de los cincos adversarios tomo pocision a su alrededor, poniéndolo nervioso al europeo detrás de la máscara, entonces el líder hablo en voz alta—¡Hayime!—dio la orden para empezar el ataque.
Sin perder el tiempo empezaron a lanzar movimientos de ofensa hacia Miguel Ángel
Los samuráis se valían por sus fuerza física y resistencia, mientras que los shinobi por su sigilo y agilidad.
Con lo que no contaban era que precisamente la agilidad era algo con lo que contaba el chico, por lo cual logro esquivar algunos de los ataques de sus contrincantes y defenderse con su par de armas.
Tal parecía que tendría oportunidad.
Movimientos rápidos y precisos se contemplaban en dicho combate.
Sin embargo la clara diferencia de ventaja y habilidad, provoco que empezará a flaquear, causando que sufriera algunas heridas y tras varios ataques traicioneros a la vez fue derribado en el piso de madera.
Había perdido.
Vio con absoluto temor como Oruku Nagi se acercaba a el mostrando un par de garras de acero y apuntandolas hacia su cuello, amenazando en cortarlo con las filosas cuchillas.
Cerro los ojos con fuerza, esperando su golpe de gracia, pero tras largos e infernales segundos de espera, ningún corte se dio, en cambio, el mencionado comenzó a hablar—Ha pesar de que que evidentemente has perdido el reto, debo reconocer que como mínimo no estás agonizando...por eso quizás me seas de utilidad—quito las cuchillas de su cuello—Levantate.
Este hizo lo que le indico levantándose casi temblando.
De nueva cuenta el mayor de todos hizo una señal a sus subordinados los cuales en un santiamén trajeron un equipo para el rubio—¿Cuál es tu nombre?
El europeo pensó unos segundos viendo a su alrededor, centrandose en el color anaranjado que mayoritaba el lugar, por lo cual contesto—"Orengi" pueden decirme Orengi.
—Bien Orengi toma tu equipo, Hatsuri te indicara que hacer, puedes quédarte con los nunchakus como arma de elección—menciono en voz alta—estás dentro, eres parte del más grande clan Shinobi...el Clan del Pie, ahora arrodillate ante tu maestro
Este asintio permaneciendo con la cabeza baja y arrodillandose a su ahora amo.
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Con el pasar del tiempo, Miguel Ángel le había demostrado al líder de la legión que era lo suficientemente capaz de aprender todas las habilidades como shinobi y mostrar que en algún momento fue un samurai capacitado.
El portar su máscara no fue ningún problema, puesto que la gran mayoría de los shinobis lo hacía, pasando desapercibido en ese aspecto.
A pesar de que estaba evidentemente ligado a crimenes, a pesar de que prácticamente estaba rompiendo su código de honor, y a pesar de saber que su familia no lo aprobaría, no le importaba, no hasta hacer pagar a Oruku Nagi por lo que le había hecho.
Y aún cuando la mayoría de los integrantes del Clan lo miraban con desconfianza al ser prácticamente un extraño en su territorio, por medio de engaños elaborados y lo suficientemente creíbles se ganó la confianza de los miembros más importantes.
Incluso del mayor de todos lo empezaba a considerarlo para que fuera su mano derecha...o algo más.
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Ahora portaba el traje ligero y de tonos oscuros propios de un miembro del tan conocido Clan del Pie.
Se encontraba en una de las tantas habitaciones del lugar, practicando algunas katas que aprendió en su estadía.
Su cuerpo poseía miles de cicatrices y marcas por toda su extensión.
Indudablemente el estar allí lo hizo cambiar en cierto punto...se atrevería a asegurar que si alguien lo viera en su condición fácilmente dirían con facilidad "Después de todo esté desastre el joven Anazawa ya no existía"...pero ciertamente era todo una mera fachada, una máscara como la que traía consigo siempre.
—"Orengi-kun", el amo lo solicita en salón principal de la kagemajaya—lo llamo un miembro de la infantería.
—Claro, enseguida—se detuvo en sus acciones para acudir al llamado de su superior.
Últimamente el hombre mayor solicitaba más su ayuda en misiones de alto calibre comandas por el mismo, o simplemente lo llamaba como soldado de respaldo en sus viajes...siempre teniéndolo de cerca...cosa que cada vez lo extrañaba en mayor medida...aún así era buena noticia...estaba consiguiendo su objetivo.
Camino hacia la sala principal, encontrándose con Destructor en medio de está completamente solo y dándole la espalda como acostumbraba.
Curiosamente la misma en la que consiguió su reclutamiento.
—¿Me solicitaba maestro?—pregunto.
—Desde tu estadía aquí, me ha dado cuenta que nunca te has despojado de esa horrenda máscara...he de reconocer que siendo un shinobi no tiene nada de extraño...pero tú caso es particular...—hizo una pausa—has demostrado que estás más que capacitado para ascender de rango.
El pecoso asintió con la cabeza—Lo aprecio much...
—Sin embargo—interrumpio—para pertenecer a ese rango se debe dar una prueba de lealtad—dijo tomando la katana de la pared en sus manos.
La katana de Leonardo de la cuál le despojo.
—¿Una prueba de lealtad?—repitió lo antes dicho—¿A qué se refiere?
Este le pasó el arma en sus manos—Necesito conocer el rostro de todos mis soldados, en especial lo de mayor rango—con esas palabras el de ojos celestes quedó congelado por unos segundos.
¿Le había pedido lo que escucho?...¿ese bastardo quería conocer su rostro tras la máscara?...
Sujetando la katana entregada en su mano izquierda, procedió a cumplir con la órden que se le había impuesto, separando el material de tonos verdosos de su rostro real, revelandolo por completo a los ojos de ese hombre.
Tenía un plan.
Este lo miro con atención y sobretodo incredulidad al ver sus rasgos tan particulares.
—¿Un europeo en las filas del Pie?—dijo sin quitar su incredulidad—...y yo creí que los occidentales no tenían ningún tipo de capacidad shinobi—menciono en un comentario arrogante.
El rubio se quedó callado manteniendo la compostura, se acercó más a el para quedar frente a frente—Debo decirle que ya nos habíamos visto antes...—dijo con sorna—cuando asesinaste con Leonardo
Tras escuchar ese singular nombre el hombre solo pudo hacer un gesto de sorpresa.
Había recordado y reconocido el rostro del chico que acompañaba a Hamada el día que lo asesino.
La incredulidad hizo que ni tiempo le diera de reaccionar, no hasta cuando sintió una fuerte punzada en su estómago y viendo como la misma katana que le había quitado al chico era clavaba en su cuerpo sin restricción alguna.
Entonces el rubio con una expresión fría, saco el arma cortante en un movimiento tosco, con el fin de que el dolor fuera mayúsculo para el, y tomando pocision dijo con coraje y cinismo—marcisci all'inferno.
Las mismas que dijo Leonardo cuando iba a asesinarlo, pero ahora dichas por el en su idioma natal.
Ante esas últimas palabras, dio con rabia el golpe de gracia, serenandole la cabeza a su enemigo con la katana.
Pronto escucho los pasos de los sirvientes en busca de su amo al escuchar su último grito de agonía, prácticamente tiraron la puerta para ver lo que sucedía.
Y con completo horror vieron el cuerpo de Nagi sin vida en el suelo, y como una sombra salía del lugar a través del ventanal hacia al bosque, solo viendo su cabellera en tonos rubios y el brillo de unos ojos celestes.
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La noticia de que el líder del Clan shinobi más temido y buscado había sido asesinado no tardó en llegar y con ello las preguntas de la población.
¿Quién pudo entrar a los dominios del criminal más buscado en la zona?... ¿Como sería posible que alguien fuera capaz de vencer a un ser prácticamente indestructible y que a duras penas fue herido con trabajo por los más grandes samuráis de la época?...
Fácilmente se diría que fue algún shinobi del bando enemigo, o inclusive un traidor de su misma orden, pero a palabras en boca en boca de esos mismos criminales dictaban algo más...
El asesino era un chico rubio, de ojos celestes, que por más falso que se oyera, fue el que acabo con su maestro...
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En la mañana siguiente Miguel Ángel volvía a estar frente a la sepultura de Leonardo.
Sus prendas rasgadas, sucias y aún manchadas por la sangre seca del quién les hizo tanto daño, prácticamente un aspecto devastable, pero su rostro estaba calmado, aún con las manchas, ojeras y labios secos, tenía una expresión de tranquilidad...
Después de tanto tiempo podía sentir paz en su alma...
Saco la katana que escondía entre sus ropas, de igual manera bañada de el líquido rojo, se arrodilló en la tumba excibiendola como si estuviera frente a alguien—Leo...he cumplido con mi propia promesa...Oroku Nagi no existe...—clavo con rabia el arma en el suelo y luego observo atentamente la tumba, tanteando sus dedos en la fría roca—...quisiera que estuvieras aquí conmigo...amore mio...—una lágrima traicionera escapó de sus ojos—se que te hubiera gustado que siguiera con mi vida, pero jamás amare a alguien más como a ti...—beso y se aferró a la piedra tallada como si fuera el verdadero Leonardo dejando salir sus últimas lágrimas—...y por eso tengo una última cosa que cumplir por los dos—con ese último susurro se quitó el viejo rosario que colgaba de su cuello.
Con delicadeza enredo en el prisma de mármol su rosario de la infancia como recuerdo, y poniéndose su máscara por última vez partió hacia su nuevo rumbo.
Hacia un nuevo amanecer...con el alivio de saber que al menos cumpliría parte de la promesa a su amado.
Después de todo el siempre sería su nenja y el siempre sería su wakashū por toda la eternidad...
...y quizás solo quizás puedan volver a verse en el reino del ocaso que traspasa la muerte...
...O tal vez en otra vida...
Fin.
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NOTAS DE LA AUTORA:
-Primera historia terminada e indudablemente el escrito más largo que he hecho, con un total de 5,207 palabras, superando cualquier otro hasta ahora, además de la parte que más trabajo me ha costado escribir como autora.
-Como bien está en las palabras la historia de Miguel Ángel Anazawa y Leonardo Hamada culmina aquí, pero eso no significa que aún no allá un último cabo suelto que contar...
Wakashudo:el joven samurai y el chico tras la máscara.
------Epílogo------
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